El trato más conveniente
Después de atarla y amordazarla con una facilidad que resultaba vergonzosa para Charleen, la subió a su hombro y la cargó cual bulto.
—Deja de moverte, te quieren viva, no especificaron en qué condiciones —amenazó a la muchacha que intentaba escapar, haciendo uso de toda su fuerza.
Liaw comenzaba a moverse ágilmente, elevándose sobre los tejados de casas bajas, haciendo uso de rutas solitarias, pese a que la velocidad con que se movía, lo hubiera hecho pasar desapercibido aún en la más atestada carretera.
Charleen cerró los ojos, ver el suelo y los techos moviéndose a una vertiginosa velocidad le causaba un fuerte mareo y nauseas. El aire también se le cortaba y Liaw pareció percatarse. Ya estaban lo suficientemente lejos como para que sus gritos no fuesen escuchados, así que le quitó la mordaza, dándole otra vía para respirar.
— ¡¿A dónde diablos me estás llevando?! ¡¿Quién me quiere viva?! —gritó en cuanto su boca se vio libre.
Liaw se arrepintió de haber soltado la mordaza. La muchacha se mostraba furiosa y le gritaba una sarta de insultos y reclamos a todo pulmón. Ya a punto de volver a taparle la boca, Charleen se alejó e intentó incorporarse.
—No me obligues a noquearte.
— ¡Sólo respóndeme!
—Bien... —Suspiró, si eso la mantenía más tranquila, le contaría los motivos de su "captura"—. Me ofrecieron diez mil piezas de oro por llevarte a Fiso. —Creyendo que era suficiente información, intentó cargarla de nuevo.
Charleen se espantó y palideció de inmediato.
— ¡Emmet! —exclamó, no necesitaba preguntar más para darse cuenta de lo que ocurría. Su prometido había contactado de alguna forma a Liaw, u ofrecido descaradamente una recompensa a quien la llevara de regreso. Ya podía imaginarlo colgando letreros por la ciudad. Debía pensar rápido, no podía regresar. Ethan sin duda estaba lejos y no se había percatado que su hermano se la llevaba—. Ese idiota, no va a pagarte —mintió para disuadirlo.
—Claro que lo hará, más le vale —dijo con tono amenazante. Charleen tragó saliva y una idea se le ocurrió. Liaw sí parecía interesado en el dinero, podía proponerle el trato con el que había intentado convencer a Ethan para que la acompañara.
—Bueno, confórmate con solo diez mil piezas, yo podría ofrecerte mucho más. Diez, incluso cien veces más —fanfarroneó.
Liaw pretendió que tenía interés.
— ¿Ah sí? Háblame de tu maravillosa contraoferta —ironizó.
— ¿Sabes por qué viajo con Ethan? ¿Y por qué nos dirigimos a Ithia? Sé dónde hay un enorme tesoro. Conozco la localización exacta. Cerca de las costas norte de Ithia hay un barco hundido, el cual guarda los tesoros de toda una nación. Es tanto oro y joyas que ni en toda una vida serías capaz de gastarlo.
El guerrero pareció mostrar interés al escuchar sobre el dinero, pero no abandonaba la incredulidad.
— ¿Piensas que soy imbécil y me creeré esa sarta de idioteces? Lo que quieres es tener la oportunidad de escapar y ocultarte tras la pierna de Ethan.
— ¡Claro que no! sabes que a él poco le importa lo que pase conmigo. Tenemos un trato diferente, pero me acompañará a buscar el tesoro. —Decidió no contrale sobre el Stelaro. Ethan tenía cierto grado de honradez, bien podía haberle robado el Stelaro y no cumplir con su parte del trato. En cambio con Liaw, guardaba la seguridad de que él no dudaría un segundo en robarle su más preciada posesión—. Sólo escucha —continuó—, acompáñame a Ithia, te llevo al lugar exacto del tesoro. Si lo encontramos, te doy la mitad, o todo lo que tus brazos puedan cargar. Y si no hallamos nada, me llevas de regreso a Fiso. De una forma u otra ganas, claro que aceptando mi trato, puedes ganar una fortuna aún mayor. —Vitoreó interiormente porque Liaw la tomaba con seriedad.
El guerrero lo consideró en serio. Algo no le cerraba, pero el trato se veía en verdad tentador.
—Escaparás en la primera oportunidad —consideró.
—Por favor, eres como cien veces más fuerte y rápido que yo. Llevo un tiempo con Ethan, él se da cuenta cuando apenas me alejo unos metros. Dudo mucho que tú me dejes huir.
