Capítulo 5.
Capítulo 5.
Nunca en sus casi cuarenta años de vida el galope tendido de su montura había sido tan leve en comparación con los latidos de su corazón, ni en las carreras, ni en las lides, ni tan siquiera en las más cruentas batallas. La desesperación de no saber cómo estaría su futura esposa en un momento así, le atenazaba las entrañas de tal manera que aún sin conocerla ya sabía muy dentro de sí que no permitiría que le ocurriese nada malo, ni ahora, ni nunca.
Llegaron bajo la fina capa de lluvia hasta el extremo Sur del lago. Philip comenzó a refrenar su caballo y todos hicieron lo mismo.
- Aquí, mi señor, aquí mismo encontré a Valkiria. - El muchacho señaló un pequeño arroyuelo que venía desbordado seguramente debido a los últimos días de lluvia.
- De acuerdo, Philip, muchas gracias.- agradeció Joe al tiempo que bajaba de su montura. - A ver muchachos, nos dividiremos para abarcar más terreno. Birk y mi hermano Broddy, la margen derecha del riachuelo.
- Entendido - afirmó Birk, su segundo de abordo, su "mano izquierda" como él lo llamaba, habían sido amigos desde la infancia. Se habían criado juntos aunque Birk era siete u ocho años mayor que Joe, y siempre había sido como su hermano mayor.
- Cuida de Broddy. - Joe siempre los ponía juntos porque confiaba en Birk, tanto como en él mismo.
- No hace falta que me lo repitas, es lo que siempre hago. - Aseveró Birk.
- Eh, que estoy presente y además se cuidarme solo. - Protestó Broddy, el pequeño de los MacGanar. - Y ya sabéis que estoy harto de ese diminutivo, ya no soy un niño, llamadme Broderick. - Todos se echaron a reír, pasando de la petición de Broddy, para ellos siempre sería el pequeño del grupo, su pequeño Broddy; todos excepto Eiric que ya estaba agachado buscando posibles rastros en el barro.
- Duglas y Klein, margen izquierdo. - Los gemelos asintieron a la vez.
- Eiric y yo, remontaremos el riachuelo. Dentro de una hora volveremos a este punto a ver lo que hemos encontrado. - Todos asintieron conformes. - Philip, ¿serías tan amable de quedarte aquí cuidando de los caballos?
- Claro, mi señor, lo que disponga. - Afirmó el pequeño Philip, contento de que contaran con él.
Birk cogió del hombro a Broddy para darle un fraternal abrazo, del cual el pequeño de los MacGanar se deshizo con asco. Todos se echaron a reír, sabían que Birk era un bromista.
Los gemelos Duglas y Klein, se giraron al mismo tiempo desapareciendo tras el tupido follaje, siempre envueltos en ese halo tan personal de misterio. No eran muy habladores, pero desde que se habían unido al grupo, al quedar sin clan en una de las tantas batallas que habían tenido lugar en la frontera con los ingleses, los MacGanar los habían acogido y se habían hecho amigos inseparables de Joe y los demás. Siempre sigilosos, siempre fieles, siempre mimetizándose con el paisaje. Descendían del mestizaje con antiguos pictos, los invencibles guerreros que habían desafiado tiempo ha, al mismísimo César y habían vencido. Desde entonces se habían convertido en una pieza clave para el grupo y el grupo se había convertido en su única familia.
Eiric ya comenzaba a caminar remontando el curso del riachuelo, cuando a paso acelerado se le acercó Joe.
- Joe - llamó Eiric con su semblante serio, parecía que siempre estaba consternado.
- Dime amigo.
- Las señales son confusas, la lluvia ha borrado gran parte, pero justo ahí debajo de esa secuoya gigante, he encontrado huellas de herradura en sentido ascendente y descendente, que se han conservado posiblemente al abrigo del enorme tronco, siendo las primeras más profundas que las segundas. Lo cual me indica que en algún momento la yegua junto con Lady Pa, pudo haber subido por el curso del riachuelo, y en algún momento la yegua ya sin la muchacha bajó, probablemente atenazada por el hambre o por el frío.
- Perfecto, Eiric, sigamos entonces remontando el curso.
