Los nuevos invasores de Joseon
Al llegar al muelle a esperar el desembarco de una importante embarcación que acababa de encallar, Yoongi tembló de emoción pensando que vería a los suyos bajando de aquel barco. Sin embargo, la figura abrigada y ensombrecida que descendió por aquella rampa y llegó hasta su lado era la que menos se imaginaba.
—Usted.
Jin Goo se quitó el sombrero e hizo una reverencia. Aquel era el encuentro de dos reyes, dos reyes con sangre plebeya.
Volvieron juntos al palacio y cenaron. Una extraña opresión en el pecho, el llamado de la sangre quizás, les decía que esa era la última vez que se verían; la única oportunidad que tendrían de decirse todo lo que por años había estado oculto y debían aprovecharla.
Yoongi lo llevó hasta el salón que daba vista al mar y allí se sentaron juntos, como si se conociesen de toda la vida; bebieron un vino amargo que ambos sintieron ideal para aquella plática.
—Sé que usted es mi padre —dijo Yoongi después de dos copas sin intentar siquiera cortar el hielo con alguna entrada más agradable. —Sé que usted también mató a mi mamá hace veintiun años —añadió sin un minimo de suavidad. —Y que ustedes fueron amantes.
Jin Goo apuró su copa sin decir nada. Sabía que su silencio equivaldría a aceptar aquellas dos afirmaciones, pero acaso, ¿era necesario seguir negando la verdad?
No, no lo era, supo enseguida.
—¿No lo negará? —preguntó Yoongi esperando impaciente una respuesta. —¿No me dirá que todo es mentira? ¿Qué mi mamá ha dicho todo eso para engañarme y ponerme de su lado?
—No, no te lo diré. —Jin Goo aceptó todas las acusaciones con su vista clavada en el inmenso mar. Su alma se sentía en paz en ese momento, como si flotara en la bruma del océano, como si ese mismo batir de olas le hiciera sentir que sus cuentas por ese crimen ya estaban saldadas. —Yo soy tu padre y también maté a tu mamá —aceptó entonces sin reparos. —Lo primero lo hice porque era un esclavo y no tenía opción y lo segundo lo hice por voluntad propia, porque Hyo Seop era un hombre ambicioso y perverso hace veintiun años, que ahora ha vuelto convertido un demonio.
—Un demonio. —Aunque quiso, Yoongi no tuvo forma de replicar aquello. No sabía por qué pero una parte de él también estaba de acuerdo con la última afirmación de Jin Goo. Algo que le hacía sentir terriblemente inquieto se lo decía en lo profundo de su corazón; se lo hacía ver con terrible obstinación.
—Usted era su cómplice hace veintiun años —fue lo que dijo entonces mirando a su invitado con furia. —Yo los vi hablando el día que mi mamá murió. Vi que se besaron y que luego usted lo dejó ahí tirado, llorando en medio del bosque. ¿Va a explicarme qué sucedió esa mañana, Yeo Jin Goo? ¿Va a decirme por qué mi mamá y usted discutieron de aquella forma?
Ante la pregunta, Jin Goo arrugó el entrecejo recordando los sucesos acontecidos aquella mañana. Las cosas habían pasado exactamente así como se las narraban. Él se había encontrado con Hyo Seop para confesarle que ya no le ayudaría a robar la amatista y que lo delataría ante los consejeros de Joseon. Hyo Seop había enloquecido de ira y todo había tenido que terminar de la peor de las formas.
—Tu mamá me usó —respondió dispuesto a contarlo todo. —Después de engendrarte, el rey In Guk me vendió a unos mercaderes Joseoneanos y tu mamá y yo no volvimos a vernos hasta el día en el que llegó al palacio de Joseon como sanador de mis antiguos señores. Después de un tiempo, me sedujo sabiendo la posición privilegiada que yo había alcanzado en el palacio y lo mucho que eso le servía para sus planes.
¿Seducir a un hombre por ambición? ¡Eso era cosa de prostitutos! Yoongi apretó las manos buscando calma; quería que todo aquello fuese mentira pero la realidad y los hechos mostraban que el que por años había considerado un hombre intachable era realmente un infame monstruo.
—¿Él le propuso que robaran la amatista en aquella época? —preguntó aunque ya conocía de sobra la respuesta. Jin Goo asintió.
—Yo acepté ayudarle —confesó sonriendo torcidamente. —Pero solo lo hice actuando. Jamás pensé en robar esa piedra, ni en permitirle robarla, ya ves como terminaron mis señores —comentó sorbiendo un poco de vino.
—¿Fue por eso que usted lo mato? —cuestionó de nuevo Yoongi comenzando a ver todo más despejado.
—¿Para evitarle robar la joya?
—Así es. Un hombre tan ambicioso como él sólo podía ser detenido con la muerte. El día que nos encontramos por última vez, cuando nos viste en aquel bosque, use un veneno potente que coloqué en mis labios. Al besarme, se envenenó pero yo no morí porque tenía el antídoto. Ni siquiera un sanador tan bueno como tu mamá hubiese podido encontrar la fórmula del veneno y su antídoto en tan poco tiempo.
