La maldición de la amatista de plata

El mausoleo familiar nunca había sido el sitio preferido de Hyunjin. Sin embargo aquel día el príncipe había sentido la necesidad de bajar hasta las criptas y visitar a sus padres. A los dos.   

Era la primera vez que saldría después de haberse entregado a aquel campesino infeliz. Ni siquiera había permitido que Yoongi lo mirara o le hablara pues sentía que su hermano se daría cuenta de que ya no era puro, que había regalado su virginidad como un prostituto de puerto y que estaba sucio.

Sin embargo, estaba tranquilo, y hasta cierto punto satisfecho. ¿Acaso no era eso lo que tenía que hacer? Por su culpa Jimin había resultado mancillado y lo más justo era que él también entregara su virtud. No había otra forma de reparar aquello.

Suspiró.

Por lo menos Jimin se casaría con el hombre que le había tomado a la fuerza pero él... ¿Él qué iba a hacer? ¿Cuándo su hermano finalmente resolviera casarlo con el hombre que escogiera para él cómo iba a excusar la pérdida de su virtud?

“Pensaré en ello cuando sea el momento. Algo se me ocurrirá” se dijo así mismo mientras atravesaba el puente que conducía hacia las criptas. Dos donceles de compañía le seguían, y cuando los tres llegaron hasta las inmensas bóvedas de piedra donde se encontraba el mausoleo, uno de los sirvientes sacó un grueso manojo de llaves mientras el otro encendía una lámpara de gas.

Bajaron cobijados por la tenue luz de la lámpara, Hyunjin iniciando el cortejo y sus sirvientes detrás sosteniéndole la capa negra. Abajo todo se sentía húmedo y frio, como un glaciar de piedra, vio entre las sombras las grandes estatuas que inauguraban aquella fila de bóvedas.
Eran SiKje y Ditzha de derecha a izquierda respectivamente. Los tres donceles se inclinaron al verlas, encendieron una vela junto a ellas y siguieron su camino.

Casi diez metros adelante estaba la tumba del rey In Guk, abierta aun hasta cumplirse las nueve noches de su muerte, se vislumbraba en todo su esplendor iluminada por las casi mil velas que se habían colocado el día de su sepelio y de las cuales, la mayoría aun se encontraban prendidas.

Hyunjin ordenó entonces que lo dejaran a solas y sus donceles esperaron en el umbral mientras él se adentraba al la bóveda.

El cuerpo de In Guk, cubierto con una gran sabana reposaba sobre un mesón tallado en piedra. Estaba lívido y rígido como era de esperarse sin embargo para él parecía más vivo que nunca.

¿Cuándo había sido la última vez que habían estado así en un mismo lugar en silencio y en calma? Posiblemente nunca, pensó con tristeza, y esa misma tristeza le hizo soltar las primeras lágrimas de aquel día.

—Padre —dijo acercándose al cuerpo. —Padre... Mírame... Tenías razón. Siempre tuviste razón sobre mí. No sirvo para nada salvo para ocasionar problemas.

Guardó silencio, como si esperara una réplica de parte del difunto. Pero tal replica obviamente no llegó como tampoco llegó la tranquilidad a su espíritu.

Ahora era un hecho más que evidente: Su padre se había marchado y sus rencores, sus odios y el inmenso abismo que se había tejido entre ellos nunca había podido sanarse. Hyunjin se sentía más apenado de lo que se hubiese sentido jamás en toda su vida y eso se debía a la certidumbre de la batalla perdida. Su padre le había dejado solo, sin oportunidad de resolver los conflictos entre ambos y eso... eso se lo resentía más que ningún otro golpe que éste le hubiera dado en vida.

Por casi media hora se dedicó a llorar. Era un llanto desgarrador, intenso, real. El lamento de su impotencia rebotaba por las paredes de las criptas y moría allí mismo donde más nadie excepto él y sus dos sirvientes podían escucharlo.

Cuando finalmente pudo calmar su llanto, salió de la cripta y se dirigió ahora a la tumba de su mamá. Su frente estaba empapada de sudor y le había tocado quitarse la capa debido al calor que desprendían las velas de la bóveda de In Guk. Sin embargo, mientras se dirigía a la tumba de su mamá, volvió a sentir el gran frio de aquel lugar, aunque esta vez la gélida sensación era diferente, intensa, como si ya no fuera simplemente producto de la humedad y la profundidad de aquellas rocas.

