Infidelidad
Sin importarle el ruido que hacía la vasija al quebrarse sobre el suelo de la habitación, Jimin dejó salir toda la rabia que estaba sintiendo.
Tenía que descargarse con algo o no podria dormir tranquilo.
Habia sido un tonto.
Llegó a pensar que Yoongi si lo comprendía y que lo tomaba en cuenta, pero su marido había resultado tan, o más inflexible que Jung Hyung y Namjoon, juntos.
—¡Rayos! ¡Esta misión era de ambos! —bufó colérico. —¡Taehyung es mi hermano!
Con rabia, desenrolló el camisón de dormir que guardaba debajo de la almohada y comenzó a sacarse la ropa. Primero se quitó el abrigo de lana que había usado aquél día y que aún estaba húmedo por la lluvia de la mañana. Luego se sacó los pantalones grises que llevaba y colocó todo en forma de bulto sobre un mueble. Cuando se sentó en el borde de la cama para quitarse las botas, se percató de que éstas lucían sucias de barro y también estaban mojadas.
“Seguro ensuciaron el tapete del comedor común.” pensó.
Aquel dia habia llovido, y se habia mojado cuando él y Yoongi salieron de la aldea para reunirse con Jin Goo, quien finalmente había podido contactar con ellos. Después de eso, Yoongi le ordenó volver a la pensión y esperar alli mientras él y Jin Goo volvían a la joyería donde días antes habían estado, esa donde obtuvieron una pista vital que podía conducirlos al ladrón de la amatista de plata.
Jimin había querido acompañar a los varones, pero Yoongi se mostró en desacuerdo, considerando aquello peligroso. Así que por eso, se había quedado de nuevo rezagado y apartado como siempre, tratado como un indefenso doncel, una frágil criatura necesitada de protección.
Eso lo tenia tan fastidiado que olvidó cerrar la puerta con cerrojo.
Cuando se agachó para recoger las tiras de tela que conformaban su disfraz de embarazado, notó que una tenue lumbre asomaba por la rendija de su puerta. Su cuerpo se crispo y trató de apagar la luz de su recamara.
Fue inútil... ya lo habían visto.
—¿Quién eres? ¡Sal de alli! ¡Ya te vi! —Con una calma increible, se adelantó dos pasos y se paró a menos de un metro de la puerta. En ese instante, la luz tras ella pareció balancearse y retroceder. Jimin abrió de golpe y la figura de un jovencito, tembloroso y agitado, apareció del otro lado. El chico lo miraba con ojos desorbitados y respiraba ansioso. Era uno de los hijos del casero.
—Yo... lo lamento, no quería... —El muchacho titubeo mirando el vientre plano de Jimin. Su rostro, iluminado por el fuego de un candil que llevaba en la mano, estaba pálido. —Tú no estás embarazado!.
—¡Cállate! —De un manotazo, Jimin haló al chico, metiéndolo bruscamente dentro del cuarto. Con igual violencia, lo tiró sobre la cama y cerró la puerta.
El jovencito temblaba tanto que la luz del candil bailoteaba por toda la habitación. Jimin se paró frente a él y lo miró con fiereza. Estaba preparado para enfrentar la reacción que tuviera el otro muchacho, fuera la que fuera. Incluso, de ser necesario, usaría la violencia. Tal vez, él no fuera el doncel más fuerte, pero el chico que temblaba frente a sus ojos era más delgado. y de menor estatura. También lucía muy frágil, a pesar de que Jimin sabía que no lo era tanto, pues todas las mañanas lo veía cargar los pesados sacos de harina que su mamá usaba para hacer las empanadas que vendía en el mercado.
—¿Qué pasa? ¿No vas a gritar? —Jimin se acercó peligrosamente al chico, intimidándolo —Has visto algo que no debías ver y no puedo permitir que se lo cuentes a nadie ¿me oyes?
—Yo no diré nada ¡Lo juro! —El muchacho puso el candil sobre la mesa y se puso de pie. Cuando Jimin apagó la lámpara que colgaba de la pared, una ráfaga de viento pasó por su lado.
Jimin fue más ágil, y con fuerza sujetó al chico que había intentado escapar. Cuando el muchacho cayó de nuevo. sobre el lecho, se acercó a la mesa sobre la que estaba el candil y lo apagó. Se tiró sobre el chico y con su diestra le cubrió la boca, el resto de su cuerpo aplastó el otro cuerpo.
—Tranquilo, no te muevas. Si colaboras, no te haré daño —El propio Jimin estaba sorprendido de su tono al hablar. Era ronco y peligroso. —Si prometes no gritar, te soltare. ¿Prometes no gritar?
Con un movimiento suave de cabeza, el muchachito asintió. Jimin lo miró fijamente, ayudado por la escasa luz que entraba por la ventana. Dudó, pero relajó un poco el cuerpo, retirando pausadamente la mano que bloqueaba la boca del otro doncel. La mano con la que le sostenía los brazos no se relajó, por el contrario, lo sujetó un poco más fuerte antes de liberarle la boca.