Poco más arriba se había formado una presa natural debido a los troncos y las rocas que había arrastrado el riachuelo, en ella se encontraban enredadas una variedad de flores clemátide azules exclusiva y característica se esta zona. Eiric llamó la atención de Joe señalando las flores, ya que no era lógico que hubiera flores en el río, ya que son enredaderas. Joe asintió y apretó el paso, tenía la extraña corazonada de que sería él y no otro el que encontraría a la muchacha. Eiric por su parte decidió investigar más de cerca la presa y se subió grácil y liviano, como si de un elfo se tratara para cruzarla de un extremo al otro.
Joe no se habría separado ni veinte metros cuando escucho a su fiel amigo y mano derecha Eiric, gritarle sacando de entre los troncos y las rocas de la presa, una capa de montar de mujer, con las iniciales P y B bordadas, sin duda era la capa de Patience BelHaven, su prometida, su Lady Pa.
Joe no necesitó más para saber que lo que trae el río lo trae de aguas arriba, así que atenazado por las ansias de encontrar a esa incauta muchacha que era su prometida, arrancó a correr como si en ello le fuera la vida.
Frenó en seco cuando debajo de una roca vio algo que llamó su atención. Se acercó y al hacer rodar la roca encontró una bota de montar. Al poco llegó Eiric que había echado también imitando a su laird. No perdió el tiempo y siguió en su empeño de rastrear cualquier huella. La arboleda era espesa de manera que las huellas que hubiera se habrían podido conservar. Husmeó todo el entorno y avisó a Joe de que las huellas terminaban en el remanso, si Lady Pa estaba en algún sitio, tendría que estar allí pero ¿dónde?
Birk y Broddy llegaron corriendo desde la otra margen, explicaron que andaban cerca cuando habían escuchado a Eiric gritar.
Juntos empezaron una búsqueda exhaustiva. Entre los setos, tras las piedras, analizando cada tronco. Cabía la posibilidad que la crecida de las aguas la hubiera arrastrado, pero algo les decía que no era así.
Birk se asomó a la cascada y vio en los ojos de Joe que la desesperación y, puede que, el cansancio acumulado empezaban a hacer mella en la férrea voluntad de su laird y entonces recordó un juego al que jugaban cuando eran pequeños.
- Joe, ¿recuerdas aquel caluroso verano cuando aprendiste a nadar?
- Birk, no el es momento de contar batallas, además al final aprendí, eso es lo que cuenta.
- No, no me refiero a eso, ¿recuerdas el día que encontramos la cueva tras la catarata? - el rostro de Joe se ilumino al ritmo de la sonrisa de Birk que no tardó ni un segundo en ordenar a Broddy que tenían que encontrar la entrada a una gruta.
- Te debo una amigo. - exclamó Joe, empezando a saltar de roca en roca de las que apenas si asomaba el rodal de una huella debido a la crecida de las aguas por las tormentas de los últimos días, incapaz de esperar a encontrar nada más.
- Me debes muchas, lo sabes y algún día te las cobraré todas juntas y entonces yo seré el laird y tu mi mano izquierda. - Joe estaba ya delante de la cascada. Broddy no era capaz de encontrar lo que buscaba y Eiric intentaba encontrar un vado para cruzar a la otra margen sin mojarse más de lo necesario.
- Birk, sigue soñando. - Espetó Joe justo cuando llegaba a la roca más cercana a la caída de agua.
- Joe, no irás a hacer lo que creo que vas a hacer... - Birk no había terminado la frase cuando Joe de un gran salto había desaparecido atravesando las aguas de la cascada. - Insensato... - murmuró Birk que se dirigió a ayudar a Broddy a encontrar las pistas de la entrada de una posible gruta.
Joe rodó por una superficie de barro húmedo, hasta que chocó con la fría roca. Había muy poca luz y entre los latidos de su corazón que retumbaban en sus oídos y el sonido casi ensordecedor de la cascada, no podía escuchar absolutamente nada, podría haber un oso roncando delante de sus narices y hasta que no tocara su mullido pelaje ni lo sabría.
Eiric ya había conseguido cruzar sin apenas mojarse la suela de las botas cuando le llamó la atención ver una cara de roca cubierta de flores azules. Se acercó y dando un tirón a un puñado de lianas llenas de flores encontró una entrada a una gruta. Sacó de la bolsa que siempre llevaba bajo su capa una pequeña antorcha y la prendió, internándose en la cueva.
