Tequila para 3+1

Bueno, ya es oficial. Acabo de dejar a Álex con la canguro, para ponerme, por primera vez en diez años, unos tacones de quince centímetros, con los que estoy segura que voy a matarme y salir a celebrar con mis amigas, que vuelvo a ser libre, o como dice Pam, que estoy de vuelta en el mercado.

Oh, Dios. Estoy tan anticuada...

Nos encontramos en la cola de un pub de moda, que se llama "43" y no, aquí no hay adultos, bueno, sí, pero no. Todas las personas que están en la cola para entrar, son críos y crías de dieciocho años, que parecen modelos de Victoria's Secret.

Todas esperamos a que el gorila musculado de la puerta nos deje pasar.

Y yo miro a mis amigas, a las que adoro con toda mi alma, como si fueran perros verdes. Sin ellas estaría metida, seguramente, en la cama con un pijama viejo, comiéndome el tercer bote de helado.

Ahora que lo pienso... No suena nada mal ese plan...

Pues eso, miro a Lourdes y Pam, que ya pasan de los cuarenta y yo, con mis treinta y siete tacos cumplidos hace un par de meses, en su misma situación.

¡Uffff! ¡Qué bajón más grande!

Dos meses... Lo pienso y suspiro, porqué gritar, llorar y patalear, ni es lo mío, ni me va a servir de nada. Dos meses que tengo treinta y siete. Seis meses desde que Pablo, mi marido me dejó por otra mujer ¡Seis años más joven! Y es que mi ex (tengo que acostumbrarme a llamarle ex), está para hacerle un monumento griego, o sea, que es un madurito buenorro, de esos que no deja indiferente a las mujeres y algunos hombres. Tiene cuarenta y tres, justo como el nombre de éste lugar.

¡La noche va de mal en peor!

—Raquel, ¿en qué piensas, que estás con esa cara de pepinillo en vinagre?

Ambas me miran sopesando la situación. Saben que lo he pasado muy mal —aún sigo sufriendo, pero ahora en silencio, como las almorranas— y ya conocen mis diferentes caras y gestos.

Me dan ganas de decirles que pienso en Pablo, que estamos esperando a entrar, en un pub de mini adultos y que últimamente, no puedo dejar de buscar coincidencias con mi exmarido, como su edad y el nombre de este sitio. Sin embargo, levanto los hombros casualmente y cojo del bolsillo la invitación, que un chico, súper joven, nos ha dado en medio de la calle, prometiendo diversión a raudales y la "mejor noche de nuestras vidas" por el módico precio de quince euros más una consumición gratis.

—¡Ya nos toca! ¿Lleváis la entrada y el "flayer"?

Pregunta Lourdes, llena de emoción, dando pequeños saltos. Parece una niña con zapatos nuevos.

—La llevaba en el bolso hace un rato. Espera... ¡No la encuentro!

Entonces, comienza una discusión por la mala cabeza de Pam, los nervios de Lou y lo cerca que tenemos nuestro turno para entrar.

—Tía, siempre igual... Pues paga otros quince euros y listo.

— ¡Sí, claro! ¿Te piensas que soy el banco de España o qué? ¡Como tu Manolín lo gana a espuertas!

— ¡Mira Pam, que son quince euros no ciento cincuenta! —Suspiro y miro el móvil rápidamente, por si la canguro me ha llamado o me ha mandado un mensaje. Mis amigas me agotan.

— ¡Vale ya! Hemos venido a que me animéis, no a veros discutir como los amantes de Teruel.

—Tienes razón, perdonad, es que desde que Manolín ha cambiado de turno, está más raro que un piojo fosforito y estoy de los nervios...

Miro a Pam, la primera divorciada del grupo que formamos y le hago un gesto, para que no suelte por esa boquita de piñón lo que sé que va a decir.

— ¡Venga boba, que no es nada! Seguro que está haciéndose al nuevo horario y a los nuevos compañeros!

—Y compañeras...

La miramos, Lourdes, afligida y preocupada, yo a punto de matarla. ¡De verdad! Que poco tacto tiene ésta mujer.

