El enigma de la vida
La caravana real dejó atrás la llanura para entrar al profundo valle donde estaba asentado el campamento de Hyung Nil.
Salieron temprano de Koryo, cuando aun lloviznaba, suponiendo que tiempo era con lo que menos contaban ahora que Hyo Seop se había coronado como rey de Yurchen y que tenía a Yoongi con él. Woo Seok decidió quedarse a cargo del palacio en ausencia de todos los varones sin poder reprimir las lágrimas de tristeza, una vez que se hubo despedido de sus hijos y de Hyunjin.
Cuando por fin llegaron a las laderas de la montaña, unas millas más lejos de lo que habían pensado encontrar a los soldados de Kaesong, todos descendieron a las orillas de un riachuelo para dar bebida a los caballos y comer algo.
A los pies de la colina, que hacía las veces de frontera natural con Joseon, se veía el campamento de Hyung Nil con apariencia de estarlos esperando. Harían el resto del camino a pie, decidió Namjoon, quien lideraba el viaje. Los aliados estaban a la vista y los caballos necesitaban descanso, a más tardar en treinta minutos llegarían a su destino.
Hyunjin aprovechó la breve pausa en el camino para enjuagarse la cara en el agua de la pequeña corriente, pensando de paso en aquella fuerza maligna que venía sintiendo desde hacía un par de horas y que se hacía más fuerte a medida que avanzaban hacia al campamento. Era algo horrible que le hacía transpirar y le quitaba el aliento, una fuerza muy similar a la que sintió la primera vez que tuvo contacto con Woo Seok, luego de que éste cayera en cama.
—¿Te sientes sofocado? —preguntó Namjoon acercándosele mientras le ayudaba a ponerse de pie.
—No, estoy bien. Pero me gustaría quitarme todas estas telas. Pesan y me irritan.
Namjoon negó con la cabeza.
—Debes cubrirte hasta que esté seguro de que todo irá bien, y que esta gente no se exaltará al verte. ¿Lo comprendes, verdad?
—Sí, creo que lo comprendo. Supongo que no debo ser muy popular luciendo como si fuera un Yurchiano. —Sonrió con amargura envolviéndose en la pesada lana. —Será mejor que nos demos prisa o volverá a llover.
Así fue, volvió a llover. Pero para ese momento ya todos estaban bajo resguardo en plena frontera y lo primero que hizo Namjoon al desmontar fue ir al encuentro con Hyung Nil, en la tienda donde ya sabía, también que se hallaba Taehyung.
El reencuentro fue conmovedor.
—Hermano mío, hermano de mi alma. —Namjoon abrazó a Taehyung con fervor y le besó ambas mejillas mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. —Gracias a las Diosas que estás vivo, gracias a las Diosas por volvernos a ver.
—Namjoon —sollozó Taehyung con idéntica emoción. —Te necesitaba tanto, hermano querido. Esto ha sido una verdadera pesadilla.
Después del intenso abrazo, ambos hombres se sentaron a un costado de la estera donde yacía Hyung Nil. Las llagas le habían desfigurado el rostro y el príncipe deliraba por la fiebre, atormentado muy seguramente por sus visiones de oráculo. Decía tantas cosas en su agonía que era imposible saber cuáles eran alucinaciones y cuales profecías.
—Vino conmigo alguien que podrá curarlo —aseguró Namjoon.
—Imposible. —refutó Taehyung. —Retuvimos a varios Yurchianos durante el ataque en Joseon y ni siquiera ellos lograron sanarlo siendo como son, los más poderosos sanadores.
—Pues la persona que vino conmigo también tiene sangre Yurchiana y su poder es increíble, es el sanador más poderoso de los cinco reinos —insistió su hermano. —Debes creerme y permitir que lo vea.
—¿Podemos confiar en ese hombre? —dudó Taehyung.
—Completamente. —Namjoon sonrió. —Es mi esposo.
Taehyung se asomó por la rendija de la carpa y vio al muchacho cubierto de pies a cabeza que hablaba con Jimin, sentados ambos sobre una gigantesca roca.
—No lo puedo creer, ¿se trata de quién creo? —susurró y Namjoon a sus espaldas no pudo ocultar la risa.
—Sí, se trata de Hyunjin.
—¿Te casaste con él?
—Lo hice —Namjoon sonrió con un deje de orgullo. —Le devolvió la salud a mamá y es posible que sea más poderoso que el mismo Hyo Seop. No puedo pensar en un mejor esposo.
—¿Te casaste sólo por eso? —Taehyung miró a su hermano con los ojos entrecerrados. —Espero que en unos años no te arrepientas de esta decisión. Yo mismo te advertí que no es un chico fácil —le recordó.
—Eso ya lo descubrí por mi cuenta. Además, yo no lo he pasado nada mal —afirmó con tono lascivo. —Para mí que estás algo celoso, hermano.