—Pásame la capa de nuevo —ordenó a su sirviente mientras avanzaba. De repente, el sueño horroroso que había tenido hacía dos noches le sacudió como un relámpago y la contundencia de algo horrible avecinándose le hizo encogerse entre sus propios brazos.

Fue en ese momento cuando Hyunjin vio también eso mismo que había visto Yoongi el día de los funerales de In Guk: La loza que cubría la entrada a la cripta de Hyo Seop se hallaba descorrida y una de las vigas de soporte parecía a punto de colapsar. Hyunjin se acercó reparándolas con detenimiento y nuevamente ese frio aterrador y como de otro mundo le recorrió todo el cuerpo.

—¡Por las Diosas! —exclamó apartándose. —¿Desde cuándo está esto así? —preguntó inquieto.

—Desde el funeral del Su majestad In Guk, alteza —respondió uno de los sirvientes. —Su Majestad Yoongi lo notó y mandó a los ingenieros a que vinieran a reparar el daño pero ellos han estado fuera de palacio en reparación de los diques que dañó el huracán y por eso no han venido.

—Entiendo. ¿Pero entonces se supone que fue el huracán el que rodó la loza y dañó la viga?

—Es lo más probable, Alteza.

Hyunjin asintió. Quería pensar lo mismo que su sirviente, pero un presentimiento le decía que algo no estaba bien. Aun así no intentó acercarse más a la cripta y simplemente ordenó a los donceles que lo custodiaban emprender el regreso. Ya estaba casi de nuevo en los jardines que daban hacia las torres centrales del castillo cuando la presencia de Namjoon le salió al paso, intentó por todos los medios sortearlo y hacerse como si no lo hubiera visto, pero fue inútil, el Koryano lo alcanzó y cerrándole el paso lo obligó a confrontarlo.

—Buenos días, Alteza ¿Por qué tan apurado?

El sonrojo de Hyunjin se acrecentó ante la mirada ardiente de aquel hombre. El sol estaba inclemente aquel día, pero a pesar de ello el Jaeniano lo sentía corto ante el sofoco que le despertaba ese campesino.

—¿Cómo le va, Alteza? Si me permite, debo retirarme.

—Pues como le parece que no se lo permito —respondió Namjoon.
—Necesito hablar con usted.

—Pues no veo qué pueda usted querer hablar conmigo —replicó Hyunjin.—Entre nosotros todo está dicho.

—¿En serio? —Namjoon arqueó una ceja. —Yo no lo creo así. De hecho creo que las cosas entre nosotros apenas empiezan. Voy a pedir su mano en matrimonio y tú aceptaras gustoso, encanto. ¿Verdad que sí?

La palidez de Hyunjin dio cuenta de que aquello no se lo esperaba. De veras había llegado a pensar que una vez hecho lo que hizo, ese hombre perdería total interés en él. Abrumado comenzó a resoplar sintiendo que el calor volvía a ruborizarlo y antes de que sus sirvientes se dieran cuenta de lo que sucedía hizo que Namjoon se apartase a un lado y tomándolo de un brazo se lo llevó bajo la sombra de un árbol.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó con voz temblorosa. —¿Es que acaso no está satisfecho?

Namjoon que le miraba fijamente, sonrió. Su sonrisa llena de ironía crispó a Hyunjin.

—¿De veras crees que tú y yo estamos a mano, encanto?

—Pero... pero hice lo que usted quería. Le entregue mi virginidad, la deuda se ha saldado.

Esta vez Namjoon se echo a reír sin ningún escrúpulo.

—Ay, encanto. Eres una dulzura. Tú y yo no tenemos nada a mano. ¿Es que acaso no te das cuenta? —espetó perdiendo la sonrisa y tomando a Hyunjin de un brazo. —Mi hermano Jimin fue deshonrado como la peor basura en cambio tú... bueno, a ti no te vi quejándote mucho ayer.

—¡Infeliz! —Indignado, Hyunjin trató de descargar una bofetada sobre Namjoon, sin embargo el Koryano fue más rápido y antes de que el doncel alcanzara a reaccionar ya lo tenía atrapado entre sus brazos.

—No tan rápido, encanto. No tan rápido.

—¡Suélteme, atrevido! ¡Me lástima!

—¡No más de lo que Yoongi lastimó a Jimin! ¡Así que no pienses que estamos a mano, encanto! ¡No pienses tamaña idiotez! Apenas estoy empezando a cobrarme el dolor de mi hermano.

