Capítulo 08

Me encanta la manera tan única que tiene Laura para mirarme. Se sonríe de lado, sus ojos resplandecen mientras un pequeño hoyuelo se dibuja en su mejilla derecha. Ella no me mira solo con los ojos, me mira con todo su cuerpo, y esa chispa que tiene me contagia.

Aprieta el lazo de su bolsa de mano mientras intenta no correr hacia mí. Su falda entubada no le permite ir más rápido, pero da pequeños pasos lo más aprisa que puede. Decidí esperarla después de su hora laboral, hice un espacio en mi agenda entre semana para llevarla a cenar o simplemente pasear. Ella me parece tan despreocupada de la vida, tan feliz con cosas sencillas. Aunque estoy seguro de que también debe tener su lado codicioso que me encantaría conocer.

En cuanto la tengo enfrente, me despego del cofre del auto y la abrazo. Ella me corresponde hundiendo su cabeza en mi pecho y tratando de rodearme con sus brazos. Eso me hace feliz.

—Querida, ¿qué tipo de romance te gustaría vivir a mi lado? ¿El tipo erótico, donde no salimos de la cama? ¿El romántico, donde te dedico canciones? ¿El tóxico, donde peleamos y nos reconciliamos en la cama? ¿O el de adolescentes, donde nos prometemos amor eterno y hacemos el amor a cada rato?

Ella suelta una carcajada.

—Te faltó la de Cenicienta, donde me compras de todo y me llevas a los mejores lugares de la ciudad.

Me río. Me gusta su carisma. Y creo que eso puedo cubrirlo. Le abro la puerta del auto del copiloto. Cuando ella mira dentro, se sorprende. Mira de vuelta dentro y enseguida a mí. Sonrío, contento de su reacción.

—¡Eso! —dice señalando sin poder creerlo—. ¿Es... para mí?

Muevo la cabeza de manera afirmativa.

Ella se mete al auto dejando todas sus pertenencias en la parte de atrás y, como una niña, abre el pequeño paquete. Me subo al auto esperando ver su reacción.

—¡Por Dios! Es hermoso.

Abre la boca tratando de que su grito se ahogue entre sus manos.

—Me alegra que te gustara. La verdad es que no sabía cómo inmortalizarnos.

Tomo entre mis manos la cadena y se la coloco. El dije es un corazón y en medio tiene un diamante rojo.

—Vamos a darle un valor simbólico a esta belleza, que hizo mucho para merecerte. —Le acaricio el rostro que sigue mostrándome una sonrisa—. Desconozco el futuro, pero algo te puedo asegurar, nadie en mis 30 años de vida, me ha hecho sentir como me haces sentir tú. Feliz, desesperado, celoso, ansioso de verte, me río con tu recuerdo, me enloquece tus ocurrencias, de muchas maneras. —Sus ojos se humedecen—. Durante mucho tiempo me negué a la idea de mirar fuera de mi cotidianidad, de cambiar las variables que rigen mi vida, y para ser honesto, aún no me siento seguro de que eso pueda pasar; así que, Laura... —Lo que sigue me aterra, es como si un agujero inmenso se abriera a mis pies y estoy a un solo paso de caer sin saber qué hay en el fondo—. ¿Quieres vivir a mi lado un intenso romance? Sin promesas, sin expectativas, solo nosotros y este sentimiento.

Ella se sorbe la nariz y solo mueve la cabeza de manera afirmativa.

—También me gustan las flores, rosas rojas—dice sonriendo—, solo por si la próxima sorpresa es pronto.

—Lo tendré en cuenta, preciosa. —Sus mejillas se encienden y esa luz que se filtra por su mirada es auténtica—. ¿Se te antoja algo para cenar?

—La verdad es que sí, algo como sopa instantánea.

—Vaya, tengo una mejor idea.

