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Había llegado aquel día. Después de la entrevista de trabajo, Kate fue aceptada para entrar a trabajar en el establecimiento. Kate juntó muy temprano sus cosas, y después de desayunar se dirigió a la puerta para salir, cuando.

—¿Ya te toca trabajar? —preguntó Fran con una sonrisa pícara—; ¡Ten mucha suerte, sister!

Kate volteó a ella, con una pequeña gota de sudor en su frente, demostrando un ademán de nerviosismo, y replicó: "Muchas gracias, hermana. ¡Nos vemos cuando volvamos!"; entonces Fran sonrió llena de orgullo.

Una vez Kate había partido, cruzó la típica ruta que hacía hasta la parada de forma habitual, y se detuvo a esperar el bus. Ella no sabe si era la mala suerte ese día, o si algo quería impedirle que vaya, pero el bus aún no llegaba después de la hora y media de estar esperando. En su mente divagaban súplicas hacia la vida misma con el fin de que por el azar del destino, algo ocurra y pudiese llegar a tiempo, pero no fue así. Kate, al ver que el bus seguía demorándose, decidió ir caminando, y aprovechar si veía alguna empresa de taxis locales; quizás Unión de Taxistas de Rawberry (UTR) o Taxiviajes.

Avanzó a una marcha rápida por las calles del interior, haciendo el recorrido del bus que la llevaba hasta el centro. Era de día, así que ningún monstruo podría al menos verla por ahí, si ella era precavida y no llamaba la atención de otra forma. Las nubes se hacían vigentes en el cielo, tapando la vista hacia el sol que cualquier persona podría tener en aquel territorio. Kate pasó frente un rótulo que anunciaba «Te leemos las cartas Tarot: 50&», y a su marcha leyó un grafiti: «ELDYLAN TU PAPICHULI WENURRY» anunciaba. Cruzó la acera a la siguiente cuadra, y siguió recorriendo el camino a pasos largos. Kate se sentía frustrada, en su primer día de trabajo llegaría tarde, pero poco después tuvo algo de suerte porque encontró una empresa de taxistas cadetes. ¡Por fin!, pensó. Se sentó en la banqueta a esperar, hasta que un hombre salió del local; lo primero que vio son los pelos de su brazo, seguido por los huecos de su ropa provocados por algún descuido con la nicotina.

—¡Vení pacá, es tu turno! —dijo el taxista con un ademán desganado y sin gracia alguna mientras abría la puerta del vehículo. Kate observó con una expresión casi horrorizada al hombre, pero se levantó y se dirigió al vehículo. Estaba en la calle Pergamino, que cruzaba con una de las avenidas que llevaba al centro; y quizás sería más barato llegar hasta ahí antes de tomar un bus hacia la zona donde se encontraba el edificio donde Kate iba a trabajar. Kate le dijo eso de forma tímida, pidió ir hasta la plaza que se encontraba frente al ayuntamiento y a la catedral.

Aunque no tuvo problemas en el viaje, Kate sentía algo de incomodidad de la cara del hombre; su ceño no paraba de estar fruncido, con un cigarro en la boca, y su cabello además de largo estaba demasiado seco, enredado y desordenado. Su papada poseía la típica barba de tres días, sus labios estaban ásperos en su totalidad y su tez era de un color grisáceo; Kate por poco pensó que iba a volver a la casa con una muy mortífera meningitis. El hombre extendió el brazo por la ventana y golpeó su pucho, liberando las cenizas al ambiente externo. La muchacha paso todo el viaje agarrada del asiento, casi pegada a este mismo, esperando ver la fuente o el monolito de Rotary en una esquina de aquel parque para poder bajar del vehículo. El coche giró hacia la izquierda, por el camino que convergía hacia la avenida principal, y Kate dio un salto hacia el lado opuesto, golpeando su hombro contra la puerta. Auch, pensó mientras se acariciaba la zona del golpe.

—Te recomendaría que tengas cuidado con esa puerta —aconsejó el conductor entre carraspeos—; la puedes romper.

Kate ojeó la puerta a uno de los lados de su rostro, y observó al conductor con los ojos como dos bollos de masa.

—Perdón... —se disculpó Kate.

El conductor aplicó ahí la ley del hielo y siguió centrándose en el camino

Su Renault daba tumbos, era un vehículo de inicio de siglo de aquella marca, y al parecer no lo había llevado al taller en años. Kate miró a su alrededor con ligera preocupación, su expresión denotaba cierta ansiedad también, un malestar creciente, y una sensación a intestinos revueltos provocada por una mezcla de dicha emoción y los métodos más frenéticos que tenía el chófer para dirigirla a la zona donde pidió ser llevada.

El chofer dio dos girones en el volante y lo soltó para que vuelva a su posición. Kate casi da otro vuelco hacia un lado, pero se sostuvo del felpudo de la silla. Observó como las calles se acercaban al centro del pueblo y llegaron hasta ahí.

—Bien —dijo el chofer—, son 10&.

