El rostro de la muerte

La tarde fue particularmente fría y la noche prometía ser la más helada de todo lo que iba, corrido del invierno. Hyunjin se sentó junto a la fogata, en compañía de sus donceles y unos cuantos soldados.  

Esa noche no sentia hambre, aunque no había comido en horas. Le dolía un poco la cabeza y tenía tanto frio que consideró que lo mejor era irse a dormir temprano. Al día siguiente, Namjoon regresaría y se sentiría mejor, pues al tenerlo de vuelta ese terrible presentimiento pasaría. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que nunca más volvería a verlo.

En ese momento, un grupo de soldados llegó de repente. Las personas que comían junto a la lumbre y el mismo Hyunjin se pusieron de pie alarmados mientras aquellos hombres se detenían en frente de ellos.

A Hyunjin no le gustó nada la llegada intempestiva de aquella tropa, sin embargo, todo parecía estar en perfecto orden. A pesar de que venían de otro regimiento, que no había operado en la zona, aquellos hombres eran Koryanos; también tenían los uniformes completos y el acento pausado tan típico en los oriundos de Koryo. No había por lo tanto ninguna razón para desconfiar, en lo más mínimo. Sin embargo, a pesar de esto, algo en el interior de Hyunjin le pedía a gritos que tuviera precaución.

—Su alteza, su esposo manda por usted. Fue herido en batalla y está muy grave —escuchó al instante de labios de un hombre que por sus insignias parecía ser un Coronel.

Hyunjin se paralizó de angustia y se quedó mirando aturdido la mano estirada con la que el sujeto lo invitaba a subir con él al caballo.

—Vamos, su Alteza —insistió el uniformado.
—Tenemos que darnos prisa.

—Espere.

—¿Qué pasa?! —Confundido y sin saber que hacer, Hyunjin negó con la cabeza, miró a aquel hombre a los ojos y no vio en ellos malas intenciones, pero tampoco sintió que debía confiar por completo.

Para su salvación, el comandante del campamento había oido la algarabia por la llegada de aquellos visitantes y de inmediato había llegado a hacerse cargo de la situación.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó con voz grave el imponente hombre mientras con su cuerpo protegía al príncipe
—Identifiquense —exigió a los recién llegados.

Según sus declaraciones, venían de las montañas de la zona oeste donde habían peleado por varias semanas, intentando recuperar una aldea Joseoneana. Al fracasar en esta empresa habían sido asignados un poco más al este, y por eso habían tenido el privilegio de escoltar a Namjoon en los combates de aquel día.

El comandante pareció quedar satisfecho con las explicaciones y les permitió dirigirse a Hyunjin. El conocimiento que aquellos hombres mostraban al hablar y algunas pruebas que confirmaban sus rangos militares lo dejaron satisfecho. Además, eran Koryanos. No tenían ninguna razón para mentir.

—¿Dónde está Namjoon? —preguntó entonces Hyunjin con el corazón en la boca
—¿Qué le ha sucedido?

El soldado Koryano hizo un gesto de dolor y señaló su flanco derecho, luego suspiró.

—Una herida de lanza en el costado. Está sangrando mucho —informó al tiempo que señalaba con su indice la falda de la montaña. —Se encuentra en ese punto, en una cabaña ubicada en la ladera. Logramos sacarlo con vida pero está inconsciente.

—¿Y los médicos de esa zona? —cuestionó Hyunjin comenzando a desesperarse. Temía no llegar a tiempo.

El coronel Koryano contestó sacudiendo la cabeza.

—Sólo había uno y ha huido junto con gran parte de la gente de esa aldea.

—En ese caso, ¿por qué no trajeron a Namjoon con ustedes? Era más fácil atenderlo acá.

—Temimos moverlo por el sangrado, pensamos que seria mejor que estuviera quieto, —se excusó el varón.

—¿Vendrá con nosotros ahora?

Hyunjin suspiró. No sabía en qué momento había empezado a sudar frío y a sentir ese temblor en las piernas. Recordó entonces la advertencia de Jimin acerca de no salir del campamento y eso lo hizo reflexionar. Tal vez, justamente por eso era que él no debía haber viajado al palacio el día anterior, por eso debía permanecer en el campamento, porque seguramente Hyung Nil había visto que Namjoon resultaría herido y necesitaría su ayuda. Así cuando esos hombres llegaran lo encontrarían allí y él podría ir a ayudar a su esposo.

Todo encajaba perfectamente.

Si tan solo Jimin estuviera despierto y pudiera corroborar sus sospechas, pero le había dado una infusión para aliviarle los cólicos que le habían vuelto a acongojar durante la tarde y no despertaría hasta el día siguiente. Así que finalmente, con la cabeza ya a punto de estallarle dejó de meditar tanto y finalmente tomó una decisión, miró al coronel de aquella tropa y le pidió que lo llevase con su esposo.

—Pero su alteza —lo detuvo el comandante del campamento al verlo resuelto a irse. —No puedo dejar que vaya solo con estos hombres. ¿Por qué no se llevan a otro médico del albergue?

—Porque la herida de su Alteza Namjoon es de gravedad y se necesita un sanador de alto nivel —replicó el soldado Koryano. —Por esa razón necesitamos llevar con nosotros a su Alteza Hyunjin, pues tenemos entendido que su excelencia Seokjin de Hirtz está en palacio. No nos da tiempo de buscarlo.

—Eso es verdad. —asintió Hyunjin. Seokjin había partido el dia anterior a palacio a preparar unas pociones que se le habían agotado y que era más fácil fabricar dentro de los laboratorios de los magos. Sin embargo, también estaba de acuerdo con el comandante. No podía irse solo con esos sujetos. Por más soldados Koryanos que fueran, en ese campamento eran desconocidos. —No se preocupe, comandante
—resolvió finalmente, tratando de recordar cuantos hombres de la guardia real habían venido con él. —Llevaré a los hombres de la guardia. Esté tranquilo.

—Son muy pocos, Alteza —le advirtió el uniformado,
—recuerde que algunos viajaron con su excelencia, el duque de Hirtz. No todos siguen aqui.

—En ese caso, le pediré a algunos guardias de Jimin que vengan conmigo también. Después de todo sigo siendo su príncipe, —remató con una sonrisa.

Así se hizo.

Finalmente el comandante quedó tranquilo porque el puñado de hombres que logró reunir sería suficiente para escoltar a Hyunjin hasta el lugar que los soldados Koryanos señalaban como el sitio donde estaba Namjoon.

La caravana partió casi de inmediato, Hyunjin colocándose  junto al coronel Koryano y perdiéndose en la neblina con rumbo a las faldas de las montañas.

El camino fué difícil porque le molestaba el galope debido a su embarazo. La última vez que había cabalgado tan a prisa, su estado no estaba tan avanzado y podía hacerlo con más soltura. El coronel le preguntó si no quería que fuesen más despacio, pero Hyunjin hizo un gesto para restarle importancia pensando que era mejor apresurarse teniendo en cuenta el estado de Namjoon.

“Voy a llegar a tiempo” pensó, y durante el trayecto se encomendó a todas las Diosas. No queria que le pasara nada a su esposo, no quería que muriera sin conocer a su hijo y tampoco que lo dejara solo.

En ese momento, con el peligro tan a flor de piel, Hyunjin se dio cuenta de que lo que sentía por Namjoon era algo más intenso que un simple cariño; comprendió por primera vez lo que era estar enamorado y le pareció un sentimiento maravilloso. Hizo memoria y recordó que nunca le había dicho que lo amaba... pensó entonces que sería lo primero que le diría apenas lo viera.

