El banquete de bodas
Advertencia: Este capitulo contiene escenas de violencia sexual +18 🔞
Hyung Sik había pasado horas sin saber dónde se hallaba. Desde su rescate, durante el asedio a la prisión de Kaesong, donde estuvo prisionero, y luego de haber sido amordazado y vendado como un vulgar reo, su sentido de la orientación lo había abandonado.
Sin duda estaba en otro reino, pues no dudaba de haber sido transportado durante horas sobre el lomo de un caballo muy veloz, a lo largo de cuyo trayecto el clima se fue poniendo cada vez más frio y los rayos de luz, débiles tras la venda de sus ojos, se fueron extinguiendo cada vez más.
Pudo notar que estaba en una celda más espaciosa y menos húmeda que la de Kaesong, aunque no pudo comprobarlo hasta que no le quitaron la venda de los ojos, dejándole comprobar el estado de su nueva prisión.
Una vez solo, se apresuró en mirar por la rejilla que se alzaba en un extremo de la celda, ayudándose de la cama para trepar hasta ella, y entonces vio la luna en cuarto creciente iluminando las laderas de una enorme cadena montañosa, y ya no tuvo duda: Estaba en Joseon; y además estaba dentro del palacio. Las murallas que se podían ver también desde su pequeña ventana se lo corroboraban.
Estaba en el castillo de Joseon y ahora era prisionero del rey Jungkook. La idea de estar en esa situación, lejos de fastidiarle o atemorizarle, le producía una agradable excitación que se concentraba en su entrepierna. Sabía que si estaba allí era porque más temprano que tarde, Jungkook querría verlo y hablarle de tú a tú. Aquello lo emocionaba sobre manera. Ver de nuevo a ese mágico ser, tenerlo de frente; ser testigo una vez más de la abrumadora belleza del "Tesoro de SiKje" era todo lo que deseaba en la vida.
Muy temprano lo sacaron de su celda. Todavía era de madrugada cuando lo arrastraron fuera de la prisión, llevándolo a los patios donde luego le dieron un largo baño, le recortaron los cabellos, le rasuraron la barba con navajas de plata y le pusieron unas prendas finas de lino del color de la champaña, con unas zapatillas de cuero muy brillantes, adornadas con diamantes. También le pusieron broches nacarados y le empolvaron la nariz.
De esta forma, Hyung Sik volvió a lucir nuevamente como el príncipe que era, y no como el desagradable reo que habían traído varias horas atrás.
Estaba emocionado.
Estaba seguro de que todo aquello era la antesala para su reencuentro con Jungkook.
Tal como pensó, luego de un frugal desayuno en un comedor improvisado en el mismo patio donde fue aseado, unos guardias lo condujeron dos niveles más abajo. Debía estar en el área de invitados y eso no le agrado, porque le hizo dudar si sería realmente Jungkook la persona con la que se entrevistaria, o si éste le habría cedido los honores a algún subalterno.
La idea le descompuso el ánimo y por un momento creyó que devolvería el desayuno. Pero los guardias no le dejaron retrasarse, y a rastras lo hicieron entrar a una de las habitaciones del ala izquierda de aquel corredor.
Era una recámara pequeña pero muy bien iluminada. Hyung Sik miró a derredor y notó que el lugar tenía vista a los jardines, por lo que calculó que estaba ubicada en las zonas interiores.
No era por lo tanto una habitación importante, aunque estuviese muy bien decorada con una mesa redonda en un rincón, un librero en la esquina derecha, un ropero empotrado en la izquierda y la cama pulcramente limpia en el centro. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas se movían al compás de la brisa matinal. También había un óleo que retrataba las cataratas de Cheongyejeon, una de las caídas de aguas más impresionantes que pudieran existir, y por ende, uno de los sitios más bellos de Joseon.
—¿Le gustan las cataratas, Alteza? —La voz suave sacó a Hyung Sik de su letargo, obligándole a girar hacia el sitio desde donde Jungkook, de pie ante él, lo miraba con hipnótica seriedad.
Hyung Sik ni siquiera había oído cuando las puertas de la recamara se habían vuelto a abrir, pero ahora sí que podía ver perfectamente cómo entraba mientras sus guardias cerraban las puertas a sus espaldas y se alejaban de alli a largos pasos.
—Su Majestad. —susurró el Kaesongino, perdiendo el aliento.
—He pedido que nos dejen a solas y no nos interrumpan —aseguró Jungkook, dispuesto a ir al grano en ese asunto. Por ello, avanzó hasta su invitado y con un gesto benevolente lo invitó a tomar asiento.
Hyung Sik lo obedeció, sentándose en el sillón que tenía frente a él, y entonces Jungkook se apresuró a servir dos copas de vino con la que luego propuso un brindis para romper el hielo.
