Capítulo 02

Empiezo a sentir un ligero dolor de cabeza. Esta reunión se está volviendo insoportable. En lugar de enfocarse en los avances del proyecto del nuevo centro comercial, uno de los ejecutivos ha decidido dar un discurso sobre por qué no deberíamos seguir adelante. Esa decisión ya fue tomada, así que su argumentación no tiene sentido. Yo mismo di mi consentimiento al proyecto, porque me parece una excelente oportunidad para darle a las personas la impresión de tener la naturaleza a la mano mientras disfrutan de la comodidad de una metrópoli. Mientras tanto, escucho pacientemente los pros y los contras, tal como mi padre me enseñó. Es importante que los empleados se sientan parte del equipo, no solo subordinados de un mando autoritario.

Alonso insiste en que la zona tiene una importante reserva ecológica, y que los permisos y la reubicación de fauna serían costosos. Martha, por otro lado, asegura que todo eso ya está resuelto; el gobernador del estado ha dado su respaldo a la construcción. Estos debates son agotadores, pero comprendo que son parte del proceso de avance en la empresa.

A mi lado está Gerardo, que claramente está igual de aburrido que yo. Ha silenciado su tableta y juega Candy Crush. Lo miro de reojo, y su expresión de alivio me hace pensar en lo fácil que es desconectarse del entorno cuando algo tan trivial captura tu atención. Suspiro. Son las 9:00 am y ya llevamos dos horas de discusiones sin rumbo.

—¿De qué manera podemos minimizar el impacto ambiental? —pregunto, buscando poner fin a la resistencia de Alonso y dejar claro que la ubicación no cambiará.

Él me mira, visiblemente molesto. Sabe que si logra convencer a la mayoría, el proyecto podría detenerse, pero también es consciente de que la lealtad de los presentes hacia mi padre hace que su misión sea casi imposible.

Observo a Martha, satisfecha. Su lealtad es hacia el dueño, no hacia mí, pero en su ausencia, yo llevo las riendas.

—Será costoso —responde Alonso, desafiante—. Necesitamos un diseño sostenible, energías renovables, compensaciones ambientales... todo eso implica muchos detalles.

—Entiendo. Por lo que veo, eres la persona más calificada para liderar este proyecto —le digo con firmeza—. Propongo que seas tú quien lo dirija. Estamos por empezar, así que podrás implementar todas esas ideas ecológicas que has mencionado. Martha te apoyará con los detalles financieros.

Ambos parecen insatisfechos, pero ninguno protesta. El resto de los presentes tampoco opone resistencia. Continuamos revisando los últimos puntos antes de cerrar la reunión. Cuando finalmente salgo de la sala, ya son casi las 10 de la mañana. Es sábado, y decido que puedo darme el lujo de no ir a la oficina. Tengo algunos compromisos por cumplir, pero antes, voy a disfrutar de un buen desayuno en uno de mis lugares favoritos.

Llamo a mi hermano para ver si está disponible, aunque lo dudo. El teléfono va directo al buzón; seguramente sigue con la reportera que le encanta, esa que siempre desafía sus conocimientos. Eso me recuerda que debo visitar a mi madre antes de que termine el día; le prometí una partida de ajedrez.

Reviso la maleta en el portaequipajes. No me gusta salir de la empresa con traje. Prefiero algo más cómodo, algo que me permita sentir que, al menos por un momento, las responsabilidades son más ligeras.

En el corazón de la universidad, se erige una cafetería con la esencia de una cabaña rústica. Sus muebles, tallados en sequoia, emanan un aroma que delata su naturaleza acogedora, un detalle que, sin duda, me fascina. La comida se sirve cálida, recién preparada, y en días como este, con la escasa concurrencia, el lugar se siente como un refugio único. La ruta hacia ella es un auténtico laberinto, un verdadero mapa del tesoro; hay que atravesar la totalidad del campus, zigzaguear entre los escasos pinos y sortear las áreas deportivas.