— ¿Y qué hay de Ethan?
Charleen lo pensó. A Ethan no le agradaría para nada viajar en compañía de su hermano, incluso sería capaz de convencerlo de que dicho tesoro no existía, o traicionarla, dejándolo llevársela a Fiso, para por fin deshacerse de ella.
—Rompo mi trato con él. Viajo contigo y él seguramente tomará un rumbo separado. El tesoro no le interesa —dijo sintiendo un malestar. No era el trato que quería, pero sí el que más le convenía.
—De acuerdo —aceptó Liaw—. Debo ir a Ithia de todas formas. Si no hay el susodicho tesoro, estarás en manos del General de Fiso antes de que puedas parpadear. —Comenzó a desatarla y una pregunta le surgió—: ¿Por qué te busca? Debes ser muy importante para él puesto que ofrece mucho.
—Es que... —se trabó, en seguida se le ocurrió una mentira—. Le debo dinero. Demasiado, mi familia en realidad. Mis padres murieron y me dejaron la deuda, por eso busco el tesoro, para pagarle y ser libre.
Liaw pretendió que le creía, no le importaba.
La joven sonrió, Liaw era su pasaje de ida y vuelta. No sólo la acompañaría hasta Ithia, de seguro la llevaría de regreso a Fiso para cobrar la recompensa. Pese a no querer abandonar a Ethan, las cosas salían aún mejor de lo planeado. Liaw la necesitaba viva, lo que significaba una protección segura.
Cerraron el trato y Liaw desapareció, ordenándole encontrarse con él al día siguiente cerca al muelle.
La joven gruñó y pateó el suelo. El guerrero la había desatado, pero abandonado en ese extraño lugar. Tardó varias horas en regresar a la posada.
Antes de ingresar, cambió de idea. Se fijó en la hora, casi anochecía y recordó al club de lectura paranormal. Si bien no quería tener nada que ver con esos sujetos, la curiosidad la consumía, y el libro de Mariel parecía la mejor fuente de información sobre los unuas.
Subió a su habitación y sacó uno de sus libros, luego bajó de nuevo.
Corrió y llegó justo cuando la gente ya salía. Mariel permanecía adentro, despachando a todos. Entró a buscarla.
—Ah, tú. ¡No puedes llegar tan tarde! Serás sancionada —la regañó en cuanto la vio entrar.
Charleen fingió un rostro de preocupación y respiró agitada.
—Lo siento, es que... ¡No sabes lo que vi! ¡Unuas! En la ciudad. Dos guerreros, los espié, escaparon, pero dejaron algo atrás. —Se mostró emocionada y le extendió su libro.
Mariel no pudo creerlo, ojeó el pequeño libro, el cual contenía relatos cortos y hechizos mágicos.
Las ilustraciones en colores vibrantes, elegantes, con un aspecto casi tridimensional, le indicaron de inmediato que aquellas páginas no habían sido elaboradas por ninguna ciencia o humano común.
—Cómo es posible... esto, es maravilloso, gracias a esto podré escribir el segundo tomo de mi libro. —Charleen temió que Mariel fuese a desmayarse presa de la emoción, mientras pasaba con rapidez página por página—. Lo sabía, los unuas son hechiceros —afirmó al leer sobre magia.
Charleen le arrebató el libro de las manos.
—Es mío, yo lo encontré así que tengo derecho de leerlo antes.
—No entenderás nada. —Resopló con sorna—. Yo soy la experta, hiciste bien en traerlo.
—Sí, eres la experta, pero yo quiero aprender más, por favor, enséñame, quiero ser tu discípula. —Fingiendo entusiasmo y súplica la tomó con ambas manos, inclinándose ligeramente en señal de respeto.
—De acuerdo. —Su ego se hinchó y eso fue suficiente para que creyera en las palabras de la joven. Aproximándose al estante sacó uno de sus libros y se lo entregó como obsequio—. Este libro es tu biblia a partir de ahora, léelo cuantas veces sea necesario para memorizarlo.
Charleen asintió, esta vez con un verdadero entusiasmo.
—Pero mi derecho sobre el libro unua por haberlo encontrado antes sigue en pie ¿no?
Mariel asintió de mala gana.
—Llévatelo por hoy, mañana lo mostraremos a todo el club y te presentaré como mi discípula oficial.
