El rey Jungkook, el tesoro de SiKje

Corea era un país pequeño pero próspero. La mayoría de sus tierras eran terrenos deshabitados e inhóspitos, y solo en una pequeña porción se asentaban cinco grandes pueblos, representados cada uno por su respectivo reino. Cinco razas con especiales características, tradiciones, culturas y habilidades mágicas.   

Joseon, era el reino más grande y esplendoroso. Los dominios  de aquella nación se extendían por la zona más septentrional del país, surcando grandes mesetas explanadas, pasando por profundos valles y empinadas montañas; hasta terminar cerca a una catarata enorme y densa, tras la cual, se alzaba un enorme templo de más de cinco siglos de antigüedad, erguido en honor a la Diosa SiKje.

Los habitantes de Joseon eran un pueblo muy piadoso y conservador. Guerreros por naturaleza, habían defendido sus predios durante muchísimos años y seguían teniendo el mejor ejército a pesar de que actualmente el país entero se hallara en paz.

Tras la firma de una acuerdo real de no agresión entre los reinos conocido como “El gran pacto”, realizado cuatro siglos atrás, el país había gozado de una aceptable paz. La economía de estas gentes se basaba básicamente en la agricultura y el comercio. No obstante se consideraban a sí mismos unos excelentes orfebres, especialmente en lo referente a joyas y armas. No tenían acceso al mar, esta se podía considerar una de sus más fuertes carencias. Sin embargo, las setenta y nueve aldeas que conformaban el reino encontraron en los ríos cercanos una excelente forma de suplir sus demandas hídricas.

Jungkook se llamaba el rey de aquel reino. El monarca era de momento el más joven en el trono, habiendo ocupado el mando con solo diecisiete años, motivo que no le restaba soberanía, pues pese a su corta edad llevaba ya 10 años gobernando con rigor a su pueblo.

El pueblo lo consideraba el soberano más místico y moralista que pudieran recordar. Bajo su mandato se había penalizado actividades como la prostitución, la esclavitud sexual, las orgias públicas y los espectáculos obscenos. 

La gente recordaba cómo en una sola noche, el ejército había cerrado más de cien lupanares y encerrado a más de quinientas personas por distribuir material sexual grafico explicito. No obstante, y como una especie de extraña ironía, aquel monarca despertaba más de un deseo lascivo.

Jungkook era por mucho, el doncel más hermoso que se hubiese visto en toda Corea. Dueño de una misteriosa sensualidad y un porte enigmático, llevaba tras sus ojos, la vida de centenares de hombres que ciegos de amor y empujados por un extraño embrujo, habían decidido darle caza.

Jungkook no se podía enamorar.

Una promesa de bautismo y  una consagración de castidad perpetua con la Diosa SiKje se lo impedía. Era virgen, casto y puro, y así debía morir. La marca sobre su frente colocada desde su consagración lo decía, con aquel leguaje divino. La diosa había escrito: “Tesoro de SiKje, que nadie ose tocar”, dándole a partir de entonces ese calificativo con el que sus compatriotas y extranjeros lo conocían: “El tesoro de SiKje”.

Pero sus  pretendientes, como solía llamarlos, no parecían entenderlo. Aquello infelices sin temor a las Diosas y sin temor a su espada, hacían más caso a la leyenda que se había forjado en torno suyo, que a la cordura. Enceguecidos de amor, obedecían a ojos cerrados aquella creencia popular  que auguraba que el hombre que le diera caza podría obtener su amor.

Jungkook se burlaba de aquella tontería popular y enfrentaba con carácter de hierro a todos esos desvergonzados que pretendían capturarle. Ya no recordaba a cuantos había detenido con su espada, pero lo que si recordaba, era la frase que solía dirigirles antes de dejarlos agonizantes sobre el suelo: “No es nada personal, tengo dueña”.

Taehyung, era el príncipe heredero de Koryo, reino vecino de Joseon. Había sido también uno de los pretendientes de Jungkook y uno de los infelices que había conocido el filo de aquella espada. Pero también había sido uno de los poquísimos afortunados que habían sobrevivido.

Habían pasado justamente tres años de aquél encuentro. Ni un día más ni un día menos habían transcurrido desde la fecha en la cual se aventuró a realizar su cacería. Con solo  veinticinco años en aquella ocasión, la inexperiencia y la inmadurez de carácter jugaron en su contra y lo dejaron al filo del abismo: un precipicio oscuro, del cual solo se salvó gracias a su cuerpo robusto y fuerte; y a su voluntad obstinada, absolutamente reacia a darse por vencido hasta poseer lo que su corazón no se resignaría a perder jamás.

Ahora, oculto en el mismo lugar de hacía tres años: un pequeño despeñadero desde el cual se observaba la plenitud de la planicie, recobraba la esperanza en su espíritu voluntarioso, soñando despierto, rogándole al destino para que esta vez contrario a su primera oportunidad fuera amable con él y su objetivo de cazar a Jungkook.

No podía cometer los mismos errores pasados o jamás capturaría a su tesoro como le gustaba llamarlo. Jungkook era ágil como un gato y tenía una precisión de barbero con aquella espada. Cinco años atrás él lo había comprobado con su propio pellejo, y el recuerdo de ello marcaba su piel en forma de una inmensa cicatriz que le recorría todo el costado derecho. Aun podía recordar con total nitidez la fuerza de aquellos ojos cuando lo miraron desde arriba diciéndole aquellas fugaces palabras: “No es nada personal, tengo dueña”.

Pero Taehyung iba a intentar aquella locura de nuevo y por eso estaba allí, rodeado de sus hombres que le mantendrían el camino despejado de intrusos. Namjoon, su hermano por adopción, también lo acompañaba muy de cerca. Era ahora o nunca, le había dicho antes de salir del castillo. Era Jungkook o la muerte; pues si algo tenía claro era que si fallaba por segunda ocasión… no iba a salir vivo de allí.

Después de la reunión con sus concejeros, y de haber concedido el perdón real a un par de presos políticos, Jungkook partió con rumbo al templo de SiKje. Su guardia y el pueblo entero no podían entender cómo era posible que su rey siempre se arriesgara a salir solo de su castillo para ir cada mes a orar en aquel recinto. Pero él no daba muchas explicaciones al respecto.

