Capítulo 7 - Noche en el cementerio

¡Hola! Llevo unos días de retraso con la actualización pero es que... bueno, digamos que he estado absorta en el mundo creativo y no tenía tiempo para otra cosa que para escribir (mentira, que me he puesto la segunda vacuna de Moderna y me ha dejado frita dos días¡! XD). La cuestión es que vuelvo a estar aquí con un capítulo nuevo, así que... ¿qué puedo decir? ¡Espero que os guste!

Animaros a comentar qué os está pareciendo :)

¡Un beso!





—¿Cómo que al cementerio?

—Eso he dicho.

—Ya, bueno, ¿y qué se supone que quieres hacer allí? Empezando porque dudo mucho que sea horario de visitas, por cierto.

—Por suerte para nosotros, llevas tu uniforme de policía.

Luna me sonrió.

Me sonrió como una auténtica perturbada.

—No —respondí, parando el coche en seco—. No sé qué pretendes, pero sea lo que sea, lo puedes hacer de día, no de madrugada.

—Oh, no, créeme que no —dijo ella, cruzándose de brazos—. Necesito un poco de discreción.

Respiré hondo. En mi mente empezaban a formarse todo tipo de ideas descabelladas.

—Pero a ver... ¿qué se supone que quieres hacer? Visitar a tu novio, imagino.

—Eso podría hacerlo en cualquier momento —aclaró—. Además, ya no es mi novio: desapareció hace diez años, ¿recuerdas? Ah, y está muerto.

Lo recordaba, por supuesto. Como para olvidarlo...

Empecé a ponerme nervioso. Luna era como un muro: sabía lo que quería y no tenía ningún tipo de reparo en decirlo abiertamente, sin temor a que la tomase por loca. En el fondo, ya lo hacía, así que, ¿para qué disimular?

Respiré hondo.

—Luna, de veras, ¿qué tal si te vas a la cama y mañana...?

—A ver, Tommy —me interrumpió, apoyando la mano sobre mi antebrazo. Por absurdo que parezca, cuando habló lo hizo en tono maternal, como si fuera yo el perturbado que le pedía ir a un cementerio en plena madrugada—. Si te da miedo, no pasa nada, puedo ir yo sola. Solo quiero que lo hagas si estás convencido, nada más. No obstante, ten por segura una cosa: ya sea contigo o sin ti, voy a ir a ese cementerio.

—Ya... —Miré de reojo su mano. Era curioso, pero resultaba tremendamente reconfortante—. ¿Y se puede saber para qué?

—Voy a entrar en el mausoleo de los Takano y abrir el ataúd de Flavio. Necesito comprobar algo... y sí, sé que ahora mismo debes estar pensando que soy una psicópata, pero... —Se encogió de hombros con un dulce gesto de tranquilidad en el rostro—. Si me acompañas, podré explicártelo todo.

Me dejó con la boca abierta. Me gustaría poder decir que era una broma: que Luna intentaba jugar conmigo para sonrojarme o escandalizarme. Pero no, no podía hacerlo. La hija de Gabriel Verdugo acababa de compartir conmigo sus intenciones y no mentía.

Abrir tumbas... lo que me faltaba.

Pero lo hice. Aunque no tenía ningún sentido, arranqué de nuevo el motor y empecé a conducir en completo silencio. ¿El motivo? Supongo que porque, en el fondo de mi alma, sabía que lo iba a hacer. Ya fuese conmigo o sin mí, Luna se iba a colar en el cementerio para profanar el mausoleo, así que, si al menos la acompañaba, quizás pudiese controlarla.

Solo quizás. A aquellas alturas empezaba a dudar que nadie pudiese frenarla.

Además, había otra razón. Una razón mucho más macabra que, aunque no estoy orgulloso de ella, fue la que me empujó a tomar la decisión de llevarla: sentía curiosidad. Sentía morbo... quería saber qué demonios estaba pasando, si es que realmente pasaba algo, y creía que de la mano de Luna lo iba a conseguir.