No tenía miedo de que lo envenenaran. Estaba seguro de que no lo matarian hasta que revelase el nombre del sitio donde estaba "El libro de las Diosas". No podía creer que algo como eso lo hubiese convertido en el rehén más importante de los cinco reinos en ese momento. Sin embargo, no iba a desaprovechar su oportunidad y si quería la ubicación de ese libro, tendría que darle lo que él le pidiese.
Jungkook sonrió en ese momento, como si pudiese leerle los pensamientos. Hyung Sik se revolvió en su asiento y entonces el rey puso su copa sobre la mesa que estaba a su lado, cruzando una de sus piernas con estudiada sensualidad.
—¿Sabe porqué esta aquí, Alteza? —preguntó con un tono que pareció más bien un suave ronroneo.
—Quieres el libro de las Diosas —contestó, tuteándolo, sintiendo que hervía de pasión. Jungkook sonrió asintiendo despacio, inclinándose un poco sobre su silla para dejar que sus cabellos cayeran sobre su rostro, hechizantes.
—Sí, eso quiero —aceptó con una mirada perversa.
—La pregunta ahora es, ¿qué quiere usted, Alteza? ¿Acaso lo sabe?
Hyung Sik soltó la copa y avanzó hacia él. Jungkook, quien también se había puesto de pie, al verlo avanzar, lo detuvo con sus manos estiradas hacia el frente, dejándolas reposar sobre el pecho del varón.
—Será bajo mis reglas —dijo secamente, tratando de alejarse. Pero Hyung Sik no le permitió hacerlo y de un brusco movimiento lo tomó entre sus brazos, ciego de deseo.
—Estas en desventaja y lo sabes —gruñó como animal en celo. —No tienes derecho a ponerme reglas. ¡No te burlarás de mí de nuevo como lo hiciste en Koryo, ayudado por ese miserable de Taehyung! —le advirtió en tono peligroso. —¡Esta vez serás mío!
—¿Estás seguro de que llevas la ventaja? —Jungkook detuvo su forcejeo, retándolo con su mirada —¿Estás seguro de que yo deseo más el libro de las Diosas de lo que tú me deseas a mi?
A Hyung Sik le temblaron las piernas, sintiendo que podía escurrirse hasta el suelo bajo el poder de esa mirada. Jungkook intentó zafarse de su agarre, pero una vez más el rudo varón no se lo permitió. A pesar de su negativa, Hyung Sik lo retuvo con toda su fuerza y lo besó con total y absoluta entrega.
Sería aquel el último beso que le diera en la vida, porque estaba seguro que ese rey, de belleza perturbadoramente maligna, iba a matarlo luego de que le revelase el paradero de aquel libro.
Ya no le importaba nada, ni siquiera su vida. Lo único importante para él era tener a ese doncel entre sus brazos. Lo tendría, lo haría suyo aunque fuese una sola vez, y luego moriría feliz, dichoso, embriagado de felicidad por haber tenido la dicha de poseer, aunque fuese por un breve instante, a ese magnífico tesoro creado por las mismas Diosas.
Ya no le importaba nada. No le importaba morir, si con su muerte pagaba por la satisfacción de haber conocido la calidez de ese cuerpo, la estrechez de aquellas entrañas; la inmensa felicidad de poder vaciar su último placer en el cuerpo más tentador, perfecto y perversamente bello que las Diosas hubieran creado jamás. No existe ni existiría jamás, en los 5 reinos, alguien más hermoso que el rey Jungkook.
Con una bofetada, Jungkook lo alejó de su boca. No había dormido en toda la noche pensando en lo que tendría que hacer para que le revelase el paradero del "Libro de las Diosas", presintiendo que a última hora se arrepentiría de todo lo que planeaba, tal cual estaba sucediendo.
Habia ordenado a la guardia echar llave por fuera de la recamara, porque necesitaba sentirse entre la espada y la pared, de modo que le fuera fácil recordar el motivo que lo llevaba a realizar aquello.
¡Se estaba prostituyendo por un libro! Un libro que no le interesaba, pero que necesitaba para poder recuperar "La amatista de plata" y con ella devolverle la vida a su amado Taehyung.
Con el libro de las Diosas en su poder, sabía que sus enemigos estarían en sus manos, obligados a cumplir sus requerimientos. Por lo tanto, no tenía más opción que entregarse al príncipe Hyung Sik, aunque la sola idea de hacerlo le produjese nauseas.
No pensaba entregarle nada más que su cuerpo. Sin embargo, cuando lo tomó entre sus brazos con apremiante locura y lo besó con apresuradas ansias, temió que las cosas se le salieran de control y que en esa nueva batalla, que no libraba en campos abiertos ni con espada en mano, no tuviera las herramientas necesarias para salir bien librado.
Tuvo entonces, por tanto, que usar un poco la fuerza para apartar al impetuoso príncipe que no le daba tregua. Para él, era un enemigo más, pues estaba seguro de que antes de negociar con él había estado negociando con los Yurchianos, siendo de forma indirecta, responsable por el secuestro y posterior asesinato de Taehyung.