—¿Celoso yo? —Taehyung gruñó encantadoramente. En el fondo sí le daba algo de molestia descubrir que los sentimientos de Hyunjin hacía él sólo habían sido mero capricho y no es que no lo supiese de sobra desde antes, pero comprobarlo tan tajantemente resentía un poquito su orgullo.
—En fin... —Namjoon se echó a reír y Taehyung le acompañó. Volvieron a abrazarse con efusividad hasta que escucharon un alboroto al otro lado de la tienda. Taehyung se envolvió en una túnica gruesa y corrió junto a su hermano.
Llegaron ambos justo en el instante en que un jefe de la guardia Kaesongina se aproximaba amenazante hacia Hyunjin. El hombre ya dirigía su mano con toda la intención de desenfundar su espada. Namjoon arrugó el ceño al ver el movimiento del hombre. Nadie amenazaba a Hyunjin en su presencia.
—Si no quieres tener que sacar cuentas con los dedos de tus pies a partir de hoy, será mejor que no te atrevas a tocar esa espada —amenazó el príncipe Koryano acercándose. Sin embargo, para su sorpresa, Hyunjin no había hecho nada por retroceder, y no lucía amedrentado por el aguerrido soldado. El uniformado miró a Namjoon con rabia, luego miró de nuevo a Hyunjin y escupió sobre el suelo.
—No sé que pretende, Alteza —increpó entonces cerrando el puño con rabia. —¡No piense que puede engañarnos! He visto los ojos de este muchacho y no cabe duda de que es un Yurchiano. Llevamos semanas viendo esos ojos infernales como para no reconocerlos.
Al escuchar las palabras de aquel hombre, Namjoon intentó cubrir a Hyunjin, pero antes de lograrlo, él se descubrió. Con algo de alivio se deshizo de aquellos pesados abrigos y quedó ligero tanto del cuerpo como del espíritu. Se sentía como un pájaro a punto de volar.
—Mi nombre es Hyunjin; príncipe de Jaén de soltero. —Habló en voz alta y clara desde el primer instante, acercándose al soldado que había tratado de atacarle, haciéndolo sentirse bastante mal al darse cuenta de que había estado a punto de alzar su espada contra un doncel embarazado. —No soy Yurchiano, soy Jaeniano, o por lo menos solía serlo antes de casarme con Su Alteza, Namjoon. Ahora, por lo tanto, no soy de Yurchen ni de Jaen. ¡Soy el príncipe consorte de Koryo! y soy otro aliado de Kaesong.
Un silencio momentáneo recorrió todo el valle. Namjoon sonrió, orgulloso del valor de su esposo, y le tomó de la mano, mirando a todos los Kaesonginos que tenían alrededor.
—Debes permitir que vea a tu señor, —dijo acto seguido, dirigiéndose al soldado que había querido dañar a Hyunjin. —Te aseguro que podrá curarlo.
—¿Cómo podemos confiar después de todo lo que hemos visto? —replicó el hombre, ya mucho más calmado.
—Habla con él —respondió Namjoon dirigiendo su mirada hacía Taehyung, quien en un rincón, cubierto de pies a cabeza, observaba todo minuciosamente. —Estoy seguro de que estará de acuerdo.
El uniformado, quien resultó ser el jefe de la guardia personal del príncipe Hyung Nil, lo meditó por un momento, pero luego terminó cediendo pese a los reclamos y las exclamaciones de desacuerdo que se alzaron entre varios sus hombres. Al rato entró a la tienda y minutos después volvió a salir para conducir a Hyunjin hacía dentro.
Tal como había venido sintiendo a lo largo de todo su viaje, aquella presencia terrible y poderosa tenía como epicentro aquella carpa. Hyunjin tocó el talismán que llevaba colgado al cuello para que se activara y le brindara protección. Sabía que ese tipo de poderes siempre osaban atacarle, como si se tratase de un animal acorralado que lo reconocía como su cazador.
Sin embargo, esta vez había algo diferente en aquella fuerza. No era la misma que había logrado alejar del rey consorte Woo Seok. Esta era diferente; mucho más siniestra, algo así como un odio puro convertido en energía canalizada para el mal.
—Su alteza Hyung Nil ha sido maldecido —aseguró luego de haberlo examinado muy detalladamente.
—Necesitaré algunas hierbas.
Hyunjin extendió un papel al jefe de la guardia, en el había anotado el nombre de las especies requeridas para la limpieza. El soldado se dirigió a Taehyung, quien se había mantenido dentro de la carpa durante todo ese tiempo, pero éste sólo realizó un asentimiento de cabeza. Mientras tanto Hyunjin se preguntó quién podría ser ese hombre cubierto de pies a cabeza que parecía tener el mando total de los hombres de Kaesong, y por qué razón dicho sujeto protegía tan celosamente su identidad.
Horas más tarde, ya muy entrada la noche, llegó lo solicitado por Hyunjin. El príncipe pidió que le dejasen solo con su paciente a fin de que energías alternas no fastidiaran el ritual. Afuera todos esperaron pacientes durante casi dos horas bajo la lumbre de pequeñas fogatas.
