36
—¿Conviene llevarlo o dejarlo? —inquirió Kate.
—Diría que lo llevemos —replicó Briana—, quizás sea útil.
—¿Y si es peligroso? —preguntó Kate con un ademán de preocupación.
—¿Qué tan peligroso puede llegar a ser? —inquirió Briana.
—Podría ser un dispositivo para llamar a los Aliens —replicó Kate con un aire místico y fantasioso, imaginando que en cualquier momento un ser con forma horrida saldría del cuerpo de alguna de ellas, abriéndolo como los Xenomorfos en la película de fines de la década del setenta—, o quién sabe, podría tener algo tóxico, o quizás estallar como esos tubos raros de mi hermana a los que ella llama capacitores.
Briana observó el aparato, que en ese entonces ya estaba colocado en el suelo, analizando lo minuciosamente, aunque no sabía nada sobre lo que era. Kate rodeó el aparato a una distancia prudente, aproximadamente a un radio de cinco metros desde el centro. Caminó hacia un lado, y después hacia el otro.
—Yo diría que lo llevemos —insistió Briana—, no tiene pinta de que vaya a explotar.
—Me parece riesgoso, pero está bien —cedió Kate.
—Mi madre tiene una carretilla —dijo Briana—, la usaba mi padre para cargar ladrillos y ella para cargar piedras y otras cosas que utilizaría más tarde. Vayamos.
Ambas corrieron por el pequeño bosque de las afueras de Rawberry, en el norte del pueblo. Cruzaron las hierbas altas a saltos, y siguieron trotando por ahí hasta llegar al lugar que era el hogar de Briana. Saltaron las vallas que separaban el jardín del resto, y entraron por la puerta corrediza con un ventanal de cristal resistente. Pasaron a través de la cocina y se dirigieron a la sala principal de esta misma.
—Mi madre guarda esa cosa por aquí —explicó Briana—, así que lejos no está.
—Bri, yo creo que eso no estaría aquí dentro —replicó Kate—, sino que más bien puede estar fuera.
—Si conocieras bien a mi madre, sabrías que deja todo por cualquier parte —respondió Briana—... Pero puede que esa carretilla esté ahí fuera.
—¿No puedes preguntarle? —inquirió Kate.
—Creo que fue a comprar al Carrefour —repuso Briana—, además no sé que diría si nos ve con esa cosa.
Ambas volvieron a salir al jardín, no había nada ahí, entonces se dirigieron hasta el mini cobertizo. Kate volteó hacia los lados y algo le llamó la atención.
—¿No es eso? —preguntó Kate a Briana señalando un objeto que estaba cubierto por una manta blanca con algunas manchas color café y cosas colocadas encima como si de una mesa se tratase.
—¡Si! —replicó—; pensaba que eso de ahí era una mesa algo rara.
—¿Cómo puedes confundir una carretilla con una mesa? —inquirió Kate.
Ambas tiraron de la tela que cubría el objeto de construcción, echando al suelo las cosas que había encima, incluyendo un viejo jarrón que se desquebrajó en pedazos al tocar el concreto. Polvo había en el aire, demasiado como para sacarle una tos a Kate, quien intentaba ventilar el ambiente con una de sus manos mientras con la otra se tapaba la boca. Tras toda esa nube se hallaba una carreta con una capa fina de pintura color bordó, la cual, gracias a la humedad y el cambio ambiental en el pasar de los años, parecía que se desprendería con el paso de un dedo por encima de esta. Bajo ella había manchas de óxido de hierro y una Kukulcania Hibernalis huyendo de la escena.
—¡Esto huele fatal! —gruñó Kate
—¡Vamos!, ¿Quién la lleva? —inquirió Briana—, la llevaré yo, y tú colocas el artefacto alienígena. —agregó. Kate asintió con la cabeza, y fue abriendo paso para la carreta hasta llegar al vallado.
—¿Cómo cruzamos por aquí? —preguntó Briana.
—Creo que tendremos que buscar una forma de pasar esto por aquella valla de madera. —dijo Kate—; quizás haciendo una rampa con algo que haya.
—Mis padres tienen tablas de madera guardadas —replicó Briana—, quizás podamos usarlas, colocarlas encima de algo para pasar la carreta sobre la valla.
