Lluvia de fuego

El rey  Jung Hyung recorría de un extremo a otro el salón donde se hallaba. Sus botas repiqueteaban en la piedra del suelo mientras la brisa que entraba por la ventana mecía unos cuantos documentos que se encontraban sobre su mesa. Aquél salón funcionaba como su oficina principal; era el sitio donde presidia reuniones poco importantes o muy intimas. La que se estaba teniendo en ese momento pertenecía al segundo grupo.  

Jimin y Yoongi se hallaban frente a él. Cuando la comitiva de Jaén había arribado por completo al castillo, el rey había pedido que condujeran al príncipe directamente a su presencia; también dio la misma orden a su hijo menor, y de esta manera los tres habían terminado en aquella situación.

Jung Hyung no sabía que pensar de todo aquello. No sabía cómo había sido posible que Jimin hubiese terminado enredado con ese hombre, con el príncipe Yoongi de Jaén y que lo confesara tan descaradamente.

Durante los años que lo mantuvo lejos del palacio, el jovencito se le había convertido en un desconocido y en el fondo de su corazón, incluso, llegó a tener las mismas dudas que el pueblo, pensando que quizás si fuese verdad que el chico sostenía una relación con Namjoon. Sin embargo, tales dudas se disiparon rápidamente cuando Namjoon mismo le juró que para él, Jimin era un hermano, y que respetaba demasiado a su rey y padre para ofenderlo de tal manera.

Pero Namjoon y Taehyung eran harina de otro costal, eran varones y amantes del honor. Los donceles no. Para el rey Jung Hyung, los donceles no eran seres de fiar; las Diosas los había creados tan crueles como bellos con el fin de embrujar, de esparcir su perfume hechizante tal como lo hacían algunos insectos, para luego de atraer a sus parejas, enterrarles el aguijón por la espalda y conducirlos a una muerte segura.

Justamente eso era Jimin ante sus ojos, un doncel igual a todos y lo estaba demostrando. Ni siquiera el ser un doncel real le había hecho abandonar su verdadera naturaleza. Era solo cuestión de tiempo para que pesaran más en él los instintos que la corona.

—¿Desde cuándo se están viendo a mis espaldas? —La primera pregunta de Jung Hyung coincidió con un gran relámpago que iluminó la habitación. Desde hacía un rato unos inmensos nubarrones habían caído sobre Koryo, y una fuerte tormenta se avecinaba.

Yoongi miró confundido a Jimin, pero este estaba demasiado concentrado en los tallados de la silla de su padre. Miró entonces al rey Jung Hyung y este se paró frente a él, indignado.

—Mi hijo —señaló a Jimin con un movimiento de cabeza, —acaba de rechazar un enlace matrimonial fabuloso con el reino con el que mejor relaciones tenemos, y todo porque dice estar enamorado de usted, alteza.

—¡¿Qué?! —Los ojos de Yoongi se abrieron como platos. ¿Qué era lo que estaba pasando allí? ¿Era acaso una broma? ¿Cómo era posible que Jimin hubiese dicho eso? ¡No entendía nada!

Volvió la vista a él, buscando una explicación, pero ahora este sollozaba con la mirada en el suelo.

Lucía desesperado.

—Pa... padre...

—¡Su hijo y yo nos amamos, Majestad! —Tal vez no tuviese ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero fuese lo que fuese, aquello parecía una oportunidad única que le daban las Diosas y no iba a desaprovecharla. —Jimin y yo llevamos viéndonos hace un tiempo —mintió siguiendo el hilo de aquel juego, —y hoy me he presentado justamente aquí para pedir su mano en matrimonio. Quiero casarme con su hijo, majestad —remató.

Los ojos de Jimin se desprendieron del suelo y consternados se clavaron sobre el Jaeniano. Pero... ¿Qué locuras estaba diciendo ese hombre? ¿Qué estaba tratando de hacer? No hubo tiempo para responder a aquellas cuestiones. Jung Hyung había vuelto su vista a Yoongi, interrogante.

—¡Quiero saber desde cuando se están viendo! —ordenó, con un brillo de furia en sus ojos. 
—¡¿Quiero saber desde cuando se burlan de mí?!

—Jimin y yo llevamos amándonos desde hace mucho tiempo majestad —respondió, se podía decir que estaba acostumbrándose y gustándole aquel juego.
— Nos vemos desde la época en que él vivía lejos de palacio.

—¡¿Cómo?! ¡¿Tanto tiempo?! —Las manos de Jung Hyung se crisparon de la ira. —¡¿Namjoon sabía sobre esto?! —preguntó furioso.

—¡No! —Jimin salió de su mutismo al oír el nombre de su hermano. —¡Namjoon no tiene nada que ver con esto! —aseguró, con los ojos llenos de lágrimas. —¡El no sabía nada! ¡Lo juro!

