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El Volkswagen había seguido su recorrido, quizás una media hora desde su partida, avanzando a todo rumbo y a toda marcha por la carretera que cruzaba el norte de Rawberry hasta la casa de Luis. El corazón de Fran estaba acelerado, su adrenalina estaba al máximo, como si hubiese bebido cincuenta tazas de café (aunque no fueron tantas). John sacó un Philip Morris mentolado encendido por la ventana y le daba pitadas cada tanto. Fran se encontraba como un toro de la ira con la vida misma, un subidón de ánimos le dio cuando sus pensamientos comenzaron a rumiar en torno al destino de Kate. Se imaginó una lápida, una del tamaño de un gabinete de computadora,
Kate Lynn McCreary
1992-2012
Fuiste una buena persona, buena hermana y buena amiga. Te echaremos de menos.
—¡Ya casi! —exclamó Fran—; ¡Casi está!
John le dio un pisotón al acelerador, con el cambio al máximo, haciendo que el coche esté a su máxima potencia en la autopista. Estaban ya en las afueras de Rawberry y poco después tendría que estar la casa.
El césped seco se hacía notar, y por el camino una que otra vaca muerta (quizás del hambre o quizás del frío) podía observarse en las profundidades del abismo oscuro que penetraba el ambiente. Fran sentía que enloquecería, pero a su vez sentía que sus responsabilidades como trabajadora era lo de menos si su hermanita estaba en problemas. A lo lejos podía observar un pequeño montón de casas y entre ellas la de Luis. Ella vio como se acercaba poco a poco y cuando llegó vio la puerta del lugar abierta; eso quería decir que ya las chicas habían entrado. ¡Mierda!, Pensó, ¡Mierda, están ahí!, Y se apuró para salir del vehículo. Bajó de ahí, piso el césped, y se volteó nuevamente al vehículo.
—¡Gracias, John! —agradeció Fran.
—Esta te la debía —replicó John.
—Si puedes quedarte —dijo Fran—, para regresar; probablemente no me tarde.
—Está bien —dijo John—,la, hoy tengo día libre...
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