Intercambio sangriento

La noche cayó pesadamente sobre Joseon. El invierno había llegado con mucha crudeza ese año y nevaba ligeramente. Aún así eso no impidió que el plan de los donceles se pusiera en marcha y que Jimin lograra con éxito que antes de la media noche una gran aglomeración se formara en el patio de armas.  

El señuelo fue una improvisada subasta que el rey consorte Jaeniano organizó precipitadamente. La liberación de Joseon había dejado grandes bajas pero también un montón de prisioneros de guerra Yurchianos, los cuales pensó, sería interesante vender como esclavos a precios increíblemente bajos a pesar de la belleza de aquella raza.

Había sido una excelente idea para distender los ánimos y ahora Jin Goo lo miraba mientras dirigía todo aquello sin poder creer que estuviera frente al mismo muchachito  miedoso que había conocido en Koryo ya casi un año atrás.

—Me tienes admirado, muchacho —reconoció el varón acercándosele durante uno de los remates. —Haz cambiado mucho.

Jimin sonrió a secas.

—Finalmente nunca tuvo la oportunidad de entrenarme —le devolvió con un falso mohín de disgusto. —Habría sido increíble entrenar con el padre de mi esposo.

Jin Goo miró a Jimin con los ojos muy abiertos. Si él sabía todo era porque seguramente Yoongi ya se lo había contado. El doncel notó el sobresalto del hombre y lo sacó de sus cavilaciones. Definitivamente, Jin Goo no se equivocaba.

—Si, asi es. No se sorprenda. Yoongi me lo contó todo por carta, desde hace días y aunque le parezca increíble, no me sorprendió, se parecen mucho en realidad. Espero que el hijo que le dará Jungkook sea igual de guapo también.

A pesar de la tremenda desazón que le produjo ese comentario, logró sonreir. Le dolia terriblemente saber que el hijo que Jungkook tenía en su vientre, no era suyo. Antes, aquello no le había importado en lo absoluto, sin embargo ahora, con el paso de los días, todo había cambiado. Jin Goo sentía que odiaba a ese niño, y a la idea de que ese pequeño sería un vínculo permanente e irremediable entre su amado Jungkook y el príncipe Taehyung. ¡No podía soportarlo!

—¿Qué ha pasado? ¿He dicho algo malo? —preguntó Jimin viendo que el varón se había tornado pensativo. Sin embargo, Jin Goo le restó importancia al aunto con un cabeceo y volvió a sonreir.

—No es nada —mintió controlando su mal humor. —Es sólo que han ocurrido tantas cosas y todos hemos
cambiado mucho, tanto que a veces siento que de seguro no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos.

—Eso es verdad —concordó Jimin. —Usted, por ejemplo, que decía querer al rey Jungkook solo como un hijo, mirese, es su esposo ahora y sus sentimientos hacía el han cambiado.

—¿Me odias por eso, verdad? —preguntó Jin Goo mirando al doncel de soslayo. —Sientes que yo también traicioné a tu difunto hermano, ¿no es cierto?

—Se equivoca, para nada es así. —respondió Jimin con sinceridad. No negaría que al principio le fastidiaba la idea del matrimonio de esos dos, pero en esos momentos, sólo Jungkook era el merecedor de su odio. A fin de cuentas, fue él quien traicionó y se burló del amor puro que Taehyung sentía por él. Sólo Jungkook merecía su odio y deseo de venganza.

Tratando de excusar a su esposo, Jin Goo negó con la cabeza. No quería que Jimin siguiera llevándose esa mala impresión de Jungkook. ¡No era justo! Nadie mejor que él había sido testigo de todo el dolor que le había causado la muerte de Taehyung y también sabía a la perfección que solo se casó con él para no perder el trono de su reino.

—No, no es así, te equivocas con respecto a Jungkook —explicó entonces mirando como un Yurchiano encadenado era entregado a su nuevo dueño.
—Jungkook no quiso que las cosas se dieran así, estaba entre la espada y la pared y se vio orillado a hacer cosas en contra de sus deseos.

—¡Eso no es cierto! —bufó Jimin sin querer oir más.
—Lo que realmente sucede es que mi hermano nunca le importó. Pero bueno, eso es algo de lo que ya no quiero hablar más, aunque diré una ultima cosa —culminó mirando al otro rey fijamente. —Tenga mucho cuidado; el rey Jungkook es un hombre que destruye a todo el que lo ama, tenga cuidado porque usted hace parte de la regla y sinceramente dudo que logre ser la excepción, nadie lo será, sin excepción mata a todo el que lo ama.

