Capítulo 09
—¿Hijo? Ernesto… ¡Hijo!
Salgo de mi ensimismamiento y no tengo idea de lo que estaba hablando mi madre.
—Lo siento —le digo tomando su mano con cariño—. Tengo mucho trabajo y no he dormido bien.
Ella me mira intentando descifrar lo que me pasa. Ladea el labio haciéndome saber que no está de acuerdo con lo que le digo.
—Hoy vamos a cenar en familia. Así que deja todo en orden en la oficina y llega presentable a la casa.
No me sorprende que le parezca poca cosa que le diga que tengo mucho trabajo, está acostumbrada a que está empresa consuma la vida de quien está a la cabeza. A mi padre lo comencé a reconocer porque mi hermano lo llamaba papá cuando regresaba de sus viajes, tengo muchos regalos de él, pero muy pocos recuerdos a su lado. Así que mamá sabe lo que significa estar a cargo de Grupo Habitex.
—Siempre has sido callado, hijo. —Me dijo al ver que sigo metido en mis pensamientos—. Pero a pesar de tus silencios sé cuando algo te preocupa. Bernardo fue siempre un hijo independiente, quien no me dejó cuidar de él, en cambio tú, a pesar de tus charlas internas, sabes cómo meterte en problemas. Siempre venías a mí para pedir ayuda. Ahora parece que esa conexión se está perdiendo.
Sus ojos me miran con súplica, que calme esa sensación de que algo en mi vida me está pesando. Quiere ver al hijo perfecto que se fue.
—No es nada alarmante. No ha sido sencillo el cambio, pero estoy en el proceso de acostumbrarme a la empresa. Nací para eso. —Ella sonríe al escuchar lo que quiere, y sin evitar lo incómodo del asunto le pregunto—. ¿Le aviso a mi hermano de la cena?
Mi madre es muy expresiva con el rostro. Hace una mueca ladeando el labio en señal de que no le agradó el comentario, ellos siguen sin recibir a mi hermano en casa, cómo se atreve a decir cena familiar cuando él no está, además estoy seguro que tendrán invitados.
—Tampoco para mí ha sido algo fácil, hay muchas cosas que me gustaría que pasaran. —Guarda silencio un instante pensando en darme una explicación—. Por ejemplo, pensé que cuando tu papá dejara por fin su puesto, pasaríamos más tiempo juntos, pero resulta que ahora va a empezar su carrera política.
Mamá hace un gesto con la boca que deja ver esas pequeñas arrugas que se esconden detrás del maquillaje. No puede ocultar que está cansada de esperar a que papá designe tiempo para ella, pero un hombre como Bernardo Rojas jamás dejará que el tiempo le diga que necesita un descanso. Por eso, me ha confiado la empresa y ahora, con ayuda de sus amigos y mucho dinero, en un año, lanzará su campaña política. Es un secreto a voces, lo sabemos la familia y allegados, porque los intereses de muchos están de por medio.
—De cualquier manera, me siento segura de saber que tú respaldarás a tu padre. Todo está saliendo según lo planeado. Isla llegará en menos de un mes. Es una chica encantadora.
Isla es la hija de un político importante que estará detrás de la campaña de papá, han hecho un trato y yo estoy de por medio. Harán una pantalla de humo para unir fuerzas y de cierta manera pase desapercibido algunos movimientos financieros.
—La conozco. —Aprieto la mandíbula. De solo escuchar su nombre me repudio y al mismo tiempo me digo que no será toda la vida—. Fuimos juntos a la misma escuela, ella estaba enamorada de Bernardo. Fuiste tú quien me lo hizo ver.
Mamá se lleva la mano a la frente, seguro que no le trae buenos recuerdos. Tenía 18 años cuando la conocí, fue la chica más bella de la facultad, inteligente, dulce, de un cuerpo exquisito. Igual que la mayoría quedé fascinado con Isla, y a ella no le fui indiferente. Comenzamos a salir, puedo decir que me enamoré como un estúpido. Ella pasaba mucho tiempo en casa porque sus papás son de otro estado. Pero mi madre la descubrió intentando meterse al cuarto de mi hermano. No quise creerle, quería aferrarme a la idea de que ella correspondía mis sentimientos. Fue tonto, porque cuando le pregunté solo dijo que necesitaba tener a Bernardo una sola vez y entonces me amaría.