Después de una hora de estar cabalgando pasaron junto a un bosque de pinos. La oscuridad de aquella noche parecía hacerse más intensa a cada paso y los soldados que abrían y cerraban la caravana se vieron obligados a recoger trozos de ramas tirados en el suelo y jirones sacados de sus chaquetas para improvisar antorchas que les iluminaran el camino.

Cuando iban llegando casi al final de la llanura y al inicio de las cordilleras, hubo un corte abrupto en el camino. Una laguna medio congelada e inmensa se abría ante ellos, preciosa en su calma y en el brillo plateado que le dejaba una incipiente luna que se asomaba por momentos entre los nubarrones. Estaba rodeada de mucha vegetación silvestre y en sus aguas heladas flotaban cómodos, gigantescos frailejones.

—Debemos tomar el puente —aseguró el Coronel cuando se detuvieron frente a aquellas aguas. —Dentro de un mes más se podría cruzar a caballo sin ningún problema, pero aún no.

Hyunjin asintió y entonces todos dieron un rodeo por todo el perimetro de la laguna hasta llegar al puente, que para su consuelo, no era colgante. Era rocoso y firme, de arcos impares reforzados con machones que reducían la presión de las aguas.

Al cruzar la torre, Hyunjin escuchó el chillido agudo de los murciélagos y sintió a varios de ellos pasarle muy de cerca en busca de los altos ventanales. Quedó asombrado por la magnifica arquitectura y tuvo que tragarse la tentación infantil de gritar para escuchar su propio eco. Se sobrecogió pensando en cómo el arte inmortalizaba a su creador, perpetuando su memoria, hablando por él a pesar de la muerte.

Finalmente, después de casi dos horas más de camino, llegaron hasta el inicio de las cordilleras; las más empinadas estaban ya coronadas de nieve y algunas eran tal altas que sobrepasaban las nubes. Todos alzaron la vista pensando en las intensas batallas que se estaban librando al otro lado.

—La aldea está un poco más al norte —anunció de repente el Coronel, rompiendo el silencio de la
caravana.

—Muy bien, vamos allá —respondió Hyunjin.

Se pusieron de nuevo en marcha casi por quince minutos más. Fue allí, justo en ese instante, cuando Hyunjin volvió a tener la sensación de que algo no andaba bien.

De repente, una idea llegó a su cabeza y se maldijo mentalmente por no haberla tenido cuando aún estaba en el campamento. Tembló, sentía miedo de llevarla a cabo. ¿Por qué no podia simplemente dejar las cosas así? Todo apuntaba a que esas personas eran buenas y querían llevarlo junto a su esposo. ¿Por qué sentia esa horrible zozobra entonces? Esa opresión en su pecho era terrible y le robaba el aliento. Tenía que salir de la duda.

—¿Sucede algo, Alteza? —preguntó el Coronel Koryano, poniéndose algo nervioso al ver cómo Hyunjin dudaba en seguir la marcha. Por primera vez, el príncipe notó, en los ojos del Koryano, que el sujeto estaba muy ansioso.

—No pasa nada —respondió con toda la calma que pudo reunir. —Sin embargo, hay algo que quisiera saber, ¿No tuvo problemas mi esposo, durante la batalla, con la otra herida en su brazo, que aún le molestaba un poco?

El coronel dudó en responder pero luego sonrió lo más tranquilo que pudo.

—Pues no, —titubeó un poco. —El brazo de su Alteza Namjoon ha sanado muy bien. Yo mismo le vi esa herida y creo que ya ni le duele. No se preocupe por eso.

Al oir esa respuesta, a Hyunjin se le cortó la respiración. En ese momento no le quedó la menor duda de que había caido en una trampa.

Aturdido miró a ambos lados y supo que tenia ventaja, habia más hombres suyos que desconocidos. Pensó que era mejor no continuar cabalgando porque quién sabe a donde los estuviesen llevando. Miró al supuesto Coronel Koryano ¿Cómo no se había dado cuenta de todas las pequeñas señales a lo largo de todo el viaje? ¿Por qué caía en cuenta del engaño cuando estaban ya tan lejos?

Con fuerza agarró las riendas de su montura y respiró hondo varias veces, sintió un suave movimiento en su vientre, y noto un miedo agudo, revolverse en sus entrañas junto a su hijo.

—Eso es curioso Coronel, —dijo entonces con franqueza, habiendo tomado finalmente una decisión.

—¿A qué se refiere Alteza? —preguntó este, mirándolo con un fino temblor en su mandibula.

—Es curioso que usted haya visto a mi esposo herido en el brazo, cuando la herida de Namjoon estaba en su pierna.

Esas palabras dichas con un tono sutil y bajo, hicieron que el Koryano soltara las riendas de su caballo y abriera mucho sus ojos. El temblor que se apoderó de él, le hizo vibrar la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Hyunjin quedó sorprendido porque no se esperaba esa reacción, sin embargo, no dejó que la duda lo invadiera y lentamente llevó su mano hasta la parte trasera de su pantalón, donde antes de partir, se había escondido una filosa daga.

—¡Nos descubrieron! —alcanzó a gritar el hombre tratando de apresar a Hyunjin, pero el principe; resuelto y dispuesto a protegerse junto a su hijo, estiró su brazo y sin la menor duda abrió el cuello de su oponente de un solo tajo.

Antes de hacerlo, vio como el supuesto soldado le miraba con unos ojos llenos de culpa y dolor y eso le impacto. Cuando el cuerpo del hombre cayó, Hyunjin espoleó su montura y apretó fuerte los ojos sin querer pensar más en el hecho de que había matado a alguien por primera vez en su vida.

—¡Es una trampa! —fue lo que gritó entonces a todo pulmón. La guardia que le seguia, reaccionó a toda prisa y le abrieron paso, sacando sus espadas para controlar un posible ataque de parte de los otros soldados.

Pero no sucedió nada de lo que se esperaban.

—¿Qué pasa? —preguntó uno de los guardias Koryanos al ver que los otros supuestos soldados no reaccionaban, dejándolos pasar sin problemas.

De repente, algo se cruzó en medio del camino y Hyunjin dio un tirón a las riendas de su caballo para evitar el choque, este relinchó asustado mientras él trataba de controlarlo evitando que lo tumbase. Vio entonces al frente suyo un caballo blanco y hermoso cuyo jinete le miraba. Era un varón de cabellos hasta los hombros, cortados de forma desordenada; tenía un rostro adusto de pómulos sobresalientes, nariz muy recta y labios delgados. Era un Yurchiano.

—¡Rayos! —Hyunjin frenó su montura antes de estrellarse contra ese mismo sujeto.

El hombre no pareció impresionado y con una sonrisa lo examinó de pies a cabeza. El sujeto vestía como un noble a juzgar por los brillos de su ropa, los encajes de su cuello, el sombrero y la capa. Sus ojos eran frios y atemorizantes, tanto que hasta el caballo de Hyunjin parecía querer huir.

Cuando el sujeto avanzó con su corcel, el príncipe apartó su caballo y trató de buscar una vía de escape en medio del cerco. No fue necesario pues en ese preciso momento uno de sus guardias se interpuso entre él y el Yurchiano, protegiéndolo. Al instante, otros hombres de su guardia llegaron y rodearon al sujeto.

