Tensión sexual... No resuelta.
—¡Copón! ¡Joder!
Salgo corriendo en cuanto veo a Tercero A, apoyado en el marco de la puerta, tan sexy, que no voy a culparme por tener pensamientos lascivos con él.
—Te he traído pasta con tomate. Mi especialidad.
¡Joder, joder, joder, joder!
Aún llevo la camiseta ancha y las bragas más grandes y feas que tengo. La comodidad me impide tirarlas, aunque creo que es lo primero que voy a hacer en cuanto se marche.
—¿Raquel?
¡Se acuerda de mi nombre! ¿Pero que digo? ¡ES-UN-NIÑO! ¡Y no hace tanto tiempo que os presentasteis, boba!
Salgo corriendo a mi habitación, dejándole ahí plantado. Debe estar flipando.
—Sí... Entra... Ahora salgo.
No, no quiero salir. ¿A qué ha venido? ¿Y por qué no he preguntado quién es, antes de abrir?
—¿Estás bien?
Habla desde el salón de MI casa. Ese yogurín que parece tan seguro de sí mismo, está esperándome y yo, como una tonta, me estoy escondiendo en la habitación, con el corazón desbocado, pero claro, acabo de tener una sesión con Tom Cruise, imaginándole a él.
—Sí. Un segundo.
Me pongo lo primero que veo y me miro en el espejo, tratando de parecer mejor que la imagen que me devuelve el espejo. Tengo casi cuarenta años y estoy "arreglándome" para estar presentable ante un niñato. Seguro que podría ser su madre.
Ese pensamiento tan revelador, no impide que coja el perfume y... no, mejor no. Va a parecer que... ¿Qué?, ¿qué va a parecer Raquel? ¿Que eres una cuarentona desesperada? Vuelvo a dejar el perfume dónde estaba y armándome de valor, salgo al salón.
Cristian está de espaldas, tiene una espalda ancha y ¡Ufff! La camiseta de tirantes me deja contemplar su musculatura y sus tatuajes.
A decir verdad jamás me habían llamado la atención los tatuajes, pero en alguien como él, es imposible no admirarlos. Me arreglo un poco el pelo rápidamente y sonrío, tratando de controlar los nervios.
—Tú por aquí.
Muy bien Raquel, así, relajada y casual, como si hubierais coincidido en la cola de la pescadería.
—Sí. Yo por aquí. Si estás ocupada, puedo volver más tarde. —Se levanta del sofá y me da dos besos rápidos. ¿Será que me lo imaginé todo lo de anoche? Me siento desconcertada, malditos recuerdos alcoholizados. Aunque lo prefiero así, sin tensión sexual de ningún tipo. Cómo dos vecinos que son amables. Nada más.
—Pensé que os gustarían, quería disculparme por lo de anoche...
Me mira la mano todo el rato, algo avergonzado. ¿Qué le pasa? Bueno, está claro... La culpa fue de todo lo que bebimos, que nos confundió. Más bien, me confundió a mí solita.
—Gracias. Eres muy amable. Alex no está. Se fue con su padre.
—Bien, no quiero molestar. Espero que os gusten...
No sé que le pasa, pero me estoy divirtiendo de lo lindo con su incomodidad. Lo cierto es que desde que he visto que todo fueron imaginaciones mías, estoy más tranquila y relajada.
—No volverán hasta tarde ¿Te gusta la comida china? acabo de pedirla y es demasiado para una persona.
—Creo que es mejor que me vaya a casa ¿sabes? Sí, es lo mejor...
—Sí, claro. Muchas gracias por la pasta. Tienen una pinta estupenda.
¿Qué acaba de pasar? Le acompaño a la puerta, abro y sale al descansillo.
—Los macarrones, son mi forma de disculparme por lo de ésta noche. No sabía que estabas casada, bueno, nunca he visto a tu marido, pero, claro... ¡Joder! Soy gilipollas...
Me echo a reír. ¿Ese era el problema? ¿Pensaba que estoy casada? los nervios me juegan una mala pasada y río como una chiflada.
