Fue una mala idea.
—Hola, profe.
¡Oh, Dios mío! Qué guapo va con la camiseta y los vaqueros negros. Le hago una revisión de arriba a abajo y de abajo a arriba. Me muerdo el labio inferior, pero enseguida lo suelto y soy consciente de las pintas que debo tener. Chándal viejo, coleta maltrecha, cara hinchada por llorar y migas de palomitas por todas partes, con helado.
—¿Dónde quedó Primero B?
Me sacudo la camiseta, tratando de quitar todo rastro de comida.
—Me gusta más "profe". Tuve una, en secundaria, que me recuerda a tí. Era sexy. Recuerdo que siempre suspendía su asignatura. No podía concentrarme.
—Desde pequeño ¿eh?
—No puedes culparme, me gustan las mujeres atractivas y con experiencia.
Pues te has equivocado conmigo...
Le miro, pero no digo nada. Aún sigo molesta con él. Tan sólo, pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos, esperando que decida marcharse.
— ¿Estás bien?
La pregunta va cargada de significado. No es la típica que te suelen hacer para quedar bien y que contestes con un monosílabo. Lo veo en sus ojos, en su actitud y en el cambio de su voz.
—Sí, estaba viendo una película.
—Entiendo. ¿De qué trata la película?
Suspiro ante su insistencia.
—Sussan ha dejado escapar al amor de su vida para quedarse con el malo, que solo le interesa su fortuna familiar.
Sonríe y ese gesto, consigue que yo también lo haga.
— ¿No me invitas a pasar?
— ¿No tienes planes ésta noche?
—Pueden esperar. —Me quita una palomita enredada en mi pelo y se la mete en la boca. —Mmm... de mantequilla. Mis favoritas.
—Por lo que veo, no tienes intención de marcharte ¿no? —niega despacio con un gesto de cabeza y empuja la puerta para abrirse paso en mi casa.— Deja que me ponga más decente. No tardo.
Me sujeta la mano antes que me dé tiempo a alejarme.
—Vas decente.
Tira de mí, hasta pegarme a su cuerpo, pasa su mano por debajo de mi camiseta, y la coloca en mi cintura, dando un pequeño apretón. Su piel cálida manda escalofríos a mis terminaciones nerviosas, después, planta un piquito en mis labios y me mira.
¡Dios mío! ¡Voy a caer en la tentación de nuevo!
Separa mis labios con su lengua húmeda y me provoca, con un mordisco suave, en el inferior, para luego buscar mi lengua con la suya.
El beso dura un minuto, en el cual, pierdo la noción de todo cuanto me rodea. Su olor es embriagador y mi cuerpo pide más, mientras en mi cerebro suena una serenata.
Cuando se separa de mi cuerpo, yo ya soy de gelatina. Dudo mucho que mis piernas aguanten mi peso.
—Sigo enfadada. —En verdad, ya no tanto.
—Ya te dije que te lo compensaré. Ahora mismo. —Y de pronto, sin venir a cuento, me echo a llorar como una magdalena. Ha sido un día duro. Muy duro y difícil. A decir verdad, no sólo éste día, sino toda la semana, desde que Pablo me contó sus planes de boda. —Esto no es por la película. ¿Verdad?
Espero que salga huyendo. Cualquier tío, y más, uno tan joven, lo que menos ganas tiene, es ver a una casi cuarentona, llorar a moco tendido tras un beso como aquel.
Niego con la cabeza y no se mueve de mi lado. Es más, me guía hasta el sofá y me acurruca entre sus brazos y su cuerpo.
Quisiera alejarme, pero la verdad aplastante es que lo necesito. Necesito un abrazo y sentir que no todo va mal. Así que me dejo mimar, pensando que es un buen amigo y no un desconocido con el que existe una tensión sexual más que palpable.
Acaricia mi pelo con los dedos, suelta mi coleta y masajea mi cuello tenso, mientras me da hipo por la llantina.
