Capítulo 29
Capítulo 29
Aunque nunca lo admitiría públicamente, Sarah estaba disfrutando del espectáculo. El "Circo de los Cinco Soles" ofrecía un producto diferente y de gran nivel por el que, incluso en aquellas circunstancias, era complicado no sentirse hechizado por su encanto.
Sarah no era demasiado aficionada a aquel tipo de eventos, pero en aquel entonces tal era la fascinación con la que miraba la arena que olvidó su condición de prisionera. Parte del mérito venía dado por el magnífico juego de luces y sombras de los focos y la música ambiental gracias a la que la atmósfera del lugar era tan cálida y acogedora. Fuese quien fuese el encargado, era un auténtico maestro. No obstante, aunque aquellos factores ayudaban, los que realmente marcaban la diferencia eran los artistas. Todos ellos brillaban con luz propia mientras ejecutaban ejercicios prácticamente imposibles. La belleza de sus coreografías y la astucia de sus diálogos era tal que resultaba complicado borrar la sonrisa. Era una lástima que fuese a morir de la forma más cruel que se le ocurriese a su directora, de lo contrario habría disfrutado de una de las veladas más bellas y enriquecedoras de su vida.
—Es fascinante —murmuró con la mirada fija en la equilibrista.
Se trataba de una hermosa mujer vestida totalmente de blanco, con el cabello cubierto por una peluca nívea y dos círculos rojos pintados en los pómulos, que en aquel entonces estaba subida en lo alto de un cable. En un principio su ejercicio se había basado en su sorprendente capacidad de mantener el equilibrio sobre el fino hilo de oro que cruzaba la arena de punta a punta a más de veinte metros de altura. Con el transcurso de los segundos, sin embargo, los sencillos paseos de un extremo al otro habían acabado convirtiéndose en una tabla de acrobacias tan bien ejecutadas que ponía los pelos de punta.
—Es buena, sí —admitió Ehrlen.
—Me pregunto si estará atada a algo.
Aunque a simple vista pudiese parecerlo, varios ejercicios habían llevado a la artista a girar alrededor del hilo de oro sujeta únicamente por las manos, por lo que la opción de que estuviese sujeta a algo perdía consistencia. Cabía la posibilidad de que hubiese magia de por medio, por supuesto, pero Sarah tenía serias dudas al respecto. Incluso sin estar en su cuerpo, era evidente que la equilibrista era una auténtica maestra en la materia. Era innegable que el estar ya muerta facilitaba las cosas, desde luego. Aunque se estrellase y su cuerpo muriese, tarde o temprano encontraría otro que ocupar, por lo que no tenía de qué preocuparse. No obstante, incluso así, era innegable que tenía talento.
Tanto talento que, finalizado su número, Sarah intentó aplaudir.
—Maldita sea —exclamó al verse inmovilizada.
Frustrada, Sarah miró de izquierda a derecha, en busca de alternativas, hasta que optó por silbar. Los guardias y los cadáveres estaban festejando el espectáculo, entusiasmados tras la magistral demostración. Gritaban y silbaban... al menos los vivos, claro. Los muertos sencillamente entrechocaban las palmas. Y aunque lo hacían con disimulo, algunos de sus compañeros también demostraban su respeto a la artista con asentimientos aprobatorios.
Al parecer, Sarah no había sido la única fascinada por el gran talento de la artista.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? —la increpó Alysson a su lado—. ¿No se supone que deberías estar intentando desatarte?
La agente esperó a que la artista se despidiese del público animadamente lanzando un par de besos para responder a Alysson. Ciertamente, su compañera tenía razón. Debería estar concentrada en encontrar la forma de soltarse, pero dada la evidente imposibilidad, había optado por disfrutar del espectáculo. ¿Qué otra cosa podía hacer, sino?
—No es posible —confesó Sarah para disgusto de la superviviente—. En estas circunstancias, no puedo.
—¿Qué demonios significa eso? —replicó Alysson con los ojos muy abiertos—. ¡Shrader!