—No se acerque, —le dijo el comandante de guardia.
—Déjennos pasar.

—¿Dejarlos pasar? —La voz del hombre era tan fría como su mirada, además su Hangul era terrible. —No es mi intención dejarlos ir —aseguró mirandolos con intensidad, —no, cuando apenas nos estamos conociendo, ¿cierto, Alteza?

—¿Quién es usted y cuáles son sus intenciones? —Hyunjin se lo quedó mirando un momento y acto seguido le contestó en Yurchiano; haciéndole sonreir de nuevo.

En ese instante se escucharon terribles lamentos y cuando todos giraron, tres de los Koryanos que los habían escoltado, estaban tirados en el suelo con tres flechas atravesándoles el corazón. Los cuatro restantes que quedaban, trataron de darse a la fuga pero fueron alcanzados uno por uno de igual forma como los demás, hasta que finalmente sólo los caballos, asustados y confundidos, quedaron galopando en la oscuridad.

“¿Pero qué rayos?” pensó Hyunjin antes de mirar hacia la montaña y darse cuenta que desde allí estaban siendo observados. Los arqueros estaban en lo alto y podían verlos mientras cruzaban la ladera. El corazón comenzó a latirle con mucha fuerza ¡Los Yurchianos los tenían rodeados! De inmediato trató entonces de recordar todo el camino que habían hecho, sintiendo un pánico. indescriptible y unas horribles ganas de vomitar. Había pasado por muchas cosas en la vida, situaciones de mucho temor, pero aun así no recordaba haber tenido tanto miedo en su vida.

—¡Apaguen las antorchas de inmediato! ¡Nos pueden ver desde la montaña! —ordenó a su guardia antes de volver a espolear su montura y sus hombres lo obedecieron, dejando caer las antorchas sobre la nieve y azuzando sus monturas.

Hyunjin hizo lo que mejor se le ocurrió. Decidió que galoparía en camino recto hasta toparse con la laguna, al llegar allí no tendría problemas en ubicar el puente pues el lugar estaba un poco más claro.

Espoleó su caballo con fuerza y arrancó a toda prisa, sin importarle el peso que sentía en el bajo vientre, ni el dolor terrible que empezaba a contraerle los músculos de la espalda. Cabalgó a ciegas confiando en que nada se interpusiese en su camino ya que si se caía del caballo, el golpe podria resultar fatal para su niño y quizás para él mismo, pero si se quedaba resultarían muertos los dos.

Ni siquiera quería mirar atrás, sentía el galope de otros caballos siguiéndole muy de cerca, pero quiso pensar que eran los hombres de su guardia y no enemigos, aunque a veces escuchara choques de espadas y el ruido seco que se sucede después que alguien cae al suelo. Seguramente aquel noble no era el único hombre a caballo y habían más rondando por alli, esperando que pasaran para atacarlos.

Era espantoso. De momento no sabia cuántos hombres de su guardia quedaban, cuántos lo seguían aún.

El terror le había impedido contar a cuántos de ellos había oido caer y cuantos gritos de dolor habia percibido; sólo podia galopar con desesperación con el viento en contra golpeándole la cara.

Había empezado a nevar también, porque sentía la ropa escarchada; hacía mucho frio y la inmensa oscuridad lo arropaba como un manto. Tenía tantas ganas de llorar, pero estaba tan asustado que las lágrimas no le salian, sólo podía escuchar a su corazón agitado palpitarle en los oidos, como campanas redoblando.

Una gota de sudor resbaló por su espalda. Hyunjin la sintió como una estaca de hielo. El trayecto parecía. alargarse, volverse interminable con el propósito de prolongar su angustia. También a ratos, su caballo, tan asustado como él, patinaba en la nieve haciendo ademán de caerse, aunque él logró enderezarlo varias veces sin necesidad de frenar.

A veces sentía que otro jinete se colocaba a su lado y a pesar de las tinieblas podía apostar que lo estaba mirando. Eran esos momentos cuando el temor más lo acorralaba, como un aura densa envolviéndose en él. Finalmente, cuando ya pensaba que no iba a resistir seguir sosteniéndose por más tiempo en la montura debido al tenaz dolor en su espalda, vio a lo lejos la tenue claridad de la luna. Aquello significaba que pronto se toparia con la laguna. ¡Era su salvación!

“Oh, Diosas. Ayúdenme a llegar alli” suplicó mentalmente sintiendo un alivio tremendo y con un gruñido apresuró un poco más su cabalgadura. Ya estaba a punto de alcanzar la luz cuando sintió que otro caballo salía de entre unos árboles cortándole el paso. Su grito estremeció el silencio que lo flanqueaba por todas partes.

Hyunjin gritó de horror pero frenó a tiempo. Se llevó una mano al pecho para controlar su agitación, suspirando hondo al ver que era uno de los hombres de su guardia a quien tenía en frente.

—¡Por Ditzha bendita! —exclamó sofocado, —Casi me matas de un susto.

—Perdóneme, Alteza, —pidió el soldado. —Tomé un atajo y llegué más rápido. ¿Se encuentra usted bien?

Hyunjin asintió y se limpió el sudor de la frente con el dorso de su mano

—Debemos irnos pronto. Hace quince minutos logré perderlos, pero deben estar cerca.

Retomaron el camino a toda prisa. En medio de la marcha, el soldado puso a Hyunjin al corriente de la situación. Tal como sospechaba, sus hombres habían sido emboscados por enemigos a caballo y apenas seguían vivos cinco de ellos, incluyendo al que le acompañaba. Los otros cuatro podían ser quienes los seguían.

—Allí está el puente —señaló Hyunjin sonriendo al ver la laguna. —Si logramos atravesarlo podremos bloquearlos cerrando las rejas y cargándolas con bioenergía ¿Sabes hacer eso?

—Por supuesto, Alteza —respondió el soldado. —Es una gra.... —Pero el resto de la frase quedó cortada y el soldado, con una flecha atravesándole la garganta, quedó tirado en la nieve. Hyunjin lo vio caer pero no se detuvo; apretó los manos con fuerza sintiendo como el miedo volvía por oleadas y se mantuvo firme en su corcel.

Por primera vez decidió mirar atrás y se percató que tres hombres Yurchianos a caballo, le seguían a escasos metros. Eso significaba que todo su guardia estaba fuera de circulación. El puente ya estaba frente a él; quizás él no pudiera usar bioenergética como los Koryanos, pero si alcanzaba el bosque de pinos podría esconderse hasta el alba.

Calculó que ya había pasado la media noche, así que solo debía estar escondido por unas cuatro horas a los sumo. “Diosas, ayúdenme” rogo.

Pero cuando por fin logró alcanzar el puente, aquellos hombres estaban cada vez más cerca y sintió que el dolor comenzaba a cortarle la respiración, mareándolo. Trató de controlar sus nervios, aferrándose más a las riendas y sacudió la cabeza pues empezaba a ver doble.

Para su tranquilidad, el caballo hizo un salto perfecto y subió al puente, aunque por desgracia en aquella acción se le cayó su puñal. El sonido de los cascos sobre las rocas y su respiración jadeante era todo lo que lograba oir hasta que alcanzó la torre.

Al entrar, la oscuridad se hizo de nuevo y el ruido del caballo asustó otra vez a los murciélagos. Esta vez había más, que revoloteaban locos, chillando. Hyunjin bajó la cabeza como un acto
reflejo y entonces, sintió cómo dos fuertes brazos lo desprendían con agilidad de su caballo y lo sentaban en otro. Se sintió morir.

