"Y habló de putas, la tacones".

Estoy temblando sobre el sofá, con Cristian aún dentro de mí. Deja parte de su peso sobre mi cuerpo, mientras me besa con dulzura y no puedo hacer otra cosa que devolvérselos.

— ¿Todo bien?

Asiento, mientras grabo en mis retinas cada línea perfecta de su rostro. El color de sus ojos, que ahora son de un tono más oscuro y el perfil de sus labios.

Con calma y tras unos minutos de caricias, besos y sonrisas bobas, se incorpora, obligándome a volver a la realidad lejos de él.

—Gracias.

¿Gracias? ¿En serio le he dado las gracias por acostarse conmigo? ¡Estoy fatal de la cabeza!

Me mira tratando de descifrarme, algo complicado puesto que ni siquiera me entiendo yo.

Con un intento frustrado por tapar mi cuerpo con las manos, me levanto para vestirme, aprovechando que se quita el preservativo.

— ¿Qué haces? —Pregunta divertido, obviando lo evidente. —No quiero que te avergüences de nada. No te tapes, te he visto completamente desnuda y eres preciosa.

Se acerca, con una nueva erección. Es lo que tiene ser un niño de ¡DIECIOCHO años! Qué a su edad, se aguanta lo que quieras. Me quita la ropa de las manos y me vuelve a besar con tanta pasión, que hago lo que me pide. Deja caer la ropa al suelo y en un segundo, somos brazos y piernas enredadas, buscando una cercanía que nos sabe a poco.

Me levanta del suelo, sujetándome del culo y le rodeo con mis piernas, dejando que me lleve a su habitación o dónde le de la gana.

Me deja sobre la cama y ésta vez, soy yo quien decide llevar las riendas del juego.

Es mi turno y esta vez, sí me atrevo a gritar.

— ¡VIVA ITALIA Y LA MADRE QUE TE PARIO! -Se ríe, mientras besa mi cuello, despertando de nuevo esa necesidad de tenerlo por completo y solo para mí.

¡Raquel, sólo ésta noche! ¡No te hagas líos!

Sus dedos, comienzan a jugar con mi pezón, mientras sus labios besan el otro, para luego, metérselo en la boca y succionar lo dando toques con su lengua. Erizada, me estiró todo lo que puedo sobre las sábanas, ofreciéndole mi cuerpo. Sigue bajando hasta dibujar mi ombligo y levantó las caderas por necesidad.

Escucho su risa grave y abro los ojos cuando siento que se aleja, saca las esposas reglamentarias y me las enseña con picardía en sus ojos.

—Estás loco. ¿Lo sabías?

—Pero loco por tí.

Cierra el frío metal alrededor de mis muñecas y el cabecero de la cama, estoy inmóvil y expectante, tratando de descifrar que va a hacerme ahora.

— ¿Vas a detenerme o qué?

— ¿Quieres que saque la placa? —Río y niego con la cabeza. —Eres preciosa. —Planta un beso en mi frente y baja hasta mi sexo. Tiene esa mirada brillante y profunda que me excita más de lo que quiero reconocer. —Y ahora, señorita, el postre.

Pasa su lengua por mis labios exteriores, abro más las piernas, de forma mecánica, soltando el aire que retenía en mis pulmones, cuando vuelvo a sentir como se abre paso hasta mi clítoris.

Su lengua juega, lo rodea y succiona, mientras me retuerzo. Comienza despacio, con ligeros y suaves toques, que despiertan todas y cada una de mis terminaciones nerviosas. Cuando creo que no puede hacerlo mejor, sus labios se cierran alrededor arrancándome jadeos y gritos cada vez que aprieta su lengua más fuerte.

Cuando saca la cabeza de entre mis piernas, toda yo le pido más, lo que sea, pero más. Es el turno de sus dedos, que viajan hacia mi interior, moviéndose con agilidad.

— ¡Joder!

— ¿Te gusta?

— ¡Joder!

Sonríe y colocándose el preservativo con pericia, en un abrir y cerrar de ojos, ya está dentro, haciéndome ver las estrellas y el firmamento entero.

                                ...

Me despierto con los primeros rayos de sol que se cuelan por las rendijas de la persiana y me concedo unos minutos para pensar en todo lo que hemos hecho el chico, que duerme boca abajo, y yo. Me detengo a observar cada uno de los tatuajes que decoran su piel, rememorando cada uno de los orgasmos a los que me llevó.