Al otro lado de la agente, con la mirada fija en la arena, Ehrlen se mantenía en completo silencio, pensativo. A simple vista parecía estar en trance, probablemente hundido en sus propios pensamientos, pero lo cierto era que no perdía detalle del espectáculo. Ni había pasado por alto las palabras de bienvenida de Volker, ni tampoco los trucos de cartas del primer mago que había entrado en escena. Personalmente le había gustado más el espectáculo de los dos acróbatas de tierra que habían proseguido con la función, pero era innegable que la equilibrista había estado sensacional.
Pero aunque no perdía detalle de la representación, tampoco se daba por vencido en su deseo de escapar. Al igual que le sucedía a Sarah, Shrader no había dado aún con la forma de liberarse pero confiaba en que tarde o temprano la encontraría.
—No puedo hacer magia —explicó Shrader unos segundos después, girándose ya hacia sus compañeras—. Pero no pierdas la fe, encontraré la forma de que nos soltemos.
—Tú no, ¡pero ella sí! —insistió Alysson—. ¿No decías que habías estudiado en la misma Academia que esa bruja? ¡Pues demuéstralo! ¡Haz algo para soltarnos!
La agente se encogió de hombros. La simple petición había logrado hacerla sonreír.
—Yo no hago magia.
—¡Pero conoces los hechizos!
—Los conozco, sí —admitió Sarah—. Pero yo no hago magia, insisto. He sido adiestrada para dar caza a quién los usa, no para que los emplee en mi propio beneficio.
—¡Por el amor de Dios! —Alysson puso los ojos en blanco— ¡Shrader, haz algo!
Ehrlen dedicó unos instantes a mirar a Sarah de reojo. Aunque no conocía aún demasiado a su agente, aquella mujer había demostrado varias cualidades y defectos a lo largo de aquellos días, y ninguno de ellos había sido la estupidez precisamente. Si Sarah hubiese podido emplear aquellas artes para liberarlos, no habría dudado en hacerlo. El que no lo hubiese hecho era sencillamente porque, por alguna razón, no podía. Pero no iba a decirlo, por supuesto. Argento era orgullosa, y por mucho que Alysson o él mismo intentasen sonsacarle la verdad, no la revelaría.
Volvió a mirar al frente. Transcurridos un par de minutos, los focos habían vuelto a iluminar la arena para que, procedente del otro lado del telón, una mujer saliese a escena acompañada por una veintena de impresionantes y lobos blancos. Ya en el centro del escenario, la recién llegada ladró una orden y las bestias formaron un círculo perfecto a su alrededor.
Había llegado el turno de la domadora.
—No puedes, ¿verdad? —preguntó Ehrlen en apenas un susurro, cómplice. La gran distancia que hasta entonces los había separado parecía haber desaparecido en manos de Mali Mason y su circo de los horrores—. Soltarte, digo.
—No, ¿tú?
Ehrlen negó con la cabeza.
—Me temo que no.
—¿Qué hacemos entonces?
—El espectáculo no está nada mal —sentenció él, y se encogió de hombros—. Veamos a ver cómo sigue hasta que llegue nuestro momento.
—¿Y qué pasa si no llega? —preguntó Alysson con nerviosismo, a sabiendas de que estaban intentando que ella no les escuchase.
—Llegará —respondió Ehrlen con amabilidad, y le dedicó una reconfortante sonrisa cargada de sinceridad—. Para algo estamos en el palco presidencial, ¿no crees? Estoy convencido de que, tarde o temprano, necesitarán voluntarios...
Y no se equivocaba.
Tracy estaba asustada. Situada en las afueras de la carpa, a más de doscientos metros del acceso trasero, la piloto observaba el ir y venir de los distintos componentes del circo por los alrededores. La mayoría de ellos eran trabajadores armados que vigilaban la zona, atentos ante cualquier amenaza, pero también había artistas que, vestidos con llamativos trajes de colores, iban y venían del edificio colindante a la carpa pasando por la zona de almacenaje.
No iba a ser fácil alcanzar su objetivo. Aunque en un principio había creído que podría rodear la zona hasta localizar algún punto débil en el que intervenir, lo cierto era que todo parecía vigilado. Algunos sectores parecían algo más despejados, pero allí, en lugar de guardianes humanos, eran lobos los que custodiaban los alrededores, por lo que no podía arriesgarse.