—¡Maldito! —Yoongi bramó poniéndose de pie aunque Jin Goo no se inmutó, esperándose esa reacción. Yoongi comenzó a pasearse por todo lo ancho y largo del recinto. Ahora entendía todo, comprendía finalmente por qué su mamá había escrito esas cartas apresuradas antes de su muerte, por qué había revelado el secreto de la piedra al rey Jung Hyung, en un intento desesperado de volver a la vida y poder llevar a cabo sus planes.
Era mejor quedar ante los ojos de su marido y su hijo como un infiel despechado que como un conspirador ambicioso. Se estremeció en medio de su desesperación, quería que todo fuese mentira pero no lo era; él con sus propios ojos había comprobado, años atrás, que aquellas palabras eran ciertas.
—Hyunjin —susurro entonces, y luego repitió el mismo nombre con un grito potente que hizo eco por todas las paredes del amplio recinto. Un presentimiento cruzo hundiéndose en su corazón, presentimiento que se confirmó con el anuncio de su muerte por parte de un sirviente y la llegada por tierra de una comitiva proveniente de Koryo.
Desde el balcón del castillo, un poco antes del crepúsculo, ambos hombres pudieron ver a Namjoon y a Woo Seok, atravesando las puertas del palacio cabizbajos. La marcha de la comitiva era sombría y fúnebre. Escoltaban un ataúd.
La noticia de la muerte de Hyunjin cayó sobre el campamento de los Koryanos como una flecha envenenada. El príncipe se había ganado el cariño de todos, tanto Koryanos como Kaesonginos, debido a sus labores como médico y muchos habían aprendido a quererlo y respetarlo.
Jimin fue el más afectado con la noticia. Tuvo un ataque de nervios tras escuchar a un soldado trayendo la noticia desde palacio, y solo fue tras una larga plática con el príncipe Hyung Nil, que volvió a recuperar el aplomo perdido, volviendo a concentrarse en sus planes.
Taehyung se había puesto al frente de los ejércitos, conservando por supuesto su estricto anonimato, logrando que la gente lo obedeciera gracias a Hyung Nil, quien previamente lo autorizó frente a los suyos como suplente de Namjoon, quien estaba de luto.
Jungkook, desde su tienda, aún sin salir afuera por temor a que el frío le hiciese daño y le abriera la herida, lo veía dar órdenes y liderar a los uniformados sin saber su identidad. No tenía duda de que se trataba del mismo hombre que le había salvado la vida el día del banquete de su boda, sin embargo, en el fondo de su corazón, había algo en la forma de actuar de ese sujeto que le recordaba mucho a Taehyung. Sus expresiones, su forma de dirigir los regimientos, eran muy parecidas a las de su príncipe, pensaba mientras le veía pasar lista de sus hombres a lomo de caballo.
Era demasiado inquietante.
Sacudió la cabeza apartando esos recuerdos y volvió a meterse por completo dentro de la tienda. Quizás sólo era la añoranza de su amor perdido lo que le hacía alucinar. Tocó su vientre y lloró, como hasta el momento no lo había hecho.
Tal vez era el hecho de que el nacimiento de su hijo se acercaba, lo que lo tenía tan sentimental, pero deseaba tenerlo cerca de él. Estaba consciente de que ahora era un hombre casado y que ya no podía romper su nueva promesa, sin embargo deseaba verlo de nuevo aunque fuese solo en la distancia. Pensar en una vida lejos de él era desgarrador, la penitencia de vivir sin su ser amado, era mucho más cruel que una vida en soledad.
Mientras Jungkook se deshacía en aquellos melancólicos pensamientos; afuera Taehyung terminó de contabilizar al ejército. No sabía en esos momentos que él rey había recobrado la conciencia aunque de saberlo no hubiese podido presentarse ante él debido a la advertencia de Hyung Nil, quien le dejó claro que sólo podría hacerlo una vez que encontrara el libro de la Diosas y lo tuviera en su poder.
Se sentía tan desesperado por revelarse en presencia de su amado, decirle que estaba vivo, que lucharía por él y que esta vez no se apartaría de su lado, que la desesperación a veces no lo dejaba ni pensar. No le importaba en lo absoluto que ahora fuese un hombre casado. Ya antes había pasado por encima de su voto de castidad y no se detendría por uno de fidelidad a un hombre que sabía que ya no amaba.
¿No lo amaba? ¿Estaba seguro de eso?
Taehyung arrugó el ceño. Sí, estaba seguro de eso. Jungkook ya no amaba a Jin Goo, al menos ya no como hombre. Aquel pensamiento le hacía sentirse incomodo porque lo respetaba, pero también sabía que Jungkook había sido suyo primero y que si se había casado con él, sólo lo hizo movido por las circunstancias, las cuales, además, jugarían a su favor, pues estaba de por medio el hijo que esperaban y del cual no pensaba separarse.
