37
Mientras se hallaba tras el viejo mostrador de Dickson, a Kate le vino a la mente la imagen de Sarah en el supermercado; recordó lo ocurrido en el edificio del puerto, y la forma aterradora que ella había tomado al terminar la conferencia. Era, tal vez, un demonio disfrazado de chica, o quizás una bruja tipo Sabrina, la bruja adolescente, esa que pasaban por la televisión junto a series como Alf, cuando ella era apenas una pequeña. Max estaba puliendo algunas esculturas con un trapo, esperando a que ningún cliente logre ver alguna pizca de polvo en ellas —tal cual Dickson le había ordenado—. En una vieja radio se oía bramar una emisora local ECR 18.5 FM, una de Jane's Addiction, dónde Perry Farrell era cantante, y Kate amaba esa banda.
—Parece que te gusta la onda noventera, chiquilla. —dijo Max.
—Sí... bueno, me han criado en los noventa. —replicó Kate—; mi hermana solía escuchar este tipo de rock muy seguido.
—Veo que recuerdas mucho a tu hermana —observó Max—; yo tenía un hermano catorce años mayor que yo; pero fue asesinado.
Kate, al oír esa palabra se alteró un poco; no podía imaginar cómo sería su vida si Fran muriese, sin embargo, se sorprendió al ver a Max haciendo la suya con total normalidad.
—¿No lo echas de menos? —preguntó Kate.
—Sí —dijo Max—, mucho. Él me enseñó todo lo que se actualmente sobre armamento. Él trabajaba en la marina.
A ella le hizo recordar a sus padres; trabajaban como científicos militares, pero probablemente murieron de distintas causas. Aunque Kate no sabía muy bien el motivo por el cual a sus padres les ocurrió eso exactamente, pero sabía que no habían muerto de buena forma. Cuando Fran recibió la noticia quiso verlos, y los doctores habían respondido «Mejor que no lo hagas, y te quedes con el recuerdo de ellos al estar con vida» o algo así le llegó a la mente.
—¿Sabes?, Mis padres también trabajaban en la milicia —replicó Kate—, ellos murieron, y nadie supo explicarnos el motivo. —agregó con la cabeza gacha.
—Mi hermano fue encontrado con la cara y parte de la cabeza abierta completamente —dijo Max—; alguien le pegó un escopetazo, o eso parecía.
—Suena bastante feo —repuso Kate—; ¿Cómo puedes no sentirte mal al recordarlo?
—Bien, creo que él habrá fallecido orgulloso de todo lo que hizo en su vida —replicó—. Hay veces en lo que no importa si hiciste más o menos cosas que alguien más, sino que solamente importa que hayas sido feliz con tus propios logros; tus propias metas realizadas... Yo creo que él estaría feliz, o al menos, yo lo estoy por lo que él hizo; me enorgullece haberlo tenido como hermano. —agregó y sonrió sin interrumpir su labor en absoluto; y no de forma cómica, sino que más bien se podía notar el ademán de orgullo en él. Kate acompañó su sonrisa emitiendo otra y se levantó.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó Kate.
—Está bien —replicó Max con una leve sonrisa—; Si, si... si quieres.
Tomó un plumero y comenzó a sacudirlo el polvo a las esculturas de madera que había en el lugar. Fue un arduo trabajo para ambos, pero alcanzaron a terminarlo. Cada tanto llegaba un cliente a pedir algo, y Kate era quien atendía al susodicho. Hicieron un buen equipo ese día, tanto así que después de eso, Kate dejó de sentir el temor por no hacer bien su trabajo, y comenzó a sentir comodidad, junto a una sensación de familiaridad en ese lugar. A veces aquellos a los que ves como autoridad, cuando los conoces bien, se vuelven tus pares; sensación que sintió en el bachillerato cuando en sus últimos años ahí hablaba con sus profesores sobre la vida cotidiana que llevaba, y no solamente de los trabajos que debía entregar al día siguiente. Somos humanos, eso nos hace diferentes, pero aún así compartimos la vida. Pensó.
Dickson había regresado caminando al lugar; estuvo recibiendo cargamento de la empresa de leñadores del sur de Rawberry, un montón de troncos hechos de árboles de roble, abedul, abeto, y otros tipos. Ese lugar tenía una empresa que se dedicaba a volver a plantar árboles en el lugar, para evitar que la fauna se vea afectada por dicha tala; Dickson lo había planeado perfectamente para evitar que el ambiente del pueblo se vea afectado.
—¡Bien, niños! —dijo Dickson—, parece que hicieron un buen trabajo. ¡Espero que sigan así!, Yo estaré entrando madera a la parte de atrás, por si me necesitan.
Entonces volvió a salir por la puerta trasera del local.
—Bien —dijo Max.
—No llegó hasta ahí —avisó Kate, dando pequeños saltos a una repisa, sin lograr alcanzar los objetos.
—¿Te ayudo, pequeña? —preguntó Max.
—No soy tan pequeña. —masculló Kate algo ruborizada. Entonces Max colocó las manos en la cintura de Kate y la levantó.
—¿Ahí alcanzas?
—Bueno... alcancé algunos objetos.
Max emitió una ligera carcajada y al aviso de Kate, la bajó.
—¡Lo hice! —exclamó Kate con alegría—; ¡fui alta por primera vez!
—Sí, lo fuiste —replicó Max entre carcajadas—, ahora faltaría que lo seas sin ayuda.
La risa de Kate se convirtió en un rostro de sorpresa algo sarcástica, giró la cabeza hacia Max soltando un ligero «¡Oye!», levantando el dedo índice al aire y le dio un ligero empujón; no con el fin de tirarlo al suelo, sino que más bien le causaba simpatía la situación y así lo demostraba.
—¡No soy enana! —exclamó Kate.
Max levantó las dos manos, atajándose en el aire.
—¡Tranquila, pajarito! —dijo en un tono suave y con un ademán sarcástico. Kate se encontraba ruborizada, más roja que un tomate, y se cruzó de brazos. Max pensó por unos segundos algo que ella no esperaría, y se acercó a abrazarla por el cuello.
—Tranquila, Kate.
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