Capítulo 8


Capítulo 8


Viajar a bordo de la "Neptuno" era una experiencia única. Acomodado en los asientos traseros de la estrecha cabina, Víctor observaba el fondo del río Tauco con la sensación de estar adentrándose en una película de misterio. Allí abajo, a más de veinte metros de profundidad, la luz era casi inexistente, por lo que tenían que guiarse por los faros de la nave. Por suerte, acostumbrados a surcar el fondo oceánico, estos tenían tal potencia que el halo de luz alcanzaba una gran distancia. A pesar de ello, adentrarse en el fondo acuático siempre le había causado un gran respeto. Víctor era un hombre de ciudad, acostumbrado a moverse por tierra firme, a pisar asfalto y piedra, no a nadar entre los peces. Precisamente por ello no solía acompañar a Jöram y a Neiria en sus misiones. Él era un hombre de acción al que no podían encerrar entre cuadro paredes, y mucho menos bajo litros y litros de agua. Desafortunadamente, las circunstancias no habían jugado a su favor y allí estaba, encerrado a varias decenas de metros en las profundidades del Tauco.

—Este río es mucho más profundo de lo normal —comentó Neiria en un idioma desconocido para Víctor, cómodamente aposentada en la butaca de copiloto.

Sobre su cabeza colgaban unos peces de cristal que según ella le traían suerte, objetos en cuyo poder Jöram no creía. A su modo de ver, la suerte de la "Neptuno" venía dada por la pata de conejo que colgaba del timón, por los muñecos de tela e hilo que él mismo había cosido con la apariencia de su mujer y la suya, por las trenzas tribales que pendían del cabecero de su butaca y por las decenas de coloridas pintadas hechas a mano que decoraban las paredes de la cabina. Pero no los peces. A su modo de ver, los peces no pintaban nada en una cabina como aquella. Muy a su pesar, su mujer insistía en que debían permanecer allí, que eran vitales para el futuro de la nave, así que él lo aceptaba. Por muy capitán que fuese, Neiria llevaba más tiempo a bordo de la "Neptuno", así que no le quedaba otra alternativa que aceptar según que condiciones.

Además, cualquiera que la conociese sabía que era mejor no enfrentarse a ella. A pesar de su sonrisa angelical, Neiria D'Amico podía llegar a ser realmente temible.

—Hay secciones que descienden hasta los cien metros y otras tantas cuyo fondo el radar ni tan siquiera capta—prosiguió la mujer—. Parecen brechas en la tierra.

—Deberíamos descender y registrarlas —reflexionó Jöram—. No hoy, pero sí más adelante. Me extraña que sean naturales.

—¿Qué insinúas?

—No lo sé... tengo un presentimiento.

—¿Choque de placas?

—Quién sabe.

Mientras ellos hablaban tranquilamente en su idioma, el agente seguía mirando al frente, incapaz de relajarse. Aunque el fondo del río ofrecía unas vistas muy interesantes e incluso bellas en según qué momentos, la repentina aparición de animales y sombras en el campo visual le impedía serenarse. Además, el pitido continuo de los radares le estaba empezando a volver loco. Viajar encerrado en aquella cabina escuchando aquel incesante soniquete podía acabar con los nervios de cualquiera.

—El agua está algo turbia —prosiguió Neiria—. Tengo la sensación de que los cristales están sucios.

—Puede que sea por el tipo de agua... ¿qué indican los sensores? ¿Qué porcentaje de pureza tiene?

—Más baja de lo esperado: 65%. Para ser un planeta virgen, los niveles de contaminación son altos. Si no fuera porque conozco la constructora, diría que esa gente de "Veritas" son unos chapuceros.

—Bueno, es evidente que es cosa suya —respondió Jöram sin apartar la vista del frente—. Puede que la división de Volker no cumpla con la normativa.

—En absoluto: todas las divisiones trabajan con los materiales y los dispositivos de la compañía. Aunque hubiesen querido no habrían tenido herramientas ni medios para contaminar el planeta, y mucho menos a este nivel. Tiene que haber sido otra cosa... probablemente algo previo a la llegada de los humanos.