Kate, con un poco de irá, saco el dinero de su bolsillo y le pagó. Bajó del vehículo: ¡Por fin, tierra, rezó en su mente mientras caminaba. Llegó el centro del parque, y lo cruzó en diagonal hasta la calle de la cafetería, y paso por en frente para no acercarse a esas malas vibras que le daba ese recuerdo. Avanzó hasta la calle delante de ella, y de ahí tomó otro bus para viajar hasta una sección del pueblo atravesada por una rama de un río del cual no sabía o recordaba el nombre del todo. En el camino vio el bus el cual debía llevarla hasta la plaza central, marchando hacia el lado donde se ubicaba su hogar, y le mostró muy a escondidas el dedo medio.

El cambio de calles le daba cierta inseguridad a Kate, a pesar de ser mucho más seguro ya que cualquier ladrón que conociese su ruta habitual se confundiría ante semejante diferencia. Sin embargo, el camino parece bastante malhecho y destrozado en parte, haciendo que esa sensación de ansiedad persecutoria aumente significativamente. Kate insultaba en el fondo a aquellos que se debían de encargar de esa parte, sean quienes sean. Después de esquivar varias piedras sueltas y baches aleatorios rondando por ahí, llegó hasta una esquina, y como estaba despejado, la cruzó.

Ya llegada a la calle venidera, se encontraba un poco perdida con respecto al bus que debía tomar, así que miró a su alrededor en busca de gente con rostro de conocer donde se hallaría la parada. Una señora que estaba de espalda a ella, esperando comprar una Sprite en la tienda, quizás sepa, pensó. Al acercarse un poco algo la hizo retroceder; era la señora Melody, ese culo gordo de no haberse levantado en años de una silla se le hacía familiar. Se volteó y alejó —si la miraba quizás la reconocería—. Buscó a otra persona, vio su reloj Casio, marcaba las 10:15 am, ¡Justo a tiempo!, pensó. Hizo un panel del lugar, observando hacia todos lados hasta que halló a un chico, y se acercó a él.

—Disculpe, niño —llamó Kate—. quería preguntar dónde se encuentra la parada... —inquirió hasta ser interrumpida por sí misma cuando el joven volteó. Ese chico se tambaleaba y parecía estar inclinado de espalda hacia atrás; ella sentía que en cualquier momento se caería de espalda y se rompería la cabeza.

¿Acasoh uno no puede ponerse en peo tranqui, mihija? —dijo el chico.

Kate retrocedió dos pasos hacia atrás.

—Has lo que quieras —dijo mostrando las palmas de sus manos para calmarlo—, solamente sigue tu rumbo... —agregó entre risas nerviosas, y se fue tan rápido cómo un fórmula 1 de ahí. Cruzó de acera y se escondió en la calle siguiente, tras unas paredes. ¡Último intento!, Se alentó a si misma. Se acercó a una muchacha de unos quince años con un IPhone en la mano.

—Una pregunta —llamó la atención—; ¿Sabes dónde se encuentra la parada que lleva hasta Calle nueva?

Uhhh —emitió la muchacha pensante—... sí, es en aquel poste. —Señaló.

Kate se acercó algo incrédula a que fuese ahí, puesto a qué no había ningún rótulo que indique nada en absoluto, pero al estar a una distancia corta lo notó; el número de la línea y más detalles escritos en aquel poste con un corrector para plumas de esos que usan los estudiantes en sus exámenes para corregir sus respuestas —Quizás Liquid Paper o un Tipp-ex—.

Poco tardó en llegar ese bus, cuando Kate subió y se sentó en alguna de las sillas del medio. No estaba muy lleno, apenas había gente como para ir bajo presión como ganado vacuno. Kate estuvo mirando las paradas hasta que llegó al lugar —le avisó el chofer porque ella no recordaba el camino completo—, y bajó. Caminó un par de calles hasta llegar a la de la tienda, la cual se ubicaba frente a un Wal-Mart y a una oficina de servicio postal. A Kate se le antojó un refresco —sabía que se arrepentiría de no hacer esa fila en el local donde Melody compraba, pero esperaba no topársela y prefería morir de sed—. Entró al supermercado, pasó por la sala de juegos mecánicos para niños que había en la entrada; le llegó la imagen de cuando Fran le pagaba el paseo en varios de esos ubicados en la estación de trenes de Rawberry Línea Richardson cuando ella era niña. Tenía la memoria de que disfrutaba de mecerse en esas máquinas mientras oía la música infantil que emitían (a veces clásicos, otras de películas como Toy Story) y lo hizo durante gran parte de su infancia cada vez que se topaba con uno, pero lo único que le hacía recordar dichos días era una libreta de fotografías familiares sacada de Kodak que conservaba. Una serie de imágenes de ella misma entre los cinco y los ocho años montando en caballos, burros, peces y otras cosas desteñidas que se veían raras (quizás imitando a su hermana en la granja mientras Fran pasaba de prestarle atención ahí), en la cual notaba que el aparato estaba encendido aún con la calidad noventera que tenía dicha imagen —aunque mejor pintados que cualquier cosa que se encuentre en la feria ambulante La Santa Alegría de los pueblos, que da vuelta por todo el estado, que se encuentra más por Esmeralda— y un globo de pensamientos similar a los de los cómics de alguna editorial de tipo DC o Marvel Comics que ella leyó tanto durante su adolescencia —siendo muy fan de la línea clásica The Amazing Spiderman de los 60's—, rezando «¡Vivir la vida al extremo!» o algo así. ¿Quizás había conservado una foto de sus padres?, Ellos estaban a veces ocupados en el laboratorio de quiensabedonde haciendo cosas que ninguna de ellas sabía. Cruzó por la segunda puerta corrediza, y se dirigió a una nevera que se hallaba del otro lado de los mostradores, volviendo a estos para pagar con una Coca-Cola en manos. Quizás su primera tarjeta, una Visa débito, aceptada en casi todos los locales, le sirvió para costeárselo —aunque no tenía mucho en ella—.

