Capítulo 32.


El siguiente día, en el receso, Ulises acompañó a Lucas a comprar unas papas.

—Oye, hay rumores de que estás saliendo con Yolanda.

—¿Ah, sí?

«Malditos escuincles, les dije que no dijeran nada» pensó.

—Sí. ¿Es verdad?

—Sí.

—¿Y por qué no me dijiste?

—Es que era un secreto entre ambos.

—Ah... No te creo —dijo luego de unos segundos.

—¿Por qué no?

—¿Por qué lo haría? —Lo miró con fijeza y no hubo contestación—. ¿Por qué me mientes? —Parecía dolido de que su mejor amigo no le dijera la verdad.

Lucas lo miró con atención.

—Bueno, me descubriste —musitó—. No es verdad lo que dije, lo que pasa es que Yolanda me empezó a gustar, y pensé que la mejor idea para llamar su atención era que hubiera rumores de que nosotros somos pareja, así que les dije a unos... Unos tipos, para que corrieran los rumores.

—¿Por qué?

—Pues no sé, nada más se me ocurrió.

—Amm... ¿Y no te gustaba Liliana?

—¿Crees que me va a gustar con lo que pasó antier? ¡Ni rayos!

—Kevin tenía razón, es la niña demonio.

—Ay, sí, está endemoniada... Pero no importa, el punto es que me gusta Yolanda.

—¿Desde cuándo?

—Amm, pues... Tal vez siempre me ha gustado.

—Por eso te liaste con su amiga en segundo, ¿no? —Dijo sarcástico.

—No, yo... —Se ruborizó un poco—. No importa, el caso es que ahora me gusta ella.

—Uh... Bien.

En el fondo, todavía no le creía a sus palabras, pero no quiso adentrarse mucho en eso.

Entretanto, Noemí se encontraba alegre y radiante, y les estaba comentando a sus amigas todo lo que había sucedido el día anterior. Lucía se veía visiblemente feliz y Camila tenía una sonrisa en su rostro.

—¡Qué bien!

—Estás muchísimo mejor de lo que yo pensé que estarías, eso es bueno, te has librado de una gran carga —le comentó Yolanda.

—Lo sé. —En ese momento Noemí vio a Sasha, que se acercó a ellas—. ¡Sasha, hola!

—Ey...

—En serio, muchas gracias por lo de ayer.

—Ya me lo has repetido muchas veces, pero tú sabes que no solo quiero tus agradecimientos, sino algo más... —La alarmó un poco—. No te preocupes, no será algo fuera de tu alcance. —Hizo que se aliviara—. Pero no vine a hablar contigo, sino con Yolanda. —La señaló.

—¿Conmigo? ¿Qué pasa?

—¿Estás saliendo con Lucas?

—¿Qué? ¡No! ¿Quién dice?

—Todos en la escuela lo saben, pero al parecer la involucrada no.

Las tres chicas voltearon a ver a Yolanda.

—¿En serio? —Camila abrió los ojos.

—Dije que no; ¿por qué dicen eso? —Volteó a ver a Sasha.

—No sé bien, pero al parecer Lucas fue el que empezó todo.

—¿Lucas? ¡Qué extraño! Voy a hablar con él... —Se levantó y fue a buscar al rubio, dejando a las cuatro chicas solas.

Sasha les sonrió con desdén.

—Como sea, no me incumbe... Voy con Dante, adiós.

—Adiós —le respondió Noemí—. La hubieran visto ayer, en serio, hice bien en haberla llevado —dijo cuando se alejó de ellas.

Mientras, Yolanda se puso enfrente de Lucas y Ulises.

—Lucas...

—Hola, Yolanda. —Parecía nervioso.

—Tenemos que hablar, sígueme...

—Estás en problemas. —Ulises le susurró a Lucas cuando se dispuso a seguir a Yolanda, logrando que el rubio tragara grueso.

—¿Y bien? —Le dijo Yolanda cuando estuvieron solos.

—¿Y bien? —Repitió con expresión boba.

—Lucas, ¿tú dijiste que había algo entre nosotros?

—Tal vez.

—¿Por qué lo hiciste?

—Bueno, es que... Me gustas.

—No te creo.

—Es verdad.

—¿Y por qué dijiste que éramos pareja?

—Bueno, yo... ¿No quieres serlo?

—¡No, Lucas! Diles a todos que los rumores son falsos.

—Pero, mi amor...

—¡Lucas! —Dijo con tono fuerte—. Yo lo diré pero tú también hazlo.

—Pero...

—Sin peros, esto acaba de una vez. —Se dio la media vuelta y se dispuso a irse, pero él la siguió.

—Yolanda... Yolanda... —En ese momento sintió cinco pares de ojos viéndolo con atención, volteó y notó a los niñitos con una expresión de satisfacción en sus rostros, ya que creían que por su culpa ellos tenían una especie de pelea de pareja—. Mi amor, ya sé que era un secreto, pero tuve que decirlo a los cuatro vientos —dijo con tono de voz fuerte, para que los niños oyeran—, mi amor por ti es tan grande que no pude ocultarlo más.