Luego de estas palabras, Jimin se dirigió hacía donde estaba el príncipe Hyung Nil, dejando al otro hombre abrumado por el miedo y por la duda.

Quizás ese niño tenía razón y Jungkook sería su perdición, pensó Jin Goo, sin embargo, supo que para su desdicha, ya no había marcha atrás. El amor que sentía por su pequeño lo había precipitado a los abismos de una pasión incontrolable que ya no podía frenar. Tal vez era cierto y estaba a punto de caer a lo profundo de los avernos, pero que dulce muerte sería morir por él.

Mientras todas aquellas cosas sucedían al otro lado del palacio, Jungkook aprovechó la soledad y se desplazó a los jardines excusándose en querer reposar un rato del cansancio del viaje. Jin Goo lo dejó solo pensando en que su avanzado embarazo, lo tenía así de exhausto. Jungkook le agradeció por su comprensión y sin que lo supiera, se escabulló entre los caminos de piedra hacia los jardines.

¡Que fácil había sido distraerlos a todos!

Estaba feliz con la ayuda de Jimin, porque a pesar de que ambos se estaban odiando, tenía que reconocer que su idea había sido perfecta para distraer a todos los soldados.

Nadie quería quedarse sin un esclavo teniendo en cuenta que en épocas de paz los precios por un hombre joven y fuerte eran ridículamente altos, por lo que eran muy contados el número de hombres que no estaban en ese momento haciendo su puja en la subasta, ahora que gracias a la guerra los precios se habían hecho más asequibles.

—Buenas noches, Su Majestad  Jungkook —escuchó de repente en medio de las flores. El escalofriante sonido de aquella voz, lo sacó de sus cavilaciones y volteó a toda prisa en su dirección, haciendo brillar sus cabellos oscuros bajo la luz de aquella luna llena. Frente a él estaba aquel hombre, su invitado especial, Hyo Seop había llegado por fin.

Jungkook intentó serenarse a toda costa. De sus nervios de acero dependía su triunfo, no solo en esa noche sino en las venideras. Él era la única esperanza para la supervivencia de Joseon, debía mantenerse lo más concentrado posible si quería evitar errores que pudiesen quitarle ventaja.

—Buenas noches, Hyo Seop —respondió entonces con total calma, como si la noche invernal hubiese enfriado sus nervios y su corazón. —Te estaba esperando —le aseguró con una hermosa sonrisa.

Su interlocutor sonrió también, aunque con un gesto un tanto huraño. Su belleza nefasta e inquietante se había apagado un poco por el sufrimiento de aquellos días y Jungkook lo notó. De repente se veía mucho más viejo y ahora era muy poco en lo que se parecía a Hyunjin a pesar de la semejanza física. Su cabello estaba maltratado, sucio y despeinado, su piel se veía seca y marchita, había perdido mucho peso también.

—Se lo que quieres escuchar —le dijo Jungkook en ese momento, dando un rodeo por donde empezaba la fuente con la pretendida intención de alargar aquél momento un poco más. —Se que quieres el libro de las Diosas y, como ya te dije en mis mensajes, lo tengo conmigo. Llegué a él primero que ustedes.

Hyo Seop lo miró aprensivo, estaba en una gran desventaja y lo sabía, pero confiaba en que Jungkook estuviera realmente interesado en cambiarle el libro por la amatista de plata. Había corrido un gran riesgo en ir hasta ese sitio solo; sin embargo, en ese momento, sabía que no tenía más opción que arriesgarse.

—Yo también he traído lo que me pediste —le aseguró instantes después, frotándose las manos desnudas, pensando en la amatista falsa, que tenía en su bolsillo. Gracias a las Diosas había encontrado en el palacio de Kaesong, aquella replica con la que había engañado al rey  Jin Young, aquello había sido su salvación.

Jungkook se le acercó.

—Quiero verla —exigió,
—muéstrame la amatista y yo te mostraré el libro y no trates de engañarme porque te arrepentirás.