— ¿Qué? ¿Me diréis que no trabaja con mujeres también? —Tratamos de ignorar la incertidumbre que su comentario ha generado y por fin, llega nuestro turno para entrar. ¡Gracias al cielo!

— ¿Encuentras la entrada?

—Nop. —Responde, sacando mil cosas del bolso. Tampax, el móvil, una caja de caramelos, envoltorios vacíos... Un caos.

—Pero... Vamos a ver ¿Cómo lo has podido perder si nos la acaban de dar? Ahí tiene que estar. ¡Busca bien!

—Que no Lourdes, que no está, que te digo que ya he mirado veintiocho veces.

Como decía... Las quiero con toda mi alma, pero es que ya no estamos para estas aventuras. Lourdes tiene tres hijos y a su marido desde que el mundo es mundo. Manolín es un cacho de pan que se desvive por ella, aunque, últimamente esté preocupada por el cambio de humor desde que le cambiaron de turno a las tardes.

Pamela, está divorciada, tiene dos hijas que son la alegría de su vida, cada una de un papá diferente. Su nueva pareja, Miguelón "el hombretón", (apodo ganado a pulso, ya os contaré la historia en otro momento), es bombero y un cachondo, todo el día está de broma y, es que, lo que tiene de intenso, lo tiene de buena persona.

Entre estos dos, ya han intentado montarme dos citas a ciegas, por todos los medios, con algún compañero del cuerpo de bomberos, pero es que es tan pronto...

Lo sé, lo sé... No debería guardar ni un día de luto por ese capullo traidor, pero es que es el único hombre con el que he estado en toda mi vida y aún no puedo creerlo. Vale, no ha sido mi única pareja, he conocido otros chicos antes que él, pero Pablo... era mi marido. Aparte, es el padre de Álex, nuestro hijo.

En fin, que tengo que verlo a menudo por nuestro peque, sí o sí y no creo que sea momento de complicar mi vida con otro hombre. Quizá aún tenga una pequeña esperanza de que vuelva a casa, para intentar ser de nuevo una familia.

Así que, quitármelo de la cabeza, está resultando un imposible. ¡Seré idiota!

Vuelvo a la realidad, tratando de olvidar mi último pensamiento. Sólo consigo hacerme daño, creyendo que Pablo va a cambiar de opinión y me siento un poco deprimida.

— ¿Por qué no nos vamos? La canguro se va a las doce.

— ¡Mira! ¡Como Cenicienta! —Suelta la loca de Lourdes, escudrinándome con ese sexto sentido de madre que tiene. —No busques escusas para ir a esconder la cabeza en casa. No eres una avestruz.

—Pues la llamas y la dices que no vas a volver en toda la noche. —Cada loca con su tema. Pongo los ojos en blanco y suspiro. Por lo visto, no voy a poder salir de aquí tan fácilmente.

—Sí, claro ¿y si Álex se despierta y ve que no estoy?

Mis amigas saben, que a pesar de esforzarme en aparentar normalidad con mi retoño, —delante de él no discutimos—, no lo está llevando demasiado bien.

Desde que no vivimos con papá, comenzaron las pesadillas y no han parado. La mayoría de las noches, se despierta llorando  y me llama gritando, porque piensa que yo también voy a marcharme. Me rompe el corazón verle sufrir, así que, estar aquí, se me hace especialmente duro.

Lo peor es cuando pregunta por papá y me toca explicarle de la forma más sencilla posible que nunca volveremos a estar los tres juntos, pero que su papi siempre estará ahí para llevarlo al parque y a merendar, o cuando lo necesite. Es un agobio, la verdad. Yo no estoy hecha para estar soltera y mi niño, con su corta edad, parece entender la situación mejor que yo cuando hablamos de ello.

El gorila musculado de la puerta y tan calvo como una bola de billar, nos mira, incrédulo, con la ceja levantada.

Lo sé, pienso exactamente lo mismo que él... ¿Qué hacemos estas tres señoras, en un pub, donde van críos que podrían ser nuestros hijos?

