Poder
—Tu hermano era un monstruo —espeté, incapaz de contenerme más— tal y como todos en vuestra puta familia lo sois. — mi paciencia estaba llegando a su límite.
—Era mi hermano. Y ahora está muerto.
Darius se acercó aún más, su mirada llena de desprecio. Me sentí helada ante el veneno en sus palabras.
—Seguro que la zorra de tu amiga estará disfrutando su muerte en el infierno—dijo Darius con una sonrisa cruel. Su tono era mordaz, como si cada palabra fuera un cuchillo afilado.
—Este es un sitio sagrado —dijo mi padre, su voz llena de autoridad—. Aquí se respeta la muerte. No es el lugar para esto.
Sin embargo, era demasiado tarde perdí la paciencia.
—¿Recuerdas la última vez que nos enfrentamos, Lena? —su voz era suave, pero cargada de amenaza—. No terminaste muy bien, ¿verdad? Diría que aprendiste tu lugar, pero parece ser que no.
—Lena —dijo mi padre en voz baja, sus ojos fijos en el padre de Darius —Mantén el control.
Después del intento de asesinato, mi padre comenzó a enseñarme magia defensiva, preocupado por mi seguridad. Aunque me esforzaba, nunca logré dominar los hechizos como él esperaba. Cada vez que intentaba usarlos, algo salía mal. En lugar de protegerme, mis intentos de defenderme terminaban en caos, y no podía evitar sentir que mi falta de control solo empeoraba las cosas.
Cuando Darius comenzó a provocarme, sentí cómo la magia se agitaba dentro de mí, alimentada por la rabia que crecía con cada palabra que decía. Sabía que la magia de ataque se basaba en emociones, pero aún no tenía el control necesario para manejarla. A medida que la furia se apoderaba de mí, la magia también lo hacía, y antes de darme cuenta, estaba fuera de control, desatando un poder que no podía contener.
Era como si un poder latente, que había estado dormido dentro de mí, comenzara a despertar con una intensidad que nunca había experimentado antes. Mis brazos vibraban, y el flujo de energía se hacía palpable, como si una corriente eléctrica recorriera mi piel. El aire a mi alrededor se cargó con una energía casi tangible, y los rayos comenzaron a caer del cielo, uno tras otro, en una secuencia furiosa que parecía caer en línea recta hacia Darius y Eldric.
Los relámpagos iluminaban el cementerio con una luz deslumbrante y amenazante, como si la tormenta misma hubiera decidido unirse a mi causa. Darius, al darse cuenta del poder que se estaba desatando, reaccionó rápidamente. Con un gesto decidido, comenzó a lanzar fragmentos de hielo hacia mí, sus manos moviéndose con una agilidad fría y precisa. Los trozos de hielo cortaban el aire con un silbido agudo, buscando enfriar la furia que brotaba de mí, pero el hielo no fue suficiente para detener la tormenta que había desatado.
Cada rayo que caía parecía reforzar mi determinación, y el poder que fluía a través de mí se hacía cada vez más intenso. La combinación de relámpagos y hielo creaba un espectáculo de luces y sombras en el cementerio, transformando el enfrentamiento en una batalla elemental de fuerza e ira.
Mientras el cielo se iluminaba con el resplandor de los rayos, Eldric aprovechó el caos para moverse. Sus ojos, llenos de determinación, se dirigieron directamente hacia Hades. Aprovechando el momento Eldric se lanzó hacia Hades con una velocidad inesperada; sin embargo, Hades estaba lejos de ser un objetivo fácil. Con una calma feroz, levantó las manos y las envolvió en una energía vibrante que respondía a la furia del cielo. Al instante, el poder del trueno y la tormenta parecía concentrarse a su alrededor, formando una barrera protectora. Cuando Eldric intentó atacar, el aire se cargó de electricidad estática y un estruendoso trueno retumbó. Un rayo descendió del cielo, guiado por la voluntad de Hades, y chocó contra la embestida de Eldric, desviando su ataque y forzándolo a retroceder. El trueno y la tormenta se volvieron aliados de Hades, rodeándolo de un resplandor electrizante que bloqueaba cualquier intento de agresión.
Eldric quedó momentáneamente aturdido, su expresión de sorpresa transformándose en una mezcla de furia y frustración.
—No creas que puedes matarme con simple fuerza bruta —dijo Hades, su voz firme y resonante, casi como si estuviera en sintonía con el rugido de los cielos.
Mientras Eldric retrocedía, aturdido por el impacto del trueno, Hades se mantenía firme, con una presencia imponente que parecía fusionarse con la tormenta a su alrededor.