Con malicia, Charleen la llenó de falsas promesas, hubiese sido interesante regresar y aprender más de Mariel, si no fuese por el detalle que obvió a propósito. Temprano la mañana siguiente, ya estaría en un barco rumbo a Dédalo, y dudaba seriamente volver a poner un pie en la ciudad de Biero.
Ese día aprendió que la gente podía ser en verdad ingenua y crédula. Ethan tenía razón al no querer involucrarse demasiado con nadie, ni creer absolutamente nada que le dijeran, por más convincentes que sonaran.
Se encerró y mientras ojeaba el libro, pensó qué le diría a Ethan. Debía romper su trato con él ¿cómo se lo tomaría?
El guerrero resultaba impredecible, podía tanto molestarse y arrebatarle el Stelaro por la fuerza, o bien no importarle en absoluto, dar media vuelta y continuar su viaje solo.
Fuera lo que fuera, se auto convencía que su trato con Liaw era el mejor. La mejor decisión que había tomado después de escapar de su pueblo y comprometerse con Emmet antes de que otro hombre (quien seguramente nunca la entendería), la tomara como esposa y pasara a ser uno más de sus objetos.
Leyó el libro con interés. No había mucha más información de la que Mariel le había proporcionado el día anterior. Los unuas eran guerreros y posiblemente usaban magia, según el libro. Tenían tres colonias y en Ithia, sobre todo, mantenían a los humanos sometidos a su voluntad. El resto de información, parecía simples neurosis de quien busca atentados y complots ante cualquier acontecimiento sospechoso. Exagerado, pero informativo.
Tomó notas y decidió probar suerte con Liaw, él parecía más abierto y conversador que su hermano, tal vez pudiese contarle mucho sobre él, sobre su raza y sobre Ethan, quien por algún motivo le intrigaba y se obsesionaba con saber más sobre él.
—Levántate, con lo que tardas en vestirte no llegaremos a tomar el barco. —Ethan entró a su habitación rompiendo el seguro de la puerta. Al ser su último día ahí, no le importaba causar destrozos.
Charleen se acurrucó dentro las sábanas, quería dormir un poco más. El silencio regresó a la habitación y pensó que Ethan se había retirado. Volviendo a su sueño, despertó de pronto, al sentir como levantaban el colchón y la botaban fuera, cayendo con un fuerte golpe al suelo.
—Te dije que te apures —Ethan le habló. Viéndola adolorida y en el piso se retiró.
—Lo bueno es que ya no tendré que soportar esto de nuevo —masculló, sobándose la parte baja de la espalda.
Tomó aire antes de bajar las escaleras hacia el comedor de la posada, donde Ethan ya devoraba un plato de carne.
—Ethan —llamó su atención, él le dio a entender que la escuchaba, sin mucho interés—. Yo, quería decirte que... gracias.
El guerrero alzó la vista y la miró incrédulo, esperando que Charleen saliese con alguna frase irónica.
—Es en serio —continuó—. Tenías razón, no hubiese durado con vida ni el primer día si no hubiese sido por ti. Y aunque yo también te salvé la vida dos veces —recalcó—, y nunca me lo agradeciste, también fue mi culpa el haberte metido en el problema, sobre todo con los dragas. Así que... solo quería decirte eso, porque lo medité y... —Suspiró para luego soltar el aire y demostrar seguridad—. No voy a darte el Stelaro.
Ethan se apoyó contra el respaldar y cruzó los brazos. No se creía la situación.
— ¿Estás segura?
—Sí, completamente —afirmó, más que seguridad, el problema era que no le quedaba ninguna otra opción.
Tomando por primera vez con seriedad las palabras de la joven. Se levantó y le entregó una pequeña bolsa a manera de despedida.
Charleen la abrió al verse sola, dentro estaba su daga, la que Liaw le había quitado en la batalla. Un poco de dinero, y dos botellas de gaseosa. Guardó su equipaje sintiendo una profunda tristeza. Lo mejor no era lo que le hacía más feliz.
Sumida en sus pensamientos dio un paseo por la ciudad antes de dirigirse al puerto. Al llegar, vio a Ethan a lo lejos, compraba pasajes. Una pequeña alegría que intentó negar, surgió en su pecho.
— ¡Ethan! —lo llamó, corriendo hacia él—. ¿Irás a Dédalo de todas formas?
—Sí, ese era mi plan. Tú mejor apúrate, el barco a Fiso está por partir, si no tomas éste deberás esperara hasta mañana.
—No voy a Fiso —explicó extrañada—. Viajaré a Ithia, como era mi plan.