Con estos pensamientos terminó de dar las órdenes sobre los combates del día y se apresuró en volver a su carpa. No había recorrido ni dos metros, cuando un soldado se acercó hasta él a toda prisa y colocó frente a sus ojos un sobre lacrado. El hombre venía de los lados de la frontera con una magnífica noticia. La mejor noticia de todas.
—Hemos capturado a Hyo Seop, mi señor. Lo tenemos en el campamento que está al este. Llegará antes del anochecer para que usted y el príncipe Hyung Nil decidan su suerte.
Taehyung sonrió casi resoplando de gusto. ¡Por supuesto que decidirían la suerte de ese miserable! Lo harían sin miramientos o compasión y teniendo en cuenta lo que habían preparado para él, lo que menos tendría ese monstruo sería suerte.
El rio Han, dejó de llamarse así desde aquellos días. Estaba ubicado justo sobre las faldas de la fortaleza de Joseon pero no era el rio que abastecía la aldea, sólo estaba allí, como esperando el día en que el destino decidiría convertirlo en un rio maldito.
Los Yurchianos que prestaban guardia fuera de las murallas, jamás pensaron que las orillas de aquel río serian su tumba.
Jimin caminó entre la maleza cubriendo su nariz del rancio aroma de la putrefacción. “Los cuerpos envenenados no olían bien para nada”, pensaba mientras los esquivaba. Le habría encantado poder matarlos a todos a mano limpia como las ratas que eran, pero desafortunadamente no había tiempo ni hombres para aquella labor.
Cuando entraran a Joseon, los Yurchianos los triplicarían en número, así que en pro de conservar la mayor cantidad posible de soldados para luchar, escogieron otro método para eliminar a los enemigos que estaban afuera: envenenar el rio.
La estricnina había sido su mortal aliado, el elegido para acabar con la vida de los Yurchianos. Un letal y potente veneno extraído de la raíz de una planta esteparia.
Había sido precisamente Hyunjin quien le hablara de ella a Jimin durante la última conversación que habían tenido. Le enseñó sobre sus usos mortales, los efectos que causaba, su preparación y el modo de extraer el veneno sin morir en el intento. El rey consorte de Jaén, sonreía con cada cuerpo caido, lo consideraba un tributo a Hyunjin; sentía que desde el más allá, con sus conocimientos, el fallecido príncipe vengaba su propia muerte.
Ante sus pensamientos, sintió un escalofrío. ¿Acaso había alguien más culpable de la muerte de Hyunjin que él? ¿No había sido justamente él quien le había guiado a su trágico destino? ¿No merecía estar allí también tirado, muerto o agonizante? Una lágrima resbaló por su mejilla.
Le causaría un gran dolor a Yoongi. La vida le había hecho cobrarle por su afrenta cuando ya no quería hacerlo.
La vida, era tan cruel, tan sarcástica y despiadada. Las Diosas eran ¿Protectoras o verdugos? Se preguntaba diariamente.
Miró el siguiente cuerpo a sus pies... no era Yurchiano. Era un doncel Joseoneano, en apariencia, estaba embarazado. Se veía reseco, con una brillante cabellera negra que parecía ser lo único que aún guardaba vida; sus ojos estaban abiertos y opacos, mirando hacía la nada.
—Asi es la vida, siempre hay inocentes pagando por pecadores —susurró antes de volver al caballo. Hyung Nil lo esperaba.
Con el ejercito Yurchiano reducido casi al número de sus hombres, la batalla estaría ganada en cuestión de horas.
—No puedo creer que esto haya resultado —dijo el príncipe Kaesongino bajando su capa. —Es increible.
—Lo es —Jimin sonrió recordando como Hyung Nil se las había apañado para llevar a aquellos hombres hasta las orillas del rio. Según le contó, había enviado un pequeño puñado de hombres muy veloces que recorrieron un gran perimetro lanzando flechas en todas las direcciones para hacer creer al enemigo que un ejército gigantesco se acercaba. Cuando los Yurchianos llegaron hasta el rio, sedientos y cansados por la ineficaz búsqueda, cayeron en aquella telaraña de forma irremediable.
—Fue una trampa magnifica, me has sorprendido —reconoció Jimin.
—Lo leí en un libro de batallas épicas —Hyung Nil sonrió como niño travieso, como hacía muchos días no lo hacía, —unas epopeyas antiquísimas anteriores al Gran Pacto.
—Por supuesto. Todas las grandes batallas fueron antes del gran pacto. Me pregunto ahora si el Gran Pacto fue algo bueno. Tal vez dejar tantos rencores, acumularse durante siglos fuese algo contraproducente.
—¿Entonces, piensas que las guerras son buenas? —preguntó Hyung Nil acomodándose un paso por delante de Jimin en su caballo para mirarlo fijamente.
—No, —Jimin negó con la cabeza, —no creo que las guerras sean buenas, hay demasiada muerte en ellas. Pero también es cierto que acumular odio no trae bien a nadie. Las guerras no son buenas, sólo son inevitables. Porque hay odios que no pueden apagarse, afrentas que no pueden perdonarse, y cuando estallan son como un voraz incendió que no se puede sofocar, y lo devora todo hasta que está satisfecho.