Al término del plazo hubo un movimiento leve en la carpa, y a los pocos instantes una cabeza de tez canela y mirada vivaz se asomó. Inmediatamente después, Hyung Nil salió del todo. Estaba rozagante, fresco, casi podría decirse que había vuelto a nacer. La gente enmudeció. Aquello era increíble.
Los Kaesonginos se arrodillaron a los pies de su Señor, bendiciendo a Latiffa, la que nunca desampara. El júbilo se hizo en el campamento y esa noche se bebió vino y se comieron hojaldres con miel. El jefe de la guardia, que horas antes había intentado matar a Hyunjin, ahora, postrado a los pies del salvador de su Señor, le suplicaba perdón.
Taehyung, por su parte, también estaba maravillado. Aquella criatura podía significar el triunfo sobre Hyo Seop, Namjoon estaba en lo correcto, tal vez el hijo era mucho más poderoso que su madre. De otro modo jamás habría podido neutralizar tal poder.
—En solo un par de horas tu esposo se ha ganado la confianza y la lealtad de todo un ejército. Hay hombres que ni en años logran la fidelidad ni de un solo soldado —comentó mientras bebía algo de vino junto a Namjoon. —Por cierto, tampoco me habías contado que seré tío.
—Seremos tíos —corrigió su hermano —Porque el niño que espera el rey Jungkook es tuyo, ¿verdad? No creo que sea de Yeo Jin Goo como sospecha Jimin.
—¿Jimin sospecha eso? —Taehyung se sorprendió con algo de enfado. —A mi no me cabe la menor duda de que ese niño es hijo mío. No es eso lo que me preocupa ahora.
—Lo que te preocupa debe ser muy grave si no impediste la boda de “Tu tesoro” —le increpó Namjoon .
—Eso es algo muy complicado de contar. Todo es por esas malditas visiones de Hyung Nil. Según él, detener aquella boda habría traído consecuencias fatales.
—¿Mas fatalidades que las que ya han habido? —Namjoon se burló tomando un poco de vino. Cuando terminó de beber soltó la copa y se estiró sobre la sedosa hierba donde estaba sentado. —A propósito, no solamente serás padre y tío; ahora resulta que tienes otro familiar más, un hermano para ser más precisos.
—¡Por las Diosas! ¿Mamá esta embarazado?
—No, para nada —corrigió Namjoon. —Este hermano llegó con veintiun años de retraso.
—¿Qué? —Taehyung arrugó el ceño sin comprender ni una sola palabra. Namjoon sonrió y giró su rostro buscando con la mirada a Hyunjin.
—Se podría decir, si nos ponemos muy técnicos, que aunque no compartimos lazos consanguíneos, estoy cometiendo incesto.
Taehyung soltó su copa comprendiendo por fin las palabras de Namjoon. ¡Hyunjin era su hermano! Una tos lo invadió. Namjoon sonrió y le ayudó golpeándole la espalda. Oh, sí, todo era una jodida locura.
Hyung Nil estaba agradecido con Hyunjin, de eso no tenía duda. Sin embargo, no estaba seguro que haberlo salvado hubiese sido lo correcto. Durante el ritual había tenido una de sus premoniciones y estaba seguro que aquella había sido una profecía real y no un engaño de su mente febril.
Seguía creyendo a ciegas en sus visiones, en su teoría del destino escrito a fuego por las Diosas; un camino del que nadie podía extraviarse aunque lo quisiera. No existían caminos alternos, sólo la ilusión de poder cambiar el camino, gracias al principio de la incertidumbre. Estaba seguro de que su destino entonces era el ser curado por Hyunjin, y que el destino de este era morir por haberlo curado y le dolía el alma al verlo embarazado y saber que el final del camino de su vida, ya estaba marcado.
Podía preguntarse si de no haber sido curado, los acontecimientos serían diferentes, pero eso no entraba en su lógica. Tal vez, la existencia actual de Jungkook y de Hyo Seop no eran alteraciones del destino sino que era así como estaba concebido. Tal vez también estuviera predestinado que él viviese para así ayudar a acabar con el segundo, el asesino de su pueblo, y también con el primero, el asesino de su hermano.
Hyung Nil se puso de pie y se unió a las celebraciones decidiendose que lo correcto había sido que él viviese, porque a partir de ahora sabía que sin importar los caminos que se tomaran, sin importar las decisiones que se marcaran como correctas, el destino llevaba a todos los hombres al mismo lugar: A la muerte.
La sanación de Hyung Nil se convirtió también en un agasajo para Hyunjin. A eso de la media noche, Namjoon, un poco pasado de copas, tomó una guitarra bastante desafinada y le cantó un par de canciones en honor a su cumpleaños.
Por mandato de Hyung Nil, los soldados improvisaron un modesto banquete y amenizaron la celebración que duró casi hasta el alba. De esta forma, el príncipe celebró el más sencillo y pintoresco cumpleaños de su vida, aunque con varios meses de retraso.
