C 34
Iba caminando de regreso a casa. Como de costumbre, aún más especialmente, en los últimos meses, se había quedado hasta tarde. Era de noche y las nubes parecían amenazar con soltar su carga. Dio un vistazo a los árboles del camino, apenas tenían hojas. Después de una hermosa primavera y un soleado verano, pasar por el otoño tan rápido, acercándose inevitablemente al frío invierno, era extrañamente doloroso. Nunca antes se había planteado lo triste que podría llegar a ser aquella transición. Aunque quisiera ser optimista, pensando que la primavera volvería a llegar, sabía que nunca sería como la anterior, nada tendría comparación. Cerró los ojos y suspiró pesadamente. Sin darse cuenta se había parado frente a un árbol, mirando las ramas desnudas. Sacudió la cabeza recriminandose el no darse cuenta de sus acciones y volviendo a andar.
De pronto recordó la reunión entre su prometido y su familia. Deseaba que Yuzu se inventara cualquier excusa para no asistir. Aún no se encontraba preparada para estar junto a Udagawa frente a ella. Ni siquiera para verla o hablarla. Por su mente pasaron los recuerdos de cómo se la cayó el teléfono al oírla contestar al otro lado. De la excusa que dio a su madrastra cuando esta le preguntó porqué no avisaba a la rubia en lugar de llamarla a ella. De cómo se paralizaba al verla por los pasillos.
El claxon de un coche la sacó de sus pensamientos, sobresaltandola. Miró en la dirección de donde provenía aquel sonido. Se deslumbró con los faros de un coche, entrecerró los ojos y puso un brazo delante intentando tapar la luz para poder ver. Pero no la dio tiempo a ver nada. Escuchó un frenazo, olió el hedor proveniente de la fricción de las ruedas contra el pavimento. Sintió un golpe en las piernas, como dejaba de pisar el suelo y se deslizaba sobre algo metálico. Otro golpe en la espalda, el crujir de un cristal. Estar flotando en el aire y la fuerza de la gravedad atrayendola. Estaba tirada en el asfalto, oía gritos amortiguados, veía borroso, al parecer aquel automóvil la había arrollado. Alguien se agachó junto a ella justo antes de perder el conocimiento.
Abrió los ojos y lo primero que vio fue el color blanco. Un blanco cegador, volvió a cerrar los ojos rápidamente, cubriendolos con la mano. Intentó abrirlos, esta vez lentamente, para que las pupilas se acostumbraran a la claridad. Cuando por fin lo consiguió, notó que estaba tumbada en una cama. No sentía ningún dolor ni molestia. Se examinó en busca de alguna secuela del accidente, no halló ninguna, pero se dio cuenta que llevaba puesta una bata de hospital. Se incorporó y miró alrededor. A la derecha de la cama había una mesilla de noche y un poco más alejado, un pequeño armario y cerca de la esquina una puerta. A la izquierda se encontró con una silla de ruedas y una ventana con rejas. Y al frente tenía un escritorio y una silla. Nada más.
Se levantó y miró a través de la ventana, vió lo que parecía un patio, con árboles, hojas caídas, césped y una enorme verja, que parecía rodear todo el complejo. Después revisó los cajones de la mesilla, dentro del armario y en el escritorio en busca de algo que pudiera darle alguna pista de donde estaba o qué hacía allí. Pero no había demasiado relevante. Lo más notable que encontró fue un osito de peluche encima de la mesilla. Suspiró frustrada con el objeto en la mano. Escuchó la puerta abrirse tras ella, se giró para ver quién era. Se sorprendió al ver a aquel chico, alto, moreno, con grandes gafas de pasta. Se trataba de Udagawa.
- Ya es hora de levantarse Aiha... - La miró estupefacto.
- ¿Udagawa? - Arqueando una ceja. Lo examinó de arriba a abajo. Parecía llevar un uniforme de enfermero.
- Está de pie... y hablando...- La miró aún más atónito.
- ¿A qué te refieres? ¿Qué está pasando? ¿Dondé estamos? - Mirándolo inquisitivamente.