—¿Hablas por ti?
—Hablo por mi —asintió.
—Y hablo por ti también —aseguró colocando su mano sobre el pecho de Hyung Nil. —Dime si no hay un fuego ahora ardiendo aquí —le preguntó señalando su corazón. —Un fuego que quiere quemar.
—En mi corazón arden muchos fuegos —confesó el príncipe casi con agonía,
—pero el principal es ese que me está quemando desde el primer día en que te vi.
—Con que, ese fuego, ¿eh? —susurró Jimin y luego lo miró en silencio. En ese momento no se sintió incomodo. Todo lo contrario, le hubiese gustado corresponderle ese sentimiento, no dejarle solo con aquel amor. Pensando así, se acercó entonces, pegando ambas monturas y de un tirón de las solapas de su camisa, lo atrajo hasta él.
Jimin lo besó como un doncel que besa a su prometido en una cita clandestina; con la misma pasión, con la misma entrega. Sería lo único que le daria, pero se lo daría bien. Hyung Nil merecía más que un beso, pero la vida era asi, injusta.
Hyung Nil lo estrechó aún más al sentirlo así de cerca. El contacto que por tanto tiempo había deseado estaba sucediendo en medio de descomposición, pestilencia, ruinas y muerte. “Tal vez no existiese mejor escenario que aquél, para el beso prohibido de un amor imposible”, pensó en aquel momento. El beso moribundo de un amor que nunca se consumaría.
Cuando se separaron y lo miró a los ojos, Hyung Nil supo que jamás sería suyo, pero pese a ello, él lo amaría para siempre.
—Te amo como nunca he amado, príncipe Jimin, y como ya no amaré jamás —le confesó aún con su aliento sobre la otra boca.
—Es precisamente por eso por lo que no debes amarme, —dijo el doncel apartándose lentamente.
—Porque ya no soy el príncipe Jimin, ahora soy el rey consorte de Jaén.
Desde el mismo momento en que Yoongi vio el féretro de Hyunjin perderse tras aquella bóveda rocosa, acondicionada para él sobre aquel acantilado, de inmediato supo también, qué haría con Hyo Seop cuando lo tuviera de nuevo frente a él.
Respiraba, caminaba, se movia, hablaba incluso; pero ya no estaba allí. Cuando había bajado el día anterior a recibir a la comitiva de Koryo, y Namjoon le había entregado el cuerpo amortajado de su hermano, mismo que sólo parecía dormido gracias a las destrezas fúnebres de Seokjin, supo que él también acababa de morir. Sentía que caía cada vez más en un agujero sin fin y sin retorno.
Namjoon sintió verdadera pena por él al verle.
Durante el velorio en la cámara fúnebre, Yoongi no se despegó ni por un segundo del cuerpo. Lo contemplaba casi con veneración, como si el cuerpo sin vida de su hermano fuera el de una de las Diosas.
Ahora se encontraban a siete metros de profundidad en una cámara subterránea, muy húmeda y fría. Hyunjin no podia ser velado en el templo, ni enterrado en el palacio, pues no había sido un rey ni un heredero en primera línea del linaje. Así que solo quedaba para su despedida aquella bóveda gigante de piedra, tan fría y tan sola.
Los nobles cuchicheaban, se preguntaban sobre las causas de aquella prematura muerte y también sobre el hijo dejado por Hyunjin. ¿Sería aquel pequeño el heredero de Koryo ahora que el príncipe Taehyung estaba muerto? ¿Sería también el heredero de Jaén ante la desidia de sus reyes por producir descendencia?
El sacerdote se acercó a Yoongi para preguntarle sobre un detalle que aún no tenía claro. Los nobles guardaron silencio y todo el personal se crispó.
—Su Majestad —dijo el sacerdote en tono bajo, bajándose la capucha.
—Perdóneme que le interrumpa en su doloroso recogimiento, pero debo aclarar algo.
Yoongi no respondió nada. Tal vez ni siquiera lo oyó.
—Majestad, —repitió el anciano, —perdóneme, pero ¿Qué decisión ha tomado sobre el cuerpo? ¿Vamos a quemarlo?
El sacerdote se refería a la nueva ley Jaeniana que decía, que debido a la peste dejada por el huracán, se ordenaba incinerar a todos los muertos. Sin embargo, al escuchar aquello, Namjoon, que estaba frente a Yoongi, saltó horrorizado. ¡No iba a permitir que le hicieran eso a su encanto por nada del mundo! ¡De ninguna forma lo iba a permitir!
—¡No! —gritó espantando a los demás presentes con su voz aumentada por el eco. —¡No lo permitiré! ¡De ninguna forma harán eso!
—¡Hijo, por favor contrólate! —pidió Woo Seok sujetándolo a pesar de que a él también le espantaba la idea.