Si, sin dudas, también tenía que pagar. Jungkook lo tomó de la mano para llevarlo al lecho, donde apremiante, lo tumbó, empezando a desnudarse.
El pacto se selló y Hyung Sik aceptó las reglas. Sólo lo harían una vez, y no habrían besos, ni caricias. Hyung Sik se introduciría dentro del cuerpo del doncel y se retiraría no más correrse, entonces le diría en qué lugar se hallaba el libro de las Diosas y todo terminaría alli.
—Como tú desees, "Tesoro de SiKje" —fue lo que dijo Hyung Sik al cerrar el trato, respirando a bocanadas cuando el cuerpo de Jungkook estuvo totalmente desnudo ante sus ojos.
Su cuerpo era perfecto. No tenía ni una sola cicatriz, a pesar de las múltiples confrontaciones que había tenido con sus pretendientes. No había ni un sólo cúmulo de grasa que afeara la elasticidad de sus músculos marcados y tonificados. El vello púbico, negro como sus cabellos, rodeaba su sexo, dormido pero maravillosamente apetecible, y sus glúteos, como dos montañas Yurchianas, blancas y empinadas, estaban firmes y redondos. Jungkook soltó la larga trenza que llevaba, y sus cabellos cayeron sobre su pecho, extraviando de la vista de Hyung Sik los pezones que éste ya anhelaba probar con su boca.
Jungkook se introdujo del todo en el lecho y se acostó sobre sus espaldas. Si Hyung Sik deseaba otra posición, no le importaba, no iba a moverse de ese lugar ni a participar en nada. Durante todo el tiempo que durara aquello, pretendería no sentir nada ni oír nada; cerraría los ojos y pensaría que todo aquello sólo era un mal sueño, una pesadilla de la cual terminaría por despertar en algún momento.
Tembló cuando finalmente lo sintió posarse sobre él; se crispó cuando sintió esa lengua paseándose por una de sus mejillas. Enseguida pensó en Taehyung y sintió que no iba a ser capaz de resistir aquello, pero con la templanza que caracterizaba su carácter se obligó a permanecer acostado y le pidió valor a SiKje.
Cuando la boca de Hyung Sik se introdujo en su oreja, sintió por primera vez la gruesa y dura virilidad del hombre chocar contra su pelvis. Con un inquietante jadeo, posó sus manos sobre el vientre levemente abultado de Jungkook, acariciándoselo, jugando con la fantasía de que el bebé fuera suyo.
Jungkook sintió náuseas ante aquello, pero para ese momento, el varón ya se había apoderado de sus pezones, succionándolos hasta que el líquido transparente que los donceles producían en esa etapa de la gestación salió, escaso y dulce, mojándole los labios.
En ese momento, Jungkook se arrepintió completamente de todo aquello y se dio cuenta de que por más que quisiera no iba a poder hacer eso de ninguna manera.
Rápidamente, lo empujó con todas sus fuerzas y trató de buscar la puerta, recordando con pavor que él mismo había dado órdenes a sus guardias de cerrarla con llave desde afuera.
—¡¿Qué sucede?! No te iras a arrepentir ahora, ¿verdad? —preguntó Hyung Sik, parándose del lecho con los ojos brillantes de locura.
—¡No te acerques! —advirtió Jungkook, y se echó a correr, llegando a tropezones hasta un armario que había al otro extremo de la recámara.
“Un arma. Tiene que haber un arma” pensó desesperado, revolviéndose con afán, cuando en medio de su inútil búsqueda, Hyung Sik lo asió por sus cabellos con brutal y desmedido afán, lleno de una fuerza y una violencia que rayaba en lo sobrenatural.
—No vas a escapar esta vez, "Tesoro de SiKje" —siseó el varón, ardiendo de lascivia.
—¡Suéltame! ¡Suéltame!
—gritó desesperado, viendo cumplirse lo que tantas veces temió. Finalmente, su belleza y ese extraño magnetismo que despertaba en los hombres, se estaba volviendo en su contra, dotando a su agresor de un deseo carente de razón. Ya lo había visto muchas veces en las miradas de sus pretendientes (en todos, con excepción de Taehyung, él siempre lo miró con amor), y en todas las ocasiones había sido capaz de contenerlos.
Pero esta vez supo que ya no sería así, cuando sintió a Hyung Sik arrastrarlo hasta una mesa e inmovilizarlo contra ésta. Jungkook quedó boca abajo, con su pecho y vientre recostado sobre la madera, y sus brazos apresados contra su espalda por la fuerte mano de Hyung Sik.
Se sentía imposibilitado para defenderse, pues el golpe contra su vientre lo dejó fuera de combate y totalmente mareado. Su embarazo le había hecho perder condición y energía y no tenía las fuerzas necesarias para luchar contra ese huracán de demencia en el que se había convertido Hyung Sik.
Con las lágrimas corriendo ya fuera de sus ojos, pensó horrorizado en la posibilidad de que su bebé se hubiese lastimado por el golpe.
