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Los cajones de aquel oscuro ático se encontraban lleno de polvo, este mismo parecía no haber sido visitado en años. El lugar estaba abandonado casi en totalidad, y quizás debido a ello las telarañas abrasaban los techos, las ventanas y los muebles. Fran tosió y carraspeó un poco apenas había abierto la puertilla del suelo; tuvo que ventilar con la mano para liberar el polvo que flotaba a su alrededor. Todo lo que se oía era silencio y quizás al fondo el sonido del tren del pueblo marchar a la distancia, pitando su claxon como loco. Este lugar está horrible, pensó Fran, quizás, aunque guardásemos cosas de nuestros padres como recuerdo a su memoria, debí de haberlo limpiado un poco. Ella sacó una pequeña linterna a batería de su bolsillo, de esas que se compraba en los todo por un dólar —aunque no era precisamente de esa forma— para poder ver mejor y por si algún monstruo se le aparecía, recordando que este mismo era ciego. Con un poco de fuerza se levantó a si misma para entrar en esa zona de la casa, ya que la escalera que bajaba era solamente de mano. Por unos segundos tuvo la sensación que una tela de araña se le había enredado en el cabello, pero al tocarse no sintió absolutamente nada en su mano, y quizás los nervios le jugaban en contra. Se tranquilizó un poco y caminó lentamente, mirando las finas telas que cruzaba en el camino y esquivándolas. El aire aún así se percibía irrespirable, Fran dudo un poco en seguir avanzando o detenerse a mirar el panorama antes de ponerse a buscar, pero prosiguió en su caza. Después de un par de golpes con cajones, al no observar bien lo que había por delante, comenzó a fijar su linterna también hacia abajo. Ese lugar era casi como un cliché de película de terror, pero si sobrevivía a ello, lo limpiaría en la mañana siguiente.
Fran recorrió unos escasos metros de su punto de partida, sintiendo el crujir del suelo, hasta que encontró un pequeño cofre en el que podía guardarse ropa. Ella se arrodilló ante él, y lo abrió lentamente.
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