—Quizás esté relacionado con las ruinas de las que hablaba Park en la reunión. Todo apunta a que ha debido haber algún tipo de civilización previa en el planeta.

—Es posible... —Neiria se cruzó de brazos, intrigada—. Es muy posible...

La repentina aparición de una oscura sombra de dimensiones descomunales en el cristal obligó a Jöram a girar los mandos con violencia para evitar el impacto. La nave viró hacia el oeste a gran velocidad, provocando que Víctor cayese al suelo a causa de la brusquedad del giro, y se detuvo. A continuación, tras apagar todas las luces, tanto internas como externas, la "Neptuno" viró lentamente hacia la localización donde se había dado el encuentro. En mitad de la oscuridad casi total, una gran sombra se alejaba dejando un leve rastro de burbujas tras de sí.

Permanecieron unos segundos en silencio, recuperándose del sobresalto. El capitán se llevó la mano al pecho, donde el corazón latía enloquecido, y dejó escapar un suspiro. Neiria, por su parte, golpeó el cristal protector del radar.

—¿Qué demonios ha pasado? ¿Por qué no lo ha detectado? —se quejó—. ¿Es que no lo ha visto? ¡Era enorme!

—¡Silencio! —exigió Jöram.

El capitán alzó la mano a modo de petición de silencio, aún nervioso por lo ocurrido. Aunque había logrado apartar la nave a tiempo, algo le decía que aún no estaban del todo a salvo. De hecho, estaba casi convencido de ello. El instinto nunca le fallaba.

Ordenó a ambos con señas que se acercasen a él y fijasen la mirada en el frente. Seguidamente encendió una de las luces de emergencia.

Y el instinto no le falló.

El haz de luz era muy débil, pero bastó para que los tres palidecieran al ver surgir ante ellos parte de un ser tentacular cuyo rostro ovalado y gelatinoso, si es que realmente era su cara lo que había encarado hacia ellos, estaba cubierto de grandes y peligrosos ojos amarillos. La visión duró tan solo unos segundos, pues el ser rápidamente se perdió en la negrura del río dejando tras de sí un rastro de tentáculos y tinta negra, pero bastó para que los tres pudieran percibir su tamaño descomunal.

Con movimientos muy pausados, temeroso de que pudieran detectarles, Jöram volvió a apagar la luz. Permanecieron en silencio unos segundos.

—¿Qué demonios era eso? —murmuró Víctor, incapaz de apartar la vista del frente—. Tenía el tamaño de un navío.

—Algo demasiado grande para poder sobrevivir en el caudal de un río —sentenció Neiria con determinación—. Esas brechas deben conectar de alguna forma con el mar.

—El mar está a más de quinientos kilómetros, querida. —Jöram se llevó la mano derecha a la barba para empezar a mesársela—. Tiendo más a pensar a que bajo tierra debe haber algún tipo de lago subterráneo o una gran masa de agua... razón de más para investigar esas brechas. Me cuesta creer que esto sea algo natural.

—Tiene que serlo —apuntó Víctor—. Según los mapas arquitectónicos de la ciudad, Cáspia solo ha sido construida a un nivel: no existe nada bajo tierra.

—Los mapas pueden decir misa —exclamó el capitán, y negó suavemente con la cabeza—. La realidad es la que es, y acabáis de verla. Tenemos que ir ahí abajo: ver que hay. Si realmente existe algo debemos saberlo. Ahora volvamos al punto de anclaje: creo que por hoy he tenido más que suficiente aventura subacuática.




—¿Una carpa? ¿Estáis seguros?

Los dos hermanos Steiner asintieron a la vez con la cabeza, muy seguros de sí mismos. Sabían lo que habían visto.

—Segurísimos, jefe. Quizás sea otra cosa, pero a simple vista lo parecía. La estructura básica y las graderías son fácilmente identificables.

