EL TATUAJE
Lucía iba a cumplir quince años ese fin de semana y para celebrar decidió hacerse un tatuaje en la espalda baja. Fanática de los tribales, encontró aquel símbolo que representaba a Erin, la diosa celta de la belleza. Era como una estrella doble de líneas curvas entrecruzadas. Enamorada del símbolo, no dudó en acudir con el tatuador más recomendado de la ciudad y sin pensarlo se quitó la blusa y se postró en la camilla. Cerró los ojos. Se mordía los labios para tratar de ocultar el dolor de la maquinita que inyectaba tinta sobre su piel. ¿Te dolió? Le preguntó su madre. Para nada, dijo mientras disimulaba caminar de forma natural para ocultar los estiramientos y ardor de la piel que sentía con cada paso que daba. A la mañana siguiente notó una mancha negra sobre la cama, consecuencia natural del proceso de sanación de la piel aún y cuando toda su cintura había estado envuelta en una película plástica como si fuera un caramelo. Quitó las sábanas y se apresuró para meterlas en la lavadora antes de que viniera el regaño de su madre.
Pasado el tiempo recomendado, le pidió a su madre que le ayudara a retirar el plástico y limpiar la herida. ¿No que no te dolía? le dijo cuando escuchó a Lucía quejarse en el momento en que retiraba la película. Sólo un poco, respondió. El verdadero grito vino después cuando su madre pasó por toda la herida un algodón con alcohol, seguido de agua y jabón y la toalla. Tengo que admitir que aunque no estaba de acuerdo, se te ve muy lindo, le dijo.
Cada vez que podía, Lucía se vestía con la ropa adecuada para lucirlo. Ombliguera y jeans a la cadera se convirtieron en el outfit habitual pues cumplían mejor con ese objetivo. El tatuaje se percibía completo a todos lados donde iba y constantemente recibía elogios. Lucía se sentía complacida y satisfecha con su decisión, y por momentos pensaba si era tiempo de tatuarse otra cosa y en qué otra parte del cuerpo podría lucir algo tan bien como el tatuaje de su espalda. Se ve aún más lindo con eso que le pusiste, le dijo un día su madre. ¿Con qué? ¡Yo no le hice nada! Al tatuaje le habían crecido simétricamente algunas líneas de cada lado que lo completaban. Se veía aún mejor y a Lucía le encantaba pues se veía más femenino, resaltaba las curvas de su cadera y con eso se sentía aún más sexy, así que no le tomó importancia.
Llegó el invierno y con ello las capas y capas de ropa que en consecuencia ocultaron por varios meses el símbolo, hasta que llegada la primavera, Lucía tuvo oportunidad de ir a la playa. Cuando su madre la vio quitarse el top y recostarse en una toalla sobre la arena tibia para tomar el sol quedó sorprendida. El tatuaje había cubierto casi toda la espalda. ¡Lucía! exclamó desde el camastro en el que estaba acostada. Pero ella aseguró que no había hecho nada.
Al regresar a la ciudad fueron a ver al tatuador, querían una explicación. Bajaron del auto y caminaron entre los locales, hasta llegar al del tatuador. Un letrero que anunciaba "SE RENTA" estaba colocado sobre la cortina de metal. ¿Estás segura que era aquí? Y Lucía le hizo ver a su madre que sobre la pintura estaban los restos de las letras neón de una tienda de tatuajes. Preguntaron a los locatarios vecinos, pero nadie supo decir algo útil, hace como dos meses está vacío, dijeron.
Las semanas siguientes, Lucía se dedicó a investigar todo lo que había qué saber sobre tintas, sus ingredientes, su duración, pero no encontró nada que diera una pista de cómo un tatuaje podría haberse esparcido. También revisó las distintas formas y símbolos en los que se podía representar a Erin. Se metió tanto en el mundo del tatuaje que se desbordaba de emoción cuando abrió la puerta y el repartidor le entregó un paquete con su primera maquinita tatuadora. Sus amigas aprovecharon la nueva habilidad de Lucía y fueron las primeras en ser tatuadas por ella. Cosas pequeñas, una estrella, un delfín, una flor. Algunos años después ya tenía su propio local y empezó a correrse la voz de su destreza. La mejor tatuadora, decían.
El tiempo siguió su curso y su técnica mejoraba cada año, y con ello también su fama. Su nombre era sinónimo de arte, pero sobre todo corría el rumor de que podía tatuar sin causar dolor. Otros decían que tatuaba sin agujas, que lo único que hacía era pasar su dedo apenas rozando la piel y el tatuaje aparecía segundos después, como una flor cuando sale a flote en el agua. Revistas especializadas la visitaban a menudo para descubrir su técnica, fotografiarla, y uno de los reporteros afirmaba haber visto cómo hizo un tatuaje sin tocar. Sólo puso la palma de su mano cerca de la piel y el tatuaje apareció, juraba. ¿Qué se siente? le preguntó a la chica que tenía la espalda descubierta. Se siente frío, como si te pasaran un hielo.
Su estudio dejó de ser accesible a los mirones cuando enfrentó a una de las entrevistas más agresivas que le hicieron. Yo sé que eres un nahual, un brujo disfrazado de tatuadora. Confiésalo, dile a la gente quién eres. Pero ella nunca se quedaba sin respuesta, la gente es libre de pensar lo que quiera, le dijo
—¿Pues parece que lo tienes todo no? Un negocio exitoso, fama, fortuna, belleza. ¿Qué sigue?
—Belleza no, tampoco juventud.
—Bueno, pero nada que algunas cirugías no puedan arreglar —se burlaba la reportera.
Esa fue la última vez que permitió que la fotografiaran o que le hicieran alguna entrevista. Pero su negocio seguía funcionando y la gente hacía cita para tatuarse con ella con seis meses de anticipación.
Un día, una chica fue acompañada de su madre, celebraban una ocasión especial: acababa de cumplir quince años. Todavía no sé qué tatuarme, dijo la chica. ¿Cómo te llamas? le preguntó Lucía. Fernanda, respondió, ¿podrías sugerirme algo? Lucía sonrió. ¿Sabes? Mi primer tatuaje me lo hice a los quince años, como tú. Así que te voy a hacer un regalo especial. Eres muy bonita, Fernanda, lucirá muy bien en ti. Esto no se lo he tatuado a nadie. La chica se recostó y se descubrió la espalda. Lucía sólo puso la palma de su mano cerca de la espalda baja y el tatuaje empezó a formarse. Le llevó más de dos horas. Jamás había tardado tanto tiempo en una forma tan pequeña. La figura era hermosa, simétrica, con un trazo entretejido, muy parecida a la estrella que Lucía se hizo la primera vez. Después de tatuarla, quedó tan agotada que tuvo que cerrar el negocio. Canceló todas sus citas por los seis meses siguientes. Pasado el tiempo en su local apareció un letrero de "SE RENTA". No se supo noticia de ella, era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra.
Pronto las revistas la olvidaron y sólo circulaban rumores que se había adentrado en las montañas para no ser molestada. Otros decían que se había ido al mar, que se había comprado un yate y ahora viajaba de puerto en puerto.
—Te quedó todavía más lindo con eso que le pusiste a tu tatuaje, Fernanda —dijo la madre de la chica.
— Ya no me gusta que me digas Fernanda, mamá, dime Lucía.
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