El reino blanco

La noche volvía a caer sobre Jaén. El sol se había hundido por completo en el horizonte donde el mar y el cielo se juntaban, esperando de nuevo al alba. Las luces de las velas eran por ello las únicas que alumbraban la habitación de Yoongi; la cual, a pesar de esto, se encontraba casi en penumbras. 

Yoongi se encontraba de nuevo en la habitación de la fortaleza que ocupaba desde hacía varios días. Estaba recién llegado de un corto viaje que había hecho desde la misma noche que recibió aquel sobre lacrado proveniente de Koryo. Se había hecho con un puñado de hombres, había partido sin muchas explicaciones, y había vuelto hacia poco más de dos horas, pidiendo solo que le trajeran compañía.

Sus hombres sabían perfectamente a qué tipo de compañía se refería su señor, pues dicha compañía llevaba casi dos años calentándole el lecho.

Seonghwa, se llamaba el doncel, y había sido un prostituto del puerto antes que Yoongi pusiese sus ojos en él, una tarde de abril cuando lo vio en una trifulca en la que había tenido que mediar. El dueño del burdel donde el chico trabajaba iba a ser desalojado por un noble señor que quería aquella casa de placer para convertirla en una cervecería, mientras el dueño del lugar alegaba que la  propiedad era suya y que pagaba sagradamente sus impuestos por el local.

Al final Yoongi había decidido que prostitutos y cerveza podían convivir perfectamente en un mismo sitio y les daría un aporte para ampliar el lugar si prometían no armar más revuelo.

De esta forma se firmó el acuerdo y ambos demandantes agradecieron la justicia real: El cervecero con nueve barriles de su mejor cerveza y el proxeneta con el mejor de sus chicos. Yoongi había disfrutado de ambos regalos, pero el segundo le había gustado más. Pago una gran suma por él, convirtiéndolo en su amante personal; de manera que el chico siguió trabajando en la cervecería- burdel, pero ya no permitía que nadie lo tocara más allá de algunos manoseos mientras repartía el licor.

En aquel momento Seonghwa se encontraba sobre él haciendo lo que mejor sabía hacer: calmar el corazón de su señor exprimiéndole el sexo. Era el único prostituto que Yoongi conocía, capaz de lograr dos orgasmos consecutivos en un varón. Aunque el chico le decía que realmente se trataba de un solo orgasmo que prolongaba hasta el límite haciendo que se sintiera doble. Pero a Yoongi no le interesaban realmente los mecanismos de aquello, solo le interesaban las sensaciones que ese muchacho le brindaba entre las piernas.

Por ejemplo, lo que hacía justamente en ese instante con la boca. La saliva espesa del chico mezclándose con sus fluidos, el calor de su cavidad y los juegos con su lengua. Seonghwa succionaba tan bien sus carnes como lo hacía una esponja y mejor aun, porque las esponjas no eran suaves ni febriles como aquellos labios.

Después de casi veinte minutos de trabajo oral, Yoongi se corrió en la boca de su amante. Seonghwa levantó la cabeza y se sentó a horcajadas sobre él mientras tragaba de un solo golpe la simiente de su príncipe. Desde sus primeros encuentros con él había aprendido que a este le gustaba ver como sus amantes se tragaban su semen por completo, sin desperdiciar nada.

—La luna llena ha pasado, Alteza. Desde ayer han terminado mis días fértiles y puede entrar en mí sin temores. —Seonghwa comenzó a balancearse sobre su pelvis. Las luces caían sobre su piel recalcándole el bronceado; sus cabellos eran largos como los de todos los donceles, claros como nubes cargadas de lluvia y ondulados en las puntas. Era esbelto y fibroso, de nalgas generosas y sexo firme; su cara era ovalada como un huevo, pero sus ojos eran bellos y raros. Sus labios gruesos y carnosos también lo eran, sobre todo por la forma como a veces parecían sonreír sin hacerlo.

Yoongi lo miró fugazmente, su mente parecía estar en otro lado. Extendió su mano y se permitió acariciarle un pezón mientras se recuperaba de su reciente orgasmo. Luego, apretó un glúteo firme y con un movimiento rápido puso al chico bajo él.

