La curiosidad mató... lo nuestro.

— ¡Ooooh! Joder, Raquel!

Sigue dentro de mí y la verdad, no quiero que salga y se rompa toda la magia o lo que sea ésto. Aún no.

Como si me leyese la mente, me gira, nos bebemos la mirada y por un momento, nos besamos el alma. Es tan intenso que siento vértigo.

—Este no era el plan... —Al final, soy yo quien la caga, abriendo la boca.

—Lo sé.

—Ésto está mal...

—No sé dónde ves lo que está mal.

—Cristian. Tengo miedo... —Por fin lo he soltado. Todo éste tiempo que he gastado en reconocer lo que sea que siento, ha salido de mi boca tan fácilmente, que siento quitarme un peso de encima. —Tengo miedo. Estoy aterrada. —Pero no sé qué siento realmente, respecto a lo nuestro.

—Yo también estoy asustado. Por todo lo que despiertas en mí.

Enredo mis dedos en su pelo sedoso y esta vez, soy yo quien reclama su boca. Sin esfuerzo me levanta y le rodeo con mis piernas su cintura. Nuestras lenguas bailan y juegan entrelazándose y nuestros labios se aprisionan con anhelo. Hablan por nosotros lo mucho que se han extrañado. Su miembro, vuelve a estar más que listo para mí y siento que las ganas de volver a tenerle aumentan, conforme me va depositando en el suelo.

Su mirada se intensifica y me ruborizo. Tira de mí, en dirección a su habitación y me excito simplemente al mirar su fisionomía desnuda. Como una escultura griega.

Me tira sobre la cama y veo en su mirada las ganas de jugar.

Le encanta, pero no tanto como a mí, así que, se coloca de rodillas ante mí, coge mi pie derecho y besa el empeine. Continúa con sus besos hasta que ya no puedo más. Tiro de él y en un segundo soy yo quien se coloca a horcajadas sobre su perfecto cuerpo.

Aprieta, con sus manos, mi trasero, con fuerza y suelto una exhalación. En un segundo, vuelvo a sentirle dentro.

Estoy tan excitada, que mi vagina le aprieta con fuerza y temo hacerle daño, pero no. Me agarra más fuerte del trasero y me guía con movimientos diabólicos que consiguen llevarme a otro devastador orgasmo.

Y así, es como pasamos el resto de la noche. Entre gritos de placer y ejercicios físicos de riesgo.

Dicen que con la mañana llega un nuevo día lleno de planes y nuevas perspectivas. En mi caso, la perspectiva sigue siendo un puñetero caos.

Cristian duerme y yo me como las uñas.

<<¡Vale, Raquel! Compórtate como la adulta que eres. Deja de jugar a las casitas con este chico y pon las cosas claras. ¡YA!>>

Le miro, le miro, y sigo mirándole. ¿Qué hago? ¿Qué diablos voy a hacer? Tengo la tentación justo a dos pisos y está claro y comprobado que mi determinación y barreras caen como una torre de cartas, en cuanto le tengo cerca.

De nuevo me pierdo en sus tatuajes. Son demasiados, son preciosos y me encantaría saber porqué decidió hacerse esto para toda la vida.

—Buenos días, profe.

—Buenos días, Primero A. —Sonríe y me derrito.

—Sigues aquí.

—Eso parece...

— ¿Hice algo que no debiera anoche? — ¿¡No se acuerda!? Debe ver mi cara de terror, porque sonríe, me sujeta las manos y me acerca a un centímetro de sus labios. —Sé que hemos pasado toda la noche haciendo todo lo que llevo tiempo deseando. Lo que no recuerdo es lo que pasó antes...

—Bueno, ibas como una cuba. Te caíste por las escaleras y armaste una buena con la odiosa vecina del segundo.

— ¡Mama mía! De eso me acuerdo. Creo que esta noche no habrá podido pegar ojo. — Suelta una carcajada y frunzo el ceño.

—Ningún vecino ha pasado por alto que hemos...

— ¿Y eso importa?

—Cristian, tengo un niño de cinco años. Me importa que piensen que soy una...

—No voy a permitir que te insultes, mucho menos que lo hagas por pasar la noche conmigo. ¿Entiendes? —Asiento y algo en mis cálculos falla, porque soy yo quien se lanza a besarle.

Cuando me doy cuenta de lo que acabo de empezar, ya es tarde. Cristian se ha colocado sobre mi y sonríe de forma pícara.

—¿Por qué me miras así?

—Señorita, profesora, del primero B. Queda usted arrestada.

Saca las esposas, no sé de dónde, y me las pone, cerrándolas en mis muñecas y en el cabecero de la cama.

Me revuelvo sobre las sábanas y bajo su cuerpazo de poli sexy. Le miro seria, pero no aguanto más y me río.

— ¿Le hace gracia, señorita?