—No... tendrías... que... ver...esto...
—Oye, no solo soy un juguete sexual ¿Sabes? —Me arranca una sonrisa de los labios por su comentario. —¿Por qué no te vienes conmigo?
— ¿Ir?¿A dónde?
—A un concierto.
— ¿Quién toca?
—No los conoces.
—Ponme a prueba. —Suelto, limpiándome el resto de lágrimas, con la manga de la camiseta.
No me puedo creer que me esté planteando ir a ningún sitio con él.
— ¿Ingenius police?
Me mira divertido. Aparta un mechón de pelo que cae por mi cara y me besa la nariz, mientras trato de pensar en si he escuchado alguna vez ese grupo y en el porqué no soy capaz de desterrar la idea de ir con él a cualquier lugar, de mi cabeza.
—No... no me suenan...
—Serías la primera persona, fuera del cuerpo de policía, que lo hiciera. ¡Vámonos!
—No creo que sea buena idea.
¡Por fin! Algo de sensatez. Gracias cerebro.
— ¿Por qué no?
—Porque no.
— ¿Pero, habrá alguna explicación razonable? —Le miro intensamente. ¿Acaso no se da cuenta? —¡Oooh! ¡Ya entiendo! —Su mirada intensa capturan mis ojos. —Es por la diferencia de edad... Sí, que idiota soy... ¿Cómo no se me había ocurrido?
Me mira, me mira, me mira y me arranca una sonrisa que se vuelve carcajada.
—Eres imposible. ¿Lo sabías?
—Me lo han dicho alguna vez.
—Te agradezco todo ésto que tratas de hacer por mí, de verdad, pero creo que voy a rechazar la oferta. Otro día, ¿te parece?
—Habrá tequila, sal, limón y yo —Levanta una ceja, se acerca más a mí, con su media sonrisa iluminando todo su rostro y con solo de pensarlo, me pongo taquicárdica perdida. —Y ya sabes como me gusta verte con la fiesta en el cuerpo.
—No. Ves a ver a esos "ingeniosos de la música".
— ¡Esa es buena! Cuando se lo diga van a nombrarte directora del club de fans.
— ¡Yupi!
—Venga, vístete o ves así o desnuda. Me gustas de todas las formas posibles. Hasta con un saco de patatas si lo prefieres.
Tras un rato discutiendo del porqué no es buena idea que vaya a un concierto con él, dónde estarán todos sus amigos y compañeros, me encuentro subida en su moto.
Más bien, me ha obligado, amenazandome con detenerme en comisaría por escándalo público o cualquier cosa que se le ocurriese de camino. También me amenaza con ponerme las esposas y por un instante, no me parece tan mala idea.
O sea, el sexo con Pablo, cuando había sexo, era light. Unos besos por aquí, otros por allá, tocarnos lo justo y al lío. El abajo, yo arriba y algunas veces al revés.
El sexo con Tercero A, debe ser apoteósico. Simplemente lo sé. Y más, cuando me habla de esposas...
¡Raqueeeeeeeeeeel! ¡No sigas pensándolo! Recuerda su edad y lo ridículo que parecería.
Cuando llegamos a la puerta del bar, "el Trago", yo estoy desesperada por lo que se me viene encima.
—Vamos, no te rajes ahora. Solo dos pasos más.
—No es buena idea.
—Son como mi familia. Buena gente. Te gustarán.
—Diré que soy tu tía o algo así... —Sonríe. Me besa y le aparto, aunque me cueste horrores hacerlo. —¡Nos pueden ver!
—Perdona, tía... buena. —Le doy un manotazo en el brazo y le miro con enfado, obligándome a no reír.
—Va en serio. —Me coge la mano y tira de mí hacia el interior del bar, haciendo caso omiso a mis palabras. —Cristian, espera...
El bar está hasta arriba. Yo esperaba encontrarme con un puñado de gente, algo más tranquilo, pero no. Esto parece el metro en hora punta. ¡Dios! ¿Qué hago yo aquí? ¡Por qué me dejé convencer, con lo agustito que estaba yo en mi sofá!