Hyung Sik parecía poseido por los espiritus de todos aquellos desdichados que habían muerto bajo el filo de su espada, y que ahora regresaban buscando lo que en vida no habían podido obtener.
Cuando lo vio tomar su miembro entre sus manos, con la firme intención de introducirse en su cuerpo, no le dio tiempo a lograr su objetivo y lo empujó con toda la fuerza que pudo reunir en ese momento, irguiéndose con rabia hasta dejarlo tirado en el suelo.
Hyung Sik cayó sobre las alfombras de aquel salón con una expresión de absoluta beatitud en su rostro. Era como si hubiese tenido alguna especie de experiencia religiosa, dejando purgadas todas las cuentas pendientes que tuviera con la vida. Jungkook lo miró y atribuyó esto al efecto del veneno que le había colocado en el vino, veneno del cual él también había bebido.
—¿Dónde está el libro de las Diosas? —le preguntó en leves susurros.
—En las ruinas de Daei-ri, debajo de los túneles que conducían al altar del templo —respondió Hyung Sik, temblando de pies a cabeza. —Voy a morir, ¿verdad?
—Si —respondió Jungkook con una mirada heladísima.
—¿Cómo?
—Puse veneno en el vino que bebimos hace un rato.
—¿Que bebimos?
—Si, que bebimos —La mirada de Jungkook pasó de fría a perversa. —Yo tomé el antidoto antes de entrar aquí. El veneno no me hará ningún daño,
—¿No confiabas en tus encantos para atraerme? ¿Pensaste que podía importarme más mi vida que poseerte, tesoro?
Al oír aquella palabra, se le secó la boca y un gesto de espanto le hizo doblarse con espasmódico dolor, vaciando su estómago sobre el tapizado.
—El veneno tardará en actuar, —dijo cuando se recuperó de las náuseas. El susodicho alzó el rostro y lo miró, luchando contra la parálisis que comenzaba a entumecer su cuerpo.
—Nunca hubiera cambiado el libro de las Diosas por evitar esta agonía, pero sí por tenerte a ti, tesoro de SiKje. Perderte sin haberte tenido es la peor agonía que un hombre puede tener. Es necesario que lo sepas.
Jungkook se estremeció cuando Hyung Sik lanzó un gemido y su cuerpo se arqueó en agonía. Aquel veneno lo tendría así por horas y horas. Lo había preparado, justamente para producirle una gran agonía como castigo por haberse atrevido a tocar su cuerpo.
Jungkook no usó ese veneno como método de presión para sacarle la información que necesitaba, pues sabía de sobra que con sus artes de seducción lo lograría. Sabía que los hombres que caían bajo su embrujo no sentían el menor miedo a la muerte. No obedecían a ninguna razón, ni lógica humana.
Por eso ahora, mientras observaba a Hyung Sik revolverse con espantoso sufrimiento a sus pies, sintió una infinita compasión por él. Le asqueaba y le enternecía al mismo tiempo. Era como un ser diminuto y débil, como lo habían sido todos sus pretendientes con excepción de Taehyung.
Cuando comenzó a sangrar por la nariz, Jungkook se le acercó y se puso en cuclillas a su lado, envuelto aún en su espectacular desnudes.
—No eres más que un pobre humano miserable —le dijo acariciando suavemente su mejilla. —¿Deseas que te ayude a terminar con tu sufrimiento?
—Mi gemelo Hyung Nil, dijo que yo... moriría de amor —resopló el Kaesongino.
—Será un placer, morir por tu mano... Tesoro de SiKje.
Entonces, Jungkook llevó ambas manos hasta el cuello de Hyung Sik y apretó con todas sus fuerzas. Mientras el aire abandonaba por completo los débiles pulmones de aquel infeliz, lo miró a los ojos, como había mirado a cada uno de los pretendientes abatidos con su espada y le sonrió.
Hyung Sik murió asfixiado bajo las manos de Jungkook, pero al expirar, su rostro no presentaba ninguna huella de sufrimiento ni agonía. Su cadáver parecía sonreír y gozar de una gran paz, una terrible y macabra felicidad.
El banquete de bodas inició sin contratiempos. Jungkook apareció puntual en la capilla mayor de palacio, hermosísimo en su traje blanco y sin un solo rastro de violencia que evidenciase lo que había sufrido en la mañana.
Sólo Jin Goo, de pie, frente a las escalinatas del altar lo sabía todo, y había tenido que hacer de tripas corazón para no abofetear a su futuro esposo cuando se enteró de lo ocurrido.
Cuando Jungkook le dijo lo que haría con Hyung Sik, pensó que le sacaría la información con métodos de dolor y no de placer. Por eso estalló furioso cuando uno de sus donceles de compañía, lo buscó a eso del medio día, para decirle que su señor había sido lastimado.