—No, señor agente. ¿De qué se me acusa?

—De ser la mujer más sexy que he conocido.

Aparta la sabana que cubre mi torso y me come con la mirada, pero no me toca y eso comienza a ponerme de los nervios.

—Se le acusa de volver loco a éste poli.

Me muerdo el labio inferior y me revuelvo, apretando los muslos con fuerza, para darme placer como puedo, ya que él no hace nada.

En cuanto se da cuenta, me separa las piernas y sonríe.

—Tócame o algo. ¡Ya!

—No hay prisa, señorita Primero A.

—¡DIOS, Cristian!

—Queda arrestada, por tenerme  deseándola.

Su miembro está en formación militar. Le miro de arriba a abajo con tanto deseo que voy a explotar.

— ¡Por favor!

— ¿Por favor, qué?

—Tócame.

Saca un profiláctico del cajón de la mesilla y un pañuelo. Sonríe y es lo último que veo. Me ha tapado los ojos y no puedo ni ver, ni moverme.

—Cristian, me estás matando.

—Ssssh...

Durante un minuto que se me antoja eterno, desaparece de la habitación y cuando vuelve, no hace nada, solo siento el movimiento de la cama, con el cambio de peso de una rodilla a otra. Se está moviendo, pero no sé que hace.

—Cristian...

Siento algo frío que se pasea por mi cuerpo, haciendo que me dé escalofríos y ansiedad por la espera y por no saber qué es. Lanzo un grito ahogado con esa sensación que no me esperaba para nada.

Está frío y húmedo. ¿Un hielo?

Sólo sé que su contacto, calma el ardor de mi piel.

— ¿Hielo?

— ¿Te gusta?

—Sí, pero preferiría que me tocaras tú. —Puedo sentir su sonrisa. Ese no es su plan, al menos por ahora.

El hielo se derrite en contacto con mi piel y los finos ríos de agua que recorren mi cuerpo, después, su peso cambia y noto una delicada brisa que eriza cada milímetro y mis pezones, de forma brutal. Me está soplando, al tiempo que ve la reacción que provoca. Gimo y suelto un suspiro.

Abre más mis piernas y sé que me está mirando, lo que provoca que comience a palpitar como una loca. ¿Qué me está haciendo? ¿Qué hace conmigo? Sabe exactamente como volverme loca y voluble entre sus manos. Estoy aterrada, pero necesito más. Creo que acabo de caer en una trampa mortal para osos. Mejor dicho, una trampa para corazones destrozados.

Mi cerebro chilla ¡PARA!

Mi cuerpo y mi boca le ruegan que continúe.

—Ahora eres tú quien me está matando...

—Paciencia. Tengo todo el día para hacerte gritar de nuevo. Y juro que lo estoy deseando.

— ¿Pues, a qué esperas?

—A que enloquezcas, de tal forma, que no vuelvas a pensar en nosotros como un imposible.

¡HOSTIA PUTA, LO QUE ME ACABA DE SOLTAR!

¡Bueno, bueno, bueno!

—Quiero tocarte, Cris, por favor...

—Antes, disfruta.

                                 ...

¡OLÉ Y OLÉ EL IMPERIO ROMANO!

Mi gladiador, (se ha ganado el apodo con creces), me quita la venda de los ojos y desata mis muñecas. Debo tener cara de idiota total, porque no borra la sonrisa de triunfo. Todo mi cuerpo se resiente. Me duelen hasta las pestañas, pero no me importa. Soy, creo, que la mujer más feliz del planeta, o, al menos, soy mi propia versión más feliz de estos últimos meses.

Tengo la sensación que jamás podré volver a andar, por el momento, me tiembla hasta el hígado y no puedo evitar reír y soltar lágrimas de felicidad.

— ¿Estás bien?

—Sí, sí, no es nada... —Me observa preocupado y le acaricio la cara, para después, plantarle un piquito en los labios.

— ¿Te he hecho daño o...?

— ¿Que? No, de verdad, es que hacía tanto que no... que... siempre he hecho lo que todo el mundo esperaba que hiciera... Pablo era... no tenía nada que ver con todo lo que he sentido en unas pocas horas a tu lado y... ahora... tengo la sensación que toda mi vida se ha basado en hacer feliz a los demás y, ni eso hice bien...

— Mira, profe, quien no sepa ser feliz a tu lado, no lo será jamás.

— ¿Quien eres y de qué planeta vienes?

— ¡Ja! Muy graciosa. —Se acerca, me da un beso rápido en los labios y se levanta, para ponerse unos boxers.

—Necesitamos comer. Puedes usar la ducha si quieres y tienes camisetas en el segundo cajón.

— ¿Sabes que vivo en el primero, verdad?

— ¿Crees que voy a dejarte escapar? Ni loco. Además, reconoce que te mueres de ganas por pasearte con una de mis camisetas.

