Capítulo 4

De entre todas las formas que existen de hacer dinero, la más estúpida y menos redituable es trabajar. Dremian lo sabía, y por eso trabajaba ayudando a un hombre a hacer paisajes artificiales en los jardines de gente pudiente, con el único fin de reinvertir lo ganado.

Su mayor fuente de ingresos siempre fueron las fiestas que solía organizar cada tanto en las cuales potenciaba sus pocos ahorros de peón de paisajista para aumentarlos hasta diez veces debido a la venta de entradas para bandas a las cuales él mismo se había encargado de volver conocidas, espectáculos aleatorios e inesperados y una de las barras más variadas y ambiciosas que en la zona se pudiera encontrar, todo eso planificado y orquestado por él mismo bajo el mote de DJ-PerturVado.

Desde luego que el no tener competencia en ese pueblucho olvidado por la modernidad le resultaba de gran ayuda, pero lo cierto era que Dremian se había convertido en un genio de los emprendimientos y todo lo que tocaba se volvía oro. Por eso mucha gente a su al rededor no comprendía que perdiera tiempo en estudiar una carrera de enfermeria, pero él no lo veía así en absoluto; por el contrario, consideraba que embriagar a las personas y sumirlas en el sopor de los festejos no era en lo más mínimo un acto responsable como sí lo era portar un atuendo sencillo y dedicarse a cuidarlos en la noble tarea de la medicina.

«Esta vez no te necesito» dijo al fin a las voces que solían hablar en su cabeza. A estas no les gustaba servir al humano que las hospedaba, pero cedían con facilidad a la tentación adormilada de la fiesta y los destilados, y por eso la afirmación las había puesto en un estado de ira del que difícilmente podría rescatarlas hasta que la fiesta comenzase.

Aunque ni él mismo lo quería admitir, las voces habían sido sus mentoras en lo que a musicalización de reuniones sociales respecta. Sabían exaltar el espíritu distorcionando las melodías con su consola hasta convertirlas en sonidos infernales, como si una guerra estallara dentro del edificio, y eso le había sido de gran utilidad al comenzar su carrera, pero hoy la experiencia lo había preparado para prescindir de ellas en su totalidad.

«Acabarás por hacerme caso» protestaron estas, aunque en el fondo hacerlo hería su orgullo.

—Así que un asalto, eh —meditó Edu cuando el moreno le planteó la idea.

—¿Qué no aprendiste nada? Los asaltos son reuniones espontáneas que se hacen con la idea de divertirse. Nosotros no queremos solo diversión; necesitamos reunir dinero. Queremos una reunión planeada y con grandes expectativas. Enormes. Voy a contratar a alguien para que suelte la noticia de a poco, sin confirmar el día hasta el último momento.

—¿Por qué malgastas? —inquirió Carla—. Si quieres, yo me encargo del marketing.

—Gracias, pero no. Derivar las tareas importante en gente con experiencia es la mejor manera de que salgan bien. No es gasto, es inversión. Cuando vengan cien personas más de las que podríamos juntar nosotros, que no sabemos de propaganda, lo recuperaré con creces.

—Parece atolondrado, pero es bastante serio —intervino Diego fingiendo estar a su favor—. Bien, hay que conseguir un lugar. ¿Dónde será esta vez, en la florería?

—Queremos ayudar a la chica, pero ella no lo permitiría. Además, el local es demasiado pequeño, no podría meter a nadie ahí. El puerto, por otro lado, es un lugar tentador. Ya llamé a algunas personas. Planeo hacer que se peleen por darme la mejor relación entre precio y calidad.

—¡Con tu renombre, no me extraña!

—No soy solo yo. Entre ayer y hoy confirmé a tres bandas de las ocho que planeo llevar, y una de ellas acaba de volver de tocar en Rusia. Transmitiremos la fiesta en vivo y haré que el chico de marketing se la haga llegar a miles de personas por Youtube, Facebook e Instagram con la consigna de donar a una cuenta bancaria por todos los locales de la zona costera, no solo la florería. ¡Esta cosa será grande!

—¡¿Cómo demonios lo haces?! —Carla estaba que no cabía en sí misma de la admiración.

—Dremian sabe cómo embrujar a la gente. Es hijo de los hijos de tataranietos de chamanes del clan de Iruya que hacían la primavera moverse. —Diego estaba jugando, pero el comentario no hizo gracia al joven que lo observaba fingiendo su sonrisa.