Incluso me siento algo avergonzada, así que ni lo miro. Prefiero entretenerme en buscar algo en el bolso, mientras mis amigas le sueltan burradas al estilo <<bombón, yo por tí rompo la dieta>> o <<quien fuera escultor, para tener éste monumento entre las manos>>.

Podría morir, literalmente, de vergüenza ajena en éste preciso momento.

Cuando nos deja pasar, lo primero es la bofetada que recibimos en los tímpanos, de la música techno a todo volumen. Así va a ser imposible hablar si no es a gritos.

Todo está oscuro, excepto por las luces de neón rojas y azules que no dejan de parpadear y moverse al ritmo frenético de la música.

Y entonces, recuerdo las palabras del chico que prometía "la mejor noche de nuestras vidas". ¡Los cojones!

Dios mío, como echo de menos el plan de pijama, peli y manta con helado. Quizá, habría elegido la de el Diario de Noah, para llorar agusto y autoflagelárme yo solita. ¿Qué le voy a hacer si me gusta regocijarme en mi propio dolor y en el "podría ser pero no fue, ni será jamás"?

—¿¡Qué queréis tomar!? —Lourdes grita a pleno pulmón, mientras levanta los brazos y comienza a agitarlos como si estuviera poseída.

Lo que digo... De aquí salimos sin voz y con la cabeza como un bombo.

— ¡Un tequila! —responde Pamela, agitando también los brazos, para que el barman se acerque.

— ¡Yo una Coca-cola!

Me miran, tratando de entender porqué no quiero ponerme como una cuba.

— ¡Venga ya! ¡Otro tequila! No estamos en un cumpleaños infantil.

Al final cedo, porque diga lo que diga, van a hacer lo que les salga del chirri.

Y así, entre chupitos de tequila, gintonics y gritos para entendernos, nos vamos acercando a las doce de la noche.

— ¡Voy a llamar a la canguro!

No creo ni que me hayan escuchado. El lugar está hasta los topes. Hasta los topes, de jóvenes ebrios, que no dejan de bailar por todas partes, así que, tardo toda una vida en llegar hasta la puerta, móvil en mano, buscando una rayita de cobertura.

—Clara, ¿Qué tal va la noche?

—Hola, todo genial por aquí, Álex lleva dormido cuatro horas y no se ha despertado.

—Sí, bueno... de eso quería hablarte... ¿Podrías quedarte un par de horas más?

—No hay ningún problema.

—Gracias, estaré atenta al móvil. Con lo que sea llámame y estaré allí en veinte minutos.

—No te preocupes, está todo controlado.

La verdad es que he tenido mucha suerte al encontrar a Clara, es genial con Álex, se quieren mucho.

Vuelvo a entrar al pub tras colgar la llamada, sin mirar al hombre que parece una estatua seria con walkie y pinganillo.

La primera media hora pasa sin incidencias. Al final, decidimos apartarnos de la barra, ya que los jóvenes camareros nos empiezan a mirar raro. Aunque a éstas alturas nos importa un pimiento.

Suena la canción del momento, lo sé, porque la ponen todo el rato, en bucle, en la radio, así que me animo y saco a mis amigas a bailar al centro de la pista.

¿Y qué más da lo que piensen de nosotras?

Siempre me gustó bailar, lo hacía a todas horas, pero mi ex lo odiaba, por lo que, poco a poco, me olvidé de ello. Ahora, no había nadie que me reprocháse nada o que me mirase con vergüenza ajena.

Estamos dándolo todo en la pista de baile, reímos, bebemos, saltamos y nos movemos como locas, hasta que siento una mano en la cintura.

Estoy lo suficientemente borracha como para atreverme a seguir bailando cuando, la persona de esa mano, pega su cuerpo a mi espalda.

Me giro con una sonrisa fácil, de esas que te salen cuando estás relajada por el alcohol, o sea, de borracha total y me topo con... ¡Un niño...!

¡Por Dios! Es súper joven, como todos los que están aquí. Las que no pegamos ni con pegamento, en este lugar, somos nosotras.

Me sonríe y me dice algo al oído, que no llego a comprender.