—¡Ah! —gimió el muchacho, —Gracias. Yo te juro que no diré nada. Puedes confiar en mí.
—¿Lo juras?
—Si, lo juro. —El sonido de algunos pasos se oyeron fuera. Jimin y el otro chico se tensaron, pero ambos guardaron un silencio sepulcral. Cuando el sonido se alejó, suspiró y apretó los ojos. El otro muchacho lo miró con algo parecido al pesar.
—¿Es por tu marido que haces esto? ¿Engañas a tu esposo para que crea que estas embarazado y no te deje?
—¿Qué? —El principe se quedó un momento en silencio, pero al cabo de un instante su mente reaccionó con agilidad. ¡Eso era! ¡Aquella era una excusa perfecta! ¡Ni a él se le habría ocurrido nada mejor! Sonrió mentalmente antes de levantarse del lecho y dejar libre al otro muchacho. Fingiendo una terrible tristeza, y escondiendo la cara entre sus manos empezó a hacer lo que mejor se le daba últimamente: actuar.
—¡Oh, qué desgraciado soy! —sollozó, atrayendo la compasión del otro chico.
—Soy un higo seco, una flor marchita. Mi vientre está más seco que el desierto de Kaesong.
De inmediato, el otro doncel se incorporó y lo abrazó compasivamente. Para la mayoría de los donceles campesinos, la esterilidad era como una maldición.
—Pobre de ti, que maldición más terrible te ha tocado. Pero no debes temer. ¿Sabes? Los antiguos reyes, los padres de nuestro señor Jungkook, también fueron estériles. Pero rogaron a las Diosas y éstas oyeron sus ruegos. Estoy seguro de que si oras muy convencido, ellas se apiadaran de ti.
Jimin se limpió las lágrimas y miró al otro chico a los ojos. —¿Tu lo crees así? —le preguntó, con la sonrisa más ansiosa que encontró. Su acompañante asintió.
—Estoy seguro de que las Diosas escucharán tus ruegos, y te volverás más fértil que el valle de Joseon. Solo tienes que orar muy fuerte.
—Eres muy bueno. —Con una sonrisa, Jimin tomó las manos del chico y las besó.
El muchacho se sonrojó pero logró sostenerle la mirada.
—Tu esposo es un tonto —le dijo un instante después.
—Si tú fueras mi esposo, yo nunca te dejaría. Ni aunque estuvieras seco. Puedes confiar en mí. Tu secreto está a salvo conmigo.
Entonces, sucedió algo que los sorprendió a los dos. Sin pensárselo demasiado, Jimin tiró a su acompañante de nuevo sobre la cama.
Cuando el muchacho sintió los ojos del otro doncel clavándose en los suyos, se crispó un poco, pero no se resistió y las manos delicadas, pero decididas de Jimin, desataron el nudo de su camisón, haciéndolo resbalar por sus hombros tersos. No sabía por qué estaba haciendo aquello, pero la verdad era que no quería ni podía detenerse.
El otro muchacho, por su parte, tampoco trato de resistirse. Era virgen aun, y sabía que cometía un pecado horrible entregándose a un hombre igual a él, a uno que era doncel, casado además. Pero las fuerzas no le alcanzaban para evitar el contacto de esos labios tiernos y dulces que sembraban besos en su cuello, en sus hombros. No pensó en las consecuencias de tales actos cuando dejó que la mano de Jimin, cálida y suave, sondeara entre sus muslos y le levantara el camisón. Tampoco escuchó, a la razón cuando éste lo recostó sobre los edredones de gamuza y lo hizo suyo al amparo del viento frio de otoño y los destellos de la luna llena.
Aquella noche, Jimin gozó por primera vez de la deliciosa sensación de sentirse un varón en el lecho. No iba a mentir... le gustó.
Aun no cantaban los gallos cuando Yoongi regresó a la pensión. Silencioso, como siempre solía ser, llegó al recibidor y se quitó las botas, para llevarlas en la mano y hacer ruido.
Sigiloso, tanteó entre la oscuridad del recinto, sin sorprenderse por la calma que había alrededor; no podía ser de otra forma teniendo en cuenta las horas que eran. Sin embargo, si le extrañó un poco que aquella noche hubieran vasos regados y un gran desorden en la mesa, ya que el hijo del casero solía limpiar todo antes de irse a dormir.
“Seguro lo recogerá mañana” pensó entonces y subió las escaleras. Al llegar a la habitación que compartía con Jimin, notó de inmediato que la puerta estaba entreabierta. Con cuidado la empujó, y la oscuridad se hizo un poco menos densa por la luz de la ventana, aunque aún era demasiado fuerte como para dejarle ver la escena que le esperaba en la cama.
No quería despertar a Jimin.