—Pero según los registros ese solar debería estar vacío. —Pensativo, Ehrlen cruzó los brazos sobre el pecho y volvió la mirada hacia Patrick, el cual se encontraba no muy lejos de allí, plenamente concentrado en el análisis de los datos disponibles sobre las obras de Cáspia—. ¿A qué corporación pertenece, Patrick?

—La corporación Marnix, jefe —se adelantó Tracy—. Al menos eso aparecía en nuestros registros.

Ehrlen volvió a asentir con la cabeza, pensativo. Conocía la corporación Marnix. A lo largo de aquellos años se había encontrado con varios solares comprados por la empresa, y tal y como debería haber sucedido en Cáspia, siempre estaban vacíos. Marnix no establecía ningún tipo de acuerdo comercial con constructoras, y mucho menos si se trataba de macro-empresas como Veritas. Temerosos de volver a sufrir otro caso de espionaje industrial tal y como les había sucedido varias décadas atrás, la corporación aguardaba a la etapa de colonización para iniciar sus propias obras, enviando para ello al planeta colonos pertenecientes a la empresa. Sin duda era una buena forma de cubrirse las espaldas, y más teniendo en cuenta el gran escándalo en el que se había visto envuelta.

—Marnix compró el solar inicialmente —la secundó Patrick sin apartar la mirada de la pantalla de su ordenador—. Pero según los informes mercantiles fue posteriormente vendido a otra empresa. Como ya sabéis, una vez compradas las parcelas no se puede comerciar con ellas hasta transcurridos diez años tras la finalización de la colonización, con lo que ello comporta. Invertir en nuevos planetas es todo un riesgo. No obstante, en este caso se hizo una excepción. Marnix se querelló contra el gobernador planetario alegando incumplimiento de contrato y ganaron el juicio. Por lo visto el terreno no cumplía con las condiciones necesarias para la instalación de sus laboratorios. Condiciones que, por cierto, aparecían reflejadas en las cláusulas del contrato.

—¿Y cómo pudieron saberlo? —quiso saber Ehrlen—. ¿Acaso vinieron a comprobarlo?

—Eso parece. —Patrick se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz—. Según aparece en el informe del caso, hubo un perito y pruebas. El expediente es bastante largo: necesitaré algo de tiempo para poder profundizar en él si es realmente lo que quieres, jefe.

—En realidad no es necesario, Patrick. Lo que sí que necesito saber es a quien pertenece actualmente ese solar. Puede que tengamos el mapa arquitectónico previo a la venta del solar y realmente Veritas haya sido contratada para levantar un edificio allí.

Patrick respondió con un rápido ademán de cabeza e inició la búsqueda.

—¿Os vieron? —preguntó Ehrlen, volviendo la atención de nuevo a los Steiner.

—Creemos que no, pero no podemos asegurarlo, jefe —respondió Tracy, pensativa—. De todos modos, si fuimos detectados no dieron señal de ello.

—Ya... —Ehrlen asintió con la cabeza, pensativo—. ¿Y qué hay de ese edificio que decís que parecía haber sufrido una explosión? ¿Había alguien por la zona?

—Negativo, jefe —informó Alex—. Parecía abandonado. Nos planteamos la posibilidad de entrar a investigarlo puesto que las naves podrían haber atravesado la cavidad, pero preferimos informar antes. Sea lo que sea que sucedió allí fue grande, jefe.

—Habéis hecho bien. —Ehrlen forzó una sonrisa sin humor—. Quiero que vayáis a investigarlo mañana cuando caiga la noche. Tomad las medidas de seguridad que creáis convenientes, pero no quiero sorpresas. Si es necesario os asignaré un agente de seguridad.

Los Steiner se miraron mutuamente, valorando la posibilidad de unir un tercer miembro a su equipo. Los pilotos estaban acostumbrados a trabajar solos, al margen del resto de los "Hijos de Isis", pero de vez en cuando se veían arrastrados a alguna misión en la que debían colaborar. Así pues, ni sería la primera ni la última vez que lo hiciesen. No obstante, en aquella ocasión no era a ellos a quien recurrían en busca de ayuda, sino que eran ellos los que la necesitaban, y la cosa cambiaba. Los Steiner eran orgullosos y recelosos de su trabajo, y si bien agradecían el ofrecimiento y hasta cierto punto podían llegar a planteárselo, preferían solucionar ellos solos sus problemas.

