|0| Prólogo
«En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días».
—Sealtiel Alatriste.
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Había un niño alegre y vivaz, lleno de alegrías duraderas, sueños espontáneos y emociones únicas las cuales disfrutaba cuando las descubría, las atesora como un juguete nuevo y las estrujara genuinamente.
La mejor habilidad que presumía era esbozar una sonrisa que permanecía siempre plasmada en su rostro infantil cuyos ojos negros reflejaban la inocencia del mundo, libre de ataduras y perjuicios. Vivía encerrado en su burbuja, lejos de la maldad de las personas, de las garras de la cruel y sucia vida que azotaba a la mayoría o de las maravillas que uno podía experimentar.
No sabía mucho y estaba bien. Todavía no era su tiempo. Debía disfrutar su niñez. Su inocencia.
No era consciente de su futuro. ¿Qué humano podría estarlo? Por más joven o viejo que sea, necio o sabio, incrédulo o satisfecho; no se sabe si mañana despierta respirando o queda en el acto.
Es un niño después de todo, no piensa en tales cosas importantes. Lo más serio que puede considerar era por donde quería dirigir su vida cuando creciera: ser un bombero, policía, doctor, abogado, artista... oficios cuales tenía un respaldo de creencia, argumentos absurdos para los demás, pero para él y su mundo, lo eran todo.
Era feliz rodeado de juguetes: carritos, pelotas, yoyos, muñecos y peluches. Su habitación compartida con su hermano tenía repisas adornados con muñecos de colección cuales el mayor le traía de los viajes que realizaba con su padre. Aquellos días que se iban fuera de la ciudad durante una semana y él se quejaba porque no lo querían llevar. Su mamá lo consolaba con galletas y palabras dulces; al final, siempre esperaba con ansías su regreso.
Quería a su hermano —y no solo por los juguetes que le regalaba—. Era una figura impotente y un ejemplo que seguir. Pasaba sus tiempos libres con él leyéndole libros que no entendía, jugaban en el patio con la pelota y le ayudaba con sus tareas, ¡y lo mejor es que lo hacían a menudo! Sin duda alguna lo quería demasiado.
Aunque tenía escalas y sus prioridades muy claras. Quería a su hermano, pero no tanto como a su peluche favorito. ¡A ese lo amaba!
Lo llamaba Rex. Muy original ¿no? De felpa y suavecito, color verde lima con ojos cosidos el derecho de un botón rojo y el izquierdo negro, y de picos amarillos. Iban a mundos imaginaros y pasaban tardes maravillosas debajo de su cama.
Era el mismo Rex que cargaba el desafortunado día que marcaría el inicio de una tormentosa caída.
Cada persona es dueña de una ventana situada en la parte más pura del corazón corazón, limpia, impecable donde se podía ver las metas, sueños y convicciones; brillaba con intensidad, llamas de esperanzas iluminaban los huecos bloqueantes del ser, llenándolo de seguridad. Pero de pronto una piedra impacta contra ella haciéndola añicos, destrozando todas las creencias, derrumbando convicciones y metas, extinguiendo sin remordimiento la luz cesante de la esperanza para ser sustituida con la negación y conformidad.
La ventana queda rota, y la vista de aquello importante se distorsiona, se ve difusa, no está clara.
Y se deja que el dolor envuelva la esencia y se pierde en la oscuridad. Se olvida el camino correcto, yendo por el que está lleno de espinas torcidas que se clavan deliberadamente en la piel, haciendo eco en las paredes del corazón. Un camino contrario a lo que se desea, alejándose de la meta.
Todo se convierte en un desastre.
Eso fue lo que sucedió.
Aconteció la tarde de un día normal en el séptimo año de su vida, caluroso y gentil de mayo cuando su hermano lo recogió en la primaria para llevarlo a comer un helado. Hubiera estado feliz si no fuera porque él tuvo que irse a hacer un trabajo en equipo para la escuela suspendiendo la salida de ir por un helado al parque.
¡Lo cambió por sus amigos!
Su enojo fue reflejado por un ceño fruncido y un puchero.
—Perdona hermanito, lo dejaremos para la próxima —le prometió su hermano revolviéndole el cabello. Lo dejo en la entrada de la casa y partió deprisa dándole órdenes a medio camino.
El niño, con un puchero en las mejillas, ingresó a su casa a regañadientes ignorando a su hermano. Anduvo revoloteando en el patio pulcro, y siguiendo el camino de piedras hasta la escalera del pórtico, recordó que su mamá no tardaría en llegar de las clases particulares de piano que impartía, así que estaría solo durante unos veinte minutos.
Repasó en su mente: no portarse mal, no abrirle la puerta a nadie, no acercarse a la cocina ni subir las escaleras. Quedarse sentado y jugar en la sala con la puerta de la calle cerrada esperando a que ella llegará. Si se portaba bien, de seguro le cocinaría deliciosas galletas de chocolate.
Malhumorado, cerró la puerta con llave, se despojó bruscamente de los zapatos y se sentó en el sillón tras arrastrar la mochila. Su expresión cambió radicalmente a una alegre al sacar a Rex del interior de su cuchitril.