Jin Goo corrió entonces a las habitaciones de su prometido, empujando las puertas de un solo golpe, encontrándolo desnudo y tembloroso.
Al verlo así, tan frágil y herido, la rabia de Jin Goo se apagó y sus deseos de reprenderlo se esfumaron. Lo que hizo fue acercarse a la cama y abrazarlo con todas sus fuerzas mientras Jungkook se deshacía en un desgarrador llanto.
Gracias a las Diosas, el bebé estaba en perfectas condiciones y no había sufrido ni el menor rasguño. Sin embargo, Jungkook lucía un poco pálido y estaba muy adolorido. Jin Goo pensó en aplazar la boda, pero a Jungkook, la sola idea le pareció el mayor de los exabruptos. Le aseguró que la boda se haría, que la recuperación que los médicos pronosticaban para dos días, él la lograría en cinco horas.
Y así lo hizo.
Jungkook caminó por la gruesa alfombra con toda su majestuosidad. Parecía más una aparición divina que un rey, y la corona, que desde hacía años no usaba con frecuencia, le daba un porte de grandeza, exquisito.
Los nobles, venidos desde los cuatro puntos cardinales, quedaban sin aliento al verlo desfilar detrás de los sacerdotes de SiKje, que precedían el rito sagrado. Sólo Jimin, sentado junto a Yoongi, en la tercera banca del ala derecha, lo miró con desprecio cuando pasó por su lado.
Jungkook recorrió todo lo largo del pasillo central, llegando finalmente hasta el sitio donde Jin Goo ya le esperaba, sosteniendo una vasija que contenía el agua sagrada de la fuente de Nuville, como símbolo de pureza, lo cual dio mucho de qué hablar entre los invitados.
Pero Jungkook no se dejó amedrentar y continuó con su ceremonia sin romper ninguna parte del protocolo. El rito matrimonial de Joseon era largo y solemne. De todos los reinos era el único donde aún se celebraba en su lengua madre, pese a que por ello, no todos pudiesen entenderlo.
Durante la segunda parte del rito era necesario apagar las lámparas para que los novios encendieran el fuego que dejaban arder durante el tiempo que duraran los banquetes. Si el fuego se apagaba antes de la madrugada, el rito se consideraba nulo y quedaba terminantemente prohibido consumarlo hasta pasado un mes, plazo en el cual se repetía nuevamente. Si en tres ocasiones, el fuego se apagaba antes del tiempo establecido, ello significaba que el enlace no era del agrado de SiKje, y entonces los novios debían buscar nuevas parejas.
Los sacerdotes dejaron el fuego consumiéndose ante el altar, y el coro, ubicado en el balcón del campanario, entonó los canticos a SiKje. A Jungkook se le arrugó el corazón imaginando a sus padres ante aquel altar muchos años atrás, y el miedo que sintió ante el pensamiento de que su historia también terminara en tragedia hizo descender una lágrima hasta su mejilla. Jin Goo la notó y la limpió, tomando de paso su mano enguantada sobre la que depositó un dulce beso.
Los cánticos terminaron y empezó la parte final. Jungkook y Jin Goo unieron sus manos diestras, recibiendo la bendición final. Ambos entendían a la perfección la oración del sacerdote y la repetían con perfecta dicción. Luego, los padrinos, uno por uno, y en un total de diez por cada novio, los ungieron con esencias perfumadas mientras arrojaban al fuego frutos secos para conjurar la fertilidad.
El rey consorte Woo Seok se había mostrado incómodo durante toda la ceremonia. Estaba esplendoroso aún vestido de luto, y aunque sabía que las lenguas viperinas estaban en ese mismo instante comentado sobre su presencia en una boda a pocos días de los funerales de su primogénito, él había decidido asistir y no sólo lo hizo por la curiosidad casi morbosa que le producía ese enlace, sino también porque sabia que Taehyung muy seguramente debía estar por allí, rondando por los alrededores, espiando todo muy de cerca.
Y a él le correspondía estar allí, muy cerca de Taehyung, apoyándolo, brindándole consuelo en aquella pena.
Woo Seok se llevó una mano al pecho y suspiró. Se sentía supremamente acongojado. Como madre y como hombre que había conocido la pérdida del amor sabía que aquella brumosa noche de otoño y de luna creciente era sin duda el día más triste que Taehyung hubiese vivido jamás.
Unos minutos antes de la media noche, cuando los banquetes se hallaban en todo su apogeo, con la nobleza divirtiéndose en medio de bengalas, rondas de bailes, vino y pompa, y el pueblo, tras las murallas, se agolpaba en las calles en fiestas, derrochando alegría, los sacerdotes entraron nuevamente al templo para verificar el fuego.
Taehyung, que se había camuflado en los jardines del palacio, como solía hacerlo en sus épocas de espionaje a Jungkook, oyó el sonido de las campanas, anunciando la conservación del fuego y por tanto la validez del ritual. Ahora los desposados se retirarían a sus habitaciones y consumarían la unión.