Cuando nuevamente reinó el silencio, Hyunjin, que descansaba sobre el pecho de Namjoon, se quedó mirando el cielo estrellado. Se veía inmenso en aquella ladera, poderoso y misterioso. Se acordó entonces de Gilgamesh, el protagonista de su leyenda favorita, y pensó que tenía que haber ocurrido bajo un cielo como aquel, donde su héroe preferido se preguntara sobre el enigma de la vida.
—¿Has oído alguna vez sobre la leyenda de Gilgamesh?— le preguntó. El varón se incorporó, recostándolo sobre su pecho y recostándose a su vez sobre la roca. Negó con la cabeza.
—¿Es una leyenda de Jaen?
—No, es una leyenda de Koryo ¿Quieres oírla?
—Sí, cuéntamela.
Hyunjin sonrió ante la expresión como de niño pequeño que hizo Namjoon, emocionado ante el relato que estaba a punto de escuchar. Acomodándose sobre el pecho de éste, tomó aire y comenzó a narrar. La historia de Gilgamesh era para él la historia más apasionante que existía.
—Todo empieza con un joven pastor llamado Gilgamesh, un muchacho cuya única preocupación era atender a sus ovejas.
—Bien.
—Su vida estaba bien así, sin sobresaltos, sin preocupaciones. Pero una noche, mientras cuidaba su rebaño, se quedó mirando el cielo, uno que seguramente era muy similar a éste. Desde ese día se preguntó cuál sería el misterio de las estrellas, el enigma de la vida. A partir de ese día el pobre pastor ya no tuvo paz; todos los días rezaba a las Diosas y les suplicaba que le revelasen aquel acertijo. Pero ellas se mostraban sordas a sus ruegos.
Así pasaron años y años y él seguía rezando y suplicando. Un día, cuando ya estaba a punto de perder la esperanza, las Diosas le hablaron en sueños. Le dijeron que su respuesta estaba escrita en la roca de un altísimo acantilado y que para leerla sólo debía lanzarse al vacío.
Gilgamesh se puso feliz porque sabía levitar y no moriría, pero una vez más las Diosas no fueron tan dadivosas y le advirtieron que aquella respuesta estaba escrita en lenguaje divino y a cambio del poder de compresión él debía devolverles su poder de levitar.
Hyunjin hizo una pausa. Su rostro sonrió con admiración y sus ojos brillaron entusiasmados.
—Gilgamesh no desistió por esto y aceptó el trato. Se lanzó al vacío sin ninguna ayuda, sin ningún truco, y mientras caía logró leer lo que estaba tallado en la roca. Así conoció el enigma de la vida, perdiendo la suya. ¿No te parece rematadamente bello?
—Me parece rematadamente loco, más bien —reflexionó Namjoon.
—A mi me parece todo lo contrario. Creo que ya había cumplido su misión en la vida. Seguir en este mundo habría resultado inútil, absurdo. Aún así a mí lo que me parece más bello es el hecho de equiparar el conocimiento al mismo nivel que la vida. No, más bien considerar el saber y el conocimiento más importantes que la vida.
Namjoon lo estrechó entre sus brazos. Tuvo que admitir que había quedado impresionado por su forma de ver la vida. Jamás creyó que alguien que para algunas cosas se mostraba tan frívolo, tuviera una forma de pensar tan radical y llena de pasión y fervor. Para él, el enigma de la vida era justamente la complejidad de algunas personas y su esposo era una de las más fascinantes que había conocido.
No durmieron esa noche. Hablaron hasta la madrugada y Hyunjin le contó cómo había entregado la mitad de su dote a unos locos aventureros Jaenianos que buscaban una ciudad perdida en medio del mar.
Yoongi casi había colapsado al enterarse, aunque luego terminaría comprendiendo los motivos de su hermano. La empresa que pretendían aquellos dos aventureros era tan remota e imposible que nadie más la hubiera patrocinado. Sólo él, conmovido por aquel sueño perdido, lo hizo. Aquel día el rey In Guk aprobó por primera y única vez una decisión suya, y por primera y única vez también le sonrió y lo miró con aprobación y cariño.
En el palacio de Joseon se respiraba por aquellos días un aire de tensa calma.
Jin Goo, no parecía poder volver a recuperar el aplomo que en el pasado mostrara en momentos en los que otros solían perderlo rápidamente. Mantenía todo el tiempo en estado de alerta, como si por sus venas corriese alguna suerte de sustancia estimulante. Jungkook se había dado cuenta de ello pero prefería ignorarlo.
Jin Goo era el claro ejemplo de lo que muchos llamaban “fogoso” en el amor, y Jungkook había comprobado en su propio pellejo que ese tipo de hombre era difícil de satisfacer. Cada noche el rey pensaba que había llegado a la cima en cuanto a placeres carnales se podía saber, sólo para descubrir a la noche (a veces a la mañana) siguiente que no iba ni por la mitad.