No puedo evitar sentir un estremecimiento en el pecho al pasar por la entrada de la cancha de baloncesto. Tuve una chica en la preparatoria que le llamaba presentimientos, decía que su cuerpo le avisaba de eventos fortuitos y que siempre se ponía nerviosa cuando esto pasaba. Yo pensaba que era cosa de mujeres hasta que un día mi hermano anunció que se iría de casa y que con sus propios medios se forjaría un camino. Desde entonces, me he vuelto más consciente de esa sensación en mi pecho.

A medida que me aproximo, siento que mis pies se convierten en pilares que anclan mi ser a la tierra. Mi respiración se agita mientras deseo que la realidad sea distinta. Y entonces, la veo. Su silueta, la misma que hace una semana decía maldiciones y cuanta blasfemia se le ocurría. Ahora, su cabello está recogido en una coleta desordenada, resultado de un esfuerzo apresurado para lanzar la pelota al aro, sin éxito aparente. La observo de nuevo prepararse para el tiro; desde mi posición, los errores en su técnica parecen evidentes, desvíos que la alejan del objetivo.

Su mirada me encuentra, y mi corazón se detiene. De haberme movido antes ella no me hubiera reconocido, pero es que mi cuerpo no responde. Parezco un crío de 16 años.

Sus ojos se deslizan abiertos con sorpresa, y lleva las manos a la boca, un intento vano por contener un grito que irrumpe en un tono potente. Le saludo con un gesto de la mano, el instante se vuelve inevitable. Ella corre hacia mí, extendiendo sus brazos. Al llegar, se abalanza colgándose de mis caderas, sus brazos rodean mi cuello mientras su boca, cálida y urgente, se posa sobre la mía. Afortunadamente solo llevo las llaves del coche en las manos, lo que me permite sostenerla y recibir su bienvenida.

—¡Llegaste! —exclama, con voz rebosante de júbilo.

El beso es efímero, pero auténtico. Su pregunta resuena en mi mente: ¿Llegar? ¿No se trata de una mera coincidencia? Mis pensamientos se nublan; quizás me encontraba demasiado borracho para recordar con exactitud cada detalle. Después de pasar la noche en su departamento, reímos interminablemente; su naturaleza despreocupada y sin filtros me atrajo, tal vez por eso decidí invitarla a este lugar. No estoy seguro.

—Nunca falto a una cita —susurro, sin pensar del todo en las palabras que elijo.

—Pero si llegas tarde.

En sus ojos hay un brillo que no había visto antes, y su sonrisa... es auténtica, de esas que no ves todos los días. Parece una niña a la que le acaban de cumplir su mayor deseo. Se ha bajado de mí, pero sigue aferrada a mi cuello. Siento su respiración cerca de mi oído mientras guardo la llave del auto en el bolsillo. Le rodeo la cintura, acercándola más a mí. No es la típica mujer que me suele atraer, lo reconozco. No parece ser de las que pasan horas en el gimnasio, pero esas piernas... tienen algo que me encanta.

—¿Vas a castigarme? —le digo en tono juguetón, deslizando mi mano por su espalda.

Siento cómo su cuerpo reacciona al instante, se pega más a mí, sin reservas. Es algo a lo que estoy acostumbrado, pero con ella tiene un matiz distinto.

—Depende de qué tan bien te portes hoy. Mis castigos son una recompensa.

Su picardía poco ensayada me gusta. Su rostro enrojece al terminar la frase, como si escuchar sus pensamientos lujuriosos le causarán vergüenza. Reconozco que está esforzándose por ser atrevida. Llevo una mano a su rostro, lo tiene sudado. Apenas lleva maquillaje, y aunque intento no arruinarlo, dejo que mis dedos recorran suavemente su piel. No sé exactamente qué le dije para que esté aquí, pegada a mí, pero la forma en que me mira me deja claro cuánto lo deseaba. No quiero romperle el corazón, pero seguirle el juego no me cuesta nada. Después de todo, no puedo negar que la pasé bien la última vez.

Se acerca para besarme, y esta vez puedo sentirlo. Hay algo en sus labios, una pasión contenida que busca algo profundo. Cierro los ojos, dejándome llevar, dándole lo que quiere. Hay una conexión entre nosotros que no puedo explicar solo con un beso. Cuando intenta soltarse, la detengo suavemente, mordiendo su labio inferior.

