Capítulo 15


Capítulo 15








Jack no quería despegarse de la cama donde Ehrlen llevaba dos días inconsciente. Sabía que tenía que hacerlo de nuevo, que el resto de sus compañeros le necesitaban fuerte para poder mantener la estabilidad y desarrollar el trabajo para el que les habían contratado, pero no era fácil. Ver en aquel estado a alguien como Shrader era desmoralizador, y más cuando Silvanna no era capaz de descubrir qué era lo que le había llevado a aquel estado.

Erland le estaba ayudando a mantener la normalidad en la misión. Todos sus compañeros sabían lo que tenían que hacer, pero tener el apoyo del capitán era importante. A pesar de que la mayoría le aceptaba como segundo al mando, Jöram y Neiria tenían otro punto de vista. Ellos únicamente obedecían a Shrader, y por mucho que en varias ocasiones él le hubiese señalado como sustituto en caso de emergencia, hacían oídos sordos. No era gente de trato fácil precisamente. Por suerte, con Erland era más fácil. A él le escuchaban, por lo que, al menos de momento, Jack se conformaba.

—¿Sin novedad?

Aunque Silvanna le había advertido en varias ocasiones que no soportaba que la interrumpiesen mientras realizaba su trabajo, a Jack le costaba mantenerse en silencio. Verla hacer pruebas a Ehrlen sin recibir ningún tipo de información sobre los resultados le crispaba los nervios.

—Ya te he dicho que cuando hubiese algún cambio te avisaría, Jack —respondió ella sin molestarse en mirarle—. ¿Cuantas veces tengo que repetirlo?

Silvanna comprobó la tensión y la temperatura de Ehrlen. Durante las primeras horas lo había hecho constantemente, tanto de día como de noche. Superadas las veinticuatro horas, sin embargo, el ritmo había aminorado notablemente. Según decía, los resultados médicos indicaban que Ehrlen estaba bien, que era cuestión de tiempo que despertase...

Pero de momento no había ningún cambio.

Incapaz de permanecer quieto, Jack se acercó a la camilla para ver qué hacía Silvanna. Ehrlen aseguraba que era una gran profesional, que se podía confiar plenamente en ella, pero Jack tenía sus dudas al respecto. A su modo de ver la arqueóloga, que no médico, no mostraba el interés suficiente.

—Yo lo veo algo más pálido...

—Está exactamente igual que cuando lo trajeron, Jack —contestó ella, cortante—. Shrader siempre tiene ese tono de piel.

—¿Y qué me dices de las pupilas? Están más dilatadas.

—Jack...

—Tiene peor aspecto en general —prosiguió él, esquivando su mirada. De haber podido, Silvanna le habría fulminado con ella—. Es como si se estuviese apagando.

Molesta, Silvanna se cruzó de brazos y retrocedió unos pasos. Si ya bastante frustrante tener que estar haciendo funciones de médico cuando no lo era, tener que soportar los desvaríos de la "novia" del paciente lograba que el trabajo fuese insoportable.

—He pensado que quizás deberíamos intentar algo para despertarlo. Puede que si le inyectas un estimulante...

—¿Desde cuando eres médico?

La ironía con la que Silvanna formuló la pregunta fue tal que Jack se sonrojó. El agente se encogió de hombros, avergonzado, y se apartó para dejarle espacio para trabajar.

En aquel preciso momento la puerta se abrió para dar paso a Erika.

—Solo quiero ayudar —se disculpó Jack.

—¿Me ves con cara de necesitar a un enfermero? —respondió ella con suspicacia—. ¿Acaso no me ves capacitada para cuidar de Ehrlen sola?

—No, no quería decir eso.

—Entonces cierra de una maldita vez la boca, Jack. Sé lo que hago.

Silvanna musitó una maldición entre dientes, irritada, y apuntó de mala gana los resultados de las mediciones en el cuaderno, junto al resto. A continuación, sin molestarse a dedicarles una última palabra, abandonó la sala, airada. Erika la siguió con la mirada, ofendida ante su comportamiento, y cerró la puerta.