- Llamaré a la doctora inmediatamente. - Dio media vuelta y con paso raudo se alejó de allí, dejando aún más confundida a la morena.
Pasaron unos minutos hasta que, la heredera de la familia Aihara, volviendo a dejar el oso en su sitio, decidió acercarse a la puerta, para ver qué había fuera. Era un pasillo bastante ancho, con varias puertas a los lados. Cerca de cada puerta había un cartel con un número, excepto en dos, en uno el letrero era un dibujo de un "hombre" y el del otro de una "mujer". Suponiendo que eran los aseos se dirigió a ellos. Se lavó las manos y la cara. Durante unos momentos se miró fijamente en el espejo, como si este pudiera responder a sus preguntas. Se notó algo distinta, ¿un mal sueño?, ¿demasiado trabajo?, no sabía decir por qué.
- ¿Aihara? - Escuchó una voz que provenía del pasillo. Suspiró dándose un momento y salió afuera. Se topó con dos personas de espaldas a ella, su prometido y una chica con el pelo rubio recogido en un moño y con una bata blanca.
- Estoy aquí. - Haciendo que los antes mencionados se sobresaltaran y giraran para verla. Al volver a mirar aquellos ojos verdes mirándola, se estremeció.
- Vaya, veo que lo que decía Gawauda es cierto. Me parecía imposible, pero ¡mírese! - Dijo con una gran sonrisa.
- ¿Gawauda? - Preguntó extrañada. - ¿Quién es?
- ¿Qué quién soy? ¿No me recuerda? - Dijo con un atisbo de tristeza. La morena cambió la mirada a él confusa.
- No hablemos de esto aquí. Aihara, por favor, - Señalando la puerta. - entre en la habitación. - Se giró hacia el chico. - Gawauda continúe con su trabajo.
- Está bien, hasta luego. - Se inclinó levemente hacia delante y se fue.
Las dos chicas entraron en la habitación, primero la del pelo más oscuro seguida de la otra. Estuvieron un rato de pie, en silencio. Una frente a la otra. La joven Aihara miraba al suelo, mientras que la chica que tenía enfrente, la miraba a ella con curiosidad.
- ¿Sabe dónde está? o... ¿Por qué está aquí?
- No. - Se cruzó de brazos.
- ¿Qué es lo último que recuerda?
- ... - Levantó la vista para intentar leer lo que podría pensar de su respuesta. - Volvía a casa y un coche me atropelló.
- ¿Fue atropellada? Vaya...
- Era un sueño, ¿cierto? No tengo cicatrices y esto... - Haciendo gestos con las manos, señalando el lugar. - me da la sensación de que no es un hospital.
- Uhm, - Se llevó la mano a la barbilla. - parece que es tan inteligente como decían.
- ¿Qué?
- Nada importante, que se comentaba que era una gran estudiante. Volviendo a su memoria, anterior a eso, ¿recuerda algo?
- ... - Se tomó algunos segundos para pensar bien su respuesta. - No demasiado, solo ir a clase y trabajar en el consejo estudiantil.
- ¿Era miembro del consejo estudiantil?
- Sí, soy la presidenta. - Dijo con cierto orgullo.
- Ya veo...
- ¿Puedo preguntar yo algo ahora?
- Claro, ¿que quiere saber?
- ¿Qué lugar es este?
- Es un psiquiatrico.
- ¿Cuánto tiempo llevo aquí? - Preguntó con algo de miedo.
- Aproximadamente un año y medio. - Los ojos violetas se agrandaron con sorpresa. "¿Un año y medio? Eso es imposible." Pensó.
- ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no recuerdo nada? - Cuestionó algo exasperada.
- De eso hablaremos más tarde, en una consulta. - Dijo en un tono serio.
- ... - Suspiró con desgana al notar que no obtendría más información por ahora.
- ¿Algo más que quiera preguntar?
- No, nada más.
