Una vieja canción

—Ten —Kennan la despertó con un fuerte ruido tras dejarle una taza de té.

Charleen se incorporó, tomó la taza entre las manos y antes de que el muchacho saliese de la habitación le habló:

— ¿Sabes? Podrás pensar lo que quieras, pero Ethan Liaw y yo viajamos juntos como amigos, vamos a resolver ciertos asuntos en Ithia. Nunca pretendí ser su amante o tener un hijo con ellos —se defendió, antes no había podido hacerlo.

—Como digas, me da igual —dijo antes de salir, escéptico. Para él todas las mujeres eran iguales, unas vendidas a los guerreros.

Ethan se cruzó con el chico en la entrada, se paró firme, obligándolo a esquivarlo.

— ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubiesen lanzado dentro de un costal a la basura —siguió bebiendo el amargo té, aún dolida por sus hirientes palabras del día anterior.

Ethan acercó una silla y se sentó a su lado, Charleen evitaba mirarlo.

—Creí que valías tu autoestima en oro y que tu amor propio era obeso —citó las palabras que la muchacha le había dicho durante su primera conversación.

—Sí... yo también. —Pensó en lo mucho que había cambiado en ese tiempo. Ya no era una sarcástica vanidosa que se creía superior al resto. Su mundo había crecido tanto que se había dado cuenta que no era tan inteligente, ni valiente como había creído, encima tenía los primeros síntomas de sufrir por amor.

—Charleen. —Le quitó la taza de las manos—. Si tú viajas conmigo porque quieres conocer el mundo, escribir libros, buscar un tesoro o manipularme para tener un hijo, es tu maldito problema, no tienes que darle explicaciones a nadie, menos a un niño mediocre.

—Lo sé. —Sonrió, acto seguido encogió su gesto, recordándose que seguía enojada con él—. Es que son tantas cosas las que pasaron en tan poco tiempo que me siento agobiada; y enferma y agobiada termino diciendo cosas patéticas como esa ¿A ese niño qué le importa? —dijo resentida, apunto de estornudar. Ethan le extendió un pañuelo, uno de los muchos que le había mandado la anciana—. Hay algo que de todas formas me preocupa —dijo con sinceridad—. Lo que dijo Kennan ¿es verdad?

—La verdad es relativa, dependiendo el punto de vista desde el que lo mires, él tiene el suyo.

— ¿Y cuál es el tuyo?

—Somos guerreros —recalcó—. No sabemos mucho sobre cultivar o construir, necesitamos que alguien lo haga, por eso los humanos trabajan para nosotros y a cambio les damos protección y alimento, es todo lo que podemos ofrecer. Tampoco es que ellos se quejen, viven mucho mejor que la gente afuera de Ithia, no les falta nada, nunca los atacan como aquí. Y en cuanto a las mujeres... es una cosa aparte. —Se acomodó cuidando la forma en la que se explicaba, ese siempre era un tema que los humanos no llegaban a comprender—. Desde que llegamos aquí que de cada cuatro niños que nacen solo una es mujer. No sabemos a qué se debe, pero las mujeres de nuestra raza son cada vez menos. Cuando una niña nace se considera una bendición y últimamente se les pone más obstáculos para que sean guerreas, no podemos darnos el lujo de perderlas. Es por eso que nos juntamos con las humanas. Podemos procrear con ellas y de esa forma evitamos extinguirnos. Algunos toman a humanas como sus parejas, les entregan sus marcas e incluso hacen el rito de unión. Otras se ofrecen para tener niños unuas. No las obligamos a nada, es un simple intercambio de intereses. Algunas jóvenes son enviadas por sus propios padres a Selo, la ciudad donde vivimos, ahí trabajan y algunas con suerte, como consideran sus padres, son elegidas.

La tranquilidad la invadió, la relación entre unuas y humanas dependía del punto de vista desde el que se miraba. Los comprendía, tal vez por haber convivido con ellos era que tomaba su parte en el asunto.

—Así que las relaciones entre unuas y humanas no son tan extrañas —afirmó algo avergonzada.