—¡Eh! ¡Dieciséis, estamos aquí!
Apenas reconozco al tipo que le llama. Sin el uniforme, es complicado reconocer a alguien a quien has visto una vez y en una situación... complicada. Pero no hay dudas. Es el poli de anoche.
— ¡Mierda! —Menuda encerrona. Ahora sí que quiero salir pitando de aquí.
El hombre, me mira de arriba a abajo, tras saludar efusivamente a Tercero A, que en ningún momento me suelta la mano, a pesar de que estoy haciendo malabares para que me libere.
—Ya os conocéis, él es Carlos. —Nos presenta con una sonrisa sincera de oreja a oreja.
— ¡Hombre! la de la juerga en el polígono. ¿Qué tal?
—Hombre, el que me confundió con una... —Cristian, pasa su brazo por mi hombro y yo no termino la frase. Pero no porque no quiera, sino porque no quiero que Tercero A se sienta incómodo. Con una que lo esté, ya es suficiente. Así que sonrío, convencida de enterrar el hacha de guerra y me presento. —Soy...
—Primero B. He oído hablar de tí.
¿Conoce mi apodo? ¿Qué más le ha contado éste chico a su compañero? ¡Dioooooos! Yo le mato.
¡¡¡Quiero morir de vergüenza!!!
Me acerco al oído de Cristian.
—Ya hablaremos tú y yo sobre lo que vas contando por ahí.
Estoy tan preocupada, que respiro con dificultad. Cualquiera que me vea de la mano de este chico va a pensar lo peor de mí. Y es que sí, soy lo peor.
Por toda respuesta recibo una mirada cargada de deseo y una sonrisa de las que te arrancan las bragas en un milisegundo y tengo que luchar contra las ganas que le tengo, para soltarme de su agarre que resulta ser misión imposible.
—Oye, perdona por lo de anoche... Ya te habrá explicado Cristian...
—Sí... menudo susto nos disteis.
—Ya bueno... menuda liásteis.
A pesar de todo, sonríe y me planta dos besos. Eso no sé si me relaja o me pone más nerviosa. O sea, ¿A quien le confunden con una profesional de la noche y ni veinticuatro horas después parecen tan amigos? Que yo sepa... ¡NADIE!
Reconozco a los dos hombres que me presenta a continuación. Son los que estaban presenciándolo todo. ¡Sí, sí! Los que les faltaba un bol de palomitas, mientras Carlos y Cristian nos confundieron.
Tras los comentarios jocosos, quiero salir corriendo.
Sé que sólo lo hacen para incomodárme y porque les parece súper gracioso. Tercero A me mira, sonríe y tarda, cero coma, en hacer que paren. Lo que agradezco en silencio.
Luego le toca el turno de presentaciones al resto del grupo. Dos mujeres y cinco hombres más. Todos ellos policías y todos ellos enterados de nuestra aventura nocturna.
Al menos, nadie hace ningún comentario, ya que Cristian se encarga de que así sea.
—¿Qué quieres beber? — Pregunta en mi oído, acariciando el lóbulo de mi oreja con sus labios. La excusa es que hay demasiado ruido, la realidad es que sabe cómo me pone cuando hace eso.
—Me da igual.
—Ummm ¿Tequila?
¡Ay madre, ay madre ay madre, el tequila!
—Cerveza, cerveza está bien.
—Y yo que quería probarte con limón y sal. —Vuelve a hablarme al oído, consiguiendo que se me hericen hasta los dedos de los pies, cómo si no estuviera ya lo suficientemente nerviosa.
—Para. Nos están mirando todos.
—Pues que disfruten de las vistas.
—No. Para.
— ¿Estás segura? —Su voz es una caricia y siento como comienzo a derretirme. Quizá... ¡No! Delante de todo el mundo, no.
Me besa los nudillos de la mano sin apartar su intensa mirada, la que me provoca como una adolescente.
