Yo también necesito tú ayuda...
CRISTIAN
— ¿Y tu gran plan, es que me emborrache, hasta el borde del coma etílico?
—Para nada. Bebes por que te da la real gana.
— ¿Vas a contarme tu historia o qué? Yo ya te he contado todo sobre ella.
—Me has contado una relación de tres días. ¡En tres días, no puedes enamórate ni de coña, chaval!
— ¿Tú cuánto necesitas?
—Primero, me tiene que gustar en la cama, sino, paso de perder el tiempo enamorándome.
— ¿Quién es Samuel? —Casi se atraganta cuando pronuncio su nombre.
— ¡Me cago en...! Vale, pongamos reglas. Tu no dices ese nombre, y yo no te restriego, que es un poco rarito, que te hayas encaprichado por una tía veinte años mayor ¿estamos? Voy a ayudarte, pero nada de sentimentalismos.
—Pensé que tu primera regla para ayudarme era echarte el polvo del siglo... —Levanto la ceja divertido.
—Eso era antes de que me pidieses ayuda. Soy idiota y me gusta el "...y comieron perdices". Además he de reconocerte algo... el innombrable, aún sigue doliendo demasiado. No creo que un polvo con un desconocido, vaya a mejorar algo.
—Lo entiendo...
Aunque parezca mentira, sé lo que se siente. No es que conozca su historia, pero, ambos estuvimos apunto de echar un polvo por despecho y, aunque nuestros cuerpos estaban allí, nuestros corazones latían por otras personas.
—Mira, no sé que rollo raro tenéis esa mujer y tú, pero deberías ser claro con ella. ¿Qué buscas realmente?
—Buena pregunta...
—O sea, que solo quieres echar un polvo.
— ¡No! ¡Claro que no! Es sólo que, no lo he pensado. Me gusta, pero a veces llega a convencerme que ésto es una gilipollez y... Quizá tenga razón. Pero cuando la tengo enfrente... creo que todo deja de importar. Sólo es ella.
—Bueeeeno chaval. Esto se merece otro trago.
Me da una palmada en la espalda y pide otro par de botellines de cerveza. La miro y me sorprendo. Parece un colega de toda la vida. Aún no logro entender como hemos llegado a este punto. Si fuese un tío normal, me la habría tirado y punto, pero no. No lo hice y lo que es más jodido, no me arrepiento.
— ¡Eh! ¡Espabila! —Pone las cervezas delante de mi cara y vuelvo a prestarle atención. — ¿Sabes que busca una mujer como ella?
—Sorpréndeme.
—Estabilidad. Hay dos etapas tras el divorcio, que siempre se cumplen. Digamos que es algo parecido a un proceso de desintoxicación para un drogodependiente.
—No te sigo.
— ¡Joder! Su ex, es la droga, ya sabes, muchos años juntos, crío en común... lo típico. Todo era de color de rosa hasta que ¡plofff! todo se va a la mierda. A la drogadicta, le quitan de golpe su droga, o lo que es lo mismo, el marido desaparece rompiendo una estabilidad cómoda, a la que estaba acostumbrada y agusto. —La miro y bebo, entiendo lo que dice y tiene todo el sentido del mundo. —La drogadicta tiene dos opciones, encerrarse en su burbuja y culparse de haber perdido a su persona salvavidas, o salir de su zona de confort y tantear el terreno.
Me mira y bebe de su botellín, esperando que diga algo.
— ¿A dónde queremos llegar con esto?
—Pues queremos llegar a saber en que punto de la desintoxicación se encuentra... ¿Burbuja o aventurera?
—Pues que bien...
Me pido un cubata y aunque intento dejar de pensar en que llevo una semana sin verla, no lo consigo. Creo que estoy obsesionado.
Sí, definitivamente, estoy obsesionado con ella.
Como si mi nueva amiga me leyese la mente, me obliga a bailar. Ésta vez, no lo hace como cuando la conocí, sino que trata de guardar las distancias y no me parece mal. Puede que lo nuestro estuviese destinado a una extraña amistad, en la que nos complementamos lamiéndonos las heridas.