Extiendo la mano para delinear los contornos de tinta, pero me detengo. Necesito volver a recuperar mi vida normal. Le prometí una noche y he cumplido mi palabra, sólo espero qué él lo acepte y lo deje estar. Por el bien de los dos.

Busco mi ropa y prescindiendo de la ducha, me visto corriendo y salgo sin hacer ruido. Cuando por fin estoy en el descansillo del portal, respiro y no puedo evitar sonreír.

Estoy como una puta cabra.

De camino a casa de Pam, llamo a un cerrajero y a mi pequeño campeón. Hoy vuelve de casa de sus abuelos paternos y no puedo esperar para verle. También llamo a mis padres y prometo ir a visitarles por la tarde con Álex.

A pesar de tener la cabeza en mil sitios a la vez, no puedo dejar de pensar en Cristian, en mi cuerpo todavía resentido y su olor impregnado en mi piel. Mi imaginación vuela a esta noche y a sus caricias. Jamás pensé que el sexo fuese de esa forma. Acostumbrada a la falta de creatividad por mi parte, y la de Pablo, descubrir a mi vecino y sus dotes, ha sido cuánto menos una grata sorpresa.

Me abre la puerta una Pamela adormilada, que parece espabilar en cuanto me ve con la ropa del la noche anterior y los pelos de bruja.

—Empieza a hablar.

No he entrado por la puerta, y ya me está haciendo un tercer grado. Me mira de arriba a abajo y sonríe.

—Es evidente... ¿No? —Respondo con una sonrisa de idiota en la cara.

—Las evidencias no son una explicación detallada de lo que has hecho ésta noche. ¿Has dormido algo?

—Un par de horas, quizá algo más.

— ¡ESA ES MI CHICA! ¡Cuenta, cuenta, cuenta! ¿Has hablado ya con Lourdes? ¡Espera que hago una videollamada!

— ¿Me invitas a un café primero?

Tengo tiempo hasta que llegue el cerrajero. Me ha dicho que tardaría una hora y también que me llamaría en caso de no encontrarme. Lo cierto, es que he huido como una cobarde. Sé que, lo primero que va a hacer Cristian, en cuanto se despierte y vea que no estoy, será bajar a mi casa y, no. No estoy preparada para enfrentarme a la realidad. No, sin una ducha, ropa cómoda y un café.

Lourdes acepta la videollamada.

Está recién levantada, por lo que sabemos que ha tenido fiesta nocturna.

Lourdes:
Hola chicas... ¡Qué madrugadoras estáis! ¿No?

Yo:
¡Uy, uy, uyyyyy! ¡Qué Lourdes ha pasado una noche movidita!

Pam:
¿Y ese chupetón?

Lourdes:
Mi Manu, que se piensa que tenemos quince años. ¡Espera un momento! ¿Eso que veo es el vestido de anoche?

Yo:
Sí. Aún no he podido entrar en casa.

Pam:
Haz café, que tiene mucho que contarnos.

Nos reímos y Lourdes enseña su taza a la cámara.

Lourdes:
Estoy preparada.

Yo:
Pues... ¿Por dónde empiezo?

Pam:
Por dónde decidiste salir corriendo sin dar explicaciones.

Lourdes:
Sí, eso... Tenías que haber visto la cara del yogurín buenorro cuando te vio bailando con ese hombre. ¿Le conocías?

Yo:
Bueno, a ver, todo fue un mal entendido. Pensé que era él... ¿Qué cara puso?

Pam:
Pues de mala leche. Es que tú también...

Yo:
¡Eh! Que ya os he dicho que pensaba que era él. Además, puedo bailar con quien me dé la gana ¿no?

Lourdes:
Sí, claro... Cuando te desmelenas, lo haces a lo grande.

Yo:
Con vosotras es imposible...

Pamela:
Pues lo poco que vi, me pareció muy guapetón. Aunque no es comparable al poli.

Yo:
¡Dios! ¿Queréis que os lo cuente, o no?

Lourdes:
Desde el principio...

Yo:
Pues eso... Me dijo que era una prueba, que por eso se había acercado a bailar conmigo y Cristian, se puso en medio y le dijo que era su chica... ¿Os lo podéis creer?

Pam:
Yo, sí.

Lourdes:
Y yo, solo hay que ver cómo te mira.