Sin necesidad de intercambiar palabra alguna, como si existiese algún tipo de conexión telepática entre ellos, los dos hermanos asintieron con la cabeza, dando así por finalizada la reflexión.

—No es necesario, jefe —aseguró Tracy por los dos—. Nos podemos encargar solos. En cuanto volvamos, informaremos.

—Perfecto. Buen trabajo, chicos.

Ehrlen aguardó un par de minutos a que los dos pilotos saliesen y se alejasen de la sala para acudir junto a Patrick. El agente de apoyo no había dicho nada al respecto para evitar interrumpir la conversación con los Steiner, pero Shrader sabía que disponía de la información que le había pedido desde hacía unos minutos. Patrick era así: rápido y eficiente como pocos, y precisamente por ello le gustaba tanto. Aquel hombre de cuarenta años, bajo y entrado en carnes no necesitaba lucir músculo ni ser especialmente ocurrente para haberse ganado su simpatía: con su mente más que brillante tenía más que suficiente.

—Empresa Absolom.

—¿Absolom? No me suena.

—¿De veras? Piensa, Ehrlen: apuesto a que sí que la conoces.

—¿Me estás vacilando?

Patrick respondió con una amplia sonrisa cargada de diversión. A continuación, logrando con ello arrancar una carcajada a Shrader, se conectó a la red interna de la nave y buscó entre los núcleos de memoria la carpeta donde Jonah almacenaba las películas que tanto le gustaba ver las largas y aburridas noches de guardia. La mayoría de ellas las descargaba directamente de la red central de "La Pirámide", logrando así poder visionarlas sin ningún tipo de corte publicitario. No obstante, había un par de ellas, sus favoritas, que había tenido que descargarlas de servidores ilegales debido a las restricciones gubernamentales que había para su visionado.

Patrick aceleró el video hasta alcanzar la tercera franja publicitaria, allí donde un par de hombretones de cabello pelirrojo e imponente barba trenzada hacían entrechocar sus vasos de whisky. Al final del anuncio, tras la pantalla de condicionantes que recordaban al público los peligros de la ingesta excesiva de alcohol, la marca de la bebida aparecía junto a otras tantas que, unidas entre sí, conformaban el grupo Absolom.

—Jonah lo habría acertado a la primera —sentenció Patrick.

—Que esto no salga de aquí, no quisiera perder mi mala fama —bromeó Ehrlen—. En fin, hablamos entonces de qué, ¿una destilería? ¿Un laboratorio? ¿Una planta de producción?

—Depende, este tipo de agrupaciones tienen todo tipo de negocios relacionados con el ocio. Quién sabe, puede que quieran montarse algún tipo de show para animar el planeta. Sea como sea, no debemos descartar la posibilidad de que hayan cerrado un contrato a última hora con Veritas y que Volker simplemente esté cumpliendo con su trabajo. Algo tarde, sí, pero trabajo al fin y al cabo. Por cierto... —Patrick giró la silla para poder mirarle a la cara—. Me he descargado las fichas de los trabajadores de Volker tal y como me dijiste. El número exacto de plantilla era de doscientos veinte, pero solo doscientos doce viajaron hasta Cáspia. Según Volker, al menos cincuenta personas han muerto, lo que reduce el grupo a ciento sesenta y dos. Y si además tenemos en cuenta que calculan que unos veinte se han vuelto en su contra, hablamos de que Volker cuenta con unas ciento treinta personas a su favor... mucha gente.