—Esta bien —aceptó Hyo Seop —te la mostraré, —dijo metiendo la mano en su bolsillo. Al instante sacó la falsificación perfecta de la amatista mostrándosela después a Jungkook; el susodicho suspiró profundamente y un horror cruzó por su garganta. No podía creer que finalmente aquella horrible piedra estuviera ante sus ojos, otra vez. Era increíble y horrible al mismo tiempo, una disyuntiva terrible.

—Es ella —susurró finalmente casi sin aliento. —Es la amatista de plata.

—Por supuesto que lo es, —Hyo Seop le mintió descaradamente, fingiendo un falso mohín de disgusto. —¿Piensas acaso que voy a mentirte?

Jungkook miró a su acompañante con asco. ¡Por supuesto que lo creía capaz de mentirle! Lo creía capaz de eso y de mucho más. ¿Acaso ese infeliz pensaba que él era un tonto que no conocía sus antecedentes? Sin embargo, sólo alargó su mano e intentó tomar la piedra. Con un gesto de complacencia, Hyo Seop
asintió y cerró su mano antes de que Jungkook se hiciera con ella.

¿Estaba bromeando?

—¿Estás de broma? No te la daré hasta que me entregues el libro de las Diosas. Dame el libro y te entregaré la amatista.

—No tan rápido Hyo Seop. —Jungkook se apartó un par de pasos y lo miró de nuevo con seriedad. Si ese hombre pensaba que todo le resultaría tan fácil, estaba equivocado por completo. —Todavía no te he contado todos los detalles que encierran este "pacto", —dijo con una mirada en su rostro, tan o más espeluznante que la de su acompañante.

Hyo Seop se crispó. Que Jungkook le pusiera ahora, una nueva condición para entregarle el libro, era algo que no se esperaba en lo absoluto.

—¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con eso? —cuestionó angustiado. —El trato era que yo te daba la amatista y tú me darias el libro de las Diosas.

Jungkook negó con la cabeza siseando con los labios pero sin perder su pose de soberano.

—Eso era cierto, pero ahora me he arrepentido —le aseguró con una siniestra sonrisa. —Me he dado cuenta de que nuestro trueque es bastante desigual y es por ello que me lo he pensado mejor y no pienso entregarte el libro sin que cumplas con un pedido adicional. No quiero que sólo me entregues la amatista, quiero que también le pidas que te conceda un deseo para mi.

—¡¿Qué?! —Hyo Seop se quedó completamente frío.

¿Qué rayos era lo que se proponía ahora ese malnacido? Ahora no tenía ni la más minima duda de que Jungkook era una víbora ponzoñosa de muchísimo cuidado. ¿Cómo podía pedirle semejante cosa a última hora? ¡¿Cómo?!

—No puedo hacer eso, —resopló finalmente temblando de desesperación. —Esa piedra tiene una maldición que yo no quiero afrontar. Toma a alguno de tus esclavos y exigele que pida el deseo por ti, porque yo no lo haré.

Esa para nada era una buena idea, pensó Junkook. Además de que él, no pensaba ahorrarle ni un poco de sufrimiento a ese maldito, tampoco pensaba en hacerle ese daño a una persona inocente, y que terminara sufriendo las consecuencias de la maldición de la amatista de plata por su culpa.

—Si, podría hacer eso, —le contestó con un asentimiento de cabeza,
—pero no se me antoja, —sonrió con maldad.
—Quiero que seas tú, maldita rata miserable, quien pida ese deseo y quiero que lo hagas aquí y ahora, en este preciso momento, justo frente a mí.

—¡Eres un infeliz!

Jungkook sujetó al otro doncel del cuello, mirándole con sus frios ojos. —¡No más que tú! —le escupió en la cara con odio. —Tenías razón en algo de lo que dijiste el día de mi boda —susurró con desdén apretando más su agarre hasta empezar a cortarle la respiración, —hay algo extraño y oscuro que nos hace iguales a ti y a mí y es por eso que ambos no podemos estar en este mundo. Te dejaré ser un  Dios y largarte de aquí. Pero para hacerlo, tienes que pasar mi prueba.