Joe todo embarrado tanteaba a ciegas cuando vislumbró que una luz ambarina se acercaba desde el fondo de la cavidad. De pronto tuvo a su amigo Eiric perfectamente vestido, limpio y peinado, con su estupenda antorcha, como si él no hubiera cabalgado varias horas, no hubiera andado por el bosque mojado y no llevara tres días de un sitio para otro y casi sin comer. No sabía cómo lo hacía pero Eiric, sin duda, estaba hecho de otra sustancia. Siempre comedido, siempre prudente, siempre discreto. Nunca hablaba por hablar y cuando lo hacía sentenciaba. Se habían conocido tiempo atrás en un burdel. Cuando Birk intentaba sacar por la fuerza a Joe, que borracho se negaba a abandonar el local. Los ayudantes de las chicas los empezaron a golpear sin control, entonces Eiric salió de la nada y neutralizó con una pasmosa efectividad a las cuatro bestias humanas con solo leves toques de sus dedos índice y anular en puntos específicos de la anatomía. Desde aquel día se convirtió en uno más del grupo y en la mano derecha de laird.
Con la luz que aportaba la antorcha de Eiric empezaron a vislumbrar un bulto embarrado que se estremecía y vibraba fuera de control. Joe gateó hasta él al tiempo que Eiric lo iluminaba desde arriba. En ese momento entraron en la cueva Birk y Broddy que al parecer habían encontrado también la entrada a la gruta.
Joe se acercó a gatas al bulto completamente embarrado y al girarlo empezó a advertir, bajo la tenue y parpadeante luz, que aquella era la joven que estaban buscando. Al menos era una joven. Estaba únicamente envuelta en una camisa blanca pero sucia de mangas largas que no le cubría más allá de medio muslo, Joe hizo a copio de todas sus fuerzas para no perderse en esa visión y dirigió de nuevo sus ojos hasta su cara. Sin duda respiraba, pero ardía seguramente debido a la fiebre. Su melena sucia y apelotonada rodeaba su cara y se pegaba a su cuello por el barro y por la sangre seca que había salido desde una brecha que se habría hecho en algún momento, justo sobre la sien, donde el nacimiento del pelo. Su mal estado no le dejaba advertir todas sus facciones pero el conjunto era una obra de arte de incalculable valor. Sucia pero de incalculable valor.
- Birk! Broddy! Id hasta los caballos y traedlos aquí, los gemelos ya deben haber regresado con Philip, daros prisa, no se nos vaya a echar la noche encima.
Obedecieron fehacientemente y salieron prestos por dónde habían entrado. Eiric se arrodillo junto a Joe, para calmarlo y para intentar ayudar, al tiempo que buscaba algo en su bolsa.
- MyLady, MyLady - Joe cogió a la joven de los hombros intentando hacerla despertar.
- ¿Príncipe? ¿Búho? - Lady Pa balbuceaba incongruencias sin sentido.
- Eiric, no abre los ojos, ¿qué le pasa? - Eiric puso su mano derecha sobre la frente de la joven que ardía de fiebre, mientras que con la izquierda sacó de la bolsa un frasquito con un líquido verde.
- ¿Búho? - la muchacha volvía a la carga con preguntas sin sentido.
- Tranquila muchacha, tranquila. - Joe intentaba tranquilizarla pero se convulsionaba violentamente. - ¿Sois Lady Pa?
- S-sí, príncipe, mi príncipe... - Lady Pa hizo el intento de abrir los ojos y apenas atisbó una cautivadora y profunda mirada de preocupación, bajo un cabello más oscuro que la noche que caía a ambos lados de una ancha frente. Intentó levantar una mano para coger un mechón de ese pelo y acariciarlo en su mano, para intentar averiguar a quién pertenecía pero una como si hubiera recibido una descarga eléctrica, retiró la mano. Probablemente el cansancio la estaba extenuando, de modo que justo al primer tímido contacto de nuevo desfalleció y cerró los ojos por completo.
- Al menos parece que es ella, pero está más aturdida de lo que imaginaba, creé que soy un príncipe. - El regocijo por haberla encontrado se mezclaba con la excitación por devolverla a su casa, por verla sana y salva, por cuidarla y por el extraño estremecimiento que había sentido cuando ella había intentado tocarlo.
- Mi laird, es una infusión de sauce que le bajará la fiebre y le calmará posibles dolores, y cártamo, que también ayudara a bajar la fiebre por su efecto diaforético. - Explicó Eiric, serio y circunspecto como siempre, levantando el pequeño frasquito delante de la mirada de Joe que asintió sin ningún tipo de reparo.