Se imaginaba que su esposo seguía irritado por su decisión de no dejarle ir a la joyería aquella noche, y no quería discutir con él a esas horas. Por eso, se paró en puntillas tratando de hacer el menor ruido posible, y se acercó a la cama. Cuando estuvo lo suficientemente cerca al lecho, vio las ropas de Jimin y otras más regadas al lado de la cama. Al parecer, se había echado a dormir sin importarle dejar regada toda la evidencia de su falso embarazo.
“¿Tan furioso estaba?” se preguntó mirando hacia la cama.
En ese momento los vio.
Vió hacía la cama y se dió cuenta de que junto a Jimin había alguien más. Pestañeó un par de veces, creyendo que alucinaba o que sus ojos lo engañaban, pero luego, al acercarse más, pudo darse cuenta de que no se equivocaba.
La mano de Yoongi no tembló cuando levantó las sábanas, ni su respiración se agitó cuando confirmó lo
que presentía. Sin embargo, dentro de su corazón, algo punzó tan feo que le obligó a contraer la mandíbula y su rostro todo se tensó.
Con calma, volvió a cubrir el par de cuerpos desnudos que dormían en un intimo
abrazo y así, sin más, abandonó la habitación. Justo en el umbral de la puerta, soltó sus botas.
Eran un poco más de las siete de la mañana cuando Jimin se despertó.
Recordando lo sucedido durante la madrugada se crispó, pero al mirar en su cama notó que estaba solo. Al parecer, el chico con quien había pasado la noche se había ido antes del alba, previendo el hecho de que sus padres podían encontrarlo fuera de su cama.
“¿Aún no regresa Yoongi?” se preguntó entonces, agachándose para limpiar el desorden del piso. Cuando sus ojos se posaron en las botas que estaban tiradas cerca al umbral de la puerta, su corazón pareció detenerse.
—¡Por las Diosas! —exclamó, temiendo lo peor. ¡Le habían pillado siendo infiel!
Aún era de madrugada cuando Jungkook despertó. Las horas de sueño habían transcurrido lentas, perturbadoras e intranquilas.
Apenas ponía la cabeza sobre las almohadas llegaban a su mente imágenes sombrías: sangre, destellos de espadas, sudor, cuerpos mutilados y ojos inertes. Se levantaba transpirando copiosamente, su corazón latiendo a galope porque uno de esos pares de ojos eran los del amor de su vida; eran los ojos ausentes de brillo de su amado Taehyung.
—Taehyung —susurró con voz ahogada, como si sólo lo hubiese dicho en sueños.
—Taehyung — repitió con la mano en su vientre, y entonces, el destello de un brazalete, le iluminó la mente, la ilusión… la esperanza, renacieron en él. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?!
El doncel que le advirtió de la llegada de Jin Goo a palacio se quedó con una bata aterciopelada en las manos y un gesto de desconcierto en su rostro. Jungkook había obviado su indecorosa semi desnudez para ir corriendo en busca de su tutor.
Las pesadillas de la noche se ahogaron con las primeras luces del día, y la tensión de la incertidumbre estaba eclipsada por su reciente descubrimiento. Había sido un tonto por no haberse dado cuenta antes de algo tan obvio, pero no importaba. Ahora lo sabía; estaba completamente seguro de que Taehyung vivía y de que si actuaban pronto, seguramente podrían rescatarlo ese mismo día.
—Jungkook —Jin Goo se sorprendió al verlo llegar en esas condiciones, tenía la trenza deshecha, los mechones negros sobre su piel blanquísima, su cuerpo apenas cobijado por la ropa de dormir, que solo eran prendas interiores y muy poco convenientes para el frío que hacía.
Jin Goo lo miró otra vez, constatando su impresión. Pero ahí estaba de nuevo el doncel más bello jamás conocido sobre la faz de la tierra, con un pantalón ajustado a la cintura y a los tobillos; el camisón de dormir cubriéndole el torso y el abdomen. Sus pies descalzos silenciaron sus pasos sobre la alfombra cuando se acercó hasta él, tomándole de las manos con esperanza saliendo a borbotones de sus ojos, luminosos como una fuente de plata. Sus heridas también habían sanado del todo. Lucía magnífico de nuevo.
—¡Está vivo, Jin Goo! ¡Taehyung está vivo! —exclamó Jungkook. Había un sonrojo en sus mejillas y un marcado temblor en su cuerpo. Era un temblor tan intenso y febril que Jin Goo supo de inmediato que no era causado por el frio.
—Veo —respondió, y tomando a Jungkook de la mano lo llevó hasta un asiento ubicado en una esquina, sentándolo en él.
Se encontraban en el despacho del palacio, una habitación de no más de veinte metros cuadrados donde por muchos años se tomaron decisiones vitales para el reino: una cámara secreta que había quedado prácticamente en desuso después del “Gran Pacto”.
Debido a la emoción que había sentido al llegar, le tomó varios minutos percatarse de que se encontraban allí, sobre esos muebles Joseoneanos que uno de sus antepasados había adquirido como dote de bodas muchos años atrás.