La culpa por estar disfrutando de su intimidad con su marido se alejó de él desde la noche de bodas. Usando ese precioso talento que tenía para disciplinarse, logró convencerse de que su intimidad conyugal no era otra cosa que un movimiento de guerra, algo comparable a tomarse un fuerte o dirigir al enemigo a terreno desfavorable.
Lo disfrutaba, no iba a negarlo, pero él no tenía la culpa de ello. Eso había resultado ser un regalo extra, uno que incluso lo sorprendió la primera vez que estuvo con Jin Goo. Esa noche, el hombre que por años fue como un padre para él, no se mostró paternal en lo absoluto y cumplió a cabalidad con su promesa de ser su marido en todo el término de la palabra. Jungkook le agradeció que fuera atento y amable pero también entregado y preciso, como cuando lo entrenaba para matar.
Aún así, su corazón estaba muy lejos de olvidarse de Taehyung. Ese sentimiento estaba allí detenido, inquebrantable y algunas noches mientras retozaba en los brazos de Jin Goo, pensaba en él; en esos ojos que creyó volver a ver en el hombre misterioso que le salvó la vida, y en el niño que crecía en su vientre.
Ese pequeño sería lo único que conservaría de su más grande amor, porque aunque lo trajese de nuevo a la vida ya no podría estar de nuevo con él, puesto que en Joseon estaba prohibido el divorcio. Había hecho una nueva promesa a los sacerdotes de SiKje, una promesa a Jin Goo, y esta vez tendría que cumplirla hasta el final.
“Los sacerdotes de SiKje” pensó entonces, mientras salía de la alberca y uno de sus sirvientes lo perfumaba. Por culpa de ellos había tenido que casarse y fingir tener un matrimonio perfecto. Sabia que aquellos hombres tenían espías, oidos que oyeran por ellos, ojos que vieran por ellos rondando en el interior de su castillo y sabrían si tenía o no, intimidad con su marido.
Esos monjes ya no confiaban en él, lo consideraban un traidor a SiKje por haber roto su promesa de castidad. En otros tiempos habría podido ignorarlos y hasta amenazarlos, pero en momentos de guerra como los que vivian, su poder tambaleaba y era mejor tenerlos de su parte. El pueblo de Joseon los respetaba como sus líderes espirituales, de manera que de querer, podían ser capaces de volcar a las masas en su contra.
Entró a su recamara envuelto en una bata de seda. Para su sorpresa, Jin Goo lo esperaba de pie junto a la cama. Al verlo corrió a su encuentro temiendo lo peor. Se había separado de él dos días atrás cerca del desierto de Kaesong, donde ambos lideraron una cruda batalla para recuperar el fuerte de Cheongug que había sido tomado por los Yurchianos, teniendo Jungkook que regresar a palacio antes que su esposo para resolver algunas crisis internas en los poblados de Joseon.
—Dime que ha sucedido. ¿Hemos retomado el control? —preguntó, sintiendo el corazón en la boca.
—No —respondió el varón. —Eso no es lo peor. Su excelencia, el Marques Yi San, fue abatido.
—¡Maldita sea!
—Nos emboscaron en la madrugada usando una especie de humo que puede paralizar por horas.
—¡Miserables! Se aprovechan de sus conocimientos médicos para atacar.
—No, no es así. Ese truco es magia avanzada. Sólo un sanador de alto nivel pudo
hacerlo.
—Entonces. ¿Crees que Hyo Seop estaba alli?
—No me cabe la menor duda. —Jin Goo suspiró tirándose de espaldas sobre la cama. El cansancio de tantos días de sobresaltos por fin le pasaba factura. Jungkook lo miró por algunos instantes y luego se acercó hasta él, mirándolo desde arriba.
—Tenemos que buscar aliados, —propuso finalmente, sentándose en la cama. —Ya se quienes eran los hombres que entraron al palacio el día de nuestra boda ¿Lo sabes tú también?
—¿Koryanos, no es verdad? —contestó Jin Goo.
—¿Cómo lo supiste?
—Sólo lo deduje, eran Koryanos o Kaesonginos —respondió el otro hombre.
—Entonces, ¿Crees que tengo razón?
Los ojos de Jin Goo lo miraron con suspicacia, su mano diestra se alzó, acariciando tiernamente el bello rostro del rey. Cuando la caricia cesó, el varón se incorporó, quedando sentado sobre el lecho.
Jungkook lo miró con atención.
—Sí, pero no debemos acercarnos a la ligera. Será mejor actuar con calma. Que los Kaesonginos estén en contra de Hyo Seop no significa que estén a favor de nosotros.
—Eso es cierto —Jungkook suspiró, Jin Goo tenía razón. Ante los ojos de Kaesong él era el asesino del príncipe Hyung Sik, el sucesor al trono y según le habían informado sus hombres, su hermano, el príncipe Hyung Nil, se encontraba gravemente enfermo, con lo que el linaje real estaba a punto de desaparecer. De quedar la corona sin herederos, Kaesong saldria del sometimiento Yurchiano sólo para enfrascarse después en una terrible guerra civil por el trono y él sería uno de los culpables de que eso ocurriese.