—Lo creo. —Jung Hyung dio un rodeo por el salón mirando a ambos jóvenes. —Namjoon jamás me traicionaría. Parece más hijo mío que tú. —Sus pasos se dirigieron hasta su hijo menor. Lo tomó del mentón mirándolo fijamente. Sus ojos lo escrutaron tan exhaustivamente que Jimin pensó que podía leerle los pensamientos. —Quiero saber si te has entregado ya a este hombre —inquirió luego, de forma amenazante. —Quiero saber si le has permitido que te toque ¡Y quiero saber la verdad!

Jimin bajó la mirada, avergonzado. Podía mentir pero de nada le serviría; su padre sería capaz incluso de mandar a torturar al médico con tal de obtener la verdad. Entre sollozos buscó las palabras que mejor adornaran aquello, pero no las encontró.

—No soy virgen, padre. —Fue lo que terminaron soltando sus labios. —No lo soy...

—¡Desvergonzado! —La mano de Jung Hyung se alzó contra su hijo llena de rabia. El inminente golpe hizo a Jimin apretar fuerte sus ojos y esperar por la bofetada.

Pero el golpe nunca llegó.

Cuando el príncipe abrió de nuevo sus ojos, la mano de Yoongi sujetaba el brazo de su padre y los ojos del rey no daban crédito a lo que pasaba.

—Pero... ¿Qué?

—No permitire que lo golpee, majestad —dijo Yoongi en un susurro tan ronco que pareció más una orden. —Jimin podrá ser su hijo y usted podrá ser el rey de este lugar, pero a partir de hoy no dejaré que nadie lo toque.

No supo porqué, pero aquella resolución en sus ojos, le gustó mucho al rey. Por un momento, por una pequeña fracción de segundo, casi que pudo notar la mirada de Hyo Seop, su difunto madre, reflejada en los ojos de su primogénito; esa resolución a la hora de actuar y ese carácter temperamental que tan bien recordaba. Con una media sonrisa bajó su mano y Yoongi lo soltó.

—Está bien —dijo, acérrimo. —Se fijara el compromiso; hablaras con tu padre y le dirás que venga a hablar conmigo...

—Mi padre no vendrá a Koryo y usted sabe la razón, majestad —replicó Yoongi.

—Entonces yo iré a Jaén.

—Será mejor que no lo haga...

—¡Entonces vendrás de nuevo tú, a fijar la maldita fecha! —se encolerizó, resoplando. —No se preocupen por los Kaesonginos —apunto luego con más calma. —Yo me excusaré con ellos y calmare el enojo del príncipe Hyung Nil, le ofreceré otra alianza con algún otro doncel de la corte. ¡Las Diosas quieran que esta locura termine bien y que no haya ningún derramamiento de sangre! —remató sentándose para redactar de su puño y letra el acta de compromiso.

Cuando se fijaron los puntos principales del acuerdo matrimonial y ambos lo firmaron y sellaron, Jimin sintió que todas sus fuerzas colapsaban como rocas despeñándose desde una gran altura. Las voces de su padre y su ahora prometido comenzaron a volverse lejanas, etéreas, hasta que finalmente se perdieron a lo lejos como se desvanece un eco.

Yoongi se percató de que el muchacho perdía los colores y ágilmente logró sostenerlo antes de que se estampara contra el suelo. Miró su rostro inconsciente y pálido, y una punzada de temor volvió a estremecerle. Ojala el rey Jung Hyung tuviese razón y las Diosas quisieran que aquella locura terminase bien.

Jimin fue dejado en su habitación después de que Namjoon se lo arrebatara a Yoongi de los brazos, fulminándolo con la mirada. Había tenido que hacer de tripas corazón para no desenfundar su espada y matar a aquel infeliz en ese mismo instante. Pero se dio cuenta que actuar tan precipitadamente solo hubiese traído más problemas para Jimin y de momento su hermano necesitaba tranquilidad.

Supo entonces, que Yoongi se había dado cuenta de que él lo sabía todo. Pero realmente eso no le importaba. Todo lo contrario, era mejor que ese miserable supiera que él estaba al tanto de la situación; así tendría mucho cuidado de cada movimiento que hiciese dentro de palacio.

El facultativo abandonó el cuarto del chico con un sonido discreto de la puerta.  Woo Seok y Namjoon que se hallaban como guardias frente a esta, cayeron sobre él. Preocupados, llenaron al viejo doncel de preguntas.

—¿Cómo esta mi hijo doctor? —comenzó Woo Seok, angustiado. Se sentía un poco culpable pensando en que quizás todo ese asunto del pretendiente había sido demasiado rápido y repentino para los nervios y la salud aun débil de Jimin tras su caída del caballo.