Al tocar su turno se dio cuenta, quien estaba ahí en la caja era Sarah Kafek, la misma de la ONU. Kate avanzó lentamente con algo de precaución y le entregó la Coca-Cola con una sonrisa en el rostro. Sarah tenía el ademán malhumorado que ella había sentido en susodicho edificio. Observó a Kate frunciendo un poco el ceño y le entregó la cuenta a pagar —bastante poco—. En ese preciso instante, Kate creyó haber oído una voz en su mente decirle «Más te vale que cuides de Chloe», dicho por la misma Sarah casi de forma telepática. Kate asintió algo nerviosa, y después de pagar se marchó de ahí.

Salió del local, y cruzó la calle a sabiendas de que no había ningún vehículo pasando en ninguno de los dos lados. Llegó a la otra acera, topándose de primera mano con un poste de luz colocado justo frente a la senda peatonal (apenas donde iniciaba el camino hacia la tienda), el cual estaba algo inclinado, y daba la impresión de estar a punto de caerse en la cabeza de alguien. Kate lo rodeó y siguió su camino. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar», citó a Serrat en su memoria. Anduvo por las baldosas hasta llegar a un local pintado de blanco, con los marcos —tanto de puertas como ventanas— hechos de madera de abedul. La joven supo que ahí era, pues en las vitrinas podía observar como había piezas como una guitarra en miniatura de decoración (hecha de madera, valga la redundancia), barcos decorativos, estanterías para colocar lo que guste, etc. Llegué a tiempo, pensó.

Al entrar, el aroma a aserrín estaba bañando el ambiente de forma embriagante; aroma a mueblería nueva dentro de un hogar en pleno invierno. «Aserrín, hace "ran", piden queso con Champagne», pensó Kate y casi se echó a reír, pero se contuvo. Observó a su alrededor, y vio un timbre en la caja, muy similar al de los restaurantes de las películas cuando el chef dice «¡La comida está lista!», en un tono que bailaba frenéticamente en el aire, similar a un musical de Disney, de esas que hacían que Kate se encogiera en la silla al ocurrir dichas escenas, pero en vez de eso, se oyó un «¡Si eres Kate Lynn McCreary, pasa!», del otro lado. Kate entró al mostrador con la cabeza baja, con algo de nervios debido a su primera vez en ese puesto, y en un trabajo formal. Entró por la puerta trasera del local, y se encontró a un hombre sentado, mirando una televisión pequeña, quizás hasta portátil, hecha de tubos, funcionando de igual forma que la que tenía su tía. Estaba viendo un partido del mundial de Rugby ese año en forma de repetición, en el cual Kate sabía que había ganado Gales el primer puesto.

—Hola, señor —saludó Kate—. Yo soy Kate, aunque parece que ya lo sabes.

—Tu hermana me ha hablado de ti —dijo el hombre—. Yo soy Dickson, y me alegra que el entrevistador te haya aceptado en este trabajo.

Kate, como novicia en la vida profesional, aunque tenía sus nervios de fallar, también cierta motivación le inundaba la cabeza. Dickson agarró el control que yacía inerte en una mesa de luz a su lado y apagó la televisión.

—Ya he visto eso unas cinco veces —dijo—, es lo que tiene haber jugado en la juventud; aproximadamente a tu edad.

Kate asintió sin saber que decir en ese entonces.

—Veo que eres muy puntual —observó—, tu hermana tenía razón sobre ti; el resto de mis empleados aún no han llegado.

—¡Aquí estoy! —objetó uno de ellos, después de tocar el timbre del mostrador y entrar—. Oí que me llamaban... ¿Ella es la nueva? —agregó.

—Ella es tu nueva compañera —explicó Dickson—, ustedes dos trabajarán juntos. Maxwell Philips, Kate. Kate y Max.

—¡Encantado, muchacha! —dijo Max estrechando su mano. Kate con timidez le devolvió el saludo—. Si precisas algo, no dudes en avisarme —agregó, y guiño un ojo. Kate volteó su cabeza hacia el otro lado; quizás el coqueteaba, pero ella estaba más preocupada por su futuro laboral en ese momento que de andar en noviazgos adolescentes. Esa forma de actuar, si no fuese por el guiño, quizás hubiese pensado que estaba siendo amable; pero al menos Kate sabía que, probablemente ese tal Max era más bondadoso que otros chicos pasados de tuerca, los cuales no tenían ni fronteras ni límites en perseguirla descaradamente.

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