Reservado como siempre, solía comentar que aquel templo era un lugar demasiado sagrado al cual prefería acudir con la mayor sencillez posible. Nadie le replicaba, pero sin duda esa oportunidad mensual había sido aprovechada totalmente por los pretendientes que como zorros, utilizaban las mejores artimañas de espionaje para hacerse con la ruta que el monarca usaba para llegar al templo.
No les había servido de mucho en realidad. Jungkook los había vencido a uno tras uno. A sabiendas que esos hombres no querían matarle ni herirle, no temía por su vida; iba con cierta ventaja en aquellos lances de los cuales, hasta el momento, había salido siempre victorioso.

Aquella mañana sin embargo, sintió miedo por primera vez. Tenía una extraña sensación en el pecho, algo que los supersticiosos llamaban presentimiento. Era como un remolino en su estomago, una inquietud, una turbación.

EunWoo, el más cercano de sus concejeros, y su mano derecha, se dio cuenta de aquello y poniendo las riendas del corcel favorito de su rey, “Lucero negro”, en manos de su señor, se atrevió a preguntarle sobre su ánimo taciturno.

—¿Le sucede algo, mi señor? —susurró, pasivo—. Lo noto algo aprehensivo.

Jungkook lo miró secamente, como era típico en él y luego, volviendo la vista hacia su montura, negó con la cabeza.

—No sucede nada. Volveré antes de caer la tarde.

Y diciendo esto partió. El camino no era muy largo, pero a causa de esos molestos acosadores siempre se veía en aprietos con el tiempo. Gracias a las Diosas aquellos hombres lo atacaban en solitario; nunca usaban escoltas o esclavos para ayudarse. Al parecer la leyenda que le habían forjado decía que el que lo capturase debía hacerlo solo o de lo contrario solo encontraría odio en lugar de amor.

Por fortuna la tradición oral era bastante imaginativa a la hora de agregarle anexos a esos mitos populares, aunque en ocasiones pensaba que quizá el enfrentarse a varios al mismo tiempo hubiese resultado divertido. También se sentía preparado para eso, reflexionó finalmente con una sonrisa y acto seguido, apresuró la marcha.

Desde su escondite, con el sol de mediodía en lo alto, Taehyung alzó la vista dando con su diestra una orden a sus hombres. A lo lejos podía divisar que poco a poco la imagen de su tesoro se hacía cada vez más nítida, lo cual significaba que se acercaba a ellos a gran velocidad. Venia tal como lo había imaginado, en el lomo de lucero negro. A pesar de la distancia, la rapidez con que galopaba le indicaba que esperaba un ataque en cualquier momento.

Sonrió. No se esperaba menos de la astucia de su tesoro. Sin embargo, su querido amor se equivocaba. De momento él no pensaba acercarse. La mayoría de los pretendientes atacaban durante el viaje de ida, él entonces, atacaría en el de regreso.

Namjoon, lo presintió, y colocándose a sus espaldas se lo preguntó. —¿Lo capturaras al regreso, verdad?

Taehyung asintió sonriente. Que su hermano hiciese aquella pregunta como si la captura fuese un hecho verídico, le acrecentaba los ánimos. De todas formas no se podía confiar, su tesoro era demasiado listo.

—En el viaje de venida vendrá más confiado o eso espero —dijo—. De todas formas no pienso confiarme. Mi tesoro es demasiado hábil… no parece un ser humano.

En aquel momento, abajo; en la planicie, Jungkook sintió un escalofrió correrle por toda la espina dorsal. Aminoró el paso súbitamente, justo en el sitio donde sus cazadores se encontraban. Luego, lentamente, alzó la mirada e inspeccionó rápidamente todo el lugar; fotografiando con sus ojos las colinas que lo rodeaban y el abierto cielo que lo cubría. Pero no pudo divisar nada sospechoso; nada más que el bosque inmenso parecía rodéarle. Así que sin más dilación reanudó su marcha.

—¡Por las Diosas! —exclamó  Taehyung al verle partir—. Por un momento habría jurado que nos vio —comentó resoplando.

Namjoon, que también se había quedado frio, asintió. Su hermano tenía razón… ese hombre no parecía humano.

El templo erigido en honoa SiKje era uno de los más antiguos de Corea. Databa de aproximadamente dos siglos antes de “El gran pacto”, según los eruditos y establecía casi que un límite fronterizo no natural con Koryo. Había sido construido por el rey  Taejo de Joseon durante las guerras de unificación del reino, y según los anales de historia, fue profanado con una cruda masacre dentro de sus muros; razón por la cual tuvo que ser purificado durante nueve años.

Era de esta forma una edificación magnifica labrada en fina piedra caliza. La entrada poseía una inmensa puerta de puro roble, tallada con objetos representativos de la Deidad. Lunas y estrellas se dibujaban sobre la madera para que todo aquel que lo observara supiera que SiKje era no solo la Diosa suprema de Joseon, sino que además, era la emperatriz de la noche.  Los  lugareños la adoraban como la dueña del firmamento oscuro; era ella la dueña del ocaso y la niebla, a ella habían consagrado el mundo nocturno, sus aves, la música, la danza, la poesía y el sueño y justamente el sonido abrumador de las cataratas que ocultaban en parte aquel santuario, como una dulce melodía, recibió al único ser humano consagrado a SiKje: El rey Jungkook.

El tesoro de SiKje bajó de su cabalgadura ensordecido por las dos enormes caídas de agua que tenía a cada lado. La bruma que ascendía como si fueran nubes, hacía que el viento se sintiera más frio de lo que realmente estaba y el agua caía tan cerca que le salpicaba mientras recorría el estrecho camino que conducía al templo; flanqueado de lado y lado por el enorme abismo donde morían aquellos saltos.

Avanzaba despacio. La capa larga y negra que le cubría llegaba hasta la altura de sus botas altas; la túnica y el pantalón también negros estaban delicadamente ceñidos a su figura esbelta y armoniosa. Era más alto que el promedio general de los donceles y su cuerpo era también un poco más robusto, aunque no por ello menos grácil. Cuando finalmente llegó hasta las puertas del templo,  se bajó el capuchón que cubría su cabeza, y la cascada de sus cabellos negros y lacios que le llegaban hasta la cintura se meció libre, brillante y sedosa.