Mi hermano la rechazó en diversas ocasiones, me aseguró de que ella no le interesaba y que no me merecía. Me costó mucho aceptarlo, pero logré alejarla de mi vida. Después de tantos años, el destino se encapricha en recordarme lo desgraciada que es. Y claro que a mi padre no le importa esos temas, ser un hombre, me dijo hace años, es saber manejar a las circulaciones a tu favor y aprender a gestionar tus emociones con las mujeres, porque son ellas la perdición de un hombre.
—El tiempo pasó. Ella ha madurado.
Dijo mamá para defenderla.
—Honestamente no me interesa, mamá. Pero me aseguraré de que esta vez llevemos las cosas en términos claros.
Sonríe satisfecha de mi respuesta.
—Me voy, debes estar muy ocupado.
—Te llevaré. Tengo unas citas, pero antes pasaré al departamento a hacer algunas cosas. ¿Vas al club?
Ella mueve la cabeza de manera negativa.
—Voy a ver a tu hermano. Quizá es momento de que sepa que yo lo necesito. Extraño nuestros partidos de ajedrez. No te ofendas, pero es el único que me da batalla.
Escucho una melodía suave en cuanto entro a mi departamento, algo completamente diferente a lo que se oía en la bodega la noche anterior, eso significa que mi invitado sigue en mi casa. Me dirijo a la cocina para prepararme una taza de café y veo que ya ha tomado el desayuno por el desorden que ha dejado. Cómo sea más tarde llegará la persona que limpia.
En cuanto Thaddeus me localiza me saluda con la mano como si fuéramos dos grandes amigos. No sé qué decirle, no sé cómo empezar, ni siquiera sé si recuerda todo lo ocurrido en la noche anterior. El silencio lo rompe al beber la taza de café que me preparé.
—¿Ya estás mejor? —Le pregunté.
—Vives en una mansión, esto parece sacado de una película, debes ganar muchísimo dinero o es que todo te lo dan papás.
Siento algo de sarcasmo en sus palabras, pero no pierdo la compostura. No sé lo que él supone qué sabe. Además de ignorar mi pregunta.
—Me alegra que te guste, mi hermano y yo nos encargamos de decorar cada rincón, este lugar es como nuestro recinto, nuestro escape de todo lo que la gente cree conocer de nuestro apellido.
Giro para observar mi departamento, muy pocas personas han visitado ese lugar, diría yo que solo mis amigos cercanos. Thadeus no dice nada, se queda en silencio terminando la taza de café, así que continúo.
—Por qué no te vistes, tengo mucha ropa en el armario, me gustaría que me acompañaras el día de hoy a dar un recorrido por mi trabajo, pocas veces tengo compañía.
Él se ríe, me mira como buscando si tengo algún tipo de mala intención.
—OK. No tengo mucho que hacer el día de hoy, no volveré a mi trabajo y espero que dé por sentado que renuncié. Estoy en ceros y estar contigo me dará comida gratis. Solo una cosa, no me caes bien, Ernestito.
Vaya si el tipo sabe cómo sacarme de mis casillas. Espero solo esté jugando.
Laura me comentó que su amigo estaba pasando por un mal momento, que no lo decía, pero era grave. Ella se preocupa por Thaddeus como si fuera su familia, me pidió que hablara con él de hombre a hombre. No entendí a qué se refería, así que le pedí que fuera más clara. Ginna dijo: que le hagas entender que una vagina apretada no lo es todo en la vida, y que él es capaz de conseguirse una mejor.
Entonces Laura remató: Solo intenta hacerle ver que hay un mundo que no ha explorado.
Lo que se les olvida a las chicas es que si él no quiere pedir ayuda es por algo, no puedo obligarlo a sentirse mejor o que me cuente lo que le oculta a sus amigos si Thaddeus no está dispuesto a enfrentar eso que le hace daño. Desde dónde puedo percibir, no es una mujer lo que lo tiene así, es algo que va más allá. Quizá se castiga o está cargando con algo muy fuerte que ahora mismo lo hunde.
—Tienes mucha ropa, quizá deberías hacer caridad y regalar unos cuantos trajes.
—Puedes llevarte los que quieras, la empresa de mi hermano me envía uno cada mes. Hay varios que siguen siendo nuevos.