Aturdido de dolor, se dejó caer entonces sobre la tierra fría de aquel lugar, llorando de pena ante su última esperanza desvanecida. Con cuidado tomó el único retoño de rosa negra, que logró conseguir en los jardines de un campesino, y lo trasplantó en el mismo lugar donde Jungkook, tiempo atrás, había tratado de cultivarlas sin éxito.
En cuatro meses volverían a verse, y para entonces, las flores estarían abiertas en todo su esplendor. Sería en ese momento cuando Jungkook se enteraría de que él vivía, y si su corazón aún le pertenecía, no permitiría que nadie los separara otra vez.
Pero por ahora no podía ser. Por lo pronto debería ser un espía de nuevo; un amante loco en las sombras, un enamorado tonto sin posibilidades de tener a su amado.
Pero sólo por cuatro meses, hasta que su hijo naciera.
A Namjoon se le hacía muy dificil buscar a Woo Seok entre la multitud de parejas que se agolpaban en la pista de baile. La última vez que lo había visto estaba conversando con los condes de Simarion, y parecía estar realmente desesperado porque mientras hablaba no dejaba de tocarse el cabello y miraba a todos lados. Hasta Seokjin había salido hasta la terraza para ver si lograba verlo entre los jardines o quizás perdido en el laberinto de setos. Pero nada; no había ningún indicio de su paradero.
Su mamá buscaba a Taehyung, o por lo menos eso pensaba. Si estaba en lo correcto, lo mejor era que actuaran con prudencia; sospechaba que la noche auguraba acontecimientos importantes.
Durante aquellos dos últimos días, no había podido comunicarse telepáticamente con Taehyung, y aún no podía entender por qué, éste no había tratado de detener la boda de Jungkook.
Inquieto, sacó de su bolsillo el reloj de cristal que solía pertenecerle a Hyunjin y miró la hora en él.
Eran casi las nueve.
En Koryo apenas estaría oscureciendo y seguramente Hyunjin ya habría abandonado la biblioteca. Le habría encantado traerlo con él porque sabía cuánto adoraba las fiestas; sin embargo, reconsiderando la idea, lo mejor había sido que se quedara. Su embarazo era más que evidente y la verdad no iba a tener paciencia para soportar que los burgueses y los nobles lo miraran con desdén y lo despreciaran por no estar casados aún.
No soportaría ver que los jóvenes de su edad le dieran la espalda por temor a estarse relacionados a un doncel de comportamiento disipado. Con Jungkook era diferente; él era el rey y el anfitrión, mientras que en ese reino, Hyunjin sólo era un principe extranjero. No lo habrían tratado nunca con igual consideración de haber sido visto en público con una barriga de casi cuatro meses, a sólo dos días de su boda.
Namjoon apretó un poco más su copa, pensando en que Hyunjin tuviera una razón más para sentirse avergonzado. Ya suficiente tenía con todo lo sucedido.
Desde el día en que se enteraron de las fatales consecuencias dejadas por el triangulo amoroso entre los reyes de Koryo y el rey consorte de Jaén, Hyunjin era incapaz de mirar a Woo Seok a los ojos. Se sentía terriblemente mal pensando que tal vez era él quien debía haber muerto en lugar del otro niño.
Woo Seok no podía estar más en desacuerdo con esa idea, y por eso la mañana de la boda, mientras Hyunjin se arreglaba, el rey consorte entró en la recamara que ocupaba, y colocándose a sus espaldas lo sorprendió amarrándole el cabello con unas cintas bordadas en oro.
—Espero que tu matrimonio este lleno de alegría y amor, —le dijo atándoselas en las hebras de su cabello. Luego, poniéndose frente a él, lo abrazó con calidez. —Eres la felicidad de mi hijo y la madre de mi nieto. Luego también eres mi hijo.
Aquel gesto distendió las cosas, pero aún así, Namjoon sabia que Hyunjin no se sentía todavía completamente en confianza. Por eso duraba días encerrado en la biblioteca entre sus libros y no hablaba durante las comidas. Sin embargo, estaba mucho más contento de lo que lo hubiera visto jamás. Siempre había intuido que ese niño malcriado ocultaba algo realmente escalofriante detrás de esos ojos llenos de rabia y ahora sabía que era.
Namjoon había usado su telepatía con él. Había avanzado tanto en su poder que no necesitaba su autorización para escudriñar en su mente. Sin embargo, lo hacía durante los momentos de intimidad, pues la mente aturdida por el placer era más fácil de invadir.
Las primeras cosas que vio no le sorprendieron mucho, porque ya las conocía. Estaba al tanto sobre la canallada perpetuada por In Guk cuando le dislocó los brazos y también sabía sobre su poco prudente gusto hacia la bebida. Sabia que, por lo menos antes de su llegada a Koryo, le gustaba embriagarse, lo que no sabía era como había empezado ese gusto.
Descubrirlo fue algo escalofriante.