—¡No pueden hacer eso! ¡No pueden quemar a mi encanto! Mis padres se volvieron polvo en el fuego y no tengo una tumba para rezarles. Quiero una tumba donde llorar al amor de mi vida, quiero una tumba que enseñarle a nuestro hijo.
Entonces, en ese instante, con la mención del niño, Yoongi por fin pareció reaccionar. Su rostro se alzó como salido de un largo letargo y con interés, sus ojos se posaron directamente sobre Namjoon.
—El niño, —susurró suavemente resoplando un poco. —¿Tuvo al niño? ¿El niño vive?
—Así es. —Confirmó Namjoon. —El niño vive, pero nació prematuro y está muy frágil. Ese fue el motivo por el que no lo traje conmigo. Su nombre es Soobin y es un varón, te lo presentaré cuando sea más fuerte. Por favor, no quemes el cuerpo de su madre.
—Debe ser bautizado en Jaén —respondió Yoongi concentrando toda su atención en el niño.
—Aunque no lo creas, Hyunjin era muy escrupuloso con cumplir los ritos y las tradiciones. Quería que sus hijos fueran educados bajo sus costumbres. Ese siempre fue su mayor temor al pensar en casarse con extranjeros, ver a sus hijos criándose bajo otra cultura.
—Lo sé. —Namjoon se acercó al cuerpo y miró el rostro tranquilo y bello, de aquél que en vida fuera su esposo, con los cabellos escondidos bajo la mortaja.
—Consagraré al niño a Ditzha así como lo estaba Hyunjin —confirmó finalmente. —Lo educaré bajo las tradiciones de Jaén, aunque viva en Koryo, hablará su lengua y tendrá sus mismas creencias. Tal como mi encanto lo quería.
—Hyunjin amaba a Jaén —dijo Yoongi con un hilo de voz. Como si estuviese también a punto de morir. —No pudo volver a ver el mar que tanto amaba —jadeó, —murió solo, en un reino extraño. Lo abandoné, abandoné a mi niño.
—Hyunjin nunca se sintió abandonado, —le consoló Namjoon. —Él te amaba más que a nada.
—Lo obligué a casarse contigo aunque él amaba a Taehyung —se reprochó Yoongi.
—¡Eso no es verdad! —intervino Woo Seok sorprendiendo a los demás. —Hyunjin no se casó obligado con mi hijo, él estaba muy feliz el día de su boda. Te lo juro.
—¿No me engaña?
Woo Seok negó con la cabeza. A su mente llegó la imagen del día de la boda. Recordaba perfectamente lo brillante y contento que lucía el doncel. Era como un lucero brillante en medio de una noche oscura. Estaba radiante.
—Hyunjin fue muy feliz en Koryo —sollozó el rey consorte con los ojos llenos de lágrimas y el corazón roido por los recuerdos.
—Nunca fue más feliz en su vida que en los meses que vivió con Namjoon en Koryo.
Yoongi volteó a mirar a Namjoon. Cuanto se había equivocado en sus juicios pasados. Aquel hombre era un noble innato. Tal vez no llevara sangre real y ni siquiera tuviese un título nobiliario anterior a su adopción, pero tenía el espíritu y el corazón de un rey.
—Gracias Namjoon, gracias por hacer feliz a mi hermano —dijo entonces quitándose su anillo real para colocarlo en el dedo índice del otro varón.
—Hyunjin merecía este anillo más que yo. Murió como un héroe. Quiero que lo tengas hasta que su hijo tenga la mayoría de edad.
—Yoongi, no es necesario.
—Quiero dárselo —replicó Yoongi sin dejar terminar a Namjoon. —Y no sólo este anillo. Le daré mi reino entero, sera el rey de Jaén, Jimin y yo lo queremos así.
Namjoon abrió los ojos casi espantado. Yoongi estaba nombrando a su hijo, príncipe heredero de Jaén con ese gesto. Entonces ¿Los hijos de Jimin qué?
—Yoongi —le interrumpió, con voz dubitativa. —No estás pensando bien, estás alterado ¿Qué pasará con tus hijos?
—Mi único hijo está perdido —contesto Yoongi pensando en la desaparición de Seonghwa. Namjoon tragó saliva al pensar en que él mismo le había ayudado a huir y ahora no tenía ni idea del paradero de ambos. Hacía días había desaparecido del campamento sin dejar rastro, según le informó Taehyung.
—Podría aparecer —dijo el Koryano.
—No va a aparecer —intuyó Yoongi lanzando un suspiro. —Tal vez eso sea lo mejor para él, este mundo en el que vivimos no es tan hermoso como los lujos que nos rodean. Creo que tú mejor que nadie lo sabes.
—Aun así. ¿Qué pasará con Jimin? ¿No piensas tener hijos con él?
—¡No pienso tener más hijos! —Yoongi se exaltó, finalmente rompiendo en llanto. —Mi pequeño Hyunjin fue mi único hijo y, por las Diosas ¡Qué mal padre fui!
—No seas tan cruel contigo mismo.