—Perdona, perdóname, es que, Dios, no, no estoy casada, bueno ahora ya no. Dos fines de semana al mes mi hijo está con su padre. Creo que ahora han ido al zoo con su pareja, la de mi ex, no la de Álex. —Se me hace un nudo en la garganta al reconocer, en voz alta, ante un desconocido, que mi exmarido tiene pareja. —¿Tienes hambre?
— ¿Es una invitación formal?
Sonrío y le invito a pasar de nuevo, fijándome en que no deja de observar mi mano, aún llevo la alianza de compromiso. Nunca me atrevo a tirarla o a hacer lo que sea que se haga con esto, por lo que ahí está, como si siguiera siendo parte de una relación, en la que, en algún momento profesamos el amor con este anillo.
—Sólo han pasado seis meses... —Trato de justificar, cerrando la mano en un puño y tapándola con la otra. Sonrío nerviosa y me alejo, para romper el ambiente extraño que se está formando.
—No tienes que darme explicaciones, si no quieres.
Sonríe y ese gesto le llega a los ojos, iluminándolos. Me ruborizo y aparto la mirada de las vistas que me ofrece su camiseta ajustada. ¡Madre de Dios! ¡Tiene músculos hasta en lugares que jamás pensé que existían!
Nota mis nervios y agradezco en silencio que no haga ningún comentario al respecto. Parezco tontita de verdad ¿Cuándo he vuelto a la pubertad?
—¿Te gusta la comida china? También tengo cocido y... lasaña.
Sonríe de nuevo enseñando sus dientes y ¡Ufff! Necesito controlarme o va a pensar que soy la típica maruja asalta cunas, desesperada ¡Pero es qué está de toma-pan-y-moja, el cabrito!
Voy a la cocina para poner otro cubierto más y me sobresalto cuando escucho su voz, tan sensual y erótica, como la de los protagonistas de las películas que suelo ver últimamente. Lo sé, estoy siendo una exagerada, pero si estuvieráis en mi lugar, seguro que pensaríais como yo. No me juzguéis, por favor.
—¿Puedo ayudarte?
Siento su aliento cálido contra la piel, detrás de mí oreja. Mi corazón, se salta un latido y me giro con el plato y el vaso en las manos. ¿Estoy colorada? ¿Se me nota? ¡¡¡Dios!!!
—Toma, esto es tuyo. Ya está todo en la mesa.
Coge lo que le entrego, rozándome a propósito los dedos, sonríe y se gira, dejándome una panorámica en primera fila de su espalda ancha y su trasero perfecto. Me muerdo el labio y le sigo, poniendo los ojos en blanco y abofeteándome mentalmente.
Espera a que tome asiento en el sofá y luego se deja caer, más cerca de mí, de lo necesario. Nuestras rodillas se rozan y esa tontería, me eleva las pulsaciones. ¿Acaso soy una cría, para reaccionar así? Lo ignoro, haciendo un esfuerzo titánico y sirvo la comida en los platos.
—Cuéntame más de tí.
—¿Qué quieres saber?
—Bueno, como acabaste aquí. Quiero decir, ya me has dicho que te has divorciado, pero quiero saber más.
Se lleva un bocado de carne agridulce a la boca y sigo cada uno de sus movimientos.
—Ésta es la casa de mis padres, aquí me crié y supongo que, necesitaba estar en un lugar que me recordase tiempos mejores.
— ¿Qué edad tiene tu hijo?
—Cinco. Se llama Álex y es fantástico... Es mi razón de vivir.
—Me resulta fácil hablar de Álex, —es quien me da energía para luchar día a día—, consigue relajarme hablar de él, en vez de explicar como mi ex, me puso los cuernos. —También es un trasto. No para ni un segundo, es súper cariñoso. Tiene los ojos tan despiertos y es tan inteligente...
—Álex tiene suerte. Su madre es increíble. —Me guiña un ojo y continúa devorando, literalmente, la comida.
Dejo los tallarines, que se han quedado fríos y con las mejillas encendidas por el cumplido y la intensidad de su mirada sobre mí, ataco los macarrones con tomate que ha preparado Tercero A. La verdad que están deliciosos.
—¡Ésto es increíble! Los mejores macarrones que he comido en mi vida.