—Cállate, Lucas, estás loco.

—Sí, loco por tu amor.

—¡Deja de seguirme!

—Pero, cariño...

—¡Lucas!

Lucas se puso enfrente de ella y la tomó por los hombros.

—¡Dime que no me amas y ya te dejo en paz, lo nuestro acabará sin más ni menos! —Casi gritó, atrayendo la atención de algunos compañeros que pasaban por allí. Los cinco niños parecían más que divertidos por aquel espectáculo.

—Lucas, ¿qué rayos te pasa?

—¡Solo dime que no me amas!

—¡Lucas, suéltame!

—¡Dímelo!

Yolanda puso una cara de desconcierto pero no dijo nada, así que Lucas aprovechó el momento y conectó sus labios con los de ella, besándola con dulzura. Yolanda abrió los ojos con sorpresa y se quedó ahí, parada, sin corresponderle pero sin alejarlo de ella. Lucas metió su lengua en la boca de ella y, para sorpresa de ambos, le correspondió. El beso se intensificó aún más y él colocó sus manos en la espalda de la chica, atrayéndola hacia él. Los cinco chicos de primero, que no se habían perdido nada, rodaron los ojos y se fueron. Yolanda, en un momento en que la lucidez volvió a ella porque se separaron para tomar aire, alejó a Lucas de un empujón.

—¡¿Qué te pasa?!

—Nada, creí que...

—¡No vuelvas a hacer eso, Lucas! ¡No! —En ese momento se sintió como un perro regañado al que su dueña le dice que no debe rasgar los sillones o dejar su suciedad dentro de la casa.

—Pero, Yolanda...

—¡No! Aléjate de mí y deja de decir rumores sobre nosotros, porque no hay absolutamente nada... Agh, no sé qué bicho te picó —murmuró, alejándose de él.

«Bravo, Lucas, has arruinado cualquier oportunidad que tenías con ella» pensó sin dejar de verla.


***


Alejado de todo eso y sumido en sus propios problemas y pensamientos, Oscar se acercó a Miriam, que estaba sentada en una banca, escribiendo algo en su celular, y le puso frente a la cara un llavero de un monigote café, con facciones toscas y cabello verde en forma de palmera. Miriam se sobresaltó un poco.

—¡¿Qué?!

—Mira. —Balanceó el llavero frente a su rostro. Miriam lo miró sin entender—. Lo vi ayer y me acordé de ti.

—Púdrete, idiota.

Oscar no comprendió por qué lo insultó, hasta que repasó las palabras que había dicho y las recapacitó. Comenzó a reírse con fuerza.

—No me refería a eso. —Siguió a las carcajadas—. No es eso... Lo vi ayer, solamente pensé en cómpratelo.

—¿A mí? —Colocó una mano en su pecho—. ¿Por qué?

Él se encogió de hombros y se sentó junto a ella.

—No lo sé... Bueno, hiciste un buen trabajo terminando el ensayo, lo leí y quedó bien, además de que no bajaste nada de Internet... Supongo que es como una especie de regalo por eso.

Miriam tomó el llavero y frunció el entrecejo.

—No sé qué decirte, en verdad...

—Solo agradécemelo.

—No puedo, no me gustó ese mono feo —dijo sin dejar de verlo. Luego miró a Oscar—. Si vas a dar regalos, compra cosas más bonitas que esta cochinada.

—Tal vez. —Se sentó junto a ella—. Pero no tenía dinero y, aunque hubiera tenido, no iba a gastar mucho dinero en ti, esa cosa me costó cinco pesos —dijo, sin rastro de vergüenza.

—Mmm, pensé que te había costado como dos...

Se quedaron en silencio un rato. Miriam vio que el llavero tenía un botón y lo apretó. Una ligera lucecilla salió de los ojos del monigote.

—Oh, también prende.

—¿En serio? —Lo miró—. No me había fijado.

—Mmm... Parece que sí tendré que agradecerte este feo detalle que tuviste, así que gracias.

Oscar la miró y segundos después una sonrisa se formó en su rostro.

—De nada... Miriam.

—Mmm...

—Siento ser tan desesperante a veces.

—Sí... —Vio que él también esperaba alguna disculpa—. Siento ser tan impaciente contigo —dijo forzada—. Y por haberte golpeado la otra vez.

—No te preocupes... Entonces, ¿tregua? —Extendió su mano hacia ella, pensando que el monigote se convirtió en una especie de símbolo de paz entre ambos.

—Tregua. —Le dio la mano y las estrecharon con firmeza.

—Okey, entonces voy con mis amigos —musitó Oscar en cuanto dejaron de estrechar sus manos. Se levantó y colocó sus dos manos en la nuca con un gesto perezoso—. Luego te veo.

—Ajá.

Oscar se alejó y Miriam lo perdió de vista cuando él dobló en una esquina del pasillo. Miró el monigote una vez más e hizo una mueca.

