EPILOGO
La vida en Rawberry volvió a fluir en primavera, en verano y otoño y nuevamente invierno. Esto ocurrió dos veces desde lo sucedido. Ese pueblo, aunque era lindo, no podía ser considerado una de las siete maravillas del mundo, y para Kate sería totalmente lo opuesto. Amelia falleció al año siguiente, dejándole de la casa a ella por falta de descendientes directos, y ella la vendió para alquilarse un departamento en New York, la ciudad de Manhattan. Aunque su nueva vida era relajante, no la disfrutaba en absoluto. Desde la última vez que había Sido vista por Rawberry, ella había subido bastante de peso, no lo suficiente para ser considerada un caso extremo, pero un tampoco estaba muy en forma, y hasta ella misma se decía «Saco de papas» al hablar con otros. Normalmente salía pocas veces de su apartamento, el cual podría considerarlo pequeño, pero ella decía «Aún así es igual de grande que las cucarachas que viven en él». Solía mirar telenovelas mientras disfrutaba de la compañía de sus gatos, pero ya no solía ser tan sociable como en su pasado. Olía el tabaco del Lucky Strike que su vecino consumía, mientras vivía en el sedentarismo total.
Su calendario marcaba el ocho de noviembre, iniciaba la temporada invernal de los Estados Unidos, por encima del televisor de pantalla plana PHILIPS que tenía, en el cual miraba Caso Cerrado; programa que su tía hizo que le pegase el gusto. Su reloj marcaba casi las doce de la noche —por dos minutos de diferencia—, cuando el timbre había bramando. Kate se levantó con un aire fofo y desganado del sillón en el que se encontraba, y observó fuera; ¿Fran?
Ella abrió la puerta y fue recibida por su hermana mayor, quien estaba posándose en el buzón de su puerta, al igual que aquel día en Rawberry en la casa de su tía Amelia.
—¡Hola, Sister! —exclamó Fran—, ha pasado mucho tiempo, ¿No?, Ya te echaba de menos, mi querida hermanita.
Kate, al oír eso, sintió un nudo en la garganta el cual le apretaba muy fuerte, y sus ojos comenzaron a derramar lágrimas aisladas.
—¿Hermana? —preguntó Kate desconcertada—; si... Te he echado mucho de menos, la verdad.
—Abrázame, hermanita. —dijo Fran, cabizbaja pero con algo de dulzura.
Así fue, Kate abrazó nuevamente a su hermana después de tanto tiempo, y comenzó a llorar. E sintió como ese día en la casa de su tía Amelia, recibiendo la, y la historia se repitió como la primera vez.
—¡Me alegra tanto volver a verte! —dijo Kate—; lamento no haber podido despedirte ese día
—Tranquila, sister, estoy aquí contigo —dijo Fran—... Aquí contigo... —repitió casi susurrado
Kate abrazó más fuerte a Fran, sintiendo el tacto con su cuerpo tan frío que se volvía inhumano, carente de aire exhalado, y soportando su olor a azufre, el cual le daba igual, ya que al menos pudo haberla abrazado por última vez mientras ella le volvía a repetir con una voz aterradora pero casi traumáticamente familiar:
—Ahora estoy nuevamente aquí contigo —sacando a relucir los colmillos de su boca.
El sótano de Jade – J Wolfhard Philips ©
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