Capítulo 33.
En la tarde, aproximadamente cuatro y media, León llegó a la biblioteca y vio una cabeza rubia con una coleta alta. Se acercó para comprobar que pertenecía a Belinda y vio, que en efecto, era de ella.
—Hola, León, buenas tardes —murmuró con tono bajo.
—Buenas tardes.
—Gracias por haber venido.
—No es problema.
Ambos se sentaron en una mesa bastante alejada de las demás personas, acomodaron el tablero que la chica había llevado y comenzaron a jugar una partida.
—Hiciste malos movimientos al principio...
—Sí, ya me estoy dando cuenta.
—Por eso ahorita te he comido piezas con facilidad.
—Lo sé.
Ambos terminaron esa partida y volvieron a empezar otra, así estuvieron una y otra vez, León le aconsejaba seguido y ella seguía esas recomendaciones con sabiduría, mejorando en sus aperturas o en el desarrollo de las piezas.
—¡Veo que ya es tarde! —Exclamó Belinda cuando vio su lujoso reloj de mano—. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
—Lo sé, pasa muy rápido.
Ambos comenzaron a acomodar las piezas en el tablero y Belinda lo metió en un maletín rosa que llevaba. Los chicos salieron de la biblioteca y comenzaron a caminar por el parque que estaba cerca. León se ofreció para cargar el maletín rosa y Belinda se lo dio. «Aunque se vea raro» pensó él.
—La pasé muy bien.
—Igual yo. —León se alzó de hombros—. Claudia tiene razón, eres muy agradable.
—¿Clau dijo eso de mí?
—Sí, siempre dice que eres muy amable.
Belinda sonrió. «Y yo que llegué a dudar de mi amiga, creí que a ella le estaba gustando León y que ya me ayudaría, por eso lo invité hoy sin su ayuda, pero veo que en verdad sí le dice cosas buenas de mí... ¡Qué buena amiga es! Y yo soy tan mala por dudar así de ella» pensó.
—¡Qué bien! Ella también es muy linda.
—Sí, lo es.
Belinda creyó ver un ligero sonrojo en el rostro de León pero se lo atribuyó a su imaginación. Su subconsciente le decía que no se engañara y que León y Claudia debían estar juntos, pero ella no le hacía caso, no en momentos como ese, donde su amor por León la cegaba y le hacía creer que ellos eran la pareja perfecta.
—León...
—¿Sí?
—Me gustaría que pudiéramos ser amigos...
—Eso estaría genial. —Él le mostró una gran sonrisa.
«Y después algo más que amigos» agregó Belinda con el pensamiento mientras se ruborizaba un poco. Bajó la cabeza al sentir sus mejillas calientes, no sabiendo si quería o no que el chico viera su sonrojo. León, por su parte, recordó las palabras de Carlos; «¿será que sí le gusto?» Pensó.
Ambos siguieron caminando y se sentaron en la banca del parque. Comenzaron a platicar de la escuela y de sus amigos, hasta que Belinda divisó a lo lejos una camioneta blanca del año.
—Ya vinieron por mí —dijo ella.
—Vamos.
León la acompañó hasta la calle y el padre de la chica lo saludó con amabilidad.
—Buenas noches.
—Buenas noches, señor. Belinda, toma. —Le extendió el maletín y ella lo agarró.
—Muchas gracias, León.
—De nada.
Ambos se despidieron, Belinda se subió a la camioneta y León se disponía a irse, cuando la voz del padre de la chica lo detuvo.
—¿No quieres un aventón?
—No, gracias, me iré caminando.
—Está bien.
—Gracias de nuevo, León.
—De nada, nos vemos mañana.
—Sí, bye.
La camioneta desapareció de su vista y León se quedó pensativo. «Sí, es muy agradable» sonrió.
***
La siguiente semana, el día martes para ser exactos, Dante se extrañó de que su novia faltara a la escuela. «No me avisó nada, ¿estará bien?» pensó. Aprovechó que Clementina no lo estaba viendo, así que sacó su celular con cautela y le mandó un mensaje a Sasha preguntándole cómo se encontraba.
¿Estás bien?
Notó que la profesora enfocó su mirada en él.