Con un poco de fuerza, Hyo Seop logro separarse del agarre de Jungkook. Aceptaría el trato; después de todo, no tenía nada que perder. La amatista que tenía en la mano era una falsificación sin ningún poder para cumplir deseos, asi que no corría realmente ningún riesgo al usarla. Debería, sin embargo, seguir fingiendo para no estropear su engaño y hacerle creer al miserable de Jungkook que estaba muy asustado. Pediría aquel deseo entre temblores y espasmos, como un reo que va al patibulo, era hora de hacer su mejor actuación.

—Está bien, lo haré. Pediré el deseo —aceptó por fin, fingiendo un horrible temblor. —Pediré ese deseo, después de todo estoy seguro de que cuando sea un Dios estaré por encima del poder de esta piedra y su maldición no me alcanzará.

Lejos de todo lo que esperaba, Jungkook sonrió.

—Pues mejor aún —dijo el susodicho. —En ese caso no tienes ninguna razón para negarte. ¡Vamos, cumple mi deseo! Pídele a esa piedra que mi Taehyung vuelva a la vida.

¿Había escuchado bien? ¿Ese era el deseo? ¿Qué el príncipe Taehyung volviera a la vida? ¿En serio?

Hyo Seop miró al rey con una diversión brutal que supo esconder muy bien, disfrazada de un rictus de sorpresa. ¿Ese era el deseo de Jungkook? ¿Revivir a su amante?

—¿Quieres qué? —comenzó a decir mientras respiraba profundamente para disimular la carcajada que quería salir de su garganta.

—¡Hazlo! —se exaltó Jungkook. Ya no quería extender más aquel encuentro, pues sentía que los nervios ante la emoción de devolverle la vida a Taehyung le traicionarían.

—Muy bien —Hyo Seop asintió entonces, tomando la piedra y formulando el deseo. Jungkook y él contuvieron la respiración como si esperaran que algo sobrenatural pasara, sin embargo, no fue así. Después de formulada la petición, el cielo permaneció igual, el aire circulaba con el mismo ímpetu y no se había detenido la nieve, ni se notaba la presencia de alguna de las Diosas, como había sucedido cuando Woo Seok formuló su deseo.

Jungkook arqueó una ceja.

—¿Se supone que ya sucedió? —preguntó ceñudo.

Hyo Seop se encogió de hombros.

—No lo sé, nunca había usado esta piedra antes —se excusó con fastidio. —No sé como asegurar que el deseo se ha cumplido, sin embargo ya yo cumplí con mi parte del trato —dijo completamente hastiado.
—No es mi problema lo que suceda ahora, así que entrégame el libro de las Diosas.

Sintiéndose muy irritado, Jungkook escarbó entre su túnica. Le pareció un inconveniente terrible no poder tener una prueba fehaciente de que el deseo estaba cumplido, sin embargo había dado su palabra y ahora debía cumplir. Con cuidado, sacó el libro de las Diosas de entre sus ropas y estiró su mano. Fue justamente en ese momento cuando las vio.

—¡Diosas! —Se exaltó acercándose a las flores mientras dejaba a Hyo Seop con la mano extendida.
—¡Diosas! —repitió con lágrimas en los ojos. ¡¿Sería esa la señal de que la amatista había cumplido su deseo?! ¡Si, tenía que ser eso! ¡Había rosas negras en su jardín! ¡Finalmente, después de tantos intentos fallidos por cultivarlas, habían crecido en suelo Joseoneano! —El libro es tuyo, —dijo entonces volviendo su vista hacia Hyo Seop dispuesto a entregarle el preciado objeto, ahora sin ninguna duda de que su deseo había sido concedido.

Hyo Seop sonrió apresurándose a tomar su ansiado tesoro. Por fin su sueño se haría realidad. Por fin tantos sufrimientos y fracasos serían recompensados. Como un Dios podría revivir a su pequeño Hyunjin que había muerto injustamente. Como un Dios podría hacer infeliz la vida de ese miserable de Jungkook al que tanto odiaba.

—Es un placer hacer tratos contigo, —señaló con sorna, acercándose para tomar el libro. Su mano se extendió ansiosa y sus dedos prácticamente rozaban su objetivo cuando sucedió algo inesperado y Hyo Seop sintió ganas de morir otra vez.

—¡No! —Una voz gruesa, seguida de un cuerpo muy familiar, salió de la oscuridad de los matorrales haciéndo caer de bruces a los donceles. Del golpe, el libro de las Diosas resbaló de las manos de Jungkook y rodando fue a parar junto a la fuente.