Así pues, nos encaminamos al cementerio, y media larga y silenciosa hora después, nos adentramos en su corazón de piedra. Dejé el coche en el aparcamiento exterior y atravesamos la verja a pie sin ningún tipo de problema. Ni estaba cerrada, ni había vigilancia. Y diría que me sorprendió que la puerta estuviese abierta, pero visto lo visto, lo extraño habría sido lo contrario. Los Verdugo eran los auténticos dueños de la ciudad y en ocasiones como aquella así lo demostraban.

Ya en el cementerio deambulamos por sus caminos de tierra en silencio, rodeados por un sepulcral silencio que tan solo rompían las ráfagas de aire al sacudir los árboles. Era una sensación extraña la que en aquel entonces sentía. Estaba nervioso y preocupado... pero también animado. Me sentía extrañamente vivo... y es que de noche el cementerio era un lugar inquietante. Cubierto por una suave nube de niebla y con cientos de cuervos postrados en lo alto de sus estatuas y lápidas, resultaba complicado no sentir cierta inquietud al avanzar entre los muertos. No tenía la sensación de que de un momento a otro fuese a aparecer un espíritu, ni muchísimo menos, pero no me sentía solo del todo. Mirase donde mirase, todo estaba tranquilo: sumido en la paz de la penumbra. Las farolas, muy pocas, por cierto, dibujaban halos de luz blanca en puntos concretos, pero el resto quedaba sumido en la oscuridad total. Una oscuridad tan profunda que en su interior podía morar cualquier ser... demonios incluso. Una visión de lo más inquietante que, sumada al suave sonido de fricción de los zapatos de Luna sobre la gravilla, me estaba taladrando el cerebro.

Empecé a sentir cierta urgencia por llegar.

—Te noto nervioso —comentó Luna con tranquilidad, dedicándome una sonrisa relajada—. ¿Va todo bien, Tommy? Creía que en Umbria os habíais enfrentado a demonios.

—Demonios ruidosos y sedientos de sangre humana —le confirmé—. Rara vez había silencio en Umbria.

—Será que aquí somos más discretos... —Luna me guiñó el ojo—. Vamos, esto acabará pronto, ya verás.

—¿Y me vas a contar qué hacemos aquí?

Asintió con determinación.

—Todo, te lo prometo.

Llegamos a lo alto de la ladera, donde el mausoleo de los Takano nos aguardaba sumido en la oscuridad total. Nos acercamos a su entrada, dejando atrás las zonas luminosas, y nos detuvimos junto a la verja. La tierra del suelo estaba removida tras un día lleno de emociones. Muchas personas se habían acercado a despedirse del joven Takano, dejando a su paso las huellas de su presencia. Y mientras que yo me fijaba en aquel detalle, que por alguna razón llamaba mi atención, Luna sacó de su bolso una llave de aspecto antiguo que introdujo en la cerradura. Seguidamente, emitiendo un fuerte chirrido al girar sobre sus goznes, empujó la verja y lanzó un profundo suspiro. Ante nosotros, la oscuridad absoluta nos daba la bienvenida.

—Teléfonos fuera —dijo con diversión.

Ambos sacamos nuestros dispositivos y activamos la función de la linterna, logrando así arrancar de las sombras la entrada del mausoleo. Me adelanté, no sé si por caballerosidad o por nervios, y crucé el umbral. Dentro, la temperatura caía en picado, transformando aquel santuario de piedra en una auténtica nevera.

Cogí aire y me adentré un poco más. Ante mí había unas escaleras de piedra que descendían a los sepulcros, donde la familia Takano descansaba en paz. Una curiosa tradición teniendo en cuenta los orígenes del padre, pero que al parecer habían iniciado con la muerte de Marija.

—Dentro tienen que haber tres ataúdes —anunció Luna mientras descendíamos los peldaños de piedra—. Los dos hermanos y la madrastra... aunque claro, el de Francesca tiene que estar vacío. Siento curiosidad, ¿qué crees que meterán dentro cuando no hay cuerpo?

Un profundo escalofrío me recorrió toda la espalda cuando Luna apoyó su mano en ella. La miré de reojo, farfullando una maldición entre dientes, y descendí los últimos cuatro peldaños. Una vez en la planta inferior, tras pasar una arcada de piedra cubierta de bellas inscripciones, nos adentramos en la cámara subterránea de la cripta, en cuyo interior aguardaba un imponente ángel de piedra con las alas extendidas. La expresión de su rostro era relajada mientras que la de sus manos, sosteniendo con firmeza un ank, denotaba tensión.

