El laberinto

Me adentré en el laberinto de setos, dejando atrás las risas y conversaciones que se desvanecían a medida que avanzaba entre los pasillos sombreados. El aroma dulce de las flores y el murmullo del viento entre las hojas me envolvían en una calma momentánea, pero algo en el ambiente aún no me dejaba tranquila.


Caminé sin rumbo fijo, siguiendo los giros y vueltas del laberinto hasta llegar finalmente al centro. Allí, entre los setos recortados, vi a un chico de cabello oscuro absorto en sus propios pensamientos. Estaba jugando con un mechero, haciendo que las llamas bailaran entre sus dedos con una facilidad sorprendente.


Observé en silencio, escondida tras un seto cercano. Él no parecía darse cuenta de mi presencia, concentrado en su pequeño juego con el fuego. La forma en que manejaba en que las llamas parecían obedecer sus movimientos despertaron mi curiosidad aún más.


¿Quién era él y por qué estaba aquí, lejos de la celebración? Mi mente comenzó a tejer historias y preguntas, buscando respuestas que explicaran su presencia en este lugar apartado del pueblo.

Después de un rato, el chico levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Fue entonces cuando noté que sus ojos eran del mismo gris profundo que los míos. Un instante de reconocimiento pasó entre nosotros, un entendimiento repentino que ambos éramos Umbraxis.

Nos miramos en silencio, asombrados por el descubrimiento mutuo. Sin necesidad de palabras, entendimos que ya nos habíamos encontrado antes, hace muchos años.

Mis pensamientos giraban, preguntándome qué significaba este encuentro fortuito en el corazón del laberinto.

Me acerqué con cautela, sintiendo la necesidad de romper el silencio incómodo que nos rodeaba en el centro del laberinto.


— Hola— comencé, intentando sonar amigable a pesar de la tensión palpable. —¿Qué estás haciendo con el fuego?


Aksel levantó la mirada lentamente, y sus ojos grises mostraron una mezcla de sorpresa y desdén.


—Jugando — respondió fríamente, sin ofrecer más detalles.


Me sentí desalentada por su respuesta cortante, pero decidí persistir, deseosa de encontrar algún punto en común, sabía que Aksel era un Umbraxis cómo yo y quería descubrir más sobre él.


— Parece que tienes cierta habilidad con el fuego— comenté, buscando algo que pudiera abrir una conversación.


Aksel me miró de arriba abajo con una expresión indescifrable antes de responder con sarcasmo:


— ¿Y tú? ¿También controlas el fuego? —respondió con una sonrisa irónica que no llegó a sus ojos.


Su actitud cortante me hirió, pero decidí no amilanarme.


—No exactamente, pero hay algo en ti... algo que me hace pensar que compartimos más de lo que parece — miré sus ojos.


Aksel bufó con desdén y se volvió hacia el lado opuesto, ignorando mi intento de acercamiento.— No pierdas tu tiempo, Lena. No tenemos nada en común —dijo bruscamente, dejando claro que la conversación había terminado para él.


Me sentí rechazada y confundida por su actitud distante.


Lena, intrigada por la actitud enigmática de Aksel, decidió abordar directamente el misterio que la desconcertaba.

— ¿Cómo es posible que sepas mi nombre?


Aksel me miró con calma, como si estuviera evaluándome.


—He escuchado tu nombre antes — respondió evasivamente, sin ofrecer más detalles.


Frncí el ceño ligeramente, sintiendo que había algo más detrás de su respuesta.


—¿Dónde?


En ese momento, Iris y Leo aparecieron repentinamente, interrumpiendo nuestra conversación en el centro del laberinto. Iris, al ver a Aksel, mostró sorpresa y me miró con una expresión de malicia apenas perceptible. Sus ojos brillaban con una intensidad que me desconcertó, como si supiera algo que yo no.


Pero lo que más me impactó fue la reacción de Leo. Al ver a Aksel, Leo se sobresaltó visiblemente. Sus ojos se abrieron con incredulidad y un miedo palpable se reflejó en su rostro pálido. Dio un paso hacia atrás, como si temiera que Aksel pudiera hacerle daño con solo mirarlo.


— ¿Aksel? — murmuró Leo, con un tono de asombro y miedo en su voz, retrocediendo unos pasos más.


Aksel, en contraste, permaneció impasible, observando a Leo con una mirada penetrante que parecía escudriñar cada pensamiento.


— Leonidas —respondió Aksel con calma, pero su tono tenía un matiz inquietante que resonó en el aire y envió un escalofrío por mi espina dorsal.


Leo se alejó aún más de Aksel, claramente perturbado por su presencia. Su mirada evitaba encontrarse con la de Aksel, como si temiera lo que podría ver en esos ojos grises.


— Debemos irnos. Lena, vámonos.


Miré de arriba abajo a Aksel, evaluándolo con cautela. Era mucho más alto y tenía una presencia que capturaba la atención de manera natural. Sus rasgos eran afilados y su mirada intensa, contrastando con la figura más reservada de Leo. Sin embargo, rápidamente aparté esos pensamientos de mi mente, centrándome en la tensa situación. Aksel, por su parte, me miró directamente con los brazos cruzados sobre el pecho, una ceja levantada en incredulidad ante mi análisis. Su expresión era enigmática y parecía evaluar cada gesto y palabra.


—Leo, ¿por qué le tienes tanto miedo? —pregunté abiertamente.


Leo evitó mi mirada, visiblemente incómodo con la pregunta. Parecía debatirse internamente antes de responder, pero finalmente se quedó en silencio, como si las palabras se le atragantaran.


Iris, frustrada por la situación, me miró con determinación y sugirió con urgencia:


— Lena, creo que sería mejor que nos fuéramos de aquí.


Acepté la sugerencia de Iris, sintiendo que la atmósfera se había vuelto demasiado tensa y extraña. Asentí con resignación y les seguí fuera del laberinto girándome una sola vez más para ver a Aksel sonreir.


La presencia de Aksel y la reacción tan intensa de Leo dejaron una impresión inquietante en mi mente mientras seguía a Leo y a Iris fuera del laberinto, preguntándome qué más podría estar oculto bajo la superficie de ese enigmático encuentro.

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