Aquello sucedió durante la tarde en que lo llevó al lago por primera vez. Mientras hacían el amor sobre la húmeda hierba, penetró algo más que su cuerpo, y adentrándose en los recuerdos de aquella oscura mente, se encontró con una terrible escena.
En ella, Hyunjin de poco más de doce años entraba al despacho privado de su padre, aprovechando que éste se encontraba fuera. El niño sacó un tomo empolvado y desmadejado de la pequeña estantería de libros de aquel lugar y buscó rápidamente una página que ya tenía memorizada. Al encontrarla, aparecieron ante él unas imágenes explicitas de hombres teniendo sexo. Se sonrojó y rio bajito. Días atrás, uno de sus amigos le había hablado sobre el libro confesándole que lo leía a escondidas de sus padres, camuflándolo bajo el empastado de un tratado de culinaria. Hyunjin recordó que su padre tenia un ejemplar en su despacho y decidió entrar a buscarlo apenas tuvo la oportunidad.
La travesura le costó cara.
Hyunjin estaba tan entretenido en esa inocente curiosidad que cuando le hablaron al odio tiró el libro, que de lo viejo que era se desojó en el aire. No tuvo ni oportunidad de explicarse porque In Guk lo sujetó con fuerza lanzándolo de espaldas sobre el escritorio. Hyunjin pataleó pensando que su padre lo golpearía por encontrarlo viendo indecencias.
Por eso, cuando In Guk inclinó su rostro, lo tomó de la barbilla y lo besó, el pobre niño no hizo más que pasmarse de la impresión y dejarlo hacer.
Pasaron algunos segundos antes de que lo empezara a desnudar. Hyunjin pensó, en su inocencia, que su padre quería marcarle la piel a golpes, y cuando lo vio desajustarse el cinto acentuó más esta teoría, encogiéndose de miedo.
Pero los golpes nunca llegaron. In Guk terminó de bajarse los pantalones y la ropa interior, mostrándole al pequeño príncipe su sexo grande y erguido.
Hyunjin se echó hacia atrás, desnudo sobre la mesa. No podía intuir lo que podría pasarle porque las escasas imágenes que había alcanzado a ver en aquel libro erótico no eran suficientes para poder vislumbrar las inmundas intenciones de su padre. No obstante, sí sabía que aquello estaba muy mal. La mirada de locura en los ojos de In Guk le decía que no recibiría una golpiza ordinaria como pensaba. Recibiría algo peor. Mucho peor.
Gritó con toda la fuerza que le otorgaron sus pulmones, al verse aferrado por el macizo hombre que, con su musculoso cuerpo sobre el suyo, lo ahogaba. Lloró como no recordaba haber llorado nunca antes mientras seguía implorando ayuda entre sollozos.
In Guk le hablaba en Yurchiano, diciéndole obscenidades de un calibre que él aún no alcanzaba a comprender. Lo llamaba Hyo Seop y lo lamia, lo besaba y le agarraba los genitales. Hyunjin se revolvía en sus brazos con una angustia que le subía a la garganta en forma de un nudo enorme. In Guk lo apretaba, separándole las piernas para poder penetrarle. Hyunjin sentía la masculinidad de su padre intentando abrirse paso entre sus glúteos, pero con gran resistencia se lo impidió. Finalmente, agotado de sus esfuerzos inútiles, In Guk soltó una bofetada sobre el rostro del pequeño, quien segundos antes había logrado hacerse con un abrecartas que se hallaba sobre el escritorio.
Cuando el rey bajó su brazo y descargó el golpe, Hyunjin le clavó el objeto plateado en toda la palma de la mano, con tanta fuerza que el filo ensangrentado le salió del otro lado.
Justo en el momento en que In Guk se incorporó, bramando de dolor, Yoongi entró en la oficina con rostro de poseído de furia. Al ver la escena, sus facciones se pusieron rojas, como si en cualquier momento fuera a explotar. Se abalanzó sobre su padre con la violencia de un toro y de no haber sido por la intervención de la guardia real, que venía a pocos pasos del entonces príncipe, sin duda lo habría matado a golpes.
Después de aquel día se vio siempre a los principes muy juntos. Yoongi no le perdía ni pie ni pisada a su hermano y éste lo agradecia. Todo aquello lo habia dejado con los nervios de punta y más cuando dos meses después comenzaron a levantarse rumores acerca de que Yoongi conspiraba para matar a su padre.
Hyunjin vivía intranquilo, angustiado. Su carácter se fue volviendo huraño y agresivo. Estaba siempre de mal humor, e incluso, se volvió algo sádico con sus sirvientes. Su rabia sólo se calmaba cuando se encerraba en su recamara y la única cosa que lograba mantenerlo en paz y alejado de aquellos recuerdos, era la botella de vodka escondida bajo su colchón.
Una mano grácil y delgada asustó a Namjoon al posarse sobre su hombro. Dejando de lado los turbios recuerdos que lo habían estado embargando durante esos últimos minutos, el príncipe giró su rostro y unos ojos que lo miraban con atención, lo sorprendieron.