El médico lo corroboró.

—Creo que su alteza ha estado sometido a una fuerte presión —apuntó, taciturno—, y eso lo ha hecho colapsar.

—¿Pero se pondrá bien? —Namjoon se escuchaba algo ansioso. —¿Hay algo que podamos hacer por él? ¿Algún requerimiento especial? —inquirió.

—Recomiendo mucho reposo y calma —respondió el médico. —Que sus donceles preparen esto —dijo enseñando unas hojas que sacó de su bolso. —Hay que darselas dos veces al día en una infusión caliente.

—Muy bien. Gracias, senescal. Con su permiso. —Woo Seok entregó las hierbas a un sirviente y entró a la habitación de su hijo. Al mismo tiempo, mirando muy bien a ambos lados primero, Namjoon apresó de un brazo al viejo doncel y llevándolo a un rincón del corredor lo acorraló.

—Yo sé lo que le pasó a Jimin, senescal. Él me lo contó —informó con el rostro adusto y contraído.
—Ahora necesito que usted me cuente si mi hermano está embarazado o no ¡Dígamelo!

El facultativo dio un fuerte suspiro. Sabía que tarde o temprano aquel secreto se empezaría a filtrar y en algún momento algún miembro de la familia real descubriría la verdad. Ahora solo esperaba que el joven Namjoon manejara aquello con sabiduría y no con pueriles arrebatos de ira, típicos de muchachos.

—Es pronto aún para asegurar algo —le contestó, recostándose a la pared,
—un simple desmayo no es un síntoma exclusivo del embarazo, alteza. Puede haberse desmayado por muchos motivos.

—Pero en su experiencia,
—siguió insistiendo Namjoon. —¿Usted que cree? ¿Qué opina?

— Pues... —El médico se lo pensó varios minutos que parecieron siglos para su interlocutor. Finalmente con otro suspiro, el anciano asintió, —realmente creo que si —admitió, apesadumbrado. —Creo que existen grandes posibilidades de que nuestro pequeño príncipe albergue una vida en su interior, alteza.

—¡Maldita sea! —Namjoon dio un puñetazo a la pared y el golpe fue tan fuerte que se rasgó la piel y se escuchó un leve crujido. El viejo doctor colocó una mano sobre su hombro, pero no le dijo nada. Sabía lo que el muchacho estaba sintiendo y de momento debía dejarlo a solas con su dolor. Más tarde volvería a las torres de la mansión central y le curaría esa mano. Lo haría más tarde... cuando pasara la lluvia de fuego que se cernía sobre Koryo aquella tarde.

Por fin la noche terminó de caer, y todos los invitados se desplazaron a sus respectivas habitaciones. El cielo encapotado hacía que la noche luciera más oscura aquel día y por fin, los inmensos nubarrones habían empezado a soltar gruesas gotas de lluvia.

Desde su habitación, viendo la lluvia a través de las ventanas, Jungkook le oraba a SiKje. Le pedía que su tutor pronto llegara en su ayuda.

Su tutor sabría qué hacer. Yeo Jin Goo siempre sabía qué hacer.

En eso pensaba cuando un rayo cayó en el jardín partiendo un enorme y viejo árbol. El tesoro de SiKje se estremeció y decidió bajar en busca de un doncel que le consiguiera una habitación más cerrada y alejada del jardín. Estaba muy asustado, y si continuaba viendo cómo caían aquellos truenos, iba a pasarse toda la noche en vela acurrucado cual gato asustado.

Así, con sigilo, abandonó la recamara. Las bisagras rechinaron irritantes cuando la puerta se abrió y se cerró a sus espaldas. La oscuridad de los pasillos era más evidente debido a que los rayos de la luna eran censurados por las densas nubes que en esos momentos colgaban del firmamento. Caminó tanteando la pared, visualizando con sus palmas el camino. Al llegar a un recodo del pasillo, una mano cruzó las sombras para apresarlo con fuerza mientras otra llevaba un pañuelo a su rostro, empapado en una sustancia cuyo olor tan penetrante e hipnótico le encegueció la conciencia.

Jimin le daba gracias al cielo de que se desahogara por él. Se sentía el ser más odiado por Johary. Pero... ¿Por qué? No entendía la razón por la cual las Diosas se habían ensañado tanto con él en los últimos días.

Si su memoria no le fallaba, siempre rezaban sus plegarias al dormir; la ofrenda semanal a Johary nunca faltaba en su templo, y respetaba el ayuno mensual aunque los suculentos manjares le hiciesen guiños desde el plato. Tampoco recordaba haber sido injusto con nadie. Por lo menos no a propósito.