—Dante, guarda ese celular o si no te lo voy a quitar —amenazó.
Dante lo guardó y siguió anotando lo que la profesora apuntaba en el pizarrón. Al finalizar la hora, tomó su teléfono y vio que todavía no tenía respuesta. Suspiró, lo guardó de nuevo en su bolsillo y esperó a que llegara el profesor de la siguiente hora. «A lo mejor se quedó dormida, o se le hizo tarde y ya no quiso venir» pensó. No volvió a ver su celular hasta el receso, donde lo sacó para ver la hora y vio la contestación de su novia.
Sí, Dante, solo estoy un poco enferma.
Dante frunció el entrecejo. ¿Enferma? ¿Por qué? Se alejó un poco de sus amigos sin explicarles nada, a lo que ellos lo voltearon a ver con extrañeza, y le marcó a su novia.
—¿Sí, Dante?
—¿Cómo estás? ¿Qué tienes?
—Ya te dije que estoy bien —dijo con voz mormada—. Solo me dio un resfriado.
—¿Es muy fuerte?
—No. —En ese momento estornudó con fuerza—. Lo siento por eso.
—El sonido de tu voz y tu estornudo me indica lo contrario, Sasha.
—Estoy bien.
—¿Hay alguien contigo?
—No, mis papás están trabajando y mi hermana en la escuela, se querían quedar para cuidarme... —Volvió a estornudar— pero no pueden faltar, además no es muy fuerte. —Estornudó, de nuevo.
—Ahorita voy para allá.
—¿Qué? No, Dante, no faltes a clases, no es tan grave, yo creo que ya mañana voy.
—Voy a cuidarte, mientras tanto cúbrete bien y espérame.
—No seas necio, no es necesario.
—Llegó en unos minutos, tomaré taxi para llegar más rápido.
—Dante...
—Ya voy, amor. —Le colgó para no hacerla hablar más, ya que podría dolerle más la garganta. Se dirigió a sus amigos—. Chicos, me voy de la escuela.
—¿Por? ¿Pasó algo malo?
—No, Kevin, pero Sasha está enferma y voy a ir a cuidarla.
Kevin puso una expresión de fastidio al oír eso.
—Está bien, Dante, mándale mis saludos —dijo Ulises.
—Igual a mí —Lucas sonrió.
—Sí, chicos, adiós.
Dante fue por sus cosas, le inventó a prefecto que se sentía mal para que lo dejara irse y tomó el taxi para ir a la casa de Sasha. Una vez allí, le pagó al taxista y bajó del auto. Tocó el timbre de la casa de Sasha y aproximadamente un minuto después, ella salió a su encuentro. Tenía un pijama rosa puesto, su nariz estaba roja e irritada, sus ojos llorosos, sus labios resecos y sus mejillas sonrosadas. Bajó la mirada hasta sus pies y vio que traía puestas las pantuflas de conejito.
—Te dije que no era necesario venir, pero pasa.
Él pasó y la vio con detenimiento.
—Luces mal.
—Gracias por recordármelo —dijo sarcástica, con su tono de voz constipado.
Luego la chica se dirigió hacia el plato de Fresita y sirvió su comida.
—En la mañana olvidé alimentarlo —comentó.
El gato, como si tuviera un radar que le indicara cuándo le servían de comer, salió a su encuentro y se dirigió rápidamente al plato, y Sasha lo hubiera contemplado hasta acabarse su alimento si Dante no hubiera estado ahí.
—Debes descansar —le dijo—. Vamos a tu habitación.
Él le ayudó a subir, ya que, gracias a su debilidad y cansancio del momento, las piernas le flaqueaban. Una vez en su cuarto, él apartó todos los peluches y la obligó a recostarse. Ella lo hizo, de mala gana, y una vez allí él pareció darse cuenta que el rubor de sus mejillas no era normal, ni que estaba así por el efecto del maquillaje —ni siquiera llevaba puesto—. Acercó su mejilla y la puso contra la frente de ella.
—Estás ardiendo —comentó preocupado—. ¿No tienes un termómetro?
Ella hizo el intento de levantarse pero no pudo.
—No te dije que me lo trajeras, solo dime dónde está y yo lo busco.