Entre tirón y tirón Hyunjin miró a Namjoon directo a los ojos constatando que este no mentía. En uno de sus forcejeos el Jaeniano logró zafarse pero solo por instantes puesto que el varón lo retuvo de nuevo en un abrazo tan posesivo como un león con su presa.

—Por favor —gimió Hyunjin asutado, pero lo que se encontró fue con la boca entreabierta y húmeda que buscaba la suya.

El beso fue demandante y altanero. Namjoon prácticamente le comía la boca mientras él se debatía entre la resistencia y la entrega. Al cabo de varios segundos la entrega fue la vencedora y el príncipe se vio vencido respondiendo al beso con igual intensidad.

—Encanto... No te resistas más —dijo Namjoon entre suspiro y suspiro. —Sabes mejor que yo que terminarás haciendo lo que te digo.

—Pero Yoongi no me creerá. ¿Cómo voy a justificar este repentino cambio de idea?

—Le dirás la verdad... —El beso de Namjoon se desplazó hacia el cuello del doncel y cuando su boca estuvo cerca de la oreja derecha de Hyunjin, el Koryano le susurró al oído: —Le dirás que te he seducido.

—Infeliz —respondió el doncel, pero su voz sonaba tan desfallecida que era obvio que no lo decía en mal sentido.

Sus bocas volvieron a unirse pero cuando el beso parecía estar a punto de hacerlos desfallecer, el sonido de pasos que se acercaban desde el otro lado de los jardines alertó a los amantes.

—Alteza, es su hermano —dijo uno de los donceles de compañía que a pocos pasos contemplaban la fogosa escena.

De inmediato Hyunjin obligó a Namjoon a soltarlo y cuando Yoongi estuvo finalmente frente a ellos lo recién vivido entre ambos parecía asunto pasado.

—Llevo varias horas buscándote, Hyunjin —informó Yoongi con el rostro fruncido. Ahora que finalmente había cesado la menarquía de su hermano y que nuevamente podía volver a acercársele, sentía que no podía perder ni un minuto más en hablar con él y aclarar todo el asunto sobre el rey Jung Hyung.

Sin embargo las cosas parecían ponérsele cada vez más difíciles y ahora a Yoongi le interesaba más saber qué hacia Namjoon junto a Hyunjin.

—¿Qué estás haciendo con este hombre? —preguntó.
—Y a usted, Namjoon, creo haberle dejado muy claro que no lo quería cerca de mi hermano.

—¿Y eso por qué? Si a él no le fastidia para nada mi presencia ¿Cierto, encanto? Es más si supiera la encantadora velada que tuvimos ayer en el jardín no se lo creería.

—¡Namjoon! —exclamó Hyunjin sin darse cuenta de que acababa de tutear a ese hombre frente a su hermano.

Yoongi palideció de desconcierto.

—¡¿Que dice usted?! ¡¿Qué ayer se vio a solas con mi hermano en sus jardines privados?! Pero eso es imposible... ¡El tenía su menarquía! ¡Ningún varón se le podía acercar!

—Pues yo si —aseguró Namjoon rayando la fanfarronería. —No sabe como disfrute comiendo alpiestes todos estos días. Casi nadie lo sabe pero ese fruto bloquea el efecto somnífero que los donceles en menarquía tienen sobre los varones.

—¿Entonces... es verdad? —Los ojos de Yoongi buscaron respuesta en el rostro de Hyunjin. Era obvio que esa pregunta iba dirigida hacia él. Sin embargo, sumido en un tremendo mutismo, Hyunjin no fue capaz de responder nada y lo siguiente que ocurrió fue la osadía de Namjoon retando a Yoongi de la peor manera posible.

—Los alpistes de su jardín resultaron una deliciosa golosina, Majestad —dijo el Koryano acercándose hasta el otro varón. —¿Pero sabe que resultó mejor aun?

—¿Qué? —preguntó Yoongi.

—El sabor virginal de tu hermano en mi boca y mi esencia dentro de él.

—¡Por las Diosas! —exclamó  Hyunjin necesitando sostenerse de sus dos sirvientes para no caer.

—¿Es precioso el sol que tiene tatuado en el ombligo, verdad? Aunque mejor aun es el lunar que tiene entre sus muslos.

Namjoon se deleitó fascinado con la cara como de piedra que se le había quedado a Yoongi luego de oírle hablar. Hyunjin estaba que se desmayaba y cuando los ojos de su hermano le miraron con la más terrible de las furias, al pobre le fue imposible no empezar a llorar, dejando así confirmadas las palabras del Koryano.