Las paredes, de un tono ocre, lucían descoloridas tras el paso del huracán, y manchas de humedad cubrían las cortinas. Sin embargo, lo que más preocupaba a Jungkook no era eso, sino la preocupación que lucía el rostro de Jin Goo; una que solo le había visto en otra ocasión en especial: El día de la muerte de sus padres, los antiguos reyes de Joseon.
—¿Pasa algo? ¡Contesta! ¡¿Sucedió algo que deba saber?! —preguntó nervioso.
—Las noticias no son muy alentadoras —respondió aquel, sentándose en un sillón contiguo al de Jungkook. —Habla tú primero. ¿Por qué estás tan seguro de que el príncipe Taehyung está vivo?
Una ligera sonrisa iluminó fugazmente el rostro de Jungkook.
—Es por esto —respondió, mostrándole el brazalete que llevaba en la muñeca
—¿Recuerdas lo que te conté sobre este talismán?
—Dijiste que, según Taehyung, ese talismán establecía una conexión mágica entre ustedes, —asintió Jin Goo. —Pero ¿Y eso qué prueba?
—¡Prueba todo! —La sonrisa de Jungkook se amplió. —Jin Goo, escucha. No soy muy experto en este tipo de bioenergética, pero si hay algo que sé, es que cuando dos personas tienen este tipo de vínculo mágico, éste solo se rompe tras la muerte de uno de los dos. Si Taehyung estuviera muerto, el talismán se hubiese caído de mi brazo. Es algo similar a lo que sucedió con… ya sabes.
—Con la cinta de tu frente cuando rompiste tú promesa.
—Si, así es.
—Pues vaya, esto sí que es interesante.
Hubo un largo silencio, durante el cual, los ojos de Jin Goo se extraviaron en aquel brillante brazalete. El hombre parecía estar meditando sobre las últimas palabras de Jungkook, y su rostro lucía ahora menos sombrío que a su llegada.
—Entonces… ¿qué piensas? —preguntó Jungkook tratando de controlar sus nervios, rompiendo el silencio.
—¿Qué pienso sobre qué?
—Pues… ¿sobre qué va a ser? ¡Si Taehyung está vivo debemos ir por él de inmediato! Escucha, ya tengo un plan en mente. Si nos damos prisa podemos ir por él hoy mismo. Jin Goo, si logramos…
—Espera, —La voz seria del varón interrumpió al doncel de inmediato.
—¿Qué pasa? —preguntó nervioso. —¿Qué es lo qué está sucediendo? ¡Dímelo ya!
Jin Goo se tomó un poco más de tiempo, poniéndose de pie, llegó hasta una pequeña mesa y se sirvió una copa de vino. Finalmente, cuando sintió que el licor le devolvía la humedad a su boca, se dispuso a seguir hablando.
—Los soldados que se camuflaron en Kaesong con su Majestad Jung Hyung, han mandado el primer informe —dijo, volviendo a su asiento. —Esos hombres informan que en Kaesong vieron a hombres de la guardia real Yurchiana custodiando el palacio Kaesongino. ¿Sabes lo que eso significa, verdad?
Jungkook parpadeó incrédulo. Se había quedado cómo de piedra.
—Significa que no son simples vasallos rebeldes los que se han atrevido a romper “El gran pacto” —susurró instantes después, casi sin voz. Los temores de la madrugada se habían apoderado nuevamente de él. —El propio rey de Yurchen, está detrás de esto. Pero… ¿por qué?
—Eso no es todo —Jungkook alzó sus ojos y lo miró. Su antiguo mentor lucía pálido, sus labios temblaban.
—Te escucho.
—En una de las principales aldeas de Joseon, Yoongi y Jimin dieron con el negocio de un viejo joyero. El hombre tenía un dibujo de la amatista de plata, dijo que un doncel muy extraño le había pedido copiarla, y luego..., Jungkook, estás muy pálido.
—¡Continúa! —El rostro de Jungkook tenía un rictus de horror, pero necesitaba escuchar todo hasta el final —Por favor. —susurró.
—Está bien —Jin Goo echó su cuerpo hacía adelante y agachó la cabeza. —El joyero no dijo más al respecto, pero anoche, Yoongi y yo entramos a hurtadillas al negocio de ese hombre y revisamos sus registros.
—¿Y?
—La fecha en la que fue realizado el encargo coincide con los días posteriores a tu rapto y al robo de la joya. Pero, eso no es lo peor de todo.
—¿Qué no es lo peor de todo? —Con una risita medio histérica, Jungkook parecía a punto de perder el juicio. Se puso de pie y comenzó a caminar por el recinto cómo un animal acorralado. —¡¿Acaso bromeas conmigo?! —explotó, dando un giro para mirar a su interlocutor.
—Dices que el rey Yurchiano en persona tiene las manos untadas en la invasión a Kaesong, dices que alguien, un doncel desconocido, mandó a hacer una réplica de la amatista de plata y que ahora debe haber una amatista falsa rondando por ahí… ¿y me dices que todo eso no es lo más grave? ¡Por las Diosas! ¡¿Qué puede ser peor que eso?!