—Demasiada gente como para no tenerlos controlados. —Ehrlen negó suavemente con la cabeza—. No me queda otra que volver a reunirme con ella. Necesito saber quién está de su lado. Aunque nosotros seamos neutrales no debemos confiarnos. Si ese Bullock y los suyos pueden llegar a ser peligrosos, debemos conocer sus caras. Prepárame toda la información en un visor: en cuanto la tenga voy a hacer una visita a nuestra nueva amiga y su carpa.




Con la caída de la noche los bancos de niebla procedentes del Tauco empezaban a apoderarse de la ciudad. Acomodado en el asiento de conductor del "Gusano", Jonah Mendez los miraba avanzar por las avenidas en silencio mientras se fumaba un cigarro tranquilamente. No muy lejos de allí, rodeada de sus sombras metálicas, Kara vigilaba una de las bases de Volker.

De todas, aquella guarida había sido elegida por los Steiner como la más importante, y no se habían equivocado. A punto de alcanzar la media noche, más de una decena eran las personas que habían ido entrando y saliendo de su interior. El piloto desconocía qué era lo que Ehrlen pretendía que descubriesen con aquella vigilancia, pues a simple vista los trabajadores de Veritas eran gente normal, pero entendía su petición. La paranoia estaba empezando a apoderarse de todos, y si bien era cierto que ningún trabajo era fácil, convivir durante seis meses con aquella gente iba a ser muy difícil a no ser que empezasen a confiar los unos en los otros. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que espiando sus movimientos?

A Jonah no le importaba pasar horas y horas esperando a que sucediese algo. Durante las primeras misiones lo había pasado realmente mal, pues siempre se había considerado a sí mismo como un hombre de acción, pero con el paso del tiempo había acabado acostumbrándose. El piloto sabía cuál era su papel en la organización, y si bien no era el que más le hubiese gustado tener, lo aceptaba de buena gana. Los "Hijos de Isis" necesitaban a un conductor experto capaz de sacarles de las situaciones más rocambolescas y peligrosas en cualquier momento, y ese hombre era él. Jonah no se dejaba llevar por el pánico ni por la presión: él simplemente aguardaba el momento y, cual témpano de hielo, actuaba con la sobriedad y frialdad que se esperaba de él. Ni más ni menos.

Sin llegar a perder de vista la calle y mucho menos el edificio iluminado que con tanto ímpetu Kara vigilaba, Jonah sacó de una de las guanteras una revista de motor que recientemente le había hecho llegar un antiguo amigo de la infancia. Hacía años que se la enviaba mes a mes. Jonah la seguía desde niño, y durante cierto tiempo aquel había sido el único modo que había tenido de obtenerla. Ahora, sin embargo, era tremendamente fácil conseguir un ejemplar ya que estaba disponible en todas partes. A pesar de ello, Jonah únicamente la leía cuando la recibía por correo. Aquella conexión con su pasado le hacía recordar quien era y, sobretodo, en quien no debía convertirse.

—Motor Shepard de veinticuatro cilindros y gas comprimido de silicenio como combustible para la fuente de alimentación... lo que me faltaba por ver. A este paso los coches acabarán utilizando agua para rodar —murmuró para sí mismo—. Demonios, lo que daría por probar uno...

Jonah estaba a punto de rememorar una vez más el día en el que su padre le había dejado conducir por primera vez el coche familiar, unas horas antes de que el ejército se lo llevase y fuese encerrado de por vida en una prisión gubernamental, cuando una potente explosión iluminó la noche. El piloto abrió ampliamente los ojos, perplejo ante la bola de fuego que acababa de estallar dentro del edificio de Veritas, y dejó caer la revista al suelo para aferrarse fuertemente al volante.

Todo el "Gusano" vibró ante la potente explosión. El suelo se zarandeó violentamente, provocando profundas brechas en varios puntos del asfalto, mientras que una nube de cristales salía disparada hacia el exterior, convirtiendo la calle en un desierto de vidrio. Las ventanas, las puertas, algunas de las paredes... todo voló por los aires, incluidos varios cuerpos que, carbonizados, cayeron al vacío arrastrando consigo la vida de sus dueños.