La cinta en su frente también brilló como polvo dorado; la inscripción grabada en su frente resplandeció luminosa y el rey, reconociendo en ello una señal divina, se hincó sobre una rodilla recitando una especie de códice que le permitía el ingreso a aquel lugar.

—Diosa mía, SiKje; suprema deidad del cielo. Tu humilde esclavo viene a honrarte, a pesar de ser tan indigno de ti.

Esperó unos segundos luego de saludar. Como solía suceder siempre, SiKje no respondía de inmediato. Era una Diosa, podía hacerse esperar.

Pasados unos dos minutos por fin, lentamente, las puertas comenzaron a abrirse. Un pequeño rechinar en la madera se lo hizo saber, puesto que nunca alzaba el rostro antes de ser completamente bienvenido. Jungkook se incorporó entonces y empezó a avanzar. Llevaba muchos años visitando mensualmente aquel lugar, y nunca dejaba de sentirse admirado por lo que guardaban aquellos muros…

Si por fuera la construcción ya era para deslumbrar hasta al más exigente arquitecto, no era más que una burla comparada con los que se encontraba dentro. Las paredes de aquel templo parecían de plata a pesar de ser de piedra; brillaban de una forma increíble, irreal y mágica. El destello era tal que resultaba casi hiriente a la vista. Constaba de una inmensa nave flanqueada por filas de arcadas muy altas sobre las cuales se hallaban rosetones de magnifica filigrana pétrea a modo de óculos, los cuales estaban cubiertos con vidrieras de colores oscuros y figuras de las Diosas.

Siguiendo la marcha, llegó hasta el crucero del templo. A pocos metros de la bóveda se veía el vitral más ilustre: era la imagen de SiKje, magnifica soberbia, sentada en un trono.

Miró hacia la derecha donde bajo otra bóveda lateral y agolpada en una esquina, se encontraba la pila bautismal donde lo habían bautizado y consagrado. En ella, aun se conservaba intacta y pura, el agua que se había usado años atrás para aquel ritual.

Su rostro apesadumbró ligeramente la expresión al recordar aquellas épocas. No le gustaba rememorar mucho el pasado, ni el recuerdo de sus padres muertos. Volvió entonces la vista al frente, recobrando el aplomo y fue entonces cuando la miró de nuevo…

Debajo del vitral de SiKje, en todo el centro del altar, sobre un atril de platino y recubierta por una especie de caparazón de cristal, se encontraba una pequeña joya engarzada en plata; una amatista para ser más precisos. Un tesoro divino, poderoso y mortal.

Jungkook se estremeció al volver a verla. Siempre se estremecía al verla. Aquel objeto no le gustaba; le parecía sacrílego y vil… maldito... Por eso mismo se encargaba de cuidarlo y custodiarlo con celo. Esa extraña piedra poseía el poder de cumplir deseos de todo tipo. Incluso deseos impuros, egoístas y malsanos. “La amatista de plata” se llamaba aquella joya. Había pertenecido a la familia real durante varias generaciones y ninguno de sus miembros había acabado bien. Sus padres eran un ejemplo… Sus ultimas victimas.

Con un suspiro el rey pensó en que gracias a las Diosas habían sido muy pocos los humanos que habían conocido el poder de aquella piedra y de momento, según sus datos, solo dos personas vivas sabían de su existencia: Él y  su antiguo mentor. 

Jungkook sonrió al recordarlo. Llevaba tres años sin verle, pero sabía que se hallaba en una aldea de Yurchen, el reino más lejano a Joseon. En eso pensaba cuando de repente, un sonido lo alertó. Parecía primero como una melodía suave y ligera que brotaba de todas partes; hasta que poco a poco se convirtió en una voz suave, imposible incluso para el doncel más delicado. Era la voz de una mujer.

—Tesoro de SiKje ¿Mantienes tu promesa? —Preguntó aquella voz.

Jungkook cayó de inmediato de rodillas. Con un movimiento rápido, apartó sus cabellos dejando totalmente descubierta la cinta y la inscripción de su frente. El hecho que ese símbolo permaneciera fijo en su posición significaba obediencia a sus votos. No era una marca que pudiera quitarse y ponerse a voluntad. Por alguna especie de poder divino estaba hecha para caerse solamente el día que su dueño traicionara su promesa y yaciera carnalmente con alguien.

La Diosa pareció mostrarse complacida, y algo como un pequeño aleteo hizo eco en el templo. De inmediato, Jungkook se volvió a inclinar con devoción.

—Mantengo mi pureza, señora mía y será así hasta mi muerte —contestó.

Esperó entonces por algún halago verbal como retribución. Sin embargo, lo que llegó fue una pregunta que jamás se le había antojado necesaria.

—Rey Jungkook —volvió a hablar la Diosa, esta vez con algo de parquedad.
—¿Sabes por qué has sido consagrado a mí con un voto tan difícil de sobrellevar?

El aludido se sobresaltó y como respuesta, solo pudo negar lentamente con la cabeza. 

Durante años, mucho se había especulado en el reino de Joseon sobre las razones que pudieron llevar a SiKje a pedirles semejante sacrificio a los reyes anteriores, pero solos pocos sabían bien la razón o por lo menos creían saberla.

Durante la época del séptimo año de matrimonio de los reyes Ji Hoon y Min Ho, el primero ya no pudo soportar los rumores del pueblo sobre su infertilidad, sobre su vientre seco que llevaría el reino a la ruina. De esta forma desobedeciendo las leyes divinas que prohibían el uso de  la amatista de plata, los padres de Jungkook la usaron para concebir a su heredero.

Diez años después ambos reyes murieron consumidos por la maldición de aquella piedra y Jungkook tuvo que ser consagrado a la Diosa con un voto de castidad perpetuo. “Su hijo debe ser casto hasta la muerte”, habían sido las palabras exactas de SiKje el día del bautismo del pequeño príncipe. Por tanto, hasta el momento, Jungkook pensaba que su consagración era una especie de castigo divino, un capricho de SiKje como retaliación a la desobediencia de sus padres. Que ahora hubiese un motivo mucho más misterioso que aquel, se le antojaba horrible.