Yo:
Bueno, pues no. No soy su chica. Se lo dejé bien clarito.

Pam:
Pero, a ver si estamos en la misma honda... ¿Te has comido al yogurín o no?

Yo:
Me he comido la fábrica de yogures, entera.

Me tapo la cara con las manos, pensando que es una locura, mientras mis amigas gritan como locas, exigiendo detalles.

Yo:
Como no podía entrar en casa, fuimos a la suya y saco tequila y ¡Uffff!

Lourdes:
¡Hay madre!

Pam:
¡¡¡DETALLES!!!

Yo:
¡Qué sí, qué sí, que a eso voy!
Bueno... él, sacó el tequila y yo mi lado juguetón. Le hice prometer que sólo sería una noche y jugamos a "yo nunca", pero en plan calentorro y ¡Dios mío, bendito! Creo que antes de anoche, era virgen. Me hizo de todo.

Durante media hora, me paso explicando a las chicas lo que pasó, algunos detalles, me los guardo para mí. Pero les dejo claro que va a ser muuuuuuuy difícil, superar las expectativas que Cristian ha puesto.

Pam:
¿Nos estás diciendo que no vas a repetir?

Yo:
Correcto. He salido de su casa corriendo, antes de que se despertara y aquí estoy. Deseando darme una ducha.

Tras despedirnos, recibo la llamada del cerrajero. Menos mal que Pam vive a dos calles.

La ducha me sienta de muerte, sobretodo, después de pagar doscientos cincuenta euros para dos minutos que ha tardado en abrir la puerta. Me pongo cómoda y me relajo en el sofá, antes de que llegue mi pequeño súper héroe.

Me despiertan golpes en la puerta y la voz inconfundible de Tercero A. Estoy tentada a no abrir, pero al final lo hago, cuando dice que sabe que estoy ahí, que escucha la tele encendida.

Me armo de valor, me coloco el pelo y abro aún medio dormida.

— ¿Se puede saber qué mosca te ha picado, llamando así a la puerta?

¡Pellízcame, por si estoy soñando!
No me acostumbro jamás a su atractivo.
Mirarle duele y siento como si me abofeteáse a mí misma.
Me cruzo de brazos y me apoyo en la puerta, levantando la ceja.

—Tú dirás. —Pregunto cansada de la lucha de miraditas.

Me mira serio. — ¿Por qué te has ido como una fugitiva?

— ¿Perdona?

Ahora es él quien se cruza de brazos.

—Me he despertado y no estabas. Supuse que, o no te gustó lo de anoche y te arrepientes, o tenías algo urgente que hacer, para irte sin hacer ruido.

Quiero explicarle que me volvió loca y que por eso, necesitaba salir de allí, pero una cabecita castaña aparece corriendo y se lanza a mis brazos.

— ¡Mami! ¡Mami! ¡Mira lo que me han regalado los abus!

Me enseña su robot nuevo, que dispara pequeñas pelotas de goma espuma. Le cojo en brazos dándole miles de besos que me devuelve con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola. Me llamo Álex y tengo cinco años, para seis. ¿Y tú?

Le dejo en el suelo y observo a Pablo, que se acerca con cara de pocos amigos. ¿Qué le pasa ahora a éste?

—Yo soy Cristian y vivo en el tercero.

Le extiende la mano y mi hijo le da
un apretón. ¡Es tan mayor!

— ¿Te gusta mi robot? Lanza pelotas a los malos. ¿Quieres verlo?

—Me encantaría. Es un robot muy chulo.

—Mami ¿Puedo enseñar a Cristian mi colección de villanos?

—La próxima vez, cariño. Cristian tiene que irse.

— ¿A dónde vas?

—A trabajar.

— ¿Y en qué trabajas?

¡Copón con mi niño! Ni que fuese de la CIA.

—Soy policía. Yo también lucho contra los villanos.

— ¡Aaalaaaa! —Abre los ojos de par en par y la boca. — ¿Y tienes placa de policía? ¿Y pistola? ¿Y me dejarás poner la sirena del coche?

—Sí, claro.

— ¡Aaalaaaa!

— ¡Papi, papi!, ¡el vecino es policía y me va a dejar encender las luces!

—Eso es estupendo. Ahora ves a dejar tus cosas, papá tiene que hablar con mamá. —Pablo entra en casa sin pedir permiso, como si también le perteneciera. Mira de arriba a abajo a Cristian cuando pasa por su lado y se pierde por el pasillo. —Por cierto, es importante y tengo prisa.

