Capítulo 16: Un final inesperado

Aquel templo se había convertido en el único testigo del encuentro de aquellos tres grandes ninjas de clanes diferentes. Tantas luchas había habido entre clanes, pero esa noche, los tres parecían muy tranquilos pese a los nervios de su interior. La tormenta no parecía amainar y sus miradas tampoco dejaban de cruzarse.

Minato fue el primero en levantarse del suelo y acercarse a la ventana para mirar cómo la lluvia seguía cayendo. Quizá pensaba o soñaba en lo que podría haber sido su vida, en si aquella lluvia se hubiera llevado parte de su dolor y tristeza. Madara se acercó hacia él pero cuando fue a colocar su mano en el hombro de Minato, se detuvo al notar cómo temblaba.

- Deberías acercarte un poco al fuego – dijo Madara echando la mirada hacia atrás donde los troncos ardían en la chimenea.

- Estoy bien – dijo Minato.

- Estás helado.

El tenso silencio se mantuvo. El Hyuuga no se atrevía a decir nada frente a aquellos dos ninjas, Madara sentía que había un abismo insalvable entre ese rubio y él, un abismo que por más que trataba saltarlo, cruzarlo o escalarlo... no parecía reducir la distancia. Pensó en marcharse de allí y volver junto al fuego, en dejar a Minato a su propio ritmo. Ya había dado la vuelta para retirarse cuando escuchó la voz del rubio más viva que nunca, con una gran sonrisa y una inocencia que jamás habría podido imaginar que podría ver en aquel cruel mundo de muerte y guerra.

- Nieva – sonrió Minato observando los copos de nieve caer sobre la húmeda tierra al otro lado del cristal.

Madara observó aquel extraño fenómeno. Ellos nunca antes habían visto la nieve, los Uchiha dominaban el fuego, su aldea estaba en un sitio propicio para evitar esa climatología, también el clan Namikaze estaba demasiado alejado de las montañas.

Sólo una vez Madara había visto la nieve y fue en una larga y peligrosa misión que le llevó a lo más recóndito del país, a la zona más elevada de las montañas. Sonrió y lo hizo simplemente porque recordaba su cara de asombro la primera vez que vio aquellas gotas heladas cayendo con suavidad contra el suelo. Minato había puesto la misma cara de sorpresa y entusiasmo, la misma que también recordaba en su hermano Izuna cuando veía algo nuevo y hermoso.

Las manos de Minato tocaron el frío cristal perdiendo su mirada en aquellos copos de nieve que caían congelándolo todo a su paso. Miró hacia atrás, comprobando que ambos hombres estaban allí tras él observándole con sorpresa.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Minato asustado.

- Me has recordado a mi hermano cuando vino conmigo de misión y vio la nieve. Quizá también me has recordado un poco a mí. Nos quedamos muy sorprendidos al verla.

- Nunca antes había visto algo como esto. Me habían hablado de ella pero... supongo que verla en persona es mucho mejor. No esperé ver algo así. Siempre creí que mi competición acabaría pronto.

- Yo no dejaría que te ocurriera nada – dijo Madara cogiendo el frío rostro de Minato entre sus manos.

- Por favor... dejadlo para otro momento – intervino el Hyuuga poniendo cierta cara de asco – no hagáis manitas en mi presencia.

- No tenía intención de ello – dijo Minato apartando las manos de Madara de su rostro – me voy a dormir. Partiré al alba.

Sin más que decir, Minato se marchó a uno de los rincones junto a su caballo para poder dormir. Se abrigó todo lo que pudo con la manta que su caballo también tenía encima y cerró los ojos dispuesto a descansar de aquel pesado día. Debía estar lo más fresco posible porque la carrera llegaba a su fin.

Para cuando Madara despertó al día siguiente, se giró inmediatamente hacia el rincón donde debía estar Minato, pero observó cómo éste ya no estaba allí. En su lugar, escuchó un leve relincho que venía de fuera. Se levantó con rapidez y miró por la ventana viendo cómo Minato, ya vestido y armado, montaba en su caballo para marcharse. Ni siquiera había levantado los primeros rayos del sol.

- Mierda – exclamó Madara colocándose su chaqueta y las armas para salir corriendo, pero cuando llegó fuera, Minato ya se estaba alejando del lugar.

El Uchiha entró como alma que llevaba el diablo cogiendo sus cosas con rapidez y preparando a su caballo. Era complicado llegar hasta ese chico y más cuando él había salido antes y disponía de su velocidad, pero debía intentar alcanzarle ahora que no se percataba que le seguían, porque una vez viera a otros ninjas, ese chico correría como el mismo viento y estaba seguro que ya no llegaría hasta él.

- ¿Dónde vas tan rápido? – preguntó el Hyuuga despertándose.

- Tras Minato. Acaba de marcharse.

- Yo de ti dejaría que se marchase bien lejos.

- Sabes que no puedo hacer eso – sonrió Madara.

- Loco enamorado – resopló Hiashi – ese chico te llevará a la tumba.

- Ya lo veremos – sonrió Madara terminando de apretar la cincha de su caballo y montando en él para salir a toda velocidad.

Pese a su gran esfuerzo por seguir a ese chico rubio, no pudo hallarle en todo el día. Seguía hacia delante, hacia la gran ciudad imperial porque sabía que todos irían allí, incluido Minato. Todos buscaban acabar aquella macabra carrera, sin embargo, cuando ya se estaba dando por vencido de encontrar a Minato y podía ver las puertas de la gran ciudad al fondo, vio con asombro cómo Minato estaba encima de su caballo unos metros más hacia delante, observando una escultura de hielo.