—Mi abuela era italiana y fue lo único que conseguí aprender de cocina. Macarrones a la Amatriciana. Creo que sí me escuchase decir "macarrones", me desheredaría. —Reímos, hablamos y comemos. Es divertido y consigue crear un ambiente relajado, en el que da la sensación de ser buenos amigos.
También, me fijo en que disfruta mirándome comer, lo sé porque no deja de hacerlo, con una expresión que me derrite por dentro.
—Entonces eres un gran cocinero de macarrones.
—Lo justo para no morir de hambre y no gastar mi sueldo en comida rápida, sí.
—¿No vives con tus padres?
—Soy independiente desde hace un año, tres días y... —Mira su reloj deportivo, de pulsera. —Doce horas.
—Sí que tenías ganas de volar del nido. ¿Qué edad tienes?
Le miro sorprendida y nerviosa, es muy joven, eso lo sé, pero parece tan maduro, que la curiosidad me mata.
—¿Qué importancia tiene? Son sólo números. Hay quien cumple los cuarenta y sigue estancado en los dieciséis.
—Supongo que ahí, tengo que darte la razón.
—Entonces, no nos preocupemos de esa trivialidad. ¿Ok?
Me mira intensamente, con su sonrisa eterna en los labios y ¡Ufff, mamá! quiero morderlos y besarlos. Debe leerme la mente, porque se inclina hasta poner su cara a un palmo de la mía.
¡Respira, Raquel, respira!
—Postre... ¡falta en postre!
—Postre. —Repite con mirada hambrienta y creo, si mi sexto sentido no me falla, que no es precisamente de comida.
Consigo ponerme en pie con los nervios y la sensación de culpabilidad corriendo por mis venas. Sé que es una locura y que no está bien desear a alguien a quien, seguramente, doblo la edad, pero, claro ¿quién podría resistirse?
Abro el frigorífico en busca del postre, pero no encuentro nada más que los yogures de mi hijo, un plátano que ha tenido días mejores y el bote de nata que caduca en tres días. También podría preparar café...
— ¿Café?
Pregunto en voz alta para que me escuche. Cierro la puerta del frigorífico, con el bote de nata en la mano para tirarlo y ahí está él, con la mirada intensa, la sonrisa en los labios y las manos colgando de los bolsillos del vaquero, que se ajusta a su cintura, de forma pecaminosa.
—Te lo dije ayer y te lo vuelvo a repetir hoy. Vas muy lanzada.
Está bromeando, pero no puedo evitar explicarme cuando veo que su mirada se dirige al bote de nata.
—Caduca en tres días. Iba a tirarlo a la basura. ¿Café? o ¿yogurín?
Enseguida me tapo la boca. Se me ha escapado lo de yogurín, pero es que tenerlo ahí, enfrente, me nubla los sentidos.
Se ríe. Le ha parecido gracioso. Coge el bote de nata y muy lentamente, lo agita. Yo ya estoy mojando las bragas, lo noto.
—Se me ocurre como aprovecharla. Sería una lástima tirarla.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Que me va a dar algo! Mira, que la carne es débil y yo llevo mucho tiempo a pan y agua.
Destapa el bote, estira la cabeza hacia atrás y se llena la boca de nata montada. ¡Ufff, que calores me están entrando!
Me mira, le miro y, me muero, literalmente, creo que muero.
—¿Quieres?
¡Joder, joder, joder! ¡Sí, quiero!
Acerca el bote a mi boca, la abro y aprieta la cánula, llenándomela de nata. Está demasiado cerca, tanto, que su cuerpo roza el mío. Esto se nos está yendo de las manos y lo políticamente correcto.
Me río, y enciendo la cafetera, con los mofletes inflados por la nata. Debo parecer un hámster.
—No tengo postre, tendrá que valer el café.
—No me gusta el café. Pero sigo queriendo postre.
Sonríe pícaro y cogiendo mi mano, me lleva al sofá. Se hecha nata en el dedo y lo acerca a mis labios. Tengo el corazón a punto de salírseme del pecho. No sé qué estoy haciendo, pero abro la boca y chupo su índice, cierro los ojos y se me escapa un suspiro.