Al reparar de pies a cabeza al dueño de tales ojos, descubrió que se trataba de Van Zhan, futuro conde de Simarion. El muchacho, pulcramente vestido de negro, con una camisa cerrada hasta el cuello, y el cabello ocre recogido y escondido bajo un sombrero oscuro, estiró su mano enguantada. Era un doncel bello y sombrío, parecía un hermoso espectro.
—Es un placer verle alteza; no era mi intención asustarlo —se excusó el jovencito con una respetuosa reverencia.
—Sólo pasé a brindarle mis condolencias.
—Muchas gracias —respondió Namjoon, escrutando sin reparos los ojos tristes que lo miraban con dolor, —aunque creo que las condolencias deberían ser mutuas —agregó con brutal sinceridad. —Sé que usted estaba enamorado de mi hermano.
El rostro desolado del doncel, se volvió más sombrio, y por esos ojos apagados corrieron varias lágrimas. El jovencito sollozó ligeramente, conteniéndose.
—Mis padres consideran escandaloso que le guarde luto a un hombre que nunca fue mi marido, pero no me importa, le guardaré luto a Taehyung hasta que yo también me muera. Lo juro.
—Pero eso no es justo, excelencia —replicó Namjoon mirándolo con compasión. —Es usted muy joven y bello para resignarse a tan amarga suerte.
—El amor es injusto alteza. —El muchacho sonrió de medio lado. —Taehyung lo sabía y yo también lo sé.
Devolviendole la sonrisa, Namjoon trató de añadir algo más, pero justo en ese momento sonaron las trompetas en las puertas principales del castillo. De inmediato, los invitados corrieron hacia las terrazas para mirar quienes eran los recién llegados que se habían quedado rezagados, apareciendo con dos días de retraso, a los banquetes de boda. En aquel momento también, Seokjin se acercó a Namjoon y al conde.
—Es el rey de Yurchen, parece que finalmente ha decidido presentarse.
Namjoon suspiró. No veía a Woo Seok por ningún lado y eso no le agradaba en lo absoluto. Sintió un retortijón en el estomago. Presentía que las cosas se pondrían feas, muy feas.
—No puedo creer que haya tenido la desfachatez de presentarse después de la infamia que cometió contra Kaesong y contra Koryo —dijo el conde empuñando su espada con furia. Namjoon y Seokjin asintieron al tiempo.
De repente, uno de los guardias anunció la entrada de los reyes anfitriones. La pareja de recién casados se hacía presente de nuevo después de un día de ausencia para cerrar los banquetes.
Jungkook vestía nuevamente de negro, al igual que Jin Goo, quien caminaba a su lado. Se sentaron en sus tronos y se tomaron de las manos. Los presentes se encontraban de pie ante ellos mirándolos absortos.
En ese momento, varios guardias entraron en la estancia arrastrando una mesa de platino que dejaron frente a los reyes. Los invitados empezaron a murmurar sobre cuál podía ser el contenido de la vasija que se hallaba sobre la mesa, y como respuesta, Jungkook le sonrió a Jin Goo y éste le estrechó la mano, devolviéndole el gesto.
—Estimados invitados, —habló entonces Jungkook, pausadamente. —Agradezco a todos su presencia en mis dominios y su participación en los banquetes de mi boda. Ahora, para cerrar este acontecimiento, propongo a todos ustedes un juego. ¿Les parece bien?
Las palabras de Jungkook azuzaron a la audiencia. El público aplaudió y gritó vítores. Una exaltación generalizada dotó la escena de una abrumante tensión.
—Yurchen es una nación que tiene por cabeza a un rey asesino y miserable —continuó el doncel, con
fuerza y poderío, obteniendo más ovaciones. —Por eso hoy, les mostraremos que no le tenemos miedo y que no se saldrá con la suya. Intentaremos hacer un pacto con ellos esta noche pero de no obtener la respuesta que esperamos no cederemos ni un ápice. Joseon entrará en guerra con Yurchen y los aplastaremos. ¿Están conmigo?
La muchedumbre estalló en gritos de apoyo. Llevaban esperando eso desde el cierre de las fronteras y el acoso de los Yurchianos a ciertas aldeas de Joseon.
Los regimientos avanzaron jurando lealtad con el puño sobre el corazón; los nobles se mostraban un poco más renuentes, pero terminaron por ceder.
Antes que Jin Young y compañía cruzaran del todo las puertas del castillo de Joseon, Jungkook ya sabía que en pocos minutos se rompería definitivamente el "Gran pacto".
Los tiempos de paz habían
terminado. Se acercaba de nuevo el tiempo del dolor y la muerte. Los Yurchianos lo habían querido así. Las
Diosas lo habían querido así y decía la profecía de Seonghwa que solo uno de los cinco reinos quedaría en pie.
Continuará...
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