Madara se acercó hacia él, pero al llegar, observó con el mismo temor que Minato mostraba en sus ojos que aquello no era una simple figura, era uno de los competidores del país del agua. Estaba completamente congelado frente a ellos. Por un momento supo que algo ocurría por la mente de Minato Namikaze. Trató de colocar su mano en el hombro del joven, pero éste la apartó con un manotazo demostrando su intranquilidad.

- No me toques – le gritó asustado – no te acerques a mí.

- No empieces con eso, Minato.

- Todo el que está cerca de mí acaba muerto, así que aléjate.

- Sabes que no puedo hacerlo. Prefiero morir sabiendo que te tuve y fui feliz aunque fueran unos segundos a vivir sabiendo que te perdí.

- No me seas romántico en una situación así, morir no es algo que puedas tomártelo a la ligera. Mírale bien – le dijo señalando a la estatua helada – sólo trató de ganarme en velocidad, sólo quería pasarme y ponerse en cabeza. Corría a mi lado cuando se congeló.

- No es tu culpa.

- Sí lo es, maldita sea. ¿Por qué no te das cuenta? Todos mueren a mí alrededor.

- No tienes por qué ser tú – exclamó Madara.

- Claro que soy yo, mira a tu alrededor... tengo este maldito sello. Sé muy bien lo que es y te aseguro que no es nada bueno.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro?

- Porque yo lo inventé – gritó Minato – yo creé este sello para evitar el mayor de los problemas, para atrapar a un demonio que no dejaba aldea en pie a su paso, para encerrarle.

- ¿De qué hablas? – se preocupó Madara.

- Creí que me habían pedido inventarlo sólo para capturarle, no creí que acabarían poniéndome a mí. Ni siquiera sé cómo ha llegado hasta mí pero sé muy bien lo que inventé. El demonio del que habla el Hyuuga... soy yo – lloró Minato – al final... tendrás que matarme si no quieres que más gente muera por mi culpa.

Madara se quedó atónito ante aquella declaración, mirando las lágrimas de Minato caer por sus mejillas. Su mano temblaba por la rabia y la impotencia, temblaba cerca del kunai. Minato le observó con detenimiento, manteniendo la esperanza de que por fin se atrevería a asestar el golpe definitivo, a acabar con su existencia, pero en lugar de eso, ambos vieron cómo otro caballo pasaba a gran velocidad a su lado corriendo hacia la meta.

- Joder – susurró Madara alarmado porque el otro ninja ganase.

Ambos echaron al galope olvidándose momentáneamente de aquella conversación. En aquella competición no quedaba lugar a las dudas, era ganar o morir en el intento, nadie quería fracasar ante los señores feudales.

El ninja giró la cabeza observando cómo aquellos dos le pisaban los talones. Madara, en cambio, movía sus ojos del primer ninja a Minato, tratando de apartar durante unos segundos la conversación de ese rubio que se estaba secando las lágrimas con la manga de su chaqueta sin detener a su caballo en la persecución. Se le veía dispuesto a vencer a toda costa.

Los tres corrían prácticamente en paralelo, tratando de adelantarse los unos a los otros. La meta se vislumbraba a unos metros de ellos. La gente que se había agolpado en la entrada de la gran ciudadela aplaudían eufóricos y gritaban esperando al ganador.

Entraron por la última recta, corriendo sin detenerse ni un instante. El pasillo era estrecho para aquellos tres jinetes, pero ninguno quería dejar escapar la oportunidad de vencer en esa competición. Minato estaba tan inmerso en observar la línea de meta que ni siquiera se percató cuando su enemigo sacó aquellos kunais y los lanzó hacia él. Para Madara, tan sólo fue una milésima de segundo, pero le pasó como a cámara lenta. Vio aquel kunai yendo directamente hacia Minato y no lo dudó ni un segundo en ponerse delante pese a que Minato ya se había teleportado hacia la meta.

El kunai se clavó inevitablemente en el hombro de Madara, pero pese a su quejido de dolor, observó frustrado cómo Minato cruzaba aquella línea llevándose los vítores de los ciudadanos presentes. Chasqueó los labios frustrado y enfadado consigo mismo, porque podía haber ganado pero había estado más pendiente de aquel rubio que de él mismo. Quedar segundo no estaba tan mal, pero... aun así... odiaba perder.

Miró al otro ninja y supo que si no terminaba de centrarse, ni siquiera quedaría segundo, sería el tercero y eso sí que jamás se lo perdonaría. Activó el sharingan olvidándose del dolor que recorría todo su brazo y creo una ilusión consiguiendo que su contrincante se detuviera allí mismo, cediéndole el paso hasta la meta. Sus ojos se encontraron con los de Minato en aquel instante... viendo en ellos la culpabilidad de ese rubio por haberle ganado, esa tristeza pero a la vez... sabía que había hecho lo correcto, porque todos estaban allí para ganar.

- Maldita sea – exclamó en un susurro.

Minato lo observó desde cierta distancia. Le debía todo a Madara, él le había salvado en innumerables ocasiones durante aquella competición, le había ayudado y hasta en aquel último momento, prefería salir herido él a dejar que alguien le hiciera daño, pero no había podido dejarle ganar. Quizá era egoísta o quizá era simplemente la presión que su clan había puesto en él, pero ahí estaba, decepcionando al único hombre que había confiado en él y que le había apoyado.

- ¿Madara? – preguntó Minato tratando de hablar con él para saber qué era exactamente lo que podía sentir ahora.

- Déjalo – dijo Madara de forma seca – ve a reclamar lo que te corresponde.

- Yo...

- He dicho... que lo dejes – fueron las últimas palabras de Madara antes de marcharse de allí para cuidar de su exhausto caballo.


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