Iba a ser complicado.
Se preguntó qué hacer. Valiéndose de las sombras y de las rondas de los vigilantes había logrado avanzar mucho, pero llegado a aquel punto dudaba poder seguir sin ser vista. Tracy no quería abrirse paso a la fuerza, ni muchísimo menos tener que asesinar a nadie, pero empezaba a tener dudas sobre cómo seguir. En ciertos puntos únicamente había un vigilante, por lo que podría intentar abatirle y acceder a la carpa desde aquel punto... claro que para ello era necesario ser un buen tirador y ella no tenía apenas práctica...
Un fogonazo de luz procedente del interior del circo captó su atención. Tracy alzó la mirada e inmediatamente después escuchó el aplauso de decenas de personas. Silbidos, ovaciones... resultaba un sonido atronador, mucho más de lo que cabría esperar teniendo en cuenta el número de presentes, pero lo suficientemente convincente como para que la piloto comprendiese que tenía que actuar con rapidez. Tracy desvió la vista hacia lo alto de la estructura, allí donde tres trabajadores movían decenas de hilos cual marionetistas, y alzó su pistola. Por suerte para ella, desconocía que aquellos eran los hombres que lograban con su magia y toque de muñeca que los cadáveres aplaudieran.
Desvió el arma hacia uno de ellos y apuntó al cuerpo. Mientras tanto, ya en silencio, la carpa se preparaba para la inminente entrada de la domadora y gran parte de los lobos vigía.
Cogió aire y miró su crono. En cuanto llegase el momento pactado, dispararía.
Tras dar un rodeo al edificio para comprobar todas las entradas, Jonah guió a Varg hasta la parte trasera, donde una ventana medio abierta les permitiría entrar sin ser vistos. El piloto ayudó a Mysen a que se subiese a sus espaldas y, en completo silencio, este se encaramó por el muro hasta alcanzar el hueco. Empujó la ventana batiente, metió medio cuerpo y, afianzando las manos en el muro, se fue abriendo paso poco a poco, tratando de evitar que la herida del pecho entrase en contacto con el marco, hasta alcanzar su interior. Unos segundos después, tras barrer con la mirada la sombría estancia, indicó a Jonah que le siguiese con un silbido.
Ya dentro, Jonah tomó la delantera, tal y como habían acordado. El piloto atravesó la sala con paso silencioso hasta alcanzar la puerta. Se detuvo a escuchar. Procedente del otro lado se oían voces y pasos.
—Silencio —le pidió a su compañero.
Un par de personas pasaron junto a la puerta, probablemente en dirección a la salida. Jonah esperó a que sus pasos se silenciaran y, desenfundando ya la pistola, entreabrió la puerta. Al otro lado del umbral aguardaba un pasadizo iluminado con antorchas. Comprobó que no hubiese nadie por la zona y empezaron a avanzar. Desconocían hacia dónde debían ir, pero guiándose por el sonido de las pisadas de los hombres que acababan de salir se adentraron en el pasadizo. Al final de este aguardaba una amplia estancia totalmente vacía en cuyo interior había dos puertas cerradas. Jonah y Varg entraron, lanzaron un rápido vistazo a su alrededor y cada uno de ellos se situó junto a una de las entradas. Apoyaron la oreja sobre la hoja de madera. A continuación, retrocediendo unos pasos para situarse detrás, Varg se alejó un par de metros y aguardó a que, pasados diez segundos, la puerta se abriese. De su interior surgió una única persona que, vestida totalmente de rojo con una peluca naranja rizada plantada sobre la cabeza, se dispuso a entrar en la sala.
Varg se encargó de noquearla con un fuerte golpe de culata en la cabeza. Dejó que el cuerpo cayese a peso en el suelo, la pateó un par de veces, asegurándose así de que no estuviese consciente, e hizo un ademán con la cabeza a Jonah para que lo siguiese. Este, perplejo ante la brutalidad del golpe, tardó unos segundos en reaccionar.
—Ha sonado a hueso roto —advirtió mientras acudía a su encuentro—. Creo que lo has matado.
—Pues mira tú qué lastima... —replicó Varg con acidez—. Vamos, sigamos.