—No, algunos incluso las encuentran más atractivas, supongo que se debe a que son más delicadas y eso los hace sentirse aún más fuertes.

—Tal vez... lo lamento. —Se ocultó con la taza tras un breve silencio—. Ayer me alteré bastante, ¡pero lo que me dijiste fue estúpido e insensible!

—Bien... también tengo mis momentos de histeria y no pensar antes de hablar; y ya te expliqué que no esperes que me disculpe seguido por lo que digo.

—Lo sé, pero es que... —Tomó aire antes de continuar—. No es solo eso, es que yo nunca lo había hecho, antes de ti solo besé a alguien, jamás había llegado tan lejos —confesó ruborizándose.

—Sí, ya lo imaginaba ¿y eso qué? —dijo sin importancia. Charleen lo golpeó con su almohada.

—Pues a ti puede parecerte estúpido, para muchas mujeres la primera vez es importante, incluso para mí, pese a que no soy muy romántica. Se supone que debe ser especial. Empezó bien, pero terminó...

— ¿Pésimo? —continuó; la chica asintió—. Eso no fue mi culpa.

—Es que no es solo eso. También maté a una persona, Ethan... eso es algo que no olvidaré nunca por más que lo intente. Le quité la vida a otra persona —dijo con amargura, soltando las lágrimas que había retenido desde antes.

Ethan le agarró el rostro con ambas manos, luego le acarició el cabello.

—No era una persona —habló seguro y con recelo—. Son bestias. Vienen aquí a saquear y destruir, no piensan, no trabajan, no son capaces de sembrar una semilla o mantener vivo a un animal; y cuando las provisiones se les acaban se comen entre ellos. Hiciste bien en matarlo. —Acto seguido le devolvió su daga, esta vez limpia, sin rastro de sangre.

Charleen la contempló, volvió a verla tan hermosa y brillante como antes. Ethan le dio un fugaz beso en la frente antes de salir. La chica contuvo la respiración. Ese simple gesto la inundó de paz. Volvió a llenar sus pulmones, deleitándose con una cálida sensación en el pecho.

Aburrido se sentó frente a la cabaña. Esa situación no le era agradable, deberían permanecer en ese pueblo hasta que Charleen presentase mejorías. ¿Por qué los humanos tenían que ser tan débiles? Un poco de frío y Charleen colapsaba.

La paciencia no era su virtud, necesitaban llegar a Kupro lo antes posible, además, la gente del pueblo empezaba a tomar confianzas con él. Por eso no le gustaba permanecer en el mismo lugar mucho tiempo, luego los humanos lo creían su amigo.

Si había una sola humana a la que toleraba y le permitía tomarse tantas confianzas era a Charleen. Ella era simplemente especial. Desde la primera vez que la había visto que supo que aquella joven humana era diferente, por lo menos para él. Ya en Ithia y con las respuestas que necesitaba, tomaría una decisión definitiva sobre el papel de la humana en su vida; el veintiuno sería el día perfecto para otorgarle su marca y tomarla como su seyu.

Entre sueños imaginaba que se encontraba en su habitación en Helianto, con su tía preparándole algo de comer y su tío tarareando una vieja canción. Podía escucharla, una y otra vez. La melodía se repetía y después de un rato se sintió hastiada de las mismas palabras y abrió los ojos.

La canción no era un sueño. Sentado contra el marco de la puerta y tallando un trozo de madera, se encontraba Kennan. Cantaba el estribillo de una canción y el resto la tarareaba.

— ¿Puedes callarte o al menos cantar la canción completa? —dijo Charleen con voz ronca.

El niño hizo un gesto de desagrado y siguió cantando en voz muy alta:

«Canto y me mezo, la tierra se aleja,

ya no hay fronteras.

Mi barco me guía a un manto de estrellas,

Ya nadie me espera. »

— ¿Qué haces aquí? ¿Ahora quieres torturarme? Me estás provocando una migraña.

— Debo quedarme aquí a vigilar a tus novios, son órdenes de mi superior.

