Capítulo 12: Obsesión.
Hashirama observó cómo Minato trataba de marcharse. Aquello era algo a lo que nunca había tenido que enfrentarse. Él era parte de la familia más noble de aquel territorio, todos los clanes le debían fidelidad y cuando él posaba los ojos sobre algún jovencillo, siempre acababa obteniéndolo de una forma u otra. Sólo se había dignado a casarse con su esposa para que le diera un hijo, pero realmente, todos sabían que pasaba las noches entre los numerosos muchachos que su poder e influencia había conseguido proporcionarles, ahora se había fijado en Minato Namikaze.
Incluso desde antes de que ese chico fuera parte del trato con los Uzumaki, él ya lo deseaba, pero ese clan se le había adelantado, aun así, no pensaba rendirse. Ese chico acabaría en su séquito a como diera lugar. Sería su mayor trofeo.
- Ni se te ocurra marcharte así sin más – dijo un enfadado Hashirama cogiéndole del brazo con fuerza a Minato.
- No me toques – se enfadó Minato tratando de soltarse, pero sin éxito.
- Yo soy el señor feudal de aquí, controlo todo el territorio y todos los clanes me deben respeto.
- No te debemos nada – soltó Minato – el respeto es algo que debe ganarse, no imponerse. Yo no soy de tu propiedad ni de la de nadie, así que haz el favor de soltarme, porque no tengo inconveniente en partirte el brazo pese a que seas el señor feudal.
- No me subestimes, niñato, yo también soy ninja, podría hacerte mío en cualquier momento.
- Y yo podría matarte mucho antes de que tu llegases a cumplir tu objetivo – le espetó con fuerza sintiendo cómo Hashirama forzaba más la atadura en su muñeca.
- Suéltale – se escuchó una voz al otro extremo – he dicho que le sueltes, ahora – gritó Tobirama, el hermano mayor y heredero de todo aquel territorio.
Hashirama soltó la muñeca de Minato con resignación mientras Tobirama se acercaba hacia ellos disculpándose con el rubio por el mal comportamiento de su hermano. Al ver aquella escena, Hashirama decidió irse, pero en su huida, se encontró de bruces con un enfadado Madara.
- ¿Ahora te da por espiar? – preguntó Hashirama.
- No sabía que te interesaban los Namikaze – sonrió Madara – no creí que caerías tan bajo como para hacer algo así.
- Que fuéramos amigos antaño no te da derecho a meterte en mis asuntos. Ese Namikaze será mío tarde o temprano.
- ¿Vas a pagarlo con el dinero de tu papá? – sonrió con ironía – por favor... disfruta de tu gran séquito y olvídate del Namikaze, ya está comprometido con una Uzumaki y su clan jamás te lo dará.
- No estés tan seguro. Puedo ofrecerles mucho.
- No puedes ofrecerles nada – sonrió Madara.
- Ya veo lo que ocurre... a ti también te gusta – sonrió esta vez Hashirama.
- Es posible, pero ni tú ni yo tenemos oportunidad alguna con él. La diferencia es que yo lo sé y tú sigues empeñado en él.
- Les ofreceré el ansiado puesto que desean, el cargo político.
- No puedes, es un derecho y un privilegio que otorga el soberano de la familia Senju, es decir... tu padre. No puedes hacer nada y los Namikaze desean que su clan salga a flote, desean descendencia y tú no puedes dársela, ni yo tampoco. No venderán a Minato a ningún ninja varón y lo sabes. ¿Cómo crees sino que acabó en un matrimonio concertado con Kushina Uzumaki? – sonrió Madara – sólo quieren que la deje embarazada y tener una alianza fuerte, tener un niño mitad Namikaze, mitad Uzumaki. Ese chico no tiene escapatoria.
- Eso ya lo veremos. Será mío cueste lo que cueste.
Madara observó cómo Hashirama se marchaba enfadado de allí. Aún recordaba sus años de niño cuando jugaba con él a escondidas en el patio del palacio de la ciudad imperial. Era un buen niño pero algo había cambiado, quizá las expectativas que su familia habían puesto en él, quizá el haberle consentido en todo. Ya no era el que conocía. Su relación cambió cuando Hashirama empezó a tratar al Uchiha como si fuera su siervo, en aquel instante, Madara dejó de ir a jugar con él, pasó de volver a la ciudad y se centró en entrenar para su clan. Ahora tras años sin haberle vuelto a ver, se daba cuenta de cuánto había cambiado ese chico.