Escogió un traje gris Oxford, Jersey de cuello alto negro y remata con uno de mis relojes suizos. Nada parecido al Thaddeus de esa vieja bodega.
La primera parada que hacemos es en el restaurante Yumi, conocido por los empresarios para cerrar negocios. Es exclusivo y ofrece mucha discreción. Debo ver los contratos para poner en venta nuevos departamentos construidos a las orillas de la ciudad, están destinados a personas de clase media así que su costo es muy accesible. Este trabajo no es tardado, puesto que el equipo legal ya los ha revisado, pero me gusta asegurarme de que los clientes reciban las respuestas a sus preguntas de manera clara y siempre con la confianza de que están respaldados por la empresa. Presento a Thaddeus como un amigo y hago los negocios como si no estuviera presente. Por fortuna él se queda como un observador.
Después nos movemos hacía el norte de la ciudad para acompañar a la inauguración de una nueva constitución, nuestra participación como grupo Habitex no es grande, sin embargo, es esencial mantener buenas relaciones con otras empresas para el crecimiento de otras áreas dentro de la compañía, además de que mi padre aseguró que yo estaría ahí.
Después nos vamos a un restaurante a comer. El tipo se nota aburrido y con pesar.
—Pensé que no te gustaba divertirte como los tipos ricos, pero en realidad es que no tienes tiempo para hacerlo.
Me mira sonriendo.
—Lo hice, hubo una época en que salía de fiesta, me desaparecía una o dos semanas para irme a otro país, pero al final, regresé a donde tenía que estar.
El restaurante era uno de mis favoritos. Elegante pero sin pretensiones, el tipo de lugar donde podía tener una conversación seria sin que me distrajeran el ruido o las luces demasiado brillantes. Pero aunque mi acompañante intentara disimularlo, el ambiente no podía contrarrestar el estado en el que estaba Thaddeus. Esa capa de indiferencia la sentía demasiado frágil.
Lo miré mientras revolvía su plato con el tenedor, como si estuviera buscando algo que nunca iba a encontrar. Parecía distante, más pálido de lo usual, con los ojos hundidos y una expresión de derrota que me incomodaba más de lo que quería admitir. Durante el día apenas había abierto la boca y cuando lo hacía sus comentarios eran tan banales, tan indiferentes a lo que realmente refleja su rostro.
Dejé mi copa de vino sobre la mesa y rompí el silencio.
—¿Vas a decirme qué pasó anoche o tengo que adivinar? —Ni siquiera levantó la mirada. No sé si se sentía avergonzado o solo es que no soy la persona adecuada en quien confiar—. Qué más da si me lo dices, ni siquiera somos amigos. Puede que solo lo uses como un desahogo.
—No pasó nada. Solo bebí demasiado, eso es todo.
Solté una risa corta, incrédula.
—¿Nada? —repetí, arqueando una ceja—. Sabes que no me trago esa, ¿verdad?
Thaddeus suspiró, hundiéndose un poco más en la silla.
—No sé qué esperas que te diga, Ernesto. Me pasé de copas. Fin de la historia.
Eso no iba a funcionar. Crucé los brazos y lo observé fijamente.
—Mira, no hagamos esto, tú sabes que si estoy preguntando es por Laura. A ella si le importas.
Sus dedos tamborilearon contra la mesa. Su mandíbula estaba tan apretada que pensé que terminaría por rechinar los dientes.
—No significa nada —dijo al fin, pero su voz era un susurro cansado, como si las palabras le pesaran—. Fue un momento de debilidad. Ya pasó.
Quería gritarle que dejara de evadirme, pero mantuve la calma.
—¿De verdad? Porque no sonaste así anoche. Y no pareces "mejor" ahora.
Me miró por un breve segundo antes de volver a clavar la vista en el mantel. Frunció el ceño, como si estuviera peleando consigo mismo. Y entonces, finalmente, habló.
—Es que tú no lo entenderías nunca.
—¿Qué no entiendo? —pregunté, suavizando el tono, aunque ya podía imaginarme por dónde iban los tiros.
—A ti todo te sale bien —dijo, con una mezcla de rabia y amargura. Levantó la mirada y me enfrentó—. Tienes éxito, tienes las empresas de tu familia, lo que quieras lo consigues. Y mírame a mí. Treinta y tantos, y no he hecho nada que valga la pena.