Ambos estaban completamente desnudos. Debajo de la cama ardían carbones que calentaban el lecho y les protegían del frio nocturno que traía el recién llegado otoño. Seonghwa separó sus piernas y permitió que Yoongi comenzara a tantear entre sus glúteos, preparándolo para la copula y no era que el príncipe fuese un amante muy considerado, era solo que debía entretenerse en algo mientras recuperaba la erección y ese algo era estirar el culo en el que pensaba meterse.

Después de casi quince minutos, estuvo listo y él también. Sin muchos reparos lo penetró de una sola estocada y con su siempre monótono y silencioso ritmo se empezó a balancear sobre él. Seonghwa gemía a conciencia, despacio y quedo, como sabía que le gustaba a su amante, mientras este siempre callado y taciturno lo embestía.

En esos momentos era cuando el chico se preguntaba cómo había terminado enamorado de un hombre así. Yoongi era un absoluto pedazo de hielo, con un corazón más digno de un Yurchiano completo que de un medio jaeniano, nacido bajo el rumor del mar. Sin embargo, había descubierto que bajo esa gélida e inquebrantable fachada se escondía algo más, algo que no sabía aun si era bueno o no descubrir del todo.

Yoongi era un hombre de pocas palabras, sin emociones, sin disculpas y sin ruegos. Pero por momentos parecía solo un pobre cachorrito perdido de la manada. Seonghwa había aprendido a conocer a aquel hombre, a descifrar sus silencios y sus miradas; había aprendido a leer entre sus suspiros y sus ronroneos y por eso supo que esa noche a su señor le pasaba algo. Sin embargo no dijo nada, continuó callado recibiéndolo en su interior, hasta que fue el mismo Yoongi quien puso en evidencia lo que él estaba presintiendo.

El príncipe empezaba a sudar, los gemidos secos y templados que acudían a su garganta ante la inminencia del orgasmo, se hicieron audibles. Pero a pesar de esto no se corrió.

Momentos antes de alcanzar el clímax, el príncipe se había incorporado, había mirado a su amante por un instante, pero para su sorpresa, el cuerpo que yacía bajo el suyo no era el del prostituto del puerto de Jaén. En vez de aquel, se había encontrado con el pequeño Koryano de cabellos hermosos y ojos gentiles, retozando complacido entre sus brazos.

—¡Por Ditzha! —exclamó, incorporándose aterrado. Seonghwa se resintió un poco ante la brusca salida de su cuerpo, pero prefirió guardar silencio ante la situación. —¿Qué rayos me pasa? —Yoongi se llevaba las manos a la cara y suspiraba profundamente. Aquella visión había sido como meterse desnudo en un lago congelado y le desconcertaba, le desconcertaba mucho.
—¿Qué rayos es lo que me está pasando? —volvió a preguntarse.

Pero esta vez Seonghwa si reaccionó. Incorporándose junto a su príncipe, le puso una mano en el hombro, dubitativo. Esperó por un momento a que Yoongi se calmara un poco y entonces sí habló.

—Se que ha sucedido algo, alteza. Lo supe desde el mismo instante en que entré a esta habitación. ¿Me lo quiere contar?

Yoongi lo miró. Pero esta vez lo miro diferente a como lo hubiese mirado jamás. Sus ojos no traslucían deseo o frialdad, ahora estaban llenos de angustia, desesperación y miedo. Seonghwa se acercó un poco y lo besó en los labios, le miró con sus penetrantes ojos, y Yoongi no supo cómo ni por qué… pero se lo contó todo.

Así con el caer de la noche, cayeron también las mascaras y ambos hombres conocieron dos rostros diferentes que no se habían mostrado antes. Aquella noche se tejió entre ambos la primera puntada de lo que sería una compleja relación.

—Mis oídos no quieren creer lo que su boca me ha contado, alteza. —Seonghwa se sentía aturdido. Se empezaba a preguntar si había sido buena idea intervenir. No podía concebir la idea de que el hombre que tanto amaba hubiese hecho algo tan horrible.

Para él Yoongi era de esos hombres tan atractivos y magníficos que jamás tendrían necesidad de recurrir a la fuerza para poseer el cuerpo de un doncel.

Pero Yoongi no le respondió nada. La culpa y el remordimiento le robaban las palabras. Estaba confundido y demasiado arrepentido por lo que había hecho, y al mismo tiempo algo en su corazón parecía haberse despertado. No podía engañarse, no podía dejar de pensar en Jimin, ni en cuanto había disfrutado el hacerlo suyo.