—Maldito —susurró Yoongi llevando su mano hasta el cinto. Namjoon lo imitó de inmediato y por un momento el sonido de las dos espadas abandonando las vainas fue el único sonido que resonó en los jardines de Jaén.

Inmediatamente después de concluida la reunión con Seokjin, Taehyung se apresuró a adecuar todo para que el médico se trasladara al palacio. Le sería mucho más fácil atender a Woo Seok desde la mansión central que trasladándose constantemente desde otras torres o desde la ciudadela externa.

No necesitaba tener más de dos dedos de frente para saber que tal idea no le agradaría en lo más mínimo a Namjoon. Pero qué se le iba a hacer; las circunstancias no dejaban más alternativa y muy seguramente su hermano comprendería la situación teniendo en cuenta que se trataba del bienestar de la madre de los 3 príncipes.

Agotado por tantos pensamientos se recostó en el sillón del estudio de su padre y reclinando su figura en el asiento cerró los ojos y suspiró. Estaba claro que la presencia de Seokjin incomodaría en demasía a Namjoon, pero había algo peor: El hecho de tener que convivir con Hyunjin, eso tampoco se le hacía nada agradable.

¿Qué pasaría si ese mocoso trataba de conquistarle de nuevo? ¿Cómo iba a proceder si volvía con sus acosos y con sus demandas de amor? ¿Y si se portaba grosero con Jungkook?

De meterse con su tesoro, estaba seguro de no poder controlarse. Podía soportar el hecho de que le crispara los nervios con sus pretensiones y sus insinuaciones de amor pero el que se metiera con Jungkook no iba a tolerárselo jamás y mucho menos ahora que estaba un poco más dócil.

Justo pensaba en esto cuando dos toques de su guardia lo sorprendieron. Unos segundos después la figura de Jungkook, enfundado en una capa negra y con la larga cabellera suelta cubriéndole parte del rostro, le saludaba con una media sonrisa.

—Hay buenas noticias —dijo el rey extendiéndole su mano diestra. —Ven conmigo.

No hubo más palabras durante la marcha. Taehyung solo necesitaba dejarse guiar por aquella mano, que bien podía llevarlo hasta los mismísimos infiernos y él  iría más que encantado. Mientras que para Jungkook aquel pequeño contacto se estaba convirtiendo en una sensación demasiado dulce e intensa.

Cuando llegaron hasta la puerta de las habitaciones de Woo Seok, Jungkook fue el primero en detener el paso, mirarlo y volver a hablar.

—Su majestad se ha movido —anunció retomando la sonrisa. —Seokjin dice que también ha balbuceado algunas palabras.

—¿En serio? —El rostro de Taehyung se iluminó. Ya no quedaba ningún cortesano rondando por el lugar así que no sintió ningún reparo en estrechar a Jungkook entre sus brazos de forma vigorosa.

Jungkook se tensó. No entendía porqué un contacto tan simple lo ponía tan nervioso cuando ya habían compartido mucha más intimidad. Era increíble pero estaba casi sudando frio y su corazón latía con descontrol.

—¿Pasa algo tesoro? —preguntó Taehyung sintiendo su temblor. Jungkook negó con la cabeza mientras se separaba para tocar la puerta de la recamara.

—No pasa nada —aseguró dando un paso hacia un lado. Al instante uno de los ayudantes de Seokjin abrió las puertas permitiendo el ingreso de ambos nobles. Taehyung fue el primero en ingresar mientras Jungkook lo esperaba en el umbral de la puerta. A cada paso la gran neblina de humos que se esparcían por el salón le cubrían como densas nubes. El lugar era un hervidero de esencias y de aromas que se expandían por doquier, dejando en cada rincón un aura de tenebrosa frialdad.

Al llegar a los pies de Woo Seok, Taehyung descorrió un poco el mosquitero y se sentó en una esquina de la cama. Desde allí, Jungkook podía observarlo en medio del humo y el brillo del sol que matizaba un poco el panorama de frialdad.

“Es hermoso” pensó sin darse cuenta de ello, solo viéndolo, midiendo cada uno de sus movimientos y grabándolos en su mente. Era tan extraño y dulce lo que le estaba sucediendo que empezó a tener miedo de sí mismo. Pero era un miedo diferente a cualquier otro temor que hubiese sentido antes... era el temor de perder algo que acaba de descubrir.

