Capítulo 20. El guardián del aire

El grupo contempló el hermoso cielo azul que se unía en la lejanía en aquella línea conformada por los verdes arboles de la Selva Guaraní. También se maravillaron al ver algunos motes rosados pertenecientes a los lapachos, mostrando así una escena atípica otoñal del lugar.

Anahí se bajó de la espalda de Yerutí y se acercó a Lambaré. Al ver que este tenía las piernas llenas de rasguños y moretones, procedió a curarlo. Y mientras lo hacía, una voz potente los sorprendió:

— ¿Quiénes osan irrumpir en la morada del templo de la serpiente con cuernos? ¿Acaso no temen enfrentar la ira del guardián del aire?

— ¡Espera, Luriel! – dijo Chapai, poniéndose de pie y mirando hacia unos matorrales que se situaban en la punta del cerro - ¿no reconoces a tus hermanos? Si no, ¿Cómo crees que logramos traspasar tu fuerte muro de viento?

Tras un largo y tenso silencio, surgió el guardián del aire de entre los matorrales. Su apariencia era la de un hombre alto de piel anaranjada, con ojos amarillos intensos y un par de cuernos que se situaban casi cerca de sus cejas, sobresaliendo de su frente. Miro a Chapai fijamente, como si le estuviese leyendo la mente. Luego, dirigió su mirada hacia Jaimei, Eireka y Kunumi, quien tragó saliva al sentirse examinado. Después miro a Yerutí, Angapovó, Anahí y Lambaré, mostrando un ligero desprecio. Al final, volvió a fijarse en su hermano mayor y le dijo:

— ¿Quién les dijo que podían salir de sus templos? ¿Acaso tiene que ver ese extraño grupo de daimones y humanos que los acompañan?

— Las cosas... han cambiado – respondió Chapai, con calma – un nuevo mal amenaza nuestro mundo y siento que debemos detenerlo antes de que se salga con la suya.

— Estos humanos se aliaron con los daimones para buscarnos – continuo Jaimei – al inicio tuvimos nuestras diferencias, pero al ver que tenemos intereses comunes, decidimos apoyaros en su misión.

— Ahora, más que nunca, debemos estar unidos – dijo Eireka – además, ya los extrañaba, necesitaba vacaciones.

— Ayer pasaron por mi templo – dijo Kunumi – no pude evitar el seguir a estos encantadores jóvenes... y apoyar a mis hermanos mayores, por supuesto.

Luriel se cruzó de brazos, poniéndose pensativo. Era como si le costase digerir todo lo que le dijeron sus hermanos. Y como no emitía comentario alguno, Yerutí se desespero y dijo:

— Ese chamán tiene a mi hermano

Luriel miro a Yerutí con una mirada inquisitoria. Esta se estremeció, pero siguió hablándole de la situación:

— Marangatú me prometió que cuidaría de mi hermano si le entregaba las llaves de la morada celestial. Pero cambiamos de planes al saber que ese chaman esta planeando algo. Por eso queremos que te nos unas para detenerlo y salvar a mi único familiar con vida.

Los ojos de Yerutí se humedecieron y esto hizo que los ojos de Luriel se abrieran ligeramente de la impresión. Al final, relajo su semblante y dijo:

— Está bien, los acompañare en su viaje. Pero pronto será de noche. ¿Por qué no se quedan a dormir en mi templo? Hay una pequeña laguna donde podrán relajarse y calmar sus heridas.

— ¿De verdad?

— Asimismo, jovencita. Pero si presiento alguna mala intención, no dudare en matarlos.

Todos asumieron con la cabeza, incluido los guardianes. Tanto Anahí como Yerutí concluyeron que Luriel, al igual que Chapai, era de los guardianes más respetados y quienes se encargaban de guiar a los demás.

Mientras el sol se ocultaba tras los espesos árboles, Yerutí y Anahí fueron a bañarse en la pequeña laguna mientras los muchachos preparaban el campamento. Hacia mucho que no tenían un momento a solas y, en esos instantes, se sintieron más unidas que nunca. Estaban esperanzadas de que, pronto, terminarían con su misión y podrían seguir con sus respectivos destinos.