Jonah aguantó la respiración unos segundos, a la espera de una segunda explosión. Por suerte, no hubo más. El piloto descendió entonces del "Gusano", con las piernas aún flojas por el sobresalto, y se adelantó a la carrera hasta alcanzar el punto en el que Kara y sus androides se encontraban. La agente había salido disparada contra una de las paredes víctima de la onda expansiva, lo que le había provocado una brecha en la cabeza.

Por suerte no parecía estar en shock.

Jonah la cogió de la mano para ayudarla a levantarse. Una vez en pie, la dejó apoyada en la pared para adelantarse unos cuantos metros más y comprobar que el pánico se había apoderado de la base de Veritas. Los obreros estaban saliendo a la carrera del edificio, entre gritos de horror y pánico, y se lanzaban a las calles fuera de sí, olvidando atrás los cadáveres y los heridos.

Sin duda era una imagen triste.

Recorrió la fachada con la mirada. Las marcas de quemado y la dirección en la que habían caído los escombros del muro donde habían sufrido la explosión evidenciaban que algo había impactado contra el edificio. Algo que, por la dirección, procedía de uno de los bloques colindantes. Jonah se adelantó unos pasos para inspeccionarlo. A simple vista el edificio parecía tan abandonado como cualquier otro, sin ningún tipo de luz en su interior.

—Ayúdales —ordenó el piloto a Kara—. Tengo que comprobar algo.

Sin darle tiempo a responder, Jonah se adentró en uno de los callejones laterales para poder aproximarse al edificio sin ser visto por los hombres de Veritas. Desenfundó su pistola, activó el silenciador y siguió avanzando a la carrera a través de la ahora silenciosa calle hasta alcanzar la cara oeste del bloque. Lanzó un rápido vistazo a la fachada, pensativo, tratando de calcular desde qué ángulo debía haberse realizado el disparo, y se encaminó hacia la parte trasera. Allí, oculto entre la niebla, encontró la instalación de un moderno sistema de recuperación de residuos y, oculta tras una escalera de emergencia, una puerta de incendios abierta.

Alzó el arma hacia la entrada.

—Esto se pone interesante —se dijo a sí mismo.

E inició el acercamiento con paso lento pero seguro. Jonah se adentró en el callejón utilizando el sistema de reciclado a modo de escudo, y no se detuvo hasta que, de repente, una figura surgió del umbral de la puerta.

—¡Eh! ¡Al...!

El hombre, pues por su físico parecía ser un varón, le impidió acabar la frase apretando varias veces el gatillo de su arma. Jonah se lanzó al suelo, creyendo sentir las balas pasar por encima de su cabeza, y volvió a incorporarse, dispuesto a responder a los disparos. Se asomó entre dos grandes contenedores de color gris y disparó. Su adversario, sin embargo, no respondió. Él sencillamente empezó a correr por el callejón a gran velocidad, disparando de vez en cuando alguna que otra bala al azar, obligándole a mantenerse oculto.

Al menos al principio.

Jonah esperó a que el extraño doblase el recodo del callejón para salir de su escondite e iniciar una rápida persecución. El otro hombre se movía a gran velocidad, pero Jonah le seguía a la zaga, haciendo gala de un buen fondo físico. Veinte años atrás, con la mitad de edad, Méndez había sido un gran atleta. Nunca se había planteado nada a nivel profesional, pero era innegable que tenía potencial. Desafortunadamente, su oponente también gozaba de una magnífica forma física, por lo que, a pesar de los esfuerzos, Jonah no fue capaz de alcanzarle en ningún momento. Lo que sí que hizo, sin embargo, fue seguir sus pasos a través del entramado de calles hasta, tras casi diez minutos de carrera, acabar internándose en un amplio y alto edificio cuya planta circular y paredes acristaladas dejaban entrever las entrañas de lo que en un futuro sería un centro comercial.

El extraño se internó a través de una de las puertas de servicio y se perdió en la penumbra, convirtiéndose rápidamente en una sombra más. Méndez, por su parte, siguió sus pasos hasta cruzar el umbral de la puerta. Una vez dentro descubrió que la planta estaba separada en distintas secciones, lo que provocaba que hubiese muchos puntos en los que el extraño podría ocultarse.