La noche pasa y con ella, los cubatas que me tomo, como si fuera agua en el desierto.
—Eh, coleeegggaaaa... vassss Sssuuuuupperrr borraaassscho.
—Miraaa quieennn hablaaa.
—Yiooo voyyy ddde putttaaa
madrrrrreee.
—Ttte llevyvo aaa casssa ennn tassiiiii
—Vaaaaaaale...
Pues así están las cosas, dos borrachos que quieren olvidar. Sin necesidad de preguntar nada. Diana apoya la cabeza en mi hombro, sentados en la parte trasera del taxi.
— ¿¿¿Sssabbbessss queee???
— ¿¿¿Queeee???
—Lo dddiii toooodddoooo porr él. Le quería taaaannnntoooo... Peroooo sssuuu hermannna, jodddeerrr con su hermannna... Estaba cañón y nnoo puddde evittarrrrlooo...
— ¿¿¿Tee liasteeesss con sssu hermannna???
— ¡¡¡Muuuuussschaaaass vecess!!!
Que lio...!
—¿¿¿Pero a tí quien ttteee gusssstaaaa???
—Ella, peroo a él lo amoooo... —Me río a carcajadas. No puedo evitarlo.
— ¿¿¿Ddde queee ttte rieeees???
— ¡¡De que essstaassss maaas joddidda que yo!!
Entre sus lágrimas, aparecen carcajadas y así es como terminamos la noche. Ella con sus problemas entre dos amores y yo soñando con una mujer que me ignora.
Tras dejarla en su casa, yo continúo en el taxi hasta la mía, pero cuando quiero bajar, me doy cuenta que voy demasiado bebido. No suelo hacer esto, hacía tiempo que no me pillaba una tan gorda como la que tengo encima, pero lo necesitaba. Hablar de Primero B, me deja un
dolor persistente en el pecho y bien podría entender que nadie, o casi nadie lo comprenda. Pero tengo esa sensación en el cuerpo, que es la mujer hecha a mi medida. La que podría ser mi compañera de vida.
Después de un buen rato tratando de abrir la puerta del portal, por fin lo consigo, no sin antes caerme de bruces contra el escalón.
— ¡Mierda! Dejjja de moverrrrttte...
Alguien ha dejado una bicicleta en el descansillo y no sé como, vuelvo a caer con ella encima.
—Ssssocooorrrrrooooo la biccciiiii me atttacccaaaa... Accooompañññammme a comisssaria...
Creo que paso más de cinco minutos
peleándome con ese trasto y al final, decido subir en ascensor, para no tener que pasar por delante de su puerta. En mi estado, lo más seguro es que haga alguna tontería, como llamarla o decir algo de lo que pueda arrepentirme después.
Meto la llave en la cerradura después de un buen rato tratando de acertar.
—Nnoo abbbbreeee... ¡abbbrrreeeettte puerrrrttta!
Y de pronto, se abre, con una señora, parecida a una bruja con cara de pocos amigos.
— ¡Pero esto qué es! ¿Qué escándalo es éste? ¡Voy a llamar a la policía! ¡¡Maleante!!
—¿¿¿Que hace usssttteedd en mi
cassssa???
— ¡Virgen del cielo!
Pierdo el hilo de lo que dice, cuando me caigo al suelo y justo aparece ella. Primero B. Debe ser una señal, aunque pensándolo fríamente, quizá sea por el escándalo que he metido.
Lo primero que deseo es abrazarla, decirle que la he echado mucho de menos y que no quiero pasar ni un segundo más separado de ella. Entonces, ya sea por la borrachera o por que soy así, me imagino siendo el padre de sus hijos... ¡Joder! Necesito controlarme, o seguro que se acojona y sale corriendo otra vez.
Vale, quizá no esté preparado para ser padre, pero me imagino pasando mi vida a su lado.
Me estoy acojonando hasta yo...
...
Sin creer todavía la suerte que tengo, decido sorprenderla con un desayuno típico italiano. Vamos a necesitar recobrar fuerzas por la
noche que hemos pasado haciendo el amor y los planes de hoy, pintan que no vamos a salir de casa en lo que queda de día.
