Confesiones
El espejo le devolvía una imagen irreconocible. Por más que se mirase en incontables ocasiones y se buscara en sus ahora opacos ojos, ya no se encontraba. Estiraba sus dedos y acariciaba su reflejo tratando de convencer al ser que tenía enfrente que le trajese su pasado de vuelta. Pero la imagen que este le devolvía se lo negaba, consolándolo únicamente con una lágrima solitaria.
Jimin se sentía demasiado confundido, herido y ultrajado mucho más allá de la carne. Había tenido un susto de muerte durante la noche cuando al despertar de su intranquilo y ligero sueño, se había topado con la silueta de un chicho mirándolo desde arriba y casi hubiera pegado un grito de no haber sido por que el chico avanzó un paso y la luz de la luna le pegó en toda la cara, revelando su identidad.
Se trataba ni más ni menos que del propio príncipe Hyunjin en persona. Entonces el chico le había contado la verdad sobre los motivos que había tenido Yoongi para hacer lo que hizo, como si esperara que con ello todo se solucionara.
Pero… ¿Todo podía solucionarse tan fácilmente? Jimin pensaba que no.
No recordaba ya cuantos años llevaba enamorado del heredero al trono de Jaén. Estaba consciente que los roces entre ambos reinos impedirían un compromiso entre ambas familias, pero aun así, la esperanza de que algún día una comitiva de Jaén se presentara en Koryo, y el príncipe Yoongi se bajara de su caballo para pedir su mano, nunca había dejado de rondar en su fantasiosa cabecita.
Pero ahora, todo se había estropeado.
Aunque hubiese tenido como motivo vengar la supuesta deshonra de su hermano, Yoongi no podía quedar exento de culpa. Lo que le había hecho había sido un crimen horrendo e irreparable, y él no podía perdonárselo jamás.
¡No podía casarse con él! ¡Ya no era el príncipe de sus sueños, ahora era su verdugo! ¡El monstruo de sus pesadillas, que lo había roto en pedazos!
Se echó a llorar de nuevo. ¿Por qué tenía que estar pasando todo así? ¿Por qué en esas condiciones? ¿Por qué las Diosas eran tan crueles? ¿Por qué habían acercado a Yoongi hasta a él en circunstancias tan horribles?
En esas estaba, gimoteando sobre su acolchado lecho, cuando la guardia de su puerta anunció la llegada del médico. Jimin le ordenó el paso con un escueto “Adelante”, y el anciano hombre entró a la habitación solo, sin ayudantes, cargando el bolso de sus instrumentos.
—Buenos días —saludó con una sonrisa que le iluminaba el ajado rostro. —¿Cómo amaneció hoy, alteza? ¿Mejorando?
—Solo del cuerpo —respondió Jimin.
El anciano esbozó una sonrisa triste y fue hasta la mesa de la esquina a preparar sus instrumentos. Mientras lo hacía, su paciente se desnudaba. A medida que desenredaba los nudos de su camisola y la bajaba hasta la cintura se iban revelando las diferentes magulladuras. Algunas estaban moradas y dolían, otras ya eran simples rasguños que empezaban a cicatrizar. Pero sus manos aun estaban en carne viva y ardían mucho bajo los vendajes.
Jimin sabía que aquellas quemaduras en sus manos eran lo único que no encajaba en la versión que había dado sobre lo ocurrido. Por eso las cubría con guantes cuando sus donceles o sus familiares entraban.
Namjoon había sido el más sagaz y le había preguntado si le había ocurrido algo en las manos, pero él había hecho acopio de toda la tranquilidad que logró reunir diciéndole que solo tenía frio. Esperaba que su hermano le hubiese creído, pero presentía que no era así... pero para su tranquilidad, por lo menos no había preguntado más.
Pensaba en esto cuando el médico finalmente se acercó. Jimin no podía evitar llorar cuando tenía que abrir de nuevo las piernas y permitir que el anciano le colocara aquel emplasto entre los glúteos. Sin embargo, aquella pasta mentolada le había ayudado mucho.