Tiene unos bonitos ojos azules, casi grises y va lleno de tatuajes. Cuando digo lleno, es lleno, hasta el cuello. Me señala un lugar más tranquilo, pero yo quiero bailar y olvidar y pasarlo bien por una noche.

Le devuelvo la sonrisa y con voz de borrachilla, le presento a mis amigas.

—Tú eres la del primero B.

Le miro, le miro, le miro y por fin caigo. Es mi vecino. Por un lado se me rompe un poquito el corazón, pensaba que había ligado con un yogurín, pero no, ya nos conocemos...

Bueno, nos conocemos solo de vista, cuando voy a llevar a Álex al colegio. Le sonrío y se lo explico a mis amigas, que también parecen un poquito defraudadas.

—Sí, la misma que viste y calza. Perdona, pero no sé dónde vives.

— ¡Vas muy lanzada!

Su sonrisa llega a esos ojazos, que, por un instante, brillan no sólo por diversión.

¡Vaya con el niño! ¡Pues sí que es lanzado! Tiene toda la pinta de ser el típico rompebragas, al que le gusta coquetear con mujeres más mayores para luego presumir con sus colegotes.

— ¡No, no, no, me refiero a que tú sabes dónde vivo yo, pero yo no sé en qué piso vives tú!

¡Vaya conversación de besugos!

Quiero quitármelo de encima, pero no quiero ser antipática. Me acabo de mudar como quien dice y no es plan de comenzar haciendo enemigos en el portal.

—Soy el tres A. Cristian, encantado.

Extiendo la mano para dársela, pero me planta dos besos, uno de ellos en la comisura de los labios, que dura más tiempo de lo políticamente correcto, mientras coloca, con suavidad, su mano en la parte baja de mi espalda.

Me aparto y sonrío nerviosa.

—¡Qué tomáis!

—¡¡Tequilaaaaa!! —Grita Pau, mientras Lourdes, torciendo el gesto, pide un refresco ya que es su noche de conductora sobria.

—¿Y Primero B? ¿Qué va a tomar?

¡Joder con el yogurín! Esa mirada seductora y la forma en la que sigue sujetándome la cintura para acercarse a mi oído y susurrar esa pregunta, no me deja indiferente.

—Agua. —Respondo con la boca seca.

—¿Agua? ¡Tequila doble!

Miro a Paula, a la que voy a matar en cuanto estemos a solas, para que pare, pero lleva unas cuantas copas de más y no me hace ni caso.

—Pues tequila. —Repite con voz grave, que me rompe una carcajada al instante ¡Voy fina!

Se aleja a la barra tras el repaso que me hace de arriba a abajo, despertando una parte que estaba dormida en mi interior. Hace mucho que nadie me miraba de esa forma y que un chavalín lo haga, con ese descaro, me hace gracia.
Soy atractiva a fin de cuentas, algo que acabo de descubrir, gracias a mi vecino del tercero.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!¿Qué ha sido eso?

—¿Has visto como te mira?

—¡Más bien, como se la está zumbando con la mirada!

—¡Ala, la bruta!

—¡Diréis que es mentira!

—¡Madre del amor hermoso! ¡Yo quiero un vecino así!

Cansada de escuchar las burradas de estas dos, decido poner punto y final.

—Es sólo un niño siendo simpático. ¿Acaso no es eso lo que se hace cuando te encuentras con alguien conocido?

—Nena, si mi vecino del tercero me mira así, le pongo una orden de alejamiento.

Nos reímos por su ocurrencia.

Pam, sin embargo, sigue royendo el hueso, continuando con el temita.

—¿Y el toqueteo por aquí, toqueteo por allá, es la bienvenida al vecindario? ¡Venga ya! A ese le gustas.

Ahora es Lourdes la que ataca.

—¡Lánzate!

—Creo que todas las chicas y la mitad de los chicos de este lugar estarían encantadas de recibir la atención que sólo tiene para tí.

—¡Dejadlo ya! Os va a escuchar. Además, podría ser su madre.

¿Cuántos años tendría, veintidós? ¿Veinticinco? Demasiado joven. No, gracias.

—Aquí tenéis chicas, invita la casa.