Ethan cerró los ojos con sufrimiento. Ingenuamente había creído que Charleen había adquirido sentido común y regresaba a su pueblo.
—Ayer quedamos de acuerdo con que no sobrevivirás sola.
—Por eso no iré sola, Liaw me acompañará.
Por primera vez Ethan puso una mueca de perplejidad y pareció enfadarse, no creerlo y tomarlo a broma, todo al mismo tiempo.
— ¿Liaw? ¿El imbécil que se viste como payaso? —Tras una ligera afirmación por parte de la muchacha, masajeó sus sienes—. Liaw no va a cuidarte, te sacará dinero, o te robará algo. ¿Le hablaste del Stelaro? —Se alteró al pensar que su hermano pudiese ponerle las manos encima a ese invaluable libro. Él era capaz de cambiarlo por una noche en un prostíbulo.
—Claro que no, no le dije nada. Solo que hicimos un trato mejor. Él sí aceptó parte del tesoro como pago por llevarme a Ithia.
— ¿Y qué crees que hará cuando se entere que te inventaste dicho tesoro? —le habló con reto. La muchacha se enojó.
— ¡Sí existe! Lo encontraremos y me reiré de ti cuando construya la biblioteca más grande del mundo. A menos que tú me ofrezcas un mejor trato, viajaré con él.
—Sabes, haz lo que quieras, siempre y cuando ustedes permanezcan lejos de mí —determinó alejándose y dejando sola a la muchacha.
De nuevo la tristeza la consumió. Se perdió en sus pensamientos hasta que Liaw hizo presencia, apareciendo como fantasma.
—Dos minutos tarde —dijo logrando sobresaltarla—. Ya compré pasajes, vamos.
Tomándola de la mano la arrastró hacia la embarcación. Ethan subía y al percatarse de las presencias detrás de él, intentó hacerse al desentendido. Rezongó porque debería soportar a su hermano menor por tres días, en medio del mar, donde la única escapatoria sería lanzarse por la borda... o lanzarlo a él. Lastimosamente Liaw sabía nadar y regresaría a bordo.
—Hola, linda mañana —Liaw lo saludó, sabiendo que eso lo sacaría de quicio.
—Manténganse alejados de mí durante el viaje —soltó tajante.
Liaw aún tomaba a Charleen de la mano, apretando fuerte y pareciendo no percatarse (o no importarle) que la muchacha hacía uso de toda su fuerza por soltarse. De un jalón la colocó delante y se abrió paso, adelantando a Ethan, lanzándole una mirada llena de sorna y orgullo.
Ethan entornó los ojos. Liaw intentaba ponerlo celoso, estaba claro ¿por qué? Por los mismos motivos de siempre: querer demostrar que era tanto, o mejor que él, adueñándose de sus posesiones, quitándole la victoria, arrebatándole a su joven compañera de viaje.
Liaw podía tener motivos así de simples, pero no en esa ocasión. Causarle posibles celos no era el motivo por el cual había aceptado cargar con la muchacha. Quería algo con ella y no saber qué, sí lo perturbaba.
Después de acomodar el equipaje en su camerino, se apoyó contra el barandal de cubierta, dejando que las olas del mar se adueñaran de sus pensamientos, ayudándolo a meditar todo con más calma. Tres cosas rondaban su mente: ¿Por qué la Legión quería matarlo?, ¿Qué tenía el aura de Charleen y qué quería Liaw con ella? su instinto le indicó que las tres cosas estaban relacionadas de alguna forma. Posiblemente Liaw había notado lo mismo que él, que Charleen tenía algo extraño ¿Pero la Legión qué tenía que ver? Su hermano tenía más respuestas de las que aparentaba, y pensaba sacarle la información.
Liaw tomaba un trago en la barra. Las bebidas alcohólicas humanas prácticamente no le causaban efecto, pero le agradaba el ardor le producían al bajar por su garganta. Se acomodó mejor dándole espacio a su hermano, quien venía a interrogarlo.
—Creí que todo el viaje harías de cuenta que no existía. Ya pensaba cómo llamar tu atención. —Le sirvió un vaso con ron, el que Ethan rechazó de inmediato. Sabía que no le gustaban las bebidas, por eso mismo nunca dudaba en ofrecérselas.
—Dime qué quieres con ella. Qué trato le ofreciste.
—Eso... no es de tu incumbencia.
