Dieciséis.

                          CRISTIAN

—Adelante.

—Robo con violencia, en la calle de Arturo Soria en dirección a la M-30, kilómetro 2.100 ¿Alguna unidad cerca?

—Recibido. U.I.P trescientos doce para M.A.I. cien. Vamos para allá.

—Tres chicos de nacionalidad española. Llevan sudaderas oscuras con capucha y vaqueros. Entre el metro ochenta y metro noventa. Suponemos que puedan ir armados.

Pongo las sirenas y nos adentramos por las calles de Madrid, a atender el aviso.

La noche está siendo larga. Primero una llamada por malos tratos, después una reyerta entre borrachos y ahora esto.

— ¿Entonces que vas a hacer? —Carlos me mira de reojo esperando una contestación. Es como una vieja cotilla de cuarenta años.

—Pasar de ella. —Contesto despreocupado, observando como busca más información.

— ¿Te dio su teléfono?

—Sí. Pero no quiero líos. Tiene novio y va a casarse.

—¡Mírale! ¡Y parecía tonto el nuevo!

— ¿Crees que debería haberla llamado?

—No creo. No vale la pena meterse en esos líos.

—Pues eso.

— ¿Cuantas llevas ya?

—¿En serio tenéis una apuesta para adivinar con las mujeres que salgo?

—Todos dicen que dieciséis.

—Diecisiete con la de la otra noche.

—Tío, aprovecha el uniforme, mientras puedas. Todo el encanto desaparece a cierta edad. Y gracias. Me has hecho ganar cien euros.

Nos reímos, mientras adelantamos por el carril izquierdo de la carretera en dirección a la salida 15.

—¿Estos críos no tendrán padres?

—Si son como los míos, te aseguro que no.

Sentado en el asiento del copiloto pienso en mi infancia y adolescencia. No fue fácil, vivir en mi casa. Mi madre ausente y el hijo de puta de mi padre maltratador. Aunque se divorciaron, ella nunca volvió a ser la misma.

Pienso en los motivos que me traen
hoy aquí. Quería ser policía, para acabar con los gusanos como él y hasta ahora, sólo he conseguido darme cuenta que, la realidad es muy distinta.

—Bueno y ¿no has pensado en subir el número a dieciocho?

Me saca de golpe de mis pensamientos, cuando viajan al día en que el hospital nos llamó, para decirnos que el desgraciado, había tenido un accidente mortal de trafico, bajo la influencia del alcohol.

Me alegré. Juro que ese fue el día más feliz de mi vida y aún así, su recuerdo, me persigue cada puñetero segundo de mi existencia.

<<Pequeño cabroncete, eres como tu viejo, ven, acompáñame al bar, a tu edad la cerveza era como el pan en la mesa, una obligación...>>

— ¿Qué?

—Qué si no has pensado en subir la cifra a dieciocho.

Mi mente viaja a ésta mañana. Me he vuelto a cruzar con la vecina. Es más mayor, creo que bastante más mayor, pero... ¡joder! Me llama la atención de una forma que me asusta.

— ¿En serio, tío? ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Eh, que yo no empecé esto.

Pongo los ojos en blanco y me río. ¿A quien se le habrá ocurrido ir diciendo que me he liado con tantas tías?

Sea como sea, que piensen lo que quieran. Tratar de desmentirlo va a ser como tirar un hueso a un perro hambriento y con sarna.

Estoy deseando llegar a casa y dormir todo el día. Son las siete de la mañana, por lo que me toca hacer el relevo en cuanto acabemos con este aviso.

                                 ...

Me meto en la ducha, mientras Victor y Jhoan salen de ella.

— ¡Eh, tú!, !dieciséis!, mañana, unos cuantos saldremos a tomar algo. ¿Te apuntas?

Cero ganas de salir a "tomar algo". La última vez, me utilizaron de señuelo, para ligarse a un grupo de chicas, que no dejaban de mirarnos, desde la pista de baile. No tengo que explicar cómo terminó la noche para todos, así que, tras pensarlo unos segundos, mi respuesta es no.

— ¡Venga ya, tío! La última vez valió la pena... ¡Eh, semental!

Sí, claro, ellos no tuvieron que ser niñeros de una chica borracha, que no dejaba de hablar de su ex, después de sobarme de arriba a abajo.

—Ya no puedes negarte.

Suelta divertido, mientras me da un par de palmadas en la espalda.

—Mientras que no vayamos donde la última vez...

—Tranquilo novato, tenemos el sitio perfecto para ti.

Se rien, por alguna gracia que desconozco. Niego con la cabeza, salgo de los vestuarios y me subo en la moto con la idea de pillar la cama al menos una semana.

                Viernes 23:17 p.m.

—No dirás que no te gusta el sitio.

El pub donde esperamos en la fila para entrar se llama 43. Lo cierto, hay que reconocerles el mérito por la gracia, puesto que es el mismo en el que estuvimos la última vez.

—Esto es un descojone en toda regla. —Suelta Jhoan dándome una palmada en la espalda.

—Lo reconozco, esta vez, os habéis superado, chavales.

Por fin es nuestro turno para entrar a lo que considero una noche larga y tediosa.

Empujado por el espíritu festivo de mis compañeros, nos adentramos en el pub que promete <<Noche insuperable de tías cañón, borrachas.>>

Hecho una ojeada al conjunto del lugar y, efectivamente, no se equivocan. Las mujeres son impresionantes por los kilos de maquillaje y los vestidos ajustados, que no dejan lugar a la imaginación.

Me hago hueco en la barra y la reclamo como mía para el resto de la noche. Bailar, no es lo mío.