Durante toda su vida, se había amoldado, a fuerza de costumbre, a su título de rey y a su compromiso con SiKje. Su promesa le impidió aceptar el amor como algo ajeno al pecado o a la traición. La leyenda sobre su terrible belleza había avanzado por los 5 reinos con la potencia y la velocidad de un huracán, haciendo que su vida se convirtiera en una batalla permanente contra los pretendientes y muy en el fondo, contra él mismo.

Aún recordaba, con una nitidez escalofriante, el primer ataque al que había sido sometido por parte de uno de aquellos infelices enamorados. En su memoria aun viva la desesperación de aquellos ojos que se cerraron frente a él, vacios, perdidos y locos de deseo.

"Ha empezado... al próximo deberás matarlo tú" le había advertido Jin Goo en aquella ocasión, retirando la espada incrustada en el pecho de aquel infeliz moribundo. A partir de ese día Jungkook había tenido claro que ese sujeto solo era el primer eslabón de una larga cadena y desde entonces, el niño indefenso, temeroso y débil tuvo que dejar su caparazón y después de un largo y duro entrenamiento, se resquebrajaron en él, cualquier rastro de miedo o duda, aniquilando sin piedad cualquier sentimiento de compasión en su corazón hasta sembrar en su alma un poderoso y rígido sentido del deber de mantener intacta su castidad.

Por eso, cuando el amor nació en su corazón por primera vez, Jungkook lo mantuvo cautivo en el fondo de su ser, como un preso y cuando Jin Goo finalmente se marchó de su lado, sintió que moriría de pena y que la soledad lo consumiría hasta los huesos hasta matarlo.

Pero no fue así.

Su corazón pudo soportarlo, la herida dolió, sangró pero no lo mató, y los sentimientos prohibidos por su tutor, volvieron a dormirse dentro de su corazón, habían quedado presos en su alma... hasta el día en que Taehyung llegó.

—¿No quiere acercarse, Majestad? —preguntó Seokjin en ese momento trayéndolo a la realidad. Jungkook alzó el rostro y se apresuró en asentir. Con pasos lentos avanzó hasta una esquina del lecho y vislumbró el rostro pálido de Woo Seok que yacía moribundo sobre las colchas.

Taehyung lloraba con las manos de su mamá entre las suyas. Sí, era cierto que el rey consorte había dado en la mañana algunas muestras de querer despertar, pero luego de un rato había vuelto a caer en un profundo sueño que parecía no querer soltarlo. En ese momento Seokjin dio la orden a sus sirvientes que se retirarse y Jungkook se quedó a solas con el príncipe. Aprovechando la soledad, el doncel se sentó a su lado con cuidado y lo abrazó por la espalda. La impresión de Taehyung fue tanta que no pudo evitar voltear a mirarlo, feliz entre tanto desasosiego.

—Tesoro.

—Taehyung yo... —El rostro de Jungkook, estaba lleno de dulzura y compasión. Ver el sufrimiento de Taehyung le producía un desasosiego horrible que no sabía cómo explicarse. Solo sabía que si de él dependiese, Taehyung no tendría que sufrir nunca. Una parte de sí quería llevarselo lejos de allí y protegerlo de todo peligro.

Entonces por segunda vez fue Jungkook quien rompió la distancia y le robó un beso. Cómo si fuese él un varón, "el tesoro de SiKje" atrajo al verdadero varón hacía si y le demandó más contacto. Por su parte, Taehyung no se resistía en lo absoluto; las caricias de su tesoro eran en ese momento el mejor bálsamo que pudiera enjuagar sus penas.

El beso continuó.

Entre caricia y caricia Jungkook recordó el maravilloso momento en que hizo suyo por primera vez a ese hombre, sintiendo la pasión recorrer su cuerpo con la violencia de un viento furioso.

—Tesoro... no te separes de mí. No te separes de mi jamás —suplicó Taehyung cortando el beso.

—Estoy aquí ahora —contestó Jungkook besándolo de nuevo. —Eso es lo único que importa.

Sonrieron felices dedicándose un nuevo abrazo y una nueva caricia. Taehyung enredaba sus dedos entre los cabellos de Jungkook y suspiraba profundamente, tratando de absorber todo su aroma. Sin embargo, el momento de alegría duró poco. La realidad cayó sobre ellos de nuevo y ambos jóvenes hubieron de ponerse en pie presurosos cuando un estremecimiento en el lecho les sacó de su sueño de amor.

—No... no... ¡Diosas! ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho? Yoongi. —Woo Seok comenzó a estremecerse en la cama como si una pesadilla terrible y pesada lo acosara. No despertaba, ni gritaba, pero aun así su desesperación era palpable.