—¿Qué piensa hacer entonces, alteza? —La pregunta de Seonghwa lo obligó a recomponerse. Se paró un momento del lecho y fue por un poco de vino hasta una mesa del fondo. La luz de la luna que atravesaba el ventanal y las cortinas de seda, iluminó la magnífica desnudez de ese cuerpo de guerrero y Yoongi, estirando uno de sus brazos, agarró una carta que se hallaba sobre la misma mesa donde se hallaba el vino.

—Léela. Me la mandó mi hermano Hyunjin hace varias horas. No le dije que estaría en esta fortaleza pero él me conoce demasiado bien para poder deducirlo por si mismo.

“Hyunjin, el responsable de todo este embrollo”, pensó Seonghwa atrapándola en el aire. El proxeneta del burdel- cervecería le había enseñado a leer y a escribir, y Yoongi lo sabía. Leyó cuidadosamente la enmienda y luego la cerró devolviéndola a su dueño quien la recibió mientras apuraba su último trago de vino.

—Bueno. ¿Qué opinas? —le preguntó.

—Opino que su hermano es un temerario mi señor, con todo respeto. Hacer semejante locura.

—¡Locura por la que no volverá a salir de palacio hasta que tenga 40! —juró Yoongi llenando de nuevo su copa. —Recorrer el camino de las agujas sin escolta… y todo por ayudarme —remató, sin poder evitar una pequeña sonrisa. A pesar de lo enfadado que estaba con Hyunjin, no podía dejar de sentir una latigazo de orgullo por lo que este había hecho.

—De todas formas el pequeño príncipe encontró buena información, alteza —comentó Seonghwa. —En esta carta dice que el príncipe Jimin no ha contado nada a su familia y que parece más dolido que furioso. Eso es muy interesante.

—¿Interesante?

—Así es. —Seonghwa asintió, estirándose sobre las colchas. —El honor herido de un doncel es algo muy peligroso, alteza. Pero en este caso me parece que hay muchas cosas a su favor. A mí me parece muy diciente que ese chico no haya dicho nada para inculparlo.

—Estará avergonzado por lo que pasó. Teme la ira de su familia… no lo sé, no lo sé. Pero no creo que sea por defenderme —Yoongi lo miró fijamente.

—Pues yo creo que hay un poco de todo eso, pero también hay más —opinó el doncel. —Creo que una parte de ese chico espera que usted mismo repare el daño que le hizo.

—¿A qué te refieres? —Yoongi de verdad no estaba comprendiendo nada.

Seonghwa suspiró.

—Alteza —intentó recapitular. —Según lo que he leído, el príncipe Jimin gustaba de usted antes de lo ocurrido ¿verdad? —Yoongi asintió. —En ese caso el pobre muchacho está completamente decepcionado. Su príncipe azúl se convirtió en el verdugo que lo lastimó. Pero su corazón aun espera una reparación; espera que el verdugo se vuelva a convertir en un caballero.

—¿Dices que ese chico está esperando que me presente y le ruegue por su perdón?

—¡Absolutamente!

—¿Apostarías mi cabeza en ello?

—No. Usted apostará su cabeza en ello, alteza. —Seonghwa sonrió sentándose de nuevo.
—Creo que usted debe adelantarse a la situación, mi señor. Usted debe volver a Koryo, rogarle al príncipe por su perdón y después pedir su mano en matrimonio.

Los ojos de Yoongi se abrieron como platos. Volver a Koryo podía significar no regresar con vida de allí. Sin embargo, su amante tenía razón. Si esperaba más tiempo posiblemente Jimin terminara hablando y finalmente todo estallaría. 

Yoongi estaba tan avergonzado por lo que había hecho que no pondría reparos en entregarse a la justicia Koryana… a la justicia de sus peores enemigos, que seguramente dictarían la pena de muerte para él.

—¿Sabes?… tienes razón —dijo volviendo al lecho y tirándose junto a Seonghwa. Este se puso a horcajadas sobre su pelvis acariciándole el pecho.
—Vendrás conmigo, por cierto —ordenó serio. —Si llego a perder la cabeza en Koryo, también pediré que corten la tuya.

El doncel sonrió y le besó el torso lentamente. En ese instante recordó algo interesante y subiendo el rostro a la altura del príncipe se lo manifestó.