Ya a solas, se acercó al cabecero de la camilla para saludar a Ehrlen con un tierno beso en la frente.

—Nunca entenderé para qué mantenemos a esa mujer en el equipo. Cualquier otro haría mejor su trabajo.

—Los Blume son gente influyente, ya lo sabes.

—Mejor no te digo lo que opino sobre la gente influyente, Jack. 

El agente rodeó la cintura de Erika cuando esta acudió a su lado en busca de un abrazo. Al igual que él, ella también estaba preocupada por Ehrlen. Su relación no era tan estrecha como con Jack o Cailin, pero sentía un gran aprecio por él.

—Sin cambios, ¿verdad? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta—. Si te consuela, yo lo veo igual que siempre. Es como si durmiese.

—¿Tú crees?

—Sí. —Erika forzó una sonrisa—. Los Steiner y Jonah ya han vuelto, Jack. Creo que deberías hablar con ellos.

—¿La han encontrado?

—No... es como si se hubiesen esfumado.

Jack asintió. Al igual que Jöram, Neiria y Argento, los Steiner y Jonah habían salido a las calles de Cáspia en busca de Lara Volker y los suyos. Después de que Sarah llegase con Ehrlen inconsciente y le contase lo que según ella había sucedido, Waas había decidido localizar a Volker y pedirle explicaciones. Obviamente no daba credibilidad total a la versión de la agente, pues era evidente que la fantasía había jugado un papel importante en ella, pero no dudaba de que la empleada de "Veritas" estuviese detrás de lo sucedido.

No deberían haber confiado en ella.

—Si me hubiese dejado acompañarle esto no habría pasado —reflexionó con tristeza.

—O quizás sí, nunca se sabe. No te martirices, Jack. Lo importante es que lo tenemos aquí y que, como dice Blume, tarde o temprano despertará —le consoló Erika—. Eso sí, hay que admitir que hemos tenido suerte de que Sarah desobedezca todas las órdenes habidas y por haber. De lo contrario no sé qué habría pasado.

—La verdad es que sí... pero que ella no lo oiga —respondió Jack—. Ya es bastante arrogante como para encima darle alas. Además, necesito que se centre. A pesar de que en su Academia le han metido muchas tonterías en la cabeza y que su conducta es la que es, tiene un gran potencial. Si se centra puede llegar lejos.

—¿Te ha contado lo que pasó? Cailin y yo se lo hemos preguntado varias veces, pero no quiere hablar. Eso sí, está bastante alterada. Antes la fui a ver y estaba durmiendo con la pistola debajo de la almohada.

Jack no respondió. Prefería no hablar sobre el tema. Aunque hubiese desobedecido, Sarah les había hecho un gran favor trayendo de vuelta a Ehrlen, así que no quería que se convirtiese en el hazme reír del equipo con su disparatada historia.

—Asegúrate de que no hace ninguna locura más, por favor. He pedido a Rubio que la tenga vigilada, pero ya le conoces. A veces se distrae.

—Le echaré un ojo, pero no ahora. —Erika lanzó una mirada significativa a la puerta—. Te están esperando, Jack. Ve tranquilo, yo cuido de Ehrlen.

Jack asintió con la cabeza. No le gustaba tener que dejar a su buen amigo allí, y mucho menos en aquel estado, pero no tenía otra alternativa. Shrader no le perdonaría que descuidase la misión para quedarse contemplándole.

Palmeó suavemente la mano de Ehrlen a modo de despedida.

—Avísame si pasa cualquier cosa, Erika.

—Tranquilo, lo haré.

Jack le dio un rápido beso en los labios.

—No tardaré.

—No tengas prisa, no nos vamos a ir a ningún lado.

—Si le pasara cualquier cosa...

Erika cogió sus manos y las apretó con fuerza, tranquilizadora.

—No le va a pasar nada, Jack, tranquilo. El jefe es duro. Ahora vete de una vez, pesado. Al final voy a ponerme celosa.