Charleen se incorporó y le lanzó la taza vacía de té apuntándole con prestancia a la cabeza.

— ¡Qué te pasa! —Kennan se levantó a gritarle.

—No son mis novios, ya deja esas ideas estúpidas de lado.

Rezongando volvió a sentarse y continuó cantando maliciosamente, si tenía suerte le provocaría una jaqueca a Charleen. Comenzó a tararear la parte de la canción que no recordaba, pero fue la joven quien continuó:

«El viento en mi piel y la brisa del mar,

besan mi espíritu, tocan mi ser.

Las olas me mecen, no quiero ya andar.

Mi prisión se abre, no es como ayer.

Con gozo hoy día me recibe el mar »

Carraspeó al terminar de cantar, estaba forzando su garganta. Del techo bajó la mirada hacia la puerta, Kennan se había callado y la escuchaba atentamente, con algo de ilusión en la mirada.

—No voy a decirte como continúa. —Cruzó los brazos, pretenciosa.

—Es una canción estúpida de todas formas. —Kennan se hizo al desinteresado.

— ¿Si te parece estúpida por qué la cantas? —preguntó antes de tener un corto ataque de tos.

—Mi padre me la cantaba de pequeño, luego le pedí que no lo hiciera porque ya estaba grande. Fue hace muchos años la última vez que la escuché, solo recordaba el estribillo —confesó bajando la mirada al trozo de madera que cortaba con su navaja.

— ¿Tu padre también es soldado?

—Es General —dijo orgulloso—. Se llama Elio, dirige la mejor tropa de Ithia, después de las de los unuas, claro —espetó algo decepcionado.

Charleen reconoció el nombre de inmediato, ocultando su asombro frunció el ceño y le preguntó con curiosidad:

— ¿Y dónde está? ¿No estás en su tropa?

—No, no soy lo suficientemente mayor todavía. Estoy en entrenamiento, cuando cumpla catorce podré entrar. Ya les fueron a informar sobre lo ocurrido aquí, seguro llegarán pronto.

Muchos recuerdos surcaron la mente de Charleen, entre ellos cuando había intentado entrar al ejército, pero no se lo habían permitido. Los hombres podían entrar a la edad de catorce años, y las mujeres a los dieciocho. No importó cuanto le rogó a Emmet que intercediera por ella, el joven no estaba dispuesto a ponerla en peligro.

También pensó mucho sobre el padre de Kennan, tal vez el General de Ithia fuese personalmente a reconocer las pérdidas de ese territorio.

—He escuchado mucho sobre tu padre. ¿Sabes? Estoy escribiendo un libro, me gustaría hablar con él, que me cuente sobre el ejército de Ithia y su relación con los unuas.

—No estoy seguro de que venga, tiene cosas más importantes que hacer. Tal vez en Ithia pueda desperdiciar algo de tiempo con tus preguntas. —Lanzó la madera hacia afuera, la había tallado tanto que ya parecía un mondadientes—. No pareces tonta, bueno sí lo eres, pero no lo pareces tanto. Deberías regresar a tu casa y no involucrarte con los unuas. —Le dio la espalda y se retiró, esquivó a Ethan como siempre que se acercaba a esa puerta y buscó alguna actividad para la cual pudiese ser útil.

Charleen le parecía una joven interesante. Le daba pena y rabia que estuviese con esos dos unuas. Al principio pensó que ella los seguía como una especie de sirvienta, pero en poco tiempo se dio cuenta que la situación parecía al revés. Los dos guerreros la acompañaban y se preocupaban por ella, de una forma u otra se encargaban de satisfacer sus necesidades. O era una fuerte amistad (cosa que nunca había atestiguado entre humanos y unuas), o ambos estaban enamorados de ella. Al final los hombres eran hombres, consideró, y los mayores hacían cualquier estupidez por una cara bonita.

Les gustó? si es así comenten y visiten mi otra novela que estoy actualizando: Mi vida un show. 

Gracias!!! un beso enorme y nos vemos

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