—¿Qué crees que estás haciendo, Jungkook? —dijo el recién llegado mirandolo con horror. El aludido casi se desmaya, no lo podía creer. ¡Taehyung estaba frente a él! ¡Por las Diosas! Esa piedra cumplía los deseos de forma extraordinariamente rápida.

—¡Taehyung!

—¡Tesoro no le des el libro! —exclamó el príncipe lleno de espanto.

—¡Es tarde! —exclamó Hyo Seop yendo por él. Jungkook pareció reaccionar y sin perdida de tiempo se puso en el camino del hombre, impidiéndole el paso con su espada.

—Detente, Hyo Seop, no des un paso más o te arrepentirás. ¡Te lo advierto!

—¿Qué es lo que sucede aquí? —En ese instante otra voz, fuerte y agitada, se alzó de repente. Todos los presentes reaccionaron rápidamente volteando a mirar hacía él.

Jin Goo había llegado.

—¡Por las Diosas! —exclamó el robusto varón al ver que su esposo tenía a Hyo Seop contra el suelo y su espada y que Taehyung estaba de pie junto a ellos.

Parecía imposible, pero en ese momento un sentimiento nefasto, pareció activarse en su interior. Increíblemente no fue la presencia de Hyo Seop la que lo descontroló, fue el ver a Taehyung vivo y cerca de su esposo, lo que le robó la razón por completo y lo transformó en un ser irreconocible.

—Alteza Taehyung —dijo entre dientes sintiendo que algo horrible se apoderaba de su ser, despertando en él un odio infinito —¡Lo sabía! —gritó lleno de ira desenfundando su espada. —¡Sabía que eras tú el hombre misterioso del campamento! ¡Lo sabia!

—Jin Goo, escucha, —susurró Taehyung mirando firmemente al otro varón. Había algo diferente en su mirada. ¡Parecía un demente!

—¡Apartate de mi esposo! —exigió el consorte Joseoneano bramando de ira.

—¡Jin Goo, por favor! —Jungkook tembló al ver la actitud de su esposo. El hombre había perdido la razón por completo y ahora parecía un toro rabioso a punto de embestir.

—¡Tú te callas! —bramó Jin Goo colérico cuando su esposo intentó detenerlo.
—¡No vas a volver con este hombre, ¿me oyes?! ¡No lo permitiré! ¡No pudo creerlo! ¡¿Por qué estás vivo, infeliz?! ¡¿Por qué?!

Mientras Jin Goo perdía el juicio por completo y Jungkook intentaba calmarlo, Hyo Seop se dedicó a escuchar todo con diversión. De inmediato, como la rata cizañosa que era, se le ocurrió una idea genial para complicar todo aún más y de esta forma lograr darse a la fuga con el preciado libro.

—¡El rey Jungkook me pidió que lo reviviera! —se escuchó su horrible voz de repente entre los gruñidos de Jin Goo. —¡Tu amado esposito me pidió revivir a su amante a cambio del libro de las Diosas! Justo ahora pensaba entregármelo para luego huir con su amante. ¡Jungkook te va a dejar, imbécil! ¡Se irá con el príncipe Taehyung y te dejará!

—¡Eso no es cierto!

Completamente fuera de si, Jungkook hizo algo muy impulsivo. Sin pensar en las consecuencias y sólo queriendo callar de una vez por todas a ese miserable infeliz, alzó su brazo y sin miramientos le cortó el cuello de un tajo.

—¡Jung...kook! —tartamudeo Hyo Seop, tocando la herida en su cuello, mientras sentía que se ahogaba con su propia sangre. El repugnante ser se estremeció entre espasmos de agonía por algunos instantes, pero luego de algunos segundos, como por arte de magia y de forma absolutamente sobrenatural, ante los ojos desorbitados de todos, su herida dejó de sangrar y mágicamente, como si un sanador estuviese alli a su lado, auxiliandolo, la herida sanó por completo.

—¡Por las Diosas! ¿Qué fue eso? —gritó Jungkook espantado al ver aquello. Todos los demás también se habían quedado anonadados, todos incluido el propio Hyo Seop.

—¡Me he curado! —susurró entonces el doncel riendo luego como un completo loco —¡Soy inmortal! ¡Soy inmortal!

