Número 11.

Pienso, pienso y pienso una y otra vez en la aventura de anoche. Cuando salimos del cine, nos fugamos al Burguer y luego escapamos a algún lugar de la provincia de Toledo a ver estrellas mientras las hamburguesas frías, nos parecían un menú de lujo.

Tampoco puedo olvidame del momento bochornoso en el que le llené la camiseta de mocos y  lágrimas, para un rato más tarde, volver a Madrid y cada polluelo a su nido.

Me he pasado la noche comiendo techo. Sí. Soy así, me encanta mantener conversaciones, que no llegan a ninguna parte con mi cerebro.

En fin... Que aquí estoy, tirada en el sofá, con una bolsa XXL de Cheetos sabor a "mega queso". Que no entiendo porqué se llaman así, si saben igual que los normales, mientras hago zapping en la tele.

¡Dioooosssss! ¡Qué aburrimiento más grande!

Sé que dije que necesitaba desaparecer unos días, pero me veo tentada a llamar a Lourdes y Pam. ¿Qué hago? ¿Llamo, no llamo? Mejor mando un WhatsApp a las chicas del chirri.

Yo:
Holaaaa...

Lourdes:
¿Ya has vuelto?

Pam:
¿¡Tienes ganas de fiesta!?

Yo:
Nooooo. Sólo quería saber qué tal estáis...

Pam:
Llevando a las niñas a la revisión de los ojos, que como me las tengan que poner gafas... ¡Robo un banco!

Lourdes:
Ahora hay un dos por uno, en chin-chin de Afflelou.

Pam:
Mira, menos cachondeo que menuda gracia...

Lourdes:
¿Qué tal estás?

Yo:
Bien... Echo de menos a Álex y... Pablo me ha invitado a su boda.

Pam:
¿¡CÓMOOO!?

Lourdes:
¡Será cerdo y asqueroso el tío ese!

Yo:
Al parecer Álex quiere que vaya... ¿Cómo voy a decirle que no?

Pam:
Pues muy fácil... NO.

Lourdes:
Claro, tía, pero... Vamos a ver si me entero... ¡¡Es que es muy fuerte!! ¿¿¿Tu ex pone como excusa a Álex y tú te lo tragas???

Pam:
Me dan ganas de darle una paliza. ¿Cómo puedes estar tan tranquila?

Yo:
Pues la verdad, no lo sé... Puede que aún no me lo crea. Todo está yendo tan rápido... El divorcio, la boda, la invitación... Joder!!!!!!!!!!!!!!!

Pam:
No puede usar como escudo siempre al niño para atacarte y que no puedas devolvérsela. ¡Raquel! ¡Espabila! ¿Es qué no lo ves?

Lourdes:
Tienes que plantarle cara de una vez. Sino, nunca va a parar.

Yo:
Álex...

Pam:
Es pequeño, te quiere y algún día sabrá lo mucho que te esfuerzas por él. Pero ahora es momento de que salgas de la sombra de ese IMBÉCIL. Cada vez que te dice ven, tú vas.

Cuando el timbre suena, me siento salvada por la campana. Me despido de las chicas y cuando abro, le veo y me muero. Lleva una mochila al hombro y el pelo mojado por la ducha. ¡Está taaaaan guapo! Y es ¡taaaaaan joven!

— ¿Juegas al fútbol?

— ¿Yo? —Mira por encima de mi cabeza, como buscando a alguien. —Sí. Tú. Al menos que tengas a Sam Kerr escondida en tu casa...

Le miro sin entender lo que dice.

—No. ¿Por?

—Necesitamos a una jugadora y creo que tú eres perfecta.

—Yo no sé jugar.

—¿Crees que nosotros sí? ¡Vamos, será divertido!

—No. Me niego en rotundo.

— ¿Y si te digo que tendrás la oportunidad de vengarte por lo de la noche en el polígono industrial?

Pues ahí que voy. Directa a la venganza. Directa, más bien, a morder el polvo, porque jamás he jugado al futbol, jamás le he dado una patada a un balón, jamás he visto un partido y mucho menos, jamás me han elegido como portera.

Llegamos al campo de fútbol y Tercero A, me explica que todos los sábados, alquilan el campo para jugar hombres contra mujeres. Típico... La maldita guerra entre sexos...

Me cuenta que Leticia, la portera estrella, tiene un esguince y necesitan a alguien que "pare algún balón". ¿En serio? Me molesta esa forma chula, de dar a entender que ellos juegan mejor que nosotras y puede que así sea, pero la prepotencia la llevo fatal.