Abrió las puertas de su balcón y pensó que saldría volando al sentir la fuerza del viento. Volvió a cerrar los postigos tras de sí y recargó su delicada figura sobre el parapeto del balcón, dejando medio cuerpo fuera para observar mejor la silueta de la persona que, apostada bajo este, se empapaba por completo bajo la lluvia.

El viento era tan fuerte que parecía abofetearlo y las gruesas gotas de lluvia que venían añadidas a él, comenzaron a empaparlo. Abrió los ojos como dos lunas llenas cuando la figura bajo el balcón volteó a mirarlo, percatándose de su presencia: Era el príncipe Yoongi.

El príncipe de Koryo detuvo su respiración; era increíble como aquel hombre aun a tantos metros de distancia tenia la fuerza suficiente para amedrentarle. No lo perdía de vista mientras retrocedía para volver a sus aposentos, pero Yoongi adivinando sus intenciones desapareció de su vista.

Por un momento, Jimin llegó a pensar que el Jaeniano se había adentrado en la mansión central, pero luego, al ver la figura trepando por el árbol que comunicaba con su balcón, el mismo por el que había trepado Hyunjin cuando lo visitó, perdió todos los colores.

—¡No! ¡No! —dijo para sí mismo intentando moverse. No entendía que ocurría, pero el pavor lo tenía tan paralizado que ningún musculo le respondía y continuó así hasta que Yoongi estuvo en su balcón, frente a él. El viento agitaba las túnicas de ambos y la lluvia les mojaba la cara, como si lloraran, como si agonizaran de dolor mientras se miraban fijamente. Un relámpago volvió a caer cerca del jardín y sus siluetas deslumbraron radiantes.

—Jimin... —Yoongi había ensayado montones y montones de disculpas redactadas por Seonghwa, pero en ese momento no podía recordar ninguna. La razón era quizás, pensaba con horror, que no estaba arrepentido. Odiaba la forma en que habían sucedido las cosas, pero no se arrepentía de haber tenido a aquel chico en sus brazos. El cuerpo de Jimin, recordaba, era como un campo de azucenas y ningún varón en su sano juicio se arrepentiría de caminar sobre un campo lleno de flores.

No se lo pensó más y simplemente actuó. Cortando todo el camino que lo separaba del otro príncipe lo tomó del brazo y abriendo de nuevo los postigos de aquella recamara lo empujó hacía adentro.

—¿Estás loco? —le riñó una vez que estuvieron dentro.
—¿Quieres que te de una pulmonía?

Jimin aun no salía de su estupor. Yoongi había quitado los edredones de la cama secándole el cabello mojado y él ni siquiera se movía. El miedo lo tenía acorralado como una bestia salvaje en medio del bosque. Mientras Yoongi se alejaba un momento buscando quizás ropa limpia, el Koryano comenzó a llorar con descontrol y solo en ese momento, el miedo pareció darle una pequeña tregua, dejándole hablar por fin.

—¿A qué has venido, maldito infeliz? —preguntó, temblando como una hoja en medio de la tempestad. —No debiste volver jamás... No debiste.

Yoongi dejó lo que estaba haciendo y volvió a acercarse. La mirada de Jimin le advirtió hasta que punto podía hacerlo.

—He venido a reparar mi error —respondió este.
—Te lastime y quiero repararlo.

—No hay nada que reparar. No se puede reparar algo que ya ha quedado en ruinas. —Jimin sollozó audiblemente. Sus lágrimas brillaban con cada relámpago. Por un momento solo se escuchaba el silbar del viento y el tronar de la tormenta. Yoongi no hizo caso esta vez a la mirada de advertencia de Jimin y avanzó más.

—¿Entonces, si hubo algún sentimiento en tu corazón por mi, alguna vez? —preguntó. —¿Hubo fuego que se ha tornado en cenizas? —prosiguió, tuteándolo como nunca antes lo había hecho, —lo que te hice fue tan terrible que no podrá repararse con rodillas hincadas y hermosas palabras. Lo sé. Solo... Solo quiero pensar que me es posible enmendarlo.

—Pues... Yo pienso que no —replicó este. Pero algo en su voz le hacía sonar poco convencido. Yoongi lo notó y terminando con aquella tensión se acercó por completo tomando al Koryano entre sus brazos.

—Déjame remediar esto —le pidió, casi con agonía.
—Déjame descubrir qué es esto que arde en mi corazón cuando te miro, dejame dedicar el resto de mi vida a enmendar mi error. Prometo dedicar cada segundo de mi vida a ti, cualquier cosa que te haga feliz, yo la haré por ti.

Aquellas palabras los sorprendieron a ambos. Yoongi no podía concebir que de su boca salieran palabras cargadas de tanta pasión, y Jimin se sentía terrible al presentir que estaba siendo envuelto de nuevo en la compleja telaraña de ese hombre.