Enciendo el auto y ella se coloca el cinturón de seguridad, no deja su bolso y se toca el regalo que le hice. La noche en que conocí a sus amigos, cuando salimos del bar, todos estaban boquiabiertos con la motocicleta y Ginna no paraba de coquetear con Alistair pese a que él parecía repudiarla. Mi amigo es un maldito cabrón de mierda que incluso se atrevió a mirar con desaprobación a Laura, pese a todo, se tragó sus comentarios y se largó solo. Él es del tipo que me buscará lleno de preguntas e incluso se burlará de mí. Esa noche mi moto la manejaron sus amigos, excepto Thaddeus, o Teddy como le dicen. Timoteo fue el más extasiado, no paraba de alabar a la motocicleta y decirme que estoy cagado en dinero. Se la presté y hasta el momento no me la regresa, sirve que la tengo resguardada fuera de mi departamento a los ojos de las visitas inesperadas de mi madre.

Laura bajó el volumen de la música y la miré de reojo.

Me encanta como le queda la blusa de su trabajo, los botones parecen querer reventar, y aunque trate de esconderlo sus pezones están receptivos. Me encanta lamerlos, y sentir cómo emite un gemido bajo, el calor de su cuerpo al temblar entre mis brazos. No negaré que otras mujeres me han dado su placer, y aunque intente ponerle una explicación a mi lujuria, Laura toca fibras que ni yo mismo conocía, porque no solo es follarmela, es una conexión que desearía nunca se terminará. Solo que he aprendido con el tiempo, que la adrenalina que se siente al iniciar una relación, va desapareciendo mientras el verdadero carácter de la persona se muestra, los momentos dulces los va sustituyendo el quedar bien y empezar a mentir, o incluso cuando tu privacidad se va reemplazando con las suposiciones por no poder controlar tu vida. Y no quiero romperle el corazón, pero el matrimonio en el que yo creo, es solo un contrato en donde ambas partes obtienen un beneficio económico y social.

—¿Sabes? Te volví a buscar en redes sociales.

Interrumpe mis pensamientos con una línea de conversación que me parece absurda, no entiendo por qué tiene la necesidad de verme en redes sociales si puede preguntarme lo que quiera. Levanto una ceja intrigado por lo que va a decirme.

—¿Encontraste algo?

—Pues no. Me parece increíble que alguien no tenga redes sociales, es decir, en esta época es casi una herramienta. Dime ¿por qué no las usas?

—¿Por qué tanto interés en mis redes sociales?

—Obvio que no somos las mismas personas en redes que en la vida real. Solo quiero husmear un poquito tu vida digital, ver qué mujeres te dan corazones y quiénes son tus amigos. Nada grave, pura investigación privada nivel FBI... por curiosidad, claro.

Siento su mirada curiosa, la miro de reojo buscando una buena respuesta. Ella no sabe mentir, realmente tiene curiosidad por mi vida. Pienso en mentirle, pero al final decido decirle la verdad.

—Sí tengo, pero mi asistente personal la maneja. De joven fui el hijo rebelde, así que mi padre me obligaba a cerrar mis cuentas porque, según él, cuidar las apariencias era vital para la familia. Supongo que al final ganó. Me rendí. Me di cuenta de que pelear por llamar su atención solo hacía que nuestra relación fuera una mierda. Tal vez fue su forma de enseñarme disciplina... o tal vez solo quería controlarme.

—Puede que fuera su forma de protegerte, aunque no lo pareciera. El mío... él se fue cuando yo era muy pequeña. Y aunque siempre pensé que era mejor no tenerlo cerca a que me juzgara, hay días en los que daría lo que fuera porque le hubiera importado lo suficiente como para vigilarme... aunque fuera para decirme que lo estaba haciendo todo mal.

Laura siempre tiene palabras positivas. Me gusta que sus palmadas en la espalda se sientan como impulso, no como lástima. Odiaría que me mirara con compasión. Yo nunca haría eso. Al final, no somos responsables de las decisiones de nuestros padres. Ellos deben cargar con sus propios traumas, igual que nosotros cargamos con los nuestros.

—Él se lo perdió.

Ella me toca la mano y recarga la cabeza sobre mi hombro.

Después de andar un rato llegamos al restaurante Seúl. Desde afuera, la fachada minimalista y las luces cálidas que caen como cascadas a través de los ventanales anuncian que no es un lugar cualquiera. Apagué el motor y salí para abrirle la puerta a Laura.

