Capítulo 15 - Verdades y pintura

Que dura es la vuelta al trabajo..............



Acabamos de arreglar la casa de los Takano al día siguiente, con la esperanza de que aquella noche los vampiros acudiesen a su hogar. Nos esforzamos por dejarlo todo perfecto y ordenado, pero al siguiente amanecer, cuando regresamos en busca de respuestas, descubrimos con desilusión que Botan no había vuelto. Ni él, ni ninguno de sus hijos. Por la noche había habido algunas almas rondando el perímetro, dejando huellas en la nieve, pero nadie se había atrevido a atravesar el pórtico de entrada. Quizás porque no estaban invitados, o quizás porque así lo deseaban. Sea como fuera, nuestro esfuerzo no sirvió para nada.

Les tendimos la mano a los Takano, pero la rechazaron.

Y aunque la decepción fue grande, no nos dimos por vencidos. Luna estaba convencida de que la clave se encontraba en el propio Botan Takano, por lo que decidimos iniciar su búsqueda.

No sabíamos dónde podríamos localizar a Botan, pero sí a la persona que parecía estar a punto de heredar su gran negocio. Alguien que había pasado desapercibida durante sus años junto al empresario y los posteriores, pero que en aquel entonces se alzaba como una figura clave en toda aquella trama: Aiko Orinoko.

—Mi padre acaba de cerrarnos una reunión con ella —anunció Luna aquella mañana, tras pasar casi una hora encerrada en el despacho de Gabriel Verdugo con el teléfono móvil—. Ha costado, la verdad, Orinoko y mi padre no acabaron en buen término sus negociaciones, pero parece que ha accedido a un acercamiento. Será esta tarde, a las cinco. ¿Estás preparado?

Volvimos a Escudo puntuales para la reunión. Aiko Orinoko se había instalado recientemente en las afueras de la capital, en una urbanización de lujo de acceso restringido. Era una de las zonas más protegidas de toda la ciudad, con grandes personalidades como vecinos. Nuestro encuentro, sin embargo, se dio en el centro de Escudo, en la última planta de uno de los edificios más altos del barrio ejecutivo. Un bloque de hormigón y cristal de cincuenta plantas en cuyo ático acristalado nos aguardaba la flamante nueva dueña de la empresa cárnica de los Takano.

Su secretario nos acompañó durante todo el trayecto, desde la recepción hasta el despacho de su directora. Un espacioso y elegante espacio diáfano lleno de flores y con unas majestuosas vistas de la ciudad en cuyo interior aguardaba una Aiko Orinoko muy diferente a la que Luna había conocido una vez. Aquella mujer, lejos de seguir siendo la sombra que había cuidado de los hijos de Takano, ahora se mostraba como una sofisticada alta ejecutiva.

—Bienvenidos —saludó desde su mesa, quitándose momentáneamente las gafas para ponerse en pie. Vestía con un traje negro que evidenciaba su extrema delgadez y zapatos de tacón. Para la ocasión, además, se había maquillado los ojos de oscuro y los labios de rojo, dotando a su rostro de una fuerza desconocida hasta entonces en ella. Parecía haber pasado de gacela a cazador—. Me alegro mucho de volver a verte, Luna. Has crecido mucho. Agente Blue, a usted es un conocer conocerle.

A pesar de llevar más de quince años en Escudo, el acento de Aiko Orinoko seguía siendo muy marcado. Había aprendido el idioma a la perfección, pero sus orígenes nunca dejarían de acompañarla.

Ambos nos acercamos a la mesa y saludamos con un ligero ademán de cabeza, manteniendo las distancias. No hubo opción a apretones de manos ni besos, Aiko no quería mantener ningún tipo de contacto físico, así que ni tan siquiera lo intentamos.

Nos sentamos.

—Me ha sorprendido la llamada de tu padre, Luna, y aún más el saber que eras tú quién quería entrevistarse conmigo. Como imagino que ya sabes, hace unos meses contacté con él en nombre de Botan para la reapertura del negocio, pero se mostró reacio a hablar conmigo.

—Mi padre está preocupado por Botan, hace años que no sabe nada de él.

—Es comprensible, ha estado ausente —admitió Aiko—. De hecho, me atrevería a decir que aún lo está.

—¿Sabe dónde podríamos encontrarlo?

La pregunta de Luna logró incomodar a la empresaria, cuyo semblante se crispó por un instante. Apoyó la espalda en el respaldo, estirando el cuello, y permaneció durante unos segundos en silencio, pensativa.

Centró su mirada en mí al responder.

—Agente Blue, doy por sentado que Gabriel Verdugo le ha contratado para que colabore con su hija en su investigación. ¿Estoy en lo cierto?

Me sorprendió la seguridad con la que me dedicó aquellas palabras. No sabía cómo podía saber de nuestro acuerdo, pero dadas las circunstancias ni tan siquiera me molesté en preguntarlo. La información se movía en Escudo a una velocidad que yo era incapaz de controlar.

