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El bus no tardó en llegar, entonces Briana y Kate subieron a este. Encontraron dos sillas vacías las cuales casualmente estaban juntas. El viaje fue uno de departo, en el cual hablaron sobre muchas cosas en general. Ambas habían vivido juntas aproximadamente dos semanas desde lo ocurrido en la fiesta de Briana, y entonces se volvieron más unidas que de costumbre. La actitud de Briana se sentía muy alegre, pero con un aire de preocupación debido a la situación. Ella misma había dicho mucho antes «La sonrisa es lo único que debo aprender a mantener incluso en los peores momentos», y fue así como siguió su pauta al pie de la letra. Kate se imaginaba a Briana sosteniendo una lista de cosas que ella propuso, en ristre, bajo su brazo, con el fin principal de cumplir dicho régimen. El chofer de ese vehículo era muy tranquilo, quizás un motero frustrado que colocaba una de Foghat (Slow Ride) en los parlantes a todo volumen mientras tarareaba como borracho en noche de fiesta, el cual se enteró que su pareja le engañó horas antes.

Tras largas calles que llevaban a uno que otro rincón en Rawberry, llegaron a la Plaza mayor, el gran parque del pueblo. Las chicas se bajaron dando tumbos por la escalera; Briana casi resbala, pero se mantuvo de pie en el segundo peldaño. El parque ese día estaba más vivo que los anteriores en los que pasó, los cuales Kate sintió que estaba tan desierto y desolado como el pueblo fantasma de las típicas películas de vaqueros en el Lejano Oeste con el típico Cowboy desenfundando su Colt 45 colocando sus piernas en forma de arco y mirando al bandido, el cual habría sido atrapado sin escapatoria alguna. Ese día en la plaza se veían familias de todo el pueblo, y un par de ellas eran de conocidos, ya que el pueblo no era tan grande como para distanciarse tanto. Las luces del Cinema Center titilaban anunciando un nuevo estreno en ese lugar, llamando la atención de muchos cinéfilos locales, quienes con pochoclos y gaseosas; algunos la colocaban en un casco que las sostenía con una bombilla que se dirigía de este a su boca. Kate había visto a un hombre de unos treinta y siete años de edad aproximados, con una gorra de Los chicos de Rawberry en las ligas de Baseball pasar a su lado, casi tan rápido que colisionaban, pero la esquivó a tiempo.

—¡Vamos! —le dijo Kate a Briana—. Está ahí.

—¡Adelante, Kate! —exclamó Briana—, seguramente encontraremos algo, así que tranquila.

Frente a ellas estaba el museo Frederick Johnson con sus puertas abiertas al público. La gente entraba y salía a voluntad de ahí para ver las exposiciones que habían hecho desde el personal, y todo sobre la historia del pueblo en el que habitaban. Las jóvenes supieron que era el momento de preguntar a alguien sobre la historia de aquella cosa, o algo relacionado si es que no sabía de lo que hablaban. Quizás hablar sobre sacrificios, o sobre el pueblo de leñadores de la antigua Rawberry. Durante el cruce de calles, Kate casi se tropieza con el carrito de un heladero, pero lo sorteó para seguir el camino. 

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