—¡Jungkook, cálmate!
—¡No quiero calmarme! ¡Esto es una maldita pesadilla! —El doncel rugió y se detuvo frente al sillón que ocupaba antes, sosteniéndose del respaldo. Cerró los ojos y respiró varias veces a grandes bocanadas, luego de eso, abrió los ojos de nuevo y miró a Jin Goo con displicencia. —¿Qué es lo peor según tú, entonces? —preguntó, no sin un poco de sarcasmo. Jin Goo lo miró, comprendiendo su tensión. Pero tenía que contárselo todo.
—Cuando Yoongi y yo examinamos los registros del joyero, nos percatamos de algo muy particular. La letra del supuesto doncel que hizo el pedido de la réplica, era demasiado buena para ser la caligrafía de un simple campesino. Sus trazos eran finos, aristocráticos.
—¿De un miembro de alguna corte? —preguntó Jungkook.
—Así es —asintió Jin Goo,
—pero no solo eso, hace años que no veo esa letra pero, esa letra, esos trazos, no puedo estar equivocado. ¡Esa era su letra!
Jungkook palideció de nuevo.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que conoces a ese doncel? ¿Conoces a la persona que mando a falsificar la amatista?
—Estoy diciendo que conozco esa letra —respondió Jin Goo, —o por lo menos a quién solía pertenecer.
—¿Y a quién solía pertenecer? —A pesar de su tono ansioso, era obvio que Jungkook temía escuchar aquella respuesta.
—Pertenecía a Hyo Seop, el difunto rey consorte de Jaén,—contestó Jin Goo y de inmediato se puso de pie al ver que Jungkook trastabillaba.
—¡No! ¡No te me acerques! —le gritó éste, ya en franca histeria. Sus pies, enredándose cómo los de un borracho, lo llevaron hasta la mesa donde se hallaba el vino y destapando la botella le dio un largo y demandante sorbo.
Las tareas de la pensión donde se hallaban Jimin y Yoongi no se detuvieron a pesar de los aires de disturbios que se sentían en los alrededores.
Durante la madrugada, algunos puestos de víveres habían sido saqueados a causa del déficit de enseres provocado por el cierre de las fronteras. Los rumores de que ese sería el último día de aislamiento no estaban siendo tomados muy en serio por gran parte de los aldeanos, quienes, sólo por precaución, decidieron aprovisionarse a las malas de cuantos víveres pudieran obtener.
Durante aquellos días, el ejército había podido neutralizar los brotes de violencia que surgían a diario, incluso, antes de que las pequeñas turbas de saqueadores se convirtieran en verdaderos motines armados. Sin embargo, cada vez resultaba más difícil controlar a los revoltosos. Las fronteras de Joseon con Kaesong comenzaban a convertirse en pequeños infiernos.
No tardaría en llegar el caos.
“Esto se empieza a salir de control” pensó Jimin. Jin Goo había regresado al palacio después de dejarles a él y a Yoongi las instrucciones sobre cómo debían moverse de ahora en adelante.
Para Jimin era claro que tendrían que partir de aquella pensión ese mismo día, inclusive, a pesar de no haberle dado detalles a Yoongi sobre la forma cómo había sido descubierto por el hijo del casero.
Le había contado la historia, evitando la parte donde se follaba al chico, por supuesto. Sin embargo, casi podía jurar que por un instante, mientras narraba los hechos, había sentido la mirada gélida de Yoongi, leyendolo a través de sus ojos.
“Lo sabe todo” pensó mientras recogía las ropas que se secaban al aire libre. Yoongi, a pocos metros de él, bebía de una botella mientras se balanceaba en una silla a la sombra de un árbol.
Esa mañana, regresó a la pensión un poco después del mediodía. A su regreso, encontró a Jimin duchado y vestido, enfundado de nuevo en su disfraz de embarazado. No le dijo nada, no le reclamó nada; todo lo contrario. Apenas tuvo oportunidad, lo tomó de la cintura y sin muchos rodeos lo besó. Al principio, lo hizo con suavidad, con calma, cómo degustando un manjar. Pero luego, cuando el contacto se hizo más intenso, el beso tomó la fogosidad propia de un ardoroso amante.
Así había quedado todo… por el momento.
—Ya recogí todo, podemos partir —dijo Jimin llegando a su lado. En sus brazos reposaba una canasta con la ropa que acababa de recoger. Por su parte, Yoongi volvió a llevar la botella a su boca y sorbió un trago. Parecía ausente. Jimin se preguntaba si quizás no lo había oído.
Se quedó de pie a su lado, mirándole. Una gota de vino resbaló por aquella boca. Yoongi tenía unos gruesos pantalones de pana negros y una camisa de hilo azul oscuro; encima portaba un grueso abrigo de piel de vaca, suavizado a mano con piedras rugosas que arrancaban la carne hasta dejar el tejido liso y suave.
Jimin le miró las manos. Sus uñas estaban violetas por el frio; sus pies, en cambio, iban bien envueltos en unas botas de cuero desteñido. Parecían quedarle pequeñas.