En eso pensaba cuando la Diosa volvió a producir aquel ruido extraño, como si hubiese muchas mariposas revoloteando. Lentamente la voz femenina volvió a tomar la palabra, dejándose oír por todo el recinto.

—Rey Jungkook… tú no debías nacer —sentenció.
—Eres una aberración y por eso no puedes tener descendencia. Ese es el motivo de tu consagración.

Al escuchar aquella revelación la sangre de Jungkook se heló en sus venas; como si los vientos de Yurchen, el reino más frio, hubiesen llegado de repente hasta él. Su turbación fue tanta que no la pudo evitar y desafiantemente consideró, alzar el rostro en señal de desconcierto.

SiKje volvió a hablar. —El terrible pecado de tus padres no es el motivo de tu penitencia. El motivo es tu sola presencia. Eres una alteración de los planes del destino.

—¡¿En ese caso por qué sigo con vida?! ¡¿Por qué no tomaste mi vida al nacer mi señora?! —Jungkook palideció al escuchar el tono recriminatorio que estaba empleando para dirigirse a SiKje. Enseguida, como señal de sumisión, se hincó de nuevo.

SiKje pareció darse cuenta y una luz cálida fue brotando desde su vitral. —Tesoro, mi tesoro. Eres el resultado de un deseo de la amatista de plata. Tu nacimiento alteró el destino. Ni siquiera yo como Diosa puedo remediar eso, ya no hay solución a ello,  ni siquiera con tu muerte se arreglaría. Por eso solo puedo contrarrestar un poco el efecto evitando que el universo se altere más con tu descendencia. Joseon estaba destinado a desaparecer con tus padres y todo debe terminar contigo.

Terminar con él, pensó anonadado en las personas de su pueblo que se supone deberían terminar con su existencia. Era mucho mejor pensar que su promesa se debía al capricho de una Diosa y no a la necesidad de restaurar alguna suerte de orden universal. Pero lo peor de todo era saber que durante años SiKje le había ocultado algo tan importante. El que se había desvivido por obedecerla y servirle, ahora se sentía usado como marioneta y burlado como un niño pequeño.

Odiaba la extraña indignación y coraje que le había producido esa revelación. Le hacía sentirse impio y blasfemo, pero no podía evitarlo. Se sentía traicionado, engañado por años... y sentía por tanto que algo en su fanática devoción, se había quebrado para siempre.

El reino de Jaen estaba ubicado en la zona costera más grande de Corea. Poseía dos océanos: El principal y más grande, bañaba más de cincuenta aldeas y pequeños islotes completamente deshabitados. El segundo, se explayaba mucho más al norte, hasta desembocar finalmente en los inmensos glaciares de Yurchen.

El océano principal, también conocido como Mar Jaeniano, tenía un gran archipiélago donde Falah, la isla más al sur, entraba por mucho en aguas territoriales Koryanas. Este pequeño detalle geográfico había ocasionado roces pasados y presentes entre ambos reinos. No obstante, de momento, los convenios entre ambas naciones establecían que la isla toda era propiedad de los Jaenianos.

La pesca había convertido a aquel reino en un emporio náutico y marino. Ningún otro reino había impulsado tanto la exploración de los mares, ni tenía tantos temerarios aventureros que lograran hacer historia, como los tenía Jaen. El clima, cálido gran parte del año, también los hacía un poco más relajados y joviales. A diferencia de Joseon, el reino gozaba de un gigante y conocido turismo sexual; los puertos, como era bien sabido, se habían convertido desde hacía muchos años en callejuelas de prostitutos que comerciaban con sus cuerpos como quien vendía pescado y Ditzha, su divinidad, no parecía reprender su disipada conducta, pues milagrosamente la peste Koryana que se pegaba por el sexo y enloquecía a la gente, aun no llegaba hasta ellos.

Pero no todo era vicio y alegría en Jaen, especialmente en la corte. El rey actual, In Guk, era considerado por sus detractores y cierta parte letrada del pueblo, un rey titere. Había enviudado quince años atrás y a partir de ese momento se había vuelto un hombre sombrío y solitario. No se había vuelto a desposar luego de la muerte de su primer y único consorte, y asistía a muy pocos concejos reales, en los cuales, siempre parecía ausente y cansado; como si el futuro de su pueblo fuese algo por lo que ya no sentía ni la más remota inquietud.

Tenía dos hijos, Yoongi, el mayor y  heredero al trono, quien había asumido casi que por completo el poder, y era considerado casi un rey anticipado y  Hyunjin, un doncel, de carácter huraño y tosco; un jovencito bastante antipático que era visto con desprecio por la mayor parte del pueblo y la corte.

El palacio de Jaen, a su vez, estaba ubicado en todo lo alto de un gran acantilado; sus dos torres principales tenían miras al mar, como también la tenían la capilla central, algunas galerías, las bibliotecas de los alquimistas y las habitaciones del menor de los príncipes.

Hyunjin estaba aquella mañana sentado en la amplia terraza de su recamara. No había querido bajar al lugar en donde generalmente tomaba sus lecciones de historia y había preferido recibir a su tutor directamente en sus habitaciones. La razón de este nuevo capricho del jovencito se desconocía, pero lo cierto era, que aquel día, no había aceptado salir en lo absoluto de sus aposentos. Era por eso que en esos momentos, su tutor, un doncel flacucho y pálido, estaba frente a él, peleando con la brisa del mar que ondeaba violentamente sus largos cabellos cobrizos mientras un compendio sobre historia antigua reposaba en sus manos, permitiéndole seguir atentamente el discurso de su pupilo.

—Fueron cuatro guerras las que se libraron antes de El gran pacto. —decía Hyunjin con total seguridad, mirándole altivo. —La mayor de todas, la del mil días; siete siglos antes de El gran pacto, dividió al reino en Alto y Bajo Jaen. División que perduró durante cuatrocientos años, hasta que se unificó de nuevo el reino —completó cruzando una de sus piernas con sensual gracia.

Su tutor aprobó con un asentimiento de cabeza.

—Tan aplomado con siempre, alteza —le felicitó, sin perder la acritud de su rostro. —Es increíble cómo puede memorizar lecciones tan largas en pocas horas.

—Es porque encuentro altamente placentero amenizar mis mañanas con la lectura de tan magnificas obras —mintió el príncipe con descarada tranquilidad. Realmente odiaba la lección de historia y más a quien la impartía. Por eso era tan bueno. No dejaría que ese infeliz instructor tuviese el placer de humillarle.