—Estoy colaborando con ella y trabajando en el caso de Flavio Takano, señora. Su aparición, muerte y reaparición es algo que no me ha pasado desapercibida precisamente.

—¿Y la comisaria Digory le ha pedido que haga seguimiento? —La mujer me dedicó una sonrisa gélida—. Permítame que lo dude, agente. La policía sabe perfectamente dónde están sus límites.

—Le permito lo que usted quiera, señora, otra cosa es que tenga razón —respondí, tajante—. Pero volviendo a la cuestión que nos atañe, coincido en la pregunta de la señorita Verdugo. Si sabe usted dónde se encuentra el señor Takano, agradecería que lo pudiera compartir con nosotros. Me gustaría poder informarle sobre todo lo acontecido con sus hijos, estoy convencido de que le alegrará saber que han regresado.

Luna me apretó la rodilla bajo la mesa en un gesto de reconocimiento. Supongo que no había esperado que hablase con tanta firmeza: sinceramente, yo tampoco.

Aiko volvió a sonreír con tanta falsedad o puede que incluso más que antes.

—Para su tranquilidad, agente, el señor Takano es consciente de ello: yo misma le informé. Y sobre su localización... se encuentra en Japón, junto a su familia. De hecho, así se lo he transmitido al señor Verdugo durante todos estos años.

—Y, sin embargo, dice que, según usted, Botan no quiere hablar con nadie...

Aiko asintió con gravedad.

—Me encantaría poder decirte otra cosa, Luna, pero me temo que no puedo. Cuando desaparecieron sus hijos, la pérdida le causó tal dolor que no pudo soportarlo. Entonces decidió romper con su vida y regresó a Japón. Yo me quedé aquí, tratando de proteger todo su patrimonio, esperando que algún día esos chicos regresasen, pero con el paso del tiempo empezamos a entender que eso no iba a suceder. Esos chicos...

—A esos chicos los han transformado, y lo sabe perfectamente —le interrumpió Luna con brusquedad—. No entiendo por qué intenta engañarme: he visto a Flavio con mis propios ojos. Le han transformado.

Orinoko entornó los ojos con un gesto lleno de dramatismo, como si le horrorizada que hubiese tratado aquel tema tan abiertamente. Nos miró a ambos, recuperando la compostura, y negó con la cabeza.

—Veo que no guardas ningún secreto con el agente Blue —dijo en tono confidencial—, de acuerdo entonces: hablemos con franqueza. Flavio y Francesca fueron transformados, es cierto, y con ese suceso se rompieron las tradiciones. Unas tradiciones que, aunque quizás a los Verdugo no os importen, para los Takano son sagradas.

—¿Son sagradas? —replicó Luna con perplejidad—. ¡Pero si esa tradición procedía de mi familia, no de la suya!

—Y precisamente por ello siente tanto respeto por ella —aseguró Aiko—. Cuando su señora madre decidió convertir a la señora Marija, se selló un juramento de lealtad que Botan prometió no romper jamás. Quería hacer honor a la tradición. Sin embargo, sus hijos no lo respetaron: sus hijos fueron transformados y eso es algo que él no pudo aceptar. Le superó.

—¿Significa eso entonces que no fue él quien los transformó? —pregunté con sorpresa—. ¿Hay más vampiros?

La pregunta resonó con fuerza por el despacho, arrancando un silencio incómodo a las dos presentes. Hasta entonces Luna me había hablado de una realidad en la que la población vampírica estaba totalmente controlada: estaban los Takano y los Verdugo, nadie más. Sin embargo, sus silencios pusieron en duda aquella gran verdad.

Había más, por supuesto que había más.

—Los hay —confirmó al fin Luna—, pero no aquí. No en Escudo: este territorio le pertenece a mi padre.

—Pertenecía —respondió Aiko con dureza—. Dejó de pertenecerle cuando dejó de protegerla.

—¿Dejar de protegerla? —Luna parpadeó con incredulidad—. ¿De qué demonios está hablando?

La mujer negó con la cabeza suavemente, en un gesto maternal.

—¿Acaso tu padre no te lo ha explicado? Deberías atar cabos, querida Luna: esas marcas que con tanto esfuerzo habéis estado borrando no se hacen solas.

Furiosa, Luna se puso en pie con los puños muy apretados. Aquella última acusación parecía haberle dolido especialmente.

—¡Botan transformó a sus hijos, sí o no! ¡Responda de una vez! —dijo con dureza, en tono amenazante—. La respuesta es fácil, señora.

—Si es tan fácil, ¿por qué no la respondes tú misma? —respondió ella, fijando la mirada en ella—. Lo desconozco, pero en caso de que él fuera el culpable, ¿acaso se le podría hacer responsable? Vosotros tuvisteis la culpa. Gabriel Verdugo le prometió que velaría por la ciudad, que jamás permitiría que les volviesen a hacer daño... y una vez más, mintió.

Tragué saliva. Tal era la tensión que estábamos viviendo, con las dos mujeres mirándose fijamente, retándose con la mirada, que apenas me atrevía a intervenir.

—¡Quiero hablar con Botan! —insistió Luna.