—No soy cruel, soy sincero. ¡Si tú supieras!
—Yo lo sé, —contestó Namjoon creyendo que a lo que se refería, era a los maltratos que Hyunjin sufrió por parte de su padre, pero Yoongi no se refería a eso en lo absoluto.
El rey Jaeniano comenzó a llorar, él se referia a su traición, a la colaboración que prestó a los Yurchianos días atrás para intentar robar a su hermano. Se sintió tan sucio, tan miserable como una rata, pero sin embargo no dijo nada.
Callaría su delito por el momento. Quería tener tiempo para entrevistarse con su mamá de nuevo. Luego confesaría todo y se pondría a disposición de Namjoon. Sabía que éste le cortaría la cabeza cuando se enterara, pero sinceramente eso ya no le importaba.
Llorando aún, tomó entre sus manos la ovalada carita, pálida y serena de su hermano y le besó la frente. Ya no importaba lo que pasara después con él, de todas formas ya se sentía más muerto que el mismo Hyunjin.
—Majestad ¿Qué ha decidido entonces? —preguntó de nuevo el sacerdote volviendo a acercarse. Debía realizar los ritos fúnebres finales.
—El cuerpo se quedará aquí, frente al mar —respondió Yoongi. —Para que el espíritu de Hyunjin permanezca cerca de las aguas, cerca al océano que tanto amaba.
—Perfecto, Majestad —dijo el anciano sacerdote y entonces regó sobre el cuerpo del fallecido príncipe, un perfumado aceite, e inmediatamente después, empezó a entonar, en tono melancólico, un triste estribillo en la lengua de Jaén.
Los presentes lo corearon con excepción de los Koryanos que no conocían el idioma. En aquel momento, Woo Seok no pudo evitar empezar a llorar y Namjoon lo abrazó, intentando consolar su pena.
A pocos pasos de ellos, el duque Jung Do de Ladrhis, el eterno rival de Hyunjin, aquel a quien le sirviera, años atrás, un pastel hecho de piojos, lloraba también con genuina desolación. En el fondo, su enemistad sólo había sido un juego de niños solitarios.
Al cese del canto, el sacerdote bendijo al difunto, colocándole su reloj de cristal entre las manos a pedido de Namjoon. Los nobles comenzaron a partir en silencio, debían subir más de quinientos escalones antes de volver a la superficie. Al final sólo quedaron Yoongi, Namjoon, Woo Seok y Jin Goo junto al cuerpo. Este último colocó una mano sobre el hombro de su hijo.
—Debo volver a Joseon, tengo cosas que hacer allá —susurró a modo de disculpa por abandonarle en un momento así. Yoongi volteó a mirarlo y tomó aquella mano entre las suyas, besó el anillo real que Jin Goo llevaba en su dedo y le sonrió.
—Gracias padre —sollozó con lagrimas en los ojos. Su presentimiento de que aquella sería la última vez que lo vería se hacía cada vez más inminente. Jin Goo asintió y partió calladamente sin mirar atrás. Tal como Yoongi lo presentía, nunca más se volvieron a ver.
Mientras tanto, Namjoon se acercó por última vez al cuerpo de Hyunjin. Intentó guardar todo en su memoria, aunque sabía que el tiempo irremediablemente acabaría por robarle algunos detalles. ¿Pasaría lo mismo con sus sentimientos? ¿Terminaría su gran amor perdido entre las brumas del tiempo y la memoria?
Recordó entonces el día que lo conoció y su alma le dio la respuesta. ¡No! Por mas años que pasaran, por mas recuerdos que perdiera, en su alma no se agotaría aquel amor. Lo guardaría en su mente y en su espíritu hasta que las Diosas le permitieran volver a encontrarse con su amado; lo recordaria siempre cada vez que viera a su hijo.
—Guardare este sentimiento hasta el día en que nos volvamos a ver encanto —le dijo por última vez al cuerpo inerte de su esposo, antes de cubrirlo de nuevo con el velo. —Sólo espera por mí.
Entonces, los tres varones hicieron una caballerosa reverencia hacia el que fuese en vida un respetable doncel y salieron todos de aquella cripta para siempre. Una enorme piedra bloqueó la entrada con miras hacia el mar. Las aguas estaban calmas y tranquilas aquel día, como si el espíritu de Hyunjin, por fin en paz, las llenara de mansedumbre.
El ataque fue frontal, sin más tretas ni trucos. Sólo eran un ejército mixto formado por Jaenianos, Kaesonginos, Koryanos y Joseoneanos dispuestos a sacar a patadas a aquellos invasores.
Las murallas no eran un problema, las conocían gracias a los mapas que Jimin había estudiado con severa disciplina, esa que jamás tuvo para sus estudios tiempo atrás, surcar aquellos muros de piedra y encontrar los pasajes secretos que conducian al castillo fue tarea fácil.
Los Yurchianos ya se lo presentían desde el día anterior, tras notar que los soldados que habían mandado a luchar cerca al río Han, no habían regresado. Por eso se prepararon con todo su arsenal en espera del ataque, dando como resultado una batalla de proporciones épicas.