Me siento como un crío con un juguete nuevo y, con el convencimiento de demostrarle que la diferencia de edad no es una barrera. No me importa exponerme ante ella y abrirme en canal, con tal que vea, que no soy otro de los tantos chicos que buscan una aventura con una mujer mayor, para fanfarronear ante los colegas.
Raquel me interesa de verdad. Soy incapaz de poner nombre y apellidos a mis sentimientos, pero
sé que jamás había sentido esto por nadie. Es lo más parecido a hacer puenting sin estar seguro de que la cuerda aguante.
Y me temo que al final, me daré una buena hostia contra el suelo, si ella decide salir de mi vida de nuevo.
¿Puede alguien enamorarse a primera vista, ignorando todas esas señales que te gritan peligro? Sí. Nunca existió la palabra imposible para mí. Nunca me importaron los convencionalismos, ni siquiera le doy importancia a las mismas preocupaciones que Raquel tiene respecto a lo nuestro.
Y, tan convencido como estoy, de que lo nuestro es tan real como respirar, la llevo el desayuno a mi habitación.
Lo que me encuentro, sin embargo, es su cara descompuesta. Está enfadada, mucho y sé que lucha por no llorar.
Sale de mi casa a toda prisa, con un
cabreo considerable y ni siquiera entiendo por qué, cuando dice su nombre. ¡Mierda!
Puedo y quiero explicárselo. No sé exactamente que sabe, o que cree que sabe, pero no es lo que ella piensa. No me importa tanto que haya violado mi intimidad, leyendo los mensajes del WhatsApp, como que ni siquiera me dé la opción de contarle lo que hay entre esa chica y yo.
Corro tras ella y lo único que recibo es un grito.
— ¡No soy tu rollete para cuando te apetezca! ¿Lo entiendes?
—Si me dejas que te explique... —Me mira incrédula.
—No. No quiero excusas. Pero las mujeres agradecemos que no juguéis a dos bandas, por muy poco que os importemos.
Dicho esto, cierra su puerta y me deja ahí plantado. Con la palabra en la boca y la rabia recorriendo mis venas, por su cabezonería.
Cuando decido leer los mensajes por los que se ha puesto así conmigo, lo entiendo todo.
— ¡JODER!
Llamo a Diana, necesito hablar con ella y explicarle lo que ha pasado, porque estoy tan perdido que necesito una segunda opinión.
— ¡Tío! Me has despertado justo en el momento en que Lorena me...
— ¡Vale, vale, vale! Me apetece mucho escuchar como te lo montas con Lorena, pero en serio, tenemos que hablar.
—Corrección. Si me lo estuviera montando con Lorena, tu seguirías pegado al teléfono y hablándole al contestador automático. Así que gracias, de corazón, por joder mi sueño. ¿No te duele la cabeza...? ¡¡Diooooooossss!!
La invito a comer y le cuento mi aventura con final desastroso.
— ¿Y yo qué sabía que tu madurita iba a ser tan mal educada?
—Diana, hablo en serio. Quiero explicárselo.
—¿Te acuerdas de ayer, cuándo te dije de comenzar en la friendzone?
—Sí...
—Bueno, pues ya no hace falta.
—No te sigo...
—Eso es porque eres guapo pero cortito. A ver, como te lo explico para que lo entiendas... Te odia.
— ¡Tú me mandaste esos mensajes!
—Y ella los leyó en un móvil ajeno. ¿No es irónico?
—Pensé que eramos amigos...
—Sí, desde hace dos, no, tres salidas y una de ellas casi termina en polvo. Vamos a ver, ¿por qué no buscas alguien más sencilla? No sé... de tu edad, o sin un divorcio a cuestas... o que no piense que eres un viva la vida...
—Por que la quiero a ella.
Los dos nos sorprendemos de lo que acabo de decir. Me mira con indecisión y se muerde el labio inferior.
—Entonces... lo que tengo que proponerte... Yo también necesito tu ayuda.
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