Cuando los abro, me pongo colorada. Debería poder controlarme. No debería ser complicado, pero él va a saco y yo me estoy empezando a cansar de ignorar las señales. ¿Y si me lo estoy imaginando? ¡No! ¡Qué narices voy a estar imaginando! ¡Va directo al grano!
Me entrega el bote, pongo un poco de nata en mi dedo y se lo acerco a la boca, cuando va a lamerlo, me aparto y lo chupo yo.
—¿Esas tenemos, eh?
Se lanza sobre mí, para quitarme el bote, no puedo dejar de reír cuando me ataca con cosquillas. Pataleo, pero no tengo nada que hacer contra él. Al final consigue la nata, nuestras respiraciones se enredan y dejo de revolverme y reír.
Levanta mi camiseta hasta debajo del pecho y forma un camino, desde mi esternón hasta el ombligo, con la nata montada. Su mirada se vuelve profunda, cargada de deseo. No dice nada, pero espera una respuesta que soy incapaz de dar.
Los nervios y la situación, me queman las entrañas, le miro, me mira y baja la cabeza hacia el comienzo del dibujo.
Sentir su boca contra mi piel, me da escalofríos. No sé si es lo correcto, pero no quiero detenerle. Mientras en mi cabeza se desata la guerrera entre lo que es correcto y lo que no, el continúa su camino, dejando un reguero de besos y lametones cálidos, en mi estómago, que encienden mi piel y todos mis sentidos. Cuando limpia todo con su lengua, levanta la cabeza y haciendo contacto visual en todo momento, coloca su cuerpo entre mis piernas.
Ya no hay marcha atrás.
Le limpio un poco de nata de la comisura de sus labios y como una mujer atrevida y experimentada, (aunque la única experiencia fuese con mi ex) me llevo el dedo a la boca, tratando de ser lo más sensual que puedo.
¿Raquel? ¿A qué estás jugando? Mándale a su casa antes de que te conviertas en una asaltacunas desesperada.
Pero ya es tarde. Me besa. El yogurín buenorro del tercero A, me está metiendo la lengua hasta las amígdalas y se siente tan bien, que rodeo su cuello con mis brazos y dejo que prosiga con el juego. Ya tendré tiempo de arrepentimientos más tarde.
Solo se separa unos segundos de mi boca, para quitarse la camiseta y yo, pues... ¡flipo en colores! Debo estar mirándole como una autentica idiota, puesto que sonríe enseñando los dientes. Me quita la camiseta y se relame.
—Al final, no voy a quedarme sin mi postre. —Su voz, se vuelve fuego contra mi piel. Me quedo sin respiración y me siento tonta, porque no debería avergonzarme. Supongo que los estereotipos sociales, han hecho mella en mí y en mi capacidad de disfrutar este momento. —Deja de pensar. Veo salir humo de esa cabecita tuya.
Después, deja un reguero de besos desde mi frente, hasta los labios. Sonríe despreocupado y continúa dejando sus besos, húmedos, hasta el borde del sujetador.
No sé de dónde saca esa madurez, pero quiero hacerle caso y dejar de pensar.
—Respira. — Y hago lo que me dice, porque se me había olvidado expulsar el oxígeno de los pulmones.
—Vamos a mi habitación.
Se incorpora y me ayuda a levantarme. No me deja dar ni un paso, cuando me coge en brazos, le rodeo la cintura con mis piernas y sin dejar de besarnos, le guío a mi cama.
Llegamos a mitad del pasillo haciéndonos el amor con la mirada. Es tan dulce y salvaje al mismo tiempo, que mis sentidos colapsan.
—No me puedo creer que tu y yo...
—Desde que llegaste me tienes loco. Anoche deseaba hacértelo en medio del pub. —¡JODER! Nos besamos y pierdo el control, mientras consigue arrancarme los estereotipos a golpe de lengua y caricias. Somos brazos y piernas enredadas, deseando más y más. —¡Mierda! —Su teléfono suena en el bolsillo trasero.
—Puede que sea importante... —Consigo decir entre besos y jadeos, que van subiendo de tono, según baja con su boca por mi cuello.
—Que dejen un mensaje.
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