—¿Cómo va la búsqueda del libro de las diosas? —preguntó Jin Goo de repente, recordando ese otro asunto que lo incomodaba.
—Tampoco hay grandes avances por ese lado —respondió éste escuetamente. Por nada del mundo pensaba contarle que pensaba presionar a Hyo Seop con el libro para obligarlo a revivir a Taehyung con la amatista de plata. —Las ruinas de Daei-ri, han resultado más extensas de lo que creía. Pienso que llevará semanas encontrarlo.
—¿Qué es exactamente lo que planeas hacer una vez tengas ese libro? —Las cejas de Jin Goo se levantaron en un rictus de sospecha. Jungkook lo notó y se sintió nervioso, sin embargo intentó ocultarlo a toda costa.
—Ya te lo he dicho miles de veces —se ofuscó entonces tratando de ponerse de pie. Jin Goo lo apresó rápido devolviéndolo a la cama de un solo movimiento. Jungkook se retorció y jadeó, se sentía realmente asustado. —¡Suéltame, me lastimas.
—¿No estarás pensando traer al príncipe Taehyung de regreso a la vida, verdad? —preguntó el varón con un tono peligroso.
Jungkook se paralizó. No le agradaba nada cuando tomaba esa actitud posesiva, llevaba días actuando así. Lo celaba constantemente como si sospechara de sus planes. Daba miedo verlo en esa actitud.
—¿De qué hablas? Claro que no. No pienso usar la amatista de plata, ya ves lo que sucede a quien la usa y ahora suéltame. En serio, me estas asustando.
Jungkook vio la forma como su semblante cambiaba. En cuestión de segundos, el hombre pasó de la ira y el descontrol, a la calma y la ternura. Jin Goo cayó sobre él apresándolo entre sus brazos con un fino temblor que hizo sentir muy culpable al doncel. No quería mentirle, pero de momento no podía hacer otra cosa.
—Perdóname, mi amor. Por favor, perdóname —suplicó el varón. —No sé que me sucede, es algo que no puedo controlar. Sólo quiero que no me guardes secretos porque yo ya no tengo secretos contigo.
Tenía razón, él ya le había contado todo. Le habló sobre la relación que había tenido con Hyo Seop en el pasado, sobre el hecho de que Yoongi era su hijo y de las razones por las que había tenido que traicionar y dar muerte a su madre.
Había sido una historia que le crispó los nervios, pero éste confiaba en que su actual esposo le hubiera dicho toda la verdad. Estaba seguro que Jin Goo no le mentía, ya que notaba algo que aunque en el pasado lo hubiera hecho saltar de emoción, ahora sólo le producía miedo y desconcierto: estaba enamorando de él.
—Yo tampoco tengo secretos contigo —mintió el doncel con un temblor que su consorte confundió con deseo. Se tumbaron sobre el lecho y Jin Goo le abrió la bata para descubrir ese cuerpo que tanto anhelaba.
La primera noche fue difícil para él, pues Jungkook siempre había sido como un hijo, pero después de eso algo le había sucedido y una especie de conjuro lo habían vuelto adicto a aquella piel, a su aroma, a su calor. Ni siquiera se quitó la ropa porque a pesar de que sólo llevaba dos días sin hacerlo suyo, sentía un fuego abrazador devorándole las entrañas. Así que solo se quitó el cinto y se bajo los pantalones para luego, de forma experta, maniobrarle las piernas y hundirse en aquella carne tibia y suave.
—¡Mi amor, me haces perder la cabeza!. Quiero que seas mío, sólo mio.
—Soy sólo tuyo —Jungkook le mintió una vez más, acomodándose a su ritmo, separando más los muslos para profundizar la penetración. —Cumpliré mis votos hasta que la muerte nos separe. No dudes de mí.
—Sólo la muerte podrá alejarte de mí, ¿me entiendes?
Jungkook asintió sin poder abrir la boca más que para gemir. Jin Goo a pesar de no ser un jovencito y llevarle mas de veinte años, aún conservaba la vigorosidad de la juventud y también lucía más guapo que muchos hombres con la mitad de sus años.
—Mira, ¿te das cuenta? —Jungkook miró hacia donde su esposo le señalaba. Era el espejo de cuerpo entero donde ambos se reflejaban. —Estás hecho a mi medida.
Jungkook sintió una especie de sucio morbo al verse así. Definitivamente aquello no era amor sino una magnifica estrategia de guerra, una donde podía controlar a Jin Goo con su cuerpo y convertirlo en su principal arma, una brillante y fina arma, que mataría a cualquiera por él y sólo esperaba que esa arma no terminara disparándose en su contra.
Con el rostro envuelto en lágrimas, Hyo Seop recibió a su primogénito en Kaesong.