El otro doncel sonrió. Sabía que su alumno le detestaba tanto como él también le odiaba. No soportaba a ese niño odioso y soberbio, quien para su desgracia, era tremendamente inteligente y aplicado. No había forma de hacerle errar en ninguna pregunta; cosa que a la larga no iba a resultar muy importante, excepto por el placer de fastidiarle un poco. Lástima que ese día tampoco lo había conseguido.

De esta forma el maestro cerró el libro dando por terminada la lección. Finalizada aquella tortura, Hyunjin suspiró. Qué diferencia había entre esa apestosa cátedra comparada con sus lecciones sobre bioenergética curativa. Aquellas clases sí que le gustaban sobre manera. Su mentor en esa área también le agradaba bastante; tanto, que no había alejado el trato intimo que le dispensaba a pesar de los maliciosos comentarios que aquella amistad despertaba entre los miembros de la corte.

Pensaba justo en eso cuando dos miembros de la guardia solicitaron permiso en la entrada. Al oírlos, Hyunjin se levantó rápido de la silla donde se encontraba sentado, y de prisa entró en la recamara. A los pocos minutos, tal como lo presentía, Yoongi apareció frente a él. Su hermano vestía el uniforme militar del líder del ejército como le gustaba considerarse. La túnica de cuello alto le cubría casi hasta el mentón, las mangas y los cortes eran espantosamente rectos, resaltando la corpulencia de su torso. No era muy alto y de cabellos castaños. No usaba barba, pero sus facciones eran toscas y muy masculinas; de rasgos muy poco nobles, a excepción de su nariz y sus preciosos ojos.

El recién llegado hizo un carraspeo con su garganta antes de hablar. Hyunjin lo miró fijamente.

—Me dijeron que querias verme —susurró dulcemente, con un tono que sus más intimos solo le escuchaban usar con su hermano. ¿Te sucedió algo? ¿Por qué tomaste hoy tu lección dentro de tus aposentos?

Hyunjin tomó aire profundamente. Desde que había decidido hacer aquello se había hecho a la idea de que seria dificil, aunque jamás se imaginó que tanto, Miró hacia ambos lados, dirigiendo miradas incomodas sobre los guardias apostados en la puerta y los sirvientes regados en la habitación.

—Quiero hablarte a solas. Debo comunicarte algo urgente.

Yoongi lo miró atento. Algo en el gesto de su hermano le hizo ver que era algo grave. Por lo tanto accedió a su demanda. Se volvió hacia los sirvientes y la guardia, y con un gesto de su mano, ordenó la retirada del personal.

Una vez a solas tomó de nuevo la palabra....

—Muy bien, ya estamos a solas. Soy todo oidos.

Hyunjin dio un rodeo antes de sentarse sobre el mullido colchón de lana. Sus zapatillas con brocados de oro hacían juego con los grabados en bronce que decoraban su cama. No sabía cómo empezar a decir aquello.

Yoongi pareció desesperase, y en un ataque de ansiedad, comenzó a zapatear impaciente.

—Hyunjin, estoy esperando.

—Hermano yo... —El muchacho agachó la cabeza, totalmente sonrojado.
—Yo... yo no puedo aceptar el compromiso que estas arreglando para mí... Yo no puedo comprometerme con ese duque porque yo... Yo he sido deshonrado.

Por unos instantes Yoongi no dijo nada, ni hizo nada. Su mente pareció haber quedado congelada de la impresión.

Hyunjin levantó el rostro rápidamente al verle así. Odiaba poner a su hermano tan querido en aquella situación, pero no había encontrado más remedio que tejer aquella mentira.

—¿Qué has dicho? —Yoongi avanzó unos pasos para sostenerse. Con un movimiento brusco tomó el mentón de su hermano confrontándolo con seriedad. —¿Acaso...?

—¡No! —Hyunjin negó rápidamente la idea que sabía, había cruzado por la mente de su hermano. —No fue él —aseguró volviendo a bajar la cabeza. —Fue... El principe Taehyung.

—¿El heredero de Koryo? —Los ojos de Yoongi se abrieron tan grandes y tan furiosos como un mar en tormenta. De un movimiento levantó a su hermano sosteniéndolo por un brazo ¿El principe Taehyung? —preguntó de nuevo con la mandibula apretada de la rabia.
—¡¿Cómo?! ¡¿Cuando?!

Hyunjin empezó a llorar sintiendo la sangre correrle muy rápido por el cuerpo. Temía que aquella mentira se le fuese demasiado de las manos. Aunque, por supuesto, tenía un buen discurso de ante mano preparado.

—Fue el día del baile que se celebró en Koryo hace un mes —respondió temblando. —El baile al que no pudiste asistir.

—¿Hace un mes? —Yoongi lo soltó horrorizado.
—¿Hace un mes y no me habías dicho nada?! ¡¿Qué tal qué...?! —Su mirada se extravió en el bajo vientre de su hermano. Este se volvió a poner colorado como una cereza.

—No estoy embarazado si es lo que crees aseguró, ardiendo de vergüenza.
—No he tenido ningún síntoma... y mis ojos... pues, mis ojos no han cambiado de color.

Yoongi lo comprobó mirándolos fijamente. Era cierto. Sus ojos seguían iguales; cosa contraria en los donceles gestantes cuyos ojos cambiaban drásticamente el tono del iris. Los facultativos aun no le encontraban explicación a este suceso tan particular de los donceles, aunque había teorías entre los galenos que la sustentaban en la recesión de energía que producía el embarazo.

—Voy a matarlo —dijo entonces llevando una mano a su espada.

Hyunjin saltó horrorizado.

—¡No! Yoongi, no le hagas daño. ¡Yo lo amo!

—¿Pero... qué dices? ¡Ese malnacido te ha  mancillado!

—Pero bien sabes que yo no soy tan inocente ¡Lo he buscado siempre! Me he insinuado a él!

—¡Eso no lo excusa de poner sus manos sobre ti...! ¡Y a ti tampoco te excusa de tu comportamiento! —Yoongi dio un puñetazo sobre la cama crispando a su hermano. —Todo esto es mi culpa —añadió con un suspiro. —Desde que supe que te habías prendado de ese hombre debí ponerle remedio a esta situación. ¡Debi evitar que te pusieras en vergüenza a ti mismo y a todo el reino contigo!