Estiró la mano y tocó su hombro, llamando su atención. Sin proponérselo, palpó la dureza de aquel brazo, la potencia de esa masculinidad que parecía tener una especie de embrujo sobre él. A Yoongi, las ropas militares le daban un carácter de rígida disciplina y espectacular autoridad; pero en ese momento, vestido como un cazador de las estepas, con sus ojos, más amenazantes que de costumbre, casi letales, y con su poderosa aura de virilidad aumentada por el agreste aspecto que exhibía, pasaba de lo cautivante a lo francamente irresistible.
Un calor imposible recorrió a Jimin de pies a cabeza, concentrándose en sus entrañas, y entonces, por primera vez, el menor de los príncipes de Koryo, supo lo que era desear a un hombre; desearlo simplemente, a secas; sin necesidades románticas ni pretensiones amorosas. En ese momento, deseó con todas sus fuerzas ser poseído hasta la inconsciencia, arrastrado sin frenos por los abismos de la lujuria, perderse sin culpas en el más flamante placer.
—¿Recuerdas a Seonghwa? —preguntó Yoongi de repente, poniéndose de pie; ahogando repentinamente las libidinosas emociones de su esposo.
Jimin lo miró, y de inmediato se perdió en aquellos ojos fríos, enmarcados por sus cabellos castaños.
—Sí, lo recuerdo —aceptó Jimin, apretando con fuerza su cesto de ropa— ¿Por qué?
—Porque está esperando un hijo mío —soltó Yoongi, tirando lejos la botella de vino vacía. Luego, sin mirar atrás, entró de nuevo a la pensión y se preparó para partir.
—¿Por qué hiciste eso, mamá? ¿Por qué necesitabas esa maldita piedra, por qué?
El reproche, con voz apagada, venía de Namjoon. Se notaba exhausto luego de tres días entre nauseas y vómitos. Parecía haber envejecido unos diez años por lo menos, y su cabello lucía desordenado sobre su frente, tapándosela por completo, hasta el punto de casi llegar a lastimarle los ojos.
Estaba reunido con Woo Seok, Hyunjin y Seokjin en el salón principal de la mansión central. Sobre la mesita de cristal del centro, descansaba un juego de té de porcelana Yurchiana, con un café que nadie había probado.
Todos lucían pálidos y cansados, como si en Koryo el tiempo hubiera transcurrido más rápido y todo se hubiese vuelto senil. Hasta Hyunjin lucía mayor; su rostro nacarado estaba ensombrecido por un matiz maduro, demasiado serio para un muchacho de tan solo veintiun años.
Woo Seok se puso de pie y llegó hasta un gran estante, recostado en la pared más cercana al jardín. En el interior de dicho estante habían vajillas de siglos de antigüedad, la mayoría con décadas de desuso y otras tantas que no habían sido usadas jamás. En el compartimento superior estaba la tetera favorita de Woo Seok, un invaluable regalo de bodas que había traído de su casa paterna al desposarse. Miró la orquídea dibujada en la tetera y todo su cuerpo se estremeció; miles de recuerdos volaron a su mente y el rey consorte sintió como si estuviese de nuevo frente al altar.
En aquella época tenía dieciocho años y el corazón lleno de sueños. Al recordar aquella época, podía casi que oler el incienso que el sacerdote regó sobre su cuerpo y sobre el cuerpo de Jung Hyung, consagrando el rito y bendiciendo la unión. Recordó que estaba feliz. Nunca en su vida había estado tan feliz.
Desde los diez años, Woo Seok se había enterado de que sería, tarde o temprano, el rey consorte de Koryo y la idea de estar en un palacio, en la corte, de mano del rey, gestando y cuidando al futuro heredero al trono le hacía vibrar el pecho de felicidad.
Giró su rostro y se encontró con un retrato de sus hijos, un cuadro que colgaba junto a la pared que tenía frente a él. Entonces, a su mente vino el día del nacimiento de Taehyung, justo un año después de su boda.
Con el nacimiento de su primogénito, su mágico cuento de hadas estaba completo, y varios años más tarde, con la llegada de Jimin, sintió que las Diosas lo amaban más que a cualquier otro ser sobre la faz de la tierra.
Sonrió, conteniendo las lágrimas, y pasó su mano sobre el retrato de sus hijos. Woo Seok sabía que en ese retrato faltaba alguien, faltaba aquel niño que engendró pero que no nació, faltaba ese pequeño cuya pérdida hizo que su perfecto cuento de hadas acabara sin su esperado final feliz.
El encantamiento que por años endulzó la vida de Woo Seok, se quebró el mismo día en que se murió aquel niño dentro de su vientre. Se resquebrajo tan fácilmente cómo su felicidad y ese mundo de mentiras donde Jung Hyung lo había puesto a vivir.