Desde lo alto de las torres, los Yurchianos comenzaron a atacar. Subieron el puente a toda prisa pero para aquel momento casi todos sus enemigos habían cruzado hacía el lado de ellos.
Jimin estaba cerca de Hyung Nil, cabalgando en subida mientras se encontraban a su paso con el caos de los aldeanos que horrorizados bajaban la montaña en caida libre. Algunos desafortunados caían por los barrancos, precipitándose cuesta abajo; en especial aquellos que llevaban niños a cuestas.
—¡Hay que ir a la fosa! —gritó Jimin a todo pulmón, cabalgando contra la marea humana que bajaba a prisa, tratando de no pisarlos con su caballo.
—¿La fosa? —preguntó Hyung Nil.
—Así es —afirmó Jimin.
—La fosa tiene un túnel que lleva directo a los jardines del palacio. Una vez allí será más fácil ir hasta arriba. Si nos apoderamos de las torres, la batalla será nuestra.
—Muy bien —convino el Kaesongino. —Vayamos allí.
Asintiendo, Jimin giró su cabalgadura a toda prisa cambiando abruptamente de dirección. Recorrió el estrecho pasaje hasta la fosa con agilidad, escoltado por Hyung Nil y un grueso sequito de soldados muy bien armados.
Con agilidad se abrieron paso entre una línea horizontal de Yurchianos que los esperaban, armados con lanzas en toda una esquina. Un tercio de los soldados, que guiaba Jimin, quedó ensartado en los filos de las armas enemigas, pero los que quedaron vivos dieron lucha en el combate espada contra espada.
En ese momento se escuchó un estrepito, cerca del puente. Al parecer, algo se estaba empezando a quemar, aunque desde allí era difícil tanto para Hyung Nil como para Jimin, saber qué era. Realmente esperaban que aquello no les impidiera volver a bajar el puente, para una vez recuperado el palacio , le pudiese permitir la entrada a otro grupo de soldados que venían en camino, así que siguieron avanzando sin volver a mirar atrás y un rato después, ya cerca de la fosa, Jimin sacó su espada y se dispuso a entrar en combate.
Era hora de empezar a matar, empezar a derramar la sangre que esos desgraciados le habían hecho derramar a su hermano y a tantos otros inocentes. Que no lo fueran a menospreciar los enemigos al verlo doncel y liviano; en ese momento su deseo de venganza le estaba proporcionando las fuerzas que necesitaba para medirse con cualquier varón, tanto en lo mental como en lo físico.
Cabalgando mas a prisa, incluso alejándose peligrosamente de Hyung Nil, llegó hasta la fosa. Esta lucía oscura y llena de neblina, parecía también muy profunda y fría, una verdadera trampa mortal. Caer en ella sería el fin, pues sus aguas procedentes de una inmensa laguna que bordeaba el castillo, eran en ese momento, como cientos de cuchillos filosos.
Tembló.
Se veía tan bella aquella noche, como si fuese perfecta para morir. Era tan espectacular aquel cielo estrellado de Joseon, estaba iluminado por una brillante luna que se reflejaba gloriosa en las heladas aguas de la fosa.
Entonces, de repente, un grito lo sacó de sus pensamientos. Jimin apartó su caballo hacia la derecha, quedando peligrosamente cerca del borde límite de la montaña. Desde su incómoda posición pudo ver cómo su caballo desprendía algunas piedras buscando de nuevo el equilibrio.
Como tenía que salir de allí, sí o sí, giró rápidamente su corcel, arriesgándose a ser cortado a la mitad, al pasar por entre dos de los Yurchianos que lo acorralaban. Aquel par de hombres, sin embargo, no parecían preparados para ese movimiento ya que al ver la silueta del doncel pasar entre ellos se quedaron tan abrumados que Jimin aprovechó aquella duda para volarle la cabeza al que lo flanqueaba desde la izquierda.
—Será mejor que abran bien los ojos —le aconsejó sonriente al que quedó en pie de lucha. Sin embargo, no tuvo tiempo de seguir celebrando su triunfo, pues un tercer soldado, bastante robusto y fornido, se abalanzó sobre él. Interpuso su espada ante el ataque; lo bloqueó perfectamente pese a la tremenda fuerza de aquel otro hombre. Su caballo era de gran ayuda porque tenía unas patas muy resistentes y era dificil hacerle ceder terreno. Dio un pequeño giro de nuevo y esta vez fue su oponente quien quedó bordeando el filo del barranco.
Estaban luchando con todas sus fuerzas, casi conseguía que un varón tuviese que emplear todas sus fuerzas a fondo con él, que era solo un doncel, y eso lo hacía sentirse orgulloso. Jamás pensó tener a un hombre como aquel, acorralado de aquella manera. El tipo trataba de huir de sus ataques con verdadero esfuerzo, tenía todos los músculos tensos como arcos.