—Te extrañé —susurró, bajando la mirada, esperando una respuesta de mi parte.

Podría mentirle. Decirle que yo también la extrañé. Pero la verdad es que apenas la recordaba hasta que la vi de nuevo. Aún así, deslizo mi pulgar por sus labios carnosos. No me había dado cuenta hasta ahora, pero... la deseo.

—¿Aquí es donde me dices que tú no me convienes? —pregunta de repente, dándome un golpecito en el pecho y alejándose un poco.

—¿Perdón? —respondo, algo intrigado.

—Ya sabes, como en esos libros de romance empresariales. Tú eres el tipo rico, acostumbrado a mujeres hermosas y sin ataduras, y luego me dirás que no me enamore de ti.

Me río. Esta chica definitivamente ha visto demasiados dramas románticos. Aunque... tiene algo de razón.

—Yo sí creo en el matrimonio, si a eso te refieres.

Mi respuesta parece sorprenderla. Su rostro se ilumina, como si acabara de decirle algo que llevaba tiempo esperando escuchar.

—Vaya, eres del uno por ciento que cree en el matrimonio.

No es tan literal como cree, pero entiendo su punto. Cuando dejemos de vernos, prefiero que me recuerde como parte de ese "uno por ciento".

—Tengo muchos otros buenos atributos.

—Muéstrame —me reta, con una chispa en los ojos.

Observo la cancha. Tomo el balón entre mis manos. Extrañaba la sensación de volar con este deporte. Laura se cruza de brazos y una sonrisa curiosa en los labios, observándome con ese brillo de expectativa en sus ojos. Me acerqué al centro de la cancha con el balón bajo el brazo, intentando mantener la calma, aunque por dentro sentía los nervios enredándose en mi estómago .

—¿En serio eres tan bueno como dices? —me preguntó, levantando una ceja, claramente desafiándome.

No pude evitar reírme, tratando de sonar más relajado de lo que en realidad me sentía.

—Bueno, supongo que tendrás que juzgarlo por ti misma, ¿no?

Con un movimiento rápido, suelto el balón y comienzo a botarlo con facilidad, haciendo rebotar el sonido rítmico en la cancha. Mis manos se mueven con confianza, guiando el balón como si fuera una extensión de mí. Hago un par de amagos rápidos, cambiando de dirección como si hubiera un rival invisible frente a mí. Laura no quita los ojos de encima, y eso solo me hace querer esforzarme más.

—¡Mira esto! —le dije, dando un giro rápido y saltando en el aire para encestar desde la línea de tres puntos.

El balón voló suavemente por el aire, girando sobre sí mismo hasta que, con un "clac" perfecto, atravesó la red sin tocar el aro. Sonreí al aterrizar, satisfecho con el tiro, y me giré hacia ella para ver su reacción. Sus ojos estaban muy abiertos, y su boca formaba una "O" de sorpresa.

—¡Wow! No pensé que lo lograrías —dijo, caminando hacia mí con una sonrisa genuina.

—Te lo dije, soy mejor de lo que parezco.

Me acerco para recoger el balón mientras ella me mira con una mezcla de admiración y diversión. Sabía que le había impresionado, aunque ella intentaba ocultarlo detrás de una actitud despreocupada. Pero lo vi en sus ojos: esa chispa de algo más, algo que me hacía pensar que tal vez, solo tal vez, la había impresionado de verdad.

Le lancé el balón suavemente.

—¿Te animas a intentarlo? —le pregunté.

Laura se rió, con una mezcla de nervios y diversión, mientras me devolvía el balón. Lo atrapé al vuelo, acercándome a ella con una sonrisa. Pude ver en su rostro que estaba tentada a aceptar el desafío, aunque también sabía que no tenía mucha idea de cómo jugar.

—Vamos, inténtalo —le dije, extendiendo el balón hacia ella.

Dudó un momento, pero finalmente lo tomó. Sus manos apenas se acomodan alrededor del balón, y sus movimientos son algo torpes. Me rio internamente, con cariño, viendo cómo se posiciona frente a la canasta. Sus ojos iban del balón al aro, como si calculara la distancia en su cabeza.