- Está bien. - Volvió al tono amigable de antes. - Dese una vuelta por el edificio para ver si recuerda algo. Y desayune. Dentro de unas horas tendremos una consulta en mi despacho. Oh, casi lo olvido. Yo soy la doctora Kogio Yukozu, puede llamarme Yuko. - Sonrió ampliamente mientras tendía la mano.
- ... - Observó la mano, extrañada por el gesto, durante unos segundos, hasta que finalmente correspondió el saludo. - Aihara Mei. Llameme Mei, por favor.
- De acuerdo, hasta luego, Mei. - Salió de la habitación.
La morena, una vez a solas se sentó en la cama, mirando hacia la puerta. Haciéndose preguntas sobre lo que estaba ocurriendo. Varios minutos más tarde, al darse cuenta de que allí no encontraría respuestas, tan solo se angustiaría, salió a investigar. Recorrió algunos pasillos en los que tan solo había habitaciones a ambos lados, hasta que llegó a lo que parecían unas salas comunes. En ellas había sofás, mesas con sillas, estanterías con libros y juegos de mesa, una televisión, etc. Explorando un poco más, llegó a lo que parecía ser el comedor. Allí había varias personas sentadas desayunando. Cuando entró todos la miraron extrañados. Simplemente ignoró a todos y se dirigió al mostrador. Allí cogió una bandeja que la entregaron y se sentó sola en una mesa. Comió tranquilamente hasta que alguien se sentó junto a ella.
- Buenos días, Aihara, ¡Veo que está mejor hoy! - Exclamó alegremente aquella chica. Era alta, morena, con el pelo largo. También llevaba una bata de paciente.
- Buenos días... - Hizo una pequeña pausa mirándola fijamente, intentando recordarla, pero no lo logró. - ¿Nos conocemos?
- Vaya, ¿no me recuerda?
- No, no recuerdo nada relacionado con ... este lugar. - Suspiró con resignación.
- Tranquila, le entiendo. Tampoco recuerdo nada anterior a entrar aquí. Bueno, me presentaré. Mi nombre es Kouto Namina. - Dijo sonriendo, mientras le tendía la mano derecha.
- Mei Aihara. - Respondiendo el gesto.
- Lo sé, es decir, somos vecinas de habitación.
- Ya veo.
- Así que si me busca y no estoy aquí, seguramente estaré en la habitación frente a la suya. E igualmente si tiene alguna duda sobre algo o quiere ir a algún sitio y no sabe cómo llegar, puedo intentar ayudarle.
- Gracias por ofrecerse. - Inclinó levemente la cabeza unos segundos.
- No es nada, para eso están las compañeras.
- ... - Dudó unos instantes sobre el por qué de toda aquella amabilidad, pero tampoco tenía nada que perder. - ¿Sabe... por qué estoy aquí?
- Realmente no lo sé. Ya estaba aquí cuando yo ingresé. Y nunca le vi hacer nada. Es decir, Gawauda, que es un enfermero, le sentaba en una silla de ruedas, le traía aquí y le daba paseos. Tokoi, que es otra enfermera, le bañaba y, en ocasiones, le daba de comer. Y Kogio, que es una psicóloga, siempre estaba pendiente e intentaba hacerle hablar. Pero jamás reaccionó a nada, siempre estaba como ausente. Todo el mundo se dio por vencido, menos ellos, siempre mantuvieron la esperanza de que algún día, se levantara. ¡Y parece que ese día al fin llegó!
- Entiendo. - Bajó la mirada y se quedó en silencio, procesando aquella información.
- No se preocupe, seguro que se curara pronto. Y no recordar nada del psiquiátrico, tampoco es algo malo.
- Supongo que tiene razón. Gracias.
- No hay de que.
- Por cierto, ¿Sabe donde está el despacho de Kogio?
- Claro, también es mi doctora. Si quiere le llevo.
- Si no es mucha molestia.