Erika esperó a que abandonase la sala para cerrar la puerta y acercarse de nuevo al cabecero de la camilla. Apoyó el dorso de la mano sobre la mejilla de Ehrlen y la acarició con cariño, pensativa. Resultaba triste ver a un hombre tan fuerte como Shrader en aquel estado. Por suerte, despertaría. Erika no sabía cuándo, pero estaba convencida de que tarde o temprano volvería con ellos. Aquel equipo sin él a su cabeza no tenía sentido.

—Tómate tu tiempo, pero no demasiado, Ehrlen. Te necesitamos.








No lo soportaba. Aunque con el tiempo llegaría a comprender su decisión e incluso la agradecería, siendo un adolescente Ehrlen no aguantaba el tener que permanecer encerrado en aquel refugio mientras que su hermano y su padre se jugaban la vida en la guerra. Él quería participar, luchar junto a los suyos y vengar la muerte de su madre, pero su padre nunca se lo permitiría. Era demasiado joven, decía, y no se equivocaba. Quince años eran demasiado pocos. Además, había otra razón. Alphonse Alaster no quería que su linaje se perdiese, y para ello era esencial que al menos uno de sus hijos sobreviviese.

La guerra civil que azotaba su tierra natal había empezado hacía tan solo unas semanas, con el asesinato de su madre, la gobernadora Virginia Alaster, pero parecía que llevasen meses sufriendo los bombardeos. Su tío materno, Virgil Alaster, llevaba muchos años mostrándose disconforme ante las decisiones políticas de su hermana. Según había podido saber Ehrlen a través de su hermano Christian, Virgil nunca había compartido la ideología de su padre y su tío paterno, Alfred Erikssen. Para él, las reformas que proponían eran un sacrilegio. Después de tantas generaciones en el poder, consideraba que las tradiciones impuestas por sus antepasados debían ser respetadas y veneradas. Que nadie podía cambiarlas. Alfred y Alphonse, sin embargo, tenían otros planes  muy diferentes para Ferenhall.

Durante años las disputas entre sus tíos materno y paterno habían desestabilizado la familia. Su madre, la auténtica gobernadora, había intentado que la situación mejorase haciendo concesiones en ambos bandos, pero en los últimos años las medidas impuestas por su gobierno habían acabado provocando una ruptura total entre ella y su hermano. Virgil se había sentido profundamente traicionado por Virginia, a la que consideraba estar siendo manipulada por los hermanos Erikssen, y había abandonando el país.

Y durante tres años no habían vuelto a saber nada de él hasta que, dos meses atrás, había regresado... y no lo había hecho solo. Virgil había vuelto con un ejército. Poco tiempo después, tras semanas de tensas negociaciones, la guerra acabaría estallando con la muerte de Virginia a manos de su propio hermano.

—¡Pero puedo ayudar! ¡Sé disparar!, Christian me enseñó. Además, ¡él tampoco es mayor de edad! ¿Por qué él puede y yo no?

—Porque es mi decisión, y punto. Deja de discutir, Ehrlen. Te quedarás aquí hasta que la guerra acabe. Si salimos victoriosos, volverás con tu hermano y conmigo a casa. De lo contrario...

—¡Ni te lo plantees!

—Ojalá pudiese hacerlo, hijo. —Entristecido, Alphonse Alaster apoyó la mano sobre el hombro de su hijo y lo apretó con fuerza—. De lo contrario tendrás que huir y empezar desde cero en otro lugar. Ya he informado a los nuestros: llegado el momento, sabrán lo que tienen que hacer.

—¡Pero yo no quiero irme! Si me dejases participar, podría cambiar las cosas.

—¿Tú?

—¡Sí! ¡Yo! No sabes de lo que soy capaz, padre. He aprendido mucho. He aprendido muchísimo durante estos años. Si confiases en mí...

—Ya llegará tu momento, Ehrlen. Ahora debes esperar, es lo mejor para ti. Créeme, con el tiempo lo entenderás.

Ehrlen recordaría aquellas últimas palabras de su padre el resto de su vida.

Antes de partir, consciente de que cabía la posibilidad de que no volviesen a verse nunca más, Alphonse había intentado hablar una última vez con su hijo, pero el orgullo herido de este había impedido que le abriese la puerta. Dos meses después, cuando le comunicasen la muerte de su padre y de su hermano en el frente, Ehrlen lamentaría enormemente aquella decisión.