—No, yo puedo...
—Sasha, confía en mí. —La vio directo a los ojos.
Ella suspiró.
—Está en la habitación de mis padres, en el cajón izquierdo del tocador de mi mamá, el segundo de arriba hacia abajo. Ahí encontrarás cosas como banditas, o algunos medicamentos, así que hurga entre todo para encontrar el termómetro —como habló con algo de rapidez, su garganta se irritó y comenzó a toser con fuerza.
Dante fue a buscar el termómetro y, minutos después, regresó con él en la mano. Sasha se lo colocó en la axila y esperaron a que pasase un minuto. Después lo tomó y se lo extendió a Dante sin siquiera ver.
—Treinta y ocho grados —susurró, pero ella lo escuchó perfectamente—. ¿Puedo volver al cuarto de tus padres a buscar alcohol y algodón? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Y puedo tomar un traste de la cocina?
—Sí —susurró cerrando los ojos.
Dante buscó todo lo que quería, hizo una mezcla de alcohol con agua y la puso en un traste de tamaño mediano, y luego regresó al cuarto de la chica con el utensilio de cocina y el algodón. Una vez allí vio que Sasha estaba tapada con su cobija, así que se acercó y la destapó.
—Tengo frío —susurró ella, temblando. Los escalofríos parecían apoderarse de ella.
—Lo sé, mi amor, pero debemos bajar esa fiebre.
Él comenzó a hacer un tipo de compresa con un gran pedazo de algodón, lo sumergió en la mezcla de agua y alcohol, luego lo exprimió bien y lo colocó cuidadosamente en la frente de la chica. Así estuvo un buen rato, cambiando las compresas y colocándolas en la frente y abdomen de ella. Luego le dio un masaje en los pies, poniéndole la misma mezcla. La chica cerró los ojos e hizo el intento de quedarse dormida.
Una hora después, él la vio sudar un poco. Tomó el termómetro, se lo colocó de nuevo cuidadosamente para tratar de no despertarla, y contó un minuto.
—Treinta y seis y medio —dijo él cuando tomó el termómetro.
—Entonces ya bajó.
—Ya. Creí que estabas dormida.
—Intenté pero no pude.
Volvió a estornudar y él le pasó un pedazo de papel para que se sonara.
—Me duele mi nariz —comentó ella.
—Espérame tantito.
—¿A dónde vas?
—Voy a la tienda que está cerca de aquí.
—¿A qué?
—A comprarte pañuelos.
—No es necesario.
—Sí lo es, no quiero que tu bonita nariz quede destrozada por ese papel. —Ella sonrió un poco. —¿No quieres otra cosa? —Negó con la cabeza—. Bien, entonces ahora vuelvo.
Sasha cerró los ojos e hizo el intento de volver a dormir, y ya lo estaba consiguiendo cuando oyó a Dante entrando a su habitación. Abrió un ojo y vio que él le llevaba un vaso de agua y tenía una bolsa de plástico, que traía varias cosas dentro, en la mano.
—Debes tomar muchos líquidos —le recordó.
Ella tomó el vaso y le dio un pequeño sorbo. Dante sacó de la bolsa de plástico todo lo que compró, que era una caja de pañuelos, unas pastillas de miel para la garganta, un ungüento de mentol que se ponía en el pecho y un jugo de naranja.
—Gracias.
Se volvió a recostar y su novio le untó el ungüento en el pecho, logrando que ella pudiera respirar mejor. Esta vez sí la dejo taparse los pies cuando ella le dijo que hacía un poco de frío, porque volvió a comprobar que la fiebre no le había subido.
—Descansa un poco.
—Sí... Me duele la cabeza.
Sasha le indicó que buscara otra vez en el cuarto de sus padres un analgésico para el dolor, y una vez que se tomó la pastilla, ambos quedaron más tranquilos.
—¿Y por qué te enfermaste?
—No sé, tal vez porque ayer dormí con toda la ventana abierta, nunca lo hago pero ayer sí.
—Ayer en la madrugada comenzó a correr un aire helado —comentó.
—Sí... ¡Qué tonta!
—No, todos cometemos errores. —Tomó su mano y la besó—. Te quiero tanto.
