C 32
Al día siguiente después de clases, tras pensarlo mucho, se dirigió a la casa de su abuelo. La primera opción que se la vino a la cabeza cuando pensó en mudarse, fue a su antigua casa. Pero esa decisión levantaría sospechas, así que decidió que sería mejor preguntar al patriarca Aihara si podría acogerla en su casa, para así "prepararse mejor para el compromiso y tener más disponibilidad para las reuniones". Eran excusas realmente patéticas, pero tenía la esperanza de que sirvieran. Llegó a la casa, y una de las doncellas la comunicó que su abuelo estaba en una reunión. Así que fue a la sala de estar y se sentó a esperar. Unos recuerdos volvieron a su mente.
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Estaba sentada en un sofá, en un gran salón junto a dos hombres. Uno de ellos sentado en un sillón al lado derecho del sofá y otro de pie frente a ella. El que estaba levantado, acababa de contar la historia de cómo su abuelo, con gran esfuerzo, trabajo y sacrificios, fue capaz de fundar la academia Aihara.
- Es por eso que somos tan exigentes y estrictos contigo, Mei, porque te queremos y queremos lo mejor para ti.
- Lo sé.
- Es un gran honor pertenecer a la familia Aihara, pero también es una gran responsabilidad. Requiere grandes sacrificios, pero debemos ser firmes y no dejarnos llevar por cosas efímeras o pasiones pasajeras. La familia y el legado que dejemos, eso es lo que prevalecerá ante cualquier cosa. Muchos nunca comprenderán porque anteponemos ser Aihara a cualquier cosa, incluso a nuestra felicidad. ¿Pero... tú lo entiendes, verdad?
- Claro que sí, señor.
- Me alegra oír eso. - Dijo sonriendo. - Estoy orgulloso de tener una nieta tan inteligente.
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En aquella época no hubiera podido imaginar cuánto costaría mantener esa palabra. Suspiró pesadamente, apretando el anillo y se alarmó al notar que alguien tocaba su hombro. Después de una pequeña charla, le preguntó si podía quedarse allí por un tiempo. Y este respondió que sí, alegre de que la morena se involucrara tanto con el nuevo compromiso.
Más tarde en su, por ahora, casa encontró a su madrastra. Aprovecharía que su hermanastra no estaba allí para hablar con ella sobre la mudanza. Dejó las cosas en la habitación, se cambió de ropa y se dirigió al salón.
- Madre, ¿Tienes un momento para hablar?
- Claro Mei, ¿Qué ocurre?
- Hoy me reuní con el abuelo, para hablar sobre el compromiso. Hemos decidido que lo mejor es que... - Bajando la cabeza. - me vaya a vivir con él.
- Vaya... - Sonrió tristemente - Si es lo que quieres... adelante. Pero ya sabes que estaremos aquí para lo que necesites. ¿De acuerdo?
- Gracias. Sí, lo sé.
- Te vamos a echar de menos, Mei-chan.
- Yo... también os echaré de menos. - Dijo en voz baja con un tono triste.
- ... Jajajaja. - La joven la miró confusa, arqueando una ceja. - Perdona, es que... no me esperaba oir eso de tí, has cambiado mucho en este año, Mei.
- ... - Suspiró.
- Es que, al principio tenía algo de miedo de que no te llevaras demasiado bien con Yuzu o que no nos aceptaras como familia, ya sabes, por ser de un ambiente totalmente diferente al que estabas acostumbrada. Pero no solo te llevas más que bien con tu hermana y nos aceptaste como si nada, también preferiste vivir con nosotras a vivir con tu abuelo, te reconciliaste con tu padre, conseguiste que Yuzu estudiara, de vez en cuando levantas la cabeza de los libros y sales a pasear con tu hermana, e incluso te llevas bien con Matsuri, que creeme que no es algo fácil de ver. Me alegra que dejaras de ser aquella chica solitaria y ver en lo que te has convertido. Estoy orgullosa.
- ... - Bajó la mirada, sonrojándose y llevandose un mechón de pelo detrás de la oreja. - Gracias.
- Me hubiera encantado ver como cada día, poco a poco, te conviertes en la gran mujer que seguro serás. - Tras unos momentos de silencio, observando a la chica frente a ella. - Bueno, ¿cuándo te mudas?
- Este fin de semana.
- ¿Tan pronto?
- Sí...
- Bueno, intentaré ayudar en lo que pueda.
- Tranquila, no es necesario. Mi abuelo ya contrató una empresa de mudanzas.
- Igualmente, intentaré estar ahí para ayudar, diré a Yuzu que también esté. - Ese último comentario sobresaltó a la morena. - Ella... ¿aun no le contaste nada?
- No...