Alfred Erikssen aún creía que podrían vencer la guerra cuando Ehrlen quedó huérfano. En aquel entonces debería haber cumplido con el deseo de su hermano de poner a salvo a su único hijo enviándole lejos de Ferenhall, pero tal era su obsesión con acabar con Virgil que ni tan siquiera contactó con él. Ehrlen se vio solo y perdido en una realidad que día tras día iba empeorando, y lejos de usar la razón y obedecer los deseos de su padre, se dejó llevar por el ansia de venganza. Buscó la forma de escapar de la fortaleza donde los leales a Alphonse estaban preparando su huida del país y se dirigió hacia el norte, allí donde su hermano había combatido y muerto.

Pocas semanas después, tras muchos días de búsqueda, miedo y frío, Ehrlen se unió a los pocos supervivientes de la unidad de soldados en la que había luchado Christian. Después de su muerte, sus hombres habían pasado días muy complicados en los que el enemigo les había golpeado con fuerza hasta reducir su número notablemente. Por suerte, con James Shrader a la cabeza, seguían resistiendo.

—En cuanto me comunicaron que habías escapado de la capital supe que nos buscarías —le confesó James unos días después de su llegada—. Es por ello que no nos hemos movido de aquí: te estábamos esperando.

—¿Te lo dijo mi hermano?

—Me lo dijo tu hermano, sí. Y me pidió que cuidase de ti... que te protegiese con mi vida  si fuese necesario, y así haré. Le debo mucho a Christian, Ehrlen. Mucho más de lo que jamás podrías imaginar.

Ehrlen pasó varios días tratando de descubrir cómo había muerto su hermano. Christian se mostraba muy cercano y sincero con él, pero aquel era el único tema del que no quería hablar. Según decía, era demasiado doloroso. Transcurrida una semana, sin embargo, el secreto saldría a la luz cuando, tras una operación fallida de la que únicamente había logrado regresar ella con vida, Ehrlen conocería a Beatrix, la pequeña de la familia Shrader.

James le había silencio, tratando de mantener el secreto de la muerte de Christian el máximo tiempo posible, pero el cargo de conciencia que a partir de entonces siempre acompañaría a la joven provocó que, aquella misma noche decidiese confesarle la verdad.

—Fue por mi culpa —fueron sus primeras palabras.

Beatrix le había dejado una nota en el bolsillo de la chaqueta en la que le pedía que se reuniese con ella a media noche en las afueras del campamento, bajo la campana de hierro del templo. Sorprendido, pues tan solo hacía unas horas que se habían conocido, Ehrlen dudó si acudir a la cita. Le parecía extraño. De hecho, incluso temía que fuese una trampa. No obstante, finalmente decidió acudir. Si algo le había enseñado todo lo que estaba ocurriendo era que los Shrader eran leales a los Alaster.

Y en aquella ocasión no fue diferente.

—¿Por tu culpa? —respondió él, desconcertado—. ¿Qué quieres decir con que fue por tu culpa? ¿De qué hablas?

—De tu hermano. El enemigo nos tendió una trampa hace unos meses en la ciudad de Tarso, y mi unidad fue apresada.

—¿Fuiste apresada? —Ehrlen se llevó la mano a la cadera, allí donde tenía el arma que James le había dado, y cerró los dedos a su alrededor, preparado para desenfundarla en cualquier momento—. Están matando a todos los prisioneros.

—Lo sé... y a veces pienso que habría sido mejor que lo hubiesen hecho, créeme. Me utilizaron como señuelo. Virgil Alaster busca acabar con todos los miembros de tu familia, Ehrlen. No sé qué habrá pasado entre tu padre y tu tío, pero desea la muerte de todos los tuyos, incluido tu hermano, y sabía que la mejor forma de atraerlo era utilizándome. James no iba a dejarme morir sin más. Sabía que intentaría rescatarme... y sabía también que Christian no iba a dejarlo ir solo... —Beatrix hizo un alto para coger aire—. Lo siento, Ehrlen. Lo siento muchísimo. Fue culpa mía. Intenté evitarlo, pero...