—No tiene que ser perfecto, solo haz lo que puedas —le animé, parándome justo detrás de ella.

Laura respira hondo, flexionando ligeramente las rodillas, y lanza el balón. Se queda corto, chocando contra la base del tablero y rebotando hacia nosotros. Ella hace una mueca, mitad de frustración y mitad de risa.

—Eso... no salió como esperaba —admitió, mirando el balón rebotar hasta quedar a mis pies.

—Estuvo cerca —le dije, recogiendo el balón—. Vamos a intentarlo de nuevo, pero esta vez te ayudo un poco.

Me acerco más a ella, posicionándome detrás. Coloco el balón en sus manos y luego envuelvo las mías alrededor de las suyas, guiando sus movimientos. Siento cómo su cuerpo se tensa por un segundo, pero luego se relaja bajo mi toque.

—Primero, flexiona las rodillas un poco más —le susurré, bajando mi voz para que fuera más fácil concentrarse—. Y cuando lances, usa más las muñecas. No solo los brazos.

Ella asintió, sus mejillas ligeramente sonrojadas, concentrada en mis instrucciones. Sus manos seguían las mías, y juntos, levantamos el balón hacia el aro.

—Ahora, lanza.

Ambos estiramos los brazos, y esta vez el balón voló con más precisión. Giró en el aire y, con un toque suave, rozó el aro antes de caer dentro de la canasta.

—¡Sí! —exclamó, con una risa de triunfo, girándose hacia mí con los ojos brillando de emoción—. ¡Lo logré!

Su entusiasmo era contagioso. Me reí junto a ella, alzando los brazos en señal de victoria.

—Te dije que podías hacerlo —le respondí, atrapando el balón que había caído cerca de nosotros.

Ella me mira, aún respirando rápido por la emoción, y se acerca para darme un abrazo inesperado. La rodeo con mis brazos, sintiendo el calor de su cuerpo y su energía vibrante después de su pequeña victoria.

—Gracias por ayudarme —dijo, susurrando contra mi pecho.

—Siempre que lo necesites —le respondí, sonriendo.

Nos quedamos un momento así, en silencio, disfrutando de esa pequeña conexión.

Esto parece una buena novela de romance y drama, pero mi teléfono empieza a sonar, arrastrándome de vuelta a la realidad. Miro la pantalla y siento cómo el dolor de cabeza regresa, más fuerte esta vez. Veo a Laura quien parece esperar a que responda, pero no lo creo conveniente.

—Vamos a desayunar —la invito, intentando sonar despreocupado —después atenderé las cosas del trabajo.

Ella asiente con la cabeza. Para evitar más interrupciones apago mi celular personal y dejo en silencio mi telefono del trabajo. No quiero que nada interfiera en este momento

En cuanto llegamos al restaurante ella está encantada, mira todos los detalles con gran admiración.

—Parece una escena de Harry Potter —dice, con una sonrisa amplia.

Laura parece vivir en su propio mundo mágico. Es alegre, espontánea, y no se preocupa por impresionarme, no me da la impresión de que esté fingiendo sus emociones.

Después de explorar casi todo el restaurante con la mirada, pedimos algo de comer. Laura, sin ningún filtro, me mira y dice:

—Todo es carísimo. ¿Tú pagarás? A mí solo me alcanza para un vaso con  agua, suponiendo que es gratis.

Hace una mueca cómica y abre los ojos exageradamente, lo que me hace reír.

—Bueno, esta vez sí.

Ambos pedimos Shakshuka y té de menta porque ella no sabía qué ordenar. Mientras esperamos, me mira con una curiosidad evidente.

—Tengo tantas preguntas, Ernesto.

Mi nombre en su boca suena diferente a como estoy acostumbrado, es dulce y al mismo tiempo firme.

—No estoy seguro de poder responder todas.

—Bueno quiero mantener nuestro acuerdo, después de la tercera vez que nos veamos podremos hacernos preguntas personales.

Es verdad, yo le dije eso. Ahora que estamos juntos, será inevitable intimar, es parte de la naturaleza humana decir cosas personales.

—Entonces solo disfrutemos de esto, un desayuno contigo, creo que te lo debo después de irme de tu departamento sin darte las gracias por tu amabilidad.