—Ya habla —ordenó sin cambiar su gesto—. Dudo que te hayas creído eso del tesoro, la buscas por otros intereses.
Liaw suspiró con resignación. Ethan creía que como él, el resto del mundo tenía siempre motivos ocultos y complejos. El problema de su hermano era que no podía pensar en las más simples y obvias soluciones. Lo sencillo le parecía descabellado.
— ¿Por qué no puede ser verdad? antes de que lleguemos a la isla de Ithia, era un lugar habitado por civilizaciones humanas, no sería extraño encontrar algo así.
— ¿Y eso qué? El oro no se come, el oro no se bebe, tampoco te da calor y menos te sirve como arma. Los humanos le dan valor a un pedazo de metal que sólo sirve como adorno. Se matan por él cuando lo que necesitan es comida y agua. No me digas que tras pasar tanto tiempo con ellos adquiriste sus patéticos intereses.
—Lastimosamente, por patético que sea, quien no tiene ese trozo de metal no come ni se divierte en el mundo de los humanos. Si tanto desprecias la forma de vivir de esta raza ¿por qué no regresas a Ithia?
—Eso intento —gruñó—. Aunque no estoy tan seguro de llegar a poner un pie ahí, no si esa panda de idiotas me encuentra antes, y tengo serios motivos para pensar que tú los estás guiando hacia mí —se refirió al resto de la Legión.
Liaw puso un falso rostro de indignación.
— ¿Yo? Sabes que los desprecio tanto como tú, además daría mi vida por protegerte —ironizó.
—Sí, tú y tu profundo amor fraterno...no me desvíes el tema, ¿Qué quieres con la chica? ¿Por qué de repente se te ocurrió viajar con ella?
— ¿Es mi impresión o te molesta? —enarcó una ceja y lo miró de reojo, mientras pasaba su tercer trago.
—No me molesta —espetó.
—Entonces seguiré viajando con ella. —Se encogió de hombros y sin siquiera verlo, notó lo exasperado que se ponía su hermano.
— ¿Y si te digo que sí me molesta?
—Lo haré con más ganas. —Sonrió—. Más bien tú dime qué tanto interés. Ella rompió el trato que tenían, ¿por qué te sigue importando? —preguntó sonando casual, siendo que en verdad esperaba una respuesta convincente.
—No sé. —Sonó grave y sincero—. Hay algo con ella, seguro te diste cuenta.
—Sí, está loca y es mentirosa. También tiene una obsesión con el agua, o el aseo, la vi tomar un segundo baño en menos de dos horas.
—Ya sé, pero no me refiero a eso. Es su aura, es distinta. Distinta en una forma que no puedo explicar. También estoy seguro de haberla conocido antes, pero no sé dónde. No la recuerdo, es imposible que olvide algo.
—La verdad no noté nada raro con su aura. Tampoco creo haberla conocido. —Se puso pensativo y Ethan creyó en sus palabras.
—Tal vez es porque pasé más tiempo con ella —consideró, ya vería si al estar en compañía de Charleen, Liaw lo sentía también. Esa energía familiar que lo atraía y al mismo tiempo lo alejaba, como si la muchacha fuese una hermosa planta venenosa, seductora por sus colores, pero que dicha atracción conduce a una trampa. Posiblemente esa era la mejor forma que tenía de explicar la sensación, Charleen lo atraía de una extraña forma y sus sentidos se alertaban, indicándole que debía alejarse lo más posible de ella por su propio bien. Lastimosamente, Ethan jamás se echaba para atrás, nunca huía, pese a que la situación se tornase en extremo peligrosa.
Aún dubitativo, entró a su camarote, ya desde afuera se había dado cuenta que Charleen estaba ahí, revisando sus cosas.
— ¿Qué obsesión tienes con los cubiertos? —Charleen le reclamó. Desde hacía un rato que guardaba las cosas de Ethan y había notado que, además de los cubiertos que había robado en su pueblo, tenía otros más, sustraídos de la posada de Biero.
—Te prohibí tocar mis cosas. ¿Qué haces? Ya no nos conocemos, vete. —La agarró de la parte posterior del cuello de su sweater y la arrastró a la puerta.
—No puedes desconocerme, si conoces a alguien es para toda la vida. —Se escabulló dentro—. Te cambié de camarote. Liaw alquiló un solo camarote para ambos y me niego a dormir con él. Así que me quedaré aquí y tú te vas con él —determinó con seguridad, cruzando los brazos con alevosía. No pensaba moverse de ahí, no importaba cuanta de su fuerza sobre humana empelara Ethan.