—No sé si lo haya pensado, alteza, pero tan preocupante como perder nuestras cabezas es el hecho que su semilla podría estar creciendo dentro del vientre de ese muchacho. ¿Tiene idea de que hará si eso ocurre?

Yoongi se puso rígido no más escucharlo. ¡No había considerado aquello en lo absoluto!

Yurchen, el reino blanco rechazado por el sol, donde el verano era un mito, la lluvia se hacía presente en forma de estrellas de cristal, y los verdes campos llenos de flores solo se encontraban en los cuadros de las galerías de las casas nobles. Eso era Yurchen, la perla del norte; el lugar donde el esclavo de Joseon daba fin a su viaje después de poco más de cinco días de intensa marcha.

Yurchen era en su mayor parte una inmensa y vasta llanura gélida. Pero tenía más al sur, una gran cadena montañosa nacida en Joseon, con picos coronados siempre de nieve.

Las tres principales cataratas pasaban más de medio año congeladas, y por ellas, se establecian rutas comerciales con Joseon y Kaesong a través de caravanas inmensas y coloridas. Yurchen también tenía un gran mar, inmenso y nublado, muy distinto al de Jaén; que se perdía entre la bruma hacía las tierras de nadie, los confines de la tierra a donde ningún ser vivo había ido jamás, y donde los supersticiosos Yurchianos decían que el mundo se terminaba, y los demonios de inmensas fauces esperaban para tragarse las almas de los que osaran molestarlos.

El reino había sido fundado unos cien años después que Joseon, de manera que era el segundo reino más viejo después de este. No obstante, no poseía ni un tercio del esplendor, la ciencia y el conocimiento Joseano.

Metidos entre aquel paraje de hielo, los Yurchianos parecían haberse quedado congelados como raza; estaban atrasados en conocimientos, y los habitantes de las aldeas más recónditas no se diferenciaban mucho de cualquier tribu salvaje.

Los Yurchianos eran demasiado supersticiosos, recelosos, cautos y prevenidos. No gustaban de extranjeros, hablaban por casi todo el reino su lengua original y en muchas aldeas nunca se había escuchado el hangul. Se casaban entre ellos para preservar la pureza de su sangre e incluso, había familias nobles tan extremistas con esta regla, que se casaban solo entre primos.

Hyo Seop, el fallecido rey consorte de Jaén fue una de las pocas excepciones a esta regla. Antes de desposarse con el rey In Guk, había sido el duque heredero de una de las casas más nobles de Yurchen. Pero su padre, de loca cabeza y muy dado a actividades vergonzosas, había adquirido numerosas deudas. En pocos años, luego de recibir su herencia el hombre se vio en la ruina, y la única forma que tuvo para conservar su estatus fue desposar a su único hijo doncel con aquel extranjero.

De esta forma se estableció uno de los pocos enlaces reales entre Yurchianos y Jaenianos; mezcla que resultó atractiva a la vista. Todos se maravillaban al ver los dos especímenes que habían resultado de aquella unión: Yoongi era un muchacho blanco como la nieve Yurchiana y aguerrido como los hombres de Jaén, viril y frio como los Yurchianos pero de corazón aventurero como los Jaenianos, y Hyunjin tenia la apariencia total de un Yurchiano pero con la pasión Jaeniana en sus ojos.

Definitivamente los Yurchianos eran gente rara, pensaba también Hongjoon, el esclavo que habia partido cinco días antes de Joseon. Bajó de su montura apenas atravesó el arco de la ciudad, y su vista se perdió entre las callejuelas laberínticas que constituian aquella pequeña ciudadela. No parecía que hubiese más de quinientas casas a primera vista. Sin embargo, todo lucia tan apiñado y tan similar que podia estar completamente equivocado.

Dejó su montura a buen recaudo en una pesebrera cercana, le dio unas monedas al capataz y siguió su camino. Había caído la noche y el frio parecía salir de la tierra y clavársele en la piel como un animal de grandes colmillos. El mercado comenzaba a recogerse y los ojos de aquella gente se hundían sobre él como frias dagas. Más de uno había escupido a su lado al verle pasar y las puertas de las casas se cerraban con agudos chirridos a su paso, mientras sus dueños murmuraban algo entre dientes.

"Ojala que los dueños de las posadas tengan mejor humor", pensó para sí mismo, mientras atravesaba la plaza. En el centro de esta había una estatua enorme de cristal con la figura de Philania, la Diosa Yurchiana. Había varios niños con sus papás en torno a ella, entonando canticos en un lenguaje ancestral.