Al escuchar aquello, Hyunjin volvió a bajar la mirada, avergonzado.

—Amo a Taehyung, hermano mío sollozó de nuevo. —Por eso accedí a sus antojos... lo siento.

—¡Taehyung es un desgraciado! ¡Se aprovechó de tus sentimientos para arrastrarte a sus bajas pasiones! ¡Se burlo de ti! ¡Ese hombre no te ama!

Ese último comentario si que le dolió. Sin embargo, también pareció llenarlo de resolución.

—¡Yo lograré que me ame! —exclamó lleno más de rabia que de bochorno. Obliga a Taehyung a que me responda como el caballero que es... del resto me encargaré yo. Prométemelo Yoongi... ¡Prométemelo!

Yoongi pareció pensárselo. Pero luego de unos instantes solo asintió levemente partiendo de la habitación.

Hyunjin resopló tirándose completamente sobre la cama al escuchar los pasos de su hermano alejándose. Su actuación había sido magnifica. Si los dramaturgos del teatro le hubiesen visto le habrían aplaudido. No iba a mentirse, por un momento había creído que la mentira le sobrepasaría, pero había tenido el temple necesario para interpretar aquel papel hasta el final.

Feliz, se levantó del lecho colocándose frente al espejo de cuerpo entero que se hallaba junto a una de las ventanas de la terraza; miró con gusto la sonrisa que adornaba su rostro fino y delicado. Los brocados de plata de su túnica resaltaban sus cabellos, cual hilos de seda que descendían lisos hasta sus hombros.

Por fin Taehyung sería suyo, pensaba, casi danzando de gozo. Teniendo en cuenta las tensiones políticas que se movían entre ambos reinos, estaba seguro que iba a preferir casarse con él que arriesgar su reputación y las débiles relaciones que tenía Koryo con Jaen, sobre todo después del desplante que le había hecho el día del baile.

Arrugó el ceño al recordar aquel día. ¡Jamás se había sentido tan despreciado y humillado! Y todo por culpa de ese miserable y desagradable hombre... El rey Jungkook.

¿Qué tenía aquel que no tuviese él?, se preguntó mientas giraba para verse por completo. Belleza no le
faltaba, pues al igual que su madre fallecido ya tenía más de un noble cortesano suspirando por su amor.

De ascendencia Yurchiana, tierra natal del rey Hyo Seop, el desaparecido rey consorte, Hyunjin había heredado casi todos sus rasgos, y era por ello que a pesar de haber nacido en Jaen, el pequeño príncipe parecía un Yurchiano de exótica belleza, muy admirado entre su pueblo.

Por más que le costara admitirlo se sentía en desventaja con el rey Jungkook. Había algo en la belleza de aquel otro hombre que la hacía muy superior a la suya. Quizás fuese la altivez en la mirada, la madurez de la responsabilidad o el orgullo del poder. No lo sabía. Pero total era que su desventaja había quedado completamente evidenciada en la dichosa fiesta de hacía un mes...

Aquella noche, los jardines de la mansión central del palacio real, como se conocía a la parte del castillo donde vivian los reyes de Koryo, se habían engalanado con motivo del vigésimo octavo cumpleaños del principe heredero . Por las diferentes zonas del lugar se desplazaban en medio del jolgorio personalidades de todos los cinco reinos, que habían sido convocados para el festin.

Era un desfile de nobles, cada uno más ataviado de lujo que el anterior. Teniendo en cuenta que Taehyung aun estaba soltero y al parecer libre de compromiso, era incontable el número de donceles nobles que soñaban con impresionarle aquella noche.

El anfitrión por tanto se hizo esperar un poco. Sabía que montones de invitados le esperaban abajo, pero eso no le importaba. El continuaba observando todo desde arriba, y no fue hasta que uno de los guardias le avisó de la llegada de la comitiva proveniente de Joseon que finalmente se presentó ante sus invitados.

Un toque de trompetas avisó de su arribó. Los grandes portones de la entrada a la mansión central se abrieron; la gente se agolpó en la pista de baile frente un improvisado trono, con las altas fuentes sírviéndoles de fondo, brillantes por las farolas bioenergéticas que los magos hacían levitar sobre ellos. Taehyung desfiló seguido de su cortejo, entre las dos filas de guardias que le hacían calle de honor, haciendo primero una reverencia ante sus padres para luego, ubicado en el pódium real, saludar a la audiencia.

La multitud enloqueció al verlo tan apuesto como siempre. Vestido de un exquisito lino azul turquesa, portaba una casaca de cuello alto y puños cerrados con bordados en oro. El pantalón era negro y ceñido, rematando en unas botas altas hasta las rodillas. Tenía la corona plateada sobre sus cabellos, los cuales eran de un negro tan intenso. Por último, algunas insignias militares adornaban su túnica.

Era un sueño de hombre, alto, viril; a pesar de su carácter dulce y risueño. Se parecía muchísimo a su padre, Jung Hyung; rey actual de Koryo. Tanta era la semejanza con este, que su madre el rey Woo Seok, rey consorte, bromeaba asegurando que el retrato de su marido, que adornaba el salón de actos, no iba a necesitar cambiarse cuando Taehyung asumiese el trono.

De esta forma el balle dio inició en todo su esplendor. Todos los donceles solteros y de mejor posición en la corte esperaban ansiosos el momento en que el príncipe eligiera a su pareja para su primer baile.

Taehyung no se hizo esperar... aunque su elección dejó a más de uno sin palabras.

El principe, escoltado por su corte de pajes, todos solteros y jocosos como él, atravesó un pequeño puentecillo que cruzaba un estanque ubicado unos metros detrás de la pista acondicionada para el baile. Namjoon también se hallaba entre el grupo, alcahueteándolo siempre. Avanzaron un poco más entre el gentio que se agolpaba junto a la mesa del banquete, y justo un poco antes de llegar a la altísima e iluminada fuente principal con chorros de casi doce metros de altura, el séquito de hombres se detuvo justo frente a una enorme mesa rectangular, en cuyo extremo norte estaba sentado el invitado más importante para Taehyung: El rey Jungkook.