Ella bajó con cautela, observando el edificio como si temiera que al tocarlo desapareciera. Al entrar, nos recibió un ambiente que la envolvió de inmediato. Las lámparas de papel proyectaban sombras suaves en las paredes revestidas de madera oscura, y las mesas estaban dispuestas con precisión, cada una adornada con pequeñas flores blancas flotando en vasos de cristal.

No había niños corriendo ni risas estridentes, solo el murmullo tranquilo de conversaciones discretas y el leve chisporroteo de la carne cocinándose en las parrillas de las mesas. El aire olía a salsa de soya, ajonjolí y jengibre tostado.

Caminé con naturalidad, como si el lugar fuera una extensión de mi propia casa. Saludé al anfitrión con una inclinación leve de cabeza y, en cuestión de segundos, ya estábamos siendo conducidos a una mesa en un rincón apartado, donde la luz era más tenue.

Laura se sentó con movimientos torpes, pasando los dedos por la mesa como si no creyera que pudiera ser real.

—Solo pedí comer una Maruchan —murmuró de repente, con una risa nerviosa— y me trajiste a este santuario de comida china.

Solté una breve carcajada.

—Coreana —la corregí suavemente, inclinándome hacia ella—. Es comida coreana.

—Da igual —dijo Laura, aunque sus ojos seguían recorriendo cada detalle del lugar con asombro—. Es hermoso.

La observé en silencio. Para mí, ese tipo de lugares eran habituales, casi mundanos, pero verla maravillada me despertaba ternura.

Un mesero apareció discretamente y encendió la parrilla en el centro de la mesa. Laura lo siguió con la mirada, fascinada por la ceremonia, desde la manera en que colocó los platillos con precisión hasta el sonido suave del carbón encendiéndose.

—¿Qué se te antoja? —pregunté

—Aquí no, Ernesto. —susurró acercándose cariñosa—, mejor veamos el menú.

Me encanta cuando se pone en modo lujuriosa, me provoca comer sobre su cuerpo desnudo. Tomé los palillos chinos y con suavidad los pasé por su pierna, sobre su ropa. Mis ojos se clavaron en los de ella, pude ver como su cuerpo se tensó, nerviosa.

—Ese es el postre, preciosa.

Sonrió de lado y de pronto dio un respingo tirando uno de los platos al darse cuenta de que el mesero seguía a nuestro lado.

—¡Jesucristo redentor! Chico, por lo menos tose para saber que sigues ahí parado.

El muchacho no pudo evitar reírse y yo menos soltar una carcajada.

—¿Jesucristo redentor? Qué diablos es eso.

Pero ella siguió ignorándome mientras le volvía a dirigir la palabra al mesero.

—Dime por favor que no hablas español.

—No se preocupe, aquí guardamos la discreción de nuestros clientes.

Y no pude evitar reírme de la expresión de Laura. Aunque el tipo tenía cara de no ser de este país, lleva mucho tiempo viviendo aquí para saber muy bien de lo que hablábamos. Él comenzó a levantar los restos rotos del plato.

Después de la forma curiosa en que empezaron las cosas, ella se fue relajando cuando trajeron los platillos, pedí por ella porque decía que no conocía nada más que el sushi, pero no iba a perdonarme si pedía algo tan común.

Por fortuna la velada avanzó en un ritmo pausado. El bulgogi chisporroteaba en la parrilla, despidiendo un aroma que parecía envolvernos. Laura me miró mientras tomaba un trozo de carne con los palillos. Sus movimientos eran torpes, pero había algo encantador en su esfuerzo por imitarlos.

—Nunca pensé que pudiera ser tan complicado —rió suavemente mientras un trozo de kimchi resbalaba de sus palillos.

Sonreí y me incliné hacia ella, guiándola con los míos.

—Aquí, prueba así —le mostré cómo sostenerlos mejor, sintiendo cómo su risa se colaba bajo mi piel.

—Oye, esta cena es mejor que lo que me pasó en la semana. No lo vas a poder creer, pero conocí a Bernardo Rojas.

El corazón se me detiene en cuanto escuché el nombre de mi hermano. La sonrisa en mi rostro desaparece y una preocupación se instala.

—¿Sí? ¿Cómo pasó?