—Eldric —continuó mi padre— por mucho que tengas el tútulo de jefe de la aldea, nunca podrás ganarme. Si no pudiste cuando nos enfrentamos por ese título, mucho menos podrás ahora.
Darius y yo nos quedamos quietos por un momento, mirándonos con confusión. Era como si ambos estuviéramos sorprendidos por lo que acababa de decir Hades.
— No me importa si en aquella batalla gané o perdí, lo que importa es que ahora yo soy el jefe y nadie va a cuestionar mi autoridad. Las decisiones que tomé, las alianzas que formé, todo eso fue al servicio de mantener el poder en mis manos. Así que, a pesar de lo que digas, el resultado final es lo único que cuenta.
Un anciano apareció en el cementerio, su figura encorvada pero firme mientras avanzaba hacia nosotros. Con un simple gesto de su mano, una suave brisa recorrió el lugar, eliminando cualquier rastro de la disputa que acababa de suceder. Las energías descontroladas se desvanecieron en el aire, y el silencio volvió a reinar entre las tumbas, como si nada hubiera pasado.
—¡Basta! —gritó un anciano apoyado en su bastón.—Este lugar es sagrado —dijo, su voz resonando con una autoridad inquebrantable—. Y vosotros lo estáis profanando con vuestra disputa.
Con una mueca de desprecio, Darius dio un paso adelante, mirando al anciano con arrogancia.
—¿Y quién diablos eres tú para dar órdenes aquí?— preguntó, su voz impregnada de una desagradable insolencia.
—¿Y quién diablos eres tú?— respondió.
Darius dio un paso adelante, su rostro enrojecido por la ira mientras señalaba al anciano con un dedo tembloroso.
—¡Tú no sabes con quién estás hablando! —rugió—. ¡Podría destruirte en un segundo!
El anciano soltó una risa suave, casi como si acabara de escuchar un chiste particularmente bueno.
—¿Destruirme? —replicó con una calma que solo avivó la furia de Darius—. Con esa actitud, muchacho, lo único que destruyes es tu dignidad.
La mandíbula de Darius se tensó, y sus ojos lanzaron dagas al anciano.
—¡No te atrevas a burlarte de mí! —espetó, cada palabra impregnada de veneno.
El anciano sonrió, una sonrisa que no mostraba más que una paciencia inquebrantable.
—¿Burlarme? —respondió, inclinando la cabeza como si lo estuviera considerando—. No, eso sería perder el tiempo. Aunque, debo admitir, verte intentar intimidarme es bastante entretenido. Es como ver a un cachorro ladrándole a un león.
Las palabras del anciano cayeron como una losa sobre Darius, cuya furia solo crecía. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Te juro que te haré arrepentirte de cada palabra, viejo! —gritó, dando un paso más hacia él.
El anciano no se movió ni un centímetro. En cambio, inclinó levemente la cabeza hacia Darius, una sonrisa serena dibujándose en su rostro.
—Me encantaría verlo —dijo, sus palabras tan afiladas como un cuchillo—, pero temo que estaría esperando toda la eternidad. Ahora, ¿por qué no te sientas un rato y aprendes algo? Al menos, de esa forma harías algo útil por primera vez en tu vida.
Mientras Darius se enzarzaba en su acalorada disputa con el anciano, mi padre y yo nos miramos con una mezcla de incomodidad y sorpresa. Mi corazón latía rápido, no solo por el caos que se desplegaba ante nosotros, sino también por la tensión que sentía entre nosotros. Podía ver la preocupación en los ojos de mi padre, y me preguntaba si él también se sentía tan atrapado en la situación como yo. Nos manteníamos al margen, sabiendo que intervenir podría ser aún más problemático, pero también incapaces de ignorar el espectáculo desconcertante que se desarrollaba frente a nosotros.
Darius abrió la boca, claramente buscando una réplica, pero nada salió. El anciano lo había desarmado por completo. Y cuando finalmente logró articular una palabra, el anciano lo interrumpió con una calma devastadora.
—Ah, ya entiendo —dijo, como si acabara de resolver un misterio—. Te estás esforzando tanto en parecer importante que se te olvidó cómo serlo. Qué lástima. La próxima vez que quieras impresionar a alguien, prueba con menos palabras y más cerebro.
Darius quedó allí, boquiabierto y en silencio, mientras el anciano, sin más, le dio la espalda y se alejó cómo había llegado.
—Es hora de irnos —murmuró mi padre, y sin esperar respuesta, tiró de mí, alejándome de Darius y su padre.
Aunque la tormenta había cesado, el conflicto seguía latiendo en el aire, inacabado, como una amenaza que ambos sabíamos que volvería.
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