Taehyung se había tirado al lecho para tratar de despertarlo pero había sido inútil y Jungkook, aturdido, pues la frialdad horrible que se expandía por aquel recinto había vuelto a llegarle hasta los huesos, optó por hacer lo más lógico: Ir por Seokjin y traerlo de nuevo a los aposentos del rey consorte.

Cuando este llegó la crisis había pasado y Woo Seok estaba nuevamente en estado de casi catatonía. Taehyung, pálido como un muerto, volvía a sostener su mano al tiempo que sus ojos miraban la escena con horror.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Seokjin.

—No lo sé —respondió Taehyung aun atontado.

—Decía algo muy extraño —intervino Jungkook. — Mencionaba a Yoongi... imagino que hablaba del rey de Jaén.

—¿A su Majestad Yoongi?

—Así es. —Jungkook miró las piedras bioenergéticas que rodeaban la cama de Woo Seok. Tales piedras habían sido blancas en un principio, pero ahora, luego de permanecer horas enteras absorbiendo las energías que provenían del enfermo, se habían puesto turbias y grises, casi negras.

Ahora lo tenía claro.

No había duda sobre lo que estaba sucediendo y necesitaba hablar del tema con urgencia. Espero un momento a que Taehyung se sobreponga del susto y cuando Seokjin pidió que lo dejaran a solas con su paciente, tomó al príncipe de la mano y lo llevó con él hasta una esquina del amplió pasillo que colindaba con las habitaciones de Woo Seok.

Una vez lo tuvo en un lugar privado se atrevió a hablarle mientras Taehyung trataba de entender a qué se debía tanto misterio.

—Taehyung... creo saber perfectamente lo que sucede con Su Majestad, pero para confirmarlo necesito tu ayuda.

—¿Cómo? —Taehyung sostuvo a Jungkook entre sus brazos y lo miró con una seriedad que éste jamás le había visto. —¿Qué es lo que estás diciendo?

—Digo lo que se —continuó Jungkook, imperturbable.
—Taehyung, lo que sucede con tu mamá es lo mismo que sucedió con mis padres, años atrás. —El rostro de Taehyung se puso lívido.

—No es posible.

—Sí lo es —replicó Jungkook con una mirada penetrante. —Misá gemis totel qui kea mdacen lamsa amtis qui stud  (Esta siendo víctima de la maldición de la amatista de plata).

Hyunjin no había pensado mucho antes de atravesarse en el camino de su hermano y prendérsele de las solapas de su camisa. Si era menester salir herido saldría herido, pero lo que no iba a permitir era que hubiese una tragedia más en su familia.

— Apártate —resoplaba de ira Yoongi sin mirarlo a los ojos. De momento todas sus energías estaban puestas en su espada y en el ser sobre quien pensaba enterrarla.

— ¡Yoongi, por el amor de Ditzha, no cometas una locura! ¡Envaina tu espada, te lo pido!

—¿Tanto lo amas? —Los ojos de Yoongi se clavaron en el rostro estupefacto de Hyunjin. Como si hubiera recibido una bofetada, a éste se le aguaron los ojos mientras negaba fervientemente con la cabeza.

—¡No seas ridículo! ¡¿Cómo puedes preguntarme algo así?!

—¡¿Entonces, por qué hiciste lo que hiciste?! —replicó Yoongi, lívido de ira. —¡¿Acaso te volviste loco?!

Avergonzado, Hyunjin bajó el rostro. No podía decirle que todo lo había hecho por él. Su hermano se sentiría culpable y no iba a permitirlo.

—No quiero darte explicaciones al respecto —dijo entonces sin alzar la mirada. —Es parte de mi intimidad.

—¡Eres mi hermano menor! ¡Te conozco! ¡Se que este maldito se aprovechó de ti! ¡A mí no me engañan!

Yoongi apartó de un manotazo a Hyunjin y este fue a dar a los brazos de sus sirvientes. Ya se preparaba para iniciar la contienda con Namjoon, que le esperaba gustoso, cuando el  doncel volvió a alzar la voz interrumpiendo la batalla.

—¡Si le haces algo no te lo perdonaré! ¡Ese hombre no me forzó a nada! ¡Lo hice porque quise! ¡Porque quise y porque me gustó!

—¿Qué has dicho? —Yoongi detuvo su marcha mirando a Hyunjin con rostro espantado. —¡¿Estás hablando como un prostituto de taberna?! ¡Voy a darte una azotaina luego de matar a este malnacido!