—Es curioso —dije, deteniéndome frente a la estatua para iluminar el símbolo—. ¿No debería...? ¡Eh! ¡Espera!

Luna aprovechó los pocos segundos de distracción para acudir al encuentro de uno de los tres ataúdes que descansaban alrededor de la estatua. Cada uno de ellos pertenecía a cada uno de los miembros de la familia, con un intenso blanco para Marija, el negro para Francesca y el gris oscuro para Flavio. Y Luna estaba frente al gris, por supuesto, tratando de abrirlo.

Sentí que me faltaba el aire al verla toquetear la cerradura.

—¡Ni se te ocurra! —grité.

Pero fue demasiado tarde. El ataúd no tenía un cierre de seguridad, por lo que no tuvo dificultad alguna en abrirlo. Quitó el pasador y, empleando para ello ambas manos y bastante fuerza, abrió la tapa.

Y tal y como esta se abría y se revelaba su contenido, Luna gritó. Gritó con tantísima fuerza que creí que la cripta entera se iba a derrumbas sobre nuestras cabezas.

—¡¡Lo sabía!! ¡¡Lo sabía, Tommy!!

Dudé en acercarme, pero al ver que Luna introducía la cabeza en el interior del ataúd, me apresuré a intervenir. Quise apartarla para evitar que besara el cadáver, o lo que fuera que pretendía, pero al aproximarme comprendí que no era necesario. Luna quería oler el contenido de la caja, quizás para intentar grabar el último recuerdo de su amado. Un amado cuyo cuerpo, para mi sorpresa, no estaba.

El ataúd estaba vacío.

Me quedé totalmente blanco.

—Pero... —acerté a murmurar—. Pero... ¿han robado el cadáver...? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué? Si han pasado solo unas horas... esto es... esto es...

—No lo sé, pero es evidente que no está —respondió ella con decisión—. Y lo sabía, te lo aseguro. Estaba convencida de que no lo encontraríamos.

—¿Y por qué estabas tan convencida? ¿Qué sabes?

Luna se cruzó de brazos, pensativa.

—Un presentimiento, supongo. Fíjate, se ha llevado mi rosa.

—¿El ladrón, dices?

—O él, o Flavio.

La joven se agachó para observar de cerca el suelo polvoriento de la cripta. A la luz de los teléfonos se podía percibir la marca de huellas en él. Varias personas habían estado deambulando por allí, pero era complicado saber cuándo. No obstante, teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, era evidente de que al menos unas eran recientes.

Pedí a Luna que retrocediese y me agaché yo también para examinarlas más de cerca. A simple vista, las más nuevas parecían pertenecer a un zapato de hombre. No eran demasiado grandes, pero sí lo suficiente para pertenecer a un adulto...

Volví a incorporarme, sintiendo que el nerviosismo empezaba a colapsarme. Pedí a la chica que saliese de la cripta, orden que obedeció sin rechistas, y ya a solas me senté en el borde del pedestal de la estatua, en busca de un poco de aire. Todo estaba pasando tan rápido que empezaba a marearme.

Saqué el teléfono y busqué en la agenda el número de Nicola. Por suerte, mi compañera se había tomado la libertad de grabarlo ella misma. Acto seguido, tras presionar le botón de llamada, cerré los ojos y traté de relajarme. Aquella excursión había sido una mala idea desde un principio, pero jamás imaginé que pudiese acabar así.

Nicky no tardó en responder.

—Hola Thomas, ¿qué tal por el cementerio? ¿Muchos muertos vivientes?

Su respuesta me sorprendió, pero solo durante un segundo. Después la recordé sentada frente a las cámaras, controlándolo absolutamente todo como un Gran Hermano, y comprendí que aquella noche se había dedicado a espiarme.

Fantástico.

—No muy bien, la verdad. Dime una cosa, hay cámaras en el cementerio, ¿no?

—Claro, en las dos entradas.

—¿Podrías revisar si ha habido movimiento esta noche? Sé que suena un poco extraño, pero... bueno, ¿cómo decirlo? Hemos ido al mausoleo de los Takano y no hay ni rastro del cuerpo de Flavio. Lo han robado. De hecho, creo que tengo que hablar con la comisaria.