Cristian observa a mi ex. Tuerce imperceptiblemente el gesto y se despide.

—Nos vemos, Raquel.

—Adiós, Cristian.

Lo digo más como una promesa de que esto es el punto y final, que como una despedida casual.

Cierro la puerta y miro a Pablo que está guapísimo, con la ropa casual que jamás se habría puesto estando conmigo. Parece que su nueva vida a dado un giro de ciento ochenta grados y yo no tengo nada que ver.

— ¿Cómo está Joaquín?

—Bien, mucho mejor, gracias, creo que van a darle de alta pronto. Menudo susto nos dió.

— ¿Y bien? —Se cruza de brazos y me mira con menosprecio, me está juzgando y eso no me gusta.

— ¿Y bien? ¿Qué?

—¿Un vecino?

— ¡Oh, Dios mío! —Ahora soy yo quien se cruza de brazos y pone los ojos en blanco. No tengo porqué darle ninguna explicación. Me lo repito varias veces para convencerme. —¿Qué quieres preguntar?

—No creo que traer a tus ligues a casa, sea bueno para Álex. Pero, ¿lo has visto bien? Parece un matón de barrio y ¿qué edad tiene? ¿Estás viéndote con ese niño? ¡Joder Raquel! ¿Tan perdida estás en la vida?

¡Pero qué narices! ¡Habló de putas la tacones! ¿Y me lo dice él? Me enfado, me pongo de los nervios y me cuesta un mundo hablarle con calma.

—Lo primero, no te incumbe lo que haga con mi vida. Lo segundo, es un vecino y lo tercero, eres la última persona que puede echarme en cara lo que haga con mi vida privada y... y... Y ni siquiera tengo que darte explicaciones. ¡Dios! ¡Eres increíble! ¡Y no en el buen sentido! — Abro la puerta de la calle, invitándolo a salir, con un cabreo monumental in crescendo.

— ¿No piensas en cómo puede afectar a nuestro hijo? ¿Que clase de madre eres?

— ¡Mira! Hasta ahora he tenido mucha paciencia contigo y no te permito, ni a tí, ni a nadie, que pongáis en duda mi integridad como madre. Ahora, creo que es el momento de que te marches con tu futura mujer.

—Yo sólo digo...

—Tú, aquí, no dices nada.

Cierro la puerta en sus narices y cierro los puños con rabia, aguantando las ganas de llorar.

Pablo tiene una habilidad de hacerme sentir como una mierda, muy grande.

—Mami... ¿Y papi?

—Tenía prisa. ¿Te apetece ir a ver a los abus?

— ¡Siiiiiiii! Voy a por mi robot. ¡Les va a gustar mucho, muchísimo!

—Seguro que sí, cariño.

                                  ...

— ¡Pero mira quién está aquí! Mi nieto más guapo y listo.

—Abu, soy tú único nieto.

—Y el mejor de todos los nietos del mundo.

—Eso, ya lo sé. ¡Mira que robot! Es policía, como mi vecino.

A éste niño no se olvida de nada. Mi madre, me sonríe y sé que quiere información, aunque no pregunta... Hasta que lo hace...

—Os veis mucho ese vecino y tú ¿no?

— ¿A qué viene eso?

—Bueno. Te sienta bien.

—Carmela, deja a la niña en paz. Ya es adulta y sabe lo que tiene que hacer.

Mi padre, me guiña un ojo y sonrío. ¡Vaya dos!

—No he dicho nada. Hace meses que no la veía animada y... sonriente, como ahora.

Me da un beso y se sienta a mi lado.

—Mi felicidad se debe a que papá está bien, a pesar del susto que nos has dado, cabezón.

Llegan las siete de la tarde y la hora de volver a casa. Mañana es el último día de cole y tenemos fiesta. Álex, está súper emocionado. Su padre, le ha prometido llevárselo de vacaciones y aunque me muera por dentro, con sólo pensar que voy a estar un mes sin verle, sé que no puedo negarme. Es su padre a fin de cuentas. Me tocará llorar y tragar con lo que venga.

Me rompe el corazón y necesito pasar todo el tiempo posible que nos queda, a su lado, por lo que dormimos en mi cama abrazados todas las noches, hasta el día que se marcha a la playa.

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