—¡Suéltame! ¡No me toques! —se zafó consternado. Ahora le tenía más miedo a sus propios sentimientos que a las acciones de Yoongi.

Los guardias apostados tras su puerta preguntaron, tras oír sus gritos, si todo estaba en orden. Pero les tranquilizó mientras miraba fijamente esos ojos que esa noche guardaban un fuego extraño. —No quiero estar cerca de ti... Ya no.

—¿Y si hay un hijo mío creciendo en tu vientre? —preguntó Yoongi mirando el bajo vientre del chico y este, apesadumbrado, llevó sus manos hasta él.

—En ese caso será solo mío —respondió taciturno.
—Será él, lo único que nos una. Solo él. No importa si me caso contigo, jamás volverás a tener mi amor.

—Pues yo no estoy de acuerdo con eso. —Yoongi volvió a acercarse al chico, y confrontándolo con su boca muy cerca de la otra, añadió: —Hay algo que me llevo preguntando desde la tarde en que te hice mío a la fuerza y creo que ya es hora de buscar la respuesta.

Con un movimiento ágil, Yoongi apresó los labios de Jimin y este se tensó de inmediato, pero no lo apartó. No participaba de aquella danza de alientos cálidos pero tampoco la evitaba. Yoongi por su parte, atravesaba aquel refugio tan anhelado dejándole sentir el sabor de su saliva. Esta vez, sus caricias eran tiernas y apasionadas; eran las caricias de un príncipe y no las de un verdugo. Después de varios instantes el beso se rompió y el Koryano se apartó un poco mirando al otro hombre a los ojos.

—¿Cómo puedes besarme de esa forma después de lo que me hiciste? —le reclamó, sin apartarse de él—¿Cómo puedes? ¿No sientes vergüenza? ¿No sientes culpa?

Yoongi lo miró en silencio por varios minutos y luego de un suspiró respondió.

—Lamento muchísimo la forma en que lo hice, pero no haberlo hecho. Siento mucha culpa por haberte forzado, pero no el haberte tenido en mis brazos. Eso no la lamento y jamás lo haré.

—Eres un miserable.

—Es muy posible que estés en lo correcto —aceptó, volviendo a abrazar la cintura del doncel. —Pero soy el miserable que amas desde que eres un niño. ¿O vas a negar eso también? ¿Vas a mentirme como le mentiste hoy a tu padre? ¿Cómo le mentiste a tu familia? Pudiste decirles la verdad esta tarde; pudiste delatarme y pedir mi cabeza pero no lo hiciste. ¿Por qué? ¿Por qué crees que me protegiste?

Las lágrimas de Jimin hablaron por él. Su cuerpo era más locuaz que sus labios a la hora de mostrar sus sentimientos. Sus manos apresaron con fuerza las solapas de la camisa empapada de Yoongi. Seguía amando a ese miserable con todas las fuerzas de su alma y no valía la pena negarlo. Su corazón volvía a caer a sus pies, volvía a soñar despierto por él, volvía a colocarse en bandeja de plata a sus pies, aunque corriera el riesgo de terminar más herido aun.

Yoongi lo volvió a besar, esta vez de forma más demandante. Jimin respondió finalmente rindiéndose otra vez, cayendo en la telaraña.

La lluvia se había vuelto más intensa, los relámpagos se oían más cercanos como flechas de fuego lanzadas por las Diosas y el viento rugía como un animal herido.

Pero para ellos nada existía fuera de aquella habitación; nada que no fuera la cálida lluvia de fuego que inundaba sus corazones.

Finalmente, Yoongi se separó de la boca de Jimin. Un hilillo de saliva siguió conectando sus bocas por algunos instantes hasta que cayó sobre el mentón del Koryano. Yoongi lo retiró suavemente, mirándolo a los ojos.

—Estamos hasta el cuello en esta mentira. Tú decides si nos ahogamos en ella o nos esforzamos por flotar juntos—le dijo a modo de despedida. —Aunque yo por mi parte sigo pensando que esto no es del todo una mentira.

De esta forma, salió de nuevo al balcón trepando al viejo árbol que le había servido de escalera. Jimin lo vio descender mientras cerraba los ventanales, y luego, tirándose en la cama, comenzó a llorar con tanta amargura que creyó que el corazón iba a estallarle en el pecho.

Se daba asco a sí mismo. Había perdido su dignidad, su orgullo, todo; todo quedaba convertido en cenizas ante aquel hombre. No era justo... No era justo amar así.

Taehyung observaba como el pecho de su amado subía y bajaba en un ritmo acompasado; moviéndose bajo la túnica de seda que, medio abierta, dejaba una parte de este al descubierto. Se sentía tan ansioso que sus dedos no sabían cómo desabrocharse los siete botones que cerraban su camisa y su cuerpo se estremecía de deleite por lo que estaba a punto de pasar.