—¿En serio? —Una sonrisa triste despunto en el rostro de Hyunjin. —¿Vas a golpearme por prostituto? ¿Vas a castigarme por algo por lo que mamá también pecó?

—¡¿Qué?! —Yoongi no podía creer lo que había oído. Hyunjin acababa de insultar a su mamá llamándolo "prostituto" y eso no iba a permitírselo jamás. La ira lo poseyó como solía hacerlo cuando el recuerdo de Hyo Seop lo invadía, y enfundando su espada fue hasta la altura de su hermano agarrándolo con inmensa brusquedad hasta tenerlo a un palmo de narices de su rostro.

—¡Suéltame Yoongi! ¡Me haces daño!

—¡Repite lo que dijiste, mocoso estúpido! ¡Repítelo!

—¡Dije que eres un hipócrita si quieres castigarme a mí por esto mientras a nuestro mamá lo veneras como un santo a pesar de saber que también se portaba como un prostituto al que no le importó engañar a nuestro padre y parir a un bastardo como yo!

—¡Maldito, cállate! ¡Cállate!

Sin poder evitarlo Yoongi descargo una violenta bofetada sobre su hermano. Hyunjin cayó pesadamente y si no hubiese sido por sus donceles de compañía que lo sostuvieron en el acto, el pequeño príncipe se habría golpeado de frente contra el suelo.

Namjoon que había observado todo el incidente sin musitar palabra, en parte porque era lo que había querido provocar, se sintió tan arrepentido por lo sucedido que también guardó su espada yendo de inmediato a consolar al doncel. ¿Cómo que él era un bastardo? ¿Qué terrible secreto guardaba aquella familia como para alterarles los nervios de esa manera?

—Hyunjin... ¿Estás bien? —preguntó sacando un pañuelo al ver que el muchacho sangraba por el labio. Hyunjin temblaba mucho y había empezado a llorar pero aceptó el gesto del Koryano limpiándose la boca con el pañuelo que éste le ofrecía.

—Nunca me habías golpeado —dijo después de un instante mirando a su hermano.

—Nunca habías insultado a nuestro mamá —replicó Yoongi que con una rigidez casi cadavérica intentaba recuperar la calma.

—No, nunca lo había insultado —convino el doncel poniéndose de pie con ayuda de sus donceles y de Namjoon. —Sin embargo, lo haré una última vez.

Nadie supo lo que Hyunjin quiso decir hasta que éste, sacudiéndose las ropas ajadas y sudadas se adentró hacia la torre central caminando en dirección al salón principal.

Yoongi, Namjoon y los dos sirvientes se fueron tras él, llegando justo en el instante en que, preso de una rabia infinita, descolgaba el cuadro de su mamá del lugar donde por años había permanecido, amargando su vida con su recuerdo, y usando como agente inflamable, un vino añejo que se hallaba en una mesa cercana, le encendió fuego usando una vela.

Cuando Yoongi vio el cuadro de su mamá entre llamas, la locura volvió a apoderarse de él.

—¡Por las Diosas! ¡Mamá! ¡No! ¡Mamá! —rugió lanzándose sobre las llamas para tratar de sofocarlas con su capa. Detrás suyo Hyunjin hipaba viendo el rostro de aquel hombre quedar consumido por el fuego.

—Quémate, quémate —susurraba entre gimoteos. —Deja a mi hermano vivir en paz. Ya no lo amargues más con tu recuerdo.

Por casi cinco minutos, Yoongi trató inútilmente de salvar el retrato de Hyo Seop, fracasando por completo. Cuando el retrato quedó por fin convertido en cenizas, el muchacho se puso de pie mirando a su hermano como si se tratara del más terrible de sus enemigos.

—¿Por qué? ¡¿Por qué?! —Yoongi trató de abalanzarse de nuevo sobre él, pero esta vez el cuerpo de Namjoon se interpuso a tiempo, cobijando al doncel entre sus brazos. El grotesco espectáculo parecía sacado de un libro de tragedia y Namjoon se sentía en el centro de la batalla. No era agradable, pero tampoco iba a permitir que maltrataran así a su encanto.

—Atrás, Yoongi —dijo con calma. —Es mejor que te calmes.

—¿Qué sabes tú ,maldito campesino? —Los ojos de Yoongi parecían dos mares furiosos. —Y tú —espetó mirando a Hyunjin. —¿Es así como me pagas todo el amor que te he dado?