Aquella noche pocos ninjas conciliaron el sueño. Algunos del clan Uzumaki se habían reunido allí para dar funeral al hijo primogénito del líder del clan. Minato observaba las llamas de la pila funeraria desde la ventana de la oscura habitación del hospital improvisado que habían montado. No podía llorar, desde hacía tiempo sus lágrimas se habían secado y pese a saber el sufrimiento que Kushina llevaría en su interior, tampoco sentía en gran medida la muerte de su hermano. Le había atacado y era muy probable que él mismo le hubiera asesinado con sus trampas.
- ¿Aún despierto a estas horas? – escuchó Minato la voz de Madara.
Los ojos del rubio descendieron hacia sus piernas cubiertas por la sábana a medida que Madara se acercaba a él. Su espalda estaba recostada contra la almohada apoyada en la pared y sus piernas estiradas frente a él, pero sus manos... ésas se apretaban entre ellas demostrando la impotencia que sentía en aquel momento.
- No puedo dormir – susurró Minato.
- Deja de darle vueltas al asunto. Todos sabemos a lo que nos enfrentamos cuando decidimos entrar en la competición. Conocemos los riesgos.
- Pero...
- Pero nada. Quizá si no hubieras sido tú... él te habría matado a ti. Deja de darle vueltas. Ya está hecho.
- Debí contárselo a Kushina.
- ¿Y romper tu pacto con los Uzumaki? Quizá es cómo acabarías en la cama de Hashirama si le dices la verdad a los Uzumaki. Mantente callado y todo irá bien.
Madara se sentó en la silla junto a un decaído Minato. Sólo era un chiquillo y eso era lo que motivaba a Madara a pensar siempre lo mejor de él, lo inocente y dulce que parecía. Kushina iba a tener mucha suerte con él pero también le hizo preguntarse algo importante, le hizo preguntarse... si ese chico realmente habría vivido la poca vida que le habían dejado vivir.
- ¿Alguna vez te has enamorado? – preguntó Madara mirando los entrelazados dedos de Minato que se apretaban con fuerza.
En aquel momento, sus manos dejaron de hacer fuerza y sus ojos se abrieron sorprendido por la pregunta. Madara entendió enseguida que nadie le había preguntado nada sobre su vida porque a nadie le había importado lo que él pensase. Todos le decían cómo vivir su vida, lo que tenía que hacer y lo que no podía hacer... pero eso no significaba que él no tuviera sentimientos. Quizá le habían obligado a amar a Kushina, pero él no la amaba.
- Una vez – dijo Minato – creo que me enamoré una vez.
- Adivino que no era de tu futura esposa.
- No. Fue de un ninja, un buen ninja – Minato sonrió como sólo un enamorado podía hacer al recordar aquel sentimiento – íbamos a fugarnos juntos de todo esto pero... simplemente no pudimos.
- Aún tienes tiempo para fugarte con él – le dijo Madara.
- No... ya no volveré a verle – sonrió con tristeza – nuestros clanes... jamás lo habrían permitido y ahora es tarde para hacer planes. Ya todo da igual, me voy a casar con Kushina y tendré que amarla.
- No podrás.
- Entonces tendré que fingir mucho.
- ¿Cuánto podrás aguantar una mentira así, Minato? Toda tu vida será una cruel mentira. El precio a pagar por salvar a tu clan es demasiado elevado para ti.
- No importa. Tengo que hacerlo. Ellos confían en mí.
No pudo evitarlo más, al ver lo afligido que estaba aquel chico al que le habían arrebatado sus sueños, sus esperanzas y su vida, Madara movió su mano hasta el cabello rubio de Minato y movió un par de mechones tras su oreja. Aquel gesto hizo que el cuerpo de Minato temblase levemente preso del desconcierto y la suavidad con la que realizó aquel movimiento. En parte sabía que se estaba enamorando de Madara y no podía permitírselo. Ya una vez se enamoró y todo le fue arrebatado. Ahora estaba enjaulado en un matrimonio que no quería y no podía volver a dar su corazón, no soportaría que volvieran a rompérselo con vanas esperanzas. Nadie le sacaría de su funesto destino.