—Rex, hoy iremos al espacio. ¿Te gustaría? ¡Haremos un cohete! —parloteaba sin cesar mientras jugaba con el peluche—. Le diremos a mamá que fuimos y regresamos a la luna tan rápido como un rayo. ¡De seguro se sorprenderá!
Al siguiente segundo escuchó un sonido extraño amortiguado por el encierro de la casa. Tembló de pies a cabeza abriendo los ojos de par en par que viajaron a la puerta de la cocina, de donde provino el escalofriante ruido. Asustado, trago el nudo de su garganta y se mantuvo receloso.
Alguien se encontraba en la casa.
Armandose de valor, se aferró a Rex de una mano y caminó a pasos diminutos a dicho lugar sin apartar su mirada determinante. Dudó un momento antes de empujar un poco la puerta medio abierta. Miró por la rendija esperando no encontrarse con alguien desconocido.
Como hubiera deseado que fuese así.
Inocente, se sintió aliviado al ver a alguien familiar, aflojó el agarre de Rex. Pero se extraño. Él se encontraba arrodillado en medio de la cocina, agitado y sollozando incoherencias. Solamente veía su espalda moverse ligeramente a la par de los sonidos de su boca.
—¿Papi? —lo llamó aliviado empujando por completo la puerta para ingresar a la cocina.
Algo mojó las plantas de sus pies, dio un respingo en su lugar sin imaginarse lo que realmente manchaba dicha parte. Fue hasta entonces que se fijó en el suelo. Un líquido oscuro se extendía alrededor del hombre y llegaba a las puntas de sus dedos.
Sangre.
Asustado, se apresuró para ver a su padre que seguía lamentándose.
Sin embargo, el pequeño era el que iba a llorar.
Su carita infantil quedó petrificada, porque frente a él, su padre se miraba las manos manchadas de sangre, y una de ellas sostenía peligrosamente un cuchillo. El mismo que paso por el cuello minutos atrás. La sangre escurría lentamente.
Ojos ónix se fijaron en los del niño.
Y muchas preguntas pasaron por su tierna mente al encontrarse con su mirada:
¿Qué hacia su padre en casa?
¿Por qué tenía un cuchillo en la mano?
Y esa sangre, ¿de dónde vino?
¿Cómo se hizo la cortada del cuello y muñecas?
¿Cuál es la razón por la que le temblaban las manos?
¿Y por qué murmuraba muchas cosas incoherentes?
El rostro del hombre fue marcado por gestos de horror y desesperación ante la visión de su hijo menor en presencia de su acto egoísta y aquejoso.
—Sasuke... —jadeó él antes de sumergirse a la inconciencia.
El niño dejó caer lentamente a Rex al mismo tiempo que su padre se balanceaba al frente, y termino por impactar su pequeño cuerpo provocando que ambos cayeran al suelo.
La sangre traspasó la ropa quedando impregnada en su piel y nariz inocente. Al igual que Rex se manchó quedando inservible, sin reparación.
También fue víctima de la desgracia.
Los segundos pasaron... no, tal vez horas. No lo sabía. El tiempos se detuvo en el momento que su respiración se aceleró sin remordimiento a lo que podía soportar su cuerpo.
No pudo moverse, sus sollozos fueron aislado por el shock, sus ojos vacíos quedaron fijos al techo, su mente estaba en blanco, no podía procesar lo que ocurría.
Expresando temor y desesperación, su rostro se contrajo de una nueva emoción.
Horror.
¿Qué inocente criatura podría soportar ver esto?
Nadie.
No lo merecía.
Debajo del cuerpo de su padre que apenas respiraba, el niño gritó con todas sus fuerzas por el miedo que sentía en ese momento. Con los ojos cerrados, recordando la cortada que su padre portaba en el cuello.
Llorando por que su ventana se había hecho añicos.
Y ese fue el último grito que profirió en su corta vida.
Continuará...
Si estás leyendo esto quiere decir que te convencí.
Sé que estoy loca, tengo otros fics en proceso y vengo a publicar este.
Sin embargo, este es completamente diferente a todos los que he escrito, ¿por qué? Siento que se asemejara más a la realidad - por así decirlo -, para quienes me conocen saben que me gusta escribir fantasía y AU.
Así que este será el primero con esta temática, les advierto de ante mano que tal vez llorarán conmigo o reirán. Porque será una historia que llevará un poco de reflexiones.
Agradezco infinitamente a luutulip por su infinito apoyo, por los ánimos y escucharme cuando estoy al borde del colapso cx sin ella esté fic nunca hubiera salido a respirar.
Aclaro que publicare el primer capítulo dentro de una semana. No desesperen.
Confieso que estoy ansiosa con este nuevo proyecto, tengo muchas cosas que quiero compartirles y quizás sea pronto.
Sí chicas, será SasuSaku cx es algo vital y obvio, ya verán como se desarrolla toda la historia, en verdad espero que se queden a leer.
¡Gracias por leer!
Alela-chan fuera.
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