Tras presentarme a las que van a ser mis compañeras de equipo, algunas policías, otras las parejas de  los chicos del equipo contrario y a los chicos, a quienes reconozco como los compañeros de trabajo de Cristian, nos despedimos para entrar a los vestuarios.

Las chicas se conocen y el buen rollo que desprenden me contagia. Todas son más jóvenes que yo y por un momento pienso qué narices pinto yo allí.

—Tú eres la amiga de diecis... De Cris, ¿cierto?

—Sí, somos vecinos...

—Toma, ponte esto.

La chica morena me entrega una bolsa con una camiseta rosa con el número uno y unos pantalones cortos.

—Es la equipación de nuestra portera. Hemos tenido suerte de que vinieras. No pensábamos poder jugar con tan poco tiempo.

— ¿Has jugado alguna vez? —pregunta otra que se está cambiando a mi lado.

— ¿Sinceramente? Nunca. Creo que váis a perder por mi culpa.

—Tranquila, somos mejores que ellos.

—Sip. Sobretodo Amalia, es una crack.

¿Amalia va a estar aquí? La busco con la mirada entre las chicas, que tienen toda su atención puesta en recogerse el pelo y verse bien ante el espejo. Una de ellas, se sube los pantalones cortos, dejando todo el muslo al aire y tras un par de vistazos desde diferentes ángulos, se dirige a la otra chica que tiene al lado.

—Esta vez, Cristian, no podrá quitarme los ojos de encima.

Intento obviar ese comentario, aunque se me clava en el pecho y el cerebro.

—No sé yo, ha traído acompañante.

—Es demasiado mayor para él. Podría ser su madre.

Se da cuenta que estoy mirándola y me pide disculpas por el comentario.

—Tranquila, no has dicho nada que no sea cierto.

Tratando de mascar la sensación de mala leche, dibujo una sonrisa en mi cara y comienzo a desvestirme.

— ¡Ya estoy...! Aquí...

Amalia hace su aparición a lo grande y en cuanto me ve, cambia la expresión. Le gusta tan poco verme, como yo a ella.
Si eramos pocas...

Existe una tensión entre ambas que enrarece el ambiente y como no voy a dejar que me afecte, soy la primera en acabar y salir. No necesito ponerme sexy para llamar la atención de nadie. Solo quiero acabar con esta locura cuanto antes.

— ¿Vas a ser portera? —Amalia se acerca, con una fingida sonrisa.

—Ya ves...

—Pero... ¿Sabes jugar? Nuestra portera es muy buena.

—Haré lo que pueda.

—Ya... Suerte con los balonazos.

— ¿Gracias?

Me coloco donde me dicen, pensando en que tenga ella suerte, con no envenenarse.

Veo aparecer a Primero A, con esa camiseta azul celeste con el número siete. Los pantalones cortos y su pelo despeinado. Los tatuajes por todo su cuerpo, que consigue secarme la boca y tener una expresión de imbécil ante la panorámica de su cuerpazo. Me mira y sonríe.

Alrededor del campo hay gente que no deja de gritar y silbar a los chicos cuando comienzan a salir. La mayoría son mujeres y no me extraña en absoluto. Estos hombres están de muerte.

Respiro hondo y me preparo para hacer el ridículo más espantoso.

Todo el mundo se coloca en posición, el árbitro hace sonar el silbato y todos comienzan a correr. Yo no sé si imitarles o quedarme donde estoy.

Visto y no visto, me meten el primer gol, mientras las chicas suspiran y se recolocan y los chicos lo celebran.

¡Copón! Tengo que centrarme.

— ¿¡Quieres lanzar el balón!?

Amalia, me fulmina con la mirada, así que lanzo la pelota y me coloco en el centro de la portería.

Las chicas pelean por tomar el control del partido, una morena, lanza a la portería contraria, pero la manda fuera y todas gritan <<¡Uyyyy!>>.

Busco a Cristian, que mira el trasero de la chica de los pantalones extra cortos, que se ha agachado en sus narices y le pregunta algo.

Descarada es poco.

Cuando la pelota se acerca a toda velocidad y peligrosamente, me aparto.

— ¡Tienes que pararla, no huir de ella!

Las chicas, están nerviosas, es el segundo gol que nos meten en diez minutos. Soy un desastre y se lo dije a Cristian. Que esto, no iba a funcionar.

— ¡Vamos, chicas! ¡No pasa nada! ¡Remontemos!

Se animan entre ellas y yo no estoy segura. Soy un desastre y, pelota que se acerque, gol que se llevan ellos.

Cuando vamos tres a cero, el árbitro, nos avisa que podemos descansar.