Ella se sonroja. Recuerdo muy bien cada detalle de cuando llegamos a su departamento, su contacto urgente, sus besos exigentes, la manera tan deliciosa de dejarme poseerla. Saboreo el café para disimular el morbo que me provoca pensar en ese momento.

—Oye... —me dice acercándose a mí, como para contarme un secreto—. Yo también estoy deseosa de volver a estar contigo.

¿Diablos, lee la mente o qué? Debería tener más cuidado con mis propios pensamientos, antes de que me traicionen.

—¿Por qué me dices eso?

—Creo que lo pensaste, porque yo sí lo pensé cuando mencionaste mi departamento. —Responde, directa—. De hecho, contigo siento una fuerte conexión, puedo ser yo misma sin temor a ser juzgada, podría contarte mis más íntimos pensamientos, pero creo que sería muy aburrido porque todo lo relacionado con películas o novelas. -Habla mucho, sin duda debe estar nerviosa-¿Soy infantil, verdad? -me pregunta, con una risa nerviosa.

-Bueno, tenemos experiencias diferentes. Es solo la forma en que vemos las cosas. Pero algo sí puedo asegurarte y es que no me aburro. Así que cuéntame, ¿qué estás pensando?

El platillo llega a la mesa y lo agradezco, ya tenía mucha hambre. Este día empezó muy raro y espero terminar de una buena manera.

-Ok -mira el platillo como si no supiera por dónde empezar. Solo son huevos, no entiendo cuál es el problema -. No tengo idea de cómo ordenar todas mis ideas... Estoy Feliz, Ernesto. En verdad llegué a dudar si vendrías, es que... mira fue como de película, tú eres muy guapo, y tienes una voz tan... masculina y ahora estamos aquí. Si nunca más tuviera que volver a verte moriría feliz.

-Gracias -respondo-. Pero estoy seguro que te esperan cosas muy buenas más adelante.

Sus halagos los recibo de manera frecuente, pero esta vez me alegra que alguien esté feliz por mi existencia, sin saber mis credenciales. Las mujeres no son inmunes a mí, nos divertimos de vez en cuando sin la necesidad de formar lazos, caso contrario a esta chica, que de lejos se nota que está buscando algo serio. No es necesario aclararlo porque nada trascendental pasará, puedo asegurarlo.

Después de una charla agradable -aunque, para ser honesto, más que charla fue escucharla a ella-, caminamos por el campus. Le muestro los rincones que, según sus palabras, son "mágicos". Son espacios donde me refugiaba después de días ajetreados o donde simplemente buscaba alejarme de mis amigos. Ahora sé que Laura sólo estudió la preparatoria y que su pasatiempo es cantar, me preguntó si tuviera que escoger otra vida, ¿cuál sería? Claro que la misma, nací afortunado. Mis padres ya tienen un patrimonio formado, no soy del tipo inconforme porque me han dado una buena educación y sé que manejaré el negocio familiar. Le confesé que mi mayor temor es decepcionar a mi hermano más que a mi padre, lo admiro como a ninguno.

Ella me cuestionó si era la falta de un sueño que me hiciera hervir la sangre lo que me hacía no desear otra vida. Y es que nadie me cuestiona. Me he dado cuenta de que la mayoría de las personas con las que me rodeo tienen una idea muy clara de lo que consideran éxito: mi puesto en la empresa o el legado de mi familia. Es como si todo estuviera resuelto para ellos, como si no hubiera espacio para la duda o para preguntarse si de verdad eso es lo que quiero. Nadie se detiene a pensar si detrás de todo eso hay algo más, algo que me mueva realmente. Y creo que yo mismo, hasta ahora, tampoco lo había pensado.

Llegamos a un edificio que usan para galerías de arte. Me hubiera gustado pasar con ella, pero está cerrado.

—No conozco mucho del tema —dice colocándose frente a mi-. Tu eres lo más parecido a un cuadro artístico.

Laura no se cansa de halagarme, y lo extraño es que me gusta. No le correspondo de la misma manera, no porque ella me sea indiferente, más bien porque no quiero que mis palabras la ilusionen o se haga ideas equivocadas, es mejor que piense que entre nosotros no sucederá nada serio.