—¿Y lo vamos a dejar aquí? Lo descubrirán.
—Tarde o temprano nos van a pillar, así que da igual. No vamos bien de tiempo... además, ¿ves algún lado dónde esconderlo?
Varg no aguardó a la respuesta. Atravesó la puerta y se adentró en un segundo corredor iluminado por más antorchas.
—Lo que tú digas... —murmuró Jonah.
Juntos recorrieron el pasadizo con paso rápido, conscientes de que de un momento a otro podrían volver a cruzarse con otro trabajador, hasta alcanzar unas escaleras que descendían a un nivel subterráneo. Varg y Jonah cruzaron una fugaz mirada, inquietos ante la oscuridad procedente del piso inferior, y prosiguieron con el avance. Varios metros por debajo, las escaleras daban a una estancia circular de paredes oscuras en las que había varios cuadros expuestos. Unos cuadros que, aunque las imágenes que mostraban resultaban muy llamativas, pues se trataba de escenarios de fantasía plasmados con grandísimo talento, lo que más los distinguía era su tamaño.
Varg y Jonah tardaron tan solo unos segundos en darse cuenta de que, por sus dimensiones y teniendo en cuenta que no había puertas, tras aquellas obras de arte debían encontrarse los accesos al resto de salas.
Lo comprobaron moviendo uno de ellos. Con tan solo tocarlo, el cuadro empezó a girar sobre unos goznes instalados en el lateral izquierdo, dejando así a la vista un nuevo pasadizo.
—Cinco cuadros, cinco caminos —murmuró Varg, y retrocedió unos pasos para comprobar las imágenes.
Aunque en un principio habían sido solo paisajes, poco a poco las escenas estaban cambiando y en ellas iban apareciendo distintos personajes de circo. Un payaso llorando cuyas lágrimas guardaban tormentas en su interior y una malabarista de fuego que hacía girar crías de fénix en vez de esferas; un ilusionista armado con cartas llenas de cráneos, una domadora con cola y melena de león y por último una contorsionista con cuerpo de serpiente. Toda una variedad de imágenes que, aunque inquietantes, lograron arrancarles una sonrisa.
Varg se tomó unos segundos para decidir cuál elegir.
—Tenemos que dividirnos —decidió—. Iremos más rápido.
—Eso parece —admitió Jonah, situándose frente a la puerta de la malabarista—. Yo empezaré por esta.
—De acuerdo, si tienes problemas, grita.
Jonah asintió y apartó el cuadro, dejando a Mysen frente al del payaso. Al otro lado del umbral aguardaba un pasadizo totalmente iluminado por centenares de antorchas que, situadas estratégicamente, conformaban un pasadizo de fuego...
Cogió aire y alzó la pistola. Procedente del final del camino, en el interior de una amplia estancia, alguien estaba cantando. Jonah fue avanzando con precaución, sintiendo su temperatura corporal aumentar peligrosamente al pasar junto a las llamas, hasta alcanzar la puerta. Una vez allí se detuvo junto al umbral, cogió aire y abrió de una patada.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver ante él una amplia estancia repleta de los centenares de reflejos de una misma mujer sentada en el suelo que, mirándole desde distintos ángulos, le sonreía a modo de bienvenida. Se trataba de una adulta de unos cincuenta años de edad de larga cabellera rubia despeinada y ropajes rojos como la sangre. Tenía la cara llena de marcas rituales violetas, y las manos, una desnuda y la otra cerrada alrededor de un puñal, pintadas de negro.
—Vaya, vaya, vaya... ¡quién tenemos aquí! —dijo mientras se ponía en pie—. ¡Y yo que pensaba que no iba a divertirme...!
Una vez en pie, la mujer alzó el cuchillo, ladeó ligeramente el rostro y ella y todos sus reflejos empezaron a correr hacia Jonah. Asustado, el piloto se apresuró a disparar contra ella pero el proyectil no logró detenerla. En lugar de ello, hizo saltar por los aires uno de las decenas de espejos que, situados estratégicamente en la sala, la habían convertido en un auténtico laberinto.
—Oh, mierda...
—¡Tiro fallido! —exclamó la mujer—. ¡Prueba otra vez!