—¿De verdad crees eso? —pregunté, tratando de no dejar que mi incomodidad se notara.
—¿Qué más voy a creer? —Se encogió de hombros y dejó escapar una risa amarga—. Soy un fracaso, Ernestito.
—La felicidad no está ligada con el dinero. No te negaré lo que es obvio, que da mucha comodidad, pero cada ser humano atraviesa su propia travesía. Quizá la mía no esté asociada con el dinero, pero te aseguro que hay noches que no duermo y que en mi vida he sufrido mucho. —Su silencio no ayudó mucho—. Si lo que quieres es alcanzar el éxito económico, tienes que mejorar tu relación con el dinero. Pensar que los ricos somos unos imbéciles sin corazón y que el dinero nos hace ser dioses que nadie puede tocar, jamás lo conseguirás. Piensa que quizá no has ido en el camino adecuado. Los errores o los fracasos son parte de tu fortaleza, ahora cambia de mecanismo para obtener lo que quieres.
Thaddeus seguía jugando con el tenedor, trazando círculos sobre el plato sin intención de comer. Su actitud seguía siendo incómoda, pero ahora había algo más. Algo que no estaba ahí antes, una especie de malestar dirigido hacia mí que no lograba descifrar.
Finalmente, dejó el cubierto a un lado y me miró, como si estuviera evaluando si decir algo o no.
—¿Sabes, Ernesto? —dijo al fin, con un tono pausado—. A veces pienso que te gusta vivir al filo de la navaja.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, arqueando una ceja.
—Tienes todo este control sobre tu vida, o al menos eso aparentas. Pero, al mismo tiempo, no puedes evitar meter las manos en fuego ajeno.
Su comentario me tomó por sorpresa, pero decidí no morder el anzuelo.
—Si tienes algo que decir, dilo de una vez, Thaddeus. No estoy para acertijos.
Thaddeus se recargó en la silla y me observó con una mezcla de exasperación y algo más, una pizca de lástima tal vez.
—Está bien. Lo diré. ¿Sabías que The Global Tribune va a publicar un artículo sobre el gobernador?
Fruncí el ceño, tratando de entender a dónde quería llegar.
—¿El gobernador? ¿Qué tiene que ver conmigo?
—Tiene que ver con Grupo Habitex, Ernestito.
Mi estómago se contrajo al escuchar el nombre de la empresa.
—¿Qué estás diciendo?
Thaddeus me sostuvo la mirada, firme. Entonces recordé que Laura me contó sobre su nuevo puesto como editor en ese periódico.
—Lo que escuchaste. Están preparando un reportaje sobre las irregularidades del gobernador, y, al parecer, tu empresa aparece mencionada en el artículo.
Me tensé al instante.
—Eso no tiene sentido. Habitex no tiene nada que ver con el gobernador.
—¿Estás seguro? —preguntó Thaddeus, con una ceja arqueada—. Porque, al parecer, hay contratos de obras públicas que lo contradicen.
Intenté mantener la calma, pero sentí el calor subiéndome al cuello.
—Si eso es cierto, entonces están mal informados. Mis contratos son completamente legales.
—¿Y eso es suficiente? —preguntó, cruzando los brazos—. ¿Crees que importa si son legales cuando los ponen en un artículo sobre corrupción?
El silencio se instaló entre nosotros. Tenía razón, por supuesto. Aunque todo estuviera en regla, la mera mención de mi empresa en un artículo de ese calibre podría ser devastadora.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —pregunté, intentando mantener mi voz tranquila.
—Porque apenas nos conocemos y pensé que ya lo sabías. —Se encogió de hombros y luego añadió con un tono más bajo—. Y porque pensé que quizá no te importaba tanto como debería. Porque no solo hablan de contratos de obras públicas, también de lazos entre políticos para beneficio a largo plazo.
Levantó una ceja esperando a que pudiera leer entre líneas.
—¿Cómo puedes pensar eso? —respondí, molesto.
Thaddeus dejó escapar una risa amarga.
—Porque últimamente parece que tienes demasiadas cosas en la cabeza, Ernesto. Y no me refiero a tus negocios.
Mi cuerpo se tensó aún más. Sabía que estaba insinuando algo, pero no podía confirmarlo.
—¿Qué estás tratando de decir? —pregunté, intentando mantener la compostura.