Yoongi había caído a sus pies, empujado por los soldados que lo llevaron ante él y necesitó más de una hora para superar la impresión de verlo con vida y lograr articular palabra. Su querido mamá estaba de nuevo frente a él y cualquiera que hubiese sido la magia capaz de traerlo a la vida él la bendecía.
—No has envejecido en lo absoluto, —fue lo primero que logró decirle. Hyo Seop le sonrió mientras lo conducía a uno de los campamentos en medio del desierto.
Llegaron hasta un oasis y se sentaron bajo el amparo de
unas palmeras para platicar tranquilos. Estaban muy emocionados.
—No debiste haberte resistido a venir de esta forma —le riñó Hyo Seop.
—Mis hombres pudieron haberte matado.
—No podía creer que fuera cierto este milagro —respondió Yoongi con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Y tu hermano? —recordó el doncel de repente. —¿También ha recibido mi mensaje? ¿Por qué no lo han traído contigo? Era tan pequeño cuando lo dejé. Apenas y puedo recordar su carita de bebé.
—Ya no vive conmigo. Lo he casado —le informó a su madre.
Aquello si que no se lo esperaba, y el hombre se crispó, escupiendo el damasco que mordisqueaba.
—¿Casado con quien?
—Casado con Namjoon, —respondió Yoongi, —es uno de los príncipes de Koryo.
Un principe Koryano, eso era extraño, pensó Hyo Seop, según él recordaba, los reyes Koryanos solo tenían un hijo varón y ese era Taehyung. Pero entonces, recordó que uno de sus consejeros le había hablado sobre un campesino huérfano que había sido adoptado por el rey Jung Hyung años atrás.
Sin poder contener la furia se puso en pie y le dio un bofetón a Yoongi. El susodicho se estremeció y se llevó la mano a la mejilla inflamada. Los ojos de su mamá lucían como llamas de fuego y por primera vez sintió miedo de él.
—Mamá...
—¡Dime que no casaste a mi pequeño con ese vulgar recogido! ¡Dimelo!
—¡No tuve opción! —se defendió Yoongi. —Han pasado demasiadas cosas que tú no sabes.
—Nada justifica haber entregado a mi hijo a un sucio campesino. ¡Nada! ¿Hay alguna forma de anular esa boda?
—No lo creo. —Yoongi resopló y se recostó sobre el árbol que tenía a sus espaldas. —Está embarazado, creo que lo mejor es dejar este asunto así.
—Pues yo no pienso dejarlo así.
Le tomó un par de minutos retomar la compostura, pero una vez lo hizo volvió a sentarse sobre la fina arena y su mirada se serenó. De nuevo estrechó a un tembloroso Yoongi entre sus brazos y lo consoló. Luego, juntos planearon las diferentes formas en que podían raptar a Hyunjin para llevarlo a Jaén de nuevo. Una vez hecho eso ya verían como casarlo con algún noble Yurchiano. Con una gruesa dote podían encontrar un buen marido que lo aceptara aún estando embarazado.
En esas estaban cuando uno de los soldados se acercó hincándose ante ellos. Estaba sudoroso pero radiante; sus ojos refulgían de puro orgullo.
—Buenas noticias, Majestades —dijo enseñando unas insignias militares. —Hemos dado de baja al Marqués Yi San y retomado el fuerte de Cheongug.
—¡Perfecto! —Hyo Seop brinco de emoción haciéndose con los trofeos de guerra. —Estamos muy cerca de llegar hasta ese perro de Jungkook, y una vez lo hagamos los aplastaremos tanto a él como a su marido como los insectos que son.
Yoongi arrugó el ceño y despachó al soldado. Necesitaba tocar este tema con su mamá y había llegado el momento. Hyo Seop lo presintió y dejó que el soldado se marchara.
—Mamá. No comprendo qué está sucediendo. ¿Por qué atacaste a Kaesong y a Jaén? ¿Por qué quieres destruir a su Majestad Jungkook? ¿Qué es lo que pretendes con todo esto?
—Hijo mio. —contestó Hyo Seop tomándolo de las manos y mirándolo a los ojos. Ya no podía ocultar más tantos secretos. Soltando una de sus manos, buscó en su bolsillo extrayendo de éste la piedra causante de todo aquel desastre. Yoongi gimió al verla y se echó para atrás asustado, como si una fuerza le obligara a alejarse. Era horrible ver esa piedra otra vez.
—¡Esa es la Amatista de Plata!
—Así es. Esta piedra me trajo de nuevo a la vida, así es su gran poder.
—¿Por esa piedra has hecho todo esto? ¿Acaso estás encantado con su poder?
—En lo absoluto. Te equivocas, hijo. —Hyo Seop lo miró con tristeza y volvió a poner la amatista en su bolsillo. —Yo solo trato de evitar los malvados planes de Yeo Jin Goo y Jungkook —mintió. —Los Yurchianos sólo tratamos de hacer justicia porque nos tocó la peor parte en la repartición de tierras después del Gran pacto. Estamos cansados de estar encerrados en esa maldita jaula de hielo, olvidados por el mundo. Hemos decidido que ahora es el momento adecuado para buscar justicia. Con la ayuda de las Diosas y de la amatista de plata.