—Y yo a ti, mi amor.
Se quedaron platicando un rato, hasta que ella comenzó a sentir sueño. Él se quedó a su lado hasta que se durmió.
La contempló durante algunos minutos, observó su rostro, sus labios, su cabello, todo le gustaba de ella. Vio que respiraba con un poco de dificultad, pero ya no tanta como cuando la encontró en la mañana. Su mirada se posó en su cuello, su fino y blanco cuello, al que le encantaba besar y rozar con sus dedos. Su vista bajó hasta su pecho, justo donde se encontraba su busto; esta vez el pijama no era revelador, no como el camisón blanco del viaje escolar, pero aún así hacía que sus pechos resaltaran. Segundos después, Dante se dio cuenta de que estaba relamiendo sus labios y que su mirada se había vuelto en una cargada de deseo, así que se avergonzó de sí mismo y apartó con rapidez la vista de ella.
«¿Cómo puedo estar pensando en eso? Sasha está enferma, ella necesita cuidados, no... no...». Sin terminar la frase en su mente, salió del cuarto de Sasha y bajó las escaleras apurado. Una vez en la sala, se sentó en el sillón, junto a Fresita, que estaba acicalándose, ignorándolo por completo. Una vez que el gato terminó de lamerse, Dante lo acarició un poco, pero Fresita pareció aburrirse pronto de eso y se fue.
—Fresita, eres muy voluble —murmuró.
Volteó hacia el reloj que tenía la pared y vio que eran doce y media. «¡Qué rápido pasa el tiempo!» pensó. Tuvo ganas de irse, pero no le pareció correcto dejar a Sasha sin despedirse de ella. «Mejor esperaré a que despierte» pensó. Se recostó del sillón y, en contra de su voluntad, se quedó dormido. No supo cuánto tiempo pasó, pero dio un brinco cuando oyó la puerta principal abrirse. Se levantó con rapidez y vio entrar a Nora, que tenía puesto su uniforme y llevaba su mochila en el hombro. Ella parecía tan sorprendida como él.
—¿Dante? ¿Qué haces aquí?
—Hola, Nora... Vine a cuidar a Sasha —respondió a su pregunta—; me dijo que estaba enferma y sola, así que quise venir a atenderla.
—Oh, gracias... Y hola, siento no haberte saludado desde el principio pero me agarraste de sorpresa.
—Lo siento.
Nora le sonrió un poco.
—¡Qué bueno que viniste! Ella no me avisó, y yo estaba tan preocupada que incluso vine antes.
—Se le olvidó decirte.
—Sí... No quería dejarla sola, pero tenía un examen muy importante y no pude irme antes...
—Lo sé, Sasha me dijo.
—Uh... ¿Y cómo está?
—Está mejor, en este momento está durmiendo, hace rato tenía fiebre pero ayudé a bajársela.
—Gracias.
Ambos subieron y entraron con sumo cuidado a su cuarto para no hacer ruido. La vieron profundamente dormida, así que se fueron con la misma tranquilidad y bajaron despacio a la sala.
—Se ve mejor.
—Sí, lo está.
—¿Quieres algo de comer?
—No, gracias.
—Ay, vamos, no seas tímido.
Dante, por primera vez en el día, sintió el rugir de su estómago y se dio cuenta de que no tenía nada más en él que una taza de café y un pan tostado con mermelada, ya que en el receso no había comido nada. Aceptó la sugerencia de Nora con algo de timidez, y ambos se sentaron en el comedor para almorzar lo que les había dejado su madre. Cuando terminaron de comer, se dirigieron a la sala.
—¿Hasta a qué hora vas a estar aquí?
—Hasta que despierte, para poder despedirme.
—Oh, ya.
Se quedaron en un incómodo silencio, hasta que ella habló.
—Dante, ¿cómo es Sasha en la escuela?
—¿Eh? ¿A qué te refieres?
—¿Cómo se comporta?
Él la miró con extrañeza, pero ella no lo notó por su máscara de expresión indiferente.
—Nunca hace nada malo —aceptó. Nora sonrió un poco—. ¿Por?