Cuando se dio la vuelta para seguir su camino, un pequeño que iba en dirección a la estatua se le acercó e increiblemente le sonrió. Hongjoon se cubrió más con el abrigo de bisonte que llevaba sobre los hombros y se inclinó un poco hacia él.

—¿Sabes dónde puedo encontrar una posada, pequeño? —le preguntó. El niño con sus mejillas regordetas y sonrosadas se llevó el índice a la boca y luego de un rato señaló hacia el fondo de la calle que seguía a la plaza. Pero tampoco dijo ni una sola palabra.

Hongjoon se llevó una mano al cinto para darle alguna moneda, pero en ese momento la voz de uno de los donceles se alzó entre los canticos en un idioma extraño y hosco. El niño corrió hacia el adulto y al llegar a él, el sujeto le dio varios manotazos en los brazos hasta hacerlo llorar. Luego miró a Hongjoon por unos instantes, con unos ojos tan rojos como la sangre, y después con gesto huraño, volvió la vista hacia su Diosa.

Resoplando, Hongjoon retomó su camino y siguió las indicaciones del niño. Al poco tiempo se hallaba ante una edificación de tres pisos, hechos a base de un raro barro gris y feo. Las paredes lucían agrietadas y costrosas, pero el calor que provenía de su interior invitaba a pasar.

—Buenas noches —saludó en hangul. Pero en el recibidor de aquel lugar no había nadie. Alzó la vista siguiendo la dirección de una pequeña soga que colgaba de una viga y al tirar de esta el sonido de una campanilla empezó a vibrar. A los pocos instantes un doncel gordo e igual de malhumorado que el resto de la gente que se había encontrado, salía por una puerta lateral, mirándolo fijamente.

—Buenas noches —volvió a repetir. —Soy un viajero y busco posada. ¿Tiene usted algo que pueda ofrecerme buen señor?

El hombre se lo quedó mirando varios minutos, luego estiró su mano como pidiendo algo y Hongjoon supo a que se refería. Tendría que pagar por adelantado por lo visto. Así que rebuscó en la bolsa que llevaba al cinto y al momento extrajo de ella dos monedas de plata.

El posadero las examinó y las mordió antes de echárselas al bolsillo.

—Esto le alcanzará para tres noches y tres comidas —le advirtió en un hangul terrible. —Aquí no tenemos agua caliente, así que si no quiere bañarse con agua helada tendrá que comprarle los carbones calientes a mi marido.

—No, no será necesario —Hingjoon llevaba dos días sin bañarse, pero no creía poder soportar una ducha a esas horas de la noche en semejante clima tan frío. No, ni aunque el agua estuviese hirviendo. Tomó las llaves que le ofreció el posadero y subió a su habitación en el tercer piso.

En ese momento consideró que dos piezas de plata parecían exageradas para algo así. Primero, había tenido que subir solo. Segundo, nadie le había ayudado con su equipaje aunque este fuese solo una bolsa mediana de viaje. Tercero, el posadero no había tenido la cortesía de conducirlo a la habitación y solo le había indicado el camino mientras se tiraba en una gruesa butaca a dormir y ahora por último, el sitio espantaba.

Hongjoon estaba acostumbrado a dormir en ratoneras y pocilgas, pero nunca había tenido que pagar por entrar a una. La habitación era oscura, sin ventanas, no había luz en ella; solo en la esquina, sobre una pequeña mesita se mecia ligera, la luz de una vela. Al lado de esta había una poceta y un jarrón de agua para lavarse la cara y los pies, pero las mantas para secarlos estaban tan amarillas y ajadas que parecían un limpión de cocina. La cama no estaba mejor. Con solo hundirse levemente en ella, la madera chilló como si fuese a resquebrajarse y de las almohadas y el improvisado y roto colchón de lana, salieron dos cucarachas tan grandes, que parecían pequeñas tortugas.

—¡Joder! —maldijo pisándolas con su bota. Sentía unas ganas muy fuertes de mear pero no iba a acercarse al baño. Tomó su bolso y sacó de él todo lo que pudiese tener valor en caso de que le fuesen a requisar mientras no estaba, y muy ofuscado azotó la puerta antes de partir.