Y mientras que Jonah veía a su adversaria cada vez más cerca, dispuesta a hundir el puñal en su corazón, Varg había descendido unas largas y empinadas escaleras y se encontraba en un gran almacén repleto de cofres, cajas y baúles en cuyo interior aguardaban miles de bolas de cristal.
—Si de veras crees que con esto vas a poder conmigo... —dijo tras abrir la tercera caja de madera y encontrarla repleta de esferas—, es que no sabes con quién tratas, maldita bruja.
Acto seguido se encaminó hacia una de las antorchas que iluminaba la estancia, la descolgó y la tiró sobre las cajas de madera. Estuviese allí el orbe real o no, todos arderían por igual.
—¿Cómo logrará que la obedezcan?
Aunque incluso desde la distancia aquellos seres eran capaces de intimidar al más valiente, lo cierto era que verles cumplir las órdenes de la domadora con tanta obediencia resultaba muy estimulante. Para deleite de sus espectadores, Genevra estaba realizando unos complicados ejercicios de equilibrismo que sus mascotas, pues teniendo en cuenta el modo en el que se comportaban con ella no se las podía denominar de otra forma, imitaban a la perfección. Levantaban una pata, la otra, se retorcían, se tumbaban... y todo en completo silencio, sin emitir quejido alguno.
Aquel era, sin lugar a dudas, un espectáculo digno de ver.
—¿A ti qué te parece, Park? —respondió Neiria a su lado, con el semblante ensombrecido desde hacía horas. Sentado junto a ella, el cadáver de Jöram miraba al frente con los ojos abiertos de par en par—. Es brujería.
—No nos iría nada mal tener a unos cuantos de esos de nuestro lado, ¿eh?
—Pídeselo a tu amiguita, lo mismo lo consigue.
Leo desvió la mirada hacia el palco presidencial justo cuando el espectáculo de Genevra llenó a su final. Los trabajadores infiltrados entre las filas se pusieron en pie y, acompañados por los cuerpos sin vida, empezaron a aplaudir y silbar, fascinados ante el magnífico ejercicio que acababa de ejecutar su compañera. Ella, encantada, respondió a la ovación con una reverencia.
—¡Gracias! —exclamó.
—Enhorabuena, querida —la felicitó Mali Mason, surgiendo de detrás del telón con su sombrero de copa bien plantado sobre la cabeza—. Tu conexión con el reino animal no tiene igual. Serías capaz de domesticar al mismísimo cerbero si aquí se presentase.
—Tan solo necesitas ponérmelo delante para que te lo demuestre, directora.
—Serías capaz... —Mali le rodeó los hombros con el brazo y se acercó unos pasos hacia el público—. Pero veo en vuestros ojos que no todos creéis en el potencial de mi querida Genevra. Es cosa de brujería, pensáis... y puede que así sea. Puede que en realidad sea yo quien controla a estas fieras y no mi querida Genevra. Es por ello que, dado que quiero que creáis tanto en mí como en mis artistas, os voy a proponer un trato. ¿Qué tal si uno de vosotros baja y ve de primera mano lo que sucede aquí abajo? Así podrá vigilarme... asegurarse de que no hago nada. Sería divertido, ¿verdad?
El público respondió con aplausos y ovaciones. En cualquier otro circo, los niños se habrían levantado, ansiosos por ofrecerse como voluntarios. Pocas ocasiones tendrían en sus vidas de estar tan cerca de animales tan impresionantes como aquellos lobos. En aquel entones, sin embargo, nadie se levantó. Y no lo hicieron no solo porque físicamente no pudieran, sino porque, en el fondo, todos sabían lo que aquello comportaba.
Leo y Neiria intercambiaron una fugaz mirada llena de nerviosismo al sentir que los ojos de la directora se fijaban en ellos. Ambos la observaron desde la distancia, tratando de ocultar el miedo que la mera conexión ocular les causaba, y aguardaron pacientemente hasta que, tras disfrutar de los segundos de pánico causados, Mali desvió la mirada hacia sus siguientes víctimas. Un par de minutos después, tras lograr atemorizar a todos los presentes, hizo un ligero ademán con la cabeza en dirección hacia el palco presidencial.