—Pero él no quiere hablar contigo. Ni contigo ni con tu padre: con nadie. Le habéis destruido la vida, ¿qué esperabas? —Aiko se puso también en pie—. Siento no poder decirte otra cosa, Luna.

—¿Y qué pasa con Flavio? —prosiguió, alzando el tono de voz hasta prácticamente acabar chillando—. ¿Y con Francesca? ¡Están ahí fuera! ¿Es que acaso tampoco va a hablar con sus hijos?

—No es tan fácil, Luna.

—¡No puede estar hablando en serio! ¡Él los transformó! ¡Él los ha convertido en lo que son ahora mismo! ¡No puede abandonarlos!

—No fue su culpa.

—¿Y de quién fue entonces? ¿¡Por qué lo hizo!?

—Pregúntaselo a tu padre.

—¡No! ¡Respóndame usted, Aiko! ¡Respóndame ahora mismo! ¿¡Por qué lo hizo!?

Pero Aiko no lo hizo. Sencillamente negó con la cabeza y volvió a sentarse, dando por finalizada la conversación. Había dicho todo lo que necesitábamos saber: todas las verdades que, por dolorosas que fueran, daban auténtico sentido a todo lo que estaba pasando. Todo lo demás, muy a nuestro pesar, tendríamos que descubrirlo por nosotros mismos.

Aquello lo cambiaba todo. Aquel encuentro nos brindó una nueva visión de la realidad que escapaba por completo de nuestro control. Una amarga realidad que, aunque Luna logró controlar hasta que abandonamos el edificio, la desbordó por completo en el coche, sumiéndola en una profunda y absoluta tristeza al creer entender al fin lo que realmente había pasado.

Botan había transformado a sus hijos.

Botan había roto las tradiciones.

Botan los había abandonado.

Botan se había abandonado a sí mismo.

Arranqué el motor y volvimos a Escudo.





Ninguno de los dos habló durante todo el trayecto. Tal era la angustia y el malestar en el que estaba sumida Luna que no me atreví a molestarla. Ella necesitaba pensar, y en el fondo yo también. Todas aquellas medias verdades, aquellos silencios, aquellas mentiras... todo parecía estar orquestado de tal forma para que no lográsemos dar con la verdad, pero yo me negaba a darme por vencido. Con aquella visita habíamos dado un importante paso adelante, pero teníamos que seguir indagando. Ahora que casi teníamos la certeza de que Botan estaba detrás de la transformación de sus hijos, teníamos que saber el motivo de sus actos. Aiko había hablado de un posible causante, de la misma persona que había dibujado las cruces en casa de los Takano...

Del asesino de Marija y Rosana. Alguien que, aunque había logrado pasar inadvertido hasta entonces en la historia, cobraba especial importancia.

¿Quién era el misterioso cazador de vampiros? Luna me había hablado de sus orígenes y de su obsesión con los vampiros, incluso me había dado un apodo, pero poco más. Su identidad, en el fondo, seguía siendo un misterio.

Un misterio que estaba dispuesto a resolver.





—¿No vienes?

Tras una larga velada de silencio absoluto, nuestro viaje llegó a su fin cuando alcanzamos la casa de los Verdugo. Detuve el coche frente a la entrada, bajé y aguardé a que Luna abriese la verja para regresar al coche.

—Quiero ir a comprobar algo.

—No va a tardar en anochecer, deberías ir con cuidado —me advirtió, acudiendo a mi encuentro—. Te acompaño.

Y aunque la idea era seductora, preferí que no viniera. Si realmente mi función era la de protegerla, mal haría dejándola que me acompañase a donde pretendía ir.

—No, mejor quédate. No tardaré demasiado, palabra.

—¿A dónde vas?

—No muy lejos.

—¿Pero y por qué no me lo dices? —se quejó—. ¿Qué te traes entre manos? ¡Yo te lo he contado todo!

Me hubiese gustado poder contradecirla, habría sido mucho más fácil, pero por desgracia Luna estaba en lo cierto: ella me lo había contado todo... pero yo no iba a hacerlo. Por su propio bien, era mejor mantenerla al margen. Puede que no pasase nada, pero...

—Volveré pronto, te lo prometo —dije, subiendo al coche—. Tranquila.

—¡Pero Tommy...!

Y sin más, arranqué el coche y me adentré en el pueblo, con un claro destino. Iba a abandonar Oniria, pero solo por unas horas y no en dirección a Escudo. Mi objetivo estaba en dirección contraria, allí donde hacía mucho tiempo que no iba nadie.

Allí donde pronto descubriría que no había lugar para los vivos.

—Con lo poco que me gustan a mí estos temas... —me dije a mí mismo, mientras marcaba el número de Nicola Digory y presionaba el botón de llamada. Ella no tardó más que un par de tonos en responder—. Nicky, soy yo, Thomas. Por favor, necesito que me guíes: ¿cómo demonios llego a las antiguas oficinas de la empresa de Takano? Sé que está en uno de los mataderos, pero no tengo clara la localización...





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top