"El oso polar" decía el tablón de madera que colgaba por encima de la puerta de aquella cantina. Pero Hongjoon no lo leyó; primero porque no sabía leer, y segundo porque el cartel estaba escrito en Céfilus y él a duras penas entendía ciertas palabras escritas en hangul. Aun así, atravesó las gruesas puertas del local después de mear en la nieve. El calor del sitio le reconfortó aunque nuevamente cientos de miradas se clavaron sobre él. Sin embargo, esta vez no le importó... necesitaba un trago y lo necesitaba urgente.

La cantina lucía mucho más agradable que la posada. Era espaciosa y cálida; tenía un piso alfombrado, manchado eso si, con el recuerdo dejado por los vómitos de quien sabe cuántos clientes en el esplendor de la borrachera y resultaba evidente que era un sitio muy concurrido, porque estaba llena a más no poder. 

La luces que colgaban en forma de pequeños farolillos en las esquinas, eran débiles y monótonas, pero alumbraban lo suficiente el montón de cabezas de cabellos platinados que se agrupaban en torno a las mesas.

Hongjoon avanzó hasta la barra y se sentó. A su lado un hombre calvo roncaba sobre las piernas de un doncel que miraba hacia la nada. El cantinero se le acercó y le preguntó algo en ese idioma extraño, pero él negó con la cabeza. Entonces el hombre suspiró y volvió a hablar.

—He dicho que ¿qué le puedo servir amigo? —dijo con el mismo mal hangul que había oído antes, aunque no tan terrible como el del posadero.
—¿Qué quiere tomar?

—Deme una cerveza —pidió Hongjoon. Pero el cantinero hizo un gesto tan extraño que el muchacho lo reconsideró. —¿Qué pasa con la cerveza? ¿No hay cerveza por acá? —preguntó confundido.

El cantinero se encogió de hombros.

—Por supuesto que hay cerveza —respondió. —Pero la gente de esta zona no toma eso. Con este frio se consumen licores más fuertes...

—¿Licores más fuertes, eh? Pues, digame entonces ¿Qué puede ofrecerme?

—Serkires (Extranjeros) —bufó el cantinero en Céfilus, pero Hongjoon no le entendió. Vio como el hombre iba hasta el fondo de la barra y de un barril sacaba una pequeña cantidad de un licor transparente que le sirvió en un pequeño vaso. Hongjoon lo tomó de un solo golpe y le sobrevino una repentina tos. Aquello era lo más fuerte que hubiese tomado en su vida, y en ese momento se preguntó cómo era que ese licor no se evaporaba en el aire con solo salir del barril, siendo que parecia alcohol puro. Las miradas de los demás presentes volvieron a caer sobre él y los parloteos de los clientes se apagaron para convertirse enseguida en grandes carcajadas de burla. Hasta el doncel que acariciaba al hombrecillo calvo se burló y el cantinero se agarraba el estomago antes de ponerle otro trago en son de disculpas.

Pasada la vergüenza, Hongjoon continuó bebiendo en silencio. El cantinero había resultado más gentil de lo esperado; sonreía y lo trataba con cortesía. Clientes son clientes, pensaba Hongjoon mientras el licor le calentaba la sangre. Después de casi dos horas, el fuerte licor le calentó también los pensamientos.

—Y entonces... me fui a los golpes... con ese idiota cuando se enteró de que... me tiraba a su amante. —Hingjoon completamente ebrio comenzó a contar anécdotas de su vida en el palacio de Joseon. El cantinero lo miraba como haciendo que le importaba mientras lavaba unos vasos. Había escuchado esa historia cientos de veces en miles de acentos diferentes y cada vez era más aburrida. Sin embargo por unas monedas extras era capaz de vencer el tedio y por ello motivó al chico a seguir hablando.

—Entonces ¿Qué hizo el rey de Joseon? —le preguntó, peinando sus gruesos bigotes. —Me cuentas que estaba presente en el momento de la pelea. ¿No tomó cartas en el asunto? He oído que es un hombre muy severo.

—Por supuesto, nos castigo... —anotó Hongjoon con la voz pastosa por la embriaguez y luchando contra el sueño que empezaba a cerrar sus parpados continuó. —Su majestad nos obligo... a guardar celibato... por dos meses... y en ese tiempo... el chico por el que nos peleábamos... se buscó otro. —Hongjoon remató su relato con una risa tonta. El cantinero llegó a pensar por un momento, cuando el chico agachó la cabeza, que se había quedado dormido. Pero entonces, alzó el rostro y tomando al cantinero por el cuello le atrajo cerca de él.