En solo cuatro días había dejado de sangrar para defecar y ya podía sentarse de nuevo. Aun así, era vergonzoso tener que mostrar su deshonra de aquella forma. Cada vez que lo hacía el rostro de Yoongi volvía a su mente; como un ente frío, déspota y cruel una y otra vez, en su mente mancillaba su cuerpo y desgarraba su interior.
Entonces, de repente, aquella duda que tanto lo consumía volvía a su mente como un relámpago. Las entrañas volvían a retorcérsele con dolor y las nauseas subían a su garganta. Esa duda era lo que menos lo dejaba dormir en las noches.
—Médico —preguntó con voz temblorosa y mirada vibrante, —¿Cuando estaré seguro de que no…? ¿Cuándo sabré si no…? —No fue capaz de terminar la pregunta, pero aún así el anciano entendió a la perfección cuál era su duda.
—Lo que su alteza quiere saber es cuando estará seguro de no estar embarazado ¿Verdad? —preguntó con dulzura.
El príncipe asintió.
—Pues, mi pequeño señor. Por desgracia hacen falta aun once días para salir completamente de dudas. —El facultativo no quería preocuparlo pero tampoco quería mentirle. Hasta que no se cumplieran quince días de la posible fecundación y los ojos del doncel no cambiaran de color, no se podía estar seguro de que este no se encontrara embarazado.
Así se lo explicó a Jimin. Pero este estaba demasiado agitado para comprenderlo.
—Pero… pero —intentaba replicar. —¿La poción que me diste? ¿La poción para no concebir? ¿No servirá? —inquirió suplicante.
—Es lo que esperamos, alteza. —El anciano se sentó junto a él en la cama ayudándole a vestirse de nuevo. —Pero las pociones para no concebir no son del todo efectivas, mi joven señor. Según sea la voluntad de las Diosas funcionan o no.
“Las diosas se pueden ir a los infiernos”, tuvo ganas de responder. Pero su temor a recibir un castigo peor por su blasfemia, si eso era posible, le hizo callar.
—Hijo —volvió a hablar entonces el galeno mientras le examinaba las manos. La carne aun estaba expuesta, y aunque las heridas no se habían infectado, el tejido lucía muy inflamado.
—Hijo, mis ojos te vieron nacer —lo tuteó—, mis manos te extrajeron de las entrañas de tu madre y te pusieron en sus brazos. Hijo, tu mamá entenderá esto, debes contárselo aunque sea a él. —Alzó la vista en busca de respuesta. Pero lo que se encontró fue con el rostro crispado del otro doncel.
—No… no… —Jimin negaba con la cabeza y con un hilo de voz le habló. —Usted me lo prometió. —Alzó más la voz recogiendo las manos. —Me prometió que no le contaría a nadie lo que sabe y mantendrá su promesa. ¡La mantendrá! ¡La mantendrá! ¡Júremelo!
No sin algo de desconsuelo, el hombre lo miró y luego de algunos instantes asintió cabizbajo volviendo a su labor. Jimin le sonrió con ternura cuando terminó de vendarle las manos.
—Médico —le dijo con voz baja. —Si usted supiera quién me hizo esto sabría también porque no debo revelar nada. He leído algunos libros sobre las guerras anteriores a “El gran pacto”. No creo que sea justo romper un tratado de tantos años solo por mi honor.
—¿Y qué pasará si en quince días sus ojos nos revelan la llegada de otro príncipe? —La pregunta hizo que Jimin se crispara. Miró sus manos vendadas de nuevo y luego subió la vista hacía el anciano que ahora estaba parado junto a la cama.
—No lo sé —respondió, como si la respuesta nunca fuese a llegar a su mente.
—Pero tengo once días para pensarlo.
“No hay quinto malo”, rezaba un viejo adagio Koryano y con esta consigna en mente, Jimin se resolvió a salir por primera vez de sus habitaciones luego de exactamente cinco días de estar en un estricto confinamiento.
En honor a la verdad, ya se encontraba, al menos físicamente, bastante recuperado; ya solo le quedaban por sanar, unos pequeños moretones en la cara y en el cuerpo y el dolor bajo entre sus piernas ya no le impedía caminar.