- Por supuesto que no, sígame. - Ambas chicas se levantaron de la mesa y anduvieron por los pasillos. Cada vez que pasaban por un lugar "clave" Kouto lo señalaba y explicaba. Parecía una guia turistica. Finalmente llegaron a su destino. - Aquí es. - Dio unos golpecitos en la puerta, tras la que unos segundos después apareció la doctora. - Señorita Kogio, aquí traje a Mei Aihara.
- Oh, ya veo, gracias Namina.
- Sí, muchas gracias Namina. - Inclinándose hacia ella.
- No fue nada. Ha sido un placer hablar con usted. Bueno, hasta luego. - Se despidió y alejó en la dirección en la que vinieron.
- Hasta luego. - Dijeron las otras dos chicas a la vez.
- Bueno, Aihara, adelante. - Señalando el umbral de la puerta con la mano.
Una vez dentro, Yuko se sentó en su escritorio e hizo un gesto a Mei para que se sentará en la silla que había en frente.
- Me alegra que hayas hecho una amiga.
- ¿Qué?
- Me refiero a Namina. Siempre has sido tan solitaria, y temía que cuando despertaras del letargo, lo siguieras siendo.
- ... - Arqueó una ceja. - ¿En este centro no estuve siempre... ausente?
- Sí, ese es el motivo por el que te trajeron aquí.
- ¿Entonces, nos conocemos de antes? - Preguntó insegura.
- Vaya, creía que, al menos, recordabas la etapa en bachillerato, y que acabarías recordandome. - Al ver la cara de confusión de la morena, suspiró. - Bueno, te lo contaré rápidamente. En bachiller mi amiga Miharu y yo, entramos en la academia Aihara, allí os conocimos a Himeko y a ti. ¿A ellas las recuerdas?
- A Himeko sí.
- Tsk. - Chasqueó la lengua. - Como iba diciendo, os conocimos al entrar, y de la peor manera. Erais presidenta y vicepresidenta del consejo estudiantil y nos fichasteis desde el primer momento. No dejabaís de reñirnos. Pero me llamó la atención que fueras tan solitaria y quise ser tu amiga. Me costó mucho trabajo, pero al final conseguí que confiaras en mí. También conseguí que de vez en cuando dejaras los libros y preocupaciones a parte y saliéramos las cuatro juntas. Nos graduamos y cada una fue a una universidad distinta. Poco a poco nos fuimos distanciando de las demás. Pero, irónicamente, contigo no. - Notaba como según iba hablando en el rostro de la morena había tanto asombro como confusión. - Quiero decir, pensaba que Miharu sería mi mejor amiga para siempre y que estaríamos siempre en contacto, pero no fue así. Y la solitaria chica que apenas hablaba y con la que no tenía nada en común se convirtió en... mi mejor amiga, casi como hermanas. Estábamos para la otra en lo bueno y en lo malo, o eso pensaba. Pero de repente desapareciste, sin explicación. Acabé la carrera y empecé a trabajar aquí. Ni te imaginas la sorpresa que me llevé al verte aquí, en ese estado. Entonces, entendí todo. Pedí ser tu psicóloga y no me pusieron ninguna traba. Desde entonces he estado tratandote.
- ¿Cuantos años...?
- Supongo que crees tener diecisiete o dieciocho. Pero tenemos veinticuatro años.
- ¿Cómo es posible? ¿Por qué no lo recuerdo?
- Estás bloqueando recuerdos como defensa.
- ¿Tu sabes que recuerdos?
- Sí, pero no quiero que regreses al estado anterior, te lo diré cuando estés preparada.
- ... - Suspiró resignada y se mantuvo unos minutos en silencio mirando a aquella rubia. Con más luz, apreciando mejor los detalles, podría decir que aquella psicóloga, era la viva imagen de Yuzu, pero con unos cuantos años más. La misma voz, los mismos gestos, la misma forma de ser. Finalmente volvió a hablar. - No puedo preguntarte sobre porqué estoy aquí, pero, ¿puedo hacerte preguntas sobre otras cosas?
- Claro. - Hubo unos instantes de silencio. La joven Aihara tenía bastantes preguntas en la cabeza y no sabía cual de ellas hacer primero.
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