La comitiva, que departía entre vino y viandas, calló al ver al anfitrión ubicarse frente a ellos. Jungkook alzó la vista en el acto y todo el mundo se puso de pie.

—Bienvenido a mi casa, Su Majestad. —A los invitados en aquella mesa les sorprendió que Taehyung le hablara directamente desde el principio; sin usar intermediarios primero. Jungkook también pareció sorprendido, pero aquello no lo amedrentó. Parándose también, hizo una reverencia con su cabeza en señal de respeto.

—Mis felicitaciones por su cumpleaños, alteza. Es un honor acompañarle esta noche. Que las Diosas lo bendigan.

—Las Diosas ya me bendicen, concediéndome el goce de su presencia Majestad —aseguró Taehyung dirigiendo una mirada por todo lo largo y ancho del rey; mirada que este consideró libidinosa.

Se turbó un poco, observandolo él también. La gente comenzó a cuchichear al tiempo que la corte de Taehyung le ponía más tinta al asunto insinuando un baile. Taehyung carraspeó y se acercó un poco más. Jungkook le observó directo a los ojos. La mirada del príncipe era intensa, muy intensa.

—Ya está escuchando lo que dicen mis amigos —soltó entonces a modo de invitación, —solo falta su respuesta.

Jungkook sonrió con algo de su natural petulancia.

—Me complace enormemente que me tome en cuenta brindándome el honor de su primer baile, alteza —habló en tono frio, —pero mucho me temo que no podré complacer su requerimiento... no bailo.

La muchedumbre agolpada en torno a la mesa cuchicheó más alto. La corte de Taehyung rompió en corrillos de burla. Él se estaba gozando aquello como un niño pequeño, alzó su mano pidiendo silencio.

—¿Podemos saber el motivo de su rechazo, Majestad? —inquirió con una sonrisa jovial. —¿Será acaso por esa marca en su frente? —agregó, señalando la cinta dorada que cubría la marca en la frente de Jungkook.

El susodicho se crispó al escuchar aquello. Frunció un poco el rostro considerando que aquel relajo se estaba pasando de la raya.

—La razón por la que no acepto su propuesta no creo que sea de su incumbencia, alteza —replicó consiguiendo un murmullo generalizado y burlesco entre algunos.

Taehyung sonríó. Sin quererlo Jungkook le estaba agregando más sazón al asunto, y sabía que eso le fastidiaba. Se adelantó un paso más, quedando ahora a muy pocos pasos del rey, en actitud decidida.

—No exagere, Majestad —le dijo mirándolo con aplomo Solo le estoy pidiendo un baile, no su mano... por ahora.

Una exclamación larga partió del público presente. Sonrojado hasta las orejas, Jungkook lo miró de manera fulminante.

Su soberbia le hacía ver todo como un insulto y no como el inocente juego que buscaba el otro. Se quedó un momento en silencio, sosteniendo la mirada de aquellos ojos fríos, hasta que finalmente; lentamente, trazó una ligera y divertida sonrisa.

—Tiene usted razón alteza. He sido supremamente descortés. Aceptaré bailar con usted la siguiente pieza. —dicho esto, Taehyung y su corté se retiraron satisfechos.

A los diez minutos ambos se encontraban en la pista de baile.

El conjunto musical compuesto por cítaras, rabeles y zampoñas, tocaba una melodía suave, pero muy alegre, aun así nada impresionó más a la muchedumbre que el momento en que la fila de parejas se armó en la pista, y el rey Jungkook quedó en toda la mitad de la hilera de los donceles. Taehyung se colocó frente a él mientras los demás varones hacían lo propia frente a sus respectivos pares. Sonrió, aquello lo tenía tan gratamente entusiasmado como a Jungkook lo tenía francamente incomodo. Sin embargo ya no había forma de arrepentirse pues a los pocos instantes el baile empezó.

Las parejas se aproximaron, tomándose de las manos; dando giros y giros al compás de la música. Durante uno de esos giros, el principe colocaba su brazo rodeando la cintura del doncel, y juntos se desplazaban en dirección lateral. Taehyung hizo lo mismo con Jungkook, pero su mano apresó su cintura más fuerte de lo necesario, consideró aquel y en medio de otro giro se lo hizo ver.

—Me sujeta usted de una forma que considero, innecesaria, alteza —anotó con incomodidad.

Taehyung sonrió socarrón.

—Es que como no está acostumbrado a estos bailes, pues sé que los frecuenta muy poco, no quiero que se enrede y caigamos... sería bochornoso para ambos
—contestó apresándolo un poco más fuerte con toda intensión.

Los ojos de Jungkook refulgieron contrariados, pero su rostro lo traicionó sonrojándose furiosamente. Acudia a muy pocos bailes por esa misma razón: no soportaba contactos que consideraba demasiado íntimos. Solo un hombre le había tocado así en su vida: Su antiguo tutor.

Furioso, intentó zafarse un poco. Pero por culpa de su orgullo, solo consiguió lo que Taehyung le había advertido. El tacón de una de sus botas se enredó en los pliegues de su capa, y su cuerpo; ligeramente inclinado hacia adelante por el giro que en ese momento realizaba, se precipító con todo su peso.

Jungkook dejó salir un gemido ahogado. El público presente también se estremeció. Pero antes de que la figura del rey tocara los tapetes, dos brazos fuertes y veloces impidieron la caída. La distancia entre los dos cuerpos quedó en aquel momento drásticamente reducida. La boca de Jungkook casi rozaba la de Taehyung, y sus ojos temblorosos, lo miraban con autentica consternación.

—¿Lo ve? —dijo el principe con un deje de ironía. —Mi agarre no era innecesario —sonrió triunfante.

En ese momento la melodía terminó. Las parejas se dieron la reverencia final y los aplausos comenzaron a sonar. Pero Jungkook, rojo de indignación y vergüenza, aun se encontraba en brazos de su pareja.

—El baile ha terminado —musító con un inevitable temblor en la voz.

Taehyung no le dejó ir.

—Tesoro —pronunció casi con deleite, —baila conmigo para siempre. Bailemos toda la vida.