—Me caí de unas escaleras tras una discusión con Jung Hyung —dijo sin quitar la vista del retrato —y perdí a mi bebé —su voz se quebró. —Es por eso que hice todo lo que hice, es por eso que pedí ese deseo a la amatista de plata, es por eso que le pedí a esa piedra maldita que me concediera el deseo de ver sufrir a Jung Hyung, de verlo arrodillado ante mí, retorciéndose de dolor. Es por eso. Porque odio a tu padre, lo odio con las mismas fuerzas con las que alguna vez lo amé.
Woo Seok volvió a tocar el retrato, sin poder evitar que esta vez una lágrima resbalara por su mejilla.
El infierno se había desatado luego de que leyera accidentalmente una carta dirigida a Jung Hyung, una carta que provenía de Jaén y que estaba escrita por el propio puño de Hyo Seop, al parecer, escrita a pocas horas de su muerte.
Era una carta de despedida, aderezada con frases de amor prohibido, maldito y adultero y aquella carta fue la que detonó la tragedia.
Lleno de rabia Woo Seok le reclamó, le preguntó a su esposo ¿Qué le había faltado?, ¿Qué no le había dado él para que hubiese buscado a otro en su remplazo? Le reprochó el no haber considerado su amor y dedicación suficientes.
Pero Jung Hyung ni siquiera lo negó, ni siquiera intentó explicarse, y Woo Seok, preso de la rabia y el desconsuelo de la burla, intentó sacar su ira con un golpe, un movimiento del que Jung Hyung se defendió sin mucha fuerza, pero al mismo tiempo, sin el cuidado que debía tener, por estar ambos bajando las escaleras de una gran torre.
Woo Seok cayó con un grito ahogado. Varias horas después se confirmó lo que presentía desde hacía varios días. Pese a que tenía menos de quince días y por ello sus ojos no habían cambiado todavía de color, estaba embarazado del que sería su tercer hijo.
—Ni siquiera se había formado cuando tuve que pujar para que me lo sacaran —gimió, dándole aún la espalda a su audiencia.
Entre lagrimas, se recordó a si mismo pujando con dolor, lo único que conoció de su bebé, un montón de coágulos rojos y amorfos; tejido muerto, inerte, tan muerto cómo sus ilusiones, su mágico sueño de tener la familia perfecta, el mismo que se había convertido en pesadilla.
A partir de ese momento, desde el instante mismo en que sintió la vida de su hijo apagarse en su vientre, supo que ese amor en el que había creído y en el que había confiado apestaba igual que ese montón de sangre negra que pujaba fuera de su cuerpo. Desde ese día, el rey consorte no reclamó más, no intentó restaurar sus sentimientos y calló el resto del mensaje que aquella miserable carta tenía escrito.
Nunca le dijo a Jung Hyung que en aquella carta, Hyo Seop le contaba sobre una joya mágica, un poder superior que podía traerlo de nuevo a la vida. No le contó que le pedía que robara "La amatista de plata", y que con ella lo devolviera a la vida, una vida donde ambos pudieran ser libres y estar juntos por fin.
Todo esto les contó Woo Seok a sus acompañantes, parado junto al cuadro de su familia; todo eso contó mientras la brisa otoñal mecía las cortinas de aquella estancia. No se calló nada, aunque siempre se mantuvo mirando el retrato sin darle la cara a su audiencia. Pero no lo hacía porque sintiera vergüenza ni remordimiento, nada de eso. No, lo hacía porque mientras escarbaba entre sus recuerdos, aquel doncel sentía un inmenso dolor, un dolor tan suyo, tan intimo, que no podía ni queria compartir con nadie.
—¿Entonces, fue así como te enteraste de la existencia de la amatista? —preguntó Namjoon luego de un rato. No era fácil descubrir que la familia que por años había sido un oasis de salvación era realmente un gran pantano. Woo Seok asintió desde su posición y entonces, Seokjin, por primera vez, se atrevió a tomar la palabra.
—Esperen un momento —pidió el médico, jugueteando con unos pequeños cuarzos rojos que contrastaban con sus guantes y su ropa blanca.
—Hay algo que yo no entiendo. Si Hyo Seop sabía sobre la maldición de la joya, pues justamente era él quien luchaba por salvar de esa maldición a los padres del rey Jungkook ¿cómo pudo entonces pedirle a su Majestad Jung Hyung que usara esa piedra? ¿No se supone que lo amaba? ¿Por qué en su carta no le advertía nada sobre los riesgos de usar esa piedra? ¿Por qué actuó de una forma tan egoista y malvada?
—¡Porque era un manipulador! Estoy casi seguro de que él mismo planeó de forma mezquina y retorcida su propia muerte, y ello le costó la vida de esa forma tan absurda. Sin embargo, no me queda duda de que debía ser algo impresionante lo que esperaba obtener, algo por lo que valia la pena morir. Por mucho tiempo lo he pensado y creo que su verdadero propósito, desde que conoció el secreto de "La amatista de plata fue apoderarse de esa piedra. Sólo pretendía usar a Jung Hyung para lograr sus planes, pero las Diosas hicieron que le saliera el tiro por la culata. —Woo Seok rio bajito y por fin se volvió hacia sus acompañantes. —Si hubieran podido leer esa carta me comprenderían. Era vomitiva y asquerosa, créanme cuando les digo que no había ni una sola palabra de verdadero amor sobre ese papel.