—Ahora vengo, profe. —Le sigo con la mirada perderse entre la gente en dirección a la barra.
¡Ay Dios!
—Le tienes loco. —Carlos se acerca. Sonrío y trago saliva. —Tranquila, no deja de hablar de tí. Me tiene la cabeza frita cada vez que le tengo de compañero y eso es todos los santos días.
Se ríe y le imito, aunque este sea uno de los momentos más incómodos de mi vida.
—Eso es muy exagerado. Somos vecinos y amigos, simplemente.
—Bueno, si tú lo dices.
— ¡Eh! No seas buitre. Ves a dar vueltas por ahí. A poder ser, lejos.
Carlos sonríe a Tercero A. Levanta las dos manos en forma de rendición y se aleja para hablar con alguien.
—Ésto, es mi ideal de pesadilla.
Le quito la jarra de cerveza helada y doy un buen trago. Lo necesito.
— ¿Por qué te llaman dieciséis?
Observo como se tensa un segundo y su nuez de Adán sube y baja en su garganta.
—Tonterías de maderos.
Sonreímos, me hace gracia que use ése eufemismo para dirigirse a su profesión. Pasa su brazo por mis hombros y me acerca al grupo.
— ¡Ey!, siéntate aquí con nosotras. Deja a estos aburridos.
— ¡Eh! ¿A quien llamas aburrido?
Carlos, se hace el ofendido y veo, por su expresión, que ve a Lorena como algo más que una compañera de trabajo.
Ella le aparta la mirada, me mira y sonríe. Entrelaza su brazo con el mío y me arranca del agarre de Cristian. Mientras me mira divertido y relajado. La chica, vuelve a mirar a Carlos, ¡Aquí hay tomate!
—A vosotros. Raro me parece que no hayáis empezado ya a medíos la polla.
¡Alaaaaa!
Nos reímos por la cara que han puesto todos los que han dejado de atender sus conversaciones y se han centrado en el rifirrafe de estos dos. Comienzan a quejarse y el bar se convierte en un auténtico gallinero.
— ¿Lo ves? Lo que yo decía. Cuando pasas la mayor parte del tiempo con estos, te vuelves igual que ellos. Así que es bueno tener una cara nueva por aquí. Sobretodo si es chica.
—Y tú eres ¿la qué, de dieciséis? —El buen rollo desaparece, cuando Amalia, creo que ese era su nombre, abre la boca clavando la mirada en mí. No me gusta un pelo su expresión, pero con una gran sonrisa, y tratando de empezar con buen pie, evito mandarla a la mierda.
—Soy una amiga, bueno en verdad soy su vecina, pero somos amigos.
—Es que, nunca me comentó nada sobre una vecina...
—No creo que haya nada que comentar. Somos amigos, simplemente.
Lorena parece simpática, pero Amalia... no la conozco como para juzgarla, es de esas personas, que con verlas una vez, ya sabes que no váis a congeniar jamás.
Doy un trago a la cerveza. Quiero salir de aquí.
—Mali, no te pases con ella.
—No he dicho nada.
—Tranquila, es normal tener curiosidad, dada la diferencia de edad. — Comento, para quitar hierro al asunto.
— ¿Sois amigos no? No veo nada raro ahí. —Arremete de nuevo, molesta por algo que desconozco. Aunque puedo hacerme una idea de porqué su animadversión hacia mí. ¿O quizá sea yo, que me imagino un ataque inexistente?
—Bueno, Raquel y ¿a qué te dedicas?
—Soy maestra infantil.
— ¡Oh, qué interesante! Las maestras son la fantasía sexual, por norma general, de muchos tíos.
Lorena le da un codazo para que se calle, pero no necesito que nadie me defienda.
—Sí, la policía, tengo entendido, que también. Hay demasiados pervertidos que tiran por tierra el significado de las profesiones.
¡Toma esa!