Hyunjin gritó desesperado y pataleó con fuerza por puro instinto, sin saber a ciencia cierta qué quería lograr con todo eso. Sin embargo, el sujeto que lo sostenía no lo soltó; todo lo contrario, lo aferró más fuerte y salió con él de la torre. Afuera, Hyunjin pudo verlo a la cara y constató que aquellos ojos eran más fríos de cerca.

—Eres una fierecilla ¿Verdad, hermoso? —le dijo aquel noble  que había visto antes, esta vez en su idioma natal. —Pero así está mejor. Me gusta domar fieras.

—¡Suélteme! —se retorció, pero el sujeto se echó a reír y los otros tres hombres que le acompañaban, hicieron coro de sus risas, como si el ver a un doncel embarazado temblar aterrorizado fuese un asunto muy divertido. Hyunjin sentía miedo, pero sentía también mucha rabia y se estremecía, tratando de que aquel infeliz le quitara las manos de encima porque no soportaba que lo estuviera sujetando con tanta confianza,
—¡Suélteme maldito! —vociferó de nuevo entonces, usando también el idioma Yurchiano. —¿Quién rayos es usted?

—¡Oh, disculpe usted —respondió el sujeto con el tono de haber acabado de cometer una terrible grosería. De inmediato, lo soltó y se quitó el sombrero, haciendo un gesto cortés. Mi nombre es Jaejoong, conde de Baltist, —se presento.
—Es un gusto conocerle, Alteza.

Hyunjin se quedó por un momento, sin réplica y sin movimiento. El nombre de aquel hombre no le decía nada, no lo había escuchado antes. Pensó al instante que posiblemente se tratara de un plebeyo venido a más recientemente, y que por ello aún no era tan conocido del todo. Su duda quedó
resuelta cuando por fin se decidió a hablar.

—Conde de Baltist, su nombre no me es familiar —dijo por fin. —Pero si de verdad, usted es un caballero, entonces me dejará marchar.

—Soy un caballero y mi familia tiene un largo linaje nobiliario aunque usted no pueda recordarlo. Somos parientes en tercer grado de la familia de su mamá. Así que si usted es un doncel respetable cerrará la boquita y vendrá conmigo sin hacer escándalo. Nos esperan.

—¿Qué? ¿A qué se refiere? ¿A dónde me llevan? —Hyunjin se crispó de nuevo, retorciéndose en la montura. —¡No puedo cabalgar más! ¡Estoy embarazado!

Al escuchar aquello, el Yurchiano miró el abultado vientre de Hyunjin con fastidio, como si reparar en su estado le disgustara de forma personal.

—Está avanzado, —dijo un momento después, frunciendo los labios. —Su Majestad Hyo Seop, tenía la esperanza de que aún se pudiera interrumpir su gestación.

—¿Qué? ¿Cómo? —Hyunjin palideció. En aquel momento no supo qué lo alteró más, si el nombre de su mamá o que aquel sujeto estuviera sugiriendo tan campantemente la idea de matar a su bebé.

—No se preocupe —volvió a hablar el hombre, acariciando suavemente la pálida mejilla del doncel.
—Aun asi te tomaré como esposo. Nunca he tenido demasiada fascinación por los mocosos virgenes y dóciles. Tú en cambio, a pesar de tu juventud, pareces experimentado.

—¡No me toque! —gruñó Hyunjin apartando aquella mano. —No sé si lo sepa, señor, pero yo soy un hombre casado —señaló su propio vientre. —Creo que es más que obvio, que mi esposo es el padre de mi bebé.

—Ya lo sé —le respondió el otro hombre sin parecer muy afectado por ello.
—Pero cuando esta guerra termine y Yurchen tome el control de los cinco reinos, sólo serás un pobre noble viudo con un niño huérfano. Necesitarás un marido nuevo.

—¡Mi esposo no va a morir! —exclamó Hyunjin indignado, no pudiendo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Con rabia alzó su diestra e intentó darle una bofetada al varón, pero Jaejoong, atento, lo apresó fuerte y tomándolo de los cabellos, lo besó.

A él le encantaban ese tipo de donceles, había algo en aquella hostilidad que le hacía hervir la sangre de puro deseo. Abrazandolo más, se frotó contra su cuerpo; menos de lo que hubiera deseado por culpa del bastardo que tenían en medio y de la resistencia de su presa.

Cuando al fin lo soltó, luego de haberle dejado los labios rojos y húmedos, vio a Hyunjin mirarlo lleno de ira y levantarle de nuevo la mano. Sonrió pensando que  trataría de abofetearlo otra vez como había intentado antes, pero lo que no espero fue que el indignado príncipe cerrara su mano y le diera un fuerte puñetazo en toda la nariz.

—¡Maldito mocoso malnacido! —exclamó el robusto hombre tocándose el tabique que nunca más luciría recto. Sentía la sangre correrle hasta los labios, y rabioso respondió al golpe dándole una bofetada que casi lo tira del caballo. Hyunjin gimió pero Jaejoong le tomó de los cabellos con rabia y lo miró con los ojos llenos de ira. Estaba furioso.

—Agradece que estás embarazado, pues de lo contrario, ten por seguro que te tomaría aquí mismo, sobre la nieve, para que veas que no es agradable fornicar mientras se te congela el culo.

Hyunjin gimió de nuevo, preso del dolor, y sin poder hacer nada más, sintió cómo lo pasaban a los brazos de otro de los hombres que estaban allí y se lo llevaban. Sollozó un poco. Ese último golpe fue más de lo que pudo resistir y sus mermadas fuerzas ya no daban para seguir peleando más.

Se desmayó.

Hyo Seop esperaba a su hijo en una cabaña grande y confortable, la más acondicionada que encontró; pues aquel lugar era una aldea bastante pequeña. Era posible que no superara los quinientos habitantes y que probablemente fuesen todos provenientes de una misma familia que poco a poco se iba ampliando.

Estaba ansioso porque a diferencia de Yoongi, Hyunjin era un hijo al cuál no conocía, un hijo para quien era un absoluto desconocido. Además, también había escuchado que el muchacho tenía un carácter muy hostil, lo cuál podía hacer de ese primer encuentro una situación bastante desagradable y eso no era bueno.

Estaba junto a la lumbre de la chimenea pensando en ello, cuando escuchó el relinche de caballos que recién llegaban. De inmediato, salió a toda prisa envuelto en una piel de gacela y vio a tres varones desmontando y a un doncel, evidentemente embarazado, junto a ellos. El doncel fue tomado con algo de violencia al ser bajado del caballo y ello desagrado a Hyo Seop.

Hyo Seop se quedo paralizado sintiendo un nudo en la garganta. No era falsa la nostalgia que le oprimía el corazón en aquel momento, la emoción por estar viendo por primera vez a aquel bebé que no alcanzó a arrullar, ni a ver crecer. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras Hyunjin se acercaba a su encuentro. Se dio cuenta enseguida de que su hijo estaba horrorizado por lo que seguramente había visto al llegar al lugar donde se encontraban, y deseó haber podido privarlo de aquel espectáculo, pero no había estado en sus manos lograrlo.

La mayoría de las cabañas aun ardían, los caminos tenían todavía muchos muertos sin enterrar, siendo llorados por algunos niños a los que les esperaba la misma suerte ya fuese por el hambre o por el frio.