- ¿Por qué no? - La miró extrañada. - Puede que se disguste, pero tarde o temprano tendrá que saberlo y estamos a pocos días del fin de semana. - Se oyó la puerta de la calle abrirse. - Está bien, - Suspiró. - no la comentaré nada.
- He vuelto. - Dijo una rubia sonriendo al ver a su madre y su hermanastra.
Esa noche se propuso contarle a Yuzu lo que estaba pasando. Pero era demasiado cobarde y no fue capaz de decir nada, solo suspiró con frustración mientras miraba el cielo nocturno.
Días después, en la academia, aprovechando su posición como heredera y persona al cargo de la institución, tramitó su cambio de clase a la de Momokino. No le gustaba la idea de usar el poder en beneficio propio. Pero este caso lo requería. Con esto, ya solo faltaba lo más difícil.
Llegó la noche. Ya tenía casi todo preparado para guardar fácilmente en cajas. Su madre se había disculpado con ella, diciendo que por trabajo no iba a poder estar ayudando en la mudanza, pero que la ayudaría con los preparativos de la boda. Estaba tumbada en la cama, mirando hacia el balcón. No había dicho nada a su hermanastra todavía y esta sería la última noche que pasarían juntas. Si no decía nada, al día siguiente, la rubia saldría con Harumi y las otras chicas.
Era la última oportunidad para contarla todo. - Mei... - Escuchó en un susurro. Se giró y allí estaba la rubia un día más, sentada sobre sus piernas con ojos suplicantes. - ... - Suspiró incorporándose, a la vez que una sensación agridulce la envolvía. Se sentó a lo seiza frente a ella y llevó una mano a la mejilla de la otra chica. Lentamente se iban acercando mientras se miraban fijamente. Cerraron los ojos cuando estaban a pocos centímetros la una de la otra y finalmente juntaron los labios. La ternura no desapareció cuando poco a poco sus lenguas invadian la boca contraria. Rompieron el beso, para poder respirar, apoyaron sus frentes con los ojos cerrados aun. La morena acarició la mejilla de su pareja. Bajó la mano y cuando se iba a separar, notó como los brazos de la mayor se envolvieron alrededor de su cuello. Luego se acercó a su oído y la susurró - Te quiero, Mei. - Esta abrió los ojos de golpe, estremeciéndose. Sentía como aquellas palabras se clavaban como puñales en su corazón. Agarró las sábanas con fuerza, quería corresponder el abrazo y llorar en su hombro, pero eso sería demasiado egoísta por su parte. Tan solo se quedó ahí parada. Unos segundos después, Yuzu se separó dedicandola una gran sonrisa. - Buenas noches, Mei. - Tumbandose en la cama. - Buenas noches, Yuzu. - Imitandola.
Pasaron un par de horas desde que estaba mirando el techo y aunque ella siempre pudo dormir con gran facilidad, hoy algo se lo impedía. Una mezcla de angustia, temor, dolor y duda no la dejaban tranquila. Se incorporó, sentándose en la cama, y miró a la rubia. "Se merecía ser la primera en conocer todo, y sin embargo..." pensó.
Se levantó de la cama y se sentó en su escritorio. Si no podía decirselo directamente a la cara, al menos podría escribir una especie de carta de despedida. No era la mejor solución, ni siquiera era buena. Pero era la única cosa que podía hacer. Pensó en qué debería escribir y por unos minutos, dudó... sus sentimientos por Yuzu o las responsabilidades que tenía como Aihara, ¿cuál era más importante? ¿Que era lo que ella de verdad quería? Resopló meneando la cabeza. Eran preguntas estúpidas. No se trataba de nada de eso, sino de lo que debía hacer, ella sabía que debía anteponer la academia a todo. Al fin y al cabo ese era su sueño desde siempre ¿no?. Además ella nunca podría llegar a ser lo que Yuzu se merecía. Y el mundo jamás las aceptaría... dos hermanastras nunca podrán ser felices juntas.
Quería que al menos ella fuera feliz. Así que lo único que podía hacer era irse. Cogió un bolígrafo y aquel cuaderno que la chica dormida tras ella escribió hace ya algunos meses, y comenzó a redactar. Haciendo un repaso de todo el tiempo que pasaron juntas y de cómo se sentía al respecto.
"Yuzu,
¿Recuerdas la noche del día en que me convertí en tu hermana? Aquel día en el que lejos de aceptarte como mi familia, te acabé besando. En aquellos días me desvivía por mantener el orden en el instituto por mi familia, esperando a que mi padre volviera. Esa era la única manera que tenía de vivir.