Mientras tanto, dormido, tal como se encontraba desde hacía varios minutos, Jungkook se volteó de medio lado y la seda se deslizó sobre su piel dejando una pierna al descubierto. Taehyung terminó de desvestirse; se desamarró el cinto y la espada y completamente desnudo ingresó en el lecho.

—Me vuelves loco. —Había tomado un mechón de los cabellos de Jungkook, admirándolos con pasión. Aquella melena azabache que parecía hecha con los retazos del infinito lo hechizaba por completo.

Su tesoro en cambio parecía tener un sueño incomodo, incluso bajo los efectos de ese poderoso somnífero que le había dado.

Lo había atrapado al verlo salir de su habitación, asustado como un gatito. Aquella pócima conseguida por Namjoon había sido muy efectiva. Jungkook había quedado dormido al instante, y él solo había tenido que llevarlo a sus habitaciones privadas. Sin embargo, no parecía tan dormido como esperaba que quedase. Su amado rey se revolvía incomodo entre las sabanas, como si alguna especie de pesadilla lo perturbase.

Taehyung se deslizó por completo a su lado. Las tenues luces que danzaban por su habitación, totalmente cerrada para que los relámpagos no asustaran a su tesoro, iluminaban escasamente sus cuerpos. Pero a pesar de esto, el Koryano podía ver bien aquel rostro tan perfecto que parecía modelado en porcelana. Los labios de cereza jugosos y húmedos parecían una fruta prohibida, y el cuerpo, a medias velado por aquella túnica, se intuía lo más perfecto que las Diosas hubiesen creado.

—Eres tan hermoso. —Con un destello de deseo en sus ojos, Taehyung alargó una mano tocando aquella boca. Sus dedos, trémulos y ansiosos llegaron hasta la cinta que coronaba su frente. —No es saguay —susurró, reconociendo el lenguaje de la inscripción. —Es el lenguaje divino —descubrió leyendo el mensaje.

"Tesoro de SiKje, que nadie ose tocar", supo que decía. Pero ni eso logró detenerlo. Totalmente resuelto a hacer lo que haría, el príncipe alargó uno de sus brazos, apresando con resolución algo que se hallaba justo al lado de Jungkook. Al volver su vista hacía él, Taehyung tenía entre sus manos una hermosa y perfumada rosa negra; la cual, sería aquella noche, su mejor aliada.

Taehyung llevaba tres años en abstinencia. Desde que se había dado cuenta que lo que sentía por Jungkook era algo más profundo que una simple apuesta con su ego o un mero, intenso, pero fugaz deseo, había tomado la decisión de que la próxima vez que sucumbiera ante el placer seria sobre el cuerpo del único y absoluto dueño de su corazón: su precioso tesoro. Por eso, en ese momento se sentía tan ansioso, sentía que ese momento había llegado en parte, pues, aunque no iba a tomarlo directamente, si haría que en ese otro cuerpo se volviese a despertar el deseo.

—Que bello eres. —Taehyung comenzó a abrir del todo la túnica de Jungkook. Su diestra apartó las delicadas tiras que la anudaban a la cintura del doncel descubriendo sus hombros tersos y su grácil cuello. —Me fascinas —le susurró ronco de deseo cuando sus dedos descubrieron un pezón.
—Conquistare tu amor. —El otro botón rosado se dejo ver. —Quiero hacerte mío.

En ese momento el doncel suspiró, como si lo escuchara, soltando una leve exhalación. Taehyung sonrió.

—Pero no lo haré, hasta que tú también lo desees —continuó, haciendo cosquillas sobre el terso abdomen del otro. —Lo lograré —agregó, desatando ahora sus pantalones. Lentamente las elásticas y largas piernas comenzaron a aparecer bajo la luz tenue de las lámparas. —Cueste lo que me cueste —completó Taehyung.

Jungkook había quedado completamente desnudo.

Entonces, Taehyung besó la rosa y los oscuros pétalos impregnados con su aliento comenzaron a recorrer aquel cuerpo. Empezó por los pies, por los elegantes dedos y la sensible planta cuya estimulación produjo en Jungkook el acto reflejo de flexionar las piernas y sonreír entre sueños.

Encantado por las primeras reacciones de su tesoro, el príncipe continuó por los tobillos, las pantorrillas, el hueco tras las rodillas, donde vaciló un poco antes de ascender sin más reparos hasta los muslos, el lugar en el que las caricias que hasta ese momento eran simples cosquillas se transformaron en algo más serio.

Jungkook se estremeció levemente al sentir esa agradable invasión entre sus piernas y Taehyung, lleno de gozo lo miraba atentamente, sin espabilar; capturando con sus ojos hasta la más leve expresión de ese rostro confundido ante las desconocidas sensaciones que empezaban a despertar sobre su piel.