Cuando lo tuvo definitivamente frente a él, Hyo Seop le obsequió la sonrisa más dulce que se le conociera y estiró sus brazos anhelando recibirlo, pero Hyunjin no se movió; lo miraba como quien ve el altar del sacrificio y se rehusó a acercarse.

—Hijito mío, ven aquí. Déjame verte, por favor, —pidió Hyo Seop acercándosele. Hyunjin dió media vuelta y un frio enorme lo embargó. —No tengas miedo, vida mia. Aquí nadie va a hacerte daño —volvió a hablar el otro doncel acercándose varios pasos más. —Ven, vamos adentro. Ven conmigo.

—Déjame ir por favor. —Hyunjin pidió aquello sin siquiera girarse a ver a su mamá. ¡Por las Diosas! Aquel ser tenía una fuerza maligna tan horrible que le costaba siquiera mantenerse en pie. Eso no podía ser su mamá, se negaba a creerlo.

Hyo Seop suspiró y prefirió no alterarlo más. Tal y cómo se lo había imaginado, aquello no sería fácil para ninguno de los dos. Con un suspiro resignado se quitó su abrigo de gacela, lo puso sobre los hombros de Hyunjin, dio media vuelta con miras a la cabaña y dando algunos pasos dubitativos se adelantó.

—Debes tener mucho frío, — dijo entonces dándole la espalda. —Ven, entremos a la cabaña; te daré algo caliente.

Casi a empujones, Hyunjin fue metido dentro de la cabaña. Al entrar casi se había vuelto a desmayar de miedo. El lugar era escalofriantemente similar al de aquel sueño que había tenido meses atrás, aquel donde veía a Hyo Seop vestido como la muerte. Ahora veía que más que un sueño había tenido una visión profética, y que aquel individuo siniestro era realmente el rostro de la muerte.

Varios minutos más tarde le sirvieron un caldo humeante, el cual decidió tomar solo para evitar la mirada de Hyo Seop, quien se había sentado frente a él. El hombre lo examinaba con atención, como si no lo viese a él sino al niño recién nacido que la muerte le había impedido criar. Con cuidado estiró una mano y le acarició los cabellos con infinita ternura. Hyunjin se crispo pero aceptó la caricia sin apartarse. Debía aguantar, debía ser fuerte por su hijo.

—Eres igualito a mi, —dijo Hyo Seop con una sonrisa, —aunque sacaste los ojos de mi padre.

—¿De verdad? —Hyunjin alzó la mirada por primera vez y se sintió incomodo ante aquel contactó. Aun así, no fue mucho lo que tuvo que aguantar ya que cuando su mamá notó el golpe rojizo e hinchado que tenía en el rostro, toda la dulzura y amabilidad que parecía desbordar en el sujeto, se derritió como la cera.

—¿Quién te golpeo? —preguntó saltando de su asiento.

—El Conde de Baltist, ese hombre al que mandaste por mi, —contestó Hyunjin sintiéndose indignado.

—¿Jaejoong? —se crispó el doncel mayor saliendo a toda prisa de la cabaña. Al entrar de nuevo, el tal Jaejoong venía con él. Hyunjin se crispó al ver de nuevo al hombre pero el sujeto parecía más nervioso y asustado que él, lucia muy diferente al hombre soberbio que había conocido horas antes.

Eso lo inquietó.

—¿Jaejoong, tú le has hecho eso a mi hijo? —preguntó Hyo Seop señalando la huella de la bofetada en el rostro de Hyunjin.

Jaejoong se puso pálido. Su boca se abrió y se cerró varias veces, como si su mente estuviese buscando las palabras justas para defenderse. No las encontró.

—Majestad, con todo respeto, su Alteza estaba muy alterado y renuente a acompañarnos. Mire usted mismo cómo me dejó la nariz y hasta estaba armado.

El puñal que Hyunjin había dejado caer junto al puente fue puesto en las manos de Hyo Seop. Jaejoong lo había recogido durante el trayecto y lo había asegurado en uno de los bolsillos de su capa. Hyo Seop, sin embargo, no pareció importarle mucho esto, ni tampoco las palabras con las que el noble Yurchiano intentaba defenderse. Guardando el puñal en un bolsillo, sus ojos tomaron un brillo feroz que crispó los nervios de Hyunjin y le hicieron sentir con mayor intensidad ese horrible frío que no lo abandonaba desde que llegó a aquel lugar. Algo horrible estaba a punto de suceder. Lo presentía.

—Jaejoong... Jaejoong... Eres un hombre tan apuesto como lo era tu padre —dijo entonces Hyo Seop en un tono tan condescendiente que su interlocutor bajó la mirada, —es una lástima que no hayas heredado también su inteligencia —remató colocando su mano sobre la mejilla del varón.

—¡Detente! —exclamó Hyunjin sintiendo que el presentimiento que tenía se hacía un remolino en su estomago. Sin embargo nada sucedió, Hyo Seop miró a Jaejoong dándole una palmadita en el hombro y haciéndole una seña para que se fuera.

Una vez a solas, Hyunjin miró a su madre con horror y miró la sombra del Conde de Baltist, desapareciendo tras el umbral de la puerta. El horror se asentaba más en su pecho, pero no sabía cómo explicarlo.

—¿Qué le hiciste? —preguntó entonces sobresaltado mirando a su mamá con terror.

—No te preocupes, no volverá a tocarte, —fue lo que le respondió Hyo Seop.

—¿Qué es todo esto? ¿Por qué me has traído aquí? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Cómo me encontraste? —preguntó Hyunjin  sobresaltado. Sin embargo, Hyo Seop simplemente se sentó y volvió a tomar su bebida, haciendo una señal a su hijo para que volviera a la mesa.

—Son demasiadas preguntas, cariño. Pero te respondere la última —dijo sorbiendo su bebida con tranquilidad, —Hace varias semanas senti una fuente de poder inmenso cerca de la frontera entre Koryo y Joseon y esa fuente se mantuvo estable haciendo mi trabajo más fácil. Esa fuente de poder eras tú.

“¡Diosas!” Hyunjin meditó un momento y concluyó que muy seguramente, lo había detectado por primera vez el día en que curó a Hyung Nil.

—¿Entonces, esos hombres Koryanos que fueron por mi? —preguntó intuyendo de sobra la respuesta.

—Campesinos de esta aldea —le confirmó Hyo Seop —secuestramos a sus familiares y los forzamos a ir por ti, los entrenamos por varias semanas para que supieran qué decir. Se aprendieron el camino, incluso en la oscuridad. Todo ello fue una maravillosa idea de Yoongi. El es un experto en milicia, nos consiguió insignias, condecoraciones; lo que hiciera falta para darle credibilidad al asunto y todo resultó muy bien. Por fin te tenemos con nosotros. Pronto verás a Yoongi de nuevo.

¿Yoongi habia planeado todo aquello? ¿Estaba de parte de los Yurchianos? Hyunjin se puso muy pálido. ¡No era cierto! ¡No podía ser verdad! Yoongi no podía haberlos traicionado, no podía haberse puesto del lado de los enemigos. ¡No iba a creer eso nunca!

—No es cierto, me estás mintiendo —susurró espantado, sintiendo que se quedaba sin voz.

—¿Por qué lo haría? No entiendo, hijo. ¿Acaso no quieres volver junto a tu hermano? ¿No deseas volver a Jaén?