Cogió aire y alzó su arma.

—¿Hasta cuándo vamos a seguir jugando al gato y el ratón? —preguntó en voz alta, logrando que sus palabras arrancasen ecos a toda la planta—. Puedo pasarme toda la noche así, te lo aseguro.

Silencio.

Jonah se adentró unos cuantos pasos más en el recibidor. Ante él se alzaba una pared acristalada en cuyo interior, flotando en un líquido azulado, había varios maniquíes de aspecto robótico en distintas poses. El hombre les apuntó con la pistola, dubitativo, pero rápidamente siguió con su avance, atento ante cualquier posible movimiento.

Siguió avanzando.

—No te escondas —prosiguió—. Solo los cobardes atacan desde las sombras. ¡Da la cara!

Más silencio.

Jonah bordeó la pared de los maniquíes y se adentró en una sección totalmente vacía que atravesó con paso lento. Al final de esta, tras cruzar unas cortinas de plástico azul, encontró varios montones de cajas desperdigados por una amplia estancia en forma de rombo.

Retrocedió para ocultarse tras el marco de la puerta. A continuación, introduciendo el cañón del arma entre las cortinas, barrió la sala con la mirada. La oscuridad allí era casi total, pero se podían diferenciar las sombras. Jonah hizo un rápido recuento, aguardó unos segundos más, atento ante cualquier movimiento y siguió avanzando.

El pulso empezó a tamborilearle en las sienes al alcanzar la sección central del edificio. El hombre desvió la mirada a su alrededor, consciente de que el extraño podría encontrarse en cualquier otra sala apuntándole, dispuesto a apretar el gatillo de un momento a otro, y la detuvo en el centro. Alzándose sobre sí mismas en forma de espiral había unas escaleras automáticas de color cobalto que permanecían estáticas. Jonah entrecerró los ojos, pensativo, y activó el pequeño foco integrado en el cañón de su arma.

El haz de luz reveló que había marcas de pisadas en la superficie polvorienta de los peldaños.

—Sigamos jugando entonces... —se dijo a sí mismo.

Jonah se encaminó hacia las escaleras con paso sigiloso. Desde el piso inferior no se podía ver qué aguardaba al final de estas, por lo que decidió ascender con lentitud. Paso a paso, fue subiendo los peldaños hasta que, alcanzado el octavo, se detuvo. Unos metros por debajo, procedente de una de las salas contiguas, acababa de aparecer una figura humana.

Y le estaba apuntando.

Sonrió con amargura al darse cuenta de que había sido engañado.

—Bien jugado —dijo con acidez—. He caído de pleno en tu trampa.

—No deberías haberme seguido —respondió el hombre del arma con voz ronca. Tanto su rostro como la mayor parte de su anatomía se encontraban sumidos en sombras—. Tú no.

—¿Yo no? —Jonah negó suavemente con la cabeza—. No sé de qué demonios va esta estúpida guerra vuestra, pero...

—¡Cállate! ¡No tienes la más mínima idea de lo que está pasando, así que cierra la maldita boca!

—Solo sé lo que veo, y hoy he visto a un cobarde atacando a inocentes desde las sombras.

—¿Inocentes? —El extraño soltó una sonora y ácida carcajada—. Se nota que no tienes la más mínima idea de nada. Bullock lo decía: Volker os iba a mentir. Volker os iba a engañar... y veo que no se equivocaba. Maldita sea, inocentes dice...

—Volker nos ha dado su versión de lo ocurrido: vosotros ni tan siquiera eso. ¿Qué esperabais?

—¡Enviamos a Melissa! ¡Ella tendría que haberos interceptado antes que esa traidora! ¡Ella...! ¡Ella...! —El hombre lanzó un grito de pura furia—. ¡La mataron! ¡La mataron antes de que pudiese incluso abrir la boca! Volker prometió que no le pondrían la mano encima, que a ella la respetarían, pero a la hora de la verdad mintió, como siempre. Siempre miente.