—¿El amor que me has dado? —Hyunjin miró a su hermano con infinito dolor, cómo si una flecha atravesara su pecho. —Tú nunca me has dado amor —sollozó con una pena desgarradora. —Siempre has amado a nuestro mamá a través de mí. Solo has querido proyectar en mí su recuerdo y solo has cuidado de mi porque me parezco a él.

—Eso no es cierto.

—¿No lo es?

Hyunjin miró el cuadro hecho polvo y luego a su hermano. Yoongi le devolvió la mirada por algunos instantes pero luego, sintiéndose tan consumido como aquella pintura, cayó de rodillas echándose a llorar.

Había fallado en todo, en absolutamente todo con respecto a su hermano. La responsabilidad de su cuidado le había quedado grande y le había fallado a su mamá. Al verlo así, Hyunjin se libró del abrazó de Namjoon y fue a su encuentro. Tanto que se había esforzado para que su hermano no sufriera y ahora todo terminaba de esa manera. Tanto que le habían recriminado por mentir y ahora resultaba que decirle la verdad de lo que pensaba, era mucho más terrible.

Caminó sin prisas, y aunque su mano temblorosa dudó, finalmente fue a reposar sobre los cabellos oscuros de Yoongi.

—Me iré con Namjoon a Koryo —anunció con un hilo de voz. —Será lo mejor para todos.

Yoongi dejó de llorar.

—No te dejaré ir.

—Quiero irme, Yoongi. Tú te casarás con Jimin y yo no tengo nada más que hacer aquí.

—¿Y qué tienes que hacer en Koryo? —replicó Yoongi alzando el rostro, húmedo de llanto. —Este es tu hogar.

—Ya no lo es y tú lo sabes.

Yoongi no supo a que se refería exactamente con esas palabras. ¿Se estaría refiriendo a qué por su condición de bastardo ya no merecía estar en Jaén o sería más bien a qué pensaba que su lugar estaba junto a su verdadero padre, Jung Hyung, el rey de Koryo?

—Hyunjin. —Se puso de pie y tomó a su hermano de las manos. El muchacho lo miraba sin miedo ni dolor, ahora solo tenía en el rostro una expresión de vació y ausencia. —Hermano mío... este es tu hogar.

Hyunjin sonrió, quizás con una de las sonrisas más bellas que Yoongi le vería jamás. Había ternura en ese gesto pero también una tristeza interminable.

—Dejame ir.

Con un suspiro Yoongi obedeció soltando las manos de Hyunjin. Se dio media vuelta y llegó hasta el gran ventanal de aquel salón desde donde se observaba el inmenso mar de Jaén con el sol sacando brillos plateados de la bruma del mar.

— Está bien. Si esa es tu decisión yo no me opondré, —anunció luego de varios instantes con la vista clavada en el mar. —Pero tengo dos condiciones.

—¿De qué condiciones se trata? —intervino Namjoon colocándose detrás de Hyunjin.

Yoongi giró sobre sus talones y lo enfrentó con la mirada. Por su expresión Namjoon presintió lo que vendría.

—Yo iré con ustedes —exigió el Jaeniano, rígido como un tronco. —Entregaré a mi hermano como un novio, con dignidad, como las Diosas mandan y luego...

—¿Y luego? —inquirió Namjoon tan rígido como el otro hombre.

Yoongi avanzó un par de pasos llegando hasta el lado de su hermano. Con su mano llena de bioenergía curó la herida que el mismo había ocasionado en su labio y después sus ojos se clavaron en el otro varón con insolencia.

—Luego regresaré a Jaén...—informó calmado.
—Regresaré con Jimin.

No hubo tiempo para que Namjoon respondiera a ese reto. Apenas pronunciadas las palabras de Yoongi, Jung Hyung había ingresado al salón donde estaban reunidos todos y con cara de acontecimiento les había dicho que debían partir ese mismo día.

—Tenemos que volver a Koryo enseguida, Namjoon  —le dijo extendiéndole la carta que acababa de recibir de parte de Taehyung.

—¿Qué sucede, padre? —preguntó Namjoon olvidando por un instante el asunto de Jimin.

El rostro del rey Jung Hyung pareció anunciar la tragedia antes que sus palabras.

—Se trata de Woo Seok, tu mamá se está muriendo —dijo sin más dilación.

Namjoon, Hyunjin y Yoongi  sintieron que sus corazones se detenían al unísono.

Continuará...


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