—Pero los límites fronterizos han permanecido inamovibles durante cientos de años —replicó Yoongi. —¿Por qué empezar una guerra a estas alturas?
—Porque es hora de que las cosas cambien —respondió Hyo Seop. —Las Diosas me lo han hecho ver así; Philania, nuestra señora, me ha encomendado esta misión. Es cierto que los Yurchianos invadimos Kaesong, pero dime ¿Quién mato al heredero a la corona? ¿Acaso no fue Jungkook? ¿Acaso no fueron él y Yeo Jin Goo quienes secuestraron y asesinaron al príncipe Hyung Sik?
Yoongi asintió ante el irrefutable discurso de su madre. Se había enterado por boca de sus concejeros del horrible espectáculo en el que fue expuesta la cabeza del heredero de Kaesong el último día de los banquetes de bodas. El hecho lo había sorprendido mucho, pero no imaginaba cuál era el motivo para que hubiera hecho algo así. Ya lo averiguaría luego.
—Ellos nos tendieron una trampa en Joseon —continuó Hyo Seop,
—jugaron sucio y nos acorralaron como si fuésemos ratas para asesinarnos cuando nosotros fuimos con toda la intención de lograr la paz. Los Joseoneanos no quisieron ni hablar del tema, nos atacaron vilmente.
—Ustedes atacaron Kaesong y a Jaén del mismo modo —le reprochó Yoongi.
—Lo de Kaesong fue idea del difunto rey Jin Young y lo de Jaén, solo lo hice para traer a mis hijos a mi lado —se defendió el doncel.
—Pero ahora tú eres el rey de Yurchen. Puedes parar todo este desastre. —Yoongi se llevó las manos a la cabeza, se sentía agotado,
—Mamá, no sé si ya lo sabes pero Jaén ya estaba casi en ruinas. No podemos ayudarte a pelear en una guerra ahora.
—Nadie quiere una guerra, hijo, pero a veces no hay otra forma de conseguir lo justo. De todas formas intentaré mantener a tu reino al margen de esto, pero no te aseguro nada, ya sabes que cuando una mecha se prende es difícil detener su trayectoria y si todo empeora, voy a necesitar tu fuerza naval. Las guerras son como una gran mecha que no para hasta estallar por completo. Sobre todo una que lleva aplazada tantos años, y sobre todo teniendo en cuenta que ahora Yeo Jin Goo también es el rey consorte de Joseon y que sus motivos contra mi son personales.
—¿Motivos personales?
—Sí. Hay algo que debes saber, hijo. —Hyo Seop miró las dunas del desierto, con el sol a punto de ocultarse. Sus facciones adquirieron un matiz melancólico. —Jin Goo fue, hace muchos años, un esclavo en Jaén, fue el que eligió In Guk para engendrarte debido a su esterilidad.
—¿Qué dices? —Yoongi se puso muy pálido. ¿Qué estaba diciendo su mamá? ¿Acaso estaba insinuando que ese hombre, era su padre?
—Después de eso se fugó de Jaén y volvió a su tierra natal, Joseon. —continuó hablando el doncel. —No sé cómo lo hizo pero en poco tiempo se ganó por completo la confianza de los padres de Jungkook y obtuvo su libertad, Sí, así como lo oyes, Yeo Jin Goo es tu padre.
—Pero...
—Déjame terminar, por favor. —Hyo Seop enmudeció por un par de instantes, sus ojos se volvieron acuosos y su mirada se extravió en algún punto en la distancia. —Yeo Jin Goo es tu padre, pero eso no es lo peor, mientras yo curaba a los reyes, el muy miserable trató de sobornarme prometiéndome mucho poder si los dejaba morir, para que él pudiera robar la amatista de plata y así hacerse con el trono de Joseon. Yo me negué, por supuesto y esa fue mi condena, cuando me negué ayudarlo se puso como loco y me amenazó. Hyunjin nació a las pocas semanas y tuve unos cuantos días de paz que no duraron mucho. Jin Goo cumplió sus amenazas y por fin llevó a cabo sus planes; me mató sacándome del camino y ya ves que luego todo se dio a su favor: los padres de Jungkook murieron y él se quedó con la regencia del reino. Un reinado manchado con mi sangre y con la de sus señores. ¿Vez ahora quién tiene la razón aquí? ¿Puedes verlo ya con más claridad, querido hijo?
—Sí, puedo verlo. Puedo verlo muy bien. —Yoongi resoplaba de indignación, Hyo Seop lo estrechó en un fuerte abrazo, escondiendo así su rostro de satisfacción. Yoongi había creído en todas sus mentiras y ahora podía estar seguro de que tenía su lealtad y con ello el ejército naval de Jaén que le permitiría atacar a Joseon por vías maritimas.
Ahora era inevitable que Joseon fuera el próximo reino en caer.
Continuará....
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