Decidió que lo mejor era entonces salir y volver a su rutina diaria. Si no lo hacía, su familia podía empezar a sospechar y podían descubrirlo en su mentira. Además, no podía vivir encerrado, tenía que superar lo ocurrido por más duro que fuese.
Los corredores de la mansión central estaban especialmente silenciosos aquella mañana. Sus oídos se habían acostumbrado al silencio de su recamara los días que se mantuvo encerrado. Pero aun así, tanta calma y tranquilidad le resultaban asfixiantemente inquietantes. Sentía que algo era raro, que algo muy malo se acercaba. De repente, se rompió el silencio con el ruido de unos pasos, justo un poco antes del recodo que conducía hacia una de las escaleras principales.
Tanto Jimin como el doncel que lo seguía detuvieron la marcha y en pocos instantes, una figura ampliamente conocida para él, se hallaba ante sus ojos.
—¡Alabada sea Johari! —exclamó el Koryano al reconocer al rey Jungkook como el hombre que se hallaba ante él. —No es posible, mi hermano es un hijo de...
—¡De su madre! —completó el mismo Jungkook, con el rostro congestionado de rabia, pero conservando aún así los modales.
—Iba a decir que es un demente —se corrigió Jimin, avergonzado por la palabrota que casi escapa de sus labios y en ese instante la figura de Namjoon, que a todas luces se notaba que venía siguiendo a Jungkook, también apareció en el corredor.
—¡Le he dicho que no me siga! ¡No quiero oir sus explicaciones! —le gritó el rey al verlo llegar tras él. Desde lo ocurrido dos noches atrás en los jardines, no confiaba en ese sujeto y no quería que se le acercara. Pero Namjoon, al ver de nuevo a Jimin se olvido por completo del otro doncel, y de un solo movimiento se acercó a su hermano alzándolo en brazos.
—Mi pequeño príncipe. Por fin has salido de ese encierro ¿Cómo te sientes?
—Estoy mucho mejor, gracias Namu. —Jimin le sonrió a su hermano con una radiante ingenuidad.
—Perdón por haberlos preocupado.
—Mi pequeño, luz de mis ojos. No hay nada que perdonar. Estoy tan feliz de que estés bien. —Volvió a dejarlo en el piso con cuidado y emocionado tomó las manos enguantadas de Jimin. Los ojos del príncipe se crisparon ante el roce, pero Namjoon no pensó que fuera por ello. Iba a preguntarle qué ocurria, pero antes de hacerlo, otra voz, una que sí había captado bien lo sucedido, se le adelantó.
—¿Le ha sucedido algo en las manos, alteza? —Jungkook lo miró muy inquisitivamente. Tenía claro que esa familia guardaba secretos muy turbios.
—No, ¿Por qué habría de ocurrirme algo en las manos, Majestad? —Jimin se tensionó un poco y retiro sus manos. Luego esbozó una sonrisa tratando de parecer casual. Pero el daño estaba hecho y Namjoon se había percatado de que algo extraño le ocurría a su hermano menor.
—¡Jimin, enséñame las manos! —le exigió a su hermano. —Vamos, déjame verlas.
—No, no me pasa nada. Vamos, es una tontería. ¿Qué tal si bajamos a los jardines a desayunar?
—¡No! —Namjoon lo retuvo del brazo antes de que se marchara. Le miró de una forma tan seria que Jimin sintió miedo. —¡Vas a enseñarme tus manos ahora mismo! —le exigió.
Entonces Jimin, sintiendo que el corazón le empezaba a saltar en el pecho y el miedo caía sobre él como el
más temible de los ejércitos, hizo lo más tonto que pudo ocurrirsele. Se echó a correr por todo el corredor que había recorrido antes, pensando en llegar a la protección de su recamara y encerrarse en ella para nunca más salir de allí. Se encerraria allí para siempre o por lo menos hasta que no hubiese ninguna huella en su cuerpo que le delatara. Pero sus pasos, confundidos y torpes, aun lentos por los rezagos del maltrato, no fueron más rápidos que los de su hermano, y Namjoon en un par de zancadas logró capturarlo, alzandololo de nuevo justo cuando ya se encontraba a puertas de sus habitaciones.