—¡Estoy convencida de que no hay nadie en este circo al que le haga más ilusión conocer a mis cachorros de cerca que a ti, querida Alysson!
—Sé fuerte.
Aquellas dos palabras fueron las últimas que Ehrlen le dedicó a la superviviente antes de que los guardias la desatasen y la llevasen a rastras hasta la arena. Durante el traslado la mujer trató de resistirse, luchó y gritó, pero sus esfuerzos fueron en vano. Sus captores la arrastraron hasta el centro del circo y allí volvieron a encadenarla en uno de los pilares maestros, junto a Mali, para que pudiese contemplar el espectáculo de primera mano.
La directora se agachó a su lado para saludarla con una amplia sonrisa cargada de malicia grabada en el rostro.
—Amiga mía, ya pensabas que no íbamos a volver a vernos, eh —dijo, y negó con la cabeza—. Es una lástima que Bullock no esté aquí para compartir este delicioso momento, ¡habría sido la guinda del pastel!
—No vas a lograr salirte con la tuya, Volker —le espetó Alysson, y le escupió a la cara—. Eres basura.
Ofendida ante el desagradable gesto, Mali cerró el puño y lo estrelló con violencia contra su estómago, logrando dejarla sin respiración. A continuación, agachándose a su lado, agarró su melena con fuerza y le levantó la cara.
Acercó los labios a su oído para susurrarle algo.
—Lo consiga o no, me consuela saber que ni tú ni el resto de esos cerdos estaréis vivos para verlo... disfruta.
Alysson trató de decir algo, pero el sonido no escapó de su garganta. En lugar de ello, fueron las palabras de la directora las que, invitando a la domadora que reiniciase el espectáculo, resonaron por toda la carpa.
—¡Genevra, demuestra a nuestro público de lo que eres capaz! ¡Que todos disfruten de tu gran talento!
—¡Como usted desee, directora!
Y tras decir aquellas palabras, la domadora no necesitó más que emitir una orden clara y concisa para que una de sus bestias se abalanzase sobre Alysson y hundiera sus fauces alrededor de una de sus piernas. Impresionada ante la escena, Sarah enmudeció durante unos segundos. Mientras que una parte del público aplaudía y animaba a la bestia a que devorase a una Alysson cuyos gritos no lograban escapar de su garganta, el resto asistía al espectáculo con el corazón encogido, impresionados ante la crueldad de la escena. Ciertamente Genevra no necesitaba del don de Mali para que sus lobos asesinasen a la cautiva...
—Creo que no voy a poder olvidar jamás esta noche —murmuró Sarah sin poder apartar la mirada de la escena—. Esto es...
—Silencio —interrumpió Ehrlen—. ¿No lo oyes?
Incapaz de ver ni oír más allá que las dentelladas, los aplausos y los gritos, Sarah desvió la mirada hacia su compañero, confusa. A diferencia de ella, él había estado observando las reacciones del público y había algo que había captado su atención. Algo a lo que en aquellos precisos momentos estaba mirando y que Sarah rápidamente descubrió al desviar la vista hacia las graderías.
—¿No aplauden? —preguntó con confusión—. Antes eran más, ¿verdad?
Ehrlen asintió. Ciertamente, aunque aún había varios cuantos cadáveres que entrechocaban las manos al compás, había algunos de ellos que habían quedado totalmente inmóviles, sin vida... como si la magia que hasta entonces lo hubiese estado moviendo se hubiese disipado. Y aunque aquel detalle era llamativo, había más. Aunque el tintineo de los focos lo camuflara, uno de los laterales de la carpa había empezado a brillar de una forma muy antinatural.
Además, la temperatura estaba aumentando...
—Fuego —comprendió Sarah de inmediato—. Algo se quema ahí fuera.
—Efectivamente —aseguró Ehrlen, satisfecho, y volvió la mirada al frente—. Prepárate, creo que dentro de muy poco va a llegar nuestro gran momento.