—No puede ser —seguramente fue lo que  pensaron todos, pero fue Taehyung quien lo dijo en voz alta. Durante los días en  que lo había tenido cautivo, uno de los sanadores del campamento le había dicho que tenía heridas mortales que increiblemente parecían haber sanado solas. Sin embargo, él no creyó en ese momento que algo así pudiese ocurrir. Ahora veía claramente que así era.

—¡Soy inmortal! —volvió a repetir Hyo Seop mirándolos a todos con una superioridad apabullante. De inmediato sus ojos se posaron sobre su antiguo amante y con una sonrisa espantosa le habló.

—Escúchame bien, Yeo Jin Goo —le dijo mirando a Jungkook, apropiándose por completo de la situación.
—Tu esposo te ha mentido todo el tiempo, él nunca ha dejado de amar al príncipe Taehyung y por eso se irá con él, oyeme bien ¡Se irá con él!

—¡No! ¡No lo permitiré! —Ciego de ira, como si nada más en este mundo le importara, Jin Goo se abalanzó, espada en mano, contra Taehyung. Jungkook corrió despavorido hacia ellos al ver lo que sucedía y aquello fue aprovechado por Hyo Seop para tomar el libro y darse a la fuga.

—¡No vas a quitarme a mi esposo, infeliz! ¡El es mío ahora! ¡Es mío!

—¡No, Jin Goo! —Jungkook trató de evitar aquello, por un momento el tiempo se ralentizo para él y en su corazón de veras deseó poder haber encontrado otra solución para ese desastre. Sin embargo no la encontró.

Jin Goo se acercaba peligrosamente a Taehyung, venía hacia él con una potencia tan apabullante, que era totalmente improbable que pudiera ser capaz de detener su ataque. Los ojos de Jungkook se llenaron de lágrimas, el corazón se le partió en mil pedazos antes de hacer lo que hizo, pero de verdad no encontró otra opción.

Sin pensárselo demasiado, desenfundó su espada rápidamente y lanzándola con todas sus fuerzas, la guió directo al amplio torax de su esposo. El arma atravesó el aire con un silbido y se incrustó en medio de la espalda de Jin Goo, atravesándolo sin compasión antes de que cayera pesadamente sobre el suelo.

—¡Jin Goo! —exclamó Jungkook al verlo caer, y en un instante llegó a su lado, agarrando el cuerpo sangrante entre sus brazos, antes de retirar su espada. —¡Jin Goo! —repitió desesperado, llorando de culpa. —Jin Goo por favor resiste, te lo suplico. ¡Taehyung, busca un sanador rápido! ¡Date prisa!

Taehyung asintió a toda prisa, buscando con sus ojos el sitio hacia el cual dirigirse. Sus piernas intentaron moverse, intuyendo una dirección, pero no logró recorrer más de un metro cuando la ahogada voz de Jin Goo lo detuvo en el acto.

—Taehyung espera. —Jin Goo respiraba entrecortadamente mientras un rastro de sangre corría por sus labios. —Cuida de Jungkook por mí, —le pidió en un susurro mirando tiernamente al que por muchos años fue para él como su hijo. —Cuida de él y de tu hijo —sollozó. —Te los encargo, dale la felicidad que se merece.

—¡Jin Goo, no! —replicó Jungkook temblando de pies a cabeza. —¡No te mueras! ¡No me dejes, por favor!

—¡Es la más dulce de las muertes, morir entre tus brazos, Tesoro de SiKje! —contesto de nuevo Jin Goo con un ligero golpe de tos. —¡Eres un néctar que embriaga los sentidos! Nunca olvidaré tu dulce sabor a miel! Siempre te amaré!

—¡Mi, querido Jin Goo! —Jungkook sintió que aquellas palabras le arrugaban el alma. Había destruido a su querido Jin Goo, lo había destruido como destruía todo lo que tocaba, a todo aquel que lo amaba. Jin Goo alzó su mano diestra y le limpió las lágrimas como si pudiera leerle los pensamientos.

—¡No, mi pequeño! —dijo el hombre con una sonrisa.
—No te culpes, tú eres un ángel, mi hermoso ángel, no una maldición.

—Un ángel de la muerte —replicó Jungkook viendolo gemir de dolor. —Jin Goo, perdóname —le suplicó entre lágrimas.
—Perdóname por hacerte esto.