Aquella fue la primera y última vez que Ehrlen vio los ojos de Beatrix llenarse de lágrimas. Después de la confesión, la joven cogió sus manos con fuerza y, ocultando la tristeza tras una máscara de determinación y fuerza, le juró que le protegería con su vida.

Y no mintió.

A partir de entonces, Beatrix se convirtió en la sombra de Ehrlen. Los dos jóvenes pasaban los días y las noches juntos, compartiendo el triste destino que les había tocado vivir. Hablaban, discutían, reían y se protegían el uno al otro. Formaban un tándem equilibrado en el que el uno aportaba lo que al otro le faltaba, y durante el tiempo que compartieron, su unión fue tal que acabaron enamorándose el uno del otro.

Tres meses después, el ejército de Virgil Alaster venció la guerra. Durante todo aquel periodo la batalla fue cruenta y fueron muchos los hombres a los que Ehrlen vio morir. Tantos que incluso perdió la cuenta. No obstante, nunca dejó que la tristeza o la desazón se apoderase de él. Su tío había acabado con toda su familia, con todos los leales a su madre, y no quería desfallecer hasta acabar con él. Lamentablemente, a pesar de sus esfuerzos, llegó el momento en el que las tropas del enemigo les localizaron y James no tuvo más remedio que enfrentarse a la dura realidad: habían sido derrotados. Antes de entregarse para tratar de salvar el máximo de vidas posible, sin embargo, los hermanos Shrader cumplieron su palabra de proteger a Ehrlen trazando un astuto plan gracias al cual el joven sería enviado a una de las colonias de la Luna junto a un familiar lejano.

Allí, con suerte, podría empezar desde cero.

Ehrlen nunca olvidaría la noche en la que, tras meses de tiras y aflojas, Beatrix y él se fundirían en su primer y último beso. La joven había decidido sacarlo durante unas horas de las ruinas donde su hermano y el resto de los suyos se ocultaban para dar un paseo por un bosque de árboles talados. Y había sido precisamente allí, rodeados de nieve y troncos cortados, donde, sin que Ehrlen fuera consciente de ello hasta unos días después, se despidió de él para siempre.

—Todos los Alaster sois muy cabezotas, Ehrlen. Cuando conocí a tu hermano creí que no podría haber nadie peor que él, pero me equivocaba. Tú bates récords.

—¿Desde cuando es malo tener las ideas claras?

—No lo es... siempre y cuando no te equivoques, claro. —Beatrix le sonrió con tristeza—. Me alegra haberte conocido, Ehrlen. Aunque no haya sido en las mejores circunstancias, ha valido la pena.

Ehrlen tomó su mano cuando ella se la tendió. Estaba desconcertado ante la actitud de Beatrix, pues hasta entonces nunca se había mostrado tan cercana, pero le gustaba. Llevaba semanas deseándolo.

—Ha valido la pena, sí.

—Me gustaría pensar que ha sido cosa del destino que nuestros caminos se hayan cruzado. ¿Tu qué crees? Sé que los Alaster sois bastante incrédulos.

—No sé si habrá sido cosa del destino, pero... —Ehrlen cogió su otra mano y la atrajo con suavidad, quedando así cara a cara—. ¿Acaso importa? Oye, Beatrix... sé que te va a sonar estúpido porque solo tenemos quince años, pero cuando todo esto acabe me gustaría que tú y yo... bueno... ya sabes.

La joven sonrió ante el repentino arranque de valentía de Ehrlen. Había empezado muy bien, decidido, pero tan solo había necesitado que Beatrix le mirase directamente a los ojos para sonrojarse y olvidarse de lo que estaba a punto de decir.

Ella tenía aquel poder sobre él.

—¿Qué sé? Vamos, sigue —le animó.

—Oh, vamos, en el fondo ya lo sabes.

—Yo no sé nada. ¿No dices que eres tan valiente? Pues vamos, es el momento de...