Jonah apretó los labios, obligándose así a mantener la boca cerrada. Si la memoria no le fallaba, Melissa era la mujer del cuchillo que había intentado atacarles en el aeropuerto. La mujer a la que Sarah había estado a punto de disparar y que, de repente, había sido abatida ante sus ojos por los hombres de Volker.

Se preguntó si cabría la posibilidad de que no le estuviese mintiendo. Era complicado pensar que alguien armado que corría hacia ellos lo hiciese solo para hablar, pero dadas las circunstancias ya nada le sorprendía. La gente de Cáspia parecía haber enloquecido, y muestra de ello era el modo en el que aquel hombre le estaba hablando. Tuviese razón o no, era evidente que estaba totalmente desquiciado, y no era solo por la ciudad. Tanto odio hacia Volker tenía que tener una razón de origen.

El hombre se impacientó ante el silencio de Méndez.

—¿Sabes qué? ¡No tengo tiempo para esto! ¡¡No tengo tiempo!! ¿¡Por qué demonios me has seguido!? ¡Vosotros no tenéis nada que ver con todo esto! ¡Vosotros...! ¡Maldita sea, me estás obligando a hacer algo que no quiero! ¡No soy un maldito asesino! ¡No lo soy, pero...! ¡Pero...! —Negó con la cabeza—. Lo lamento, pero no puedo darte una segunda oportunidad. Esa mujer te ha contaminado: sus palabras han intoxicado tu mente. Aunque quisiera, no puedo dejarte con vida. Quizás no hoy, ni tampoco mañana, pero tarde o temprano te volverás en nuestra contra. Tú y todos los tuyos. Lara...

—Cállate de una vez —interrumpió de repente una segunda voz.

Jonah alzó la mirada hacia lo alto de las escaleras, repentinamente asustado. A sus espaldas, sin que se hubiese dado cuenta de que se aproximaba, había una segunda sombra. Una segunda sombra que, sin mediar palabra, estrelló con tal fuerza la culata de su arma contra su cabeza Jonah que este cayó escaleras abajo.

Méndez ya estaba inconsciente cuando finalmente su cuerpo se estrelló violentamente contra el suelo de mármol.

El hombre del piso superior descendió las escaleras una a una, con paso tranquilo, hasta alcanzar el nivel inferior. Una vez en este, pasó por encima del cuerpo de Méndez sin dedicarle tan siquiera una mirada, y se acercó a su compañero.

Apoyó la mano sobre su muñeca y la empujó hacia abajo con suavidad, logrando así que dejase de encañonarle. Tal era el nerviosismo del hombre que su cuerpo se había quedado engarrotado en posición de ataque.

—¿Es que has olvidado ya lo que ha dicho Bullock? —le susurró el recién llegado a modo de advertencia—. No los mates: los quiere vivos.

—Vivos, sí... ¿pero para qué? ¡Tarde o temprano se volverán en nuestra contra, y... y...!

—Nadie ha pedido tu opinión, Manfred: simplemente hazlo. Vamos a necesitarlos para salir con vida de este planeta.

—Volker no lo permitirá, Varg, como si no lo supieses. Los está engañando: los ha manipulado en nuestra contra.

—Ya veremos. Ahora vamos: volvamos antes de que nos encuentren.

—¿Y qué pasa con él?

El tal Varg desvió la mirada hacia el cuerpo que yacía en el suelo. El golpe había sido fuerte, muy fuerte, y ahora la sangre corría por su sien, pero pronto despertaría. De haber querido matarle, podría haberlo hecho. No obstante, no era el momento ni el lugar. Además, Bullock los quería vivos, así que no había nada que decir al respecto. Varg Mysen sabía lo que significaba una orden, y bajo ningún concepto iba a incumplirla.

Negó con la cabeza.

—Ya despertará. Ahora vamos: tenemos que salir de la ciudad antes de que llegue la media noche.



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