Todas reímos y brindamos con él.

Estoy a punto de tomarme el chupito, cuando sujeta mi mano y me frena.

—¿De verdad no sabéis cómo se toma el tequila? ¡No me lo creo!

Pamela que está en todo lo alto, me reta con la mirada y sonríe.

—Cariño, el tequila, a nuestra edad, es como beber agua. Ya nada nos sorprende.

—¡Amén por eso, hermana!

Se ríen y brindan efusivamente, mientras yo quiero morir de vergüenza.

Cristian, clava los ojos en mí, ignorando a todo y todos los que nos rodean y, llamadme tonta, pero siento un cosquilleo por toda la piel, que hace siglos no siento.

—Mirad y aprended del maestro. Primero la sal.

Me sujeta la mano y lame el contorno de ésta, para después echar sal. Yo, que ya estoy acalorada perdida, me pongo colorada y me revuelvo en el asiento. Mientras mis amigas ríen y gritan como hienas.

¡Yo las mato!

—Pues si así se pone la sal, ¡cómo será el limón! —Grita entre carcajadas Pamela, a punto de caerse de espaldas.

—Con calma señoras. Ahora, tienes que lamer la sal.

¡Madre mía! Hago lo que me dice sujetando su mirada. ¡A ver si ahora voy a acobardárme!

Mi corazón va a mil por hora. ¡Estoy taquicárdica perdida! No puedo evitar pensar que es como darse un beso con lengua pero sin contacto. Me río por mis ocurrencias y continúo con su juego.

Me acerca el vaso de chupito a los labios con su mano tatuada y, bajo la mirada de mis amigas, vierte el líquido en mi boca.

—Y por último el limón.

Se coloca la rodaja de limón en los labios y se acerca a mí.

¡No me atrevo! ¡No me atrevo! ¡No me atrevo! ¡Venga hombre, Raquel, es una noche! Y estás celebrando tu soltería. No es nada serio, ni malo cogerle el limón de los labios. Y... al final me lanzo. Le sujeto el rostro con mis dos manos y chupo el limón que tiene prisionero entre su bonita boca.

¡No me lo puedo creer! ¡Ésto es una locura! Hago una mueca por la acidez del sabor del limón y mis amigas chocan la mano conmigo.

—Y así, señoras, es como se toma el tequila.

Mis amigas se dan aire con la mano de forma teatral y yo levanto los brazos como si fuese una campeona, cuando mi movil vibra en el pantalón.

Lo descuelgo corriendo, en cuanto veo que me llama Clara.

—¿Diga? ¡Espera, no cuelgues, ya salgo! ¡Aquí no se escucha nada!

Por fin consigo salir a la tranquilidad de la calle. Lo agradezco, porque dentro, el ruido es ensordecedor.

—Dime Clara, perdona. —De fondo escucho a Alex gritar como nunca antes lo ha hecho. — ¿Qué ha pasado? ¿Está bien?

Siento una mano en la parte baja de la espalda, me giro y encuentro a Cristian, entregándome un casco de moto. Lo agradezco, porque me estoy poniendo de los nervios al escuchar sus gritos y llantos a través del teléfono.
Mientras que Clara, también se está poniendo nerviosa.

—Se ha despertado hace un rato y al ver que no estabas, se ha puesto así. No soy capaz de calmarlo. No sé qué hacer...

—Tranquila, ya voy. Tardo veinte minutos.

—Siete.

Le miro insegura de querer aceptar su ayuda, pero no me queda otra alternativa mejor.

—Siete, siete minutos.

Cuelgo el teléfono y me giro para buscar un taxi.

—Primero A, la moto está por ahí.

Señala el lado contrario y me muerdo el labio.

—No quiero molestar. Estarás con tus amigos... De verdad, eres muy amable, pero iré en taxi.

Mando un WhatsApp a mis amigas explicando lo que ha pasado y al final, cedo al ofrecimiento de Cristian. Más que nada, porque no hay ni un solo taxi libre por la zona y yo tengo una prisa que me muero.

—Gracias, gracias, gracias. Te lo pagaré.

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