No hizo falta más explicación, Joe le abrió la mandíbula de la joven y Eiric vació el contenido del frasco. Las convulsiones se hicieron más graves y la muchacha empezó a gritar como si estuviera ardiendo viva.
- Laird, creo que la fiebre es demasiado alta hay que bajarla drásticamente.
- Eiric, solo dime que tengo que hacer.
- Señor tiene que meterla en el agua.
- ¿¡En el agua!? La mataré de la impresión, ese agua debe estar helada.
- Joe, como la mataremos será si la trasladamos a caballo en este estado. - Eiric señaló a la joven que no paraba de temblar. Entonces, Joe la miró y asintió, sabía que Eiric no se equivocaba nunca en sus planteamientos, era el hombre más sabio y preparado que había conocido nunca. - Ah, y sería conveniente que después le pusiéramos ropa seca... - añadió en un susurro Eiric que entendía la gravedad de lo que estaba diciendo.
No solo deberían mojarla en la gélidas aguas del riachuelo, sino que además tendrían que desnudarla y ponerle ropa seca, con las connotaciones que ello acarreaba. Era innegable que eran prometidos pero también completos desconocidos, aún no habían cruzado palabra alguna, al menos coherente y no se habían presentado de una manera formal, ni muchas otras cosas que deberían haber ocurrido antes de llegar a la parte de verse desnudos, por no mencionar que ella estaba semiinconsciente... pero si era lo que había que hacer Joe estaba más que dispuesto a salvar a su Lady.
Un silbido especial atravesó el sonido de la cascada, eran los demás que acaban de llegar con los caballos y avisaban a los que estaban dentro de la gruta.
Joe le pidió a Eiric que vigilara que la muchacha no se golpeaba en ninguna de sus convulsiones, en las que seguía balbuceando palabras inconexas sin coherencia alguna. Entonces Joe preso se quitó la capa, la chaqueta y la camisa, dejando al descubierto su torneado y proporcionado torso, y los brazos definidos y fuertes como troncos de árboles.
Le pidió a Eiric que le pasara a la chica y entre los dos la incorporaron sujetándola por debajo de los brazos y la acercaron a la cascada. Se miraron y asintiendo, la agarraron uno de cada mano y la dejaron caer un poco hacia atrás hasta meterla de lleno en la cascada. La joven empezó a gritar intentando salirse del agua y boqueando para poder coger aire. Los que estaban afuera guardando en los caballos se partían de risa, mientras los de adentro aguantaban estoicamente a la joven que tiritaba, gritaba e intentaba por todos los medios zafarse del agarre.
Con un estridente grito la chica perdió el conocimiento del todo quedando laxa. Eiric calmó a Joe, diciéndole que era normal y que sería bueno para que se mejorara que dejara de convulsionar. De manera que dieron por terminado el baño. El barro, el sudor y la sangre se habían diluido con el agua que había arrastrado toda la suciedad, dando paso a una piel tersa y bronceada, que con los destellos de la luz ambarina de la antorcha parecía ser de algún metal noble.
- Eiric, no he de decirte que no mires. - Advirtió Joe entre dientes.
- No, mi laird, no es necesario que me lo diga. - Respondió Eiric que ya tenía la cabeza vuelta hacia el otro lado.
- Ahora, amigo, sostenla bajo los brazos que le voy a quitar la camisa para ponerle la mía. - Pidió Joe, a un Eiric que llevaba la mirada siempre al lado contrario de dónde estaban la muchacha y su laird.
Joe les dio la espalda un momento para ir a buscar su ropa seca que había dejado alejadas de cascada a buen recaudo. Estaba controlando la situación muy bien. Eiric tenía siempre la mirada apartada de su prometida y él, por su parte, también, pero cuando se giró para llegar hasta ellos no pudo evitar advertir como la ajada camisa se pegaba sus curvas, marcando sus caderas y sus voluptuosos y llenos pechos, curvas que harían peligrar la razón de cualquier hombre y la suya propia si no apartaba la vista de ese cuerpo. Lo más sensato era usar la técnica del impertérrito Eiric, mirar todo el rato hacia otro lado y ya está. De modo que quitó la vista del cuerpo de la muchacha y se acercó hasta ellos.
Rasgó la vieja camisa sin esfuerzo pero con suma delicadeza y se la quitó hecha girones, para acto seguido meterle la suya por la cabeza y pasarle ambos brazos por las mangas y cubrirla con la pieza de tela rápidamente. El cuerpo de esa muchacha era una tentación, una manzana del pecado que clamaba por ser mordida, pero todo llegaría a su debido tiempo. Joe acalló su instinto animal y continuó vistiendo a la chica como si estuviera vistiendo a su propio hermano, aunque tenía la sensación de que el corazón no pararía de latirle hasta el año próximo año.
