21
Esa cosa era... un demonio. Rawberry se encontraba maldita, muy probablemente. Las noticias estaban registrando muertes, suicidios extraños que se produjeron por la zona donde vivía Briana. Kate considero buena idea que ella se quedará por un tiempo algo prolongado viviendo en la casa junto a Fran, y a Briana no le pareció mala idea.
Aquella mañana, poco antes de partir de la casa, e iniciar de una vez por todas la investigación, Kate se aseguró de tener todo preparado para la charla que iba dar en la ONU, y de ser posible, asegurarse de que hayan zonas iluminadas cercanas al edificio donde se realizaría todo. La zona era por la ruta portuaria, que cruzaba con una ruta de comercio, y ahí era donde llegaban embarcaciones con una cantidad exorbitante de comida, productos tecnológicos —algunos artefactos provenientes de IBM, Apple, Intel, NVIDIA y otras empresas—, y también materia prima desde todas partes del mundo. Concurrían mucho barcos que llegaban de EEUU, con material de Silicon Valley, a manos de todo el estado de Descartes, a pesar de las quejas que emitían los gobernantes zonales. Comida que provenía de algunos países tanto de Europa como de Sudamérica, y quizás pescado entrante de embarcaciones japonesas. En ese momento Kate debía concentrarse, más que nada, en encontrar algún dato sobre el abuelo de Jade. Quizás haya dicho algo, pensó, quizás, con un poco de suerte, él asustó a las encargadas de cuidarlo con alguna explicación detallada de ciertas cosas.
Kate pasó casi toda la tarde con Briana en una cafetería de Rawberry, situada a un par de calles del asilo, planeando así, salir del local cuando llegue la hora. Kate pidió un Mokaccino, el cual llegó en una taza de vidrio bastante larga —taza americana—, y Briana un Cappuccino. En medio de la espera empezaron a hablar. Kate sentía que su estadía en ese café era más bien un momento de relax para descansar de todo lo que estaba ocurriendo. No hay moros en la vista, diría en ese preciso momento, pues, no veía ningún monstruo cerca, más que una imagen del gobierno de ese estado en un periódico local. Ella a veces se preguntaba si alguien más tendría datos al respecto, quizás perdidos entre el montón de gente que habitaba aquellas tierras; pensaba en preguntar en alguna red social, Twitter o tal vez Reddit. Briana sabía algo de ellas, aunque era más de adentrarse en aquellas que Kate denominaba Populares. Quizás las chicas se sentían como en un juego de Slenderman, pero en la vida real y con un ser que igualmente parecía sacado de aquellos relatos de internet que llevaban ya un tiempo siendo contados.
—¿Crees que ahí tengan algún dato importante? —preguntó Briana.
—Es probable —replicó Kate—... en otro caso, mi hermana está investigando por su cuenta.
—¿Aún llegó a algo?
—No, aún nada... por ahora no, pero quizás tenga algún dato descubierto más adelante.
La camarera llegó con el pedido, las chicas lo aceptaron. Kate fue la primera en probar un bocado de unas galletas que colocaron dentro de un empaque; una pequeña bolsa de plástico sellada herméticamente. Briana mojó su galleta en el café, y se la colocó entre los dientes para empezar a triturarla.
—Creo que el que nos hizo el pedido se esmeró mucho —dijo Kate.
—Opino igual —replicó Briana, quien comió la galleta de un solo bocado.
Kate, aunque había bebido café en su casa, sentía el estómago vacío por alguna razón en particular. Nunca llegó a pensar que en algún momento ella se vería en una situación similar, y hasta teniendo por su futuro o por el de sus seres queridos. Antes no tenía una idea de que seguir en el futuro, pero, en ese momento tampoco sabía si ese susodicho futuro existiría. Ella aún se mantuvo firme en su silla, bebiendo café y sintiendo una sensación bastante fuerte de ansiedad en el estómago, recorriendo le el intestino, y dándole escalofríos. Lo primero que atinó es a estirarse y bostezar, calmando un poco la llama que estaba perturbándola; no temía más bien a encontrar datos horridos ahí dentro, sino que temía no hacerlo, y que la naturaleza del ser que había matado a Jade e iba en su búsqueda, siga siendo desconocida; de esa forma no sabría ni por dónde empezar a combatirlo.
Briana quizás había percibido ciertos nervios en Kate, pero tampoco era la adivina de cristal, y no estaba segura del todo si era así o si ella estaba reflejando su propia ansiedad en su amiga.
Pasaron las horas, lentamente, mientras ellas hacían su tiempo de descanso, el cual Kate deseo que sea eterno. No huyas de la realidad, mi vida, se decía ella misma, tendrás que enfrentar tus problemas, tarde o temprano. Kate estaba algo asustada a medida que la hora se acercaba, pero cerró los ojos e inhaló fuertemente —relajamiento muscular—; ahí pudo intuir como se sentiría un paciente terminal, el cual tenía sus días ya contados, pero sin tener nada. Presenciaba un reloj con forma de gato, el cual su cola se balanceaba de un lado a otro con el pasar de las agujas. Presenciaba una cuenta regresiva cual batería de celular en proceso de descarga, pero sin ningún lugar para ponerlo a cargar.
Un tiempo más tarde, el reloj estaba cerca de ese horario que le colocaron para la cita; entonces saco su tarjeta Visa del Banco de Rawberry, y pagó cuando le entregaron la cuenta.
Las chicas se marcharon del lugar, y después de un rato atónitas, Kate observó el camino.
—¿Vamos? —preguntó Briana.
—Vamos...
—¡Fuerza!
—De acuerdo, ¡Fuerza!
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