Esto es una pesadilla, porque ahora que comenzaba a acostumbrarme a esa portería, me obligan a cambiar a la otra.

Estoy bebiendo agua, cuando la de los pantalones cortísimos, la del dorsal número once, se coloca justo a mi lado, retocándose la melena, acompañada de su amiga, número cinco.

— ¡No me puedo creer, que ese truco te esté funcionando!

—Pues sí. Te dije que el tatuaje le gustaría.

—Es que te miraba, como si fuese a comerte.

Siguen hablando de Cristian y decido alejarme, cuando una enfadadísima Amalia, se acerca impidiéndome el paso.

— ¡Eres un desastre como portera! No entiendo qué haces aquí. Si el plan de Cristian es hacer que perdamos, lo está consiguiendo.

—Mira. Yo ya he dicho que no sé jugar. Ponte tú y a mí olvidame.

Las demás se acercan para ver que pasa. Y la número once, a pesar de todo, sale en mi defensa.

—Es un juego. Vete a mirarte al espejo y déjanos vivir.

—Tú a callar, que nadie te ha dicho que ladres, perra.

— ¿Cómo me has llamado?

—Lo que eres. Todas hemos visto como vas zorreando a Cristian. Pasa de tu culo. ¿No lo ves?

—Yo al menos tengo.

Y después de esto, se lanzan una sobre la otra y caen al suelo dándose manotazos y tirones de pelo.

Los chicos no tardan en llegar y mientras algunos se ríen haciendo comentarios, Carlos, Cristian y otros dos, las separan, mientras se dicen de todo.

La número once, que se encuentra entre los brazos de Cristian, sonríe triunfante a una muy cabreada Amalia.

Me parece increíble que se haya montado todo este lío. Tratando de no pensar ni mirar a esos dos que siguen manteniendo el contacto, animo a las chicas. Sintiendo los celos en todo mi cuerpo, algo, que no voy a mostrar.

—Siempre están igual. Ya aburren.

— ¡Vamos chicas! ¡Tenemos un partido que ganar! —No estoy muy segura de lo que digo, pero al menos consigo que me presten atención.

Con los ánimos un poco mermados y sintiendo cada vez más rabia, nos dirigimos a nuestras posiciones. No puedo evitar mirar a la parejita. Parece que la once ha conseguido su propósito de llamar la atención de Tercero A. Intento centrarme en el juego y, por fin, ¡Metemos un gol!

Todas saltamos y celebramos la pequeña victoria. Hemos perdido y segurísimo que ha sido por mi culpa, pero tenemos un cinco a uno, que no es lo mismo que un cinco a cero. Además he conseguido parar un balonazo con el trasero, ¿qué más puedo pedir?

Nos acercamos a nuestros rivales para saludarnos. Toda la competitividad se queda en el campo y cuando es mi turno de saludar a Cristian, once se interpone entre ambos.

— ¡Vaya paliza nos habéis dado, churri!

—Era nuestro día de suerte.

—Pues yo quiero la revancha.

¡Uy! Esa mirada lo dice todo y no, no se refiere a otro partido de fútbol precisamente. Estoy a punto de saltar sobre ella, pero me contengo, clavándome las uñas en las palmas de mi mano.

Me aparto para saludar a Carlos y al resto y entro al vestuario, dejando a la parejita a lo suyo.

                                 ...

Han decidido ir a tomar algo. Invitan las chicas que han perdido y se dividen en los coches para saber quien va con quién. Yo, a pesar de las invitaciones y la insistencia de la mayoría, al menos no me guardan rencor por hacerlas perder, me niego a ir. No me apetece mucho ver a esos dos haciéndose carantoñas y, puesto que tampoco me apetece encontrarlo, soy la primera en estar lista para irse.

Me despido de ellas, lo cierto es que son muy simpáticas y ya he intercambiado el teléfono con Sara y Mónica para quedar a tomar algo algún día.

— ¿Donde vas tan rápido?

Joder, no quería encontrármelo, pero aquí está, pelo mojado, camiseta y vaqueros, negros, sonrisa picarona y mirada profunda.

—El partido ya ha terminado.

—Vamos a celebrar la victoria. ¿No vienes?

—Pues mira, no. No voy. No pinto nada aquí.

— ¿Qué te pasa, Primero B?

— ¿A mí? Nada. —Me giro para marcharme cuando su mano me detiene.

—Te llevo.

—No.

Número once aparece embutida en unos vaqueros cortos y ajustados y un top que no deja mucho a la imaginación.

—Estás aquí. ¿Nos vamos?

Me suelto de su agarre y me dirijo a la salida. No tengo intención de ver cómo termina esto.





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