La rosa siguió su recorrido evitando a propósito el sexo expuesto pero aun flácido de Jungkook. Ya despertaría y se convertiría en el platillo principal de aquel festín. Pero por lo pronto, como quien deja el bocado favorito para el final, Taehyung lo dejó en espera.

Así, las caricias se desplazaron hasta el abdomen; los músculos finamente delineados se contraían al paso de los pétalos, mientras Jungkook reaccionando en medio de las brumas del sueño empezaba a jadear excitado. Hasta la herida del brazo, la herida que le había hecho el día de su captura, ya casi cicatrizada del todo, fue acariciada con inmensa ternura.

En ese instante, una erección comenzó a aflorar en la entrepierna de Taehyung, siéndole imposible permanecer impávido ante semejante despliegue de sensualidad.

Suspiro profundamente a sabiendas de que aquello lo hacía para deleite de su tesoro y no del propio. Sin embargo, su dureza se empezó a tornar dolorosa, en especial, cuando al pasar la rosa sobre los pezones rosados y pequeños de Jungkook estos se irguieron al instante, firmes y tensos.

El cuello de Jungkook se enarcó, los vellos de la nuca se erizaron con el roce de los pétalos sobre aquel lugar. Totalmente dormido solo podía estremecerse sin imaginarse a que podía deberse aquel súbito y prohibido placer. Finalmente, Taehyung encontró sus labios, húmedos y carnosos, gimiendo ligeramente, sonidos que se hicieron mucho más audibles cuando las caricias se desplazaron a aquel punto que había quedado en espera.

Jungkook comenzó a hervir de gozo por el masaje seductor, sedoso y delicado que los tersos pétalos imprimían sobre su sexo, el cual ahora, henchido y punzante, comenzó a levantarse entres sus piernas.

Taehyung gozaba del espectáculo tanto como su tesoro de las caricias. Su respiración era tan errática como lo eran los movimientos que delineaba su mano. El príncipe frotaba la rosa sobre el sexo de Jungkook, como un pintor creando una obra de arte, con precisión y pasión.

Jungkook comenzó a sudar a pesar de de la baja temperatura y Taehyung, complacido, apretaba los ojos convirtiéndosele en una tortura darle placer a su amado sin el alivio de su propia satisfacción. Las vibraciones que producían los truenos sobre los postigos cerrados eran idénticas al cuerpo del doncel, el cual, jadeante y perdido entre el sueño, arqueó el cuerpo después de varios minutos de caricias, y su sexo, dormido por largo tiempo, dejo escapar su semilla, cálida, abundante y espesa.

Taehyung tomo un poco de aquella esencia y la puso a consideración de su paladar. Este al parecer, la encontró exquisita, a juzgar por la cara de fascinación que puso luego de degustarla.

—Tan dulce como tú —dijo levantándose del lecho para buscar su propio consuelo a solas. Si se quedaba allí, junto a él, no sabía si iba a ser capaz de seguir controlándose como hasta ahora. Sin embargo, de momento estaba feliz. Estaba seguro de que en su tesoro había más ardor y pasión de lo que este podía aceptar... Y acababa de comprobarlo.

La lluvia cesó un poco con la llegada del amanecer. Afuera se escuchaban ligeros y tenues los cantos de los pájaros y el bullicio de la guardia y de los sirvientes. Los ventanales de la habitación de Taehyung habían sido abiertos, y por estos, se colaban tenues y pálidos, los rayos del anémico sol que se colgaba aquel día del cielo.

Jungkook aun sobre la cama del príncipe, continuaba dormido. La luz de ese día era tan opaca que no había sido suficiente para despertarlo. De manera, que no fue hasta que los gentiles dedos de Taehyung acariciaron dulcemente su mejilla, que por fin abrió los ojos.

Lentamente fue esperando a que la imagen doble que se formaba ante sus ojos se fusionase del todo, para descubrir quien interrumpía sus sueños. Luego de unos instantes, vio como unos bellos ojos le miraban con afán, mientras el dueño de estos le sonreía con ternura.

—¿Cómo amaneciste, tesoro? —Taehyung le miraba complacido recordando enfebrecido lo acontecido durante la noche.

Jungkook se incorporó espantado al verse tan cerca de aquel hombre. Reparó que este solo llevaba una túnica de lino blanco muy casual y unos pantalones del mismo tono, ropa interior a todas luces. Entonces reparó en sí mismo, sin nada de ropa a excepción de su bata de seda a medio colocar.

¡Estaba desnudo! ¡Desnudo en la cama de ese hombre, y con ese hombre a su lado!