—¿Cómo? —Los bellos ojos de Jungkook se abrieron de par en par. Había escuchado miles declaraciones de amor, pero ninguna otra le había sonado tan anhelante como esa. Se dispuso a agregar algo; quizás una respuesta cortante y clara que hiciese desistir sin más apelaciones a aquel descarado príncipe. Sin embargo, no le dio tiempo de esgrimir ninguna replica. Justo en aquel momento una voz alta, pero algo infantil, les hizo a ambos separarse con prontitud.

Hyunjin estaba parado en un extremo de la pista con una corte de donceles uniformados en sus atuendos. Había visto desde su posición de espectador todo lo que ocurría en la pista de baile y su sangre había ardido de celos. Odiaba que su querido Taehyung ni siquiera le hubiese dedicado una mirada en toda la noche, atento todo el tiempo a ese soberbio y despreciable rey de pacotilla. Había soportado toda la noche verlo desvivirse en atenciones por Jungkook y hacerle su pareja de baile, pero lo que ya no pudo soportar fue verlos tan amístosamente unidos en la pista.

Fue por ello que se acercó, fingiendo candidez y distracción y como quien no quiere la cosa les dedicó su
mejor sonrisa.

—Su Majestad, alteza —hizo una reverencia cuando Taehyung y Jungkook, saliendo de la pista, se le acercaron. —Ha sido un espectáculo maravilloso el que nos han brindado —sentenció con zalamería.

Taehyung lo miró sin poder evitar que se le saliera un suspiro. Durante meses le acosaba como un ánima y ya no sabía cómo rechazarlo con diplomacia. Bufó para sus adentros obligándose a no perder la cortesia.

—Sea bienvenido, alteza. Es un placer verle de nuevo.

—Pues sería más placer si me permitiera un momento a solas —le contestó Hyunjin, mirando con intención a Jungkook. Este notó de inmediato el peso de aquella mirada y no le gustó. ¿Qué sucedía con toda esa gente? ¿Acaso se
regocijaban en agredirle a punta de insolencia?

—Vaya con él —ordenó entonces a Taehyung que ya estaba listo para negarse y devolviendo aquella mirada al príncipe agregó. —No es bonito disgustar a los niños.

Hyunjin quedó rojo de indignación al oir el calificativo de niño, mientras Taehyung no pudo evitar que Jungkook se le escabullese. Para su desgracia Namjoon y su corte también le habían abandonado, seguramente entretenidos con otros cortesanos.

Resopló sintiéndose acorralado, y no pudo más que seguir a Hyunjin.

Se alejaron bastante de la pista de baile, avanzando hasta el laberinto de setos del jardin. Hyunjin miró a sus donceles de compañía haciéndoles una señal con los ojos, al cabo de la cual, el grupo de muchachitos comenzó a corretear con ellos entre risitas y travesuras que les hicieron adentrarse cada vez más dentro del laberinto. Después de varios minutos, y sin darse cuenta muy blen, cómo y cuándo, Taehyung se descubrió a solas con Hyunjin.

—Alteza, no creo que encontrarnos de esta forma sea algo conveniente ni para su honra ni para la mía —le riñó con seriedad.

—Tampoco abrazarse de esa forma con el rey Jungkook en medio de toda la gente es bueno para la suya ni la de él —replicó Hyunjin tomandolo de sus manos. Se estaba saltando por mucho el protocolo en los tratos, pero necesitaba sentir más intimidad, —Taehyung sabes bien lo que siento por ti. Te amo con todas las fuerzas de mi corazón y ya no quiero vivir sin ti.

—Hyunjin, por favor... —Taehyung se sintió en aprietos. Por más que Hyunjin le resultara irritante y caprichoso le recordaba mucho a su hermano menor Jimin, solo dos años mayor que él. Era por eso que a pesar de lo Insoportable que llegara a ponerse el chico, él siempre intentaba en lo posible ser amable.

...Pero Hyunjin no parecía comprender aquello.

—Taehyung entiende mis sentimientos... acepta mi amor.

—Lo que sientes no es amor. Solo es un capricho.

—¡No lo es! —El menor de los príncipes se enojó soltando las manos que sostenía. —¡No es un capricho! —dijo con irritación.

Taehyung volvió a suspirar.

—Tú no me amas, —le aseguró cruzándose de brazos frente a él, retándolo un poco. —Lo que sucede es que no soportas que te haya rechazado —le sonrió con sorna, —no soportas que mi corazón le pertenezca a alguien más.

—¿Le pertenece a quien? —Hyujin cayó en la provocación. —¿A ese hombre? ¿Al rey Jungkook?

—Si, justamente a él.

—¡Oh! ¡Por la Diosas! Estas perdiendo el tiempo... ¿Es que acaso eres ciego y sordo? ¿No has escuchado sobre la promesa de ese hombre? ¡No se puede casar! ¡Tiene un voto perpetuo de castidad con su Diosa! ¡¿No tienes temor de SiKje?!

—Pues con todo respeto, lo que yo haga es mi problema, alteza y la Diosa de mi pueblo es Johary, no SiKje.  —El recuerdo de esa terrible promesa le hizo perder a Taehyung la poca paciencia que le quedaba. Ya no pensaba perder ni un minuto más en aquella conversación; quería volver a ver a su tesoro lo antes posible. De esta manera se acomodó de nuevo el cinturón de su túnica haciendo una reverencia a Hyunjin antes de partir.

—Será mejor que no se mueva de aquí hasta que le envié a su corte —le advirtió. —Salir de este laberinto no es tan sencillo como parece. —Diciendo aquello se marchó sin hacer caso de los reclamos berrinchudos que el otro principe lanzaba a sus espaldas.

Hyunjin se quedó con los ojos llenos de lágrimas y con el corazón saltándole de rabia.

—Me la pagarás Taehyung —murmuró entre sollozos, —me la pagarás.

Y eso había sido todo. A partir de aquel día, Hyunjin no había hecho más que pensar en la forma de cobrarse aquella afrenta. Le había dado vueltas al asunto durante cuatro semanas hasta que la noticia de que su hermano estaba considerando un compromiso para él, le hizo decidirse a dar el gran paso. Si luego la cosa no funcionaba y le descubrían en su mentira se casaría con el hombre que había elegido Yoongi sin chistar. Pero de momento no. Por lo menos tenía que intentar conseguir casarse con el principe Taehyung.

Continuará...

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