—¡No! —Hyunjin se volvió a poner de pie a toda prisa sintiendo que un horrible mareo se apoderaba de todo su ser. Se sentía perdido, mareado, como si todo a su alrededor girara, fuese irreal y no tuviese sentido, En esas estaba cuando un grito terrible se escuchó desde afuera, haciendo que otra vez todos sus sentidos se pusieran en alerta. Se quedo callado mirando la puerta, estático y casi sin aliento.

Finalmente, cuando por fin pudo reaccionar, corrió hacia la entrada de la cabaña, tomó la manija de la puerta y con brusquedad la abrió. El frío de la noche volvió a golpearlo con fuerza, pero no le impidió salir. Afuera, los gritos espantados de la gente daban cuenta de lo que sucedía. Era el horror mismo, su presentimiento volviéndose contundencia.

Tirado en la nieve, el Conde de Baltist, se revolcaba llevándose las manos al cuello. Al parecer, sentía que algo lo apresaba porque entre espasmos de agonia intentaba librarse. Duró casi cinco minutos pataleando y luchando inútilmente con alguna clase de fuerza invisible, mientras las demás personas, solo podían mirarlo espantadas, viendo como se le escapaba la vida sin remedio. Cuando aquel infeliz expiró dejando en su rostro una expresión de intensa agonía, Hyunjin sintió la presencia de Hyo Seop a sus espaldas y todo el aire de sus pulmones pareció escapar de su pecho.

—¿Te das cuenta? Te dije que nunca más volvería a tocarte —dijo Hyo Seop mirando la escena con expresión divertida y entonces avanzando hasta Hyunjin, lo abrazó. Hyunjin nunca había sentido el abrazo de una mamá pero estaba seguro de que no debía sentirse así de escalofriante. Aquello era la sensación más horrible que había sentido en toda su vida y sólo quería salir de esos brazos cuanto antes.

—Eres un demonio, Hyo Seop —le dijo entonces mirandolo a los ojos. El susodicho, quien también le devolvía la mirada con intensidad, sólo lo miró sin musitar palabra hasta que después de unos instantes lo soltó y sin decir nada más se encaminó de vuelta a la cabaña.

Hyunjin se quedó parado afuera y antes de que su mamá pasara por el umbral de la puerta concentró su energía en el talismán que colgaba de su cuello y recitó en perfecto Yurchiano antiguo, un poderoso hechizo con el que sus ancestros conjuraban el mal.

Hyo Seop abrió los ojos, horrorizado al ver cómo la fuerza de cada una de las palabras de Hyunjin lo paralizaba. Aquello no se lo esperaba para nada. Su cuerpo dejó de pertenecerle con cada sílaba pronunciada por su hijo y cada paso que daba se volvió más pesado, fue entonces que cayó de rodillas perdiendo todos sus poderes.

Los otros Yurchianos que se encontraban allí también empezaron a sentirse aturdidos por tal muestra de poder. Los ojos de Hyunjin tenían una intensidad estremecedora, una tenacidad apabullante. Le habían llevado al limite y ahora nadie podria detenerlo; ni siquiera Hyo Seop.

—Eres el sanador más poderoso de los cinco reinos, mucho más poderoso que yo —reconoció Hyo Seop sin poder dar crédito a lo que sucedía. —No puedo creer que tengas tanto poder —dijo horrorizado, como si acabara de descubrir algo. —Entonces, si eras hijo de In Guk.

—¿Cómo? —Hyunjin detuvo su oración de golpe ante semejante revelación.
—¿Qué has dicho?

—Los hijos de Yurchianos con Jaenianos suelen ser muy poderosos, incluso más que los Yurchianos puros, —explicó Hyo Seop aún de rodillas, —los hijos de Yurchianos y Koryanos son bastante débiles. Tienes un poder increible, eso significa que tu padre era In Guk, un Jaeniano y no Jung Hyung, un Koryano.

—No puede ser. —Hyunjin no pudo seguir hablando. Sentía que un nudo horrible se le formaba en la garganta al recordar todas las cosas que le había hecho su padre... su verdadero padre, eso significaba que él era el verdadero heredero al trono de Jaén y que el bastardo era Yoongi.

—Creia que In Guk era estéril, —dijo Hyo Seop como si hubiera entrado en una especie de estupor. La verdad llegando también a él después de tantos años. A pesar de ello, ninguno de los dos tuvo tiempo de seguir comentando nada más al respecto. A los pocos minutos, una tropa armada agitó la ladea entera, llegando intempestivamente. Eran hombres de Koryo que habían ido a rescatar a Hyunjin.

—¡Son Koryanos! —exclamó un hombre que se encontraba cerca.

—¿Cómo supieron donde estábamos? —preguntó Hyo Seop recuperándose un poco y poniéndose de pie a toda prisa. —Toda tu guardia murió —aseguró mirando a Hyunjin.

—Mi esposo es legeremantico, me habló telepáticamente durante el camino hasta aquí y le dije dónde estaba —respondió sintiendo que después de tantas horas por fin podía respirar tranquilo. —Estás atrapado Hyo Seop —dijo entonces mirando a su mamá, quien parecía paralizado de la impresión. —Ya date por vencido.

Hyo Seop comenzó a girar en círculo sintiéndose perdido en aquel desorden. Los ruidos de los cascos cada vez más cerca parecieron enloquecerlo y en medio de su desesperación lo único que se le ocurrió fue el acto más vil y loco del que se pueda tener idea.

Rápidamente, sacó de su capa, el puñal que el Conde de Baltist, le había puesto en las manos, el mismo que había dejado caer Hyunjin junto al puente, y sin mayor resquemor se abalanzó contra su hijo, hiriendolo en un costado.

Hyunjin, que no se esperaba para nada algo así, no alcanzó a reaccionar y no se percató de la situación hasta que sintió el filoso y frío metal perforándole en la cintura. Le había herido de forma letal.

—¡Devuélveme mis poderes para que pueda curarte! —gritó Hyo Seop con los ojos enloquecidos de desesperación. —¡Date prisa!

—No puedo —resopló Hyunjin sintiendo como la sangre brotaba por su costado derecho. Una lágrima solitaria resbaló por su rostro y cayó sobre la diestra de Hyo Seop. —Debo acabar contigo.

—Hijito mío... —susurró Hyo Seop con una voz cargada de arrepentimiento. —Hijo de mi vida —alcanzó a sollozar antes de que uno de sus hombres lo agarrara a toda prisa para llevárselo de allí. Hyo Seop vio con una indescriptible angustia cómo el cuerpo de Hyunjin caía desplomado sobre la nieve hasta que un Koryano se acercó a recogerlo. Pensó entonces arriesgarse y pedir a la amatista de plata que curara a su hijo, pero en ese momento recordó que la piedra se encontraba en el abrigo que le había colocado a Hyunjin y para aquel momento éste ya estaba lejos de su vista.

Una lágrima, la primera lágrima real que derramaba en años, cayó en tierra y Hyo Seop deseó por primera, de muchas tantas veces que vendrían luego, nunca haber vuelto a la vida, para ser el culpable de la muerte de su propio hijo.

Cuando Taehyung vio a Hyunjin tirado en la nieve creyó que estaba muerto y por un instante el corazón dejó de latirle. Bajó a toda prisa del caballo, recogiendo al doncel para volver con él a la montura.