Los primeros copos de nieve de la noche empezaron a caer sobre ellos cuando Ehrlen selló los labios de la joven con un beso. Beatrix rodeó su cuello con los brazos y, durante largos segundos, olvidaron cuanto les rodeaba. Él olvidó que su familia había muerto y que su mundo se venía abajo; que la guerra lo había consumido todo.

Que quedaban tan solo horas para ser localizados y arrestados. Lo olvidó absolutamente todo y durante el rato que aquel beso duró, fue feliz.

Ella, sin embargo, aunque también hubiese querido serlo, no pudo. Beatrix nunca podría olvidar que lo que podría haber sido el principio de una bonita historia, en realidad era el final. Que después de aquella noche no volverían a verse.

Pero valía la pena.

—¿He sido suficientemente claro, o...? Eh, ¿a qué viene esa cara? ¿Tan mal lo he hecho?

—No, no, es solo que... —Beatrix negó suavemente con la cabeza—. Eres genial, Ehrlen.

Unas horas después, cuando despertase en el almacén de una nave de carga tras dos días de sueño profundo, rodeado de bidones y cofres cerrados, Ehrlen la odiaría por haberle engañado y apartado de la guerra. Él hubiese querido morir por la causa.

Con el tiempo, sin embargo, agradecería aquella segunda oportunidad.








—¿Sigue dormido?

Pasadas las tres de la madrugada, Sarah se encontraba en la sala habilitada como comedor en silencio, sentada frente a un plato de comida que no probaría. Los últimos acontecimientos le habían quitado el hambre. Un rato antes los hermanos Steiner habían estado con ella, pero apenas habían hablado. Simplemente habían comido y, tal y como habían llegado, se habían ido.

Nadie estaba de humor para conversar.

Con la llegada de Leo, sin embargo, se rompía al fin el silencio reinante.

—Eso parece. No me han dejado entrar a verle. Jack dice que es mejor que no le molestemos. —Leo se encogió de hombros—. Silvanna está preocupada: ya son demasiados días los que lleva así. No se lo ha dicho a nadie, pero se lo noto en la cara.

—¿Va a morir?

—No lo sé. Desde luego, si sigue mucho más tiempo así, atrapado donde sea que está, es posible.

Sarah desvió la mirada hacia la ventana, inquieta. Hacía ya cuatro días que había traído a Ehrlen prácticamente a rastras, inconsciente y frío como un témpano. Un tiempo que en cualquier otra circunstancia habría sido considerado breve pero que, en aquel entonces, parecía un año entero. 

La espera era desesperante.

Sarah había estado muy activa durante aquellas jornadas. Tras discutirlo con Jack y conseguir su aprobación, la agente había salido a las calles en busca de Volker. Y durante muchas horas había recorrido las calles, registrado todas sus bases e, incluso, sobrevolado la ciudad junto a Erland, Kare y Erika, pero no había dado con ella.

Volker parecía haber sido engullida por Eleonora... al igual que había pasado con Varg y con Manfred. De repente, la ciudad estaba totalmente vacía.

—¿Puedo hacer algo para ayudar?

—Ojalá pudieras —respondió él, y tomó asiento frente a ella. Dejó los guantes y el gorro térmico sobre la mesa. Acababa de llegar de la calle—. Bastante hiciste sacándolo de esa trampa. Todos te estamos muy agradecidos.

—No es necesario, fue pura casualidad. Pasaba por allí.

—¿Casualidad? Permíteme que lo dude, Sarah. Empezamos a conocernos.

—En eso estoy de acuerdo, empezamos a conocernos... —Sarah le dedicó una sonrisa forzada—. Y precisamente por eso sé que este encuentro no es fortuito, ¿me equivoco?

Leo respondió sacando del bolsillo interior de su chaqueta un papel doblado.

—Me encantan las chicas listas como tú.

—Lógico, ¿a quién no?

Leo estiró el papel sobre la mesa y le mostró su contenido. Dibujado con tinta de varios colores y trazos elegantes, Leo había hecho un mapa actual de la ciudad en el que aparecían los barrios delimitados, las murallas que la rodeaban y el río que atravesaba su corazón. En él también habían bastantes anotaciones, aunque nada que a ojos de Sarah destacase.