Tras pedir las bebidas, algunos, se lanzan a la pista de baile. Me llaman, pero levanto mi cerveza, sonrío y bebo.

— ¡Hombre! ¡Qué casualidad! ¿Qué hacéis aquí? —Amalia acaba de aparecer como por arte de magia.

—Pues ya ves. ¿Quieres tomar algo?

No creo en las casualidades, más bien en los encuentros planeados. Imagino quien ha orquestado todo ésto, pero no digo nada. Desde que llegué a comisaria, Amalia no ha dejado de lanzarme indirectas, demasiado directas y yo no he dejado de rechazarla. Entre compañeros no quiero rollos que compliquen las cosas.

—Un sex on the beach.

Lo pronuncia de forma sugerente, llevándose un dedo a los labios y mirándome de arriba a abajo. Cambia el peso de una pierna a otra, haciendo que su mini vestido se mueva acorde a su cuerpo y se me seca la garganta.

—Dudo que tengan eso, aquí.

—Pues ginebra con fruta de la pasión.

Vuelve a hacerlo y por un segundo, me atrevo a mirar su escote. Tiene unas tetas bien puestas y el cuerpo ejercitado, no es para menos que contemplarlo, pero, como ya he dicho, no estoy interesado en que pase nada entre compañeros.

Me giro al camarero y pido lo que quiere. Cuando la veo. Mi vecina, la madurita que en más de una ocasión me alegra la vista por las mañanas, está ahí. Se lleva el vaso de chupito a la boca y lo vacía, haciendo una mueca, luego muerde una rodaja de limón y recupera su copa de la barra, riéndose de algo que le dice otra mujer también mayor.

Me pregunto qué hace aquí y, qué probabilidades hay, de que se fije en un tío, que aún no ha cumplido los 19 años.

—... y claro, con el cambio de compañero y todo, pensé que te interesaría...

Amalia dice algo sobre los turnos, o eso creo. No la estoy presentando atención y por muy borde que pueda parecer, no me apetece estar con ella pegada toda la noche.

—Perdona, ¿qué decías?, estaba...

—Digo, que sí puedes ser mi compañero definitivo, ya que Héctor y yo... Mira, no quiero problemas ahora que va a ser padre...

No me interesan los cotilleos, pero es imposible no escuchar las aventuras de Amalia con algunos compañeros, por eso, no quiero acercarme a ella y mucho menos, ser su objetivo.

—Verás, ya tengo compañero. Carlos y Héctor no creo que...

— ¡No pasa nada! Podemos rotar. Diego con Héctor, Lorena con Carlos y tú y yo... Le haríamos un gran favor a Carlitos. Muere por Lore...

—No creo que hacer rotar a toda la comisaría sea la solución. Pero háblalo con ellos, o pídeselo a Lorena. Si me disculpas.

A pesar de no tener un compañero fijo, espero seguir por mucho tiempo con Carlos.

Me levanto del taburete y me alejo de ella, pero parece tener un GPS de mi localización, que me encuetra.

— ¿Me estás reuyendo?

Me bebo de un trago la cerveza y sonrío amablemente, no quiero dar falsas esperanzas.

—Mira, si algo me caracteriza, es la sinceridad, así que voy a ser sincero contigo. No estoy interesado en cambiar de compañeros, ni en tener nada con alguien del trabajo. No es por nada. Simplemente, no mezclo trabajo con vida privada.

—Bueno, yo no te estoy pidiendo matrimonio. Solo un poco de diversión. ¡Vamos a bailar!

Puede que tenga razón. Puede que por una vez, no pase nada. La chica es guapa y oye, que uno no es de piedra. Aunque hay algo que me dice que lo olvide. Amalia es problemática.

—Voy a por otra y te busco. —Digo levantado el botellín de cerveza vacía.

Con un poco de suerte, consigo que se olvide de mí. Me acerco de nuevo a la barra, pido otra cerveza y sin entender porqué, busco con la mirada a mi vecina.

La encuentro al fondo de la barra que se aleja con sus amigas y toman asiento en uno de los sillones de los laterales.

Me pongo en pié, decidido a acercarme, pero lo pienso dos veces.

— ¿Qué haces, Cristian?

Media hora más tarde, Amalia, que va fina, baila, muy pegada a un chico cualquiera. Me alegro de no tener que tenerla colgada toda la noche y me llama la atención la mujer que desde ésta noche, soy incapaz de quitarme de la cabeza.

Mis ojos tienen vida propia, como mi entrepierna. Debería dejar de beber. Observo como mueve el trasero embutido en un vaquero que se ajusta a sus curvas de forma sensual. Levanta los brazos con la copa en la mano y cierra los ojos, moviendo todo su cuerpo al ritmo de la música.

Obnubilado, me acerco. No sé muy bien que estoy haciendo, y dudo mucho que sea lo correcto, pero ya es demasiado tarde para echarse atrás.

Pongo mis manos alrededor de su cintura, que mueve con un ritmo, que retumba dentro de mis pantalones. Se gira y sus ojos se abren de par en par.

                                ...

Me tumbo en la cama, pensando en lo que me ha pasado ésta noche.

Pienso en el juego que he montado con el chupito de tequila y en como sus labios han rozado los míos.

Pienso en la cercanía de su cuerpo en la moto, cuando le traía a casa y en como me hubiera gustado que la despedida fuese de otra forma.

Pienso y pienso en que vive dos pisos más abajo y las ganas de ella aumentan.

Dos ideas cruzan mi mente. La primera, puede que esté casada. Es lo más probable. No. Lo sé seguro. He visto su anillo en el dedo.

Lo segundo. Necesito volver a verla.

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