Hyunjin abrió los ojos y lo miró sintiéndose muy mareado aunque consciente aún. La imagen de Taehyung junto a él le hizo creer por un momento que ya había cruzado el umbral de la muerte, sin embargo, el sonido de todo lo que le rodeaba junto a la brillante luz de la luna le permitió darse cuenta de que aún vivía.

—¿Taehyung? —preguntó entonces incrédulo nada más abrir los ojos. —¿No estoy muerto, verdad? —quiso confirmar de todos modos.

—No, no lo estás —le respondió Taehyung que en ese momento no sabía si reír o llorar. —Estas vivo y yo también —le sonrió dulcemente optando por escoger lo primero. —Es una larga historia.

—¿Ha sido obra de esa piedra?

—¡No! —negó rápidamente. —No, en lo absoluto. No te preocupes —dijo percatándose en ese momento en la herida de Hyunjin. —¡Por las Diosas, estás herido! Vamos a tomar un atajo, hay que llevarte al campamento.

Hyunjin resopló de dolor cuando Taehyung espoleó su caballo. El dolor en su espalda se incrementó por el ardor de la herida y todo su vientre se contrajo con una fuerza que lo obligó a arquearse.

—Al campamento no, llévame al palacio, con Seokjin —pidió en ese momento, agazapándose contra el abrigo de Taehyung. Este negó con la cabeza.

—El palacio está muy lejos. En el campamento hay buenos médicos, tú mismo lo sabes.

—No, no entiendes —replicó  Hyunjin intentando respirar por el gran dolor. Acababa de darse cuenta qué era ese peso en su bajo vientre y el dolor en la espalda pues ahora el dolor era ya una contracción propiamente. dicha. —Voy a dar a luz.

Taehyung sintió que un liquido humedecía los pantalones de Hyunjin y luego, por contigüidad, los suyos. ¡Había roto aguas! Un jadeo salió de su boca y si no hubiese sido porque estaba muy asustado para blasfemar, hubiese gritado con todas sus fuerzas.

—No puedo dar a luz en el campamento —volvió a decir Hyunjin una vez que la contracción pasó y pudo hablar de nuevo. —Es un sitio demasiado precario y frío. Mi niño morirá si nace allí.

—Pero....

—Por favor, Taehyung. Por lo que más quieras. Por Jungkook y por tu hijo aún no nacido, llévame con Seokjin. Llévame con él, te lo suplico.

Taehyung abrazó con fuerza a Hyunjin y le dio un fuerte beso en su cabecita. Asintió y cambió de rumbo a palacio. Casi no podía creer que ese muchacho que tenía entre los brazos fuera ese mismo que tiempo atrás lo acosaba en los bailes y le sacaba de quicio. Era absurdo como habían cambiado todos en tan solo unos meses, como la vida les había obligado a madurar.

—Eres un pequeño muy valiente —dijo entonces con dulzura apresurando el paso.

—Gracias por ayudarme —le sonrió Hyunjin. —Ahora dime algo ¿Namjoon está contigo?

Taehyung negó con la cabeza pero no dijo nada más. Sabía que seguía atascado en esa maldita montaña Koryana donde los combates estaban cada vez más tremendos y por eso no había podido ir el mismo en rescate de Hyunjin.

Sin embargo, cuando Namjoon, con una angustia infinita le pidió que fuera por su esposo, no dudo en ayudar a su hermano y por eso allí estaba: rescatando al príncipe y escoltándolo ahora al palacio para que pudiera tener sano y salvo a su niño.

—¿El sabe que estás vivo? —preguntó de repente Hyunjin, sacando a Taehyung de sus cavilaciones.

—Sí, lo sabe —contestó Taehyung sonriendo de nuevo. —Siempre lo ha sabido.

En el palacio de Koryo ya casi despuntaba el alba cuando Taehyung llegó. Woo Seok se arrojó a sus brazos al verlo y Seokjin recibió en los suyos a Hyunjin, casi perdiendo el sentido al verlo herido de tal forma. Muchas eran las preguntas que había por hacer y muy poco el tiempo para responderlas. El parto de Hyunjin era ya inminente a la llegada de los príncipes.

Lo acomodaron en la recamara real porque era la más airada, amplia e iluminada. Seokjin esperaba poder detener la dilatación y lograr que el conducto perineal que se formaba en los donceles al momento del parto volviera a cerrarse. Sin embargo, luego de revisar a Hyunjin se dio cuenta de que aquello no sería posible. El trabajo de parto estaba tan avanzado que con solo meter la mitad de sus dedos por aquel agujerito ya podía sentir los cabellos del niño. También estaba el problema de que había roto la placenta y había perdido el líquido amniótico que se hallaba dentro de ella, liquido sin el cual ninguna criatura podía sobrevivir.

Se llevó las manos a la cabeza, sintiéndose impotente; con la desesperanza de un hombre   y no la piadosa pero distante humanidad de un médico ante un moribundo. ¡No podría salvarlo! ¡Por las Diosas, no podría salvarlo! Esa herida en su costado era mortal y en esos momentos todos sus esfuerzos se estaban concentrando en detener la hemorragia y extenderle la vida hasta que diera a luz.

Sintiendo que también moría de dolor y con gran esfuerzo llegó entonces de nuevo hasta la cama donde Hyunjin respiraba cada vez más exhausto. Con cada contracción, el doncel perdía más sangre y el dolor  se hacía casi insoportable. Sudaba mucho, motivo por el que Seokjin ordenó a dos sirvientes quitar los doseles de la cama y cada tanto enjuagar el rostro del príncipe con paños húmedos.

En ese momento, justamente, fue él mismo Seokjin quien remojó el paño y la pasó por la frente de Hyunjin, aprovechando para sentarse un momento en el lecho. Hyunjin sintió el peso sobre su cama y sus ojos se abrieron con cansancio. Al momento divisaron el rostro de su querido amigo y una pequeña sonrisa despuntó de sus labios. Se sentía tranquilo.

—Seokjin —susurró buscando la mano temblorosa del galeno,
—hay algo que debo pedirte. Cuando mi hijo nazca, no te apures en atenderme a mí. Ayúdalo a él, concéntrate solo en él. Su nacimiento se ha adelantado y sabes que no vendrá bien. Te lo suplico, por favor, no importa que pase conmigo, solo salva la vida de mi bebé.

—Haré mi trabajo como yo considere que debo hacerlo —respondió Seokjin sin devolverle la mirada. De haberlo hecho se habría dado cuenta que le sonreía porque entendía muy bien su situación.

—Está bien. Se que harás tu trabajo —aseguró segundos antes de que una nueva contracción le hiciera contraerse de dolor una vez más.

Seokjin no lo soportó más y salió a toda prisa de la estancia. En el corredor, Taehyung y Woo Seok lo esperaban; ambos lucían intranquilos y apesadumbrados, muy inquietos. El rostro de Seokjin no les ayudó en lo absoluto a tranquilizarse, de hecho, los asustó más.

—¿Qué sucede? —preguntaron mamá e hijo en coro al ver salir al médico. —¿Va a tener al niño?

—Si, el parto es inevitable —respondió Seokjin con la voz temblorosa, echándose a llorar. —Y su muerte también —remató con dolor.

Woo Seok se llevó las manos a la boca, Taehyung los miró a ambos, desconcertado.

—¿Su muerte? Pero...

—Él lo sabe, —continuó hablando Seokjin entre sollozo y sollozo. —Sabe que va a morir y eso no le preocupa —jadeó recostándose contra una pared, —Sólo le interesa la suerte de su niño. Sólo en eso piensa en este momento. Sólo en él.