—¿Y esa carta aún existe? —quiso saber Namjoon. Pero Woo Seok negó con la cabeza.
—La rompí después de leerla. Tenía tanta rabia que no pensé en que pudiese servirme de prueba ahora. Lo siento.
—¿Entonces, ese hombre planeo su muerte sólo para luego ser revivido por mi padre y poderse apoderar impunemente de la amatista sin que nadie sospechara nunca de él? —Namjoon se puso de pie y comenzó a dar vueltas en círculo. —¡Por supuesto! —exclamó llevándose las manos a la cabeza.
—¿Quién podría sospechar de un muerto?
Woo Seok asintió a las palabras de su hijo y volvió al sofá; se cubrió con un abrigo de gamuza verde. Después de limpiar sus lágrimas, se sirvió un poco del café que ya estaba frío sobre la mesa y le dio un sorbo.
—Está amargo —anunció arrugando el ceño, —pero no creo que eso desentone en nada. Está perfecto para este momento y sobre tu inquietud, Seokjin. Con todo lo que ya sabemos de esa horrible piedra, resulta obvio que ese bastardo de Hyo Seop no le iba a contar nada a Jung Hyung al respecto; él sólo pretendia usarlo para su provecho. Ningún cazador lanza una flecha al aire para advertir a su presa. Hyo Seop era un infeliz y un malnacido, pero no era tonto. Antes de morir escribió una carta donde confesaba su infidelidad con Jung Hyung y decía que Hyunjin no era el hijo del rey In Guk. Esa carta fue puesta en manos de In Guk y de Yoongi después de su muerte.
—¿Por eso el rencor de ellos dos hacia Koryo, no es cierto? —preguntó Namjoon.
—Hyo Seop era un bastardo que solo se quería a sí mismo. Tuve la desgracia de conocerlo y lo sé. Pero cómo dije antes no era un hombre tonto. Escribió esa carta con toda la intención de que su familia le reclamara a Jung Hyung, y éste movido por la culpa y el dolor, no dudara ni un instante en robar la amatista de plata para revivirlo. Hyo Seop no dejó cabos sueltos.
—Aunque de todos modos falló —dijo Namjoon.
—¡Maldito retorcido!
—Asi es —convino Woo Seok. —Una cosa si les digo, aunque Hyo Seop le hubiera advertido a Jung Hyung sobre la maldición de esa joya, estoy seguro de que el idiota de mi marido lo habría revivido de todos modos. Ahora que lo pienso, estaban hechos el uno para el otro.
En ese momento, un gemido ahogado se escuchó en la estancia. Hyunjin, que se había mantenido al margen de la conversación, empezó a llorar en voz muy baja, como si no quisiera incomodar ni siquiera con su presencia. Woo Seok soltó su taza de café y se sentó a su lado. Se abrazaron con fuerza.
—Querido, lamento tanto que hayas tenido que oir estas cosas sobre el hombre que te dio la vida. Pero no son más que verdades. Lo siento tanto.
—No, majestad —replicó Hyunjin contendiendo el llanto. —Soy yo quien lo siente. Yo que usurpo un lugar que no me corresponde. Soy yo quien debió morir en lugar de su hijo.
—¡No! No, querido. Por favor, no hables así.
—Es la verdad. Ahora entiendo el odio que mi padre, me tuvo toda la vida. Sin embargo, hay algo que aún no me queda claro. Si mi madre murió durante mi parto ¿cómo es posible que haya tenido tiempo de planear todo lo que me han dicho? ¿Cómo iba a escribir una carta semejante mientras se desangraba? ¡Es absurdo! ¿Están seguros de que esa carta fue escrita por él?
Ante las inquietudes de Hyunjin, los demás presentes se miraron entre ellos con incomodidad.
—Él nunca supo cuando fue el día en que en realidad nació —dijo Seokjin sin poder mirar a Hyunjin a los ojos. —Siempre pensó que su mamá había muerto en el parto. Yoongi quiso que fuera así y Hyunjin se mantenía lejos de las reuniones de la corte, así que fue fácil mantenerlo a salvo de la verdad.
—¿La verdad? —La voz de Hyunjin comenzó a temblar
—¡Criaturita! —dijo Woo Seok; su mano se alargó y sus dedos tocaron con ternura el suave rostro del príncipe. Hyunjin rompió en llanto de nuevo, pero se sentía preparado para escuchar todo lo que tuvieran que decirle. Ya no era un niño, ahora era un hombre; uno que en pocos meses se convertiría en madre. Los berrinches, los caprichos y las pataletas debían quedar ahora para su hijo. Para él, por el contrario, esa etapa ya había pasado. Si quería madurar de verdad, debía caminar hacia la adultez conociendo bien su pasado.
Continuará...
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