—¡No, suéltame! ¡Déjame, Namjoon! ¡Déjame, por favor! —Jimin comenzó a patalear y a retorcerse como un poseso. Sus sollozos se alzaron sobre el canto de los pájaros y los rayos de sol iluminaron sus lágrimas.
—¡Quitale los guantes, ahora! —le ordenó Namjoon al doncel de compañía de su hermano sin hacer caso a las suplicas de este.
—¡Vamos a saber de una vez por todas, qué es lo que está pasando aquí!
—¡No! ¡No! ¡No!
Pero a pesar de sus suplicas Jimin no pudo evitar que le quitaran los guantes. Sus manos vendadas y quemadas quedaron a la vista de todos y Namjoon lo volvió a soltar, estupefacto ante lo que veía.
—Esas son quemaduras —confirmó Jungkook alcanzándolos. Se sentía responsable por lo que estaba sucediendo y quería saber cómo concluía. —Me han contado que se cayó del caballo, alteza. Pero una caída no quema las manos —señaló, con burla.
—Gracias, Majestad. Estoy seguro que sin su maravilloso aporte nos hubiese resultado imposible llegar a esa conclusión y nadie se habría dado cuenta de lo obvio. —En este punto Namjoon ya había perdido toda su cortesía. Algo estaba sucediendo, algo que no le gustaba para nada y necesitaba saber qué era.
Rápidamente tomó a Jimin de una mano y a Jungkook de su otra mano, y dejando al doncel de compañía en el pasillo, se encerró con sus dos acompañantes en la primera habitación que encontró. Jimin se tiró sobre la cama de aquella recamara nada más entrar, y de nuevo empezó sollozar con descontrol.
—Muy bien Jimin, empieza a hablar ¿Cómo es que te quemaste las manos y por qué no querias que nadie las viera? ¿Estás ocultando algo? ¿Qué fue lo que verdaderamente pasó aquella tarde? ¡Habla! —Namjoon comenzó a recorrer la habitación, tenso como un arco cuya flecha está a punto de ser disparada. Desde el mismo día del accidente de su hermano estaba presintiendo que algo no andaba bien. Sobre todo al enterarse de que ese mismo dia una comitiva del reino de Jaén había estado de visita. —Jimin... —presionó de nuevo. —Estoy esperando una respuesta.
—¡No me ha pasado nada! ¡No me ha pasado nada!
—¿Es verdad que el heredero de Jaén estuvo aquí hace cinco dias? ¿Tú lo recibiste? ¿Hablaste con él?
Jimin alzó la vista de forma tan rápida y asustada que Namjoon por un segundo tuvo miedo de que se rompiera el cuello, así que detuvo su marcha y preocupado se acercó hasta el. Se puso en cuclillas a la misma altura que la de su hermano y miró de nuevo sus manos.
—Jiminnie —repitió más intranquilo y preocupado que enojado.
—Por favor dime ¿Qué pasó?
—Namjoon... —El menor de los principes se sacudió. La preocupación en los ojos de Namjoon lo perforaba como una espada. Ante aquella mirada y aquel amor tan genuino siempre quedaba desarmado, y esta vez no fue la excepción. Apretó fuerte los ojos. —El príncipe Yoongi me violó —confesó al fin.
—¿Qué? —Namjoon sintió como si una flecha le hubiera atravesado la cabeza. Sintió que se quedaba en blanco, que sus pensamientos se perdían en su mente y que un frío inexplicable le calaba muy dentro hasta llegar a los huesos.
—Ese día lo lleve a las criptas... —continuó Jimin, hipando con los ojos bañados en lágrimas.
—Cuando nos quedamos a solas... en los antiguos sarcófagos... él... él... —Pero no pudo terminar su relato.
En aquel momento vio como Namjoon se ponía de pie y daba varios pasos como si fuera un autómata. Jimin se estremeció al verle en ese estado y lanzó un grito cuando su hermano de un manotazo derribó todos los adornos de una estantería que se hallaba junto a la cama.