—Soy hijo de un cura, y lo único que hago es llamar e insistir con una buena propuesta entre manos. Así se convence a la gente.

Así al menos, con conseguir la aprobación de quienes pareciera imposible, se convencía él mismo de que lo que hacía no era ta malo como su difunto padre le había enseñado.

La semana entera se la pasó yendo y viniendo entre la facultad, su trabajo y el puerto, fingiendo interés por los detalles de la preparación de la fiesta cuando lo que en realidad miraba era el estado de la florería, atento a que no se levantara antes de que su ayuda pudiera llegar. Tuvo que hablar con todos los comerciantes de la zona para promover su empresa, y ellos se demostraron desconfiados a aquella idea de recibir colaboración para mejorar la fachada de los locales hasta volver aquella zona un punto interesante para el paseo de los lugareños, pero al perseguirlo por sus rastros en las distintas redes sociales descubrieron que no era la primera vez que invertía en un proyecto similar.

Llegado el fin de semana, todo estaba medianamente acorde a como se lo había imaginado: el galpón ya pagado y a un buen precio acondicionado con temática de girasoles, el permiso de la municipalidad donde sus contactos otra vez le facilitaron los tiempos, cinco de las ocho bandas sonando con buena calidad, una barra infinita donde los tragos con nombres de flores se exhibían en carteles luminosos, luces bailando en una pista improvisada, un espectáculo de tipo circense por parte de una compañía que se había ofrecido a cambio de publicidad, más de mil personas colapsando la puerta y él mismo sin comprender cómo había hecho que todo ocurriera en tan poco tiempo.

Tuvo que contratar desde seguridad, mozos, colaboradores hasta un organizador de fiestas para no tener que encargarse de los pormenores que pudieran surgir mientras manejaba la consola de sonido, pero todo valdría la pena cuando esa chica que lo había humillado lo viera llegar con todo lo que había destruido multiplicado por diez para reabrir su local no solo con mejores condiciones, sino también en una zona de mayor tránsito, plagada de jóvenes enamorados que le sirvieran de clientes. Se había gastado su sueldo de medio año, pero todo iba perfecto. No era un acto de compasión, era una venganza por no haberle permitido ayudar.

La fiesta, convertida en festival de bandas de música electrónica venía tan bien que las voces en su cabeza habían decidido callarse y dedicarse a disfrutar. A veces ocurría, pero eso era un buen síntoma: significaba que estaba todo tal como a esa cosa le gustaba, y curiosamente sus gustos coincidían con los del público al que buscaba impresionar. De pronto, una figura resaltó entre el montón no por poder considerarla algo impresionante, sino por la simpleza de su imagen. Vestido largo hasta las rodillas de tela ligera, un buzo ligero encima, el maquillaje casi inexistente; la florista desentonaba por completo a los cortos atuendos de sus congéneres quienes mostraban más centímetros de piel que de tela.

Programó un ritmo monótono que solía gustar a todos para poder darse una pausa de la consola, tomó control de la iluminación pensando en centrar la atención en ella cuando comprendió que aquello no era el actuar de un caballero.

«¡Hazlo!» exigieron las voces en su cabeza, confirmándole que aquello no era lo correcto.

Ella ni siquiera sabía que algo de lo que acontecía a su al rededor se debía a la manera grosera en la que lo había tratado la tarde que se conocieron; que no había mayor motivo para reunir a aquellas bandas, aquellos trabajadores, aquellos artistas y a toda esa multitud de gente que el orgullo herido de un hombre vanidoso que había querido ayudarla y se sintió frustrado al ser rechazado. No lo sabía y él debía decírselo.

Bajó de la tarima donde había colocado sus equipos dejándolos en automático, caminó chocando a las personas con los hombros, con su vaso de jugo de frutas en alto para fingir que al menos estaba tomando algo y luego logró dar con ella, quedándose ambos apartados a un lado de la pista, donde la violencia de la marea bailarina de los jóvenes no podía molestarlos. Ella tardó en reconocerlo, pero cuando lo hizo, no huyó, tal como había esperado desde un principio. En un mundo sumido en el caos, ni siquiera el murmullo de las voces en su cabeza supo quebrantar el silencio infinito que se tejía entre sus miradas.



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