—Eso me parece muy admirable —opinó Woo Seok disculpándose para entrar a la habitación.

El olor a sangre y la tremenda humedad fue lo primero que sintió al entrar. Con cuidado se sentó al lado de Hyunjin y dulcemente le acarició el rostro. Hyunjin abrió los ojos y sonrió; tomó aquella mano y la besó, asi era como debía sentirse la caricia de una mamá, pensó en ese momento sintiendo una gran calidez asentarse en su pecho. Una calidez que sentía por primera vez, sintió por primera vez el amor de una mamá y se sintió inmensamente feliz.

—Como me hubiera gustado ser su hijo, Majestad —confesó de repente con amarga sinceridad. —Mi vida hubiera sido tan distinta con una mamá como usted —dijo besando nuevamente la mano de Woo Seok tiernamente.
—Mire a sus hijos, Taehyung, Jimin y Namjoon, son tan ejemplares, tan buenas personas.

—Tú también eres mi hijo primor, no importa que no te haya parido, desde que te conocí te he querido como tal —le contestó Woo Seok sin poder evitar que se le salieran las lágrimas. —Te lo dije el día de tu boda y te lo repito ahora, eres mi hijo y nada cambiará el amor que te tengo. Eres tan valioso para mí como el resto de mis hijos.

Hyunjin le devolvió la sonrisa con los ojos húmedos de llanto. En ese momento consideró si debía decirle que después de todo Jung Hyung no era su padre, pero pensó que era mejor no abrir viejas heridas, simplemente dejar las cosas así y llevarse ese secreto a la tumba.

Recordó entonces otra cuestión que sí debía dejar resuelta y señalando el tallado sillón sobre el que reposaba su ropa pidió que le acercaran el abrigo de gacela que le había colocado Hyo Seop durante el breve encuentro que tuvieron.

—Hay algo que quiero entregarle, Majestad —dijo Hyunjin cuando le entregaron la prenda, haciendo salir de inmediato a los sirvientes. Sin perder más tiempo metió la mano en uno de los bolsillos y para sorpresa de Woo Seok sacó de allí nada más, ni nada menos que la mismísima amatista de plata. —Sé que usted es en este momento la persona adecuada para guardarla —imploró ante la negativa del rey consorte que meneaba la cabeza de lado a lado mirando con horror aquella joya. —No puedo confiársela a nadie más, Majestad. Ni siquiera al rey Jungkook. No sé cómo pueda usarla él en estos momentos en que se encuentra tan desesperado. En cambio usted ya conoce su poder, sabe que esta maldita piedra no es cosa de juegos. Usted no permitirá que vuelva a ser usada otra vez.

—Yo no sabría qué hacer con ella —replicó Woo Seok.

—Precisamente por ello. Usted mejor que nadie sabe que con esta piedra no se debe hacer nada —jadeó por una nueva contracción. —Por favor, guárdela, Majestad. Tómelo como el último favor que le pido.

—Hyunjin... —Entonces, sin estar muy convencido, pero sintiendo que quizás ese era su castigo para el resto de su vida por haber hecho uso de esa piedra terrible, Woo Seok tomó la amatista entre sus manos y la guardó. Hyunjin le agradeció con una caricia y sintiéndose más tranquilo después de dejar ese tema subsanado, pudo finalmente dedicarse de lleno a la última misión de su vida, a su juicio la misión más importante de todas; esa que luego de cumplida sería recompensada con la muerte.

Seokjin entró de nuevo al oirle gritar. Rápidamente lo revisó de nuevo y le avisó que ya estaba listo para empezar a pujar. Woo Seok se colocó a sus espaldas y los dos sirvientes, uno a cada lado, le sujetaban las piernas. Fue un parto fácil porque la criatura era tan pequeña aún, que solo necesito cuatro pujos fuertes de su mamá para salir por completo. Hyunjin lo sintió resbalar como un pedazo de hígado, pegajoso y gelatinoso y en ese momento sintió como si una parte de su alma se saliera de su cuerpo para quedarse junto a aquel nuevo ser.

Pero el bebé no lloró. No de inmediato.

Seokjin, tal como se lo había pedido Hyunjin, se lo llevó a un mesón que había improvisado y poniéndolo bajo la luz de una lámpara comenzó a frotarle con vigor la diminuta espalda.

Todos en la habitación se quedaron mudos, especialmente Hyunjin quien, deteniendo su propia respiración, esperó con impaciencia pero con calma, escuchar el primer aliento de su hijo.

Luego de treinta segundos, lo más largos que Hyunjin experimentase jamás, la criatura lloró. No lo hizo con vigor ni fortaleza, pero lloró. Su llanto parecía más el maullido de un gatito y sin embargo para Hyunjin fue el llanto más vital y precioso que hubiese escuchado jamás.

Aquel llanto desencadeno el suyo propio y por primera vez, en todas esas horas de agonía, Hyunjin lloró también. Pero no lo hizo recordando los maltratos de su padre, su separación de Yoongi, el recuerdo del mar de Jaén, ni sus terribles errores; lloró por la inmensa alegría de saber que a pesar de todo eso, las Diosas le habían dado la oportunidad de ser feliz, la oportunidad de amar antes de morir.

—¿Cómo vas a llamarlo? —le preguntó entonces Woo Seok llorando también.

—Soobin —respondió Hyunjin sin dudar. —Se llamará Soobin, —respondió recordando todas aquellas veces en que Namjoon acariciaba su vientre y le cantaba a su hijo, todas esas veces en que el varón entre lágrimas le decía a su hijo no nacido: Soobin, nace rápido, ya quiero conocerte mi bebé.

El nombre de su hijo, fue lo último que Hyunjin dijo antes de morir.

Seokjin escuchó la forma como Hyunjin se desplomó sobre la cama dejando de respirar, pero no volteó a mirar siquiera. Siguió como un soldado en su oficio, atendiendo al recién nacido al cuál prácticamente bañaba con sus lágrimas. A sus espaldas los sirvientes lloraban a los pies de la cama acompañando a Woo Seok en su pena.

Taehyung llegó instantes después al escuchar los lamentos de todos los presentes. No entró, se quedó en el umbral de la habitación agarrándose la cabeza, tratando de entender semejante absurdo, pensando en qué demonios iba a decirle a Namjoon.

!¿Cómo iba a explicarle a su hermano que su esposo había muerto?!

Continuará...




























Hola gente bonita, me dolió escribir este capítulo, editarlo y publicarlo.

Hyunjin es lo que yo llamo un personaje armador, es decir ese personaje que sin ser principal, es el centro de la historia y por quién se desarrolla todo lo demás.

Si bien desde el inicio planee su muerte, porque alguien tenía que vencer al villano y porque, como está en la descripción, la historia contiene el shipp de Namjin, por lo tanto Namjoon tenía que terminar con Jin, sin embargo al pensar en el personaje de Hyunjin y darle un pasado doloroso y una vida de maltratos, considere justo que su muerte llegara cuando se sintiera pleno, feliz y amado. Esa es la razón por la que escribí su historia de amor con Namjoon y el trío que formaron con Seokjin.

Siento que le debía un buen final.

Bueno eso es todo, no soy de dejar muchas notas, pero quería expresar mi sentir con respecto al personaje de Hyunjin.

Les agradezco mucho por leer esta historia y me gustaría saber su opinión sobre el capítulo en los comentarios.

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