Tras prender fuego a las cajas, Tracy se apresuró a alejarse de la zona a la carrera, derribando a su paso varios de los farolillos para ocultar su posición. Para poder acercarse tanto a la carpa había tenido que esperar a que las bestias que la vigilaban entrasen en su interior y derribar a dos de los marionetistas de lo alto de la carpa. Con su caída, la mayor parte de la seguridad de la zona había acudido a su encuentro, a descubrir qué había sucedido. Y había sido entonces cuando ella había aprovechado para acercarse lo más posible y encender la madera con un mechero. Un movimiento rápido y limpio, como habría dicho su hermano. El problema era que, si bien había logrado aproximarse, alejarse no iba a ser en absoluto fácil. De hecho, tras los primeros segundos de distracción, todo se había precipitado mucho más rápido de lo que había calculado, y aunque había intentado alejarse lo máximo posible, Tracy tuvo que cambiar los planes en el último momento. La piloto recorrió ochenta metros a la carrera, concentrándose al máximo para no tropezar, pero al escuchar los primeros gritos no tuvo más remedio que ocultarse. Buscó con la mirada un lugar dónde meterse y, sin comprobar lo que había en su interior, se encaramó a uno de los barriles. Una vez en lo alto, se dejó caer en su interior. La joven se encogió, ocultándose lo máximo posible, y permaneció en completo silencio durante los segundos que, tras seguir su rastro, los trabajadores deambularon por la zona, buscándola.
Se cubrió la cabeza con las manos y cerró los ojos, como si aquello sirviese de algo. Afortunadamente para ella, la suerte le sonrió lo suficiente como para que, al menos por el momento, nadie la localizase.
Aguardó unos minutos más a que el sonido de los pasos de los vigilantes se alejasen. Tracy dejó que pasaran unos cuantos segundos de silencio y, creyéndose a salvo, se levantó, dispuesta a proseguir con su plan. Lamentablemente, tan solo necesitó sacar la cabeza del barril para descubrir que, acomodada frente a ella desde hacia rato, una vigilante la aguardaba con la pistola alzada y el dedo sobre el gatillo.
—Se acabó el juego, querida.
Dejando caer el arma al interior del barril, Tracy alzó las manos. Muy a su pesar, había perdido la partida. A continuación, cumpliendo con las órdenes de la mujer, salió de su escondite con movimientos lentos y se alejó unos pasos. Tras ella, el lateral de la carpa ardía a pesar de los intentos de varios de los trabajadores de apagar las llamas. El incendio, aunque pequeño, poco a poco iba apoderándose de la estructura, tal y como ella había sospechado que sucedería.
—Esto ha sido cosa tuya, ¿verdad? —la increpó la vigilante que, logrando con ello que cayese al suelo de rodillas, le golpeó la cabeza con la culata de la pistola—. Sabía que causaríais problemas. ¿Dónde está tu compañero? ¡Confiesa!
Aturdida tras el golpe, Tracy tardó unos segundos en responder. La piloto se llevó las manos a la cabeza, allí donde la mujer la había golpeado y comprobó con horror que se había manchado los dedos de sangre.
—¿Compañero? —murmuró, confusa—. Yo no...
—¿¡Dónde está!? ¡Responde!
Tracy alzó la mirada hacia la mujer, pero al ver que no respondía, esta volvió a golpearla. Lanzó el puño libre hacia su rostro, pero la piloto se retiró un poco, logrando esquivar parte del impacto. A pesar de ello, cayó al suelo de espaldas al perder el equilibrio. Furiosa, su captora lanzó una maldición al fallar el golpe y rápidamente acudió a su encuentro.
Se acuclilló a su lado.
—¡Habla, maldita sea! —le gritó con nerviosismo—. ¡Habla de una vez, o...!
Acercó el arma a su rostro a modo de amenaza. Si no hablaba, dispararía, era evidente. Estaba perdiendo la paciencia... lamentablemente, Tracy no tenía nada qué decir. Tenía compañeros, sí, pero no sabía dónde estaban. O mejor dicho, lo sabía, pero no iba a confesarlo. Así pues, solo le quedaba probar una cosa. Algo que le había enseñado a hacer Ehrlen para cuando se metiese en problemas y que, por primera vez, iba a poner a prueba.
Tracy volvió la mirada hacia un punto más allá del hombro de la mujer y alzó la mano. Inmediatamente después se incorporó.
—¡Jonah! ¡Jonah, ayúdame!