Kate observó el entorno, y encontró un par de rollos de cable encima de un carrete (bobina) bastante grande de madera clara en la puerta del cobertizo familiar. La lamparita se le iluminó en la cabeza en ese instante. Jaló de la ropa de Briana y le señaló el objeto.
—Podemos usar esa cosa. —barajó Kate.
—¡Es una idea estupenda! —exclamó Briana con emoción—, es bastante grande, pero podemos ir rodándolo hasta este lugar. Eso sí, tendremos que girarlo.
—De lado —dijo Kate—, quizás sirva hacer palanca con algo resistente. —explicó.
—¿Dónde sacas tantas ideas? —preguntó Briana.
—Mi hermana en sus estudios —replicó Kate—; le dan muchas preguntas sobre objetos, palancas y usar sogas para sostener objetos; creo que polleras le llaman.
—Poleas será —corrigió Briana—... Bien, utilizaremos alguna vara metálica, o algo parecido.
Las chicas hallaron poco después una placa metálica bastante resistente y no tan pesada como para hacer palanca. Aplomaron el objeto de madera y se colocaron a su lado.
—Bien —dijo Briana—, rodeamos esta cosa hasta la valla. —Así lo hicieron, rodaron el objeto hasta ahí, y después lo colocaron nuevamente en horizontal para que repose en el césped del jardín, a una distancia prudente de las vallas. Un metro y medio aproximadamente para que la pendiente no sea tan empinada.
—Ahora tocaría colocar las tablas —le recordó Kate a Briana—; hay varias dentro del cobertizo, por lo que vi.
Briana observó hacia el ventanal del cobertizo, y se dio cuenta de que así era. Dentro de este se encontraba, encima de una mesada bastante grande y robusta, un pequeño pilón de tablones de madera de aproximadamente dos metros y medio; casi como para construir paredes.
—¡Excelente! —exclamó Briana—, empecemos a colocarlas, entonces.
Las chicas se dirigieron nuevamente al cobertizo y tomaron varias de esas tablas, las cuales eran no tan anchas, pero lo suficiente como para que la carreta pueda subir por ahí. Kate esperaba que aquellas también puedan resistir sus pesos, aunque, la idea alternativa era colocar una piedra algo pesada en la base, así esas no se deslizarían hacia atrás al subir en ellas. Ambas fueron colocando las tablas en modo de subida, una a una, y al parecer eran tan largas que la pendiente no estaba tan empinada. Una especie de teorema de Pitágoras algo improvisado para unas niñas que ni siquiera sabían que era eso, les sirvió como para tener algo en qué escalar la carretilla.
Briana tomó la carreta de los manubrios y entre las dos comenzaron a escalarla hacia las vallas, Kate jalando por encima del carrete. De esa forma, con un par de intentos, lograron que con el sonido de un golpe metálico, ahogado por el pastizal que cubría aquella suave tierra, caiga hacia el otro lado.
—¡Misión cumplida! —gritó Kate—, ¡Houston, el alunizaje fue un éxito!, Pjjjjj —Hizo un ruido a interferencia mientras imitaba hablar por una máquina (al más estilo de los Walkie-Talkie), con una sonrisa dibujada en su rostro, y se lanzó hacia el suelo del lado de Briana.
—¡Un gran paso para el hombre, un gran salto para la humanidad! —exclamó Briana.
—Beep —imitó Kate el sonido de pitido de algún artefacto—. Creo que esto va a salir como esperábamos; solamente espero que no nos sea peligroso, o nos cueste la vida...
—¡Tranquila! —exclamó Briana—, ¿Cuántas veces mis planes salieron mal?
—Uhmmm... ¿Siempre? —insinuó Kate—; ¿Recuerdas la vez que se te ocurrió quitar esa cosa de metal blanco dentro de la Gameboy que tenías?
—¡Me había aparecido una página en Google que decía que de esa forma encontraría a los PokeGod! —exclamó Briana—, pero es un buen punto. Sigamos igualmente, aquí tengo la certeza absoluta.
—¿Prometido? —preguntó Kate.
—Prometido —replicó Briana.
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