Nada salvo un círculo rojo.

Leo paseó el dedo por el dibujo, con los ojos fijos en Sarah, atento a su reacción, y lo detuvo en la zona norte, más allá de los límites de la ciudad. En aquel punto no había nada dibujado, pero ambos sabían perfectamente lo que la marca roja indicaba.

—Lo hablamos antes de llegar, ¿recuerdas?

—Tus ruinas.

—Mis ruinas, sí. Quizás te parezca que no es el mejor momento, pero unos cuantos vamos a ir a visitarlas. Los Steiner encontraron el diario de un trabajador, y en él se decía que Volker y los suyos habían visitado aquel lugar en varias ocasiones. Que escuchaban voces, y...

—¿Música de flautas?

Leo asintió con la cabeza.

—Música de flautas, sí. ¿Tú también la oyes?

—Hace días —admitió—. De hecho, si te concentras en ello, las oirás. Siempre suena de fondo, como si del hilo musical de un centro comercial se tratase. Es desconcertante.

—El chico, Kare, dijo lo mismo... y Brianna, y Will. Hay algunos que lo pueden oír a veces, sobretodo por las noches, antes de acostarse, pero hay otros que no percibimos nada. —Leo se encogió de hombros—. Sea como sea, si vosotros decís que existen, yo os creo. No puede ser casual.

—No lo es, te lo aseguro. —Sarah volvió a centrar la mirada en el mapa—. ¿Cuál es el plan? ¿Jack lo sabe?

—Jack... —Leo negó con la cabeza—. Jack bastante tiene con dirigirnos. Intentamos ponérselo fácil, pero te aseguro que no es sencillo. Ehrlen tiene un conocimiento de las directrices a seguir del que él ni tan siquiera ha oído hablar. Le falta mucho conocimiento. Eso sí, le pone voluntad... pero es complicado. Eleonora en sí misma es muy compleja. Su estructura y recursos son diferentes a lo que estamos habituados, pero bueno, eso es lo de menos. Lo que realmente pone las cosas difíciles es la situación. Por suerte, vamos avanzando. Cailin y Patrick han logrado estabilizar el flujo de energía eléctrica, y ahora trabajan en las centrales de agua y luz. Los Steiner están ayudando con las torres secundarias y Kare y Erika  con los fallos de alumbrado. El capitán se está ocupando de despejar los accesos a las criptas subterráneas donde están almacenados los núcleos energéticos de emergencia. Alguien se lo ha pasado en grande destruyendo todo cuanto se encontraba a su paso. Bullock y los suyos deben tener mucho tiempo libre.

—O Volker y los suyos —reflexionó Sarah—. Ya no tengo tan claro quién está detrás de todos estos destrozos.

—Ya... sea como sea, no hay nadie quieto. Jonah y Kara están también trabajando en algo, aunque no sé el qué. Will y Víctor están haciendo turnos de vigilancia alrededor de la base, y Brianna está analizando el agua y el aire para dictaminar los niveles de toxicidad y pureza. Helmuth está ayudando a Silvanna con la verificación de las instalaciones médicas mientras que Jöram y Neiria trabajan en el puerto del Tauco. Tú estás suspendida, Jack revisando toda la operación, y yo... bueno, yo hago un poco de todo. Es decir, estamos todos  ocupados, lo que es buena señal.

—Y sin embargo, quieres irte de excursión.

Los ojos de Leo brillaban con tanta vitalidad e ilusión que Sarah no tardó demasiado en contagiarse de su energía. Las ruinas habían sido su objetivo desde antes incluso de empezar la operación, y ahora que al fin estaba tan cerca de poder visitarlas, no podía disimular el entusiasmo. Después del gran descubrimiento subactuático de Jöram y Neiria y el diario de Newman, Leo estaba convencido de que podrían aportar mucha luz a lo que estaba ocurriendo en la ciudad.

—Los chicos de la "Neptuno" y yo vamos ir a visitarlas lo antes posible.

—¿Y no sería mejor esperar un poco a que la situación se estabilice? Con Ehrlen así, creo que no es el mejor momento.