Madara, en cambio, se fijó primero en el temblor del cuerpo del chico y después, en aquel extraño tatuaje tras su oreja. Era raro, porque nunca antes se había percatado de él, su cabello siempre lo ocultaba. Si no hubiera pasado su mano por la oreja, jamás se habría dado cuenta de él.
- ¿Qué es esto? – preguntó desconcertado.
- ¿El qué? – preguntó Minato extrañado.
- El tatuaje que tienes.
- ¿Tatuaje? Yo no tengo tatuajes – dijo Minato muy confiado.
- Pero... es como un sello y está grabado tras tu oreja.
- No es posible – dijo Minato – yo no me he hecho ningún sello. Desde que tengo uso de razón nadie me ha hecho un sello.
- Puede que te lo hicieran al nacer – comentó Madara.
- No lo entiendo. Pásame ese espejo – dijo Minato señalando un pequeño espejo de encima de la mesa del fondo.
Madara se levantó de la silla sin poder evitar el rostro de preocupación. No estaba seguro de lo que estaba ocurriendo y eso no podía significar nada bueno. Cogió el espejo y volvió donde estaba antes, salvo que esta vez, no se sentó. Las manos de Minato cogieron el espejo con decisión y trató de colocarlo de alguna manera en que mínimamente y mirando muy de reojo, empezó a vislumbrar el sello en el borde del cristal del espejo. Apenas podía verlo bien.
- Parece... un sello – dijo Minato sorprendido tratando de leerlo – un sello de mi clan. No sé qué hace ahí.
- ¿Sabes qué es? – preguntó Madara.
- No lo veo bien pero...
- Minato... nadie pone un sello en un lugar tan oculto si no significa algo. Estaba pensado para que ni tú pudieras vértelo a simple vista.
Minato seguía moviendo el espejo tratando de ver mejor el tatuaje, pero era muy difícil. El que lo había hecho... había pensado a conciencia el lugar para evitar que él mismo pudiera verlo entero.
- Dibújalo – dijo Minato al final dejando el espejo a un lado – tiene que haber un papel y una pluma por aquí cerca, dibújalo.
Buscó entre los diversos cajones hasta que encontró un trozo de papel, fue entonces cuando cogió la pluma del mostrador y tras apartar el pelo de Minato a la vez que se sentaba, empezó a dibujar aquel sello circular. A medida que el dibujo iba apareciendo, Minato observaba el símbolo de los cuatro sellos.
- Eso es el sello del símbolo de los cuatro sellos – exclamó Minato.
- ¿Y qué es? – preguntó Madara confuso mientras seguía dibujando.
- Es para extraer chakra.
- ¿Extraer chakra? Quiere decir... ¿Qué estás extrayendo chakra de algún lado?
- No lo sé, es posible... Jiraiya me enseñó a invocar y a coger chakra de la naturaleza, no lo sé – aclaró Minato – es posible que esté relacionado.
Al ver que aparecía un nuevo sello en aquella circunferencia con los cuatro símbolos, se dio cuenta de que aquello era algo mucho más complejo, algo que sólo había visto una vez en su vida y de lo que sólo consiguió saber una cosa... era para emergencias. Él mismo había aprendido a hacer ese sellado, él había sido quien lo había perfeccionado.
- No... no es el símbolo de los cuatro sellos – dijo horrorizado – es el sellado de los ocho trigramas, yo inventé esto – dijo Minato dándose cuenta.
- ¿Qué es? – preguntó Madara confuso al ver los ojos que había puesto Minato.
- Tienes que irte – dijo Minato preocupado – lárgate ahora, aléjate de mí.
- Pero... ¿Qué ocurre?
- LÁRGATE – le gritó Minato – vete bien lejos de mí, ahora – le gritó de nuevo.
Madara al verle en ese estado tan alterado, decidió mejor marcharse. Quizá en otro momento podría preguntarle y si no... tendría que buscar él mismo respuestas, porque ahora tenía un nombre para ese sello. Tenía que averiguar qué era lo que Minato había inventado y el motivo para que ese chico tuviera tanto miedo reflejado en su mirada.
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