Con una sonrisa de dolor, Jin Goo tomó el rostro de Jungkook entre sus manos y con afecto pasó sus dedos por los temblorosos labios del doncel, suspirando por fin.

—No, perdóname tú a mi. Perdóname por no haber aceptado tu amor cuando lo tenía y ahora no haber aceptado que ya no me pertenece. Perdóname, mi amor. Espero algún día, en la otra vida, volver a verte.

—¡Jin Goo! ¡No! !Oh, Diosas!

Jungkook sintió la manera cómo el cuerpo de su esposo se relajaba del todo, exhalando un último suspiro y finalmente dejando de respirar. Había muerto. Su querido Jin Goo había muerto.

—Tesoro —llamó Taehyung en voz baja, acercándose a él. Con cuidado intentó colocar una mano sobre su hombro, pero lo que recibió de parte del doncel fue una mirada fría y llena de rabia y dolor.

—¡Cállate! —le gritó mientras mecía suavemente el cuerpo inerte de Jin Goo. —¡No vuelvas a llamarme así! —le exigió entre lágrimas creyendo que se volvería loco de pena. —¡No soy un tesoro ni soy nada! —gritó de nuevo, dirigiendo la mirada hacia la negra noche. —¡Mira lo que he hecho! ¡Mira lo que le he hecho a mi querido Jin Goo!

La angustia de Jungkook le llegó hasta las entrañas a Taehyung. Nunca antes lo había visto así de desesperado y temió que perdiera su cordura. Suavemente se acercó y lentamente se acuclilló a su lado; sus manos viajaron a su rostro, apartando dulcemente esos largos cabellos negros que caían sobre su palido rostro.

—Jungkook, escúchame. Por favor, cálmate.

—¡Lárgate de aquí! ¡Largate! —gritó Jungkook una vez más, mirando ahora a Taehyung con horror. —¿Es que no ves que acabaras igual a Jin Goo si sigues junto a mí? ¿Es que no ves que soy una maldición?

—No, no lo eres, Tesoro. No digas eso, no hables así. Yo te amo.

—¡No! ¡Cállate! ¡Cállate! —sollozó el doncel.

—Jungkook, mi tesoro. Mi amor por ti es distinto, no va a corromperse, jamás. ¡Lo juro!

—¡Es suficiente! —Jungkook se puso de pie completamente abrumado, todo aquello se había salido de control y resultó ser un intercambio sangriento.

Todo el cuerpo le temblaba como si fuese una hoja en medio de una tempestad. Continuaba llorando sonoramente sintiendo como aquel cielo oscuro caía sobre él, cuando sintió un dolor que partió de su columna expandiéndose rápidamente al resto de su cuerpo lo dobló con un grito.

Taehyung abrió mucho los ojos al ver ese gesto... ¡Por las Diosas! Había visto ese gesto en otros donceles preñados y sabía lo que eso significaba! ¡Jungkook se había puesto en labor de parto! ¡Su hijo iba a nacer!

El trabajo de parto de Jungkook estaba resultando más largo de lo que se había esperado. Lejos de portarse con la entereza y fortaleza que se esperaba de él, el Joseoneano se notaba completamente acobardado, temeroso, derrotado, como si fuese un pequeño conejo rodeado por una jauría de mastines hambrientos.

Jimin era la única persona, relativamente cercana, que le acompañaba en esos momentos; los demás eran sólo sirvientes y médicos que se movían de un lado a otro entre vasijas de agua hirviendo, sabanas sucias y brebajes para disminuirle el dolor.

Era realmente terrible lo mal que se sentía, la sensación de vació infinito que se había apoderado de su alma. Ni estar trayendo una nueva vida al mundo lograba sacarlo del sufrimiento infinito en el que se hallaba y el cual parecía hacerse más hondo y oscuro con el paso de las horas.

Mientras tanto, afuera de la recamara, Taehyung no dejaba de caminar con histérica desesperación. En su mano derecha sostenía la espada de Jungkook, manchada aún con la sangre de Jin Goo. Había tenido la precaución de llevársela consigo antes de que los soldados la encontraran.

Jin Goo había sido un hombre amado por el ejército de Joseon y si aquellos hombres se enteraban de que su líder había muerto a manos de su propio consorte, la rebelión contra Jungkook sería inevitable.