—¡Por las Diosas! —Jungkook se estremeció también llegando hasta el lado de Jimin. Se sentía muy culpable por lo que estaba ocurriendo y maldecía por lo bajo el haber olvidado su prudencia por culpa de la rabia que lo dominaba desde el día de su rapto.
—¡Hermano, por favor!
¡Hermano... Por favor, cálmate! —suplicó Jimin aceptando el abrazo de Jungkook.
—¡Voy a matar a ese bastardo infeliz! —Los ojos de Namjoon refulgian con un brillo asesino en la mirada. Su mandibula crispada no conseguía cerrarse —¡¿Por qué ese maldito te deshonró?! ¡¿Por qué?!
—Porque según él, Taehyung le habia hecho lo mismo a su hermano Hyunjin y así se vengaría. Pero era mentira... ¡Eso era una mentira!
—¡Por supuesto! ¡Taehyung nunca ha tenido ojos más que para este hombre! —aseguró, señalando a Jungkook. —Hare que la cabeza de ese mal nacido adorne la muralla principal de Koryo... Y también la cabeza de su maldito y mentiroso hermano.
—¡No! —Jimin se zafó de los brazos de Jungkook, y sollozando con descontrol se arrojó a los pies de su hermano. —¡No! ¡Namjoon, te lo suplico, por favor! ¡Por favor, no digas nada! ¡No podría soportarlo! ¡Me mataré si lo haces! ¡Juro que me mataré!
—Pero... —Namjoon se calmó un poco, mirando estupefacto a Jimin. —¿Qué dices? —le preguntó incrédulo —¿No quieres una retaliación? ¿Insistes en defender a ese hombre? ¡¿A ese hombre que te humillo y te ultrajó?!
Aquel reclamo hizo que Jimin llorara más fuerte. Desde hacía años le había confesado a Namjoon sus
sentimientos por Yoongi, y ahora no podia soportar la vergüenza por lo ocurrido. A Namjoon nunca le había agradado Yoongi y no desaprovechaba ocasión en decirselo. Pero Jimin, enamorado y ciego por sus sentimientos, siempre
lo habia defendido de la lengua de sus hermanos en cada ocasión.
—No soportaré ser el responsable del rompimiento de “El gran pacto”. La voz de Jimin sonaba rasposa y débil.
Aun estaba allí, a los pies de su hermano cuando le siguió suplicando. —Cuando se escriban los anales de la historia, no quiero ser recordado así... no quiero que mi nombre figure manchado de vergüenza en la historia. No quiero ser conocido como "Jimin, el deshonrado", "El maldito" o "El ultrajado". No quiero ser recordado como la causa de una nueva guerra entre los reinos.
—Jiminnie... —La expresión de Namjoon se había relajado. A él los tratados de "El gran pacto" o los estúpidos anales de historia le importaban menos que lo que le salía por su trasero en las mañanas, pero podía empatizar con el dolor de su hermano, tenía que ser algo horrible el pensar que los demás hablarían de su tragedia, algunos hasta se burlarían y otros más hasta le echarían la culpa, siempre es más fácil señalar a la víctima que al victimario.
El desconsuelo en los ojos de su hermano le había derretido el alma. Se agachó poniéndolo de pie y estrechándolo entre sus brazos. Iba a decir algo más, pero en ese momento la puerta de la recamara se abrió y la figura de Woo Seok, el rey consorte, enfundado en un reluciente vestido ocre con bordados de oro, atravesó el umbral.
—¡Hasta que por fin te encuentro, Jimin! ¿Se puede saber que está pasando aquí?
Woo Seok se había desposado con el rey Jung Hyung a la edad de dieciocho años, siendo casi un niño. Sin embargo, a pesar de ya no ser un jovencito, su piel aun lucía la lozanía de sus mejores años. Tenía un cuerpo voluptuoso como el de Jimin, pero era más alto que su hijo menor. Sus cabellos eran tan brillantes como las aceitunas, y sus ojos, oscuros como el café y sagaces como los de un zorro, siempre parecía ver mucho más allá de lo aparente.