—No sé bien, pero lo importante es que lo conocí y es muy, muy bello. Todo en él. Su forma tan única de hacerte sentir parte de su equipo, como si te conociera de toda la vida, su formalidad en el trabajo, fue como ver salir a uno de los protagonistas de los libros que leo.

Aprieto la mandíbula. No puedo evitar sentir celos, entiendo el contexto, pero es un instinto competitivo con mi hermano.

—Vaya, tan formidable fue su encuentro.

—¡Claro! Logro desbloqueado, conocer al magnate Bernardo Rojas. Jamás voy a terminar de agradecerle.

Mastico con fuerza, tratando de disimular la molestia.

—¿Qué fue lo que hizo por ti? —Le pregunté irónico.

Laura levanta los palillos y me apunta con ellos.

—Gracias a él, de manera indirecta, te conocí. Al amor de mi vida.

La tensión que estaba empezando a acumular se desvanece. Por lo que noto, Laura lo había descifrado, porque comienza a reír.

—¿Quieres que lo repita?

Mis neuronas empiezan a correr como si estuvieran en una maratón sin entrenamiento. ¿A qué se refiere? Algo se me está escapando. Ella ya se dio cuenta. Levanta una ceja y ladea la cabeza como si fuera una detective lista para interrogarme. 'Recuerda, Ernesto', me digo, y creo que empiezo a sudar frío. Entonces suelta una risa que pronto se convierte en una tos porque parece que se está ahogando con su propia saliva. Por un segundo entro en modo pánico, pero cuando veo que sigue viva—y doblada de risa—me contagio. Nos reímos como idiotas mientras ella intenta recuperar el aliento. No es que no me importe su vida, pero, por suerte, la única víctima de este ataque fue su dignidad... y tal vez la mía.

El resto de la velada transcurrió sin contratiempos. Laura preguntó por mi trabajo, y le conté, a grandes rasgos, en qué consiste. Ella lo imagina como si me la pasara viajando y paseando, pero no sabe lo difícil, estresante e incómodo que puede ser tratar con ciertos clientes o pasar por una ciudad sin siquiera tener tiempo de tomar un café en un restaurante por las horas que implica hacer los acuerdos y solo llegar al hotel a dormir solo para tomar otro vuelo al día siguiente. A mí no me parece tan divertido como ella cree, pero tampoco me puedo quejar. Al final, estoy seguro de que es mejor que su trabajo, y, además, me gusta lo que hago.

Cuando habíamos llegado frente a su departamento, ya estaba imaginando lo maravilloso que sería perderme entre su cuerpo, pero como esta es la vida real y no una novela erótica... de nuevo sus amigos llegaron a escena. Laura atiende una llamada que nos obliga a cambiar de rumbo y llegamos a una bodega que parece abandonada.

—¿Aquí vive tu amigo?

—No es un buen lugar, ¿verdad? Thaddeus tenía una editorial, pero no le funcionó. Había hecho un contrato de un año con el arrendador y no pudo negociar la devolución de su dinero, así que él decidió no dejar el lugar para que el dueño no lo rentara a otras personas. Teddy se vino a vivir aquí.

Increíble. Me quedo sin palabras, el tipo está realmente jodido.

Cuando nos acercamos, escucho la música fuerte, que seguro amerita una llamada a la policía. El lugar tiene una mesa, un colchón al fondo, libros apilados de manera descuidada, desbordando su contenido, mezclados con montones de basura que parecen acumularse por simple desidia y solo una silla como único testigo de algo que ya no importa.

Al fondo logro ver al grupo. Ginna corre hacía nosotros y sin la menor cortesía me ignora. Tiene la cara furiosa.

—¡Es esa perra. Esa maldita que lo dejó en la universidad. Me emputa que no pueda superarla!

Laura me voltea a ver con cara preocupada.

—Ya se puso pedo otra vez —dijo Timoteo—. Lo peor es que me rompe los tímpanos con esa mierda de música; se voltea cuando está borracho, nos traiciona escuchando regional mexicano.

Me aguanto una risa. No puedo creer que eso le preocupe más.

Rodrigo está a su lado, inmóvil. Thaddeus, en cambio, se derrumba. Su cuerpo tiembla con cada sollozo mientras se aferra al hombro de Rodrigo. Su amigo no dice nada. Solo se queda ahí, sosteniéndolo, dejando que las lágrimas de Thaddeus empapen su camisa, como si cargar con ese dolor fuera un castigo necesario. La escena rompe algo en mí.