—¡¿Por qué estoy desnudo?! ¡¿Qué me has hecho, depravado?! —se exaltó. Su primera reacción fue buscar la cinta de su frente, pero esta se hallaba perfectamente ajustada en su sitio. Jungkook suspiró aliviado mirando luego a Taehyung de forma asesina.

—Digamos que ayer hable con tu cuerpo mientras tú conciencia dormía —le dijo este, acercándose peligrosamente, —y me platicó cosas interesantes.

—¡Eres un pervertido! —Jungkook estaba tan alterado que no se fijo en que estaba tuteando al otro hombre. Completamente fuera de sí, se abalanzó sobre él intentado abofetearlo. Pero Taehyung logró apresarlo rápidamente entre sus brazos antes que lograra su cometido.

—Solo contigo —le recalcó mirándolo con intensidad.

—¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Qué es lo que quieres de mí?! ¡¿Por qué te complaces en humillarme?!

Taehyung lo sostuvo más fuerte con sus brazos. La espalda de Jungkook quedó recargada sobre su pecho y sus manos sujetaban las muñecas del rey con medida fuerza. Prácticamente estaban tan enredados que no se sabía donde empezaba uno y terminaba el otro. Desde ciertos ángulos y ópticas parecían estar haciendo algo distinto a forcejar.

—¿Crees que quiero humillarte? —Jungkook dejó de luchar cuando Taehyung empezó a usar su nariz para apartar los cabellos como el ébano, y con voz suave pero viril, hablarle muy quedo al oído. La velocidad con la que fluía su sangre era tal, que el príncipe podía sentir el desbocado ritmo de su corazón en el pulso de las muñecas que retenía entre sus manos. —Esto en si es humillante —continuó diciendo antes de tomar la diestra del doncel y llevarla hasta su cintura. Jungkook quedó suspendido en una interrogación hasta que sus yemas fueron reconociendo una amplia cicatriz que medía casi medio cinturón. Comprendió todo en un instante... Esa herida había matado a muchos hombres en el pasado. Esa herida había sido hecha por su espada.

Entonces, ese hombre... Ya había intentado capturarle antes, concluyó. Había fallado en la primera oportunidad, pero no había muerto. De veras debía ser muy fuerte si había sobrevivido a su ataque más letal. Pero... ¿Por qué se había arriesgado de nuevo conociendo las posibles consecuencias? ¿Acaso ese hombre...?

La voz de Taehyung interrumpió sus pensamientos.

—Ser derrotado al primer golpe, es humillante. Nadar en tu propia sangre, es humillante. Viajar por meses en literas porque no puedes cabalgar, es humillante. —Le tomó del cuello buscando su mirada. —Yo no tengo intenciones de humillarte mi tesoro, yo lo que tengo es hambre de ti y lo que quiero es seducirte —remató con seriedad y con un brillo de insolencia en la mirada.

Jungkook, pensativo por lo recién descubierto, le devolvió la mirada, enojado. Entonces, Taehyung no se detuvo más y nuevamente besó aquella boca devorándola con avidez; aleccionándola para besar, como quien enseña a un niño pequeño sus primeras letras.

La cascada negra, que eran los cabellos del doncel, los envolvió a ambos, y Taehyung puso en libertad sus manos para abrazarlo con más confianza. Jungkook no se defendió a pesar de verse libre. Cuando el Koryano lo soltó, acechando peligrosamente con su diestra entre sus muslos, el rey abrió sus piernas, resignado a la invasión y por primera vez, con plena conciencia de lo que estaba sucediendo, respondió a aquel beso con la misma pasión con que eran besados sus labios.

Pero Taehyung cometió un error. Por culpa de sus ansias desaforadas trató de avanzar más a prisa y más lejos de lo que su tesoro estaba preparado para asimilar. Subió su mano cada vez más cerca del delicioso sexo, pero ello asusto a su amado.

Jungkook respingó y recordó a toda prisa su promesa a SiKje, su inquebrantable orgullo y su dignidad, apartándose de Taehyung con un movimiento brusco.

—¿Seducir? —preguntó entonces alzando el mentón; buscando una pose orgullosa que le ayudara a tapar la conciencia de su desnudez y de su reciente debilidad. —No se puede seducir a quien no quiere ser seducido —agregó y tapándose con la fina bata de seda que volvió a anudar sobre su cuerpo, se puso de pie; saliendo del lecho con miras a la puerta. Antes de salir del todo, asomó medio cuerpo fuera de la recamara, asegurándose primero de que no hubiera gente importante por los corredores.

—Tienes razón tesoro, toda la razón —dijo Taehyung para sí en el momento en que vio a Jungkook escabullirse tras la puerta que se cerró a su paso; —menos mal que ese no es nuestro caso —sonrió, tirándose sobre la cama.

Continuará...

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