Ponerle la chaqueta fue un poco más fácil, al menos ya estaba cubierta y la podían mirar. Joe la cogió en peso pasando uno de sus brazos que bien podría compararse con una columna salomónica, por debajo de sus axilas y otro por debajo de sus rodillas de manera que ella podía apoyar la cabeza en el torneado hombro de él, para acto seguido pedir a su fiel amigo Eiric que le pusiera su capa de montar cubriendo a ambos.
El camino de vuelta fue el doble de largo ya que el laird Joe no quería llevar a la muchacha al galope tendido, pero viendo que se les echaría la noche encima, mando a Philip y a sus hombres de avanzadilla, para que comunicaran en el castillo que regresaban con la chica, así les daría tiempo de preparar sus aposentos, llamar al médico o hacer cuanto pudieran.
Ya se vislumbraba el castillo a lo lejos. Habían colocado inteligentemente antorchas para que se pudiera seguir el camino, seguro que había sido idea de Eiric.
- Preciosa, ya estamos llegando al castillo. - Susurró Joe a la muchacha que sentada de lado delante de su montura había aguantado todo el camino, sin una sola queja, si bien es cierto que estaba semiinconsciente.
Era la mejor manera de trasladarla ya que le podía dar calor con su torso desnudo, al ir ambos arropados por la gruesa capa de montar. Joe se sentía raro, extasiado, casi mareado, nunca antes había cuidado de nadie, nunca antes había sido capaz de percibir el aroma de otra piel que envolviera y le embriagara de esa forma tan brutal, creando una especie de conexión invisible, anudándola a su alma. Nunca antes había sentido la necesidad de ser aceptado por otra persona, pero ahora estaba siendo así, era como si una parte de sí mismo que había permanecido mucho tiempo dormida, aislada, oscura y olvidada, estuviera empezando a despertarse.
- ¿Quién sois? - preguntó Lady Pa con voz pastosa intentando abrir los ojos, sacando a Joe de sus pensamientos.
- Seré quién queráis que sea, pero por favor no dejéis de respirar... - suplicó Joe muy cerca del oído de la muchacha que se estremeció en sus brazos de pies a cabeza, como nunca antes le había ocurrido.
- Sois un ángel salvador... - musitó Lady Pa justo cuando llegaban a la parte iluminada del camino, afianzando su agarre al cálido torso desnudo de ese apuesto hombre, al tiempo que se le dibujaba en el rostro una tímida sonrisa al quedar totalmente hechizada por la intensa mirada castaña verdosa de él. Joe pensó que solo por haber disfrutado de esa ínfima pero sincera sonrisa ya merecía la pena todo el esfuerzo, por primera vez en mucho tiempo se sintió un hombre dichoso.
- Shhhh, tranquila Mylady, no os esforcéis, debéis recuperar fuerzas, ya habrá tiempo de hablar más adelante...
Era muy agradable sentir el calor de ese enorme y musculoso cuerpo, protegiéndola y calmándola como el mejor de los bálsamos, de modo que asintió cansada y cerró los ojos.
- Mi ángel... - susurró la muchacha al tiempo que giraba un poco la cabeza buscando la protección y el abrigo de ese musculoso pecho, tan confortable y cálido que sintió la necesidad de besar inocentemente el pectoral desnudo del apuesto guerrero. Sintió cómo los labios le hormigueaban al tiempo que su cuerpo era recorrido por una sensación nueva y explosiva, que le hicieron perder de nuevo la consciencia.
Mil rayos de tormenta se desataron en el alma del laird Joe que sintió su pecho aguijoneado por una sensación que nunca antes había sentido.
Una imperiosa necesidad de cuidarla, de mimarla, de satisfacerla y de sentirla solo suya... se abrió paso en el hueco que hasta hace poco había en su pecho, llenándolo de una placentera sensación de deleite... pero todo ello habría de esperar a que la muchacha estuviera recuperada, así que correspondió a ese cálido y tierno beso con otro de iguales características en la frente de ella, para acto seguido alzar una mano hacia las almenas de la muralla indicando que abrieran las puertas del castillo, ahora lo más importante era que Lady Pa se recuperara.
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