Entonces, al verte a ti, que eras todo lo opuesto a mí, viviendo la vida como querías y hablando siempre de amor, pensé que nosotras nunca nos podríamos entendernos y por eso te rechazaba. Pero creo que en realidad en aquel momento te envidiaba. Era una persona inmadura que no entendía mis propios sentimientos. Y no sé si es porque te diste cuenta de ello, pero tú, viniste directa a mi corazón con esa mirada firme.
Gracias a eso, pude sincerarme con mi padre y, a la vez, aprendí la importancia de entender lo que sientes. Descubrí un nuevo objetivo, ser la sucesora del instituto por voluntad propia.
Sin embargo, hay otra cosa que conocí al mismo tiempo. Otro sentimiento nuevo. Es el que surgió después de sentir tu calidez. Por una parte, le dio más vida y color a mi corazón, pero por otro lado, me suscitó un sinfín de dudas a la hora de enfrentarme a mi objetivo. Entonces intenté volver a ocultar ese nuevo sentimiento que nació en mí.
Pero después de entender lo importante que es valorar tus verdaderos sentimientos, ya no pude volver a ser como era antes de conocerte. Las dudas me invadieron respecto a lo que sentía. Y terminé huyendo de ti.
Aun así, tú fuiste detrás de mí y me confesaste lo que realmente sentías. Tuve la sensación de que se me había permitido aceptar tu sinceridad. Y al recordar aquel beso, incluso ahora, una felicidad inmensa se apodera de mi interior.
Desde entonces, al pasar los días contigo, empecé a pensar que me gustaría estar a la altura de lo que sientes por mí. En cómo podría corresponder mejor tus sentimientos. Intentar nuevos desafíos, probar cosas nuevas junto a ti y aprender todo tipo de cosas para poder conocerte mejor. Incluso cogí tu cuaderno para intentar saber qué deseabas.
El anillo que me regalaste es el tesoro más preciado de mi vida.
Cada minuto, cada segundo que pasaba contigo me parecía algo nuevo y me divertía, y entonces me di cuenta de que estaba tan enamorada de ti, que no había vuelta atrás. Sin embargo, empecé a sentir un dolor en el pecho cada vez mayor. Sabía que cuanto más me acercaba a ti más te iba a hacer sufrir en el futuro. Cuanto más amor recibía de ti, y más te iba queriendo, más culpable me sentía. Y ha llegado a un nivel insoportable.
Dentro de poco, voy a casarme con un chico con el que estoy prometida y voy a ser la sucesora de la familia Aihara. Ya le he contado a mamá sobre el compromiso y los preparativos de la boda. Aunque le he pedido que no te explique nada.
Esta es la última elección que puedo hacer por tu bien. A partir de ahora, para poder seguir con el camino que elegí, creo que lo mejor es que esté lo menos posible contigo, tanto en el instituto como en la familia.
No podría ver tu rostro porque mi decisión temblaría. Por lo tanto, he decidido dejar en este cuaderno todos estos sentimientos que quería confesarte.
Ojalá puedas perdonar a tu débil, egoísta y cobarde hermana menor.
Y por último, quiero decirte que por mucho que nuestros corazones estén separados, mantenemos un vínculo fraternal, y eso me reconforta.
Espero que seas feliz junto a todas las personas que te quieren.
Gracias, Yuzu.
Adiós"
No se había dado cuenta de que estaba llorando, hasta que vio caer algunas gotas a las hojas. Se limpió las lágrimas con las mangas del pijama. Guardó la libreta en un sitio seguro hasta mañana. Volvió a la cama junto su hermanastra. Se tumbó mirando hacia ella. Quería abrazarla y no soltarla nunca. Pero carecía del valor para ello. Simplemente se quedó observando, hasta que finalmente se durmió.
Cuando despertó, la rubia ya se había ido. Se vistió y llamó a los de la mudanza. En menos de lo que esperaba ya estaba todo recogido y montado en el furgón. Les dío la dirección de la casa del patriarca Aihara y se quedó un rato más allí. Miró por última vez la que fue su habitación y su casa. Se sentía extrañamente frío. Dejó el cuaderno encima de la cama con un marcador en la página de la nota. Cuanto más se acercaba a la puerta más pesados se volvían sus pasos. Pero no podía, no debía rendirse.
Tras un gran esfuerzo, salió del apartamento, cerrando la puerta tras ella. Apoyó la espalda en ella y levantó la cabeza cerrando los ojos lo más fuerte que pudo. Tratando de mantener serena la respiración. Minutos más tarde se dirigió a los ascensores y entró en el primero en llegar. Marcó la planta baja y miró cómo se cerraban las puertas. Justo antes de que se cerraran completamente, le pareció ver pasar a una rubia familiar. - Yuzu lo siento... - Susurró llevando la mano al colgante y apretando con fuerza. Cuando las puertas del ascensor se abrieron salió corriendo del edificio.
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