—No moriré esta noche —dijo Jimin azuzando a su caballo para que embistiera. El animal dudó al principio, pero luego de un par de zancadas en sus flancos obedeció. El Yurchiano y su caballo no lograron evitar el ataque y cayeron estrepitosamente al agua. Jimin logró frenar rápidamente antes de correr la misma suerte que su enemigo pero no le alcanzaron los reflejos para evitar la lanza que se clavó en su hombro y que le hizo lanzar un grito feroz en mitad de la noche.
—¡Jimin! —gritó Hyung Nil al verle herido yendo presto en su ayuda. Rápidamente se deshizo de los otros dos Yurchianos que quedaban en su camino y llegó hasta su lado.
—Déjame ver esa herida —pidió tomándolo para pasarlo hasta su caballo, revisándolo bien.
—Estoy bien. Sólo es un rasguño —le tranquilizó dejándose atender.
—No debí dejarte venir aquí —se recriminó Hyung Nil, sin perder de vista la herida. —¡No es una batalla para ti! Namjoon va a matarme si algo te pasa.
—¡Namjoon no es mi padre! —se quejó Jimin apartando con rabia las manos de Hyung Nil. —Tú tampoco lo eres. Nadie puede evitar que este aquí vengando la muerte de mi hermano. Tú y yo somos iguales, tenemos la misma sed de sangre.
Ante aquel argumento, Hyung Nil solo pudo resoplar. Era cierto. Jimin lo estaba haciendo fantásticamente bien y si habia resultado herido sólo era por gajes del oficio. Sin querer replicarle, se soltó a prisa una tira de su uniforme e improvisó una venda para la herida del muchacho. Jimin se dejó hacer sin poner trabas y se ajustó la camisa una vez curado.
—Esto controlará el sangrado pero apenas tengamos tiempo hay que cauterizarte eso, ya sabes, con un hierro caliente para que no se infecte.
—Ya lo sé —dijo Jimin haciendo un puchero pero de inmediato tiró de su caballo y regresó a él, volviendo a tomar su espada. —El túnel de la fosa está detrás de aquellos matorrales —dijo un momento después, señalando el lugar. —Llama a tu tropa.
—Muy bien. —Hyung Nil asintió dispuesto a volver en busca de sus hombres, pero justo en aquel momento, los responsables del incendio que habían visto momentos antes, aparecieron frente a ellos.
Era un ejército inmenso, increiblemente organizado y tan letal que se movía con la velocidad y la violencia de una tempestad. Jimin y Hyung Nil no sabían exactamente de quiénes se trataban hasta que se dieron cuenta que eran aliados y que estaban eliminando a los Yurchianos con una potencia espeluznante.
—¡Por las Diosas! —exclamó Jimin al reconocer al líder.
Era extraño.
Estaba feliz de verlo pero al mismo tiempo se daba cuenta de que su intención de tomarse Joseon se podía ir al carajo con la llegada de aquel hombre. Tal vez retomaran el control pero aquel ejercito no les permitiría a los Koryanos, convertirse en los nuevos invasores.
—Es, Yeo Jin Goo—susurró Jimin con una mezcla de admiración y pesar. La presencia de aquel hombre solo podía significar que el rey Jungkook se había enterado de su plan de liberar a Joseon para quedarse con el reino y eso le divertía y asustaba a la vez. Hyung Nil se colocó a su lado con el mismo pensamiento y luego de un rato de análisis decidió poner en alto sus ideas.
—Es demasiada coincidencia que haya decidido recuperar Joseon, el mismo día que nosotros —comentó viendo a aquel hombre izar en su mano la bandera con el escudo de armas Joseoneano, entre bramidos de guerra.
Jimin resopló.
—No es una coincidencia. De alguna manera Jungkook tuvo acceso a nuestros planes.
—Y mandó a su marido, a asegurarse de que no nos apoderemos de Joseon —concluyó Hyung Nil.
—¿Ahora que haremos? —preguntó como si creyera que todo acababa allí.
—¿Expulsamos a los Yurchianos y listo?
Aquel gesto de resignación de parte de Hyung Nil fastidió más a Jimin. Si ese maldito de Jungkook, pensaba que él se resignaría así como así a dejar sus planes de lado, si pensaba que le iba a tener miedo a Jin Goo y a un ejército más reducido que el suyo, se equivocaba. Ni Jin Goo, ni Hyo Seop, ni el mismísimo Jungkook lo harian dejar a un lado su venganza. Ni las Diosas mismas lo harian ceder.
Dio de nuevo media vuelta en su caballo y volvió a mirar los matorrales donde se hallaba el túnel secreto hacia las torres. Luego miró a Hyung Nil con una determinación inquebrantable y alzó su espada.
—¡Nos tomaremos Joseon! —gritó a todo pulmón como si fuese un juramento. —¡No nos rendiremos! ¡Jungkook será nuestro esclavo y su pueblo nuestros vasallos! ¡A partir de mañana todas estas tierras seran parte de Koryo! ¡Por Johary que así será!
Continuará...
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