—Bueno, espero que hayan traído un six más, porque esta noche será larga. —dice mi chica.

Laura toma el teléfono de Thaddeus y poné una canción muy popera. Increible que se sepa el código de seguridad.

Se me acerca y me dice:

—Entiendo si prefieres irte. Sé que mañana trabajas y pues... Esto no terminará pronto.

Me quito el saco que llevo puesto y se lo colocó en la cintura.

—Con esto cubre tus piernas, será incómodo con la falda.

Ella se quita los zapatos, buscando mayor comodidad. Apila algunos libros para sentarse y le baja el volumen a la música, hasta que casi se vuelve inaudible. La canción va como a la mitad. Ella toma la botella de tequila que tiene Thaddeus en sus manos. Veo como toma valor y se empina un gran trago. Ginna está cruzada de brazos intentando contener el coraje, pero al ver la acción de su amiga hace lo mismo. Le sigue Timoteo y al final Rodrigo. Como si fuera un especie de ritual. Aunque no me han dado la bienvenida me miran esperando a que los imite. Trago saliva y lo hago.

Ginna se sienta al lado de Thaddeus y este suelta el hombro de Rodrigo ahora desahogandose sobre su amiga.

—Pendejo. Ella cogiendo con otro y tú aquí haciéndonos beber entre semana. Eres un pendejo.

—¿Quién es esa mujer que lo tiene así? —Le pregunté a Laura.

Rodrigo, a quien casi no he oído hablar, me respondió.

—Su jefa. La cosa es que ella fue su novia y lo engañó con su mejor amigo en la uni. Ahora resulta que trabaja para ella y hoy lo humilló públicamente.

—Cuéntale bien el chisme —interrumpe Timoteo.

—Esa conversación le corresponde a Teddy, si él elige contarle. —Laura los interrumpe—. Por ahora nuestro deber es acompañarlo.

Sea cual sea el dilema amoroso de Thaddeus, esa mujer debió haberle dado en lo más profundo de su ego para dejarlo en este estado. Siendo honesto no me apetece quedarme aquí toda la noche y odiaría que Laura tenga que pasar por esto.

—Me encanta que volvamos a vernos, solo que no creo que sea conveniente para ninguno desvelarnos así. Thaddeus está por quedarse dormido y seguramente ustedes pasarán mala noche aquí. ¿Qué les parece si me llevo a Thaddeus conmigo y cada uno va a su casa a descansar?

Siento la mirada de cada uno sopesando la situación. Analizando quién será el valiente en admitir que tampoco quieren pasar una mala noche.

—Teddy no se duerme tan rápido como nos gustaría. Si te lo llevas, será solo una molestia, en especial cuando empiece a decir tonterías. —Rodrigo fue el primero en hablar.

—Es posible. —Miro a Laura pidiendo que se ponga de mi lado—. Juro que no lo secuestro. Lo cuidaré bien, este no es lugar para que ninguno se quede, en especial las chicas. Prometo que después hacemos otra reunión alcoholizada, pero donde todos estemos felices.

Laura se pone de pie y se coloca a mi lado.

—Pienso que Ernesto tiene razón. Ya ha tomado mucho, se merece dormir en un lugar cómodo y no aquí.

No costó mucho convencerlos con la intervención de Laura, así que Timoteo me ayuda a subir a Thaddeus a mi auto, peso como mil kilos, arrastra los pies como un chillido y aunque parece casi dormido, habla incoherencias. Estoy acomodándolo en los asientos de atrás para que no vaya a caerse y me recita el teorema de Pitágoras, después el título de libros el latín. Por un momento parece que se quedará callado, pero de la nada me toma del codo antes de que pudiera salir del auto.

—Sé tu secreto, amigo.

Su mirada trata de ubicar la mía, como dándole dramatismo a sus palabras. Sonrió ante su ocurrencia.

—Guarda el secreto, amigo. —Respondo.

—Sé tu secreto, señor Rojas. Sé dónde trabajas. Lo sé todo.

Trago saliva. ¿Estará... hablando en serio? 

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