—No vayas a contar nada —le dijo en un susurro mirando a ambos lados con torpeza. ¿Conoces la promesa de mi señor?

—¿A su voto de castidad te refieres? —Por supuesto que el cantinero lo sabía. Quizás no hubiese sitio dentro de los cinco reinos donde no se conociera al "Tesoro de SiKje" y su leyenda.

Hongjoon asintió.

—Pues bien... es posible que mi señor... ya no sea casto y puro.

—¿Cómo? —curioso, el cantinero le miró fijamente. Aquel chico estaba ebrio pero él había lidiado con demasiados borrachos como para no reconocer cuando decían algo en serio. —¿Qué estás tratando de decir? —le preguntó de nuevo con insistencia.
—¿Por qué dices que el rey Jungkook ya no cumple su promesa?

—Porque lo han secuestrado —respondió, sin medir las consecuencias de sus palabras. —Por fin ha sido capturado como indicaba la leyenda —explicó. —Uno de sus pretendientes ha logrado raptarlo.

—¡¿Qué?! —El cantinero se alejó del abrazo de Hongjoon. Esa noticia era lo más fascinante que le hubiesen contado en años. —¡Por las Diosas! —exclamó antes de llevar dos dedos a su boca y provocar un silbido que atrajo la atención de toda la taberna.

En un solo movimiento brincó sobre la barra, y cuando todos los presentes miraron hacia él, gritó a todo pulmón. —¡Fluocad yi baki, anzi fini! (¡Escuchen esta noticias, amigos míos!) ¡El rey Jungkook, "SiKje ralin", ung sam cafim! (¡El tesoro de SiKje, ha sido secuestrado!)

Una inmensa exclamación comenzó a subir de tono dentro de la cantina. Muchos hombres borrachos ni siquiera habían entendido lo dicho por el cantinero, pero contagiados por la agitación general se sumaron al bullicio. Entonces, en medio de la algarabía, un hombre se puso de pie. Durante todo ese tiempo se había mantenido silencioso y de espaldas a la barra bebiendo solo en un rincón. Pero al escuchar la revelación del cantinero su cuerpo se había crispado y el vaso que contenía su bebida se había hecho añicos ante la presión de su mano.

Hongjoon que se había recompuesto un poco por el escándalo, lo vio avanzar hacia él con la cabeza baja y pasos firmes y toscos. El sujeto estaba completamente cubierto por una pesada capa de lana negra y su rostro se escondía entre las sombras de la taberna. El hombre se posó frente a él y alzó el rostro. Hongjoon sintió un estremecimiento al verlo. El sujeto tenía unos brillantes y fríos ojos, pero sus cabellos eran negras como la tinta; su rostro era rudo e inexpresivo como las estatuas de piedra de Joseon, pero su presencia era aun más imponente y macabra.

Entonces, sin mediar ninguna palabra, el sujeto lo alzó como si este no pesara más que una simple bola de heno. Lo arrastró por toda la taberna hasta la salida y una vez fuera, lo arrojó sobre la nieve. Hongjoon reculó intentando alejarse del hombre que volvía a marchar hacia él, Intentó decirle algo en hangul pero su lengua estaba aun más paralizada por el miedo. El sujeto lo tomó por el cuello y lo alzó de nuevo. Hongjoon pensó que se había orinado en los calzones pero solo era la nieve derretida.

—¿Qué es lo que acabas de decir allá dentro? —preguntó entonces el sujeto en un hangul magistral.

Hongjoon lo seguía mirando aterrado y solo negaba con la cabeza.

—Yo... yo. —Fue lo único que le salió finalmente y el sujeto fastidiado lo soltó de nuevo. Su mirada había perdido tensión, pero su rostro seguía como tallado en piedra.

—Esto tiene que ser obra de Eun Woo —dijo luego de un rato escupiendo en la nieve. —¡Y tú! ¡Ponte de pie! —ordenó a Hongjoon. —Si es cierto lo que le acabas de decir allá dentro a ese cantinero, y si viniste hasta aquí mandado por Eun Woo, ya no tienes que seguir buscando más... Ya me encontraste, yo soy Yeo Jin Goo, el tutor del rey Jungkook, único soberano del reino de Joseon, ¡Vamos por su majestad!

Continuará...

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