—Es que... Bueno, una prima que tenemos me dice que... —Calló por un momento pero luego continuó—. Me dice que ella no es tan buena como todos en la familia creemos.
Dante la siguió mirando pero no le contestó nada.
—Todo lo dice por envidia, estoy segura. Sasha es muy buena chica, lo sé.
Dante asintió con la cabeza.
—Ella... ella es... es la mejor hermana del mundo, y me alegro... me alegro de que te tenga... Nunca me gustó la compañía de Miriam y Yolanda, ellas no son sus amigas, Sasha me dice que se lleva bien con todos —en verdad creía esas mentiras de su hermana—, y eso no lo dudo, pero no creo que tenga amigos de verdad, nunca los ha tenido, de niña siempre fue muy solitaria, a pesar de que todos la buscaban porque era bonita, ella nunca tuvo amigos de verdad, solo nos tiene a nosotros, a su familia, nosotros la queremos y la apoyamos, siempre lo hemos hecho, pero...
—¿Pero qué?
—Pero no pasamos el tiempo suficiente con ella —aceptó, haciendo un gesto de disgusto, como si el decir eso hiciera más fuerte la soledad de su hermana—. Cuando era pequeña, como de unos seis o siete años, tuvo anemia perniciosa y nosotros fuimos los únicos que estuvimos con ella, obviamente; la consentimos mucho, le cumplimos cada uno de sus caprichos, hasta la fecha lo hacemos, mis papás nunca le ponen peros para ir a algún lado, además porque saben que es una niña buena, siempre le compran lo que quieren; tuvimos tanto miedo de perderla cuando era pequeña, que nunca la quisimos apartar de nosotros, siempre le concedimos lo que quiso, pero nunca se volvió muy sociable con los demás y... —Se dio cuenta de que Dante la miraba sin siquiera parpadear—. Cuando entró a sexto de primaria...
»Bueno, subieron de puesto a nuestros padres, estuvo bien, seguro, pero ellos comenzaron a estar más en el trabajo y nos dejaban mucho más tiempo solas, y estuvo peor cuando yo entré a la prepa, prácticamente desde ese momento ella pasa la mayoría de las tardes sola, por eso empezó a querer ir con nuestra prima, y mis padres no le ponen peros, pero no sé si la compañía de ella sea buena, y después comenzó a salir con Miriam y Yolanda, ellas nunca me agradaron y... ¡Y falta menos de medio año para que me vaya a la universidad! —Colocó las manos en su rostro—. Estará todo el tiempo sola, y no quiero. —La chica parecía estar a punto de llorar—. No quiero...
Dante se acercó a ella y colocó una mano en su hombro.
—Nora, yo sé que no quieres eso, pero tampoco puedes dejar la universidad.
—No, no lo haré pero... —Lo vio a los ojos—. Te la voy a encargar mucho, Dante.
—Cuenta conmigo, Nora, estate segura de que yo no la dejaré sola.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. —Quitó su mano del hombro la chica.
En ese momento oyeron que los pasos de alguien que bajaba por las escaleras. Voltearon y vieron a Sasha con una expresión sonriente.
—Hola, Nora.
—Hola, hermanita.
—¿De qué hablaban?
—De nada. —Se apresuró a decir Nora.
—No me mientan.
—Está bien, nos descubriste, le enseñé todas tus fotos de bebé.
— ¡No! ¡Dime que no hiciste eso!
Nora comenzó a carcajearse y Dante rio un poco.
—No es cierto, Sasha, te engañé.
—Más te vale. —Entrecerró los ojos.
—¿Cómo te sientes? —Le preguntó Dante.
—Ya mejor, gracias.
—Me alegro.
Los volvió a ver y sonrió de nuevo.
—Ya, díganme, ¿de qué hablaban?
—De lo mucho que te queremos —contestó Nora y Dante asintió con la cabeza.
—Hum, está bien, les creo... Yo también los quiero —dijo desde lo más profundo de su corazón.
Holi:3
Volvimos con Dante, tenía tiempo que no salía. A pesar de no ser muy expresivo es un tierno jaja.
Me da gusto ver cuando comentan y votan en la historia, espero que les esté gustando, aún faltan algunas cosas por ver.
Nos vemos pronto:3
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