Doy otro trago a la cerveza y miro a Cristian, que me lanza una sonrisa de las que pueden derretir el Polo Norte. Me hace un guiño y con un taco de billar en sus manos, se aleja para jugar. ¡Está taaan guapo cuando se concentra!
—Pensé que vendría con la chica de la semana pasada... Se les veía muy fogosos.
Me atraganto con el trago de cerveza que acabo de dar. ¡Tranquila Raquel que lo dice para molestar!
—Amalia, ya vale.
Estoy roja como un tomate, toda mi sangre se encuentra en la cabeza y lo único que quiero es mandar a esa chica a la mierda, pero soy una señora y tengo más modales.
Además no es de extrañar que Cristian tenga más amigas. Sólo hay que verle. Pero una cosa es saberlo y otra muy distinta que te lo restriéguen para joder.
— ¿Qué?, solo digo que no me importaría repetir con él y últimamente se le ve siempre acompañado.
—Por mí, no te cortes. Ya te he dicho que sólo somos amigos.
Veo el triunfo en sus ojos, se le dibuja una sonrisa en la boca y da un trago a su bebida.
—Puede que me lance y pasemos a llamarle diecisiete. ¡Desearme suerte!
Se pone en pie y se dirige hacia él con todo el descaro del mundo.
Mi mente comienza a atar cabos. ¿Le llaman así por las tías a las que trae? No, por las tías con las que ha estado. Estupendo... ¿Entro yo en la lista?
¡JODER, JODER, JODER!
Raquel, es hora de irte.
—¡Ya empezamos! —Dice Lorena suspirando y mirando como su compañera se aleja hacia Cristian, sacándome de mis pensamientos.— ¿Por qué has hecho eso?
— ¿El qué?
—Darle motivos para molestarte.
—No me molesta. Lo que haga Tercero... Cristian y esa chica, es cosa de ellos.
—Ya... claro... Por eso os coméis con los ojos ¿no?
—Creo que te confundes.
—Ya... No es el típico tío que trae a sus amigos a éste antro. Más bien, son las chicas, las que se le acercan. A veces, alguna fetichista de los uniformes aparece por aquí, buscando pescar algo.
Me estoy cansando de ésta conversación. En verdad, creo que voy a largarme.
Miro el reloj.
— ¡Uy! ¡Pero si son las once y media! ¡Cómo pasa el tiempo! Bueno, encantada de conocerte Lorena. Tengo que irme ya, antes de que la canguro me llame desquiciada.
— ¿Tan pronto? Ni siquiera ha empezado el concierto.
—La próxima.
Dejo la jarra en la mesa, miro a Tercero A, muy concentrado en el juego, mientras Amalia, se restriega contra él descaradamente y le susurra algo al oído, arrancándole una sonrisa. Al menos no me ve huir. Esto ha sido el mayor error del mundo. Estaba claro que no iba a salir nada bien.
Salgo a la calle, con la presión en el pecho y un sentimiento de culpabilidad y estupidez que no me deja pensar con claridad.
¡Pero cómo puedo ser tan tonta!
¡Cómo me dejo convencer tan fácil!
¡Cómo puedo tan siquiera pensar que entre ese crío y yo puede haber algo!
— ¡Eh, profe! ¿No te despides?
¡MIERDA!
Me giro y le veo ahí, con su mirada atravesándome, serio y tenso.
—Es tarde.
Mira la hora en el reloj. Sonríe pícaro y se acerca hasta rozar mi cuerpo con el suyo.
—Súper tarde. —Susurra en mi oído.
Me agarra de la cintura, me aprieta contra él y besa mis labios con tanta intensidad, que creo que voy a caer en cuanto me suelte.
Y, aún así...
— ¡No! Para, dieciséis.
Su cuerpo se tensa, me separo de él y sin ser capaz de pensar como la adulta que soy, le miro con reproche, aún a sabiendas que no tengo ningún derecho y me largo de allí, dejando a un desconcertado Cristian plantado en medio de la calle.
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