Nicky se quedó en silencio, perpleja ante lo que acababa de escuchar. Si ya de por si decirlo era extraño, supongo que escucharlo era aún peor. Permaneció unos segundos callada, asimilando la información, hasta que finalmente reaccionó como cabría esperar de la hija de la comisaria.

—De acuerdo, no toquéis nada: mandaré de inmediato a un par de agentes para allí. La comisaria ahora está ocupada, tiene una visita, así que...

—¿A las cinco de la mañana?

—Mejor no preguntes. A lo que íbamos, Thomas, mando dos agentes: no toquéis nada. Es más, saca a esa loca de ahí. Te preguntaría qué demonios hacéis en el cementerio de madrugada, pero creo que prefiero no saberlo. Sabes lo que tienes que hacer, ¿no?

Lo sabía, por supuesto. Colgué la llamada y salí del mausoleo en busca de Luna. Se había sentado en el mismo banco donde habíamos estado aquella misma mañana. Parecía pensativa... parecía enfadada. Rabiosa incluso.

Me senté a su lado.

—Tienes que decirme la verdad: sabías que iba a pasar esto, ¿no? No me creo que haya sido casualidad.

Se encogió de hombros.

—Lo sospechaba, sí.

—¿Por qué? ¿En qué te basas?

Me miró de reojo con expresión preocupada.

—Si te lo digo vas a llevarme de regreso al sanatorio y tú mismo tirarás la llave de mi habitación a un pozo.

No fue una respuesta tranquilizadora precisamente. El viento sopló y la sacudida de las ramas de los árboles a nuestro alrededor generó una suave sonata tétrica que logró agravar mi mal estar. Si antes ya quería irme del cementerio, ahora estaba a punto de salir corriendo.

Me obligué a mí mismo a mantener la compostura. Apoyé la mano sobre su antebrazo, tal y como ella había hecho en el coche, y sonreí. Una sonrisa que incluso yo noté que era falsa.

—A no ser que me digas que tienes el cadáver debajo de la cama, no lo voy a hacer.

Un asomo de sonrisa surgió en los labios de Luna.

—¿Seguro?

—Seguro.

—De acuerdo... te lo contaré entonces, pero no aquí. He oído que has avisado a tus compañeros de la policía, así que lo mejor que podemos hacer es irnos. Es más: tenemos que ir a Oniria, y tenemos que ir ya. Lo antes posible.

—¿A Oniria?

Ambos nos pusimos en pie, aunque por distintas razones. Ella por la repentina ansia de partir de allí cuanto antes y volver al pueblo maldito: yo por pura incapacidad de permanecer allí ni un segundo más.

—¡Te lo explicaré allí, te lo prometo! —aseguró—. Pero tenemos que ir... tenemos que ir antes de que sea tarde.

—¿Tarde para qué?

Luna negó con la cabeza.

—Te lo explicaré, te lo prometo, pero allí.

Partir a Oniria no era una buena idea. Quería saber lo que fuera que tenía que contarme, y empezaba a conocerla lo suficiente como para saber que no lo haría hasta que estuviésemos allí, pero incluso así decidí arriesgar. Sea lo que fuera que tenía que decirme, tendría que esperar. No era el momento para dejar la ciudad, y ambos lo sabíamos. Así pues, aunque quizás debería haberla devuelto al sanatorio mental, preferí tenerla controlada. En aquel entonces Luna era una bomba a punto de explotar y no quería que un posible brote la alejase de mí. Así pues, tomé una decisión que probablemente no fuese la más acertada. De hecho, estoy casi seguro de que fue un error, pero en aquel entonces me pareció la mejor salida.

—Iremos a Oniria —le aseguré—, pero cuando se haga de día. Ambos necesitamos descansar unas cuantas horas, no irá bien... y antes de que digas que no quieres ir al hospital, tranquila, no vamos a volver. No vivo demasiado lejos de aquí: pasaremos el resto de la noche en casa y mañana saldremos hacia allí, ¿de acuerdo? Y me lo contarás todo, ¿queda claro?

—¡Clarísimo!

—Más te vale...




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