—Nada que no sepas ya —respondió, evasivo, mientras tomaba su vaso de agua y lo giraba entre las manos—. Solo te estoy diciendo que cuides lo que haces, porque si no lo haces, alguien más va a cuidar de ti. Y créeme, no lo harán por las razones correctas.
Su tono finalizó la conversación más que sus palabras. Estaba molesto conmigo, lo sabía, pero no estaba dispuesto a explicarlo del todo. Solo me había soltado esa advertencia, dejando que el peso de la misma cayera directamente sobre mis hombros.
Y mientras él volvía a concentrarse en su plato, yo no podía dejar de pensar en lo que acababa de decirme.
The Global Tribune. Grupo Habitex. El gobernador. Un contrato político.
—No somos amigos, pero una corazonada me dice que tampoco eres un mal tipo. Quizá solo como yo, no estás en el camino correcto. Por eso te daré tiempo para que tú se lo cuentes a Laura. Ella no merece ser un daño colateral de tus malas decisiones, si la quieres, no se lo hagas.
Y, aunque no lo había mencionado directamente, su comentario me dejó con la sensación incómoda de que Thaddeus sabía más de lo que quería admitir.
—Lo sé —admití—. Pero aún no tomo la decisión, aún no sé como enfrentar todo lo que implica estar con Laura.
Y quizá él tiene razón, ambos estamos en una situación igual de difícil.
Había algo en la forma en que Thaddeus movía el tenedor, en su postura rígida, que seguía gritándome que no estaba contándome todo. No solo estaba molesto conmigo, eso era evidente, pero había algo más.
—Thaddeus —dije finalmente, rompiendo el silencio incómodo—. ¿Por qué renunciaste a tu trabajo?
Lo vi tensarse al instante. No esperaba que lo confrontara directamente, y eso solo confirmó que había algo detrás.
—No es importante —respondió, sin mirarme.
—Claro que es importante. No renunciaste porque quisieras. Algo pasó. Y ya pasamos por las respuestas evasivas.
Thaddeus soltó una risa amarga, sin siquiera intentar ocultar su cinismo.
—¿Quieres la verdad? Fui contratado como pago de un favor. Ni siquiera querían que estuviera ahí.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿Pago de un favor? ¿De quién?
Por primera vez en toda la noche, me sostuvo la mirada. Sus ojos estaban cargados de frustración, pero también de algo más, algo más profundo. Vergüenza.
—De Ayla.
El nombre cayó entre nosotros como una piedra en el agua, rompiendo cualquier equilibrio que quedara.
—¿Ayla? —repetí, incrédulo—. ¿Qué tiene que ver ella en esto?
—Todo. —Thaddeus dejó caer el tenedor sobre el plato, el sonido resonando más fuerte de lo que debía en el restaurante silencioso—. Ella me contrató. Un "favor personal". Pero no perdió oportunidad de recordarme que yo no estaba ahí por mérito propio. Que soy un fracasado, y que debería estar agradecido por lo poco que tengo.
Sus palabras me dejaron helado. Ayla…
Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decirme. De repente, algo hizo clic en mi mente, como si un rompecabezas incompleto finalmente tomara forma.
—Gracias Thaddeus, lo que acabas de decirme es muy importante. A cambio también te daré información valiosa. —Anoto una dirección en una servilleta—. Aquí hay una empresa de mi hermano que se dedica a reclutar emprendedores e incluso puedes encontrar inversores. Te ayudará mucho a llegar a tus objetivos.
El lee el papel y lo toma entre su mano estrujandolo.
—Te acabo de decir que me dieron trabajo por lástima e intentas hacer lo mismo.
Suelto una risa apagada.
—Nunca dije que entrarías gratis o que por decir mi nombre en la recepción serías aceptado. Solo te doy información. Será tu decisión lo que haces con ella. Es un lugar caro, pero ahí encontrarás lo que buscas y sabrás exactamente lo que tienes que hacer. Pagar por el ingreso no te asegura un lugar, te lo tienes que ganar a través de diferentes pruebas. —Me mira interesado en la información—. Lo siguiente que te voy a decir, ese si es un regalo. Ayla y mi hermano están en una relación amorosa.
La noticia le cayó como agua fría. Se reclina sobre el asiento y endurece el rostro.
—No me importa con quien salga Ayla.
—Pues a mi si, porque lo está usando para hundirnos.
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