-Hay muchas personas que son parecidas a mí. Digo no soy feo -mi tono bromista la hace reír.

-En la fiesta privada de Pliegues Rosas, llevabas un traje de la tienda. Ahora, tus zapatos son de una marca exclusiva que vendemos ahí. Nunca te había visto, así que no eres empleado o al menos no de la misma área que yo. Vi que guardaste llaves de coche en tus bolsillos, por lo que tienes auto o manejas uno.

Trago saliva. Es una chica astuta. Debo inventar una mentira o descubrirá quién soy, o ¿acaso ya lo sabe?

-Vaya, pensé que no tocaríamos temas personales hasta nuestra tercera cita.

Ella guardó silencio. Dio un paso hacía mi, vacilé por un momento. Mi mano fue a su rostro, acariciando su mejilla con una lentitud casi dolorosa. Ella cerró los ojos al sentir mi toque, como si quisiera grabarlo en su memoria.

-Así es. Pero si no lo digo no lo entenderás. Yo usé mi salario semanal para vestir lo que llevo en nuestra cita, tratando de verme bonita y adecuada para ti. Mientras más me acerco, tengo la sensación de que quien eres tú, me alejará. Por lo tanto, cuando miré hacía atrás, serás un hermoso cuadro surrealista. ¿Así se dice? Esas pinturas locas, ¿no?

Digo sí con un movimiento de cabeza. No lo había notado, pero ya es tarde. Estoy intentando evadir lo bien que se siente estar con Laura.

Me inclino hacia ella, despacio, y nuestros labios se encontraron. Es un beso lento, más profundo de lo que esperaba. No había urgencia, solo una necesidad de alargar ese momento, de saborear cada segundo. Mis labios se movían con cuidado, grabando la suavidad de los suyos en mi memoria. Quería recordarlo todo: su sabor, la forma en que me respondía, cómo sus manos se aferraban a mi espalda, como si con eso pudiera evitar lo inevitable. Quisiera decirle que se equivoca.

La parte racional de mi vuelve al abrir los ojos, no perder el piso por un instante de vuelo.

Ella suspira al ver que tenso la mandíbula, como si claramente supiera lo que pienso.

Se acerca de nuevo para regalarme su sabor. El mundo dejó de existir a nuestro alrededor. No había más que el roce de nuestros labios, la sensación de su cuerpo cerca del mío. El tiempo se detuvo, aunque sabía que no duraría. Cuando finalmente nos separamos, respirábamos con dificultad. Mantuve mi frente apoyada en la suya unos segundos más.

-El siguiente sábado te espero frente a la iglesia Los dolores. El que está en el parque central de la ciudad. -Sus ojos escanean los míos buscando la seguridad de que ahí estaré- Te va a encantar lo que verás.

-No entiendo cómo es que sabes que debo irme.

-Ya te lo dije, tenemos una conexión especial.

Ella me sonríe con dulzura.

-Lamento mucho no poder llevarte a tu departamento, tengo otros compromisos.

Podría acercarla a la salida, pero tenerla cerca es abrumador. Antes de alejarme sujeta mi mano y me dice:

-Si por cosas de la vida no volvemos a vernos, no me arrepentiré porque te demostré lo mucho que me gustas. Tal vez nunca seamos nada más que este momento, pero te prometo una cosa: siempre te llevaré conmigo, en algún rincón de mi memoria. Aunque el tiempo pase y nuestras vidas tomen caminos distintos, no importa dónde esté, te recordaré. Serás ese recuerdo que aparece cuando menos lo espere, una sonrisa que se cruza en mi mente, incluso cuando todo haya quedado atrás porque no hay garantías de nada.

Es en este momento que me arrepiento de no haberle demostrado que es una mujer bella, no de la manera convencional, es su carácter lo que le da esa hermosura única. Me arrepiento de no besarla hasta el hartazgo, de no tomarle la mano o de hacerla sentir lo bien que me hace su compañía. Es un dolor sutil, una melancolía que me acompaña y que me recuerda que, a veces, las oportunidades no vuelven.

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