— Cuando esté con Arandú, podremos ser daimones libres y tener una vida tranquila – dijo Yerutí- también me gustaría que Angapovó nos acompañe para que nos enseñe a ambos a desenvolvernos en la selva.

— Me alegra ver que seas tan unida a tu hermano – dijo Anahí – lástima que no pueda decir lo mismo de mi padre.

— ¿Por qué?

Anahí miro a un costado, aun dudando en decirle o no la verdad. Pero ya que se lo había dicho a Lambaré, pensó que Yerutí con más razón debía saberlo, y mas si la vida de Arandú estaba en juego. Así es que se lo explicó, de forma bien clara, lo que en verdad planeaba Marangatú con las llaves. Y al terminar su explicación, Yerutí se quedó completamente seria ya que comprendía la gravedad de la situación. Sabía que Anahí tenía un plan, pero si un hombre poseía tal ambición y, encima, era un experto en someter a los espíritus de la naturaleza a voluntad, difícilmente podrían hacerle frente sin contar con el apoyo de los guardianes. Además, Arandú todavía estaba con él y dudaba mucho de que, aun estando sano, pudiese escapar de las manos del chaman ileso.

— Aun si supiera la verdad, habría aceptado ayudarlo – lamento Yerutí – porque no se me ocurre otra cosa para tener a mi hermano a salvo.

— Descuida, Yerutí – dijo Anahí – te juro que hare todo lo posible para detener a mi padre y salvar a tu hermano, aunque... nunca tuve el valor de enfrentarlo.

Yerutí salió de la laguna y comenzó a sacudirse. Luego miro a Anahí y le dijo:

— Pensaremos en eso luego. Ahora tengo muchísima hambre, quizás sea porque el baño me abrió el apetito. Iré a cazar, ¿seguirás ahí?

— Si. Seguiré un poco más. No percibo peligro.

— Está bien, te traeré algo – dijo Yerutí, mostrándole una sonrisa gentil antes de marcharse.

Anahí se sorprendió ya que era la primera vez que Yerutí le sonreía. Sintió su corazón cálido y se juró guardar ese momento ya que lo necesitaría para enfrentarse a lo inevitable.

Tras largo tiempo meditando en el agua, decidió salir para recostarse en la orilla y contemplar las estrellas. La noche se sentía tranquila y solo tenia deseos de practicar su habilidad. Esa vez, intento comunicarse con el espíritu de la luna y el cosmos, pero solo el silencio le respondió. Todavía no gano suficiente experiencia para comprender sus señales.

Y mientras estaba en lo suyo, escuchó que alguien comenzó a llamarla.

— ¡Anahí! ¿Anahí?

La hija del chamán se levantó. Esa voz sonaba a la de Lambaré, por lo que respondió.

— ¡Lambaré! ¿Qué sucede?

— ¡Ven, por favor! ¡te necesito!

Pensando en que las heridas de su amigo se infectaron, decidió acudir a su llamado. También recordó que no le había dirigido la palabra por casi dos días y pensó que había sido muy dura con él. Así es que, dispuesta a hacer las paces, comenzó a buscarlo.

— ¿Dónde estás, Lambaré?

— ¡Aquí!

Antes de que pudiera reaccionar, una mano grande y gruesa le tapó la boca mientras que, otra mano, aprisionó sus muñecas y las torció tras sus espaldas.

Y fue así que escucho al oído las siniestras palabras de Pombero:

— Ahora eres mía.

Cuando Yerutí regresó a la laguna, se sorprendió al no ver a Anahí ahí. Por la orilla encontró su taparrabos y la recogió, creyendo que lo dejó ahí para secarlo. Fue hacia el campamento y pregunto por la muchacha, pero nadie tampoco la vio. De inmediato comenzaron a buscarla y, al no hallar rastros de ella, Angapovó dijo:

— Esto habrá sido cosa de Pombero

— ¿Pombero? – pregunto Chapai

— Si. Es un daimon que busca lo mismo que Anahí y yo.

— Si es así, es muy probable que vayan al siguiente templo. El más cercano es el de Katu, pero demoraríamos 10 días en llegar

— Entonces partamos al amanecer – dijo Lambaré, enfundando su lanza – espero que los alcancemos por el camino y ahí... ¡lo mataré sin piedad!

Y Por primera vez en todo el viaje, todos le dieron la razón al joven guerrero. 

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