Ahora, gracias a su prevención, todos en Joseon juraban que Jin Goo había sido otra víctima más de Hyo Seop y por lo tanto, lejos de odiar a su rey, toda la población se encontraba en ayuno esperando el nacimiento del pequeño príncipe mientras a su vez oraban a SiKje por la salud y el bienestar de la mamá.

—¡Debes calmarte, Taehyung! —habló de repente Hyung Nil, quien se hallaba al lado del otro principe. —Esto de los partos no es algo tan fácil y toma tiempo, sobre todo en el caso de Jungkook al ser éste su primer hijo —declaró con tranquilidad.

Taehyung le echó una mirada de angustia.

—Es que lleva casi veinticuatro horas allí —replicó señalando las clausuradas puertas de madera que conducían a la habitación real. —Presiento que algo anda mal.

—¡No es así! Nada sucede, te lo puedo asegurar, —le dijo Hyung Nil. —No anda nada mal, todo saldrá bien.

—¿Cómo? ¿Acaso has visto algo? ¿Has tenido otra visión? —Taehyung preguntó aquello con una voz tan abrumada que daba lastima. Hyung Nil sintió pena por él y por lo tanto sólo asintió.

—Así es —contestó con parquedad un momento después. —He tenido una última visión; una en donde ese niño que está naciendo, será la salvación de Joseon y lo llevará a una nueva era.

Taehyung palideció, su rostro era una mascara de estupefacción.

—¿Hyung Nil, no me estas mintiendo?

—Nunca lo he hecho —contestó el kaesongino casi que estaba ofendido. —Te dije que debías esperar hasta que Jungkook tuviera el libro de las Diosas y no me equivoqué, era lo que tenía que pasar.

—¿Lo que tenia que pasar? ¿En serio? —preguntó Taehyung un poco indignado. —Hyung Nil, dime con honestidad ¿Tú has visto lo mismo que todos nosotros? ¡Por las Diosas! ¡Esto no puede ser más desastroso!

—¡Tal vez ahora lo sea! —comentó Hyung Nil tranquilo. —Pero luego lo entenderás todo. Escúchame bien. Si hubieras revelado tu identidad antes de esta noche, puedes estar seguro de que el muerto no sería Yeo Jin Goo.

Taehyung lo miró con seriedad.

—¿Sería yo, entonces?

Hyung Nil negó con la cabeza y luego respondió sin resquemores.

—No, seria Jungkook, él y tu hijo, si no hubiera aparecido Jin Goo, Hyo Seop lo habría matado.

Aquello sí que heló por completo la sangre de Taehyung. Ya algo le había comentado Hyung Nil al respecto pero él aun no entendía cómo dos sucesos tan poco relacionados entre sí pudiesen ser tan determinantes y decisivos.

Sin embargo, y para su fortuna, Hyung Nil parecía dispuesto a explicárselo.

—Taehyung —dijo el kaesongino dando un rodeo hasta llegar a la ventana de aquel pasillo. La luna llena de aquella noche brillaba jubilosa. —El mayor interés de Jungkook en obtener el libro de las Diosas era poder presionar a Hyo Seop para que te reviviera. Si descubría que tú vivías, no se hubiera tomado tan a pecho su intención de tener el libro y, según mis visiones, Hyo Seop lo habría encontrado primero. Como te puedes dar cuento, eso habría sido terrible, se habría convertido en un Dios y lo primero que habría hecho, sería matar a Jungkook.

—¡Por las Diosas!

—Jungkook necesitaba tener ese libro en sus manos antes que Hyo Seop lo hiciera, para poder descubrir a tiempo ciertas cosas que ahora sabe.

—¿Y cuáles son esas cosas? —preguntó Taehyung casi agitado. Sin embargo, para su desgracia, la única respuesta que recibió fue un cabeceo de parte de Hyung Nil.

¡Rayos!, pensó entonces. ¿Por qué las Diosas eran tan mezquinas? ¿Por qué le permitían sólo conocer las verdades a medias? ¿Por qué revelaban sus oráculos en forma de acertijos?

Hubiera seguido meditando sobre estos apartados de no ser porque en aquel momento un grito desgarrador rompió el silencio, apartandolo de sus pensamientos y, acto seguido, se escuchó un llanto agudo y vivaz que le estremeció el corazón.

¡Su hijo había nacido!

Continuará...






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