Entró del todo a la recamara y los dos donceles ancianos que le seguían entraron con él. Sus hijos y el rey Jungkook le hicieron una reverencia cordial para recibirle. El mismo día de su regreso de Kaesong, se había marchado de nuevo con rumbo a Jaén, según él, luego de recibir un mensaje sobre el precario estado de salud de un anciano tio- abuelo, pariente suyo por la línea de su difunto padre.
—Mamá, ya has vuelto ¿Cómo estuvo el viaje? —dijo Namjoon soltando a Jimin. Este se había apresurado a secarse las lágrimas y esconder sus manos, no más escuchar la voz de su mamá. Pero sabía que esto no seria suficiente.
—¿Estas llorando, Jimin? —Woo Seok avanzó varios pasos y la luz que entraba por el gran ventanal de aquella habitación iluminó la dorada diadema que adornaba su cabeza. Preocupado, llegó hasta su pequeño hijo y le acarició la húmeda mejilla. —¿Qué ha pasado, cariño? —preguntó.
—Cuentale a mamá ¿Quieres?
El silencio se hizo en la recamara. La angustia volvió a recorrer a Jimin como un veneno mortal. Abrió la boca varias veces sin lograr encontrar una explicación razonable, y cuando pensaba que iba a desmayarse del miedo, la voz de Namjoon llegó como el más hermoso de los caballeros en su ayuda.
—Jimin se acaba de enterar de que Taehyung mató a "Relámpago", el caballo que lo tiró —dijo, calmado.
—Por eso lloraba —sonrió con tristeza abrazando de nuevo a su hermano, —ya sabes cuánto amaba a ese corcel.
—¡Oh querido, lo siento! —Woo Seok le acarició el rostro con ternura. A pesar de su gran instinto para presentir cosas, la explicación de Namjoon realmente le había convencido. Jimin se dejó consentir de su madre, sintiéndose aliviado, y agradeció a su hermano con una tierna mirada.
—Pero bueno, ¿Cuéntanos como estuvo el viaje mamá? —preguntó de nuevo Namjoon tratando de cambiar de tema. —¿Cómo está nuestro lejano pariente?
Woo Seok resopló.
—¡Oh cariño! Es algo realmente penoso, el pobre hombre agoniza. Las Diosas lo reciban pronto.
—Las Diosas lo reciban pronto —corearon el resto de los presentes.
Entonces, por fin, Woo Seok posó su mirada sobre el rey de Joseon. Se acercó hasta él dibujando una inquietante sonrisa y con una respetuosa reverencia le saludó.
—Su Majestad, veo que es cierto lo que me han contado. Se encuentra de visita en nuestro reino, Sea bienvenido.
Jungkook sonrió aprensivamente. Su falta de prudencia había ocasionado un desenlace casi fatal minutos antes, así que lo mejor era dejar de comportarse como un niño impulsivo. Si Taehyung le había contado a su familia y a la gente de la corte que él se encontraba de visita, por lo menos de momento, se comportaría como tal. Pero Woo Seok sabía que él no era un invitado de Joseon, por lo menos no un invitado común y corriente. Sin embargo, no iba a hablar más de la cuenta; hacerse el tonto podía resultar provechoso y divertido a veces. "No hay enemigo más fuerte que el que nunca se muestra como tal" solía
decir y después de saludar a su homologo, el rey de Joseon, volvió a dirigirse al menor de sus vástagos. Con una sonrisa le tomó el mentón y lo examinó detenidamente.
—Estás muy pálido, bebé. Tendremos que empezar a prepararte desde ahora si queremos tenerte presentable para mañana.
—¿Mañana? ¿Qué ocurrirá mañana? —preguntó Jimin, muy inquieto.
Woo Seok agrandó la sonrisa y lo sacó de dudas.
—Mañana, hijo mio, será un excelente día. Mañana llegará una comitiva a palacio y con ella una persona especial. Mí querido niño... Tienes un pretendiente que vendrá a pedir tu mano en matrimonio.
"No hay quinto malo", recordó Jimin al instante y su fuero interno se burlo de sí mismo.
¡Malditos sean los adagios populares!
El que siguiera diciendo que no había quinto malo, definitivamente no conocía su historia. Solo le quedaba rezarle a las Diosas que el pretendiente no fuera Yoongi.
Continuará...
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