—Seamos sinceros: si Ehrlen estuviese despierto, no nos dejaría ir. Hay que aprovechar. Además, que precisamente tú me digas esto después de todo lo que has hecho... Hicimos un trato.

—Un trato del que aún no he visto beneficios, por cierto —le recordó Sarah—. No salió bien lo de presentarme en su despacho.

—No, pero al menos no te ha despedido.

Sarah palideció al escuchar aquellas palabras. Ni tan siquiera se lo había llegado a plantear, aunque, teniendo en cuenta las cláusulas que había firmado, todo era posible.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Que no me ha despedido? —repitió en apenas un susurro—. ¿Insinúas que lo iba a hacer? ¡Venga ya!

—¿Dónde te crees que estás, Argento? ¡Esto es la "Pirámide"! El jefe te tenía entre ceja y ceja. Odia que le desobedezcan, y mucho más cuando es una novata quien lo hace. Lo considera un ataque directo a su persona. Tienes suerte de que me caigas bien, de lo contrario...

—¿De veras crees que me voy a creer que tú le hiciste cambiar de opinión? —Sarah lanzó un sonoro suspiro—. Venga ya, Park, no soy tan estúpida.

—Pregúntaselo si no te lo crees... aunque bueno, tendrás que esperar un poco para ello. —Leo se encogió de hombros con una mueca de fingida inocencia cruzándole la cara—. Hasta entonces, reclamo mi parte del trato. Tienes que acompañarnos a las ruinas.

—Tú no me das órdenes, Park, no te equivoques.

Ante la falta de conformidad de una Sarah a la que empezaba a dolerle la cabeza, Park decidió reafirmar su posición de poder para convencerla. Aquella mujer era complicada, testaruda como pocas, pero le gustaba. Era todo un desafío.

—Vas a necesitar ayuda cuando el jefe se despierte, Sarah —insistió Leo—. De esta no te libras, te lo aseguro. Es cierto que gracias a ti está vivo y en la base, pero eso no quita para que, una vez más, hayas desobedecido órdenes. No deberías haber salido sin permiso.

—Teniendo en cuenta lo que ha pasado, lo dudo.

—Se nota que no conoces a Ehrlen. Quien juega con fuego se quema, Sarah. Él no es de los que perdona, ni tampoco cree en segundas oportunidades. No después de lo que pasó con Vanessa. —Leo recogió el mapa de la mesa y volvió a doblarlo, dispuesto a guardárselo—. Pero si alguien a quien él escucha le explicase todo lo que has hecho por él...

Sarah fijó la mirada en Leo, tratando de sondearle. Todo podía tratarse de una gran estratagema para manipularla y conseguir que le acompañase a las ruinas, pero también podía ser cierto. Por todos era sabido que entre Leo y Ehrlen había muy buena relación, así que, ¿acaso no era posible?

Cerró los ojos y cogió aire, sintiéndose profundamente agotada. Empezaba a costarle sobrellevar la situación.

—Tengo que encontrar a Volker, Leo.

—Tú y todos. Por desgracia, esa mujer conoce bien la ciudad —respondió él, comprensivo—. Si no quiere que la encontremos, no lo haremos. —Leo se acuclilló frente a la agente para poder tomar sus manos y lograr así que le mirase a la cara—. Oye Sarah, antes decías que querías ayudar. Si nos acompañas, lo harás. No es simplemente un capricho.

—¿Ah, no?

—No, hay un motivo para todo esto... y no es solo por lo que pone en el diario de los Steiner, te lo aseguro. Si vienes con nosotros, te lo enseñaré, palabra, pero tienes que acompañarnos. Te necesitamos ahí arriba. Se lo pediría a algún otro agente de seguridad, pero el resto de tus compañeros me han dado la espalda en tantas ocasiones que ni tan siquiera voy a molestarme en intentarlo. Además... hay otra razón por la que tienes que ser tú quien me acompañe.

—¿Otra razón? ¿Cuál?

Leo respondió con una sonrisa.

—Ven conmigo y lo descubrirás.

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