—No, tú te vas con él. Ya compartimos habitación de niños y fue la peor etapa de mi vida. A partir de ahora no nos conocemos. —La rechazó jalándola del brazo. La chiquilla se rehusaba a salir.
—Por favor —pidió desde afuera—. Me da miedo. ¿Qué tal si me mata? ¿O me roba? El Stelaro está ahí ¿sabes? Puede llevárselo.
Ethan se detuvo a pensarlo. Si el Stelaro no era de él, menos sería de su hermano.
—Debiste pensar eso antes de aceptar su trato.
—Vamos —suplicó de nuevo, mostrando una triste y enternecedora mueca, que logró un muy ligero movimiento en el corazón del guerrero—. Ya no viajamos juntos, pero somos amigos, los amigos se ayudan.
— ¿Desde cuándo soy tu amigo? —reclamó, esa palabra no estaba en su vocabulario, menos cuando hablaba de humanos.
—Desde que me cambiaste de camarote. —Sonrió sagaz, dándose cuenta que había vencido. Ethan tomaba sus cosas, con brusquedad y mucha molestia.
—No sé por qué hago esto. Mocosa manipuladora, solo lo hago por el Stelaro y porque algún día tendré el placer de acabar con tu vida, lenta y dolorosamente —musitó, hablando consigo mismo.
—Claro que no, eres bueno en el fondo —dijo recibiendo una mirada asesina como respuesta. Con Liaw presente se sentía más segura de que Ethan no entraría en un trance asesino y la cortaría en pedazos, para luego bañarse con su sangre, riendo maniáticamente.
Si hubiese podido alcanzar su mejilla, de seguro también le había dado un beso, para luego reír cuando él se lo limpiase con una mueca de odio y repulsión.
Freya observaba con atención los acontecimientos reflejados en una de las inmensas puertas de piedra adornadas platino y esmeraldas. Hacía dos días que se mantenía en la misma posición; fijando sus ojos verdes en las imágenes, claras como el agua.
—Freya, Kari se comunicó. —Un joven hombre de cabellos plateados y silueta estilizada y elegante, interrumpió sus pensamientos, ingresando con altivez y calma.
La mujer estiró el brazo y levantó un dedo, sin dejar de mirar hacia la puerta, indicándole con ese gesto que la esperara.
—Ha vuelto a cambiar, no pensé que lo encontraría tan pronto.
—Eso iba a decirte. Liaw viaja con él ahora, van rumbo a Dédalo, pero dudo seriamente que vaya a cumplir con su obligación. —Con desinterés, se apoyó contra uno de los pilares del templo, cruzando los brazos a la altura de su pecho—. Podemos llegar antes que ellos, creo que lo mejor será que lo eliminemos en Dédalo.
—No —respondió tajante, aún sin dirigirle la mirada—. Necesito que lleguen a Ithia, las cosas cambian.
—Si no lo hacemos ahora que tenemos a Liaw de cierta forma a nuestro favor, es posible que luego se ponga de su lado y tendremos que eliminarlo también. Eso volcará a Ithia en nuestra contra e iniciaremos una guerra. Estoy seguro que ya lo viste, y recuerda que tu preciado templo estará justo en medio de la nación enemiga —intentó hacerla recapacitar, sin poner mucho empeño en sus palabras, tomaba todo con relativa calma.
—Lo vi. Y aún si la Legión mata solo a Ethan, Sahori enviará a su ejército contra Roheline y Kadry. No es conveniente. Llevaremos a cabo el plan de siempre. —Por primera vez le dirigió la mirada, sonriendo con desgana—. Hay solo una forma de deshacernos de Ethan sin que la Legión derrame su sangre. Dales tiempo de llegar a Ithia, pero que Kari los vigile de cerca.
—Se lo diré, pero no creo que se limite a seguirlos, sabes que querrá actuar por cuenta propia. —Se desperezó, como si hubiese estado en la misma posición por horas.
—Lo sé.
Viéndose sola de nuevo. Regresó a su labor: observar las siete puertas del Templo de Foris.
Gente! disculpen la tardanza, tenía que subir esto hace una semana, pero me pasó una serie de eventos desafortunados por la que terminé eliminando este capítulo de todo lado! algo así como una chapulienada tras otra... tuve que buscar en manuscritos anteriores para recuperarlo... en fin. Por suerte ya está ahí y espero que lo hayan disfrutado! dejenme sus comentarios!
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