Tal y como había asegurado Ehrlen que sucedería, la mujer se giró y Tracy aprovechó aquellos pocos segundos para abalanzarse sobre ella y derribarla. Una vez en el suelo, empezaron a forcejear. Tracy le pisoteó y pateó la mano armada cuanto pudo, ignorando los intentos de esta de incorporarse, y no paró hasta, tras partirle un hueso de un pisotón, arrebatarle el arma y disparar una vez en su espalda.
Nunca olvidaría aquel primer enfrentamiento.
Ya libre de su oponente, Tracy lanzó un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie la hubiese visto y empezó a correr. Tras ella, el fuego estaba ya casi sofocado, pero había llamado lo suficiente la atención como para que gran parte de las fuerzas de Mason se encontrasen en la zona, ayudando con las tareas de extinción.
—Ahora os toca a vosotros, chicos...
Había bordado su papel.
Se había equivocado de cuadro. Mientras presionaba el gatillo de su arma, destruyendo espejo tras espejo con cada bala, Jonah se preguntaba qué habría sido de él de haber elegido otra puerta. Probablemente no hubiese corrido mejor suerte, desde luego, pero estaba convencido de que las cosas habrían sido muy diferentes. Ahora, muy a su pesar, el destino se abalanzaba sobre él a gran velocidad, en forma de mujer armada, y no sabía si lograría detenerlo a tiempo. Y es que, aunque disparaba a todos los ángulos, la imagen seguía corriendo hacia él, dispuesta a hundir el puñal en su pecho.
Era aterrador.
Se preguntó qué habría hecho Ehrlen en su lugar. El jefe siempre tenía soluciones para todo, y aquella vez no sería diferente. Él decía que tenían que ser astutos, entrar en el juego del enemigo para poder volverlo en su contra... pero aquella vez no había tiempo suficiente para ello. Los segundos corrían a gran velocidad y a Jonah se le acababan las balas...
Pero su mente no dejaba de trabajar.
Sin perder la cuenta de la munición que le quedaba, el piloto del "Gusano" siguió disparando proyectil tras proyectil hasta acabar con ella. Gracias a los disparos había logrado destruir muchos espejos, pero no detenerla. Era como si, de alguna forma, ella se hubiese posicionado en un ángulo imposible al que no hubiese forma de alcanzar... como si se ocultase detrás de algo que la protegiese.
Y mientras que él se preguntaba dónde se encontraría, ella cada vez estaba más, y más cerca. De hecho, ya podía sentir su respiración jadeante mortalmente cerca, como si viniese de muy lejos. Como si, en realidad, no estuviese allí. Lo que estaba claro era que tarde o temprano aparecería desde algún rincón y se abalanzaría sobre él. Era cuestión de segundos...
Segundos en los que los ojos de Jonah se pasearon por los restos de cristal del suelo y no percibieron reflejo alguno en ellos...
Segundos suficientes para que, sintiendo ya la respiración de su adversario muy cerca, giró sobre sí mismo y disparó por enésima vez su arma, utilizando la última bala que, siguiendo el consejo de Ehrlen, había guardado para cuando comprendiese el juego de su rival.
Acto seguido, la mujer cayó muerta en mitad del pasillo, con un agujero en el estómago. En realidad lo que había habido ante él no habían sido espejos, sino pantallas holográficas que, emitiendo la imagen de la mujer a forma de reflejo, había logrado confundirlo...
Pero no lo suficiente.
—Jueguecitos a mí —dijo con desprecio, y enfundó su arma.
Inmediatamente después, dando por finalizada el viaje a aquel corredor con una rápida batida de la estancia, regresó a la sala de los cuadros donde, tras haber prendido fuego a las centenares de esferas que había hallado en su interior, ya se encontraba Varg.
—¿Algo? —preguntó Mysen a pesar de conocer ya la respuesta—. No, claro.
—Me temo que no. ¿Tú?
—Nada.
Los dos hombres intercambiaron una rápida mirada, asintieron con la cabeza mostrándose así mutuamente su apoyo y, posicionándose frente a otros dos cuadros, se dispusieron a seguir con la búsqueda.
El juego aún no había acabado.
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