Me guiña un ojo antes de salir de la habitación y me río. Esto no me puede estar pasando a mí. Me dejo caer de espaldas en la cama y huelo las sábanas, que tienen su aroma incrustado. Nuestro olor.

Salgo de mi ensoñación, cuando el <<bip-bip>> del móvil de Cris suena a todo volumen. ¿Ahora voy a llamarle Cris? No quiero pensar. Me niego a fastidiar éste momento.

Lo ignoro y me estiro aún desnuda. Me encanta la sensación de estar sin nada de ropa, hace que me sienta libre.

Otro mensaje suena, lo miro de reojo, pero decido levantarme, robarle una de sus camisetas XXL y darme una ducha.

Otra vez, esta vez no solo suena una vez sino que dos, tres, cuatro y hasta cinco veces más.

¿Sabéis eso que dicen de <<quien fisgonea lo que no debe, se entera de lo que no quiere>>? ¿o del dicho de <<la curiosidad mató al gato... pero murió sabiendo>>?

Bueno, pues esa soy yo, la fisgona y el gato muerto. Miro quien le escribe tanto, solo voy a echar una ojeadita y listo, pero todo se complica, por que tiene el móvil sin seguro y según lo toco, sale toooooooooda la conversación.

¿Quién me manda a mí?

Diana:
¡Hola holitaaaa!

Diana:
¿Estás despierto?

Diana:
Bueno, sólo quería darte las gracias por lo de anoche. Lo pasé genial y

Diana:
¡Quiero repetir!

Diana:
Pero ésta vez, elijo yo el lugar.

Diana:
Por cierto, tengo una cosita que seguro te va a encantar.

Diana:
Contesta pronto.

Diana:
Muaks.

— ¡JODER!

Eso de que iba a echar solo una ojeadita, lo olvido. Leo hasta el pié de pagina. ¿Pero cómo...? ¿Ésto qué coño es?

Mi primera reacción es querer lanzar el maldito móvil por la ventana, pero me controlo. Lo segundo que quiero es mandar a ese capullo, con labia para vender hielo a un esquimal, a tomar por culo y luego darle leches hasta en el cielo de la boca.

¿Cómo ha podido engañarme de esa manera? ¡Joder! Que no me regale los oídos si lo único que quiere es echar un polvo.

Me ducho lo primero, porque sé que me va a ayudar a controlar mi mala hostia. Luego pienso en que ya no voy a necesitar ponerme su camiseta, así que recupero mi ropa y, decidida a mandarle a tomar por donde amargan los pepinos, o sea, por culo, voy en su busca, con tan buena suerte, que según estoy abriendo la puerta, el entra con el desayuno y me da un portazo en la cara. Me duele la nariz horrores.


Su expresión pasa del rojo al blanco.

— ¡La leche, Raquel! ¿Estás bien?

Pues no. Subnormal.

—Sí, claro, estoy de puta madre. —Me observa sin entender mi cambio de carácter.


— ¿Dónde vas?

—A mi casa. Dónde debería estar y no aquí, haciendo el imbécil.

Estoy súper nerviosa y enfadada y ¡Agggg! ¡Quiero romper algo, su cara por ejemplo!

Deja el desayuno en la cama y se acerca, mientras me pongo las zapatillas. Su cara es un poema, no entiende absolutamente nada y... bueno... no me apetece explicarle por qué es un gilipollas, de pies a cabeza.

—Te advierto que no es buena idea que me toques en este momento.

— ¿Qué pasa? No fue mi intención darte con la puerta y... ¿Qué haces con tu ropa?

—Es obvio, ¿no crees?

— ¿Raquel?

—Mira. No. Se acabó. ¿Tu no pierdes el tiempo, no? Haz tu vida, que aburrirte, no te aburres.

—Pero... ¿Qué pasa? ¡Dime algo!

Copón, en el fondo me da pena, se le ve más perdido que yo. ¡Que le den! ¿Cómo puede darme pena un niñato que no me ha sacado de su cama y ya está pensando en meter a otra?¡No! mejor dicho, un niñato que ha estado con otra esta misma noche y luego, conmigo.

Si es que la culpa es mía y solo mía. Que parezco tonta, que no, que las señales estaban ahí. Después de estar conmigo, tardó menos de veinticuatro horas en meterse en las bragas de otra y ¡en el portal! ¡El portal que compartimos! Y ahora me encuentro con esto...

¿Creí que por ayudarle con la borrachera y acostarme con él, iba a dejar al menos un tiempo, para tirarse a otra?

Me estoy calentando yo sola y esta vez, no tiene nada que ver con nada sexual.

—Pregunta a Diana.

Salgo de su casa dando un súper portazo que retumba en el portal. Me da igual. No me importa una mierda. Que haga lo que quiera, porque esto, definitivamente, se ha terminado.

Y esta vez es definitivo.

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