—¡Qué ideas las suyas! —Apretó el botón una vez más, para apagar la lucecita en sus ojos, y sonrió un poco porque se dio cuenta de que al menos alguien de su salón sí se acordaba de ella, aunque sea para regalarle un feo detalle.


***


Cuando Oscar llegó con sus amigos, los cuatro lo miraron con atención.

—¿Dónde estabas? —Le preguntó Carlos.

—No importa. ¿Qué hacen?

—Estábamos platicando —respondió León.

—¿De qué?

—No importa.

Oscar miró feo a León y él le sonrió. En seguida volteó a ver a Claudia.

—Oye, Clau...

—Mande.

—Tu amiga me dijo ayer en la salida que hoy nos viéramos en la biblioteca municipal para que le enseñara algunas técnicas de ajedrez, dice que el sábado va a tener una especie de torneo con su familia y quiere estar preparada.

—¿Y qué le dijiste?

—Que sí.

—Oh... —Claudia sintió una punzada de celos al oír eso—. ¿Y a mí qué?

—Nada, solo te quise decir.

—¿Por?

—Nada más. Ay, Claudia, hoy estás muy a la defensiva —se quejó.

—Mmm, lo siento, no estoy de humor.

—Ya me di cuenta... —murmuró, medio molesto—. Y Carlos —se dirigió a su amigo para calmarse—, ¿has hablado con la hermana de Sasha?

Carlos se ruborizó un poco.

—Sí.

—¿Y? ¿Qué te ha dicho?

—No mucho, dice que pronto va a entrar a la universidad y que no quiere dejar sola a Sasha.

—¿Nada más?

—Ajá.

—¿Y no tiene novio?

—No... No sé —aceptó—. No le he preguntado.

—¡Pues pregúntale!

—Pero si le pregunta ya va a saber cuáles son sus intenciones con ella —se entrometió Adrián—, y puede que le deje de hablar. Mejor que se hagan amigos y ya poco a poco se irán dando las cosas.

—No sé qué le hacen, pierden su tiempo —Oscar dijo para sí mismo—. No le va a hacer caso. —Echó las palabras al viento pero con evidente intención de que lo escucharan los demás.

—Carlos, no te des por vencido —León lo ignoró—. Tú puedes conquistarla, yo lo sé.

—No estoy muy seguro, no soy como tú, yo no voy a citas con chicas en la biblioteca ni sé jugar ajedrez para ayudarlas en sus torneos familiares.

León rio por la observación y Claudia frunció el entrecejo.

—Calma, amigo, yo no voy a ninguna cita —siguió riendo.

—No, pero al menos tú le gustas a una chica.

—¿A qué te refieres?

—Pues de que le gustas a esa chica, León.

—¿A Belinda? No, solo quiere que...

—Por favor, León, creí que alguien como tú se daría cuenta.

León lo miró con fijeza y Carlos continuó.

—Es obvio que le gustas y está usando tu pasión por el ajedrez para unirlos más.

León volteó a ver a Claudia, como buscando una explicación, pero su semblante parecía serio y tranquilo mientras su cabeza estaba maquilando un montón de insultos y palabrotas para Carlos.

—¿Es cierto, Claudia? —Preguntó, al ver que ella no le iba a dar una respuesta por sí sola.

—¿Eh? No, no creo, nunca me dijo nada —mintió, pero en seguida se sintió mal por eso. «Belinda está confiando en mí, si se llega a enterar, yo...».

—¿Ves, Carlos? Estás exagerando.

—No creo.

—Eh, no importa eso, chicos —se entrometió Adrián—. ¿Entonces no piensas conquistarla? —Le preguntó a Carlos, retomando su tema anterior.

—Sí quiero, pero no sé cómo.

—Pues sé tú mismo, hombre, es lo único que te podemos decir, no conocemos a la chica, así que no sabemos qué le gusta hacer y qué no, tampoco nos vamos a hacer sus amigos para hablarle de lo genial que eres...

—Esa es una buena idea —lo interrumpió Carlos con una expresión alegre.

—Eso nunca es buena idea, Carlos, a mi primo le pasó una vez, le dijo a un amigo que hablara con una chica para que se la presentara y el tipo fue el que terminó siendo novio de ella, así siempre funciona eso.

Al oír eso, Claudia tuvo que ahogar una risita nerviosa llena de culpa.

—Además —continuó Adrián—, lo único que pasa es que te quedas sin la chica y sin la amistad, tú saldrías perdiendo.

—Es cierto —concordó Oscar—. Además con Nora yo no te puedo asegurar nada.

—Es verdad —Carlos bajó la cabeza—. Tienen razón, chicos, mejor le voy a seguir hablando normal.

—Sí, mejor —concordaron los otros tres muchachos.

Mientras tanto, Claudia se quedó sumida en sus pensamientos, sintiéndose la peor persona del mundo y pensando que nadie merecía una amiga como ella.



Holi:)

Ya volvieron Claudia y León, sé que muchos los extrañaban.

Les agradezco que sigan por aquí leyendo, votando y comentando, me hacen muy feliz porque esta historia es muy especial para mí.

Los quiero mucho:)

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